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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.31 no.122 Zamora ene. 2010

 

Reseñas

 

Séverine Durin (coord.). Entre luces y sombras. Miradas sobre los indígenas en el área metropolitana de Monterrey

 

Juan Luis Sariego Rodríguez*

 

México, CIESAS, CDI, 2008, 461 p.

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia-Unidad Chihuahua. Correo electrónico: jsariego@chih.cablemas.com

 

Entre luces y sombras es un libro que presenta, con indudable actualidad y de forma original, un panorama amplio de la situación en que viven los migrantes indígenas que en las últimas décadas han llegado, algunos para instalarse definitivamente y otros de forma intermitente y estacional, a la mancha urbana de la ciudad de Monterrey. En el texto se retratan sus formas de inserción laboral al mercado de trabajo de esta gran urbe, sea en el trabajo doméstico, en el comercio ambulante y de artesanías, o sea en la industria de transformación y los servicios. Se examinan también sus formas de asentamiento en colonias, barrios periféricos y centrales, y se pone especial cuidado a la hora de entender las modalidades diferenciadas de asentamiento y ocupación de las familias migrantes según el grupo étnico al que pertenecen.

En términos generales estamos hablando de cerca de 30 mil indígenas que habitan en la actualidad en el estado de Nuevo León, de los que casi 90 por ciento lo hacen en el área metropolitana de la ciudad de Monterrey, que comprende los municipios de Monterrey, San Pedro, Guadalupe, Escobedo, Apodaca, Santo Tomás, Santa Catarina y Juárez. Aunque, en conjunto, hablan más de 42 lenguas indígenas, predominan los nahuas, huastecos y otomíes, aunque también hay mixtecos, zapotecos, mazahuas y huicholes.

Como sucede en otras grandes ciudades de México, esta afluencia de los indígenas ha provocado que varias metrópolis del país, entre ellas, Monterrey, se estén convirtiendo, a un ritmo cada vez más acelerado, en una urbes étnicamente multiculturales y diversas. No olvidemos, por ejemplo, que algunos analistas, como Arturo Warman,1 estimaban hace ocho años que el área metropolitana de la ciudad de México constituía ya la mayor concentración indígena del país probablemente con más de 300 mil personas y que también era probable que la segunda concentración más numerosa de indígenas mexicanos en una ciudad sucediera en Los Ángeles, California, Estados Unidos. En efecto, la migración indígena, correlato vivo del abandono en que están sumidas muchas comunidades en las denominadas regiones de refugio del país, ha traído aparajedo un flujo creciente de migrantes rurales hacia esos polos urbanos. Entre ellos, los indígenas conforman seguramente el sector más invisible, por cuanto su condición étnica tiende a pasar desapercibida a los ojos de los capitalinos de viejo arraigo. En ocasiones, sólo su ocupación como vendedores ambulantes o como artesanos los vuelve visibles; en otras, en cambio, su trabajo como empleadas domésticas dispersas en las viviendas y barrios de la alta sociedad las convierte en sujetos indiferenciados dentro del mapa urbano.

Metodología. Unas breves palabras sobre el enfoque metodológico empleado a lo largo de todos los capítulos que componen el libro. Encuentro, al respecto, y en relación con otros muchos estudios sobre el tema de la migración indígena en las grandes ciudades, una novedad significativa.

