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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.44 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2023  Epub 10-Mar-2023

https://doi.org/10.19130/iifl.ap.2023.44.1.005735x29 

Reseñas

Jessica C. Locke, Ana Castaño y Jorge Gutiérrez Reyna, Coords. Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII. Vol. 1. Tomos I y II. México: UNAM-IIB-IIFL-FFyL-Coordinación de Humanidades, 2021

Ricardo Pérez Martínez*1 
http://orcid.org/0000-0003-3682-9921

1Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filológicas

Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII. Locke, Jessica C.; Castaño, Ana; Gutiérrez Reyna, Jorge. Coords. , Vol. 1. Tomos I y II., UNAM-IIB-IIFL-FFyL-Coordinación de Humanidades, México: 2021.


La casa de imprenta

Con el privilegio mercantil del taller tipográfico de Juan Cromberger, nuestra primera imprenta se instauró en la Nueva España por allá de 1539; y aunque desconozco el número exacto de títulos que salieron de sus prensas, la cifra no debió ser elevada, pues durante toda su existencia, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, imprimió tan sólo 293 títulos. Si comparamos esa cifra de libros con los que la UNAM publicó -no pliego a pliego como era uso aquel entonces, sino de modo industrial- en el 2021, la diferencia es considerable: el año pasado nuestra casa universitaria editó 788 libros (de los cuales 716 fueron primeras ediciones), además de 770 libros digitales en primera edición. Número que sin duda habría hecho que al primer impresor novohispano se le desorbitaran los ojos por la sorpresa. Entre los títulos publicados por nuestra máxima casa de estudios, se encuentran los dos tomos del primer volumen de la Historia de las literaturas en México; primeros en el orden cronológico, no en el orden de su aparición.

El libro como biombo

Cuando termine de publicarse en su totalidad, la Historia de las literaturas en México estará compuesta por 12 volúmenes en varios tomos que, mediante acuciosos ensayos académicos, presentarán un amplio panorama de las literaturas en México, desde el siglo XVI hasta lo que va del XXI. La sección de esa historia que aquí nos ocupa es la correspondiente a los siglos XVI al XVIII, de la cual ha salido impreso el primer volumen en dos tomos, volumen que corresponde al siglo XVI. La composición de la entera obra puede compararse con el gran Biombo de la Conquista de México y La muy noble y leal Ciudad de México (del siglo XVII), que en su envés representa con todos sus matices la guerra entre castellanos y mexicas; y en su haz, la palaciega arquitectura renacentista de la Ciudad de México, construida sobre las edificaciones de cal y canto de Tenochtitlán. De un lado del políptico se encuentra la tensión y el contraste, el desorden y la confusión; del otro, la unidad y la armonía. Del mismo modo que cada uno de los detalles, incluso el más mínimo, en las hojas del famoso biombo novohispano están dispuestas en virtud de la unidad de la estructura pictórica; asimismo, cada uno de los volúmenes que integran la Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII, cual políptico o biombo que se abre y cierra, posee una unidad de coherencia propia y, al mismo tiempo, cada volumen diluye armónicamente sus contornos en el conjunto de la composición de la que forma parte.

A modo de frontispicio del volumen I

Coordinado por Ana Castaño, Jessica C. Locke y Jorge Gutiérrez Reyna, el primer volumen de este biombo de letras o libro-políptico corresponde a El primer siglo de las letras novohispanas (1519-1624). El conjunto de la literatura novohispana se abordará en tres volúmenes. Después de haber leído con curiosidad y entusiasmo el primer volumen dividido en dos tomos, he imaginado una especie de frontispicio renacentista para poder apretar en una pequeña imagen un máximo de su contenido, y así poder guardarla en la biblioteca de mi memoria. En dicha imagen ficticia he colocado una variedad amplia de personajes letrados del siglo XVI -usamos aquí el término letrado de modo muy laxo-; personajes que, como corresponde a una fantasía, no se tratan de individualidades históricas, sino de figuras conceptuales de la época novohispana que son más teatrales que reales. Entre dichos personajes o actores letrados se pueden distinguir españoles, indígenas, criollos y mestizos.

