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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

versión On-line ISSN 2448-7554versión impresa ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.30 no.118 Zamora jun. 2009

 

Sección temática

 

Un mundo subterráneo de la significación: Los mineros mexicanos

 

Pedro Reygadas*, Juan Luis Sariego**

 

 

* El Colegio de San Luis. Correo electrónico: reygadas@rocketmail.com

** Escuela Nacional de Antropología e Historia-Unidad Chihuahua. Correo electrónico: jsariego@ch.cablemas.com

 

Fecha de recepción del artículo: 6 de junio de 2009.
Fecha de aceptación y recepción de la versión final: 20 de junio de 2009.

 

Resumen

Partiendo especialmente del caso de Charcas, en el estado de San Luis Potosí, pero refiriéndonos también a otros centros mineros del país, analizamos en este artículo el mundo simbólico del lenguaje de los mineros. Se describen para ello los procesos de trabajo en el interior de las minas, así como las formas de organización, jerarquía y división del trabajo. También se exploran los procesos históricos complejos que han dado lugar a la apropiación de los mineros de términos de raíz náhuatl, española e inglesa y que se traducen en un vocabulario y en formas de conversación distintivas. La tesis central que trata de proponerse es que el lenguaje minero es, al mismo tiempo, un modo original de comunicación y un espejo de las luchas de los trabajadores por apropiarse de la significación de su experiencia laboral.

Palabras clave: Minería, lenguaje minero, proceso de trabajo, cultura minera, lucha obrera.

 

El lenguaje es la casa del ser, decía Heidegger (1970). La gramática es una forma de vida, decía Wittgenstein (1999); para él, el lenguaje es una práctica, una acción dinámica conformada por diversos juegos: es una ciudad llena de vericuetos y superposiciones históricas. Para Voloshinov (1976), el lenguaje es una batalla por el sentido, siempre ligada a las distintas ideologías. En el mismo sentido, Gramsci contempla la batalla por la hegemonía a través del lenguaje, concebido como un tesoro histórico y cultural (1986). El chileno Maturana (1995), por último, entiende el lenguaje como una red tejida en el vínculo entre emocionarse y conversar (véase también Reygadas y Shanker 2007).

En este artículo vamos a tratar de mostrar la forma de vida minera en el lenguaje, el ser minero y los juegos de su práctica en una dinámica que viene desde la Colonia, que se reorientó a raíz de la mexicanización de 1961 y la consecuente modernización tecnológica iniciada en la década de los setenta del siglo pasado y que hoy, en el contexto de la globalización y la modernización adquiere nuevas expresiones. A resultas de todos estos cambios, asistimos desde hace cerca de tres décadas a un cambio en los patrones de la cultura y el lenguaje mineros que se refleja en las formas y los procesos de trabajo, la vida dentro de las comunidades y las prácticas sindicales y organizativas.

A lo largo de este artículo, trataremos de mostrar cómo se manifiesta la peculiar forma de vida del lenguaje de la cultura minera mexicana y su proceso histórico, su red de conversaciones.1 Nos centramos más específicamente en lo lenguajes característicos del trabajo y la vida cotidiana dentro de la mina y más en la extracción que en el "beneficio"2 del metal. Sólo haremos algunas referencias indirectas a aquellos otros que se vinculan a la convivencia de los mineros en el ámbito urbano así como a los que se vinculan con sus costumbres y prácticas sindicales. Entrecomillamos cada uno de los términos del lenguaje minero e indicamos con una (CH) o una mención explícita las palabras o expresiones escuchadas en Charcas.

Hay en la literatura algunos léxicos mineros, necesarios incluso para las empresas en la disputa por el control y manejo del trabajo, o simplemente para hacerse entender. Algunos de tales léxicos son muy extensos y valiosos.3 Aquí pretendemos, sin embargo, algo diferente: dar un poco de vida al léxico, insertarlo en una narración y discusión sobre la cultura, la identidad y la política a través del lenguaje, dejando fuera muchas de las mil o más entradas de un posible diccionario minero completo.4 Tendremos en cambio un reconocimiento de los términos dentro del lenguaje minero como práctica social.

Vamos a efectuar una especie de viaje. Empezaremos con una descripción sucinta de la geografía minera, en un sentido ideal, ya que es variable según el caso. Seguiremos con la exposición de los distintos sistemas de signos que se emplean en las minas, para pasar luego a los campos semántico-discursivos fundamentales del mundo de la vida minera: el trabajo y el capital (a través de las máquinas y herramientas). Acabaremos con una reflexión sobre algunos procesos lingüísticos en juego en el discurso minero y recrearemos algunas conversaciones de la memoria y las leyendas mineras, para extraer por último algunas conclusiones.

 

LA GEOGRAFÍA SUBTERRÁNEA

Durante la época colonial se utilizó el término "real de minas", para referirse a todos aquellos centros mineros que, por su importancia económica y política, dependían administrativamente de la Corona española. En el México independiente, y sobre todo a finales del siglo XIX comenzó a usarse el término de "Mineral" para designar todo tipo de centro minero, en especial los enclaves aislados del Norte del país, surgidos a raíz de la llegada de los capitales extranjeros (principalmente estadounidenses, franceses e ingleses). En los Minerales prevaleció una lógica segregacionista del espacio urbano de acuerdo al origen y condición étnica de trabajadores, empleados y empresarios. En ellos junto a las minas, los "tiros", las "plantas de beneficio", las "fundiciones" y los "talleres de maestranza" aparecieron los pueblos mineros.

Una "obra minera", como la de Charcas, tiene diversas plantas y departamentos como los de seguridad, mina, molino, taller mecánico, diesel, taller eléctrico, geología y mantenimiento. Al mismo tiempo se usa el término de "fundo minero" para referirse a la superficie cuyo subsuelo ha sido concesionado a una determinada empresa o a algún minero.

Afuera de las minas y cerca de las "bocaminas" y "tiros", se encuentran la "beneficiadora" o "planta concentradora" donde se procesa el mineral a través de un proceso de "trituración", "molienda", "flotación selectiva" y "secado" del mineral que lo convierte en una pasta espesa o "concentrado", listo para ser enviado a alguna "fundición". Se trata de plantas metalúrgicas que antaño retaban al cielo con sus enormes chimeneas o "chacuacos", que todavía identifican muchos sitios.

El paisaje minero deja tras de sí los célebres "pueblos fantasmas", como "Real de Catorce", en San Luis Potosí, y también otro elemento infaltable en los centros mineros: en los terrenos olvidados, cuando acaba la minería, quedan los desechos inservibles, los famosos "jales" o "terreros" mineros, desperdicios o "colas" sobrantes de las "plantas de beneficio" desechos acumulados en verdaderas neomontañas artificiales, hechas por el ser humano, por el proceso de explotación minera (CH, entre jóvenes se llega a escuchar la contracción "jal").

En no pocas ocasiones, la minería moderna vuelve a explotar los "jales" coloniales por nuevos procedimientos metalúrgicos, tal y como los practicaron los empresarios ingleses en las minas de Guanajuato durante la época colonial y como lo hacen hoy muchas negociaciones mineras. Y es que muchos cambios ocurren en la minería actual, porque no sólo se explotan hoy viejos "jales", sino que la mediana minería y en ocasiones la gran minería explotan ya no en "socavones", sino en "tajos a cielo abierto", sistema de explotación que fue introducido por primera vez en México en las minas de Cananea (Sonora) en los años de la Segunda Guerra mundial.

La minería de "tajos a cielo abierto" modifica por completo la geografía: "vuela" los cerros, tritura millones de toneladas de mineral, lixivia con cianuro u otros procedimientos y obtiene el metal, dejando en las regiones un paisaje con montañas mochas y otras llenas de "tepetate" o "material muerto" sin "valores" metálicos, huecos de cientos de metros, albercas contaminantes y "jales" de desperdicio rodeados por campos yermos por décadas.

Pero la minería de "tajo a cielo abierto" no es nuestro tema de interés ya que no se practica en Charcas, sino la "subterránea", la que emplea la excavación y que dio origen a un lenguaje minero peculiar. En este caso, decimos que la mina se sitúa en la montaña, en el "macizo" (CH). Al cerro perforado donde está el mineral se le nombra la "metalera" (CH). A la mina subterránea, al "socavón", se baja descendiendo por un "tiro" vertical desde la "bocamina" (a veces llamada "socavón", modificando el término originario) o en algunos sitios, como sucede en parte en Charcas y en el cercano poblado minero de Villa de la Paz, se desciende ya en la modernidad "por llanta", mediante rampas por las que transitan "dompes" o camiones de gran calado. En estos casos, por todos lados hay "viento" (aire), agua y luz, e incluso teléfono (o, en otras minas, radio, y se avanza ya hacia el "chip" para localizar a cada trabajador dentro de la mina). Al bajar se dice que vamos por "rampa descendente" y al subir, por la misma va, se va por "rampa ascendente", y cada tanto hay "cruceros" para recibir servicios (agua, luz, aire) o se avanza en el "rebaje" u obra de explotación vertical. Pero antaño, como decía Alejandro de Humboldt de las minas de Guanajuato en el inicio del siglo XIX, éstas eran verdaderas ciudades, auténticos panales humanos en medio de la penumbra que todo lo iguala.

Desde el descubrimiento de las minas, los tiros siempre tienen su nombre: el 'Tiro General", ya cerrado pero que todavía da nombre a una sección de la mina en Charcas; el de "San Bartolo", por donde se baja en calesa; el tiro más arriba, que es nombrado "El Castillo"; el tiro "Rey-Reina", al que se baja en enorme rampa; "La Aurora", "San Fernando" (que todavía usa "malacate"), "San Sebastián", "Leones", o el recién abierto de "Las Eulalias" y otros. De manera que, si queremos conocerla, lo primero que debemos preguntar al bajar a una mina subterránea es: ¿cuántos tiros tiene?

