SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.33 número129Plagas de langosta y clima en la España del siglo XVIII índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.33 no.129 Zamora ene. 2012

 

Presentación

 

Prosiguiendo nuestro viaje asta llegar a la ysla de Panay adonde salto toda
la gente en tierra. Allamos aquella isla que era una de las mejores y mas
abundantes que ay en este arcipielago [de Filipinas] asolada y des[consola]
da (?) que era gran lastima y compasión [...]. Y la enfermedad de que morían
los mas era de hambre y la causa desta hambre y mortandad fue y era
la langosta que abia abido dos años antes que les destruyo las sementeras de
arroz y millo [...]. La posible causa y su total destrucción fue y es oy en dia
donde quieren y están ya [ilegible] y entrado la langosta y polilla de los españoles
que en esta tierra están, que todo lo destruyen y abrazan y asuelan.
Archivo General de Indias, Filipinas 84, N. 2, carta de fray Francisco de
Ortega O.S.A al virrey de Nueva España, (1572).

Después que aparezieron aquellas cometas el año de –618 por el mes de
noviembre, demás de las enfermedades referidas hubo grande suma de langosta,
que en algunas partes hizo daño, aunque no tanto como prometía su
muchedumbre [...]. Y a durado esta espantosa plaga hasta este año de –621,
con harta admiración de que no se acavasse antes, aviendo proveydo Nuestro
Señor desde el primero día que se vió de tan gran suma de gavilanes o
buarros apenas vistos antes ni conozidos que la seguían o perseguían [.], tan
gran numero venía dellos sobre ella como della sobre nosotros [...], y como
ellos eran tanto mayores y volaban por más alto la manifestavan de muy
lejos que aun ella no se podía divisar, y la conozíamos por sus persecusores.
Domingo Lázaro de Aregui, Descripción de la Nueva Galicia, Sevilla,
1946 [1621], p. 30.
La sortie de LLusine Lumierea Lyon [1895]: http://www.youtube.com/watch?v=HI63PUXnVMw

 

Acabamos de enterarnos que somos unos 7,000 millones de humanos (y probablemente otro tanto de perros, gatos y ganado) alrededor de la naranja azul llamada Tierra. ¡Gran noticia! ¡Gran preocupación!

Esta multiplicación exponencial del homo sapiens es reciente, se remonta a unos 6,000 años. Tiene su origen en dos revoluciones, en realidad dos mutaciones. La primera fue la neolítica: fortaleció el instinto gregario, permitió el surgimiento del fenómeno del almacenamiento, acompañado de su pareja la plusvalía y su engendro la especulación. Éste fue el principio de la comida chatarra, el origen de numerosas carencias que desde entonces se manifiestan en la dentición y otras partes del esqueleto. Igualmente, desde entonces, el paisaje, la fauna y flora fueron evolucionando, domesticándose, empobreciéndose.

La invasión de la tierra por esta nueva especie, homo agrícola (progresivamente tomó la delantera sobre el homo rusticus cazador y recolector), fue lenta, desigual, a veces de forma contradictoria: por una serie de sinrazones las diferentes subespecies se hacían la guerra, se autodestruían, se contaminaban unas a otras con sus propios gérmenes. Así fue que en 1500 d.C. apenas había unos 600 millones de seres humanos. Fue entonces cuando el homo europeanus estuvo a punto de acabar con el americanus, directa o indirectamente.

Todo se aceleró en el transcurso del siglo XVII: una nueva mutación ocurrió en algunos campos de Holanda, como otra revolución verde. Prosperó bajo los auspicios de la productividad, la rentabilidad, la modernidad, el espíritu empresarial. Abrió el camino a la gran mutación, la Revolución Industrial de los siglos XVIII–XIX, que ha hecho de los homos eternos mutantes, hasta hoy en día: estamos en vía de perder nuestras dos piernas a cambio de cuatro ruedas, nuestros hijos han ganado unos 20 centímetros de altura y de cintura en unas décadas, nos hemos mudado de nuestros pastos en las praderas al asfalto de las ciudades.

