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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.44 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2023  Epub 21-Ago-2023

https://doi.org/10.19130/iifl.ap.2023.2/100x26s471 

Presentación

Presentación del Thema: Laboratorios de papel: la ciencia en la pluma de autoras de la modernidad temprana

Introduction from the Thema’s Editor: Paper Laboratories: Science in the Pen of Early Modern Women Authors

Anaclara Castro Santana*1 
http://orcid.org/0000-0002-0985-3849

1Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, anaclaracastro@filos.unam.mx


A una mujer culta se le equipara con un cometa que augura malandanza cuando aparece. Bathsua Makin, Essay to Revive the Antient Education of Gentlewomen, 16731

Todo conocimiento es poder. No obstante su familiaridad, esta máxima —atribuida tanto a Francis Bacon (1561-1626) como a Thomas Hobbes (1588-1679)— dista de ser una trivialidad hueca.2 Tampoco es casualidad que su origen se sitúe en el siglo XVII. Los descubrimientos y avances tecnológicos desarrollados en Europa durante esta centuria dieron lugar a una revolución científica que dotó de relevancia a la búsqueda de conocimiento como forma de dominio. Como se verá, las autoras inglesas de la segunda mitad de este siglo, a quienes se les dedica el Thema de esta entrega de Acta Poética, lo sabían y no estaban dispuestas a quedar fuera de la transformación que iniciaba. La denominada “Nueva Ciencia”, que tenía como principios distintivos la experimentación activa y la adopción sistemática del método científico, transfiguró a paso acelerado la filosofía natural europea. Con frecuencia, sin embargo, el entusiasmo por lo novedoso y por las posibilidades que ofrecían tecnologías recientes como el microscopio y el telescopio carecía de un claro sentido de dirección. Tampoco existía una demarcación estricta de lo científico. Múltiples prácticas y discursos convivían en simultáneo: la astronomía con la astrología, la física y la biología con la alquimia, la óptica con diversas formas de adivinación. El nuevo énfasis en la experimentación parecía tener más conexiones con la magia que con la filosofía tradicional. Pese a esto, lejos de situarse en los márgenes de la sociedad, los practicantes de la Nueva Ciencia comenzaban a colocarse en el centro de la escena.

Imagen del dominio público. Wikimedia Commons.

Fig. 1 Frontispicio de The Advancement of Learning (1620) 

De modo análogo a los viajeros que habían revelado partes del mundo desconocidas para los europeos a lo largo del siglo anterior, los nuevos exploradores de la filosofía natural se veían como potenciales descubridores del micro y el macrocosmos. Un claro ejemplo puede observarse en la portada de The Advancement of Learning (1605), (fig. 1) uno de los primeros tratados científicos de Francis Bacon (1561-1626), el cual se considera antecedente franco del proyecto de la Enciclopedia francesa. En dicha ilustración, el saber se representa como un barco que surca los mares. Está rodeado de iconografía filosófica, astronómica e imperial, cuya glosa rebasa los alcances de esta breve presentación. Al pie del navío, una frase en latín, que puede traducirse como “muchos cruzarán de aquí para allá y la ciencia se incrementará”, refuerza la conexión metafórica entre los viajes de ultramar y las excursiones epistemológicas. Variantes del mismo grabado ilustran obras de Bacon posteriores, tales como Instauratio Magna (1620, 1640) y el Novum Organon (1620, 1645). (figs. 2 y 3).3

Imagen del dominio público. Wikimedia Commons.

Fig. 2 Frontispicio de Instauratio Magna (1620). 

Imagen del dominio público. Wikimedia Commons.

Fig. 3 Frontispicio de Novum Organon (1645). 