En los tiros y cada 50 metros de profundidad, se abre un "cañón" (CH), "nivel" o frente horizontal, de modo que en una mina existen diferentes niveles que se identifican por los metros de profundidad a que se encuentran en relación con el "brocal" de la mina. En un determinado nivel puede haber varios "cañones" y "contracañones" que no son sino frentes perpendiculares al cañón principal.

Pero dada la complejidad del territorio existen "tiros" o "pozos" y "contratiros" o "contrapozos" para sacar aire en ocasiones o, más comúnmente para acceder a lugares más profundos donde hay "valores" o yacimientos metálicos. Los "contratiros" o "contrapozos" son tiros más profundos que parten de un determinado nivel sin llegar hasta la superficie de la mina. Y así, en el proceso de trabajo, se tienen que ir haciendo "canalones" (CH) para abrir nuevos pozos. Este término, "pozo", atrae su campo semántico-discursivo y nos permite encontrar construcciones sintácticas como "el brocal del tiro de la mina", por analogía con el brocal o antepecho que rodea la boca del pozo de agua para evitar que alguien se caiga en él.

A cada "nivel" o "cañón" llega la "calesa" o ascensor en el que descienden y suben hasta la superficie los mineros. El lugar donde llega y se espera la "calesa" es nombrado "ventanilla" (CH) y cerca de él se suele localizar algún pequeño almacén para guardar herramientas o material explosivo ("polvorines"), así como un lugar para comer el "lonche". También, y por tratarse de un área muy frecuentada por quienes trabajan en un determinado nivel, los mineros acostumbran a instalar ahí algunas pequeñas capillas con imágenes de la Virgen de Guadalupe o los santos de su devoción, como San Francisco, velas y alguna piedra mineral de valor, esperando así encontrar nuevas riquezas.

El camino dentro de la mina reconstituye la geografía, en lugar de piso, techo y paredes. Así, en Charcas nos encontramos ante la "tabla derecha", la "tabla izquierda", la "tabla del bajo" la "tabla del alto" que, dada la localización subterránea, es llamada la "cabeza, el "cielo" o, mejor todavía, el "contracielo". Y el aspecto de este microuniverso varía, según la mina y sus características geológicas, como el "cuerpo encajonado en intrusita" del tiro "La Aurora", en Charcas.

Entre los charquenses, los grandes territorios de explotación se nombran sectores: sector I, II, III. Y los cañones o "galerías" se nombran numéricamente, por el "nivel" de profundidad. Así, podíamos escuchar, que alguien está trabajando en el nivel 1, sector i. También se llegan a nombrar los niveles por los metros de profundidad: nivel 90, 100 o 300. En Charcas, cada 60 metros hay un nivel, en un tiro que puede llegar al fondo hasta mil metros y se localiza el punto de trabajo por coordenadas, señalando primero el nivel: por ejemplo, 18-167, en general, usando niveles pares, salvo cuando hay en el intermedio alguna obra, de modo que el nivel i es de 60 metros de profundidad, el II tiene 120, etcétera.

En la mina nos encontramos con el "mineral" (zinc, cobre, plomo, oro y plata, siempre asociados en las minas metálicas) y también con "mojo", que es en Charcas el nombre de la piedra azul, blanca, del "tepetate". El metal sigue "vetas" o "filones", que tienen determinados centímetros de "potencia" (ancho). En algunos lugares las vetas tienen muchos nombres pintorescos. Así, en Charcas se habla de la "veta reina" y de la "veta rey", con alta "ley" o contenido metálico, a pesar de haber sido explotadas desde hace ya siglos. En otros lugares, las vetas tienen nombres pintorescos, como "veta Francisco Villa" o en Real del Monte las vetas "Dios te guíe", "Paricutín" o en la Sierra de Chihuahua "Lluvia de oro". Las vetas se presentan en ocasiones como cuerpos completos de metal, nombrados "chimeneas", o el mineral puede no presentarse en forma de vetas sino estar disperso en "pórfidos".

Abajo, en el interior de la mina, hay una ciudad donde circulan los hombres, las herramientas, las máquinas, los explosivos, el mineral y también los transportes. El tamaño del mineral se regula desde la perforación, momento en que se calcula "cerrar" el barrenado para obtener piedra más pequeña. Luego, los diversos carros de transporte "góndolas" o "conchas" vacían su contenido en una "parrilla", que es un agujero con cuadros de fierro (de unos 23 centímetros) en forma de reja y que sirve para evitar el paso de rocas voluminosas. Abajo, al bajar por la "buchaca" (por asociación con el agujero de las mesas de billar), "caída" o "chute", se detiene el mineral en otra rejilla o sale por las "trompas". Debajo del "pozo" o "metalera", el mineral cae hasta 400 metros. Cuando los que recogen hasta abajo el material ya no tienen nada qué transportar suelen gritar: "echen mierda, porque ya no hay" (es decir, arrojen más mineral -CH-). Los sitios de vaciado del mineral, que cumplen la función de almacenes en movimiento constante, son también llamados "metaleras". Luego entra el mineral al "martillo" con el que el "martillero" o "parrillero" lo quiebra para hacerlo pasar por la "parrilla". El mineral cae a una "quebradora", "muela", "quijada" o "cochina" y luego a una banda transportadora donde se llenan los "botes" o "esquips" (Skips) y se "mantean" a la superficie. Al sacar el mineral a la superficie de la mina, los carros se lo llevan por una especie de montaña rusa hasta el sitio de depósito, quebrándose primero por gravedad.

Cuando se entra y sale de las minas, y en especial, en las de carbón, es conveniente distinguir entre los caminos de las "idas" que tienen "aire sano" (limpio) y los "regresos", que llevan "aire sucio" (viciado). Y los mineros, además, deben tener cuidado de las "socarras" (CH) o grietas con gases, sobre todo en las minas de carbón, donde el gas "grisú" o metano cobra vidas de trabajadores una y otra vez.

Dentro de la mina el avance puede darse en forma horizontal o vertical. En el primer caso se dirá que se perforó un cañón o galería, mientras que en el segundo se hablará del "cuele de un rebaje" o de un "cielo". Los "rebajes" son obras de perforación que se inician desde un determinado nivel hasta comunicarlo con el inmediato superior, vaciando después, el mineral contenido entre ambos niveles. Para ello, se abren "cielos" o pequeños tiros perforando hacia arriba y después a los lados, dejando caer el mineral a través de "alcancías" o "chutes". Siempre el "perforista" debe ser cuidadoso para que entre el piso del mineral que ya tumbó y el cielo quede la altura precisa que le permita volver a poder instalar la perforadora y seguir "colando el rebaje". Se habla entonces del "tumbe del mineral sobre carga" puesto que el perforista siempre está trabajando sobre la "carga" o mineral que previamente tumbó. Otro sistema, el actual de Charcas, es el llamado de "rellene", que va llenando los huecos con "jal" "cicloneado" desde los molinos.

En todo caso, siempre se dejan "pilares" como sostenes de las galerías, mismos que al abandonarse un determinado yacimiento, suelen ser tumbados por los gambusinos por lo que éstos suelen ser tachados de depredadores de minas. Cuando un rebaje ha sido completamente "colado" y "vaciado", se rellena con "tepetate" y se utilizan para ello bien los materiales "estériles" dentro de la mina o bien "jales" de desecho del molino. El punto final hasta donde se llega en la galería es el "estope", ahí ya no tenemos más que volver atrás.

 

LOS SISTEMAS DE SIGNOS DEL LENGUAJE MINERO

La mina subterránea es un mundo extenso y oscuro. De manera que junto al habla concurren otros sistemas de signos que permiten dialogar en la sombra y la distancia de los socavones. Así, en algunas minas nos encontramos, en primera instancia, con lenguajes que siguen un código de señales sonoras no lingüísticas.

Así como los indios escuchaban a la distancia el ferrocarril poniendo la oreja sobre las vías, los mineros aprovechan la propiedad de las tuberías para transmitir el sonido. Golpean los tubos y acuerdan mediante un código rígido la asignación de un significado al número de golpes, conforme a las necesidades. En Charcas también se emplean los silbidos para regular el paso de los carros y, sobre todo, los timbrazos para dialogar entre el ascensorista o "calesero" y el operador del malacate, indicándole el primero al segundo en que piso o nivel de la mina debe detener la calesa.

El lenguaje de timbrazos, parecido a un código Morse, es un sistema binario, con dos signos: el timbre y el silencio. El mensaje común que se usaba antes en Charcas se compone por el número de timbrazos y los silencios entre ellos, articulándose el mensaje en dos partes: el nivel primero y luego la dirección (arriba o abajo). Así por ejemplo, el nivel del fondo es (6 + 1), el nivel 10 es (5 + 2), el nivel 5 es (3 + 1) y el nivel de superficie es (1 + 2). Si se va hacia arriba se indica (3 + 1) o hacia abajo (3 + 2). De manera que si indico (5 + 2) seguido de (3 + 1), indico el nivel 10 en dirección hacia arriba. Y, dado que la mina es siempre un universo de peligro, está codificado como un mensaje aparte el accidente, que emplea el cabalístico y fatídico número 7. Sin embargo, en otras minas, este sistema asigna el contenido de "accidente" al terrible y más conocido "doble nueve", que ha dado incluso lugar a una novela.

Otro sistema de significación no verbal es el sistema indicador (deíctico) de las lámparas. En Charcas, por ejemplo, los mensajes son los siguientes: 1) alguien a unos 100 metros llama, pero como hay mucho ruido y la tubería zumba, voltea con la luz reflejante dirigida hacia el otro y baja la cabeza, lo que quiere decir / venga/ o, al revés, le indica que se vaya / más para allá/; 2) cuando gira uno con la luz en curva, se apunta / hacia esta dirección/, / por ahí/; 3) si se necesita "tumbar" (cortar o bajar) la corriente, se mueve la lámpara hacia abajo y luego recto a la derecha; 4) por oposición, cuando ya se puede subir la corriente se hace un desplazamiento de la lámpara de abajo hacia arriba. Y así existen algunas otras señales.