Se ha acentuado de forma casi alucinante nuestro instinto gregario: basta recorrer las calles de nuestras ciudades a fin del día, de nuestras playas en momentos de vacaciones. Hasta Relaciones está bajo el influjo de esta modernidad renovadora: por primera vez se puso en epígrafe un sitio de internet. En él se tiene acceso a la película fundadora del nuevo arte, filmada en 1895: la salida de los obreros —sobre todo obreras— de la fábrica de los hermanos Lumière, inventores del cinematógrafo, en Lyon. Es el primer retrato animado de esa movilización de cuerpos, ese espíritu de masas donde cada uno se siente solitario en medio de todos los otros: no se intercambian miradas, es una multitud de átomos desligados. Un solo gesto de humanidad entre los homos de la película, cuando una obrera se para, en medio de la calle para esperar a otra, y tomarla por la mano. La estandarización y taylorización están en la puerta en 1895, como otra mutación dentro de la Gran Mutación. Son 47 segundos conmovedores y aleccionadores: hasta los perros han perdido sus referencias frente a esa marea de homos, sólo las bicicletas, nuevos centauros mecánicos, saben abrirse brecha en la masa compacta.

En esta etapa de la mutación (2012) somos felices —se nos dice—: hasta las ancas, sino hasta el cuello, dentro de la sociedad de consumo. Nos hemos multiplicado en forma dramática sobre la faz de la Tierra, consumimos, desperdiciamos con nuestras 7,000 millones de mandíbulas sus riquezas fósiles, oscurecemos el cielo con nuestras exhalaciones tóxicas, gracias a nosotros avanza la desertificación. Envenenamos con nuestras deyecciones, sean orgánicas o químicas, tierras y aguas. Somos el más terrible azote del universo. El homo es una langosta para el homo.

Se me va a tachar de misántropo, peor, de pesimista. Se olvida que la portadilla de la sección temática es de un alegre saltamontes francés del XVIII, sauterelle dice la leyenda del documento, idéntico a los que podemos observar saltando inocentemente en nuestros jardines. De la misma manera, las obreras que salen de la fábrica Lumière, muchas jóvenes, con lindos sombreros y atuendos coquetos inspiran individualmente la mayor simpatía. En realidad es la masa que hace el homo terrible, devastador, lo mismo que la brutal mutación gregaria transforma el saltamontes en langosta temible. Todo está en las circunstancias, ellas mismas guiadas por fundamentos más profundos: "acaso la estructura de la vida en nuestra época impide superlativamente que el hombre pueda vivir como persona" escribía en 1937 un filósofo todavía más pesimista, capaz de imaginar a la humanidad sobre el modelo de una termitera.1

Pues, ya saltemos de una especie a la otra. Es la invitación que nos hace Luis Arrioja, coordinador de esta sección "De langostas y otros flagelos". El tema es amplio, conocido, pero nunca demasiado analizado. Basta recorrer las crónicas, los periódicos, aún recientes, para constatar la permanencia y acuidad del problema. Sin duda, el saltamontes antecede cronológicamente al homo, pero es con el homo agrícola que se convierte en langosta, es decir en "catástrofe natural" (valdría mejor decir: catástrofe humana). Por lo demás, ¿en qué medida, el hombre, con la multiplicación de cultivos, de espacios abiertos y deforestados, de pastizales favorables a la alimentación y reproducción de la plaga, no ha favorecido su acrecentamiento? Sin hablar de otros desequilibrios creados, que han reducido el eventual número de aliados para luchar contra ella: en ese sentido hemos obrado contra la sabiduría divina, si seguimos el texto de Lázaro de Arregui citado en el epígrafe. ¿Dónde están hoy la "gran suma de gavilanes" y otras aves que podrían destruir parte de esas nubes? Es cierto que preferimos generalmente otro tipo de remedio, químico, más radical sin duda, pero para todas las especies, incluyendo la del homo, tal vez no tan sapiens como se dice.

