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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versão On-line ISSN 2448-7554versão impressa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.32 no.125 Zamora  2011

 

Reseñas

 

Ma. Leticia Rivermar Pérez, Etnicidad y migración internacional. El caso de una comunidad nahua en el estado de Puebla.

 

Patricia Arias

 

Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2008, 266 p.

 

Universidad de Guadalajara parias@prodigymobil.com

 

Desde hace casi dos décadas en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) se constituyó uno de los grupos de investigación antropológica más activos en torno a un tema que comenzaba a cobrar vigencia en esa entidad: la migración a Estados Unidos. La salida de gente del mundo rural poblano, de comunidades indígenas en especial, amplió el espectro no sólo espacial sino también sociocultural de la migración internacional. Puebla, como se sabe, forma parte de las nuevas regiones así como de las nuevas dinámicas migratorias (Durand y Massey 2003).

La migración poblana y su incursión en los escenarios urbanos globales, en especial, en el área metropolitana de Nueva York, llamaron la atención de estudiosos de ambos lados de la frontera (Smith 1992). Las investigadoras de la BUAP comenzaron a estudiar el fenómeno en las comunidades de origen y han comenzado a incursionar en los lugares de destino de los migrantes en Estados Unidos. En libros, artículos, capítulos de libros y tesis, ellas han dado cuenta de los cambios incesantes y trastornadores que ha significado la generalización de la migración masculina, en especial, de los jóvenes; la salida, cada vez más notoria y permanente, de las mujeres de las comunidades rurales e indígenas del estado. Los estudios del equipo que se ha congregado en Puebla se han convertido en referentes indispensables para conocer las tendencias y características actuales de la migración rural e indígena, con hincapié en la migración femenina.

Una de las investigaciones más recientes y originales sobre la migración en una comunidad indígena es la que se presenta en este libro de Ma. Leticia Rivermar Pérez, elaborada originalmente como tesis de doctorado en Antropología Social en la ünam. Se trata de una etnografía clásica. Se centra en el estudio de una comunidad, Santa María de la Encarnación Xoyatla, donde la autora aborda los asuntos básicos, tradicionalmente estudiados de las trayectorias locales: espacio, historia, demografía, sistema de parentesco, trabajo, agricultura, organización cívico-política y religiosa, rituales. El sistema de cargos y la fiesta patronal son parte central del análisis. Para la autora es allí donde se centra la pertenencia comunitaria en contextos de intensa migración.

Como sucede en tantas comunidades rurales la vida local está atravesada por la migración, en este caso también, hacia Estados Unidos. Por esa razón, la salida más o menos reciente pero imparable de los xoyatecos constituye el otro eje central de la investigación. La etnografía es también clásica en cuanto a sus estrategias de investigación. La información que construye el relato y permite el análisis ha sido generada mediante el uso de técnicas etnográficas: recorridos, observación participante, entrevistas a profundidad, historias de vida, elaboración de genealogías, testimonios, observación de materiales videograbados, recopilación de relatos cuentos e historias significativas, diálogo intenso con personas claves en estancias de campo sucesivas a lo largo de nueve años (1997-2006).

Santa María de la Encarnación Xoyatla es una Junta Auxiliar del municipio de Tepeojuna, en el suroeste de Puebla; una región poco explorada por la antropología, de acuerdo con lo que señala Good en la presentación del libro. La imagen que nos ofrece Rivermar es la de una pequeña comunidad rural nahua, de hablantes de náhuatl y español, que dispone de una serie de servicios públicos y equipamientos privados. La descripción es tan precisa como contrastante: a pesar de su pequeñez, Xoyatla cuenta con carreteras, escuelas, luz, agua potable, drenaje, servicio telefónico, telecable; las viviendas, con los recursos de la migración, lucen muy mejoradas en su construcción y bien surtidas de aparatos electrodomésticos.