La contraparte del lenguaje de luces es el lenguaje de señas en las zonas de visibilidad, empleado para dar indicaciones a la distancia en medio de procesos laborales ruidosos: "es un mundo sordo", nos dice un minero. Así, en el molino, en medio del ruido, la gente se pone el dedo índice o medio en la cabeza para indicar: "¿dónde está el jefe?". Para mostrar que alguien está bien, estira el brazo derecho lateralmente. Para señalar que está mal, mueve el brazo hacia atrás en una ligera torsión. Una expresión del lenguaje sexual paraverbal mexicano que contrae la falangina y la falangeta de los dedos con la palma hacia delante, significa en Charcas que alguien llega después de haber tenido relaciones satisfactorias ("bien cogido").

Las señales de tránsito y peligro son parte clave en la mina, en combinación de letreros e íconos (v. gr., unos lentes y el letrero "protección ocular"). Se señala con letreros "anclar" o se marca en el piso: "nivelado". Hay, en Charcas, letreros en rojo para direcciones como REBAJE (→), CUIDADO BANCO (minado abajo), letreros con la ruta de evacuación y una flecha indicadora.

En el exterior es común ver señalamientos con cuatro flechas indicando un punto al centro, con un letrero. "Punto de encuentro". Diversos dispositivos tienen códigos de color. En Charcas, por ejemplo, los tienen las tuberías: "rojo" contra incendio; "verde" para agua, "azul" para aire comprimido y "amarillo" para diesel.

Los mineros deben saber atribuir sentidos a otra serie de fenómenos simbólicos, como las marcas en la rueda de rotación de un malacate, que indican hasta dónde ha bajado un grupo minero. Y es que el lenguaje numérico también es muy relevante en las minas: como vimos, los metros de profundidad indican el nivel, para poder dirigirse adecuadamente en el espacio. Y, más allá, el sistema de los olores no deja de ser un importante sistema de significación: al olor a explosivo del "mexamón" hay que tenerle cuidado, lo mismo que al olor a peligro del gas del "cajón" de excrementos, aunque también está la sensación positiva del "olor del lonche" y el pulque que lo acompaña.

El lenguaje emotivo tiene su lugar también, como el supervisor que debe regañar a unos mineros y a otros darles una palmada en el hombro para que cada uno sienta el reconocimiento de su trabajo según su talante.

Los topógrafos manejan el lenguaje de los planos y aun los mineros eventualmente deben hacer dibujos de cómo está la "frente" en sus reportes de trabajo. Los geólogos hablan de "levantar el terreno" (hacer el mapeo), de "segregar el terreno" (separar lo que se va a utilizar para cada cosa) y del "cuadro de construcción" de la obra. En el mapeo geológico utilizan colores: el rojo del mineral; el azul de la caliza ("roca fresca"); el morado de la "intrusita"; el amarillo de la caliza recristalizada; y el naranja de los granates (CH). Se incluyen nombres de la jerga geológica: la caliza, que es "roca encajonante", la "damburita", que es un boro-silicato blanco, la "datolita", etcétera. Referencias a diversos minerales, cada uno con su forma de cristalizar: cubos, hexágonos, que deben ser reconocidos y que responden a una escala de dureza codificada (escala de Mohs): talco, yeso, calcita, fluorita, apatita, ortoclasa, cuarzo, topacio, corindón, diamante.

De cualquier manera, la mayor riqueza del lenguaje minero se manifiesta en el lenguaje mismo, en especial en el uso del léxico minero, del que detallaremos varios campos semántico-discursivos. Y, por otra parte, en las minas se dan los giros dialectales propios de la zona o entran en contacto distintos dialectos o, incluso, distintas lenguas.

 

EL CAMPO DE LOS TRABAJADORES

Los oficios empezaron por los de quienes hoy son la cola, el último eslabón de la minería: los versátiles "gambusinos", que hurgaban en los ríos donde lavaban el oro en sus "bateas" moliéndolo en "táunas" (tahonas) y se metían (y meten) con mínima luz a las excavaciones abandonadas. Pero, en una gran empresa minera, para entrar a una mina subterránea y ver, debemos de entrar con el apoyo de una luz. Esto no se haría con seguridad si no existiera en la zona de talleres de la mina un "lampistero" ("lamparero", en ch), es decir el que hace el trabajo de "lampistería", que repara y carga la pila de las lámparas. En Charcas se habla de la luz en el "lápiz" del casco. Términos como éstos son parte de la jerga minera, de la división del trabajo, del desarrollo de una práctica específica, como la de los físicos cuánticos, los médicos o los talabarteros y, en este caso, de los mineros, que para apropiarse del mundo subterráneo, sus máquinas, sus oficios y sus riesgos, los nombran en un proceso que era muy claro cuando los mineros tenían alta calificación, eran obreros profesionales o especializados que dirigían los ritmos de explotación, pero esa calificación desciende y con ello desaparece el lenguaje también calificado, codificado, especializado.

Junto al "lampistero", están todos los trabajadores de los talleres o "talleristas" (mecánicos, electricistas, herreros, paileros, soldadores) temidos antaño por las compañías por su tradición de lucha. Son, con frecuencia, los pensadores críticos de la clase obrera minera. En doble sentido, de espacio y prestigio, se separan junto con los trabajadores del "beneficio", de los que están en el interior de la mina. Todo ello es una muestra de las varias clasificaciones que dividen al mundo minero, como la de los "trabajadores de piso" y los "ambulantes", los "ingenieros" y los "trabajadores", los que trabajan "a destajo" o por contrato y los que los hacen "a raya" o salario fijo o en ocasiones los "trabajadores" y los "mineros", refiriéndose este último término a los dueños de las minas (aunque los obreros se reconocen también "mineros", en otro sentido).

Dentro de la amplia gama de oficios que componen la profesión minera, el lugar principal, desde la Colonia, lo ocupan los "barreteros" (que usan la barreta para perforar). Eran conocidos antaño además como "partideños", porque obtenían parte de su salario en mineral o "partido"; hoy son sólo los "perforistas" o a veces son nombrados "barreteros", y se reconocen por su quehacer especializado en el manejo de cierta máquina perforadora: "operador de máquina rotaria", por ejemplo. Cada uno, como todos los mineros, suele tener un apodo directo (ch: "El Nopal", "El Chambitas", "El Boleado", "El Pachuquito", "El Ranitas", "El Chuis", o —información de Juan Manuel Esteviz— el célebre "Burro de Oro", exlíder minero de Charcas sin escolarización pero que siempre portaba adornos de joyería de oro) o de su oficio (ch: "maestro" y, los que van juntos, "la yuntita"). Los motes en ocasiones toman un tinte alburero.

Los "perforistas" se vinculan al comenzar sus excavaciones con los trabajadores "muestreros", así llamados porque sacan "muestras" que habrán de ser ensayadas para conocer su contenido metálico y saber si el mineral "paga" o costea explotarlo. Para sacar el mineral se usan en ocasiones perforadoras de punta de diamante con las cuales se extraen muestras cilíndricas (que en Charcas llaman "lingotes"). Los "muestreros" sacan el mineral para "ensayarlo", es decir, para conocer su "ley", que puede ser "alta ley" o "baja ley", según la proporción de metal que tenga, función primordial de evaluación de la rentabilidad que se hacía antes en la "Casa de ensayes".

"Perforistas", "muestreros" y, en general, la mayoría de los trabajadores que bajan a la mina, no suelen andar solos en la oscuridad. Como huella de la organización del trabajo de la época de los grupos de mineros reunidos por contratistas (antes de que surgiera el sindicato nacional y las empresas estuvieran obligadas a contratar individualmente a cada minero), los trabajadores acostumbran a laborar agrupados en "cuadrilla" (por ejemplo, la que conforman el "perforista", el ayudante, el "caminero" y el del "scup-tram", términos que luego aclararemos), término que se usa desde las "cuadrillas de indios" coloniales. Descienden a la mina en la "jaula" ("calesa" o también "caseta") operada por el "calesero" o ascensorista que se coordina con el "malacatero". Éste, desde el exterior de la mina y desde el cuarto de máquinas, controla la operación del "malacate" en el que se enrolla el grueso cable del que cuelga la "calesa" y del que depende la vida de los mineros. De la importancia de la operación del "malacate" habla burlonamente este dicho: "minero que no pistea (bebe alcohol), malacate que no estira", en una asociación con la cuerda del "malacate" que se enreda y deja varada la "calesa" en los accidentes.

En algunas de las minas modernas, como en algunas secciones de las de Charcas y en Villa de la Paz, hemos dicho, la bajada a la mina se hace a través de rampas. En cuanto al trabajo en "cuadrillas", todavía se habla en Charcas de la figura del "contratista", que se encarga de "planear" o distribuir a su gente en los lugares de trabajo. Y hay quien recuerda por tradición los "enganches" de mano de obra colonial.

Antes de iniciar el "tumbe" (derribo del mineral) se hace el llamado "sill", la preparación para un rebaje de obras (después que un corte o piso haya sido completamente extraído, se procede a rellenar antes de empezar el nuevo corte en el piso inmediato inferior). La labor de extracción se hace a partir del trabajo de los distintos "perforistas" o, en el caso de las minas de carbón, de los curiosos "longoleros", que adoptan su nombre de su máquina —long wall system— y que ya no son, en estricto sentido perforadores, sino derribadores de paredes enteras de carbón. Por lo general, al final del turno, los "perforadores" introducen barrenos en la roca, los "retacan" de mexamón y, por medio de "cañuelas" y "cápsules" o detonadores producen la "tronada", haciéndolos estallar. Es un proceso complejo. Comienza con las diversas máquinas barrenadoras, según un proceso claramente establecido, con una serie de perforaciones al centro de la pared o "frente" ("el cinco", como le dicen en Real de Maroma —información de Gerardo López Amaro— o en Charcas "la cuña") y luego alrededor ponen los barrenos "de pie" y "de tabla".