En buena parte de la literatura sobre el tema, en efecto, predominan los enfoques en donde el énfasis está puesto en el carácter marginal de los migrantes indígenas en el escenario territorial y laboral de las ciudades. Así, desde los estudios clásicos de Redfield y Oscar Lewis hasta otros más recientes, como el de Larissa Lomnitz, los migrantes son vistos como seres que viven en las ciudades pero al margen de ellas, bien sea porque ocupan espacios periféricos, semirrurales, con la fisonomía propia de los cinturones de miseria, donde la ciudad deja de serlo, o bien sea porque se desempeñan en trabajos y ocupaciones que ocultan en realidad el desempleo y que resultan marginales y periféricos en el espectro de la economía urbana. Incluso en el debate originario de la antropología urbana en México, Redfield y Lewis polemizaron en torno a la permanencia de los rasgos rurales de los migrantes urbanos, llegando a postular que las vecindades de los tepoztecos en el colonias centrales de la ciudad de México no eran sino una prolongación de las formas de la vida rural, adaptadas a un nuevo contexto ecológico y social. Sin llegar a esos extremos, no pocos de los antropólogos urbanos han proyectado una imagen de los migrantes como sujetos en los límites de la condición urbana e incluso los han estudiado como sujetos semirrurales en el corazón o la periferia de las grandes urbes. De esta manera, en muchos de estos estudios sobre la migración, lo urbano aparece más como un telón de fondo que como una condición fundamental de las familias migrantes. Así, la antropología en la ciudad ha predominado por encima de una antropología de la ciudad.

En el libro que hoy comentamos, en cambio, yo encuentro que la condición urbana aparece como un rasgo esencial de los migrantes indígenas y, por eso, el discurso sobre la migración se convierte también en un discurso sobre la ciudad. Los indígenas que llegan a ella, aunque invisibles muchos de ellos en su condición étnica, aparecen como actores sociales insertos en la dinámica urbana: son vendedores ambulantes al lado de los semáforos y cruces peatonales, comercian sus artesanías, se pasean en los parques públicos más emblemáticos de Monterrey, saltan a los titulares de la prensa local y, como es el caso de las trabajadoras domésticas, se emplean en hogares de las colonias residenciales más distinguidas de la ciudad. E incluso, como sucede con los huicholes, su presencia ha despertado entre algunos grupos de regiomontanos una inusitada avidez por acceder a ciertos bienes simbólicos, como las ceremonias de purificación y reconciliación con la naturaleza, que apuntan hacia una recuperación de los orígenes, valores y principios ligados a la mexicanidad, de la que los miembros de este grupo étnico serían un depositario axiomático.

Esta perspectiva metodológica que atraviesa los capítulos del libro proyecta una imagen de la ciudad no sólo como un escenario, sino sobre todo como una condición fundamental de la identidad de los migrantes indígenas. En suma, me parece un gran acierto que desde el principio del texto se adopte abiertamente un enfoque holista, que trata de ver a los migrantes sumidos en sus dinámicas propias derivadas de su condición étnica, pero al mismo tiempo insertos en la dinámica urbana. Encuentro, por ello, muy atinado que se haya recurrido a una revisión sistemática de los datos socio-demográficos del área metropolitana de Monterrey para identificar la presencia de los indígenas, tanto en sus asentamientos, como en sus modos de adaptación e integración a la economía urbana.

Si la revisión de las estadísticas de población al nivel desagregado de las unidades censales más pequeñas permite a los autores precisar la ubicación en forma congregada, aislada y dispersa y la actividad económica de los indígenas, de acuerdo a su condición y origen étnicos, el uso cuidadoso de las técnicas etnográficas (la observación participante, las entrevistas a profundidad, la técnica de los grupos focales y la revisión sistemática de las notas sobre el tema publicadas en la prensa local) otorgan al estudio una profundidad de análisis tal que permite entender de una forma comprensiva el tema de la migración indígena, al mismo tiempo que da voz a sujetos y colectivos implicados en ella.

Si los indígenas migrantes son ya parte de la ciudad, es justificado pensar, como lo plantea este libro, que sus relaciones con otros actores urbanos, en especial con las instituciones públicas de diferentes órdenes, han contribuido a perfilar su identidad como sujetos visibles étnicamente diferenciados, como sucede en particular con los nahuas, huastecos, mixtecos, otomíes, mazahuas y huicholes en el área metropolitana de Monterrey.