La imagen de pueblo que disfruta de servicios y bienes modernos se desdibuja cuando la autora señala el desuso al que pasan esas comodidades cuando los migrantes no están. La migración ha comenzado a hacerse presente, a filtrarse en todos los ámbitos de la vida local. Xoyatla, como tantas otras comunidades rurales, ha perdido población en las últimas décadas. En 2000 reunía entre 1200 y 1300 habitantes, menos que los que había en 1990. En el capítulo II, "La historia y el trabajo", Rivermar revisa una a una las actividades económicas de la población. El recuento es sintético pero ejemplar y da por resultado un retrato único, pero también repetible, de lo que sucede en tantas comunidades rurales pobres y alejadas del país. Para empezar, muestra que la historia local del trabajo, como en todos lados, no se agotaba en la actividad agrícola. En Xoyatla siempre existieron otros quehaceres de pequeña escala así como la necesidad de obtener salarios, es decir, dinero en efectivo de manera regular; necesidad que en la década de 1960 desplazó a los vecinos hacia los mercados de trabajo del Distrito Federal, Puebla, Tlaxcala, Pansacola. Se trataba de una migración laboral masculina que les permitía a los hombres regresar cada semana al pueblo a visitar a sus familias y cumplir sus obligaciones comunitarias.

La migración es muy diferente ahora. Los datos cuantitativos son apenas la punta del iceberg de lo que muestra la excelente información cualitativa que ofrece, página tras página el libro. De las familias encuestadas menos de la mitad tiene tierras de cultivo; hay abandono de la agricultura; los ancianos, sólo los ancianos, se aferran a un discurso de lucha por la tierra y de que la agricultura todavía "deja"; las tierras comunales se han repartido para construir vivienda; hay escasez de agua, presión y conflicto por espacios y recursos naturales con comunidades vecinas; las otras actividades tradicionales (una pequeña fábrica de mezcal, la confección de chiquihuites y petates) son estacionales y emplean poca gente; la apertura de tiendas y la compra de vehículos para transporte público se ha saturado. Se deja sentir el impacto de las remesas. La agricultura que persiste es subsidiada por el dinero de los que están en Estados Unidos; muchas de las tiendas y vehículos se han comprado con migradólares; el dinero para la construcción de casas proviene de los ahorros en el otro lado. La migración que se ha llevado a los xoyatecos ha atraído a la localidad a peones de otras comunidades para los quehaceres agrícolas y de la construcción.

Rivermar data el inicio de la migración a Estados Unidos en la década de 1980, da cuenta de su crecimiento acelerado y, sobre todo, de su transformación en un fenómeno que se ha convertido "en una parte fundamental de la vida de las familias xoyatecas, involucrando a mujeres y familias enteras" (p. 99). Según su último recuento, se había incrementado la migración en general y la salida de mujeres en especial: en 2006 ellas representaban ya una tercera parte de la población migrante. En principio, la migración xoyateca parecía similar a la de la región histórica hace treinta años (Massey et al., 1991). Los migrantes que se habían ido jóvenes y solteros regresaban a casarse a la comunidad. Pero en poco tiempo se marcaron las diferencias. Muchos de los jóvenes xoyatecos recién casados se van o procuran llevarse a sus esposas, lo cual ha incrementado los nacimientos en Estados Unidos. También advierte que aunque la tendencia era regresar a la comunidad a partir de los 40 años, cuando los hijos los sustituían en el flujo migratorio, en los últimos años se ha espaciado el regreso de los migrantes, situación que Rivermar atribuye a la política antiinmigrante en Estados Unidos y a la intensificación de la migración femenina. Aunque la autora sea reacia a aceptarlo, ella percibe, una y otra vez, la tendencia de muchas parejas al establecimiento permanente en el área de Nueva Jersey, donde, le dijeron, "Todo ese rumbo haga de cuenta de Atlixco a Matamoros" (p. 108). Lo que queda claro en los relatos es que la vida laboral de los xoyatecos está en el otro lado, que los nichos laborales locales son de "corte más bien esporádico" (p. 117) reconoce la autora. De hecho, en la tercera generación de migrantes hay nacidos en Estados Unidos que tienen nacionalidad de ese país; algunos han comprado casas; son más educados y han pasado por escuelas en ambos lados de la frontera; muchos son bilingües; las mujeres se dedican a distintas actividades, algunas de las cuales requieren manejo del inglés: cuidado de niños, limpieza, pero también obreras, trabajadoras en restaurantes y tiendas, venta de comida; allá festejan bautizos, cumpleaños, XV años, donde reproducen esquemas de reciprocidad como los que se acostumbran en el pueblo.