Aun así, la lucha ha sido lenta, con todo y la intervención de los Estados: todavía en la primera mitad del siglo XX, y más allá, Marruecos, Argelia, han sido víctimas repetidas veces de esa calamidad. Las reacciones han sido siempre insuficientes: los colonizadores opinaban que era algo inherente a la desidia de las poblaciones colonizadas, que poco había que hacer, y estas últimas trataban de defenderse con sus pobres medios. Pobres medios, sin duda, pero no tan ineficientes como puede parecer, y como veremos en otros casos. Por lo demás, entre errores y observación, progresivamente la langosta se fue conociendo mejor. España, al estar dentro del círculo mediterráneo de la langosta, logró desde el siglo XVIII tener un buen acercamiento científico. Representativa es aquí la obra de Guillermo Bowles, Historia natural de la langosta de España, y modo de destruirla, publicada una primera vez en Madrid en 1775, traducida al francés, reeditada por su interés en 1825. Es un texto sintético, breve, con base en los estudios del autor pero también en las observaciones de los campesinos. Por lo tanto, la tesis central es de gran sencillez: el saltamontes se mantiene inofensivo por el gran desequilibrio entre machos y hembras —los primeros superan las segundas hasta 50 veces en cantidad—. Algunos años interviene un desequilibrio, se multiplican las hembras, los huevos, y empieza la mutación gregaria. Hay por supuesto todo un largo apartado sobre la sexualidad de la langosta: "antes de explicar la fecundidad espantosa de la langosta, voy a describir sus amores con la libertad de un naturalista, pero con la intención pura de un verdadero filósofo". Y efectivamente: los amores de la langosta son tan dramáticos y despiadados como los de la especie homo, es otro punto de acercamiento.2 Muy sugerente, en cuanto a un paralelismo, la carta que en agosto de 1708 —en plena guerra de Sucesión— escribe el mayordomo del duque de Gandía: ex abrupto pasa de la calamidad de la langosta entonces presente a la eventualidad de la llegada de las tropas militares. Es cierto que la comparación entre las nubes del insecto y los ejércitos se da por lo menos desde Homero: "igual que bajo el empuje del fuego las langostas en el aire se suspenden para huir al río, y ellas se agazapan en el agua; así ante Aquiles el curso del Janto, de profundos remolinos, se llenó del confuso estrépito de los caballos y de los hombres".3 En cuanto al acercamiento entre la langosta y la polilla de los conquistadores, remitimos a la carta del agustino Francisco de Ortega citada en epígrafe. Por fin, como toda especie, humana o no, la langosta tiene su identidad regional, y no se debe de confundir la Calliptamus italicus con la Dociostarus maroccanus Thunberg, menos aún con la Schistocerca piceifrons piceifrons o americana.

Es decir que de continente en continente, de época en época la calamidad de la langosta tiene un amplio repertorio de fechorías documentadas, y eso aunque nos limitemos aquí a la Península Ibérica y a México. En el primer caso se puede remontar a los años 578–583, para la región alrededor de Cartagena. Para Mesoamérica, la "popularidad" del inofensivo saltamontes se remonta a todos los Chapultepec reconocidos, y remitimos al Códice de Sigüenza, donde un cerro está magníficamente señoreado por un chapulín. Alejandra García también anota algunos pasajes de las profecías mayas referentes a saak' el artrópodo. Es tal vez por eso que existe cierta familiaridad con el insecto en estas regiones, que revelan varios de los artículos. Sin embargo, ese roce no impide el miedo, y como lo escribe, Milagros León, la langosta es para las poblaciones rurales de antaño la anunciadora de la tríada apocalíptica: el hambre, la guerra y la peste.