Del lado izquierdo del frontispicio, he colocado a los personajes letrados españoles que, habiendo atravesado el solitario Atlántico en busca de expandir el dominio político, económico y religioso de la Corona hispánica, desembarcaron en tierra firme americana para comenzar a formar parte de su compleja cultura; y más específicamente, la novohispana. El letrado español que más destaca es el conquistador. Ataviado con luciente armadura, espléndida espada y una imaginación efervescente poblada de seres fantásticos, fuentes de juventud eterna, países dorados y quién sabe qué otros bálsamos americanos de fierabrás, se lanzó a una empresa incierta en busca de reconocimiento político, económico y social. Solamente por comodidad de mnemotecnia, puedo atribuirle -y el lector conmigo- momentáneamente a ese personaje, en tanto español letrado, una identidad histórica: Hernán Cortés. Imaginemos que, portando el yelmo, Cortés sostiene en la mano derecha, simbólicamente, sus famosas Cartas de Relación y un mapa de México-Tenochtitlan, mientras que con la izquierda apoya su propio peso en “una rueda de oro grande” que el mismísimo tlatoani Moctezuma le envió orgulloso como don imposible de devolver.

Junto al personaje letrado del conquistador se encuentra otro español: el evangelizador. Portando el sayal humilde y el cordón atado a la cintura, este personaje alza, junto con el rosario, el libro sagrado, su arma para la conquista espiritual. Con intenciones de universalizar la fe católica, el evangelizador letrado deberá aprender la multitud de las lenguas indígenas que se hablan en el muy diverso territorio novohispano. Una vez más: pese a que el evangelizador se trate únicamente de un personaje teatral del frontispicio, podemos atribuirle momentáneamente una individualidad histórica: la del franciscano Alonso de Molina, que elaboró y publicó el primer diccionario náhuatl -uno de los primeros libros impresos en la Nueva España-.

Detrás del conquistador y el evangelizador, puede distinguirse en nuestro frontispicio imaginado para el primer volumen de Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII otra figura española letrada: el humanista. Hábil en gramática, retórica, teología y filosofía, este personaje está tan inclinado a recorrer los paisajes del Nuevo Mundo para evangelizar naturales pobres, como a fundar bibliotecas y colegios de estudio para educar élites ricas novohispanas. Sin deseo de opacar otras figuras, digamos que este humanista -propiamente llamado letrado- se trata del agustino Alonso de la Veracruz. Después de haber aprendido la lengua tarasca para convertir o imponer la fe católica, luego de haber fundado varios colegios y tras haber formado bibliotecas, finalmente fray Alonso de la Veracruz obtuvo una deseada cátedra en la Real y Pontificia Universidad de México, donde escribió los que podrían considerarse los primeros libros novohispanos de filosofía académica.

Hasta aquí hemos referido a los “conquistadores, frailes y académicos”.

Del lado derecho del frontispicio se encuentra un tlacuilo que, únicamente con violencia conceptual y a pesar de que aquí hagamos un uso laxo del término, podemos llamar letrado. El tlacuilo encarna al principal personaje indígena especialista de la escritura pintada de los códices mexicas durante el temprano virreinato. Sentado sobre un colorido petate y con la ayuda de un instrumento idóneo para tan importante tarea, el tlacuilo construye un magnífico “libro de pinturas” de papel amate; no sabemos si es un libro sobre sacrificios, casamientos o gobierno, pero sin duda contiene cosas muy notables y dignas de ver. Digamos que se trata de Motelchiuhtzin, quien fue “señor de la casa de pinturas” o encargado del amoxcalco (biblioteca) durante el reinado fatídico de Moctezuma; y quien más tarde adquiriría el nombre de Andrés de Tapia Motelchiuhtzin y dirigiría, por órdenes de Hernán Cortés, Tenochtitlan.

Al lado del tlacuilo, se encuentra otra figura indígena que está vestida a la usanza española. Se trata ya de un personaje propiamente letrado o diestro en el manejo de las letras latinas de la escritura fonética occidental. Descendiente de la élite indígena derrotada, este personaje ha aprendido, especialmente en el colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, la gramática, retórica y dialéctica; y habla y escribe tres lenguas: náhuatl, español y latín. Podemos poner bajo esta figura, solamente por comodidad de nemotecnia, el nombre del historiador tenochca Hernando de Alvarado Tezozómoc, quien escribió, con caracteres latinos en lengua náhuatl la Crónica Mexicáyotl. Pero como dije anteriormente, los personajes letrados aquí mencionados, para el frontispicio, se trata de figuras conceptuales de una época y no de una individualidad histórica, que es siempre mucho más compleja.