En Inglaterra, con la monarquía recién restaurada en 1660, tras décadas de conflictos sociales internos, era del interés particular de la Corona que el desarrollo de la ciencia fuera encauzado y afiliado a lo nacional. Para los naturalistas, o protocientíficos,4 el prospecto de trabajar en conjunto, de tener reconocimiento oficial y, sobre todo, de obtener recursos por parte del monarca constituía un toma y daca aceptable, considerando las limitaciones inherentes a la institucionalización.5 En este contexto nace la Royal Society of London for Improving Natural Knowledge (fundada en noviembre de 1660).6 En palabras del rey Charles II (1630-1685), la creación de esta sociedad mostraba la disposición del Estado a “ver bajo una luz favorable toda forma de conocimiento, pero en particular […] los estudios filosóficos, especialmente aquellos que, por medio de experimentos reales, aspiren a moldear una nueva filosofía o a perfeccionar la vieja” (citado en Patterson: 325).7 Así, este nuevo club de científicos con venia real retomó la estafeta empirista de Bacon —quien se volvió una suerte de santo patrono de la ciencia británica—, como insinúa el grabado frontal de The History of the Royal Society (1667), donde el busto del rey Charles II aparece flanqueado por las figuras de Bacon y del primer presidente de la sociedad (fig. 4). Al mismo tiempo, el establecimiento de una asociación oficial propició el impulso de controlar quiénes podían formar parte de la comunidad científica, así como qué y cuánto de sus hallazgos debía mostrarse al público.

Cortesía de National Portrait Gallery.

Fig. 4 Wenceslaus Hollar, a partir de John Evelyn, Frontispicio de The History of the Royal Society (1667). 

Para aquellos en posibilidad de adquirir los instrumentos y los textos teóricos más recientes, era un momento muy emocionante para vivir y soñar con romper paradigmas. Sin embargo, no todo mundo tenía al alcance tales privilegios. Por una parte, estaba la cuestión económica que limitaba, como siempre lo ha hecho, a quienes no pertenecían a la clase desocupada para intervenir de forma activa en la creación de nuevo conocimiento. También mediaban prejuicios ancestrales sobre la supuesta inferioridad moral e intelectual de las mujeres. Así, a la par que la Real Sociedad se constituía, en palabras de W.B. Patterson, como “un medio para reconfigurar a la sociedad” (329), se favorecía la exclusión de las mujeres de un campo que se asociaba cada vez más con modos centralizados de poder.8 En la cita que funge como epígrafe a esta presentación se ilustra ese miedo hacia la independencia intelectual de las mujeres, embebido en el subtexto del temor a los fenómenos cósmicos no explicados. Por otra parte, en tanto que aparece en un panfleto activista que se conserva en nuestros días, escrito por una autora abogando por la pertinencia de la educación de las mujeres, muestra también que los intentos de exclusión nunca han podido alcanzar el triunfo.

La Restauración como ventana…

En paralelo al fenómeno epistemológico y social suscitado por la Nueva Ciencia, el periodo histórico conocido en Inglaterra como la Restauración (1660-1689) abrió una suerte de ventana temporal, por la que las mujeres pudieron asomarse y hablar a la vida pública con mayor estridencia que en los periodos inmediatamente precedentes y posteriores. No sólo fue el momento en que por primera vez se decretó que éstas podían actuar en público y llevar a los escenarios sus propias producciones dramáticas, sino que la libertad sexual y apertura religiosa propiciadas por el régimen del rey Charles II, apodado “el monarca alegre” (the merry monarch), originó un clima de relativa tolerancia cultural. Como observa Hero Chalmers, en una interesante paradoja, “la innegable reaccionaria y patriarcal ideología del monarquismo” favoreció el desarrollo de una independencia femenina entre quienes se afiliaban a ésta, en tanto que creó “oportunidades de autoría y de catalizar acercamientos innovadores en torno a la representación literaria del género” (7).9 Esto permitió que las autoras, en especial aquellas con nexos monárquicos, pudieran ensayar sus ideas y verlas circular en papel, así como escucharlas en el teatro, el sitio de entretenimiento literario más importante del momento.10 Además de la reapertura de los teatros y la nueva inclusión de las mujeres en éstos, la propagación acelerada de la imprenta amplió los espacios por donde las mujeres podían proyectar sus ideas desde el interior doméstico hacia la esfera pública.