En la introducción, y a partir de una revisión de los estudios sobre el tema, tanto entre los migrantes indígenas en México como entre los mexicanos que se han asentado en Estados Unidos, Séverine Durin propone, como ya lo hemos apuntado, una metodología que combine los enfoques sociodemográficos y antropológicos para proyectar una imagen global de la población indígena en el AMM que permita entender los procesos de su reproducción étnica. Tras analizar de forma sintética el proceso de construcción de las identidades étnicas entre los migrantes indígenas, plantea que éstos, en las ciudades, reconstruyen sus sentimientos de pertenencia a partir de las imágenes que les son devueltas en su cotidianidad y el tipo de relaciones que mantienen con aquellos que no son indígenas, pues la identidad étnica es contrastiva y se forja en relación con otros. La dinámica de esta reconstrucción de la identidad pasa, desde luego, por un esquema de desigualdades en el que los indígenas tienden a ser estigmatizados e incluso llegan a ser objeto de formas variadas de discriminación y racismo. Retomando los planteamientos de Renato Rosaldo, la autora propone que, así como sucede con la población mexicana en Estados Unidos, también en México y en relación con los migrantes indígenas existe una relación inversa entre ciudadanía e invisibilidad cultural.

La ciudad, concluye Séverine, es un espacio de construcción de identidades colectivas: los migrantes indígenas las crean y reproducen a través de sólidas redes de parentesco, vecindad, religión y apoyo mutuo para acceder al empleo. Los citadinos arraigados, en algunos casos, también reconstruyen nuevas formas de colectividades simbólicas, en la medida en que se congregan para acceder, a través de los indígenas, a formas de autoidentificación ligadas a la búsqueda de las raíces profundas de la mexicanidad. Así, tanto las comunidades de origen como las ciudades son el escenario de fenómenos híbridos y como tales inacabados y fluyentes.

La primera parte del libro, se refiere al tema del empleo doméstico en el que se desempeña un número considerable de mujeres jóvenes indígenas que llegan a Monterrey. Esta sección del libro contiene tres capítulos. En el primero de ellos, Séverine y Rebeca Moreno plantean un panorama general de la migración indígena en la zona metropolitana de Monterrey sobre la base de tres ejes de análisis: las formas de implantación espacial, la inserción laboral y la condición étnica. Entre las conclusiones más importantes del capítulo destacan las siguientes:

a) La migración indígena hacia el AMM inicia en la década de 1970 y se masifica desde la de 1990. Se puede hablar de dos grandes grupos de indígenas en el AMM. Uno más grande donde destacan las empleadas domésticas. El otro, el de los comerciantes. Predominan las mujeres jóvenes empleadas en el servicio doméstico (43 por ciento de la phli), en especial nahuas y tenek concentradas en las colonias más adineradas de San Pedro, Monterrey y Guadalupe.

b) El trabajo ambulante no es el empleo predominante entre los indígenas (7° lugar) pero ocupa predominantemente a mixtecos, otomíes y mazahuas. Corresponde a una etapa del ciclo de vida de una familia posterior a la del empleo doméstico. Entre los comerciantes ambulantes la escolaridad es baja y predomina el empleo infantil.

c) Una buena parte de los hogares indígenas son dispersos con empleados en la industria y las artesanías.

d) Los patrones de asentamiento pueden ser tipificados de la siguiente manera:

- Entre los nahuas (San Luis Potosí, Puebla y Veracruz) y tenek (San Luis Potosí y Veracruz) y en menor medida entre los zapotecos de Oaxaca se observa un predominio de mujeres jóvenes, empleadas domésticas "puertas adentro", con un patrón de asentamiento aislado. Los hombres suelen emplearse como artesanos, obreros y peones. Los hogares familiares se encuentran dispersos y las redes sociales juegan un papel determinante para acceder al empleo.

- Los otomíes (de Santiago Mexquititlán, Querétaro), mixtecos (de San Andrés Montaña, Oaxaca) y mazahuas (del estado de México), entre los que predomina el comercio ambulante y la baja escolaridad, viven de manera congregada y por eso presentan una mayor visibilidad a los ojos de las dependencias gubernamentales y la opinión pública. También aquí la solidaridad entre paisanos se convierte en un medio indispensable para acceder al empleo. De todos estos grupos, sin duda, son los mixtecos los que han logrado una mayor visibilidad.