Por esto mismo, como lo menciona Armando Alberola, el tema es fascinante, ya que geografía, entomología, economía y prácticas populares y religiosas se entremezclan. Él mismo nos recuerda las condiciones ambientales idóneas que dominan en buena parte del sur y este de España (Extremadura, Aragón): relieve sin fuertes vertientes, tierras yermas, clima caliente y poca amplitud térmica y lluvias más bien escasas e irregulares. Si desde el siglo XVI–XVII existen tratados referentes a la plaga como el de Juan de Quiñones (1620, véase Milagros León), es en el siglo XVIII que con un mejor conocimiento (Bowles, Asso), con una intervención voluntariosa del Estado ilustrado (Instrucciones de 1723, 1755 del Consejo de Castilla), se apuesta hacia una política firme, preventiva —conocer las etapas de desarrollo del insecto fue esencial—. Esta intervención del poder se organiza desde las juntas de langosta locales hasta el Consejo de Castilla (véase el artículo de Cayetano Mas Galváñ). Pero también la simple observación, a veces milenaria fue de gran utilidad: la Instrucción tomaba en cuenta la alianza del hombre y de otros enemigos de la langosta: cerdos, gallinas, bueyes. Y es el milenario y simple buitrón o red que se reveló ser el mejor instrumento de lucha contra la plaga, sobre todo cuando el mosco de langosta empezaba a volar.

La importancia del siglo XVIII —con una reactivación de la plaga de langosta— probablemente se puede relacionar con los cambios climáticos que entonces ponen fin, en el planeta, a la Pequeña Edad de Hielo (siglos XVI–XIX) . Es un punto sin duda para reflexionar, con estudios comparativos transcontinentales: ofrecemos un primer avance en esta sección temática. Hubo pocas décadas indemnes del flagelo en España, pero los años 1754–1756, después de varios de sequía fueron dramáticos, y no bastó la protección de las reliquias de san Gregorio Ostiense recorriendo el país de región desolada en provincia asolada por la terrible locusta. El escenario se repitió en 1782–1785, 1790–1791. Aquí nuestros mentores pueden ser tanto Armando Alberola como Cayetano Mas o Milagros León.

La calamidad de mitad de siglo, de gran extensión, es analizada por Mas para la región levantina, y por León para Andalucía. En el caso de Orihuela y Murcia, después de un año 1755 con pocas lluvias, la langosta está presente de julio de 1756 —llegando ya adulta, por oleadas, desde el oeste—, al verano 1758, infestando tierras y sobre todo aguas. El insecto depositó sus huevos, y el año 1757, fueron ya enjambres nativos que se manifestaron en la zona. En total, los daños fueron significativos, pero lo mismo que una epidemia se extendió de forma desigual sobre los pueblos: seis fueron particularmente afectados, con 12,000 hectáreas de cultivos, sin hablar de las enfermedades aferentes. Pero es probable que el clima también tenga su responsabilidad. Pero lo que sí está ligado al azote son los gastos específicos que debieron de asumir los ayuntamientos, ya de por sí endeudados.

Según la Instrucción de 1755 el medio de extirpación más eficiente era la extracción y destrucción de los canutos de langostas, y fue también lo que representó el mayor gasto, repartido esencialmente entre los vecinos de las comunidades, sobre la base de la propiedad de la tierra, lo que complicó la recaudación, llevando el recaudador a la quiebra en el caso de Murcia. No extrañará a Alejandra García Quintanilla (véase su artículo adelante) que el clero y la nobleza fueran reacias a participar: lo mismo ocurrió en Antequera en 1620, según Milagros León. Pero también es de notar que los miles de jornales pagados fueron un alivio para los pobres. Pobres que siempre, desde el siglo xvii por lo menos, fueron exentos de tales contribuciones. De forma insidiosa otras luchas se escondían detrás de la guerra a la langosta: los campos de pastoreo eran propicios a la plaga, pero limitarlos era poner en peligro la ganadería, tema muy sensible en la España moderna. Ante tales situaciones, frente a la marabunta de langostas no quedaba más que "implorar la piedad de el Divino Auxilio, por medio de las demostraciones públicas que sean conducentes" (ayuntamiento de Murcia).