Para "tronar", los perforistas colocan primero, según la vieja habla de Charcas, la "salchicha" (explosivo) o "cohetón" (o las "plastas" de explosivo). También se dice que meten el "bombillo" al fondo del barreno con cargas que hoy se acompañan de "mexamón", explosivo que es inyectado mediante la llamada "tina" (bomba de inyección) para ayudar al explosivo y a la expansión. Las cargas son unidas con mechas (ch: "cañuelas" para iniciar, la "ignita cord" que es un cordón secuenciado y la "primacord" que es un cordón instantáneo). Éstas son distribuidas en un orden de encendido que implica gran experiencia, aplicándolas según el tamaño y el conocimiento de la dureza de la roca. En ocasiones, se acompaña el explosivo de un "fainero" o tira de madera, que va "envarillado". Los fulminantes que se usan son llamados "noneles". Cuando se prende la mecha, ya no se apaga, se sigue "caminando" y se tienen apenas unos doce segundos antes de la explosión, aunque puede ganarse tiempo (hasta dos minutos) con las mechas de "termalita", que se consumen a una velocidad de dos metros por segundo. Una vez puesto el explosivo, se les dice a todos los demás trabajadores que no se metan, porque ya "está pegado", porque ahí viene "la pegada" o "tronada". Los voladores usan "sordinas" (orejeras) o tapones auditivos, igual que los "perforadores".

En ocasiones, cuando no explota una carga se tiene que revisar, porque, se dice, "quedó un chocolón" (CH), el que luego se saca con agua, para evitar que pueda explotar, aunque en ocasiones no pueden quitarse y por ello se ven en las minas los letreros: "Prohibido perforar en barrenos quedados", también llamados "fuques". En ocasiones, se queda el "barril" o "machuelo", término que hace referencia a la herramienta para recuperar tuberías o roscas. El "barril" es el primer tubo de la broca para agarrar un "testigo" o "muestra" de roca.

Además del salario correspondiente a su categoría, los trabajadores asignados al tumbe del mineral reciben una bonificación o "destajo", de acuerdo a la cantidad de mineral que tumben en las actividades de "desarrollo con cargo 153" (cláusula del contrato colectivo), barrenos de "tumbe", "moneo" (barrenitos), "monas" (disparadas) y "anclas" colocadas (CH).

No siempre lo que se extrae es mineral. Ello depende de la "ley". Ésta se distingue observando las "perenguitas" de metal o de plano "dentro de medio" de la piedra (CH). Por ello la primera labor del barrenador es sacar los "lingotes" para entregarlos al "muestrero" que los lleva a analizar. Si el mineral es pobre, se dice "no paga", mejor déjalo. Y si tiene una "buena ley", entonces se le indica al barretero: "¡pégale!" y se hace la "disparada".

Con el explosivo caen fragmentos y también grandes "cuartones" de roca en la "tolva" (el cerro mocho). Hay veces en que queda en la voladura un "lagartijo", nombre de las grandes lajas de piedra, que deben quebrarse (CH). Y cuando quedan piedras flojas, paradójicamente, lo que se debe hacer es "amacizar", es decir, con trabajo manual, dejar sólo piedra maciza en el techo valiéndose para ello de "apalancadoras". Y el problema con las rocas no acaba ahí, puesto que al arrojar el mineral extraído por los "chutes" verticales no todo es tan sencillo. Las piedras también se atoran y hay que "desembancarlas", porque no dejan bajar la carga, lo que implica limpiar las bajadas hasta que los agujeros quedan "clareados" por el "desatragantador".

Los códigos de la jerga de geólogos son clave para la seguridad y el avance del minado, según la apreciación del estado de la roca, que distingue "fallas", "fisuras" y "plegamientos". Señala las "fracturas" en que no hay desplazamiento entre los lados de la roca y la "falla", donde sí hay desplazamiento.

El proceso de romper y tirar el mineral se conoce como el "tumbe" o "desarrollo en tumbe" (CH), que en ocasiones, como mencionamos antes, se hace estando montado el operador sobre la propia carga. Los "tumbadores", el "equipo de tumbe", al ir avanzando entre los grandes niveles o galerías, deben ir sacando el mineral de en medio, en pasillos y huecos verticales estrechos, siguiendo la veta (y, antes o en minas viejas, "columbiándose" -CH- de un lado a otro como cirqueros). Es un trabajo arduo, pero los perforistas tienen por labor "tumbar un frente" (CH) de tantos por tantos metros y, entre más "tumban", más dinero reciben, ya que el salario de estos mineros se divide entre la "raya" y el "destajo" "a contrato". Mientras que otros trabajadores, como todos los que laboran en superficie o en el "patio de la mina", son sólo "rayados". Y es que en la minería hay trabajo por jornada y trabajo "a destajo", lo que da lugar a tres categorías del trabajo: 1) "contrato", 2) "raya" y 3) "por tarea", sistema este último empleado para algo urgente y encomendado por los supervisores. Este sistema tiene raíces dese la entrega de una parte del mineral como paga en el inicio de la Colonia: el "partido".

Claro que no sólo se explota la roca, sino que, con las modernas máquinas-herramienta se corta en línea el mineral, sobre todo el carbón: se le "jaquea". Pero eso sólo se puede hacer cuando hay buenas condiciones, y hay veces en que el trabajo de Charcas, como el de muchas otras minas, se hace incluso en el agua y las palas se quedan "rumientas" por la humedad y el obrero debe aguantar la inclemencia de la inundación y el calor, protegido apenas por sus botas de hule. Porque el minero, sabemos, tiene una identidad con su "vestimiento", que conservan en ocasiones, incluso ya jubilados: las "botas mineras", el "overol" (de over all), el "casco", el "cinto" y, antes, su "cachimba" o lámpara de carburo. El gambusino carga con su cantimplora o "carambayola".

Los mineros van siguiendo la "veta" del mineral, que a veces es horizontal y a veces es vertical, pero nunca por completo perpendicular, sino que está "echada" o "trae un echado" (refiriéndose al grado de inclinación) y en ocasiones "se clava" de golpe. De modo que se escucha decir que existe un "cuerpo mineralizado" con cierto "echado" o inclinación del "vetilleo" (CH). Los mineros van viendo la diferencia entre el "tepetate" o "roca estéril" y el mineral y deciden cómo hacer para "agarrar el 'contacto'" en el "reliz". Tienen que ir cuidando de no afectar la roca, sembrando barrenos cada 60 centímetros, con el procedimiento de "espaciamiento y bordo". Cuidan cómo abrir el espacio (ch: escuchamos expresiones como "el corte me 'cierra' en aquella varilla", "asegúrate que 'escuadres' bien" o "cuida que lleves tu 'cabeza' controlada cuando vayas abriendo"), salvar obstáculos (ch: "cuellos"), cómo queda cada sección, el "precorte" o "poscorte" (ch: como queda después de explotar, como arrugado) y, cuando abandonan un sitio deben cuidar el "rellene" y como "recargar los tapones". Las vetas se van siguiendo hacia arriba en "cortes" o hacia abajo, en "bancos descendentes" (más productivos), según el procedimiento de "tumbe en bancos descendentes con pilares de poste" (CH) dejando una altura máxima de los pilares de 40 metros. Se avanza así en una "rampa negativa" para acceso a los cuerpos o en la misma "rampa positiva" para subir o para cortes ascendentes y se va "comiendo la rampa", según el "sistema de minado".

Los que hacen el trabajo que permite mantener la "luz" o apertura de los tiros de la mina mediante cuadros de madera o acero, son los llamados "ademadores de tiro". En el interior, sostienen los techos los "ademadores de cañón": los soportan con "ademes", "monos" (ch: morrillos que detienen arriba) y "rajas" de madera. Como todos los trabajadores, los "ademadores" o "paleros", cuya función se nombra con el verbo "ademar", deben cubrir su "tarea", esa medida con sabor prehispánico que une el tiempo (el día) y el espacio (el terreno o los metros que se pueden trabajar). Y no se confunda al "palero" con el "pailero" (que identifica, mide, traza, corta, suelda para las tuberías y "conchas", y diseña "chutes" para la caída del mineral), que pertenece a esa categoría de oficios identificados por el manejo de una máquina, herramienta u otro dispositivo: "winchero", "zarpeador", "tanquero".

En las minas de carbón son fundamentales los obreros "gaseros", quienes, valiéndose de un "metanómetro" miden el riesgo debido a la presencia de gas grisú. Esta categoría laboral ha sido tradicionalmente motivo de conflictos entre el sindicato y la empresa, uno luchando por la seguridad de los trabajadores, la otra, por su beneficio. Para el movimiento de mineral, cuando hay o había vías nos encontrábamos con el "caminero" o "rielero" y en las galerías con los "motoristas" (operadores de locomotora) y los ayudantes, que en ocasiones quedaban "flameados" por las chispas de la fricción. El nivel más bajo del escalafón correspondía a los "chorreadores" (CH), llamados "zorras" en otros sitios mineros quienes fungen como peones que hacen de todo y los "cuberos" (CH), responsables de sacar los excrementos humanos (acumulados en una "cuba" o cubeta). En un nivel más alto se encuentran los "rezagadores", que recogen las piedras que deja el minado en la operación de "rezago" mediante el "escup tram" o "escup". Y existen, claro, los inevitables "bomberos".

