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Salud mental

versão impressa ISSN 0185-3325

Salud Ment vol.35 no.6 México Nov./Dez. 2012

 

Revisión de la bibliografía internacional

 

La agresión y la violencia. Una mirada multidisciplinaria.

 

Edgar Alonso Muñoz–Delgado

 

María Elena Medina-Mora. Coordinadora. El Colegio Nacional, México, 2011, 211 págs.

 

Con la concurrencia de diversas disciplinas del saber científico, se presenta esta publicación en cuyas páginas el lector encuentra textos que abordan situaciones específicas relacionadas con los alarmantes índices de violencia que vive la sociedad contemporánea, como los muy ilustrados de Luciana Ramos y Moctezuma Araoz, respecto de los abusadores y homicidas de infantes, y el de Martha Romero Mendoza, Mónica Martínez y Gabriela Saldívar, dedicado a la violencia referida a las mujeres presas, que analizan dos casos en la dinámica de la sociedad mexicana, pero con fuertes semejanzas con otras sociedades latinoamericanas, cuando menos.

Destacan factores de orden social y cultural, como la identidad de género, el machismo, la misoginia y la violencia doméstica, en el texto sobre los infantes; así como la rebeldía e insumisión y ciertos tipos de marginalidad, además del eficaz método de control mediante el uso del miedo, en el de las mujeres presas, aunado al análisis de los consumos de sustancias enajenantes. Construcciones sociales éstas, conviene decir, en las que participan las convenciones edificadas y reproducidas por las religiones, la escuela, los medios de comunicación masiva, por supuesto la familia, y demás entidades responsables de la configuración de los imaginarios colectivos dominantes.

Apuntan las autoras a la necesidad de modificar los sistemas de creencias y discursos que estimulan los estereotipos perjudiciales para la sociedad, y a la construcción de un estado de bienestar como estrategia para prevenir tales conductas.

En el mismo sentido la coordinadora del libro, María Elena Medina–Mora, junto con Rebeca Robles y Tania Real, también desde la realidad mexicana, dedican sus párrafos al análisis epidemiológico de la violencia a partir de su admisión como un asunto de salud pública, dados los efectos nocivos sobre las sociedades.

En consonancia con la OMS distinguen tres tipos básicos de violencia: la autoinfligida, la ejercida por otros y la colectiva, social, política o económica, que puede provenir de grupos al margen de la ley o del mismo Estado según sean sus políticas incluyentes o excluyentes.

Señalan como aspecto relevante la tolerancia social hacia la violencia, hasta el punto de afirmar que ésta se ha normalizado como mecanismo de resolución de los conflictos que presenta la vida, pues constituye el marco de formación de niños y adolescentes y coinciden en la necesidad de eliminar los estereotipos dañinos, mediante la participación de los sectores sociales involucrados, empezando por la salud, pues las nutre la convicción de que se puede prevenir.

Quizás estos tres capítulos sean útiles al lector como buen marco para comprender las reflexiones generales que tratan los temas de la agresión y la violencia en esta compilación multidisciplinaria; reflexiones que expresan y convocan el compromiso de la Academia, tanto como el de las instituciones gubernamentales, y de la sociedad en general, respecto de estas urgencias.

Por su parte, Jairo Muñoz–Delgado ofrece un capítulo confeccionado a ocho manos en compañía de Sánchez Ferrer, Santillán–Doherty y Carlos Moreno, en el que, desde una perspectiva etológica, analiza conductas agresivas y violentas en primates no humanos con los que compartimos características genéticas, moleculares y también muchas conductuales.

De este modo, los autores parten de establecer las diferencias entre agresión y violencia como conceptos desde la etología para señalar que la primera tiene que ver con la adaptación al medio y la sobrevivencia, mientras la segunda, por el contrario, pone en riesgo la vida de individuos y especie, al tiempo que llaman la atención sobre la conveniencia de distinguir las conductas inter e intraespecíficas, dado que sus consecuencias son, en general, bien distintas. Igualmente, la socioecología de cada especie y los correspondientes contextos, surgen como condiciones imprescindibles para la comprensión de los fenómenos.

Los investigadores señalan la relevancia de la calidad de las relaciones madre–infante como quiera que de ella depende, en gran medida, la capacidad de los individuos para contender con sus entornos, mientras llaman la atención sobre la conveniencia de pasar de la multi a la transdisciplinariedad en la indagación del tema.