En el capítulo 2, Adela Díaz Meléndez, valiéndose de un detallado trabajo etnográfico, toma como espacio referencial la Alameda Mariano Escobedo de Monterrey para analizar cómo, desde la década de 1990, las familias indígenas migrantes se han ido apropiando simbólicamente de este espacio de ocio, lo que ha provocado diferentes reacciones, entre ellas, el hecho de que la sociedad hegemónica regiomontana se haya sentido desplazada y despojada de ese lugar, por muchas décadas emblemático de la ciudad. Así la Alameda se ha convertido en un espacio segregado y estigmatizado, lo que expresa la discriminación que viven los indígenas que migran al área metropolitana de Monterrey.

El capítulo 3, escrito por Laura Chavarría Montemayor analiza la forma en que las empleadas domésticas indígenas que se han asentado en Monterrey, recurren a la estrategia de conformar y consolidar entre ellas redes sociales de apoyo mutuo, para enfrentar así situaciones de indefensión, de vulnerabilidad, de violencia social y de género en que muchas veces se ven envueltas. Dichas redes, flexibles pero sólidas, no sólo facilitan a las recién llegadas el acceso al trabajo, sino que también constituyen una modalidad de apoyo económico y afectivo, en un medio que les es extraño y en muchos sentidos hostil.

La segunda parte del libro se ocupa en analizar las miradas y los discursos de los regiomontanos sobre la migrantes indígenas. Primero, en el capítulo 4, Rebeca Moreno Zúñiga revisa la prensa local, en especial el periódico El Norte. Concluye que frente a una imagen idealizada del pasado indígena de México y del Noreste, las representaciones recurrentes en la prensa regiomontana sobre los indígenas migrantes de la actualidad tienden a estigmatizarlos como seres extraños a la ciudad cuyo origen natural es el medio rural, como delincuentes, irresponsables en el cuidado de sus hijos, belicosos con las autoridades municipales, ignorantes, manipulables, infantiles, obscenos, transgresores del modelo patriarcal dominante en la sociedad regiomontana y violadores de la "ética sexual del silencio". De esta visión criminalizada sólo se libran los niños ganadores de concursos de narrativa indígena, en la medida en que no sólo revelan los aspectos artísticos y culturales más recuperables de su identidad étnica, sino también porque han asimilado como valor propio la escolarización formal, el estudio y el trabajo.

El segundo capítulo (5) dentro de esta sección, se refiere a las relaciones que un grupo heterogéneo de regiomontanos, a los que pudiera englobarse dentro de la categoría de "new agers" han entablado con los huicholes, tanto a raíz de su participación en los rituales y peregrinaciones turísticas al centro ceremonial del Cañón de Guitarritas, en el Parque de la Huasteca del municipio de Santa Catarina, como por medio de visitas periódicas a San Andrés Cohamiata, población situada en la Sierra huichola de Jalisco, a donde asisten con ocasión de las ceremonias de la Semana Santa.

Séverine Durin y Alejandra Aguilar Ríos, autoras de este capítulo, presentan una interesante etnografía que transcurre entre estos dos polos rituales de atracción y muestran cómo, en contraste con lo que sucede con la mayoría de los migrantes indígenas que acceden al área de Monterrey, los huicholes "eculturísticos" son considerados y aceptados como sujetos detentadores de un capital simbólico y portadores de un conocimiento sobrenatural que encuentra eco entre algunos sectores de las clases altas regiomontanas en búsqueda de los valores originarios de la mexicanidad.

La tercera y última parte de libro tiene como eje central el análisis de los procesos de reproducción étnica entre los nahuas, otomíes y huicholes que se asientan de forma estacional o estable en el área metropolitana de Monterrey.