…por donde Cavendish y Behn se asoman

En tales circunstancias de revolución científica, apertura cultural y relativa tolerancia social encontramos a Margaret Cavendish (1623-1673) y a Aphra Behn (1640-1689), dos autoras inglesas que incursionaron en todos los géneros literarios de la época, a la vez que se involucraron con la Nueva Ciencia, tanto para entenderla e intervenir en su creación, como para satirizar a sus practicantes. Cavendish es conocida por haber legado al mundo la primera novela de ciencia ficción en lengua inglesa: The Blazing World (1666), antecedente franco de los Viajes de Gulliver (1722) y otras narrativas de expediciones fantásticas. A Behn se le reconoce como la primera mujer de la tradición occidental en ganarse la vida gracias a su pluma y a su habilidad para sortear con éxito las trampas del intrincado mundo de las letras y la crítica.11

Unidas por sus contextos histórico-geográficos, Cavendish y Behn estaban, sin embargo, separadas por sus posiciones sociales y una corta pero significativa brecha generacional que se registra en sus respectivas voces literarias. Nacida hacia el final del reinado de James I, el primer monarca Estuardo, a Cavendish le tocó vivir su juventud en el exilio europeo al que orilló la Guerra Civil Inglesa (1642-1651) y la posterior Mancomunidad (1649-1660) a los monarquistas. En esta condición de marginalidad escribió y publicó obras como Poems and Fancies (1653, revisada y ampliada en 1664 y 1668), volumen que contiene exploraciones poéticas de conceptos físicos, Philosophical Fancies (1653) y Philosophical and Physical Opinions (1655), textos de corte más teórico, así como obras teatrales pensadas más para la lectura que para la representación. Tras la rehabilitación de la corona Estuardo en la figura de Charles II, Cavendish también fue restaurada a una posición de privilegio como parte de la aristocracia reinante. Desde allí, continuó publicando y revisando sus obras anteriores, así como causando controversias mediante calculados despliegues de excentricidad. Behn, por su parte, transitaba su primera infancia cuando estalló la guerra civil y llegaba a la edad adulta en los años de la Restauración. Si bien se desconoce su origen familiar preciso, tal parece que carecía de conexiones sociales que le supusieran una ventaja para posicionarse en el mundo de las letras. Nunca llegó a amasar una gran fortuna (al contrario, estuvo en la cárcel por sus deudas). Empero, pudo mantenerse sola y legó a la posteridad diecinueve obras dramáticas, así como colecciones de narrativa en prosa y poesía, que, a tres siglos de su muerte, son cada vez más leídas en las aulas y diseminadas entre el público no especializado. Behn siempre estuvo forzada a ser autosuficiente; Cavendish tendió a gozar de holgura económica.

Cabe tomar en cuenta que, en una paradoja frecuente, la posición privilegiada de Cavendish podría haberle impuesto las limitaciones del decoro extremo.12 Basta volver la mirada al escrutinio público al que son sujetos los miembros de la familia real inglesa en la actualidad para pensar en un ejemplo cercano. Sin embargo, Cavendish se rehusó a aceptar las limitantes y se entregó a la extravagancia. Algunos contemporáneos la tildaban de loca, mientras que otros reconocían su cualidad visionaria. Esta recepción ambigua de su obra es una característica que comparte —hasta cierto punto— con Behn, quien fue alabada y vilipendiada casi en igual medida por sus coetáneos. La condición de Behn y Cavendish como simpatizantes y apologistas del monarquismo de los Estuardo es una de sus conexiones más importantes. También es algo que parecería dotar a sus obras de contradicciones difíciles de explicar (y, por ende, quizá aún más interesantes). A decir de Lisa Walters (2015), el conservadurismo político de Cavendish y la poesía propagandística de Behn parecen contradecir las perspectivas feministas de la primera y las visiones progresistas de la segunda (2016). Algunos críticos han tratado de explicar esas discordancias aparentes señalando los puentes de negociación que ambas autoras trazan entre las fuerzas opuestas que sacudían su sociedad contemporánea tras décadas de conflicto interno (Chalmers 2004; Holmesland 2013). Desde este punto de vista, los ejercicios conciliatorios de Cavendish y Behn resultan en las imágenes de complementariedad entre los géneros identitarios, ambivalencias políticas y disidencias en las metodologías para entender la naturaleza que pueden encontrarse en la obra de ambas.