Todos estos personajes, españoles e indios, tienen, según mi fantasía, dibujada una vírgula que, semejante a una voluta de humo, sale de sus bocas para significar la voz articulada. Tres tipos de vírgulas se pueden distinguir con el propósito de diferenciar entre el latín, el español y el conjunto de lenguas autóctonas. La lengua del humanista, la del conquistador político-cultural y la palabra florida del tlacuilo. Detrás de estos actores, se encuentran las 20 mujeres indígenas entregadas a los españoles por los caciques indios. Sobre el suelo del frontispicio se encuentra un cúmulo de cosas dispersas como al azar: una espada, una macana de obsidiana, un libro, un códice, blasón con águila bicéfala, maguey, nopal, biznaga, cruz, colibrí, iguana, serpiente, teponaztle, xoma de pulque, etcétera. Detrás de los personajes letrados del XVI novohispano se abre un amplio paisaje en claro-oscuro que hace coexistir en un mismo espacio ficticio a la casa arzobispal con la del cabildo, al Colegio de la Santa Cruz con el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, y otros cuerpos arquitectónicos aún en construcción como la Catedral. “Siglo arquitecto y albañil”. Más allá de estas estructuras arquitectónicas y culturales, se extiende el valle transparente de la Cuidad de México.

A la composición del fingido grabado, no exenta de imperfecciones ya que no fue su alarife Matthäus Merian el Viejo, el lector podrá colocar un elemento unificador que le plazca. Yo he imaginado un detalle que sirve para sellarla y evitar así que los distintos elementos sueltos que integran el frontispicio se dispersen. Ese elemento es un resistente crisol, como se dice en varias ocasiones en El primer siglo de las letras novohispanas (1519-1624), sirve para fundir, bajo las altas temperaturas del tiempo, una totalidad heterogénea en la que conviven los elementos más variados: el conjunto de las letras novohispanas durante la primera centuria virreinal. Crisol que, fundiendo el hierro con la biblia, el español y el náhuatl, es más renacentista que medieval. Sobre el crisol se distingue, con hermosa letra bastardilla, la inscripción In varietate unitas, es decir, unidad en la diversidad.

En la esquina inferior derecha se encuentran las fechas: 1519-1624. La primera, 1519, indica la llegada de Hernán Cortés al territorio americano y el primer encuentro de éste con Moctezuma. Año, por supuesto, de la redacción de un documento importante de las letras novohispanas: La primera carta de relación (hoy perdida). La segunda fecha de 1624 indica el año de la publicación, en Madrid, del poema épico Bernardo de Bernardo de Balbuena; poeta que, acrisolando la musa verbal del renacimiento europeo con los soplos nuevos de la realidad americana, es, a juicio de Menéndez Pelayo, el primer poeta genuinamente americano, que en su Grandeza mexicana alabó la riqueza natural y arquitectónica de la muy noble Ciudad de México. Entre esas dos fechas se desdobla o desglosa, como cronograma verbal barroco, el complejo corpus de las letras del primer siglo virreinal.

Preliminares

Esta nueva Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII no se ata y aferra a un programa teórico-teleológico que la encierre en una narración unívoca, como la construcción de la identidad nacional cuyo principal personaje de letras sería el hombre metropolitano, de lengua española, que se expresa por escrito en alguna forma canónica de la literatura, como la poesía, el teatro, la crónica o el ensayo. En esta historia “no existe un solo árbol”, sino una flora exuberante y verde, como verde es el color del primer volumen El primer siglo de las letras novohispanas (1519-1624); heterogeneidad cromática frente a parda homogeneidad. Continuando y ampliando la revisión historiográfica de las literaturas en México que anteriores empresas habían comenzado -como Historia de la literatura mexicana desde sus orígenes hasta nuestros días (México: Siglo XXI. En tres volúmenes, de 1996, 2002 y 2011 respectivamente) y A History of Mexican Literature (Cambridge: Cambridge University Press. 2016), y también las numerosas publicaciones que reflejan la prolongada reflexión en torno al tema por parte del Seminario de Cultura Literaria Novohispana, fundado en 1993 y dirigido por José Pascual Buxó en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM-, la intención del volumen es contribuir a incluir e interrelacionar distintas manifestaciones literarias del amplio corpus de la literatura del siglo XVI con múltiples perspectivas de estudio. A la manera de un “estado de la cuestión”, el libro hace una revisión historiográfica de lo que se considera -no de lo que se debe considerar- como literatura novohispana en la segunda década del siglo XXI. Se espera que haya sucesivas revisiones y replanteamientos de ese corpus siempre incompleto e imperfecto.