Nydia Prieto Chávez trata en el capítulo 6 de deconstruir el estigma que tiende a identificar el trabajo infantil entre los migrantes indígenas con una forma de explotación y abandono de los menores. Por el contrario, y a partir del estudio a profundidad de varias familias de origen nahua y otomí, demuestra que la participación de los niños en el trabajo que desempeñan sus madres no excluye su desempeño como estudiantes y es una estrategia para trasmitir los valores, creencias y actitudes que el grupo familiar de origen tiene sobre el trabajo, así como una forma de preparar a los niños para la vida adulta, transmitiéndoles habilidades aprendidas con la observación de las actividades de sus padres.

En el capítulo 7, de nuevo Séverine retoma el tema de la inserción de los huicholes en la economía urbana de Monterrey. Partiendo del concepto de Irving Goffman de fachada, logra mostrar que los artesanos huicholes de Monterrey recurren a tres fachadas para vender sus mercancías: la fachada de artesano, para la demanda popular con productos de bajo costo (bisutería); la fachada barroca, para la demanda turística con productos propios de la etnia con ventas en museos, tianguis turísticos y ferias; y la fachada de sabio, para la venta de productos artesanales en contextos de valoración de pertenencia al grupo y práctica de la cultura, por ejemplo en ceremonias rituales. Entre el público que se acerca a estos últimos artesanos destaca un grupo de compradores de clase media alta y alta que defienden valores como el respeto a la naturaleza y se identifican como defensores del comercio justo.

En el último capítulo (8), Luis Fernando García Álvarez se pregunta acerca del significado que asume el hecho de que algunas familias otomíes procedentes del estado de Querétaro hayan fundado una iglesia Pentecostal con sendos templos y congregaciones en Monterrey y en su lugar de origen, Santiago Mexquititlán. La tesis central es que esta nueva adscripción religiosa que rompe con "el costumbre" y la afiliación tradicional católica busca responder a los interrogantes que plantea a los migrantes su inserción en un medio urbano que les resulta extraño y ajeno y su ruptura con la comunidad de origen. La adhesión de estas familias a las congregaciones evangélicas con un estilo de organización más flexible e igualitario que el que predomina en el medio católico, permite a estos migrantes reencontrase en nuevas redes sociales entre paisanos migrantes, resignificando en el nuevo contexto urbano su relación con lo sagrado.

Reflexiones finales. "Entre luces y sombras" es un buen texto para adentrarse a la complejidad de los fenómenos urbanos actuales que atañen a las grandes ciudades como Monterrey. En particular, su lectura puede servir de guía para descifrar las claves de la multiculturalidad. Porque en la actualidad, pero sin duda con más fuerza en el futuro cercano, los indígenas dejarán de ser un sujeto social extraño, folklórico y ajeno a la trama social, laboral y cultural de nuestras ciudades, para adquirir con fuerza creciente una ciudadanía que nunca debió habérseles negado. Creo que el libro que hoy comentamos, apuesta por este futuro y representa por ello un texto que puede dar origen a muchas reflexiones privadas, pero también públicas en las que Estado y sociedad civil puedan no sólo reconciliarse con el pasado indígena de México, sino también diseñar esfuerzos colectivos e institucionales para convivir con respeto y aceptación hacia los colectivos indígenas que cada día pueblan más nuestras ciudades.

Aunque los autores del texto no hacen una mención explícita a las razones que les impulsaron a escoger el título de este libro, me atrevo a imaginar que "entre luces y sombras" es una buena imagen para describir la contrastante realidad que viven hoy los indígenas urbanos de la metrópoli regiomontana: luces como las que sirven de foco de atracción hacia la modernidad y sus beneficios: vivienda, escuela, trabajo y ocio. Sombras, como las que afrontan y desafían quienes, por causa de su pobreza, se ven obligados a arrancar sus vidas de su geografía cultural de origen, así como a sufrir en territorio extraño el precio de la discriminación por su origen social y étnico.

Ojalá que este libro, que fue escrito desde una mirada crítica, sirva para reflexionar acerca de esta contradictoria realidad de los indígenas migrantes y contribuya a descifrar sus claves.

 

Notas

1 Cfr. Arturo Warman, "Los indios de México", en: Nexos, núm. 280, abril 2001, 39-42.         [ Links ]

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