Al empleado que apenas entró y está a las órdenes de lo que necesite la cuadrilla, en Charcas se le dice también "cabo". Y en este mundo de categorías laborales fundamentales para el "escalafón" del salario, parte clave de la cultura minera, se llega a oír todavía el término de "mayordomo" o el término del mando máximo en el interior, el del "foreman" ("capataz", en inglés), "minero mayor" o "sotaminero" o "sobrestante". La jerarquía de mando, salario y escalafón es medieval, sagrada: va del "aprendiz" al "oficial", al "maestro" (formado antaño en los "talleres de maestranza") y en ocasiones al "mayordomo", pero en la práctica hay menos división y se enseña a avanzar y manejar distintas funciones a los diferentes trabajadores. Es claro, sin embargo, que los nombres tienen asociado un prestigio, una fascinación que hace a un minero decir con orgullo "yo soy tallerista", "yo soy operador de track-drill", "yo manejo un camión metalero" o "un dompe" y querer ascender cuando se es "barrillero", "caminero" o "tubero". Las categorías del escalafón dan lugar en los contratos colectivos de trabajo a auténticas taxonomías, como en cualquier estudio etnolingüístico, clasificaciones que regulan las posibilidades de ascenso.

La contraposición se da entre los mineros y el "jefe", el "ingeniero". Y, en el nivel más alto, están otros técnicos, con sus términos como "superintendente de mina" o "superintendente de mantenimiento". Muy aparte se cuecen los "geólogos", que se suelen sentirse superiores, pero en verdad ahora han sido desplazados por los desabridos "ingenieros de sistemas", quienes, en las modernas explotaciones a cielo abierto, son los responsables de expropiar el saber obrero y traducirlo en programas numéricos de máquinas-herramientas o —en pocos casos todavía en la minería y sobre todo en el "beneficio"— en sistemas automatizados.

Entramos así a un mundo distinto del lenguaje, acabamos por pasar del trabajador manual al trabajador intelectual, del "trabajador colectivo" al capital y a sus dueños. Aquí importan los apellidos y las genealogías, de los vascos, por ejemplo, como el multimillonario Larrea. Ellos trabajan en "holdings" (conglomerados de empresas a partir de una compañía que controla las actividades de otras mediante la adquisición de todas o de una parte significativa de sus acciones) y deben saber "bursatilizar" las minas, es decir, especular en la Bolsa para hacer que el capital rinda su máxima ganancia. Incluso, en nuestros días, algunas de las empresas mineras canadienses en México operan en las bolsas de valores de Vancouver o Toronto, Canadá, emporios del capital "de riesgo".

La contraposición minera tiene historia larga. Los pueblos mineros en tiempos del porfiriato y hasta muy entrado el siglo XX eran auténticos "enclaves" (entidades económicas aisladas) en donde el poder de las empresas extranjeras era omnímodo, como lo ejemplifica la histórica huelga de los mineros de Cananea en 1906. Hoy vemos procesos de "reenclavización" y miramos renacer una oposición extrema, ahora entre pobladores y medianas compañías mineras depredadoras canadienses, que explotan en pequeñas comunidades rurales con sistemas de tajo a cielo abierto y "cianuración a montones", desde el norte hasta el sur de Oaxaca y Chiapas. En cuanto al sindicato minero, en él se insertó desde el arranque de la década de los cincuenta el "charrismo" sindical, con Jesús Carrasco, mejor conocido como "El Charrasco".

Pero volvamos al trabajador manual, que es el legislador del lenguaje minero. Abajo y arriba, en superficie, trabajan los choferes o "maquinistas", que mueven "las conchas" o carros mineros, o que conducen como el chofer "yuclero" o el conductor del "dompe" de los tajos a cielo abierto, puesto con el que muchos niños mineros sueñan ocupar cuando sean grandes, por lo imponente de esta maquinaria que llega a cargar 200 toneladas de mineral.

En los molinos de "beneficio" del mineral hay también otra serie de términos sobre los que no podemos extendernos mucho y que se ubican en cuatro departamentos básicos: "trituradora" o "quebradora" primaria y secundaria (y los operarios de trituración correspondientes) que disminuye el tamaño de las piedras; los molinos primario y secundario donde laboran los molineros equivalentes; los tanques o celdas de flotación y las secadoras, donde trabajan los respectivos "flotadores" y "secadores". Nos encontramos también con términos como el referido a las "cendradas" de los hornos (por las cenizas), los "ciclones" que se usan en la molienda, los tanques "espesadores" y las viejas "táunas" (derivado de tahonas, fonéticamente / taonas/, que sufre el cambio vocálico -o / o/ por /u/- para acercar el punto de articulación a la nasal /n/, el cambio de acento y la ruptura del diptongo) que son molinos rudimentarios usados todavía por los ya mencionados gambusinos, quienes operan aprovechando la fuerza hidráulica de la corriente de un arroyo para triturar el mineral. Los trabajadores de las áreas de las plantas de beneficio adquieren el nombre del proceso de trabajo en el que se desempeñan: "trituradores", "molineros", "flotadores", etc. Manejan menos lenguaje de jerga minera, pero no dejan de existir términos y manejos peculiares, o afectados por el habla regional, como el término / clochi/ por clutch (CH).

Al entrar la modernización tecnológica, en Charcas, por ejemplo, las categorías reconocidas de trabajadores al interior de la mina disminuyeron: "perforista", "palero" o "ayudante" y "tubero" (que trabaja con los tubos de agua y "viento"). Pero la denominación antigua persiste. Otras denominaciones se tienden a unificar en categorías generales como las de "operadores de servicios generales" que se aplica a los "yumberos", los "paleros" y los "camineros" que arreglaban la vía.

La descalificación profesional lleva a designar a los trabajadores como mero "operador 1, 2 o 3"; es decir, la simplificación del lenguaje de los oficios es el correlato de la modernización: la expropiación histórica del trabajo vivo por el trabajo muerto da lugar a una simplificación del nombre, correlato de la descalificación de la persona. Se pasa del concreto "perforista" al abstracto "operador de primera".

Pero no todo es trabajo, también hay descanso y necesidades. Así, cuando los trabajadores en Charcas van a descansar y platicar, dicen "vamos a echar tabla", y bromean con alguno flojo o cansado, "ya dobló la tabla". El descansar se conoce también como "echar barra" (por la barra que nada más se sostiene para ser golpeada por el marro y romper la piedra). Y al ir a comer se dicen ya es "la hora del perro", "hay que ir a comer perro" o el más común "es la hora de la papa". Comen con singular alegría su "lonche" (que se lleva en "loncheras" de metal para que los alimentos conserven su temperatura) preparado en casa y recalentado en un calentador eléctrico (los famosos "calentones"), o devoran atunes con "pico de gallo" —el famoso "sancocho"—, "suelas" u otro guiso típico de la mina.

A la hora de terminar la comida y dirigirse al lugar de "descomer" en el interior de la mina, la expresión corriente es "voy al caballo", haciendo referencia al cajón de madera con cal (aunque hoy, en Charcas, llega a haber letrinas con manejo de olor). Y cuando termina la jornada, el minero llega a bañarse, el perforista, sobre todo, porque puede salir todo "enaceitado". En los vestidores baja su "canastilla" (costal para colgar ropa), su "garruchito" con su jabón, su ropa y todo lo necesario para el aseo, para llegar a casa, descansar y reiniciar el ciclo del trabajo, de la vida minera. Y, si le dan permiso, tal vez saque un "diente" de cuarzo para venderle a los gringos o hacerle un anillo a su hijo el más pequeño.

 

EL CAMPO DE LAS MÁQUINAS Y HERRAMIENTAS

Para bajar a las minas se usa un sistema de cuerda que recibe su nombre náhuatl: "malacate" (de "malacatl"). Antes había mecanismos de enrollamiento. Hoy el malacate de fricción en Charcas tiene cuatro "cables de cabeza" de 950 metros cada uno, que soportan los "botes" con mineral y son movidos con el apoyo de los "güinches" (de "winch") o poleas. Para designar las nuevas máquinas tras la revolución tecnológica, se les llega a llamar, "malacates automáticos" (CH), a los que sólo "se les da su pisadita" (CH). Los mineros bajan a la mina en la "calesa", que es la jaula para descender por el tiro. En la extracción mineral, los sistemas de contrapeso son conocidos como "quesos" (por su forma).

Antaño no había mayor tecnología en las minas, reinaba el trabajo. Se usaban marros, barretas, picos, palas, carretillas, escaleras de mecate y teas para alumbrar. El medidor de gas era un "canario", cuya muerte era la señal de alarma contra el gas "grisú" (metano), hoy medido por un "metanómetro" integrado en ocasiones a las perforadoras mismas, cuyo funcionamiento queda bloqueado al detectar una alta concentración de gas, para evitar así accidentes. Aunque eso no pasó en Pasta de Conchos, donde ocurrió el más letal accidente de los últimos años porque al parecer fueron "puenteados" los "mineros continuos" (máquinas usadas para el tumbe del carbón), evitando que estuvieran en operación los sistemas para captar la presencia del grisú, interrumpir el movimiento de las máquinas y así trabajar más aprisa.

Abajo, en las minas metálicas, los motoristas utilizaban la "locomotora Goodman" u otra, y la "pértiga" o palo con rodillo que entra en un cable, para conducir la máquina, que se mueve con "manchitas" (batería de 200 celdas -CH-).