En el mismo camino, José Luis Díaz y Francisco Pellicer parecieran usar "su cerebroscopio" para indicar al lector, en capítulos diferentes, algunos mecanismos de funcionamiento del cerebro. Para Díaz, no obstante la fuerte intervención de factores biológicos cerebrales y neuronales como los genéticos que predisponen las conductas, o como los niveles de testosterona y/o encefalinas que estimulan la agresividad y afectan los mecanismos de recompensa y dolor, o las anomalías que afectan la amígdala y provocan padecimientos tales como la epilepsia del lóbulo temporal no convulsiva o como los daños en la corteza prefrontal que inhibe y regula las emociones, mientras recuerda el célebre caso de Phineas Gage, ocurrido en el Estado de Vermont en 1848, la agresión y la violencia son tomadas en cuenta por la etología en estudios que van desde las consideraciones individuales hasta su reconocimiento como interacciones situadas en contextos precisos, tanto en especies no humanas como en nosotros mismos.

Esta última tendencia es la que posibilita, entonces, afirmar que una y otra manifiestan un complejo de acciones compuestas no sólo por elementos biológicos como los mencionados, sino por factores de tipo socio–cultural y, por supuesto, psicológicos.

Asegura el autor que la definición de cierta conducta como agresiva o violenta deberá tomar en cuenta a los actores intervinientes, las circunstancias socioculturales, además de los factores biológicos, en cuyo caso, se deduce, conviene observar los patrones de aprendizaje estructurados en la escuela, en el hogar, en los grupos sociales y, cómo no, en los medios de comunicación.

En tanto, para Pellicer el estudio de la fisiología del dolor, tanto físico como moral, pone de relieve que la solidaridad ante el dolor ajeno es también un asunto de funcionamiento cerebral, pues existen cuatro niveles mediante los cuales las neuronas establecen cierta identidad con lo que sucede al otro, como en los casos de las llamadas neuronas espejo, la anticipación, la empatia y la compasión. Destaca también Pellicer la importancia de estudiar el dolor producido por el rechazo y la exclusión social, pues si bien el dolor se ha entendido como una alarma de tipo físico, al parecer se extiende a la conciencia y al afecto, con sus implicaciones neurofisiológicas.

Ana Fresán Orellana y Rebeca Robles entregan un lúcido capítulo en el que desmienten la afirmación popular –con orígenes en las sentencias psiquiátricas, en el pensamiento mágico religioso de las colectividades y en los medios masivos de comunicación– según la cual los esquizofrénicos son, por definición, violentos y peligrosos para quienes les rodean, con la consecuente estigmatización histórica. Alertan sobre la importancia de tomar en cuenta las circunstancias y motivaciones específicas del paciente esquizofrénico que presenta tal conducta, a la vez que recalcan la necesidad de educar al público en general respecto de la relación esquizofrenia–violencia.

Iván Arango de Montis, en el capítulo dedicado a la Teoría del Apego y su relación con la agresividad, distingue tres tipos de apego: seguro, inseguro e inseguro evitativo, que caracterizan los vínculos del infante con sus cuidadores y en los que puede manifestarse agresividad del niño, según sea que tales vínculos generen o no ansiedad. De tal modo, la ira, en discretas proporciones, resulta útil en tanto puede ser una señal dada a los cuidadores acerca de la calidad de su función; además, ésta puede ser modelada asertivamente por los cuidadores, entendiéndose por tales a sus preceptores y educadores.

Lo interesante de dichos conocimientos se fundamenta en la posibilidad predictiva de conductas asociales o antisociales en el adulto, de acuerdo con sus experiencias de apego infantil.

El cierre del libro, producto del simposio sobre el tema en el Colegio Nacional, le corresponde al psiquiatra y personaje público Juan Ramón de la Fuente, quien destaca el común denominador de los autores, en el sentido de contribuir al conocimiento del problema y no ser simples espectadores del hecho, mientras asegura que los análisis desde las comunidades científicas coadyuvan a la elaboración de políticas públicas orientadas a la satisfacción social de las necesidades básicas, a la mejor distribución de bienes y servicios y a la buena calidad educativa, como factores que previenen las conductas violentas.

Como suele ocurrir en este tipo de compilaciones, los editores planean un ordenamiento de los capítulos, pero siempre será el lector quien lo aborde según sus intereses.

Así como el texto presenta los puntos de vista de diversas disciplinas científicas sobre la agresión y la violencia, producidos por investigadores de distintas nacionalidades, puede y debe ser leído y estudiado por personas desde muy diversos quehaceres, dentro de los cuales vale mencionar educadores, comunicadores, padres de familia, tutores y otros muchos, más allá de las fronteras mexicanas, pues las situaciones empíricas reseñadas suelen estar muy emparentadas con las vivencias de otros países latinoamericanos.

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