De hecho, Rivermar ofrece indicios abundantes y consistentes de que la migración persistente y prolongada ha tocado ámbitos muy sensibles y hay cambios muy drásticos y tensiones muy fuertes en Xoyatla. Se ha reducido el tiempo de noviazgo de las parejas porque los novios deben regresar a trabajar a Estados Unidos; se han ampliado los intervalos intergenésicos; se ha incrementado el número de parejas jóvenes que se van; los jóvenes regresan pero para llevarse a sus esposas a Estados Unidos; se ha incrementado la exogamia en el otro lado y las unidades domésticas de estatus legal mezclado en el otro lado; la población escolar del pueblo ha disminuido; los jóvenes acuden a las escuelas en Estados Unidos; hay migrantes que regresan al pueblo por temporadas cortas y sólo para asumir los compromisos del sistema de cargos; hay jóvenes que hace más de diez años que no regresan; las parejas dejan a sus hijos en el pueblo a cargo de familiares; niños que han nacido en Estados Unidos han sido regresados para que los cuiden los abuelos; el abandono conyugal y filial es más frecuente o, en todo caso, más abierto y reconocido; se critica duramente a las migrantes y se acentúan las definiciones tradicionales de hombre y mujer.

La dispersión geográfica, la separación a largo plazo sucede al mismo tiempo que las comunidades, las familias, los grupos domésticos tratan de mantener y estrechar los lazos que los unen. En Xoyatla, como en muchas otras comunidades rurales, se percibe el mantenimiento y reforzamiento de las instituciones socioculturales tradicionales (Magazine y Martínez Saldaña 2010). Para la autora, siguiendo a Good, "la expansión de relaciones ritualizadas [...] permite mantener instituciones nativas vigorosas, fortalece la organización social propia y reafirma la identidad cultural [...] Los sistemas de intercambio ceremonial fortalecen el grupo, como una unidad social integrada y como etnia" (p. 119-120). De allí que la segunda parte del libro, los capítulos III, IV y V, están dedicados a documentar la organización cívico-religiosa de la comunidad a tres niveles: el sistema de cargos, la fiesta patronal y los rituales agrícolas.

En ellos, la autora hace una excelente descripción de la complejidad y profusión de eventos, obligaciones, compromisos y prestaciones de los grupos domésticos que supone el sistema de cargos en Xoyatla. Esto se advierte, señala Rivermar, en el destino de las remesas que envían o el dinero con que llegan los migrantes. Éstas se distribuyen en dos grandes rubros: por una parte, hacia gastos o subsidios de índole familiar: construcción y mejora de las viviendas, agricultura, atención a la salud, compra de electrodomésticos. Por otra parte, al pago de fiestas familiares y comunitarias y a las cooperaciones para las actividades civiles y religiosas.

Desde su punto de vista, las fiestas reafirman de manera simbólica la identidad étnica de la comunidad, el compromiso étnico-político de todos sus miembros. Para Rivermar, la migración ha representado un reto a la organización social comunitaria. La respuesta ha sido la puesta al día de la organización del grupo doméstico para mantenerse como una unidad y así garantizar la reproducción de sus miembros en términos materiales y culturales (p. 75). Esto ha llevado a la exacerbación del mantenimiento del sistema de cargos, las fiestas y rituales. Rivermar ha puesto en evidencia la emergencia o fortalecimiento de instrumentos sociales para evitar, en la medida de lo posible, la ruptura de los compromisos por parte de los migrantes. Dos en especial: por una parte, la figura de la "representación" del migrante a través de un miembro de su grupo doméstico en la localidad y la extensión del parentesco ritual con los migrantes.

Desde luego que el proceso de reafirmación comunitaria no ha sido fácil ni terso. Lo que percibe y transmite Rivermar es que la permanencia del sistema de cargos y las obligaciones de las personas, en especial, de los varones de más de 18 años, que son los que tienen derechos, está enfrentada a una serie de cambios, ajustes, interpretaciones encontradas, tensiones. Los ejemplos sobran. La fiesta patronal de Xoyatla ha ganado en ostentación si se la compara con los pueblos vecinos: ha incorporado elementos nuevos como grupos musicales y cantantes reconocidos o el jaripeo organizado por empresarios, cuyos elevados costos recaen, en gran medida, sobre los migrantes. Pero el incremento de los costos ha generado también inconformidad e inconformes. Las presiones comunitarias se ejercen sobre los migrantes sin tomar en cuenta que no todos han sido igual de exitosos. La conversión religiosa y la migración a otras localidades de la región se explican como una manera de eludir los compromisos y costos comunitarios. Así las cosas, parecería que los cambios y ajustes tienen que ver con la coerción y la amenaza por parte de las comunidades, no sólo con la aceptación y el consenso de parte de los vecinos.