Cuestionar los instrumentos sin dudar de la ciencia

Como se puede ver en los artículos que conforman este Thema, otra conexión fundamental entre Cavendish y Behn es su pasión por el pensamiento científico y su deseo de participar en la configuración de los nuevos discursos de filosofía experimental. Ambas se interesaban por conceptos, métodos e ideas científicas, pero desconfiaban de las pretensiones de los hombres doctos, y sus instituciones, de monopolizar el conocimiento. Las dos autoras se pronunciaban contra la ambición de dominar a la naturaleza por medio de instrumentos —en la infame frase adjudicada a Bacon, “poner a la naturaleza en el potro de tortura y sacarle sus secretos”— y contra la noción, iterada en paralelo, de que las mujeres no eran capaces de comprender, mucho menos de crear, ciencia.13 Cada una aborda estas cuestiones a su manera.

En The Blazing World, por ejemplo, Cavendish representa a los astrónomos como “hombres-oso”, torpes, pomposos, en constante pugna, derivada de sus distintas visiones sobre el cosmos. Lejos de llevarlos al acuerdo, los enseres tecnológicos no hacen sino potenciar sus discrepancias: “estos telescopios originaron más diferencias y divisiones entre ellos que nunca, pues algunos decían ver al Sol permanecer inmóvil con la Tierra orbitando a su alrededor, mientras que otros opinaban que ambos se desplazaban” (The Blazing World: 253).14 La burla a los científicos, sin embargo, no implica una postura retrógrada sino una invitación a un sano escepticismo. Para acercar esto a nuestra época, podríamos pensar en una sátira contemporánea que retratara una discusión entre dos viajantes tratando de decidir entre dos rutas divergentes propuestas por dos aplicaciones distintas de navegación para celular. El hipotético autor o autora de la sátira podría burlarse de la pasión absurda de cada viajante por su aplicación predilecta, sin que esto significara un rechazo absoluto a la tecnología de geolocalización. Así, Cavendish se ríe de quienes depositan su fe ciega en los instrumentos, sin que esto constituya un rechazo a la ciencia o la tecnología.

Algo parecido ocurre cuando, en The Emperor of the Moon, Behn se mofa de Baliardo, el obtuso naturalista que no puede estar sin “su microscopio, su horóscopo, su telescopio y todos sus óculos” (I, i, 163-164).15 Tales implementos le hacen sentir poseedor de un discernimiento superior al del resto de su hogar, pero en la obra de Behn se convierten en los vehículos a los que recurre la familia de Baliardo para engañarlo y, al mismo tiempo, curarlo de su manía de buscar una civilización inexistente en la luna. De este modo, se ejemplifica la utilidad de la tecnología, y, en simultáneo, se advierte sobre sus malos usos potenciales. A juicio de Deborah Uman (2016), la postura escéptica de Behn y Cavendish ante el telescopio y el microscopio es sintomática de la fascinación de ambas por la Nueva Ciencia y su frustración ante las limitaciones impuestas a las mujeres desde el ámbito educativo (170). En efecto, ambas autoras retratan a los aparatos y los discursos científicos como formas de ejercer poder sobre otros. Pero, como lo muestran sus obras con diversos grados de sutileza, muchas veces lo aparente es sólo apariencia. Los lentes que exponen con supuesta claridad lo que no puede verse a simple vista, tanto en la Tierra como en el cosmos, son susceptibles de ser manipulados por inteligencias bien y malintencionadas.