Milagros León no podía dejar de pintar los efectos de las calamidades sobre "la bondad de (las) condiciones espaciales y ambientales" de su Antequera natal: esta naturaleza rica (viciosa se decía en los tiempos modernos) atrae tanto a gorriones como a acrídidos. Las primaveras–veranos 1585, 1619–1620, 1657 y 1756–1757 han dejado huellas documentales importantes, con la constitución de juntas de la langosta, con el desembolso de gastos elevados: en enero 1757, la ciudad fue visitada, como se debe, por la cabeza de San Gregorio Ostiense en su recorrido, pero sin resultado. Es decir que se recurrió a los mismos medios que en otras partes: el arado, después el buitrón, y finalmente la rogación en sus múltiples modalidades y protectores. Aquí la actividad de los religiosos, y más aún de los capuchinos —buenos exorcistas— es primordial: la lucha contra el inofensivo (?) saltamontes se convierte en un enfrentamiento con el Maligno. A cambio, por supuesto, las limosnas caían en sus capuchas. Desgraciadamente los eclesiásticos hacían el trabajo fácil, el dificultoso (arar, cazar, recolectar, quemar) correspondía a los campesinos, y atrasaba sus otras actividades vitales.

Entre los siglos XVIII y buena parte del XIX, nada cambió fundamentalmente en cuanto al conocimiento y a la lucha contra el acrídido en España. ¿Podemos esperar tener una realidad diferente, más evolutiva del otro lado del Atlántico? Como en el caso hispano, los tres artículos presentes corresponden a regiones propicias al desarrollo de la plaga, por la importancia de las zonas yermas, el clima cálido, la importancia más o menos afirmada de una estación seca —con la complicación de huracanes—, o de suelos permeables. La tierra es "tan caliza que quema las raíces de las plantas" (María Isabel Campos): es decir Yucatán y Oaxaca. Pero tales condiciones son extensibles a buena parte de la geografía mexicana, por lo menos hasta la altura del trópico: referimos al texto en epígrafe sobre Nueva Galicia. ¿Es además simple coincidencia que la plaga "mexicana" de 1618 (Nueva Galicia y Yucatán) sea contemporánea de la de 16191620 en la Antequera de España? ¿Podemos hablar de un mismo episodio climático? Lo cierto es que la plaga española de 1755–1758 se corresponde con la de Yucatán de 1755–1756.

María Isabel Campos ha decidido asociar fenómenos naturales —huracanes— y plagas biológicas —langostas—. Por supuesto, la discusión quedará abierta, pero si recordamos que en el mundo hispano el Diablo está detrás de las nubes de acrídidos, nos interesará saber que en Yucatán fuerzas del Bien y del Mal se encarnan en las fuerzas que luchan en el interior de la tempestad, viento, lluvia, destrucción, preservación, y posteriormente sequía.

Si los españoles quedaron sorprendidos por las manifestaciones de tempestades tropicales, por supuesto que no lo fueron por la presencia de langostas en América, transfirieron su legislación en la materia, sus formas e instrumentos de combate —incluyendo la magia y la religión—. Sin embargo, algunas variantes se introdujeron en el Nuevo Mundo: es así que la presencia de tubérculos, de algunos árboles y frutos tropicales inaccesibles a la voracidad del insecto pudieron limitar sus efectos sobre la población indígena. Pero también había circunstancias adversas, por marzo–junio el ciclo de una milpa (maíz, calabaza, frijol) en plena actividad, cercana a la cosecha, podía coincidir con el brote de langosta. Por supuesto, la hipótesis de María Isabel Campos que asocia el desplome de la población tributaria de Yucatán con los huracanes y plagas de acrídidos —aparte de las epidemias— es tentadora, y sin duda un elemento explicativo. Pero no nos atrevimos a ir demasiado lejos: eso supondría que antes y después estas dos calamidades no eran tan devastadoras, lo que resulta más que dudoso. Sin embargo, su cuadro 4 resulta imprescindible si queremos entender "ese mundo que los mayas perdieron": por lo menos una vez por década se tenía que enfrentar hambruna, langosta, huracán, epidemia. ¡A veces los cuatro jinetes a la vez el mismo año! ¿Edad dorada? ¡Edad de hierro!