Para localizar el mineral se emplean "exploradores", máquinas de barrenos con punta agujereada de diamante ("máquina diamante"), con las que los "muestreros" extraen "lingotes" o muestras de mineral en forma de cilindros que habrán de ser "ensayadas". En cuanto a la herramienta que se emplea para barrenar varía, según la mina, el avance tecnológico y la historia de las herramientas. Todavía se emplea para fines restringidos el pico: el "wíngaro" o "talache". Antes, en la segunda posguerra, se usaba en Charcas la simple "pistola" neumática, luego vino la "lainer (liner)" y "la espiga", y más tarde se emplearon las "perforadoras de pierna", que tienen un banquito, un trípode sobre el que se apoya la perforadora (también llamadas "carabinas"), y están dotadas con ductos de "viento" (aire), aceite para facilitar el andar "broqueando" y agua para disminuir el polvo. Así se sacan los "lingotes" de muestra con estas máquinas que en Charcas siguen en uso cuando el terreno no permite usar las grandes barrenadoras. Ahora ya puede haber en algunas minas grandes perforadoras manejados desde la cabina por un operador que escoge mecánicamente entre barrenos intercambiables; existen en el carbón las enormes cortadoras denominadas como "frentes largas con ademes caminantes" que mencionamos y que se acompañan con gatos hidráulicos que sostienen los ademes y que reciben nombres de connotaciones sexuales. Existen las "máquinas rotarias" o el simpático "minero continuo" (del inglés continous miner). Se emplean la "contrapocera" (perforadora circular que se aplica hacia arriba para comunicar dos niveles) y los barrenos "Robins" (Robbins), con conos de diamante y tungsteno. Existen los "barrenos Rock" para quitar salientes del piso ("despatar"). Para hacer varios hoyos o "barrenos" a un mismo tiempo, se utiliza la "track-drill". En el tumbe se usan los "estruper", y se trabaja con "anclas" o varillas que detienen la piedra, de 1.80 metros, con placas y con malla ciclónica: es el proceso de "anclar" y "zarpear". La "bomba de anclar" inyecta cemento para soportar el techo.

Ya tiene décadas que, gracias a la lucha obrera, la perforación se hace con máquinas que arrojan agua al mismo tiempo que perforan, por los problemas de salud y por los riesgos, que llevan en algunas minas, desde la década de 1930, a poner sendos letreros: "Prohibido perforar en seco".

Claro que no toda herramienta es tan enorme y sofisticada, los tuberos necesitan la "sardina" (serrucho), la "estilson" (Stilson) y la "perica" (perico) y, como los plomeros de superficie, emplean "codos", "niples" y "coples". Los geólogos utilizan el pequeño martillo llamado "pica". Los perforistas "amacizan" con la "barra de amacizar", que tiene arriba una curva: la "hachuela" o "paletilla", que se introduce en la roca para quebrarla y bajarla, dejarla "sana" en lugar de "abierta" (CH).

Dado el riesgo en el interior de las minas, se requiere de "respiradores" para el polvo y de "ventiladores" gigantescos que purifican el aire. Y cada minero en Charcas, como en las minas de carbón seguras, lleva consigo un "autorescatador", que es un recipiente con oxígeno, que antes era dispuesto en botes rojos.

En Charcas, abajo en la mina hay bandas transportadoras y "cartuchos" (cajones de fierro). Hay un "eskip" (cajón en el que suben por el malacate hasta 10 toneladas de mineral) y cuando unos sensores abren la puerta, se dejan caer 10 toneladas de golpe y salen a la superficie en un tiempo de minuto y medio, a mil 500 pies por minuto.

Las herramientas usadas para el mineral tienen nombres específicos, como el "winger" o pico. El "cucharón" para la carga, con una puerta, o la "garrucha" portátil que se levanta a mano.

El mineral que se recoge se arroja por "alcancías" y es depositado en "conchas" (o "góndolas", en metáfora proveniente de las embarcaciones), "carros transportadores" o "carros de caja" (CH), que son como tinas para sacar el mineral y transportarlo hacia los molinos. En ocasiones se ven los carritos con algún nombre, como "Fortuna", indicando el tiro o la veta de la que proviene la "concha", dispositivo éste con su "trucker" que se mueve sobre "rieles de 18" (pulgadas). El carrito tiene su "truque", la rueda donde anda montado, como un chasis. Cuando el material se avienta, en ocasiones hasta por 100 metros, hay rejas, que evitan que bajen rocas de un calado mayor del conveniente: son los "chutes" (CH) o rejillas cuadriculadas de fierro que controlan la carga, aunque también designan la caída (del inglés shut) o depósito, también conocido como "alcancía". Abajo, donde cae el mineral, en Charcas, por ejemplo, hay una "muela" o "quebradora de quijada Stanley", de cuatro pulgadas. Hay para el molino "vibradores" y "empujadoras" para la bajada de la carga.

A veces desde el interior y sobre todo en la superficie es común el uso de bandas transportadoras que conducen el mineral a las quebradoras y molinos. También se pueden ver los grandes camiones, camiones-máquinas barrenadores y depósitos: los "tanques" donde se saca el metal; los "atlas" que se les pisa y van abriendo brecha con mecanismos de aire; los "torton"; los camiones de bajo perfil de altura pero gran capacidad; los "escup tram" para la carga y llenado de los camiones; las camionetas; las motoconformadoras para emparejar caminos; los tractores incluso; los rápidos Jumbos (/yumbos/) de motor Diesel y aceite hidráulico que perforan barrenos en tres minutos; los barrenadores "Boltek" que "anclan", barrenan e inyectan; los "yucles" gigantescos, o los "dompes" de 200 toneladas, que en las luchas de Cananea han llegado a rodar tajo abajo hasta destrozarse. Los camiones son enormes y emplean llantas del tamaño "1900" o "2000", y en el interior de la mina en Charcas hay un departamento entero para "desponchar llantas".

En las minas, pero sobre todo en los tajos, son comunes también los polipastos, llamados "grúas viajeras" y los "escup-tram" (o simplemente "escup") que cargan los "dompes" con su "cucharón" de seis toneladas en el que podrían caber tres personas en hombros uno sobre otro. Pero no es sólo impresionante sino peligroso. Un operador de "dompe" debe amarrarse de la cintura cuando cae la carga y puede fácilmente adquirir una enfermedad profesional por los daños derivados de la tremenda vibración.

La labor de romper el mineral la hace una "quebradora de quijada" o "muelota" (CH), que reduce el mineral hasta unas tres o cuatro pulgadas. De las quebradoras, el mineral pasa a los molinos, a la "tolva de finos", a los tanques de flotación y al secado en donde el producto final es el "concentrado" mineral. En la molienda son característicos los grandes "molinos de bolas", que dentro de un cilindro están llenos de esferas de fierro gris que por fricción pulverizan el mineral. Estos molinos tienen adentro placas de 300 kilos o "lainas" y cada tanto los mecánicos deben hacer su reparación, al que se refieren con el término de "enlainar". El polvo que no sirve, derivado del proceso de "beneficio" se impulsa con agua y va a parar a las "presas de jales".

Los gambusinos, que carecen de herramienta de gran calado, utilizan como instrumento la "paila" o "batea", que es un gran plato para sedimentar el mineral en la corriente de los arroyos. Y son la reserva cultural y tecnológica, la memoria histórica minera, siendo capaces de emplear el antiguo "sistema de azogue" colonial, adaptado a los arroyos.

 

LOS PROCESOS LINGÜISTICO-DISCURSIVOS

Hemos mostrado que existe una cultura minera y un lenguaje específico asociado a ella. No retomaremos aquí todos los términos, sino sólo algunos de ellos, para mostrar varios de los procesos lingüísticos que conllevan, asociados a la cultura de la calificación, a los pueblos, a la cultura sindical, al tipo de mineral y a las variantes lingüísticas regionales.

Dada la riqueza y profundidad histórica del lenguaje minero, existe polisemia, términos con más de una entrada, como es el caso de "metalera", que es donde se encuentra el mineral, pero también donde se deposita el mineral ya iniciado el proceso de excavación y extracción.

El lenguaje minero presenta variantes dialectales por región (variantes diatópicas) como la acción de "desbordar" del piso las bolas de roca que quedan en las rampas y que en Charcas se nombra "despatar" o hacer el "despate". Existen variantes por edad (diacrónicas), como en Charcas, donde antes se decía "jale" y pasó a decirse "jal" (/jalE/), por ensordecimiento vocálico final. Y hay, al fin, variantes "ideolectales" de individuos aislados, que indican una carga identitaria o emotiva, como un ocurrente geólogo que llama a la roca caliza "güerita" (CH).

Encontramos contraposiciones de denominación o simplemente procesos de sinonimia. Y, como no existe la sinonimia plena, siempre cada variante carga una variación semántica lógica o emotiva. Ya hemos visto varios casos a lo largo del texto. En ocasiones los sinónimos son muy distantes como los "torton", que son renombrados como "burreros" (CH). Pero un ejemplo de sinonimia y variación dialectal muy productiva es el del campo de los "gambusinos" (que funciona como hiperónimo, es decir, como el término que abarca a los que están bajo él) que eran llamados "buscones" por su salida al encuentro del mineral o son llamados todavía en algunas regiones "lavadores" y, mediante combinación con una hermosa palabra técnico-arcaica, se denominan: "lavadores de placeres"; que no son lo que sugiere poéticamente el término sino lavadores de concentraciones gravitacionales de minerales pesados por fluidos en movimiento, generalmente en los arroyos. Los "gambusinos" también se llaman "chiveadores" (que sólo buscan mineral para sacar "el chivo", el alimento diario) y "puntistas" (que buscan sólo los puntos donde está el metal). En el caso del carbón, el equivalente al gambusino son los "poceros", que laboran cerca de la superficie.

La minería manifiesta numerosos arcaísmos: por ejemplo, la "calesa", que proviene del transporte de dos ruedas jalado por caballos. Los términos todavía comunes de la "bonanza" minera para indicar el auge de esta rama productiva, de "borrasca" para indicar la crisis, o el de "beneficio" y fundición para indicar el tratamiento del mineral para moler y obtener el metal por diversos procedimientos de "pirometalurgia" (con fuego) o "hidrometalurgia" (con agua y reactivos químicos). Es también el caso de la categoría mencionada de "sotaminero" (es decir, el que está "soto la mina", abajo en la mina).