En “Tejer la Nueva Ciencia con los materiales de la imaginación: Margaret Cavendish, poesía y experimentación”, Gabriela Villanueva explora las maneras en que, con lujo de extravagancia, Cavendish entrelaza lirismo, ingenio y pensamiento filosófico para crear una propuesta intelectual innovadora, encaminada a develar las relaciones entre las fuerzas naturales. En ese artículo, el primero de los dos que integran el Thema de este número de Acta Poética, se muestran ejemplos de la poesía y la narrativa de Cavendish en los cuales puede verse cómo esta prolífica escritora “implementó la imaginación poética como medio para expandir y desarrollar un sistema filosófico natural que indagaba de manera ingeniosa y creativa, aunque con inquieta impermanencia, en la pregunta por la relación entre la materia, la mente y el espíritu”. El ensayo retoma la metáfora del tejido —a la que recurre Cavendish en el prefacio de su poemario para trivializar, con un toque irónico, sus aspiraciones intelectuales, situándolas en el dominio de la femineidad convencional— para sugerir el proceso de interconexión de materiales eclécticos que caracteriza a la obra de esta autora. A decir de Villanueva, Cavendish (se) explica la naturaleza en términos análogos a cómo se veía a sí misma: “una entidad… inquieta y cambiante”. De ahí que sus métodos de investigación filosófica sean tan variados e incluso veleidosos. El artículo concluye con una invitación a leer la obra de Cavendish como uno de entre los varios métodos de filosofía natural operantes en la modernidad temprana, propuesta que pone en tela de juicio la presunta uniformidad de la Nueva Ciencia como un discurso en el que sólo tenía cabida lo racional y los valores asociados tradicionalmente con lo masculino.

En “Una sopa de amorfismo y extravagancia: la ciencia en The Emperor of the Moon”, se aborda la sátira que hace Behn sobre el eclecticismo de la ciencia en relación con la multiplicidad de prácticas espectaculares que poblaban teatros, aulas, salones privados y calles en aquel momento. Propongo que, al demostrar su habilidad para armonizar forma y contenido —malabareando géneros discursivos discordantes a los que acomoda en el ancho molde de la farsa teatral— Behn ostenta su formidable inteligencia. Esto le permite, por implicación, postularse como persona por completo capaz de participar en la construcción y difusión de la ciencia. A mi juicio, The Emperor of the Moon sugiere que si Baliardo, con toda su estulticia, puede intitularse dottore y dedicar sus días al estudio del universo, nada impide a una mujer brillante hacer lo mismo salvo meras ideas heredadas —las cuales, por cierto, debían, idealmente, ser desmanteladas por la Nueva Ciencia.

Un elemento clave que no menciono en el artículo, pero que resulta de relevancia para entender el afán de Behn por intervenir en la configuración discursiva de la ciencia, es su traducción de un famoso texto francés de divulgación científica, la cual realizó en los meses consecutivos al estreno de The Emperor of the Moon. Se trata de Discovery of New Worlds (1688), versión en inglés de Entretiens sur la pluralité des mondes (1686-1687) de Bernard le Bovier de Fontenelle, obra que constituye un ejemplo tanto de traducción feminista como de teoría de la traducción. En el prefacio, titulado “An Essay on Translated Prose”, Behn discurre sobre las dificultades y los méritos de la traducción literaria, para luego dar paso a una crítica baconiana sobre la incompatibilidad de la teología con la astronomía. Asimismo, como explica con amplitud Line Cottegnies, al trasladar Entretiens al inglés, Behn realiza cambios encaminados, por una parte, a fortalecer el propósito de la divulgación científica, y, por otra, a incluir a las mujeres como figuras prominentes en las discusiones filosóficas (22-27). Leer The Emperor of the Moon en el contexto de su publicación hermana pone de relieve la relación entre la sátira hacia el torpe y misógino Baliardo, el deseo de incursionar en la ciencia y la frustración de enfrentarse a limitantes ajenas a la capacidad intelectual.