Según cuenta Luis Arrioja, la plaga de acrídidos nace en el sur de la Capitanía General de Guatemala en agosto de 1801, después de un año de sequía y algunas lluvias abundantes, alcanzando rápidamente el Soconusco, devorando las milpas a su paso. Desde entonces el intendente de Oaxaca pone sus barbas a remojar. Efectivamente, los vientos acarrean las langostas hasta Tehuantepec y Teotitlán del Valle en noviembre. Entonces es sólo una advertencia que tuvo una respuesta débil y el insecto anidó en la intendencia. Así, el flagelo renace a partir de julio de 1802, se extiende (Villa Alta, Cuatro Villas, Zimatlán). En julio de 1803 se extiende de los límites con Puebla a Tehuantepec. Algunos nubarrones alcanzan más de 150 kilómetros cuadrados de extensión.

Por supuesto, las respuestas se inspiran directamente de la Instrucción de 1755 —se nota la creación aquí también de juntas de la langosta—, pero con resultados aún menos eficientes que en la Península. Esto se debe probablemente a condiciones más adversas aun que en España: terrenos yermos e inaccesibles en mayor proporción, pobreza más acentuada de las comunidades campesinas. Economía agraria dañada a la vez por las destrucciones de la plaga y el costo del combate. Además, ciertas medidas como hogueras, cohetes sólo permitían ahuyentar las langostas hacia otros pueblos, aumentando aún las tensiones en el campo. En realidad, en 1804–1805, fue la naturaleza (en este caso el frío) que acabó con el desastre natural de la plaga.

Entre otras conclusiones de este episodio resulta evidente que la calamidad no respeta ni las fronteras, sobre todo políticas. Esto tomará importancia después de 1821, cuando nacen los estados nacionales, se revela en el estado de Oaxaca entre 1851 y 1853: se pudo pensar que estaba asediado por la epidemia de Colera morbus, procedente del norte, y la llegada de langostas desde Guatemala. En tales circunstancias, la fiebre obsidional necesitaba chivos expiatorios: fueron tanto Guatemala como las comunidades indígenas acusadas de incapacidad: el liberalismo mexicano forjaba sus instrumentos. Nuevos tiempos se anunciaban, con ellos la modernidad: Benito Juárez pidió un informe a la joven Escuela Nacional de Agricultura en 1856. Era tarde, pero el dictamen propuso innovaciones de interés: utilizar en la lucha repelentes naturales e insectos depredadores del acrídido. Otra vez, fue la naturaleza (fuertes lluvias en 1857–1858) que acabó con la calamidad. En todo esto, se notará, hay muchas repeticiones, sobre geografías extraordinariamente extendidas, casi planetarias.

Pero gracias al historiador, sus cambios de lentes, es posible evitar un simple tartamudeo. Es la aportación de Alejandra García, que todavía se acerca más a las tensiones sociales que acompañan los desastres originados por el artrópodo en el Yucatán prehenequenero de 1882–1883. En el inicio, de nuevo tenemos la sucesión de sequía y lluvias en un ambiente de canícula de 1882 y el brote de larvas en septiembre, todo esto enmarcado en fenómenos climáticos ligados al Niño y a la explosión del Krakatoa de 1883 que ennegrecieron los horizontes. Precisamente 1883 fue el año de la calamidad en Yucatán, y demostró que era todavía muy difícil separarse de la ganga tradicional, superar los egoísmos tratándose del enjambre devorador: una concentración de 10 kilómetros cuadrados puede engullir más de dos mil toneladas de vegetación en un día, bastante para entregar al hambre a centenares de familias.

