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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.33 no.130 Zamora ene. 2012

 

María Justina Sarabia Viejo in memoriam
(Ciudad Real 1947 - Sevilla 2012)

 

 

Ajustina, la inteligente, trabajadora y generosa colega y amiga a quien los americanistas de todas partes del mundo que llegaban a Sevilla encontraban siempre con los brazos abiertos y dispuesta y disponible como nadie a charlar, a interesarse en lo que uno hacía —sin importar que se tratara de un desconocido y desorientado estudiante español o latinoamericano en busca de tema de tesis—, en el circuito americanista que va de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos al Archivo General de Indias y de ahí a la Universidad de Sevilla, pero igualmente en los circuitos culturales —su melomanía le venía por línea paterna— y en los mejores y más tradicionales sitios de tapas, siempre y cuando no estuviera pasando el verano en su piso de Chipiona o en sus recurrentes visitas a México o en recónditos destinos alrededor del mundo con sus inseparables amigas de tantos años —verdaderas hermanas, Nidia Bellinfante e Isabel Arenas—, con quienes compartía veta de trotamundos.

Para nuestra fortuna su principal tema de estudio se centró, desde el principio, en la Nueva España, debido a que como estudiante de la Universidad de Sevilla entró a formar parte del selecto y productivo grupo que comandaba el poblano José Antonio Calderón Quijano, quien le dirigió la tesis doctoral sobre el virrey Luis de Velasco, el Viejo, obra que desde su publicación se volvió de referencia obligada para todos los estudiosos del siglo XVI novohispano.

A Justina, tuve la fortuna de conocerla en Sevilla a principios de los ochenta cuando se armó esa entrañable pandilla mexicana con Rosa María García, Salvador Victoria, Rogelio Ruiz Gomar, Gustavo Curiel y el "colado" peruano Hugo Pereira —grupo al que luego se integraría Nelly Sigaut—, todos trabajabamos en nuestras respectivas tesis doctorales, a excepción de Salvador, quien lo hacía para la Embajada de México en un proyecto cultural comandado por José Ignacio Rubio Mañé.

Coincidíamos con ella y con Pepe Hernández Palomo, así como con el entrañable Antonio Muro Orejón —quien pronto se convertiría en mi director de tesis—, en las charlas que los martes en la tarde coordinaba Javier Ortiz de la Tabla Ducasse, otro buen amigo, en la eeha, y de ahí nos íbamos de tapas que era donde se organizaban los planes para los conciertos, el teatro, seguir los pasos de Semana Santa en los sitios y horarios más inauditos y estratégicos, visitar la feria de los patios de Córdoba, o simplemente pueblear los fines de semana en excursiones con los de la tercera edad que resultaban más económicas.

En el año académico 1984-1985 regresé, ya en compañía de Elena, a terminar de redactar y a defender la tesis doctoral, y como siempre el apoyo, aliento y sabio consejo de Justina en una etapa tan intensa resultó fundamental, al grado de que cuando cerraron la eeha en la Navidad de 1984 generosamente nos prestó su apartamento para pasar la temporada, pues ella todavía vivía con su querida y encantadora madre.

Aunque a lo largo de los años mantuvimos el contacto y periódicamente nos encontrábamos en eventos académicos, no fue sino hasta 2010 cuando, gracias al año sabático que pasamos en Sevilla, se restableció con toda la fuerza y el cariño de tantos años el reencuentro con la misma intensidad, entusiasmo y frescura de los primeros años. Aunque había tomado la decisión de prejubilarse aprovechando el programa que había puesto en marcha la Universidad de Sevilla, se mantenía muy activa pues seguía involucrada en cantidad de proyectos académicos y culturales, además de estar en contacto con los americanistas que llegaban a pasar una temporada en Sevilla, además de que seguía viajando con frecuencia tanto dentro como fuera de España y se mantenía al día de las últimas publicaciones en torno a sus amplios intereses.

Por estos rumbos del Occidente de México tuvimos el privilegio de tenerla de visita frecuentemente en los últimos años, tanto en el Colegio de Michoacán, como en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, así como en Amatitán y Chapala como coorganizadora de los encuentros de historiadores mexicanos y alemanes. La última vez que pasé por Sevilla, en el otoño de 2011, nos invitó a Víctor Gayol y a mí a comer a un restaurante muy simpático de unos amigos que lo acababan de reabrir —Zarabanda—, y aunque preocupada por el tema de su salud, estuvo tan alegre, encantadora y vital como siempre. Descanse en paz.

 

Rafael Diego-Fernández
El Colegio de Michoacán

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