No es posible hablar ya de “lo literario” en singular, sino de formas plurales de la expresión literaria, en donde se mezcla la imaginación con los hechos, lo histórico con lo antropológico y lo político con lo social. Un crisol. Puesto que ya no es posible definir tampoco qué es la literatura mexicana, oscuro enigma digno de Zenón e invisible ideal soñado por Platón, lo que se busca es desplegar, cómo se desdobla el famoso Biombo de la Conquista de México y La muy noble y leal Ciudad de México, el panorama complejo del corpus textual de las literaturas en México; y desdoblarlo mediante diversas perspectivas metodológicas y disciplinares. El ejercicio de despliegue y análisis permanecerá, en consecuencia, siempre abierto a nuevos repliegues. De tal modo que el corpus literario, más que el canon, pueda ir creciendo.

El mote imaginado para el frontispicio puede también abreviar el espíritu de la empresa editorial (tanto este libro políptico como su primer volumen): In varietate unitas. Uno es el libro políptico; y muchos los volúmenes y las perspectivas de estudio que lo integran. Una es la historia in statu nascendi; y diversas, sus manifestaciones literarias. En Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII, el concepto de historia alcanza, aunque de modo implícito, también el plural. La historia es, en realidad, las historias que se transformarán necesariamente conforme a la actualidad del presente. Por esa razón, el lector no encontrará en este volumen una historia única y unívoca del perfeccionamiento épico del concepto de literatura novohispana en su primer siglo. Tampoco hallará lo contrario: la historia de su progresivo declive y decadencia. Antes bien, el lector encontrará aquí el comienzo de una historia de múltiples pliegues y repliegues, con peripecias únicas, desplazamientos y descripciones nuevas del corpus novohispano, en un intento de conjuntar el peso de la tradición historiográfica con los aires de la novedad multidisciplinar cada vez más compleja.

Habría que mencionar, como era costumbre en los libros renacentistas, que el costo de cada uno de los dos tomos del primer volumen Historia de las literaturas en México es de 460 pesos; y, por supuesto, tiene un descuento especial para la comunidad universitaria de la UNAM.

Excursus

Antes de esbozar un mapa de los textos, autores y asuntos que fueron abordados en el primer volumen de la Historia de las literaturas en México, me gustaría hacer un breve excursus para hablar del problema que confronta le escritura fonética del letrado europeo con la escritura pictográfica no lineal del tlacuilo mexica; problema estrechamente relacionado con la noción de hombre de letras o letrado, que aquí usamos de modo holgado para calificar tanto al personaje castellano como al mexica.

La escritura pictográfica de los antiguos mexicanos es -como es sabido y lo recuerda bien un capítulo del libro-, objeto de una controversia. Por un lado, están aquellos que afirman que, al tratarse de un sistema en parte pictográfico y en parte logogramático, se trata de un sistema de escritura muy limitado, por lo que, en sus análisis de los códices mexicas de la temprana Colonia, ponen más atención a su característica logosilábica; dejando los pictogramas más a la interpretación libre que al desciframiento riguroso. Por otro lado, están aquellos que, bajo el mismo presupuesto gramatológico, ponen más atención a los pictogramas y hacen una interpretación más simbólica o lírica de los códices, dejando los topónimos, antropónimos, fechas calendáricas, expresados en logogramas para otro tipo de análisis. En una tercera vía están aquellos que aceptando la característica pictográfica y la característica logosilábica de la escritura mexica -veáse por ejemplo el Codex Boturini o la Tira de la peregrinación- dicen que los logogramas y los pictogramas deben ser analizados de modo conjunto, pues lejos de contraponerse entre sí, se complementan en una escritura compleja que buscaba ser comprendida por un amplio número de personas de distintas lenguas (escuela semasiográfica). Sin embargo, todas estas visiones están atadas a una posición evolucionista de la escritura, que la mide y define en contraste con la escritura alfabética lineal del personaje letrado español. Habría que tratar la escritura del tlacuilo no como una escritura en estado embrionario sino como una escritura opuesta, en principios, al fuerte fonetismo de la escritura europea: Palabra florida.