En pleno uso está el término "pailero" que designa al obrero que repara, corta, suelda. Vocablo que quizá viene de "paila", término que se emplea, en otro sentido, por la pequeña minería y que remite a un término arcaico castellano, muy conocido por su equivalente valenciano: la paella, que es una sartén metálica, ancha, poco profunda, plana y con dos asas que transfirió su nombre al guiso, por desplazamiento semántico metonímico (de contacto continente-contenido). Seguramente, ambas palabras, castellana y valenciana, proceden del latín "patella".

Hay términos más en desuso en el país o en muchas regiones. Así, se empleaba antaño el vocablo "conducta", que viene del participio de "conducir", o sea que lo conducido es una "conducta" de mulas para la carga. Se habla todavía de "azogue" por el mercurio y se usan las mencionadas "táunas", que viene de "tahona", originariamente una panadería, que toma a su vez el nombre de la "tahona" primera o molino de harina movido por caballos. Se recuerdan todavía los términos coloniales de "poblar la mina", del "poblador" que distribuye a la gente en el socavón y de los "puebles" o turnos horarios en los que los mineros trabajan: el de primera, en la mañana, el de tercera en la noche y el mixto, de 11 p.m. a 7 a.m. en el que se combinan la luz y la oscuridad en el exterior de la mina. Podríamos escribir un artículo entero de arqueología lingüística para recuperar los términos, que además cobran vida en la cultura minera, como cuando se dice de alguien independiente o refractario a la autoridad "éste ya se puebla solo" (CH).

La contraparte de los términos antiguos son los neologismos, que expresan la adaptación al castellano y al habla minera de los nombres de máquinas, en su mayoría de denominación inglesa. Hay pues muchos anglicismos, pero que suelen sufrir castellanizaciones populares como los camiones Euclides, que son nombrados a partir de la pronunciación inglesa (Euclides = /Yuclid/) y castellanizados mediante el agregado de una vocal final acorde con nuestro patrón de sílaba: "yucle"; luego la máquina da lugar al chofer "yuclero". Es decir, es un proceso lingüístico-ideológico-cultural muy complejo: el minero hace una función, el capital se apropia de ella o parte de ella mediante la máquina que somete y descalifica al obrero, en una dinámica en la que los mineros, sin embargo, se apropian de las herramientas y máquinas de trabajo, las nacionalizan, las castellanizan adaptándolas a nuestro patrón lingüístico, las popularizan, las humanizan, porque las palabras cargan valencias afectivo-identitarias. Aunque al cabo queda la huella ineludible: las personas toman el nombre de las máquinas y son nombres trastocados pero derivados de la lengua de hegemonía. Aunque, tómese en cuenta que en algunos sitios como en la Cananea histórica, de la huelga de 1906, laboraban en las minas no sólo dueños o técnicos sino trabajadores estadounidenses llanos, tanto negros como blancos, y no pocos de ellos, proclives a la ideología anarquista que por aquellos días y lugares predicaba la Western Federation of Miners.

Los términos anglos provienen en ocasiones de procesos lingüísticos muy curiosos, como el del "estope" hasta donde llegan las galerías, que viene de la castellanización de "stop", [alto], pero en el cambio de las generaciones se llega a decir ahora en Charcas "tope", castellanizándolo por completo, modificándolo y olvidando su origen inglés.

El control y dominio extranjero y estadounidense en particular es una hegemonía que se manifiesta en y como lenguaje. Así por ejemplo, los accidentes, tan comunes en el medio minero, hicieron crear en las minas el famoso y malsonante "Departamento de Seguridad Primero", por traducción literal del "Safety First Department". O, en las actuales mineras canadienses, predomina el inglés.

También hay otros procesos de préstamo que se deben a las lenguas en contacto, a la preservación de las lenguas indígenas en ciertas zonas mineras: como en el uso del mencionado "malacate", del "tepetate" ("tepetatl", petate de piedra —"tetl", que pierde la terminación sustantiva "-tl"-) o de la palabra "tenate" (o "tanate") para indicar las bolsas de cuero y que son conocidas en México por el doble sentido sexual de "tenates", asociados a los testículos por metonimia con las bolsas del escroto. También existe la voz "pepena", derivado de un verbo nahua y término también usado por los trabajadores de la basura y los agricultores. En ocasiones la cuestión va más allá, como en Real del Monte, que importó trabajadores nahuas de la Huasteca, lo que llevó a poner en los socavones letreros en náhuatl. Y hay quien discute que "Tangamanga", nombre del gran parque de San Luis Potosí viene de un término asociado a los mineros purépechas de las minas estatales (de la voz "tanga", como en Tangamandapio). Y, eventualmente, hay préstamos de otras lenguas, como la palabra "escarn" para designar la roca mineral (de "Skarn", término sueco originariamente para una ganga con silicatos), empleado en minerales como el de Villa de la Paz y que se aplica hoy a depósitos de hierro, cobre, zinc y de wolframio, algunos con una considerable cantidad de oro.

Luego del cambio fonético de adaptación de palabras en otras lenguas, el proceso puede ir más lejos e incluir la derivación. Así, podemos encontrarnos con que el que blande el pico (el "winger", vuelto "wíngaro") lo que hace es "wingarearle" al barranco. En la fonología, en sitios mineros-campesinos como Charcas o apartados, se encuentran variantes dialectales peculiares y arcaísmos: vido, traíbanos, haiga, etcétera.

Los procesos de derivación y desplazamiento semántico son numerosos. Ocurren, por ejemplo, metonimias, como el paso de la máquina-herramienta al oficio con simultánea castellanización: así, el perforador que emplea la máquina de corte llamada "longol" (del inglés Long wall system (pronunciado /longol system/: "sistema de pared larga"), que corta el mineral en toda la extensión de una pared, se deduce por sufijación el genial nombre del trabajador "longolero" (longolero) que la maneja. El sufijo "-ero", "-ista" o "-dor" sirven igual para "escupero", "timbrero", "muestrero" (composición genérica, a partir de "muestra"), "teletranista" o "ademador" (nominalización del verbo ademar).

La composición, productiva en español, se manifiesta por ejemplo en el común término "bocamina", reducido de "boca de la mina".

Los procesos poético-retóricos son múltiples, como ya pudo verse: derivaciones novedosas, metonimias diversas que construyen el significado por contigüidad (por ejemplo en el paso de la máquina al maquinista) o metáforas como la aplicada a la roca alargada llamada "lagartijo" . La metáfora de la mina y el mineral como "cuerpo" o las metáforas del cuerpo animal y de los extremos (la "superatividad", en término del lingüista Greimas y también la "inferatividad") es muy productiva. Así, se habla en múltiples procesos de la "cabeza" y la "cola" de algo: la "ley de cabeza" y la "ley de cola" en torno al contenido metálico al entrar y salir el mineral del molino, las "cabezas" y las "colas" en el tanque de flotación, las "bombas de cabeza" en el molino, etcétera. Las metáforas de la madre tierra y fértil que da riqueza son interesantes, ya sean equívocas o claras como la "roca estéril" en "contacto" con el mineral rico en metal.

Un proceso más, es el de la abreviatura, la sustitución por signos de otros lenguajes y las lexías complejas estables, que son múltiples, como "ley de cabeza", "ciclo de minado", etcétera.

Los campos semántico-discursivos muestran la riqueza minera: comprenden vías de acceso, ubicaciones, materiales, minerales (formas, escalas), herramientas, equipos, agentes, vestimenta, actividades, métodos de minado, formas de deterioro, sobrenombres, etcétera.

 

LAS CONVERSACIONES MINERAS

Apenas nos hemos asomado al mundo minero subterráneo, pero quedan aún por disfrutar, un poco al menos, la red de conversaciones, el emocionarse y conversar en el mundo subterráneo del lenguaje y la identidad minera, corazón de la cultura mexicana del norte que está todavía enterrado y negado. Así, nos encontramos la memoria discursiva de lucha, resistencia y esperanza, como cuando los viejos mineros nos dicen todavía con gusto que "López Mateos sacó a los gringos" (por la mexicanización de la minería). O cuando la dirigencia zapatista visitó Charcas en el invierno de 2006 y un minero bajó a la mina con su pasamontañas y les dijo a sus compañeros: ¡me lo dejó el sup"! (el subcomandante Marcos). Aunque, claro está, también se encuentran prejuicios que son verdaderos "juicios previos", condensaciones mitológicas, como cuando se llegaba a decir que la mujer era la "salación" en una mina, porque hacía que el mineral se escondiera y no pudiera ser hallado, porque las minas son como mujeres que tienen celos de otras mujeres y rompen el enamoramiento con el minero dejando de dar riqueza. Hoy en cambio, aunque pocas, hay trabajadoras que bajan a las minas, si bien no exentas de peligro.

Fuera de la mina el lugar de conversación es la cantina o la cervecería, donde se gasta el "ajuste" (el dinero, primariamente el producto del destajo), porque bien dice el dicho ya mencionado: "Minero que no pistea, malacate que no estira". Las frases idomáticas, los corridos como el de Nueva Rosita, las historias de tesoros y descubrimientos minerales, las ocurrencias son parte de la conversación minera, como el refrán sobre el saber gambusino que dice "un salón busca la puerta", el decir de un obrero charquense que nos comentó una vez "el minero es como el soldado que va a la guerra, sabe que va, no sabe si regresa" o la estrofa de un corrido charquense que canta a sus barrios: "San Fernando y San Bartolo / orgullo del los mineros, / donde se sacan metales / que son famosos en el Mundo entero".

Los mineros de Charcas, en sus idas cantineras con "Las Miadas" o "Las Rendijas" (en despectiva alusión sexual que resalta el vínculo entre alcohol y sexo), hacen política, recuerdan y discuten también los accidentes mineros con detalle, como la famosa catástrofe del "caleserazo" en 1978 (según versión contrapuesta al sindicato, a la empresa y al peritaje del Estado), del que recogemos un fragmento que muestra el habla minera y su talante a la vez grosero y solidario:

Se llena la caseta de arriba. Sube la calesa y nos trepamos abajo. Todos vamos sudados y con casa llena. Va pa'rriba.