Las sanciones negativas para los que se niegan a aceptar los cargos y sus costos, ponen en peligro los derechos de los familiares que viven en las comunidades. Rivermar los menciona: el apresamiento del infractor o de quien lo representa en el pueblo, multas en efectivo, corte del servicio de energía eléctrica o del agua potable, expropiación del predio, negativa a extender documentos oficiales, negar el derecho al entierro en el cementerio del pueblo, quitar la casa, expulsión del pueblo. Muestra también cómo los ancianos y mujeres que permanecen en Xoyotla han tenido que hacerse cargo de la representación y asumir los trabajos y sanciones de los ausentes.

El caso de las mujeres es particularmente controvertido. En algunas etnografías se ha deslizado la idea de que las obligaciones comunitarias que han asumido las mujeres cuando los hombres han migrado las habría llevado a un cierto "empoderamiento". Sin embargo, lo que documenta Rivermar es que ellas, efectivamente, han tenido que encargarse de los trabajos que corresponden a sus migrantes, sobre todo en lo que se refiere a las tareas de servicio (barrer, participar en procesiones). Esto les ha supuesto más trabajo, sin duda, pero no el acceso a la estructura de poder local, que sigue siendo un atributo, un ámbito exclusivo de los hombres.

Eso por una parte. Por otra, habría que mencionar que la coerción para imponer el cumplimiento de los deberes comunitarios puede tener sentido para los que conservan parientes en la comunidad o cuentan con recursos o bienes que les interesa mantener. Pero ¿qué va a suceder con las nuevas generaciones, con los que nacieron y crecieron en Estados Unidos y no esperan regresar al pueblo; con las que no tienen tierras ni casas? Ruiz Robles (2004) ha documentado cómo los hijos de los migrantes mixtecos en Tijuana, jóvenes urbanos, educados, no entienden ni comparten la presión que las comunidades de origen ejercen sobre sus padres para que regresen a las comunidades de origen a asumir cargos que consumirán recursos que son tan necesarios para los hogares en Tijuana.

Aunque habría mucho que discutir —y existen excelentes etnografías para abrir esa discusión— acerca del carácter, el significado, la persistencia de los mecanismos acuñados por las comunidades para mantener los compromisos comunitarios y familiares de sus miembros en la diáspora, María Leticia Rivermar ha presentado y ha puesto en evidencia, con gran fineza y agudeza etnográfica, la trama compleja, contradictoria, tensa de la dinámica, los procesos, los mecanismos de continuidad, pero sobre todo de cambio, que rodean y enmarcan la vida y los dilemas de los xoyatecos de ambos lados de la frontera; situación que comparte con infinidad de comunidades rurales de nuestro país. Por ambas razones, se trata de una investigación que debe ser lectura obligada, imprescindible para los estudiosos de las sociedades rurales e indígenas del México de hoy.

 

Referencias

Durand, Jorge y Douglas S. Massey, Clandestinos. Migración México-Estados Unidos en los albores del siglo XXI, México, Universidad Autónoma de Zacatecas, Miguel Ángel Porrúa, 2003.         [ Links ]

Magazine, Roger y Tomás Martínez Saldaña, coords., Texcoco en el nuevo milenio. Cambio y continuidad en una región periurbana del Valle de México, México, Universidad Iberoamericana, 2010.         [ Links ]

Massey, Douglas S. et al., Los ausentes. El proceso social de la migración internacional en el occidente de México, México, Conaculta-Alianza Editorial, 1991.         [ Links ]

Ruiz Robles, Raúl René, "San Jerónimo Progreso: migración y remesas. Un sistema político sustentado por ellas" Blanca Suárez y Emma Zapata Martelo, coords., Remesas. Milagros y mucho más realizan las mujeres indígenas y campesinas, vol. II, México, Gimtrap, 2004, 7-32.         [ Links ]

Smith, Robert, "Mexicanos en Nueva York" en Nexos 171, México, marzo de 1992, 57-60.         [ Links ]

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