Sea como fuere, tampoco todos los libros europeos llegados en barco a tierras americanas estaban compuestos solamente por escritura fonética, pues muchos de ellos estaban plagados de frontispicios, grabados, emblemas y alegorías. El libro renacentista, sobre todo de la segunda mitad del XVI, conjunta armoniosamente la imagen y la palabra, pues el ícono y el grama no se contradicen ni se suplantan el uno al otro, sino que entran en una compleja relación de presuposición recíproca. Quizá conjuntando ambas tradiciones iconográficas, la del libro europeo y del libro pintado indígena, algunos textos novohispanos del XVI supieron combinar la letra y el dibujo, el grama y el ícono, tales son los casos del famoso Códice Florentino (base de la célebre Historia general de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún) y el Códice Testeriano. El primer libro es un gran compendio del saber indígena que está escrito en latín, español y náhuatl y se encuentra acompañado de imágenes realizadas seguramente por especialistas indígenas de la escritura pictográfica. El segundo libro, el Códice Testeriano, se trata de un catecismo que está representado en dibujos con el propósito de brindar un instrumento de cristianización familiar al material icónico mexica.

El corpus textual

El primer volumen de la Historia de las literaturas en México está compuesto por cinco apartados y por veintiséis capítulos. Los apartados despliegan, a vista aérea de pájaro, una amplia mirada sobre las más diversas manifestaciones literarias del primer siglo virreinal; mientras que los capítulos ciernen su perspectiva a algún texto, autor o asunto literario particular. Se va pues, de la mirada panorámica de manifestaciones textuales, en lenguas indígenas, español y neolatín, a la perspectiva especializada sobre un género, autor u obra precisa.

La organización del recorrido por el rodastrado de letras del siglo XVI novohispano que nos ofrece El primer siglo de las letras novohispanas (1519-1624) no obedece a un orden cronológico estricto ni genérico, sino que refleja un espíritu conciliador que busca agrupamientos razonados de variadas lecturas que hacen los distintos autores del volumen. Seguramente la integración de esa diversidad de voces y miradas especializadas no ha sido, para los coordinadores del volumen, una tarea para nada sencilla. El resultado es, sin embargo, notable, pues el libro se lee como se escucha un coro que canta al unísono, aunque no con un sentido unívoco. Todos los capítulos están íntimamente interconectados entre sí -en seguimiento a la batuta de “véase el capítulo…”-.

El primer volumen está dividido, ya lo hemos dicho, en dos tomos. En el primer tomo, el primer apartado presenta los soportes materiales y las redes comerciales del libro renacentista llegado desde Europa o impreso en la Nueva España; el segundo apartado despliega, a vista de pájaro, algunas panorámicas de las letras novohispanas del XVI; el tercer apartado desarrolla las confluencias, no siempre apacibles, entre los fuertes caudales que representan las distintas tradiciones, culturas y literaturas del Viejo y el Nuevo Mundo. En el segundo tomo, el siguiente apartado, el cuarto, desdobla la presencia de la lengua neolatina en la cultura letrada de la Nueva España; el quinto apartado aborda, como una especie de síntesis natural, la consolidación del río, de brazos múltiples, de las letras novohispanas.

La última sección del volumen presenta una discusión crítica en la que distinguidos académicos (Concepción Company Company, Rodrigo Martínez Baracs y Mauro Alberto Mendoza Posadas) contestan dos preguntas fundamentales para comprender las letras novohispanas del siglo XVI, y acaso poder caracterizarlas desde la lengua: “¿la confluencia de diferentes culturas durante los tres siglos virreinales imprimió un carácter propio a la lengua que se habló y a la literatura que se escribió en la Nueva España? ¿Puede hablarse de un impacto ejercido por las lenguas indígenas en la lengua española o viceversa?”.