Esta perspectiva no movió los ánimos de algunos, como el henequenero Escalante, entonces ya grandes exportadores de la fibra: cuando la comunidad de Opichén luchaba con determinación y disciplina, ellos sólo se preocuparon por sus tierras en el municipio. Son los mismos, con otros comerciantes y propietarios que en 1883 se oponen a un impuesto que hubiese permitido luchar contra la plaga y algunas de sus consecuencias, pero son favorables a una prima a los importadores de maíz. Por lo demás, como en los otros episodios relatados referentes a España y México, las medidas preventivas son casi ignoradas, los instrumentos siguen los mismos, el desanimo acaba con la buena voluntad. Sólo los planteles noveles, entonces de henequén, parecen escapar al desastre, poder recoger los miserables que por sus milpas destruidas son atraídos a las grandes propiedades: ¿era saak' otro instrumento modernizador, aliado de los empresarios?

Con la langosta vino el hambre. Pero ya sabemos que hay otros jinetes del Apocalipsis. Para quien conoce un poco la historia del general realista José de la Cruz no le sorprenderá que lo caricaturicemos jineteando un artrópodo, expandiendo extorsiones y represión a su entorno: ¡o que se les pida sus pareces a los canónigos de Guadalajara y Valladolid! El documento aquí presentado por Rafael Diego añade algunas facetas y circunstancias a tan interesante personaje ("frenética reacción" describe el comentador, "acaloramiento" dice el documento). Para calibrar el conjunto basta referirse a las 14 interrogaciones que hace el historiador al documento, y que tratan de sacarlo del simple ámbito regional, le dan una dimensión imperial: en 1817, el rey nombró una junta ad hoc para resolver el caso, y hacer la resolución extensiva a todas las posesiones. Esto precisamente en el momento en el cual dicha monarquía está a punto de dislocarse.

Para que la cosa parezca más redondeada, podríamos añadir una quinceava pregunta. ¿En qué medida ese conflicto entre el brigadier y la audiencia no mide el grado de militarización que se está alcanzando dentro de la administración hispana —desde la Guerra de Sucesión—, y la hispanoamericana —desde la Guerra de Siete Años, 1755–1762— y que tendrá después tanto éxito en el siglo XIX de cada lado del Atlántico? Recordaremos aquí simplemente a un Agustín Iturbide y a un Baldomero Espartero (1793–1879).

Si hay en Cruz algo de los "caudillos bárbaros" que después destrozaran Bolivia, las circunstancias de conjunto se deben de medir a la luz del calificativo que se da actualmente al periodo, "el sexenio absolutista" de 1814–1820. La denominación nos parece acertada, como todo lo que invita a la comparación, aquí con la monarquía absoluta del XVII. Pero precisamente hoy en día también se plantea el carácter negociado de ese Estado en la Europa moderna (XVI–XVII) . Y la reacción del monarca en 1817, frente a ese enfrentamiento civil–militar parece ponderada, buscando árbitros: nada de la política cerril (por otro lado adverada) que a veces se comenta. Un absolutismo, sí, pero temperado por el pragmatismo — "conciliación" se escribe en el texto—, apoyado en la colegialidad. ¿Como siempre? No queremos ser demasiado optimistas, sin embargo. No hay que olvidar además que "el poder moderador", producto del pensamiento liberal del momento (Benjamín Constant), nace por esas fechas, se aplica en 1824 en la constitución sin duda conservadora brasileña. Son realidades que hacen difíciles muchas clasificaciones.