—¿Comiste gallo?, ¿por qué estás enojado?
—Nomás, la pinche gana.

La calesa se siente mover de lado, como que se traquetea. Me da un escalofrío en la parte alta de la espalda. Luego otro traqueteo. Ya casi llegamos al 9 (el nivel 9). Nos frenamos y me bajo con un mal presentimiento. Ya me voy a retirar, pero veo al San Francisco y me paro con timidez:

—Oiga, Don, como que se anda traqueteando la calesa. Mejor que nos baje a todos la calesa.
—Ta...

Me bajo y miro todavía hacia la calesa.

—Si nos ha de cargar la chingada.

La calesa arranca.

—que nos cargue.

La calesa traquetea horrible.

—de una vez...

La calesa se va para abajo. Veo nomás al Don que, ya de bajada, mira al San Francisco y se empieza a persignar. Se pasan los de la calesa de arriba, derechos y blancos como momias. Van todos para abajo con un traqueteo y un chirriadero.

—Ya vámonos.
—Ya estuvo, pues.

Se oye un golpeteo de metal y una explosión, pero ya no es hora y el sonido es distinto a las pegadas, metálico. Salimos corriendo con las lámparas enloquecidas alumbrando para todos lados. Corre y corre llegamos al claro. Se oyen cinco timbrazos, otros cinco y... otros siete...

—¡Se cayó la calesa!

Yo mal vengo entrando al pueble y oigo el siete. (Recuérdese que el "siete" es en Charcas el timbrazo que señala accidentes).

En las cantinas y corrillos mineros del pueblo se comentan también las enfermedades, se habla de la "silicosis" por "polvo en el pulmón" (sobre todo de los trabajadores de las "trituradoras" en el molino), de la "antracosis" que contraen los trabajadores del carbón o del "saturnismo" debido al plomo y que deriva su nombre de la química medieval que llamaba a este elemento metálico "saturno", proveniente a su vez del dios Saturno, devorador de sus hijos. En Charcas los viejos mineros platican con preocupación a los jóvenes que ahora la empresa descuida demasiado la ventilación y hay más riesgo de enfermedad o accidente.

Pero más allá de las enfermedades y el trabajo fuerte que ha tenido que ser reconocido en el sistema de rápida jubilación de las minas, están los conflictos y "grillas" sindicales: la vida sindical es el corazón de la cultura minera en la mayoría de los casos. Los enfrentamientos empresa-trabajadores y a veces también trabajador-trabajador, que deben ser resueltos por lo que se nombraba la "comisión de ajustes" y por "el ajustes", empleado encargado de conciliar intereses. En las batallas verbales, en la célebre caravana de Nueva Rosita, los del bando obrero y el bando empresarial se dividían tajantemente por el nombre: "los panzas verdes" contra "los panzas blancas".

En Charcas se cuentan los chismes de la bronca entre "los de Napo" (Napoleón, el líder sindical) y "los de Elías" (Elías Morales, el contrincante), aunque no se alcanza a percibir que la ruptura que creó un sindicato nuevo en Charcas es parte no sólo de la reivindicación obrera sino también de la manipulación del Grupo México, enfurecido por los contratos conseguidos por Napoleón que siendo "charro", conoce sin embargo la economía minera.

En las asambleas sindicales mineras suele emplearse un lenguaje "ritualizado": se empieza con un minuto de silencio por los mineros muertos, después se elige por votación a quienes presidirán la mesa de los debates. Y luego hay toda una serie de formalidades para dar la palabra y votar.

Además de los líos sindicales, no podemos retirarnos del socavón si no le damos al menos una probada a las leyendas y nos acercamos a las presencias fantasmales de Charcas, más allá del famoso "Jergas", que es el espíritu más conocido en las afueras: un personaje harapiento, en ocasiones sin forma, puros ojos y al que en Catorce se evade con un clavo de ocho pulgadas (similar al "Muqui" de Uchucchacua, revestido de minerales preciosos).

En Charcas se puede bajar en el cambio de turno y ver de pronto que baja un indio, un viejo indígena. Pasa, se lava los pies en un charco y se mete a otro rebaje. Y si preguntan a otro minero de la galería les dirá: "¿lo viste?, es un indio, sale y se mete pa'llá".

También pueden andar a las tres de la tarde por donde pasan los camiones y el tiro. Y pueden ver al lado contrario de la galería que alguien les hace señas con la luz, dirigiéndola hacia abajo, en un "ven". Y pueden caminar 80 metros, pero no hallarán nada. Dicen que es un minero que se mató en la fosa donde se meten las locomotoras.

En el nivel ocho, pueden ver a un trabajador que pasa diciendo "pala que prendió". Es un palero que se desnucó y ahí terminó su vida. Una piedra le cayó encima y le aplastó el cráneo, aventando hasta los dientes para todos lados.

Y tengan cuidado al "ir al caballo", porque pueden estar esperando con urgencia a hacer sus necesidades y oirán que alguien en el cajón se queja, doliéndose y hasta pueden ver su silueta detrás del costal. Pueden gritarle ¡salte!, sólo verán que la luz se apaga y no sale nadie.

 

CONCLUSIONES

El lenguaje de las minas nos demuestra que la expresión semiótica es producto de la práctica histórica. Presenta un desarrollo notable de diversos campos semánticos, con sus peculiares valores y sistemas de oposiciones no comunes. Se funda en una jerga peculiar, ligada a una historia, a una economía política y a una evidente cultura específica que recuerda, olvida y transforma elementos en un proceso evidenciado en sus arcaísmos y neologismos, en sus creencias. Tiene dialectos regionales. Muestra fenómenos diversos de desplazamiento de sentido en el uso particular de los hablantes mineros. Y manifiesta refracciones del prestigio social sobre los nombres. La minería conlleva una cultura, un mundo de la vida y de la política, que muestra fenómenos de fascinación (como la proyección del prestigio de los nombres sobre los sujetos) y la refracción de la hegemonía que nos manifiesta como se pierde un lenguaje y una cultura al darse el proceso de apropiación del proceso productivo por el capital, uniformando los nombres, los procesos y la vida, para dar paso a un lenguaje chato, uniforme y abstracto de la expropiación cultural para reiniciar un ciclo de batalla que manifiesta como, siempre, las relaciones de fuerza se traducen en relaciones de sentido. Antes, el obrero tenía un alto grado de autonomía, reflejado en su diversidad lingüística y la empresa era esclava del saber obrero. Conforme avanza el trabajo muerto y la maquinaria, el lenguaje revela la simplificación relativa, la presencia estadounidense o canadiense y el saber apropiado por el capital. Así, los canadienses de la minería de tajo a cielo abierto, que no emplean sindicatos, no hablan siquiera de trabajadores sino de "empleados". Pero incluso en este caso, los mineros siguen teniendo un gran núcleo de fuerza en su lenguaje, en su discurso del trabajo.

El foco de estudio humanístico no es la lengua sino el discurso, el lenguaje y la semiosis en sentido amplio, que nos permiten, en el caso minero, estudiar los lenguajes de luces, los mensajes en clave Morse y las diversas dimensiones de la expresión, así como la ideología y la política. La semántica no es un fenómeno estructural para investigar en la mecedora, se asocia al proceso creativo, se liga al sentido en la pragmática y la historia. Se liga a la economía y la materialidad de la vida refractada en la lengua. La estructura es siempre resultado, producto de la organización en el tiempo y la diversidad. La gramática es una forma de vida. La gramática minera es una forma de vida subterránea sobre la que, como lampisteros del lenguaje, hemos arrojado una pequeña luz. El lenguaje de la minería revela una cultura que encierra miles de mundos.

Los rituales en el socavón, en el pueblo minero, en las peregrinaciones religiosas y en el sindicato fortalecen la gran identidad del obrero con su trabajo y con el mundo subterráneo hasta volver inseparables a la mina y al minero con su singular lenguaje. Así, un trabajador del carbón de Coahuila le comentó a uno de nosotros (Juan Luis Sariego) en una entrevista:

El minero es como una flor que se da en los desiertos de Siria, el jericó. Porque el minero, si se acaba la mina, va y busca otra mina y luego otra mina. Es como el jericó, que es una mata muy bonita con una flor grande y cuando viene el viento, el simún, se encoge aquella flor y forma una bola y con la mata deja el suelo y se deja arrastrar por el simun... Se la lleva el aire, se la lleva la tempestad y sigue rodando hasta que encuentra un oasis, donde extiende sus raíces y para otro día tiene flor.... Así es el minero: se le acaba aquí la mina y se le acaba el aliento. Pero busca trabajo allá, en otra mina y para otro día sigue siendo lo mismo de antes.

 

 

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Notas

1 Nos valdremos para ello de los aportes del seminario impartido por Juan Luis Sariego en el Colegio de San Luis en el segundo semestre de 2007 y de un pequeño trabajo de campo específico en el Altiplano de San Luis Potosí, en especial, en la población de Charcas, en donde opera una unidad del Grupo Industrial Minera México y de donde se extrae 15 por ciento de la producción nacional de zinc, lo que lo convierte en el principal centro productor de este metal en el país.

2 El término beneficio se refiere al proceso metalúrgico que permite la transformación del mineral en bruto, tal y como sale del interior de la mina, en concentrado, con un mayor contenido metálico.

3 Pueden consultarse, por ejemplo, los términos mineros mexicanos en general y los empleados en las minas de carbón de Coahuila, en Sariego et al., 1988, 541-558.

4 Así, por ejemplo, María Rodríguez (2007) recuperó 367 términos para el sitio minero peruano de Uchucchacua.

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