Al final del volumen, los coordinadores del volumen ofrecen al lector una muy útil cronología que confronta: sucesos políticos, religiosos y sociales; sucesos culturales y artísticos; sucesos literarios; y sucesos bibliográficos (producción, circulación y censura de libros).

A pesar de que la Nueva España del XVI no es homogénea ni lingüísticamente, ni culturalmente y menos literariamente, sino que es un crisol de diferencias encontradas, del amplio corpus abordado en el primer volumen vale la pena mencionar los siguientes temas:

1.- Los diccionarios y gramáticas de lenguas indígenas escritos en el primer siglo virreinal. Tras el choque de la conquista política, la parte hispánica buscó pronto un instrumento para que la conquista espiritual fuera más rápida. Ese instrumento se materializó en un valioso tesoro de gramáticas, diccionarios y vocabularios en lenguas indígenas (purépecha, zapoteco, mixteco, otomí, náhuatl, maya, etcétera) para que los evangelizadores pudieran aprender las lenguas indígenas. Estas obras complementan a la Gramática castellana (1492) de Antonio de Nebrija, que buscaba enseñar la lengua europea a la contraparte indígena. Entre esas gramáticas y vocabularios de lenguas autóctonas cabe destacar el Arte de la lengua mexicana y castellana (1571) de fray Alonso de Molina.

2.- Los textos de tradición prehispánica en lenguas indígenas, pero escritos en los caracteres latinos de la escritura fonética occidental. Se trata de escritos principalmente en náhuatl y maya que recuperan varios aspectos de la cultura indígena durante la temprana Nueva España. En el volumen hay, por ejemplo, un capítulo dedicado al análisis de Los cantares mexicanos, que es una colección de poemas de tradición oral náhuatl recopilados por Bernardino de Sahagún. Hay también otro capítulo dedicado al análisis del Popol Vuh, que es sin duda uno de los documentos más importantes de la tradición indígena maya. Escrito en lengua Kʼiche, el Popol Vuh contiene una diversidad de asuntos entre los que destacan la narración de la creación, una historia patrilineal y la adivinación. Tanto Los cantares mexicanos como el Popol Vuh están estudiados en el volumen desde una perspectiva retórica: las letras indígenas del siglo XVI se caracterizan por estar llenas de estribillos, difrasismos, paralelismos, etcétera.

En el volumen hay también un capítulo dedicado a la Historia chichimeca de Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl; y otro, a la Crónica Mexicáyotl de Hernando de Alvarado Tezozómoc. Ambos escritos narran en náhuatl sucesos precolombinos y de la conquista, pero tienen ya una gran impronta de la mentalidad y retórica europeas. En náhuatl encontramos escrito incluso parte del teatro evangelizador y otros textos de diversa índole como el llamado Códice de la Cruz-Badiano (1552), escrito originalmente en náhuatl por Martín de la Cruz y traducido al latín por Juan Badiano que recupera conocimiento de medicina tradicional. Estos son tan sólo algunos ejemplos de la diversidad de textos novohispanos escritos en lenguas indígenas.

3.- Los textos novohispanos en neolatín -vocablo que se estableció en 1973 para designar el latín escrito desde Dante Alighieri hasta la actualidad-. Son obras de carácter pedagógico y académico, destinadas primordialmente a los colegios jesuitas como el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo -donde también estudió, entre 1756 y 1760, Teología el jesuita Ignacio Trisch, antes de partir en misión a la Antigua California- y la Real y Pontificia Universidad de México.

En los colegios jesuitas el neolatín se empleaba en el teatro pedagógico o escolar, con la finalidad de ejercitar a los estudiantes en el uso de la lengua de Ovidio. Dominado por las figuras de Bernardino de Llanos y Juan de Cigorondo, dicho teatro tenía la función de consolidar la moral cristiana mediante la persuasión, la argumentación y el deleite. Adicionalmente, servía para fomentar el prestigio de la compañía de Jesus en el Virreinato.