Si seguimos a Phil Weigand el atractivo bosque de la Primavera es tan temible para Guadalajara como el irascible brigadier José de la Cruz, aunque el monte hoy sufra del embate de la capital. Pero lo mismo que el primoroso saltamontes, tras su apariencia apacible se esconde un monstruo implacable de 91 kilómetros cuadrados: una caldera volcánica peligrosa y apenas somnolienta. Como muchos otros fenómenos de ese tipo tiene atractivos para el género humano (agua, vegetación, tierras fértiles, obsidiana). A su alrededor se desarrolló una de las primeras culturas complejas del Occidente de México, y hoy la "perla" de la misma región. En cuanto a las características y riesgos que acompañan las calderas bastará decir que el Krakatoa, cuya explosión tuvo tanto impacto sobre el clima después de 1883, es de ese tipo: con mucha pedagogía, Phil Weigand, nos detalla el mecanismo de tal enorme bomba. Otra vez el espacio queda solicitado, y entrever el cataclismo posible nos remite a buena parte de la geografía norteamericana y del Pacífico: lo mismo que las lavas de langostas cubren los espacios tropicales de continentes enteros. Pero el tema nos remite a otras preocupaciones mencionadas de entrada: el gigante Coli está a su vez atacado por el hombre y sus aliados, aquí el agave y la caña, sus ricas tierras están en vía de laterización, su memoria arqueológica de destrucción.

Este artículo ofrece la ocasión, entre las flores de primavera del Coli, de despedirse con emoción de quien fue uno de los mejores y más fieles colaboradores de la revista. Hasta siempre, Phil.

Desde las vertiente dulcemente inclinadas del Coli, coloso dormido, pasando por huracanes, enjambres, jinetes apocalípticos recorriendo la faz de la tierra, hasta el lejano Krakatoa, hemos acompañado algunas perspectivas, apenas entreabiertas de la ciencia medioambiental, en su riqueza y variedad.

Lo más impresionante, si nos centramos sobre un solo tema, la langosta, es la manifestación de un sistema complejo que asocia relieve, climas, vegetación, fases evolutivas, conocimientos en transformación a su base empírica, modos de lucha materiales y espirituales, consecuencias sociales, económicas, hasta políticas. Y esto a lo largo de siglos, de espacios transcontinentales. Más impresionante todavía es el carácter casi intangible del sistema, en el tiempo y la distancia. Lo mismo diremos de este otro azote de la Tierra, el homo: de guerra en revolución, de religión en ideología política, de catástrofe en bonanza ha mantenido la misma agresividad, los mismos rituales, los mismos gestos, la misma mira expansionista a través todo el planeta, simplemente disfrazados bajo diferentes mantos y máscaras.

Para la langosta, el siglo XX y los pesticidas marcaron un parte–aguas; los años 1940, sus masacres, sus desastres y otras bombas atómicas fueron un desgarramiento decisivo para el homo, que intenta actualmente resarcir, con mucha dificultad, en medio de su propio enjambre de 7,000 millones de cabezas, estómagos y sexos. Tenemos por lo tanto 21,000 millones de preocupaciones. ¡Hay más investigaciones posibles que papel para revistas!

 

NOTAS

1 José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, "prólogo para franceses". Es cierto que finalmente descarta esta opción extrema, pero en aras "del famelismo gigantesco del Bajo Imperio" que sería el punto final: es decir desorden, egoísmo y destrucción.         [ Links ]

2 Página 4 de la edición de 1825. Está en alguna parte calificado de "animal lascivo", véase el artículo de Luis Arrioja, además los de Armando Alberola y Milagros León. También se mencionan los trabajos de Ignacio de Asso, ilustrado aragonés.

3 Archivo Histórico Nacional (Madrid), Sección Nobleza, Osuna, CT. 142, D. 60. Homero, Ilíada, canto XXI.         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons