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Salud mental

Print version ISSN 0185-3325

Salud Ment vol.31 n.2 México Mar./Apr. 2008

 

Información y acontecimientos

 

¿Y si Freud y Janet se hubieran encontrado?

 

What would have happened if Freud and Janet had met?

 

Michel Laxenaire1

 

1 5, rue de la Source 54000 NANCY, France. Teléphone 03 83 22 90 63.

 

El 23 de octubre de 2007, la Société Médico–Psychologique de París realizó una solemne reunión conjunta
con el Institut Pierre Janet para celebrar el LX Aniversario luctuoso del célebre psicólogo francés.
Hay que recordar que Pierre Janet tiene un lugar especial dentro de la historia de la psiquiatría mexicana,
pues en ocasión de su visita a México en 1925, invitado por la Universidad Nacional
a dictar una serie de conferencias para celebrar el XV aniversario de su fundación,
contribuyó a la creación de la primera cátedra de psiquiatría y de la primera sociedad de especialistas en nuestro país.

Dentro del nutrido programa científico de la reunión conjunta resaltó por su originalidad
la comunicación que presentó el profesor Michel Laxenaire, miembro de la Société Médico–Psychologique,
quien escribió para esa ocasión un diálogo imaginario sobre el penoso episodio ocurrido en 1937.
Con la libertad de un historiador literato que es un profundo conocedor de las teorías de ambos personajes,
y a la distancia de 70 años de ese triste sucedido, el diálogo imaginario entre ellos adquiere un especial interés.
Es por ello que nos pareció conveniente traducirlo. Agradecemos al profesor Laxenaire su autorización.

Héctor Pérez–Rincón

 

En abril de 1937, Pierre Janet y su yerno Édouard Pichon viajaron a Viena y tocaron en el número 19 de la Bergasse: "Deseamos ver al señor profesor Freud", dijeron a la empleada doméstica que les abrió. Esta se ausentó algunos instantes y regresó con la respuesta: "En ningún caso el señor Freud recibirá al señor Janet".

Todo el mundo conoce este episodio que, con una descortesía de Freud, puso un brusco término a una controversia que duraba desde hacía más de 40 años. Freud murió en el exilio, en Londres, en septiembre de 1939; Janet, en París, en 1947. ¿Y si ambos hombres se hubieran visto? ¿Si en el ocaso de su vida hubieran enfrentado su querella habrían muerto reconciliados o más enemigos que nunca? Me he planteado la pregunta y he imaginado que Freud hubiera hecho decir a la empleada: "Pero entren pues, señores, el profesor los espera" y he escrito el diálogo que los dos hombres habrían podido tener si Freud hubiera sido cortés. Este diálogo no es pura ficción, trata de resumir la guerra que los dos hombres se hicieron durante todo su periodo de actividad. Para ello me he inspirado en los trabajos de Henri Ellenberger, Elisabeth Roudinesco, Claude Prévost, Jacques Chazaud, Yves Thoret, y de lo que yo mismo he escrito sobre esta confrontación en una comunicación a la Société Médico–Psychologique, publicada en 1989 en los Annales Médico–Psychologiques.

Como no conozco el día exacto del mes de abril en el que el encuentro no tuvo lugar, he fechado esta reunión ficticia el 1° de abril,* y he aquí el diálogo tal como lo he imaginado:

Freud:

Buenos días señores franceses. (Con una cierta agresividad). Mi primera idea fue no recibirlos. (Dirigiéndose a Janet) es por ello que no respondí a la carta que me envió su yerno a principios del año. Mi rencor era fuerte. Pensaba que todo estaba dicho entre nosotros y que era necesario dar vuelta a la página. Pero, como ven, cambié de opinión. ¿Por qué? Sin duda porque soy viejo, porque usted, Janet, también es viejo, y ambos vamos muy pronto a disolvernos en la nada y me he dicho que era la última vez que tendríamos la posibilidad de confrontar nuestros diferendos. Mi francés ya no es muy bueno y haré un esfuerzo porque, por supuesto, ninguno de los dos habla una palabra de alemán. No tengo la menor idea de lo que saldrá de nuestro encuentro pero estoy de acuerdo en escuchar sus argumentos y refutar una vez más las idioteces que usted ha dicho sobre mí.

Janet:

Buenos días profesor Freud. Claro que había pensado que usted podría rehusarse a recibirnos. El hecho de que no haya respondido a la carta de mi yerno no me parecía de buen augurio pero he insistido y como ve, estoy aquí. Mi yerno es un gramático pero, yo no se bien por qué, ha sido seducido por su método y ha "seguido un psicoanálisis", como usted dice. Es miembro de la Société Psychanalytique de París donde es muy tomado en cuenta. Usted ha debido oír hablar de él porque entre psicoanalistas se conocen todos. Por ello me sorprendió que no respondiera a su carta. Su silencio me inquieta pero como tenía un gran deseo de conocerlo y de hablar con usted, después de todos los malentendidos que nos han separado desde el fin del siglo pasado, me decidí a emprender este viaje largo y fatigante para un hombre de mi edad, porque a fin de cuentas, lo que me ha decidido a venir, créame si quiere, es su nacionalidad: en Francia los austriacos son considerados acogedores y tolerantes.

Freud:

(Con un aire gruñón): Lo son menos desde hace algún tiempo. El partido nazi es poderoso aquí y muchos de mis compatriotas son favorables a una unión de Austria con Alemania. Personalmente, yo deseo que este "Anschluss" como lo llama su propaganda, nunca ocurra pues los hitlerianos son antisemitas. En Berlín han quemado mis libros. Es un progreso, en la Edad Media es a mí a quien habrían quemado. Aunque ateo me siento judío y solidario de mis correligionarios, aun deseando que frente a los peligros que se anuncian acepten finalmente volverse un pueblo como los otros y renuncien a su sedicente "elección". Para ello sería necesario que, como los otros pueblos, acepten matar simbólicamente al Padre, lo que nunca han querido hacer. Yo reflexiono mucho sobre este tema en este momento y pienso escribir un libro sobre Moisés y el monoteísmo. Yo no se si alcanzaré a acabar este trabajo antes de morir, pero si el libro sale a la luz será mi última obra y yo pienso que será útil.

Pichon:

Profesor Freud, le saludo y estoy feliz de encontrarlo, permítame intervenir un instante después de mi suegro. Le agradezco que haya aceptado recibirnos pues soy yo, en efecto, quien tomó la iniciativa de este encuentro. Es por esto que tengo una gran esperanza de que desemboque sobre algo positivo. ¿Por qué he insistido en que mi suegro venga a hablar con usted? Sin duda porque pienso que desde hace más de 50 años ustedes se han hecho una guerra que me parece estéril. Mi suegro sabe que yo no soy "janetiano", incluso si creo que él ha aportado tanto como usted al conocimiento de las neurosis, pero en un sentido diferente. En lo que a mí concierne, he llevado un psicoanálisis con una polaca emigrada a Francia, Eugénie Sokolnicka, que supongo que usted conoce bien. Por estas dos razones me parece que yo podría desempeñar entre ustedes un papel de árbitro, de "go between", como dicen los ingleses. En Francia sostengo el movimiento psicoanalítico que, como usted sabe, se enfrenta a muchas oposiciones. Mis compatriotas son fácilmente chauvinistas y el psicoanálisis pasa en Francia por ser "una ciencia alemana", con todos los subentendidos que este término implica para los franceses de 1937. Es por ello que me he fijado una meta: "afrancesar el psicoanálisis", que es, según yo, el único medio de hacerlo aceptar mejor. Espero no molestarle diciéndole que creo en la superioridad de la cultura francesa. Creencia que es tal vez una consecuencia de mis ideas políticas puesto que pertenezco a l'Action française y soy un admirador de Maurras.** No obstante yo nunca fui anti–dreyfusard, lo que deberá tranquilizarlo.

Freud:

Esto me tranquiliza parcialmente y encuentro curiosa su idea de una superioridad de la cultura francesa. Molière no me parece superior a Shakespeare o a Goethe, que cito frecuentemente y que me han aportado mucho para el conocimiento de la psique. El psicoanálisis no es un producto de la cultura, es una ciencia basada en descubrimientos científicos. El psicoanálisis tiene un valor universal como la física o las matemáticas.

Janet:

(Con un principio de incomodidad): Dejemos la literatura y la política, si desean. Personalmente yo no tengo ninguna idea sobre el Anschluss ni sobre Maurras y no comparto el entusiasmo de mi yerno por l'Action française. De hecho no tengo ninguna idea política. Sólo las neurosis me interesan. Desde el principio de mis estudios de filosofía y de medicina, he tratado de comprender las ideas extrañas que los obsesionan y encontrar las razones de las extrañezas de sus conductas. Si he aceptado venir aquí es porque deseaba que en el ocaso de nuestras vidas tratáramos por fin de disipar los malentendidos que han envenenado nuestras relaciones desde hace tantos años. Me gustaría saber, una vez por todas, si nuestras teorías son vecinas, incluso idénticas o si son francamente incompatibles. Si se trata solamente de una cuestión de vocabulario, como yo tiendo a creer, o de una diferencia de naturaleza como no ha dejado usted de decirlo. En todo caso una cosa es cierta: hemos comenzado nuestras investigaciones casi en la misma época: 1893 en mi caso, 1895 en el suyo.

Freud:

(Irónico): He aquí una primera insinuación descortés de parte suya, mi querido Janet. Usted sugiere una vez más la anterioridad de sus trabajos respecto de los míos, lo que no ha dejado de hacer desde siempre. Yo se pertinentemente que usted presentó su tesis sobre "El estado mental de las histéricas" en 1893 y que los "Estudios sobre la histeria", que publiqué con mi amigo y maestro Joseph Breuer, son de 1895, pero déjeme decirle que yo trabajaba con él sobre el tema desde 1884 e incluso 1882. Además usted olvida voluntariamente nuestra comunicación preliminar cuyo título, creo, no pudo escapársele: "Por una teoría del ataque histérico" y que es de 1892, es decir un año antes de su tesis. Por lo demás, desde esta época, nuestras conclusiones sobre las causas de la histeria eran muy diferentes: lo que usted llama "análisis psicológico" consiste en una encuesta minuciosa de la vida consciente de los enfermo, en tanto que yo, a partir del momento en que abandoné la hipnosis y esto fue casi a principio de mi práctica, he privilegiado una escucha flotante de lo que los neuróticos tenían que decirme, sin cuestionarlos ni influenciarlos nunca. Era su inconsciente lo que me intrigaba y lo que yo buscaba develar, en tanto que usted nunca se ha preocupado realmente del inconsciente. Por lo demás usted abandonó rápidamente el término, cambiándolo por el de "subconsciente", que convenía mejor a su teoría. Su "subconsciente" no es sino una especie de antecámara de la conciencia y su idea viene directamente de vuestro viejo fondo cartesiano, porque como todos los franceses usted es un incorregible cartesiano, ¿no es verdad? ¿Debo también ser bastante cruel como para recordarle que usted pasó completamente de lado de la transferencia y de la represión? (montando súbitamente en cólera). Ahora bien, a pesar de estas diferencias esenciales, usted ha tenido la audacia de afirmar que yo lo había plagiado, que su "análisis psicológico" había precedido e inspirado mi "psicoanálisis", como usted dice, que yo le había copiado cambiando solamente las palabras. ¡Es risible! Y no comprendo cómo puede usted pretender ser el verdadero padre del psicoanálisis hablando de él todo lo mal posible. ¿Por qué enorgullecerse de haber inspirado un método que usted no se incomoda en considerar nulo?

Janet:

(Tratando de calmar el juego): Usted se enoja indebidamente pero me abstendré de adoptar su mismo tono para responder, porque conozco las razones de su cólera: usted no quiere –y nunca ha querido– admitir la anterioridad de mis trabajos sobre los suyos. No obstante, cuando publiqué mis primeras observaciones usted no dudó en felicitarme y subrayar su modernidad en relación a las concepciones de la época, agregando incluso "que confirmaban sus propias observaciones". Y después, a medida que construyó su propia teoría, en contrapunto de la mía, nada más. Sí, denigraciones, juicios perentorios del género "Janet nunca comprendió nada de los histéricos y de los neuróticos", lo que no era ni amistoso ni científico. Entonces, permítame decirle que hoy es para mí un gran día porque por vez primera voy a poderle decir por fin de frente, lo que tengo en el corazón. Digo bien "de frente" porque cada vez que tuvimos la ocasión de encontrarnos y de debatir juntos, usted escapó y envió en su lugar a uno de sus alumnos ¿o debo decir discípulos? Recuerde que en 1913, en Londres, cuando me encargaron un reporte sobre el "psicoanálisis", donde abordé lo que diferenciaba nuestras dos teorías, usted se cuidó de asistir llevándome la contradicción. Envió en su lugar a Jung. Debo reconocer que él estuvo muy correcto. No me lo confesó claramente pero tuve la impresión de haberlo parcialmente convencido. En todo caso, lo que él respondió a mis ataques no debió gustarle pues apenas tres meses después usted lo expulsó de su asociación. Después, Jung hizo su camino solo pero éste me parece más próximo del mío que del suyo. Como él, yo soy un investigador solitario, lo que me diferencia de usted que siempre ha querido ser el jefe de una Escuela, una especie de gurú poseedor de una revelación sobre el sexo, admitiendo en su cenáculo a quien le place y expulsando de él a quien le displace. En lo que a mí concierne, nunca he buscado hacer una Escuela ni en robarle a sus alumnos. Sólo me interesa la verdad, no los honores o la adulación de discípulos cortesanos.

Freud:

(Con calma y determinación): Si he creado una Escuela –y no una secta, como parece insinuarlo– es porque el psicoanálisis es una ciencia nueva que debe imponerse y que tiene necesidad de ser defendida porque tiene muchos enemigos, sobre todo en Francia, donde muchos, por lo demás, se adhieren a usted y a sus teorías. En lo que concierne a Jung, es verdad que tomé a mal que él le dijera que la libido no era en realidad más que el equivalente del impulso vital de Bergson. Quería agradarle ciertamente. En cuanto a Bergson, es un gran filósofo del mismo modo que lo es usted, pero nunca ha visto en su vida a una histérica ni a un obsesivo y sus concepciones nada tienen que ver con las mías. (Con ironía) ¡Yo soy médico y durante todos los años de mi práctica he escuchado lo que las histéricas tenían que decir y puedo asegurarle que ellas me han hablado más de sexo que de impulso vital!

Janet:

Usted olvida que Bergson escribió "La Evolución Creadora", de la que algunos de nuestros jóvenes colegas han hecho una especie de emblema para sus trabajos en psicología. Usted parece reprocharme que sea filósofo, como si fuera una tara. Ciertamente fui filósofo antes de ser médico pero no tengo que avergonzarme de ello. Quise seguir los pasos de mi tío Paul al que admiraba mucho, pero cuando comprendí lo que tenía de irremplazable la mirada médica, por consejo de Charcot hice estudios de medicina, y como acaba de decirlo usted mismo, presenté mi tesis en 1893 sobre "El Estado Mental de las Histéricas", histéricas que yo había observado en la Salpêtrière. Pero puesto que me ha atacado sobre las fechas, refirámonos a ellas y vayamos un poco más lejos: usted llegó a París durante el invierno de 1884–85 porque en esa época practicaba la hipnosis y en París sólo se hablaba de hipnosis. Era el concepto de moda. La hipnosis parecía conducir directamente al conocimiento de la histeria. Recuerde las apasionadas discusiones entre Charcot y Bernheim, la Escuela de Nancy contra la Escuela de la Salpêtrière. Las injurias a veces volaban bajo. Babinski era el más huraño. Lo que estaba en juego era comprender la histeria: Si se trataba de una enfermedad mental de origen orgánico, como lo pensaba Charcot, o de un trastorno puramente psicológico. ¡Confiese que la diferencia era enorme! Yo opté por la segunda hipótesis al igual que usted. ¿Podríamos por lo menos estar de acuerdo sobre este punto?

Freud:

Recuerdo bien el entusiasmo de la época por la hipnosis, en efecto, pero ya que menciona mi estancia en París, yo también quisiera precisar algunas cosas: Usted ha tenido el atrevimiento de decir que yo había reproducido sus trabajos cuando estaba con Charcot durante ese invierno de 1884–1885, mientras que sabe muy bien que en esa época usted era profesor en Havre ¡y que todavía no había puesto un pie en la Salpêtrière! Usted sabía que todo esto eran chismes y mentiras y nunca se tomó la molestia de rectificarlas. Esto, Janet, no se lo perdonaré nunca (súbitamente en cólera). En el fondo debí seguir mi primera idea y no recibirlo.

Janet:

(Herido y continuando con el mismo tono): Y yo me digo que tal vez no debí hacer el esfuerzo de venir a verlo, porque lo que usted considera como chismes estaba basado sobre hechos. Le recuerdo que la primera enferma que hipnoticé se llamaba Léonie y yo estaba todavía en Havre en ese tiempo. Era una médium de gran clase que caía en sueño hipnótico a voluntad. Realicé con ella experimentos de telepatía en colaboración con su médico el doctor Gibert y todo eso ocurría en 1881, mucho antes de que frecuentara la Salpêtrière. Su caso fue el tema de una comunicación que mi tío Paul presentó en octubre de 1885 en la Société de Psychologie Physiologique, frente a Charcot. Fue esta misma publicación la que atrajo su atención hacia mí y es a partir de ella que me invitó a frecuentar la Salpêtrière. Ahora bien, en 1885 usted estaba en París e incluso si no asistió a la reunión de la sociedad, seguramente oyó hablar de nuestra comunicación en los pasillos de la Salpêtrière porque fue muy sonada.

Freud:

(Perentorio): No, Janet, le juro que nunca escuché hablar de ella. Por lo demás su tío Paul y usted no son la misma persona. Nunca habría establecido una relación entre ustedes porque ignoraba todo de sus investigaciones. Además, en esa época hubo muy numerosas comunicaciones sobre el tema de la hipnosis. Charcot tenía sobre las relaciones de la hipnosis y de la histeria opiniones que nunca compartí. Yo era más bien de la opinión de Bernheim que veía en la hipnosis un fenómeno de orden general sin ninguna relación con la histeria y no un síntoma de "la gran neurosis" como se decía entonces.

Janet:

Usted no estaba de acuerdo con Charcot y sin embargo frecuentaba asiduamente su servicio. Tenía entonces mucha admiración por el Maestro. El lo recibía en su hôtel del Boulevard Saint Germain con otros residentes extranjeros y hasta se sugiere ¡que usted quedó seducido por su hija! En todo caso, usted no podrá negar que yo he frecuentado regularmente la Salpêtrière a partir de esos años hasta el punto de que algunos más tarde, en 1889, formé parte con Liébeault, Bernheim, Déjerine y Forel, del Comité de organización del Congreso Internacional de Hipnotismo que se celebró en París ese año. Y tampoco podrá negar que usted estaba entre los 300 participantes. Usted regresaba de Nancy donde había llevado a Bernheim una enferma que había sido incapaz de hipnotizar en Viena (agresivo y alusivo). ¡Aquí entre nos, qué curiosa idea la de viajar así con una paciente durante 1000 kilómetros! ¡Paciente a la que usted encontraba "de una gran cultura y de una gran seducción"! No insisto más. Entonces no me diga que no conocía mis trabajos. En ese congreso expliqué la manera metódica con la que yo estudiaba a las histéricas según la técnica de Charcot, nuestro común Maestro.

Freud:

No respondo a sus alusiones pérfidas porque sospecho que ahí está el origen del punto que todavía nos separa: Usted nunca ha querido reconocer la naturaleza de los lazos transferenciales y contratransferenciales que se tejen entre los pacientes y aquellos que los tratan. Es un verdadero amor (decimos "echte Liebe" en alemán), el motor de la curación, mucho más que sus explicaciones pseudo científicas y su manía de la anamnesis llevada hasta los detalles más ínfimos. Lo que me sorprendió de su comunicación fue en efecto su encarnizamiento en saberlo todo por medio de preguntas tan minuciosas como indiscretas. Insisto en el adjetivo "metódico" (con ironía) respecto de su manera de proceder con los neuróticos, el calificativo me parece no se puede más justo.

Janet:

Usted llama transferencia a lo que yo llamo interrelación o confianza, pero esta confianza está lejos de poder llevar a una curación, incluso a una simple mejoría de un estado neurótico. He examinado muchas histéricas en la Salpêtrière y he publicado muchos casos de los que algunos se han vuelto célebres, como el de esa Madeleine Lebouc, cuya observación, en efecto metódica, es el origen de mi teoría sobre la creencia. Usted critica mi método, pero ¿no es preferible a sus aproximaciones? (con una cierta rabia): no tendré la crueldad de recordar los casos que usted ni siquiera examinó personalmente: Anna O. era una paciente de Breuer. Esto no le impidió obtener de su caso todo tipo de especulaciones que honran más a su imaginación que a su ciencia. Sin hablar del célebre "pequeño Hans", de quien todas las palabras le fueron relatadas por su padre, un periodista amigo suyo. Llegado a la edad adulta ¡no guardaba ningún recuerdo de su "psicoanálisis"! ¡Nada sorprendente puesto que nunca vio a su psicoanalista! En cuanto a vuestro Presidente Schreber, del que obtuvo una ingeniosa teoría de la paranoia, usted lo juzgó a partir de un documento sin haberlo visto nunca. Es sobre tales casos que usted ha construido teorías que supuestamente pueden aplicarse a todo el mundo como su "complejo de Edipo" que usted ve por doquier y del que seguramente yo no reivindico la paternidad. Si los padres transmiten algo a sus hijos, son sus genes. Sobre este punto sigo siendo bastante organicista. Estoy seguro que aquellos que nos seguirán descubrirán cosas extraordinarias en el terreno de la genética. Pero dejemos esto de lado. No quisiera ser excesivamente polémico. Ciertamente tal vez soy más filósofo que médico, como usted lo sugiere, y usted más médico que filósofo, pero usted se ha equilibrado elaborando teorías que toman más de la filosofía o de la mística que de la medicina. De este modo quedamos parejos (regresando a la seriedad): tal vez podríamos estar de acuerdo en un punto: la neurosis no proviene de un trastorno del cuerpo como lo pensaba Charcot. La psicología –y por ello la neurosis– es una ciencia por derecho propio que nada tiene que ver con el cerebro.

Freud:

Todavía faltaría que nos pusiéramos de acuerdo sobre la significación del término "psicología". Usted reduce todo a la psicología, es decir al funcionamiento consciente del cerebro, aunque diga después que el cerebro no participa en ello. Usted habla de la neurosis como un ingeniero, con palabras de ingeniería: automatismo, estrechamiento, debilidad, ideas fijas, astenia, falta, déficit. Para usted un enfermo es como una máquina que se descompone porque una pieza está defectuosa. Lo que usted no admite fácilmente, pero de lo que yo estoy seguro, es que usted ha sido influenciado por los niveles jerarquizados de conciencia del neurólogo inglés Hughlings Jackson: cuando el nivel superior se desploma o se debilita el nivel inferior se emancipa y toma su lugar. Pero lo que es válido para la neurología no lo es necesariamente para la psicología. Yo pienso, por mi parte, que el saber está dentro de las propias pacientes, que ellas lo dejan filtrar sin tener conciencia de ello y que es necesario interpretarles lo que dicen porque hablan sin saber lo que ellas dicen. Todo viene de su inconsciente. (Con un tono más sombrío): Dicho esto, considero insultante la manera en la que usted se ha referido a mis observaciones clínicas. Olvida a los pacientes que escuché durante años: "El hombre de las ratas", "El hombre de los lobos", por citar sólo dos. Precisamente a partir de "El hombre de los lobos" me permito recordarle otro enorme punto de divergencia que nos separa. Deseo hablar de la importancia de los sueños. Ellos dan acceso al inconsciente y esto usted nunca lo ha reconocido. Sin hablar de los lapsus y los actos fallidos que usted no menciona siquiera en sus observaciones "metódicas". Es verdad que usted hace psicología pero la hace como se haría la medicina. Sus descripciones de enfermos son secas, aburridas, escolares, cuajadas de detalles inútiles. He tratado de leer algunos de sus libros. Se me cayeron de las manos. Sobre el estilo no diga que lo he plagiado porque me sentiría vejado. Su lenguaje es aplanado, pesado, "sorbonnarde", como dicen en Francia. Usted divide, clasifica, ordena en categorías y en subcategorías y en subsubcategorías. Nada está vivo bajo su pluma. Usted no escucha a sus enfermos, usted los observa y los cuestiona colocando sobre ellos sus esquemas y sus ideas preconcebidas.

Janet:

Usted se equivoca al burlarse porque yo tendría muchos más motivos para ironizar. Usted ha sostenido sin que le gane la risa que los orígenes de las crisis de histeria se encontraban en el pasado inconsciente de las histéricas y que sería necesario conducir una verdadera encuesta policíaca para desenmascarar el traumatismo que explique todo y que, una vez detectado, asegure la curación. ¡Uno se creería en los últimos cinco minutos de una novela policíaca! Todo esto en la más pura tradición de la explicación por la causalidad, mientras que sabemos muy bien ahora que el encadenamiento de los procesos es bastante más complejo que lo que va de la causa al efecto, del trauma al síntoma...

Freud:

(Interrumpiéndolo): Es fácil ironizar sobre los inicios todavía inciertos de una investigación que ha tenido no obstante el mérito de descubrir algunas verdades que se han mostrado durables. Las mismas palabras no tienen para usted el mismo sentido que para mí. Lo que usted llama "disociación" nada tiene que ver con lo que en alemán llamamos "Spaltung". Usted define la "disociación" como una especie de desagregación psíquica que rompe las asociaciones entre cuerpo y psiquismo. La "Spaltung", tal como yo la concibo, significa la separación entre consciente e inconsciente, y para mí, lo que nutre al inconsciente es la represión, término que usted rechaza. Dicho de otra manera: la personalidad de las histéricas está perpetuamente en conflicto con ellas mismas porque la pulsión quiere expresarse y el super Yo se lo impide. Es el super Yo, el super Ego si prefiere hablar en latín, el que reprime los malos pensamientos, los traumatismos de la infancia y son estos traumatismos los que emergen bajo forma de síntomas. Para usted, por el contrario, las histéricas tienen una doble personalidad. Como si la personalidad pudiera compartimentarse. Siempre su manía de los párrafos y los subpárrafos. Para mí, ellas no tienen más que una pero que está separada. Allí usted puede tocar con el dedo el hecho de que mi teoría nada tiene que ver con la suya.

Janet:

Lo que usted olvida decir en su demostración, cuando me interrumpió, es que encontró (con ironía), escuchando a sus enfermas sin duda, que todas las histéricas habían sido violadas por su padre y que este era el traumatismo que explicaba sus síntomas. ¡Allí se reconoce bien su obsesión por el sexo y sobre todo por el sexo malsano!

Freud:

¡He aquí la chunga francesa cuando se habla de sexo! Le concedo que eso creí al principio de mi práctica pero pronto me retracté de esta certeza y como escribí à Fliess algunos años más tarde "abandoné a mi neurótica". Esta violación existió pero está en la cabeza de las histéricas, no en la realidad. Es un fantasma pero usted y su teoría no tienen ninguna idea de lo que es un fantasma.

Janet:

No, yo prefiero hablar de cosas serias, de cosas que se ven, que se constatan. Para mí las histéricas tienen "ideas fijas subconscientes" y se les detecta en las relaciones que mantienen con los síntomas. No basta con traer estas ideas a la conciencia, como usted lo cree, hay que disociarlas y reeducar a las histéricas utilizando la influencia sonambúlica. Profesor Freud, yo no estoy tan chapado a la antigua como para insinuárselo. Con pacientes bajo hipnosis he representado una nueva versión de su historia con el fin de disociar la idea fija del traumatismo que era su causa. Sin querer ser profeta me pregunto si esta historia de asociar recuerdo traumático y teatro no será retomada un día por uno de nuestros lejanos sucesores.

Freud:

Usted tal vez tiene razón en este punto porque yo mismo he calificado de "otra escena" el lugar del inconsciente. No es pues imposible que psicoanalistas fascinados por el teatro intenten hacer revivir esta "otra escena" bajo una forma concreta. Hace algunos años encontré en Viena a un joven –creo que se apellidaba Moreno– quien me expresó proyectos semejantes. Para esto estoy de acuerdo pero hay un término que continúa horripilándome en su discurso, es el de reeducación. Me lleva a la época de la hipnosis. Estamos aquí para hacer tomar conciencia de lo que estaba sumergido, oculto, subterráneo, y no para educar o influenciar según los preceptos de la moral. Una vez más usted es víctima de su famosa claridad francesa. Ustedes separan, agregan, suprimen, pero les falta lo esencial: la vida en lo que ella tiene de creativo, de floreciente, de incontrolado. La vida es un devenir, un "Werden" como dicen nuestros filósofos. Schopenhauer, que es ciertamente el más grande de ellos, habla de voluntad y de potencia impulsadas por una parte desconocida de nosotros mismos. Esta parte desconocida es el inconsciente. Schopenhauer lo ha sospechado y yo he afirmado y probado científicamente su existencia. Aunque usted sea filósofo, desgraciadamente un filósofo francés, no tiene ninguna idea de lo que Schopenhauer ha aportado al pensamiento psicoanalítico y al conocimiento de la neurosis.

Janet:

Usted tal vez tiene razón en este punto pero, por el contrario, lo que yo se es que usted está y siempre lo ha estado obsesionado por el sexo y esto no se lo enseñó Schopenhauer. Usted ve el sexo por doquier. Sólo en Viena podían nacer ideas semejantes. Que haya alguna cosa sexual en la histeria, lo acepto. Por lo demás no es ni siquiera usted quien lo descubrió, fue Charcot. El se lo dijo un día en que lo recibía en su casa. Hablando de las histéricas él le dijo: "atrás de todo esto está la cosa sexual". ¡Usted ciertamente retuvo la lección! Pero decir que todas las neurosis tienen un origen sexual, que son debidas a la libido como usted dice, no sólo es ridículo sino falso. Su pansexualismo es inadmisible y sobre todo no es científico. Decir que la neurosis obsesiva es de origen sexual, sólo usted puede creerlo. Yo he probado que la obsesión era el resultado de un debilitamiento psicológico, una especie de neurastenia, no de los nervios sino del psiquismo, por lo que la he llamado "psicastenia".

Freud:

Puesto que menciona a la neurosis obsesiva, puedo decir algo sobre ella. Esto le hará captar todo lo que nos separa. Las obsesiones no son debidas, como usted cree, a no se cual "astenia psíquica" sino a un conflicto. Hay un atacante, la pulsión, y líneas de defensa erigidas por la moral. Las defensas se derrumban unas tras otras frente a los asaltos de una sexualidad desajustada y dejan al neurótico en la angustia. Sí, es sexual, continúo afirmándolo en voz alta. Las obsesiones vienen de deseos sádicos inadmisibles que intentan filtrarse e imponerse a un individuo que lucha desesperadamente por desembarazarse de ellas. Esto nada tiene que ver con su hipotética "astenia psíquica". Naturalmente el obsesivo nunca llega a eliminar completamente sus ideas perversas. Está vencido desde un principio. Y todo esto ocurre en el inconsciente que es el lugar donde todo se decide. Sí, lo mantengo, el inconsciente es mi gran descubrimiento. Es lo que me ha hecho célebre. Usted no tiene ninguna idea de lo que es el inconsciente. Cuando pienso que usted ha osado decir que "el inconsciente sólo es una manera de hablar", ¡esto me da una idea de su nivel científico!

Janet:

Va usted muy rápido Freud. Pareciera que no entiende. Toma "manera de hablar" de una manera irónica, peyorativa. Admito que se le podría dar a mi frase este género de interpretación, pero ¿qué serían su método y el mío si no los sostuviera el lenguaje? Que yo sepa, la psicoterapia es antes que nada "una manera de hablar" pero una manera de hablar justa. Toda la tarea del psicoterapeuta consiste en enseñar al neurótico a hacerlo. Diría pues una manera de bien hablar y en consecuencia de bien pensar. Pregunte a mi yerno Pichon, quien es lingüista, lo que piensa de la importancia de la lengua en la enfermedad mental. Ha emprendido desde 1911, con su tío el señor Jacques Damourette, una "Gramática descriptiva de la lengua francesa". Ya van en su sexto volumen y creo que habrá siete.

Pichon:

Es verdad que soy lingüista de formación pero me permito agregar a lo que acaba de decir mi suegro que he decidido ampliar el problema de la lingüística hacia el psicoanálisis. He escrito un artículo sobre "La gramática en tanto que exploración del inconsciente". Ya ve usted que voy en el sentido suyo y comete un error al ironizar sobre la fórmula según la cual "el inconsciente es una manera de hablar". Uno de nuestros jóvenes colegas, no tiene todavía 37 años pero creo que tendrá un gran futuro –se llama Jacques Lacan– ha tomado algunas de mis ideas sobre el lenguaje. Creo que me ha copiado mucho sin decirlo siempre y olvidando colocar las comillas cuando me cita. Pero en fin, acaba de escribir una tesis donde muestra, a propósito de una joven actriz celosa que ha intentado suprimir a una rival, que la paranoia es sobre todo un hecho del lenguaje. He escuchado decir que ha inventado una curiosa fórmula para calificar al inconsciente. El dice "que está estructurado como un lenguaje". Si la situación política lo permite usted verá que hablará de todo eso el año próximo en Marienbad. De todas maneras, hay en todo esto una idea de renovación del psicoanálisis por la lingüística y el germen de un psicoanálisis a la francesa. Los franceses adoran hablar. A veces para no decir nada, hay que confesarlo. Pero yo he aprendido de l'Action française que no se puede hacer nada contra el alma de los pueblos, tanto que intentaría resumir sus diferencias diciendo que usted, profesor Freud, ha hecho en alemán lo que mi suegro ha hecho en francés. Ustedes son cada uno el producto de su lengua y de su cultura. No se piensa en francés como en alemán y allí está el origen de todo lo que los divide.

Freud:

Hay verdad sin duda en lo que usted dice. No estoy opuesto a una evolución del psicoanálisis en el sentido de la lingüística. Yo mismo he intentado aplicar mi método a la literatura a propósito de un libro de Jensen, La gradiva, y al arte analizando la homosexualidad de Leonardo da Vinci a partir de uno de sus cuadros. Tal vez no sea lo que he hecho mejor porque yo siempre he proclamado que no podía haber psicoanálisis sino a partir del inconsciente y de la transferencia. A esto agregaré la universalidad de la libido puesto que sigo siendo un obsesionado sexual, como usted dice. La libido es otra cosa que "un impulso vital". Para la lingüística pienso que es una buena idea el introducirla en el método psicoanalítico pero desconfío de los psicoanalistas franceses. En Francia sólo la Princesa María Bonaparte ha comprendido algo del psicoanálisis. Si el inconsciente estuviera "estructurado como un lenguaje", como usted dice, sería consciente. El inconsciente es el abismo, la profundidad, la tumba que descubren los arqueólogos cuando escarban el suelo de Egipto o de Troya. Yo soy el Schliemann del psiquismo. Yo voy al fondo de las cosas y allí descubro pulsiones ocultas que hierven como en el fondo de una marmita. Ustedes, franceses, permanecen en la superficie. Son superficiales, ligeros, frívolos. Permanecen en la superficie de las cosas. Como lo muestra su noción de "subconsciente", Janet. Como le decía hace un momento, es porque usted habla de subconsciente en lugar de inconsciente que usted llega a nociones tan vacías como automatismo, ideas fijas, astenia, y a viejas categorías como catalepsia o sonambulismo. (Provocador): Janet, ¡nunca ha habido astenia más que en su pensamiento!

Janet:

Y en el suyo más que certezas, frecuentemente poco fundadas. Confiese, no obstante, que análisis psicológico y psicoanálisis no son términos tan alejados. Tal vez sea de esta proximidad lingüística de donde viene todo el malentendido. Mi yerno tiene razón, todo está en el lenguaje y toda la desgracia de nuestras relaciones viene sin duda de que usted piensa en alemán y yo pienso en francés. Usted ve todo en términos de conflicto porque los alemanes adoran la competencia y yo hablo en términos de fuerza y de debilidad, de déficit y de resurgimiento, porque los franceses están obsesionados por todo lo que impida la igualdad y la nivelación. Lo que yo llamo psicastenia ustedes lo llaman "Zwangneurose", neurosis de coacción, y no hay sin duda mejor ejemplo de nuestras diferencias. Entonces admitámoslo una vez por todas: hemos construidos dos imperios y son diferentes. La posteridad decidirá cual sobrevivirá.

Freud:

La posteridad será sin duda más justa que la época en la cual vivimos. Los prejuicios y las reticencias frente a la verdad atraviesan los siglos bajo diferentes vestimentas pero con igual fuerza.

Pichon:

Estoy contento de que terminen por reunir sus diferencias bajo la tolerancia. Si me lo permiten quisiera agregar una palabra que podría poner un término a su querella. Mientras hablaban, miraba las pequeñas estatuas griegas y egipcias que están en las vitrinas de este salón y me decía que ellas descubren más sobre aquel que las reunió que todos los discursos que él pueda decir. Tiene razón, profesor Freud, usted es un arqueólogo, un descubridor de tesoros incluso si no interpreta siempre correctamente lo que encuentra. Todas las estatuas que usted desentierra son para usted estatuas de Eros. ¿No piensa que hay allí una cierta exageración? Nadie es perfecto. Por su lado, mi suegro tiene un alma de historiador. Describe lo que ve o cree ver, lo clasifica, lo jerarquiza y trata de servirse de esto para educar y enseñar. Como todo buen filósofo él trata de construir un sistema. Es verdad que nunca ha abandonado completamente la hipnosis y todo lo que de allí deriva: el sonambulismo, la sugestión, el consejo, la persuasión, pero con su método, profesor Freud, se desentierran muchas cosas pero no se sabe qué hacer con ellas. Las estatuillas y los recuerdos recargan el salón o el psiquismo pero, confiéselo, ni unas ni otros curan gran cosa. En lo que a mí concierne, yo no soy ni completamente janetiano ni totalmente freudiano y pienso que cada uno de ustedes ha aportado su piedra al problema de la neurosis pero ninguno de ustedes lo ha resuelto completamente. Entonces, ¿por qué tanto dogmatismo de un lado y tanto sentimiento de injusticia por el otro? Profesor Freud, concibo que se haya enfrentado y hasta herido por algunas opiniones de mi suegro. En su nombre y frente a él, las retiro. Por el contrario, reconozca que algunas de sus investigaciones y de sus teorías pudieron, al principio de sus propias investigaciones haber sido un aguijón y lo llevaron hacia el camino original que usted ha trazado. Que sus caminos hayan después divergido es una evidencia, pero ¿podría ser de otra manera en la medida en la que provienen de bandos culturales diferentes?: Filosofía de las Luces por un lado, Romanticismo por el otro; Lenguas diferentes: francés por un lado y alemán del otro; de recorridos diferentes: un filósofo vuelto médico, un médico vuelto filósofo; de filiaciones diferentes: Bergson para mi suegro, Schopenhauer para usted; de métodos diferentes: uno clasifica, el otro escarba. ¿No basta todo esto para explicar que uno haya hablado en términos de déficit y de automatismo y el otro en términos de conflicto y pulsión? "Trieb" casi no es traducible al francés y "automatisme" no dice gran cosa a un alemán.

Freud:

Tiene usted razón. Mientras la pulsión sexual domine sobre el super Yo habrá un antagonismo franco–alemán y habrá guerra. La siento venir. Esperemos que después de la catástrofe que se anuncia, la razón terminará por ganar como hemos tratado de hacerla triunfar hoy aquí. En lo que me concierne, voy a regresar a Moisés y a intentar bajarlo de su pedestal. No creo en la supervivencia personal pero creo en la supervivencia colectiva. Ahora bien, el pueblo al que pertenezco está hoy terriblemente amenazado. Debo contribuir a salvarlo en la medida de mis medios. Será mi último combate. La Princesa María Bonaparte me presiona para partir y establecerme en Francia o en Inglaterra pero soy demasiado viejo para dejar Austria y quiero morir aquí. Por lo demás, ¿qué podrían hacer los nazis con un hombre viejo como yo?

Janet:

Los franceses también sienten el ascenso de los peligros pero se creen al abrigo porque han construido una línea de defensa que piensan imbatible. Cerca de la muerte, como usted, Freud, yo estoy por mi lado cada vez más fascinado por un problema que no ha sido suficientemente estudiado hasta el presente, el de la creencia. Me parece que el hecho de creer está en el origen de todas las aberraciones y de todos los conflictos que agitan a los hombres desde que el mundo es mundo. Alrededor de nosotros veo crecer con inquietud toda suerte de creencias, unas más locas que las otras. Entre la creencia en la superioridad de una raza y la creencia en mañanas que cantan pero nunca llegan, siento llegar un conflicto –y esta vez hablo en términos de conflicto, mi querido Freud– que será sin expiación. Esta guerra que ambos sentimos venir será una guerra de creencias hecha por creyentes.

Freud:

He aquí por lo menos algo que puede reunirnos: el Apocalipsis que se anuncia y que tratamos de combatir o de comprender tanto el uno como el otro. ¿Qué valdrán entonces nuestras pequeñas querellas de preeminencia? Frente a la muerte que nos acecha ¿qué valdrán nuestras especulaciones intelectuales? ¿Qué quedará de nosotros, de mis estatuillas y de sus buenas observaciones?

Janet:

La historia lo dirá. Ya veo que estaba equivocado de temer no ser recibido por usted. Entre adversarios sólo la palabra y la buena fe pueden arreglar las cosas. He sido franco y usted lo ha sido también. Puedan quienes nos dirigen encontrar como nosotros las mismas vías para reconciliarse. Hasta la vista, profesor Freud.

Freud:

Llámeme Sigmund. Hasta la vista señor Janet.

Janet:

Llámeme Pierre.

 

NOTAS

* En Francia el 1°. de abril equivale a lo que es el 28 de diciembre, Día de los Santos Inocentes, en los países de habla española. Ese día se puede hacer lo que se llama un poisson d'avril: una inocentada.

** L'Action française fue un movimiento nacionalista y monárquico que surgió en Francia en el momento del affaire Dreyfus. Se desarrolló a partir de 1905 alrededor de Charles Maurras. Este teórico y político consideraba al régimen republicano como mortalmente peligroso para Francia.

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