Los dos artículos que componen esta entrega del Thema de Acta Poética proponen explorar algunas de las formas en que autoras inglesas de la modernidad temprana se acercaron a la Nueva Ciencia y sus debates. En ellos se muestra la participación multidimensional de las mujeres en el pensamiento científico y los discursos que se encontraban en pleno desarrollo en aquel momento. Las obras de Cavendish y Behn aquí examinadas atestiguan, por una parte, la efervescencia de la ciencia a finales del siglo XVII, y, por otra, la necesidad de sus escritoras de intervenir, de forma crítica, en las conversaciones que se llevaban a cabo en aulas universitarias, clubes de caballeros, laboratorios privados y en publicaciones especializadas como las Philosophical Transactions (1665-).16 Aprovechando los lazos, aún no rotos, entre literatura y ciencia, Cavendish y Behn crean en sus textos sus propios laboratorios de palabras, los cuales les permiten ensayar sus ideas, compartirlas con sus públicos y continuarlas desarrollando en obras futuras. Asomarnos, por medio de la lectura, a estos espacios de trabajo nos permite notar cómo el pasado es mucho más cercano de lo que a veces nos permitimos admitir. Las negociaciones de Behn y Cavendish con la Nueva Ciencia y, sobre todo, con los caminos que se perfilaban para encauzarla, tocan fibras de nuestro momento actual, en el que constantemente estamos tratando de asimilar los cambios que conlleva la tecnología para nuestra forma de relacionarnos con el mundo y entre nosotros. Seguir leyéndolas y pensándolas bajo nuevas luces evitará que el abismo del tiempo las engulla.

Bibliografía

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1“A learned woman is thought to be a comet, that bodes mischief whenever it appears”. La traducción es mía.

2Bacon utiliza la locución latina “ipsa scientia potestas est” en su Mediationes Sacrae (1597). Hobbes retoma la frase y la enmienda a “scientia potentia est” en su Leviathan (1668). Si bien, como observa Vickers (1992), no es por completo acertado adjudicar a Ba con la idea de que todo conocimiento es sinónimo de poder, el filósofo británico sí fue pionero en asociar ambos términos y articular sus nexos indisolubles (512).

3Para una exploración detallada del frontispicio de Instauratio Magna y Novum Orga non, donde la simbología trasatlántica imperial es aún más explícita, véase a Vickers (495-496).

4Si bien la palabra ciencia y el uso adjetival de “científico” datan de la época clásica, el uso del vocablo “científico” como sustantivo no apareció en Europa sino hasta el siglo XIX. Para una discusión amplia de las transformaciones del término y sus implicaciones, véase Ross (1-40).

5No puede dejarse pasar la ironía de que esta ambición en particular —la de obtener financiamiento generoso por parte del monarca— no respondió a las expectativas de los integrantes de la Royal Society, en tanto que Charles II tenía otras prioridades, incluyendo guerras fallidas y sus grandes dispendios personales. De ahí que la relación entre la comunidad científica y el rey estuviera plagada de tensiones que se registran en sátiras teatrales de la época.

6Seis años más tarde, en 1666, se instauró en París una institución homóloga: L’Aca démie des Sciences. Como observa W.B. Patterson, no obstante, l’Académie, a diferencia de la Royal Society, estaba compuesta por pensadores elegidos por el rey que trabajan en proyectos autorizados por éste, de suerte que el control ejercido por la Corona en Francia era mucho mayor (335-336).

7“We look with favour upon all forms of learning, but with particular grace we en courage philosophical studies, especially those which by actual experiments attempt ei ther to shape out a new philosophy or to perfect the old”. La declaración forma parte del decreto real dictado por Charles II el 15 de julio de 1662.

8“The Royal Society had become a means of re-shaping society” (329).

9La cita completa dice: “how an undeniably reactionary and patriarchal ideology in royalism can, seemingly paradoxically, enhance female agency by creating opportunities for authorship and catalysing innovative approaches to the literary representation of gen der”. Dar cuenta de esta aparente paradoja es el tema central del libro de Chalmers.

10Como apunta Margaret Ezell, a lo largo de la modernidad temprana, los escenarios en los que las mujeres escribían eran múltiples y sus motivaciones para hacerlo mucho más diversas de lo que aquí se explica. No todas las autoras llegaban a publicar sus obras (ni an helaban hacerlo). Muchas producían textos literarios como forma de consuelo en solitario o de convivencia social. El gran cambio que puede atestiguarse a partir de la Restauración es la apertura a la escritura como actividad profesional (77-94).

11Para una exploración más amplia de la biografía de Cavendish véase Fitzmauri ce (s.p.) y Ogilvie (488-491). Recuentos biográficos de Behn pueden encontrarse en Todd (s.p.) y Fara (216-220).

12Señalamos también que, en tanto que las leyes inglesas de entonces contempla ban a las mujeres como dependientes absolutas de sus guardianes legales varones (padres, esposos, hermanos), el dinero, propiedades y títulos nobiliarios de Cavendish simultánea mente eran y no eran de ella, sino de su esposo, a quien tiende a leérsele como un hombre de inusual apertura y tolerancia para su época. Siri Hustvedt (1955-) explora estas tensiones por medio de la ficción en su Blazing World (2014), una novela que, a la manera del Ulysses (1922) de James Joyce, imagina una suerte de reencarnación de Cavendish en el siglo XXI como una artista plástica de gran talento que es cobijada —pero también oscurecida— por la fama de su marido, un adinerado curador de arte neoyorquino.

13“put on the rack and tortured for her secrets” (mi traducción). Esta frase, que conjura una imagen de violencia con una fuerte carga de género, no se encuentra tal cual en la obra de Bacon. Fue Gottfried Leibnitz quien se la atribuyó hacia finales del siglo XVII y desde entonces se cita como suya. Tanto el origen del enunciado como sus implicaciones son parte de una interesante controversia en curso. Al respecto véase Merchant (732-735).

14“These telescopes caused more differences and divisions amongst them than ever they had before, for some said they perceived that the sun stood still and the earth did move about it; others were of opinion that they both did move” (253, mi traducción).

15“His Microscope, his Horoscope, his Telescope, and all his Scopes” (I, i, 163-164, mi traducción).

16Descrita en el portal electrónico de la Royal Society como “the world’s first and longest-running scientific journal”. Disponible en: <https://royalsocietypublishing.org/journal/rstl> [11 de mayo de 2023].

Recibido: 05 de Marzo de 2023; Aprobado: 04 de Mayo de 2023

Investigadora del Centro de Poética del Instituto de Investigaciones Filológicas y profesora del Colegio de Letras Modernas de la Facultad de Filosofía y Letras, ambas entidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Estudió la licenciatura y maestría en Letras Inglesas en la UNAM y el doctorado en Literatura Inglesa en la Universidad de York, Reino Unido. Entre sus publicaciones destaca su libro Errors and Reconciliations: Marriage in the Plays and Novels of Henry Fielding (Routledge, 2018), así como diversos artículos de investigación y capítulos de libro sobre literatura y cultura de la modernidad temprana. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores desde 2016. Sus intereses docentes y de investigación son amplios, aunque pone énfasis especial en las relaciones entre acontecimientos histórico-sociales y las manifestaciones literarias de los siglos XVII al XIX.

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