En la Real y Pontificia Universidad de México, el neolatín se empleó en diversas obras: de carácter académico, como la Academia Mexicana Civitas Mexicanus Interior de Francisco Cervantes de Salazar; de carácter humanístico, tal es el caso de De debellandis Indis (1553) de Vasco de Quiroga; de carácter filosófico, como la Dialectica Resolutio (1554) de fray Alonso de la Veracruz y la famosa Logica Mexicana (1605) del jesuita Antonio Rubio; de carácter científico, tal es el caso la Opera Medicinalia (1570) de Francisco Bravo; de carácter retórico, como Poeticarum Institutionem liber (1605) de Bernardino de Llanos; pero también de carácter religioso, por ejemplo la Rhetorica Christiana (1579) de Diego de Valadés. Obras todas con una fuerte base de teología escolástica que, sin embargo, poseen ya una impronta significativa del humanismo renacentista.

En neolatín se encuentra también gran parte de la obra del dominico polifacético Bartolomé de las Casas que, defendiendo la dignidad humana, denunciará, con fuerte ahínco y ardor retórico, los maltratos del español contra el indígena, convirtiéndose en el primer “Protector universal de los indios”. De hecho, en neolatín se llevó a cabo toda la controversia entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepulveda sobre los terribles excesos de la conquista y la explotación en la Nueva España. En fin, en lengua neolatina encontramos también una enorme cantidad de sermones, cartas y documentos diversos de gran importancia para la reconstrucción del panorama de las letras novohispanas en el siglo xvi.

4.- El mayor corpus de las letras novohispanas del siglo XVI está escrito en español. Dicho corpus puede organizarse siguiendo las grandes formas de la expresión literaria: la prosa fluida, el teatro dialogado y la lírica medida. Sin duda, estas formas no fueron nunca completamente homogéneas, y menos en aquella época.

a) La prosa novohispana es un reflejo del duro choque entre dos mundos, y del triunfo de uno sobre el otro. En prosa, encontramos en primer lugar la llamada crónica de la conquista. Ésta puede dividirse en tres rubros: el primero registra simplemente el encuentro entre las dos culturas, como -aunque del siglo XV- el Diario de abordo de Cristobal Colón. El segundo rubro aborda específicamente el tema de la conquista, y esas obras fueron escritas directamente por los conquistadores, entre ellas Las Cartas de Relación de Hernán Cortés, la Relación de algunas cosas de las que acaecieron al muy ilustre señor don Hernando Cortés… de Andrés Tapia y, por supuesto, la Historia verdadera de la conquista de Nueva España (no publicada hasta 1632) de Bernal Díaz del Castillo. El tercer rubro registra además de la guerra de la Conquista aspectos muy generales del Nuevo Mundo (geografía, clima y costumbres), tales son los casos de la Historia general y natural de las indias de Fernández de Oviedo (publicado íntegramente sólo en 1851) y, en un lugar privilegiado, la Historia general de las cosas de la Nueva España (terminada hacia 1577) de fray Bernardino de Sahagún. Las crónicas de la conquista fueron continuadas incluso por los descendientes de los conquistadores, quienes tenían la intención de recibir los honores negados a sus padres, tal es el caso del Tratado del descubrimiento de las Indias y su conquista (1589) del criollo Juan Suárez de Peralta. Además de la llamada crónica de la conquista encontramos en el volumen un capítulo sobre la llamada crónica colonial de la Ciudad de México que, entonces como ahora, era una ciudad letrada, política y mercantil porque es sede tanto del poder virreinal y arzobispal. Destaca ahí la Crónica de la Nueva España (1557) de Francisco Cervantes de Salazar, que se dice llegó a consultar códices para escribirla.

En esta sección se delinea el perfil de tres personajes letrados: navegante descubridor, el soldado conquistador y propiamente el cronista con interés en la cultura indígena y luengo en la ciudad novohispana.

b) El teatro en español del primer siglo virreinal puede también dividirse de modo tripartito: teatro misionero, criollo y escolar. El teatro misionero o evangelizador se escribió tanto en náhuatl como en español, tal es el caso del Juicio final atribuido a fray Andrés Olmos; el teatro criollo o profano se escribió principalmente en español, tal es el caso de Coloquios de Fernán González de Eslava; y el teatro escolar o de colegio, en neolatín o, más frecuentemente, en castellano como la Comedia a la gloriosa Magdalena de Juan de Cigorondo. Con sus autos sacramentales, el primer modo tiene como objeto la conversión del indígena en los primeros años de la conquista; con coloquios y entremeses, el segundo quiere reforzar la moral católica; y con sus tragedias y églogas, el tercero busca promover la cultura clásica, la enseñanza del latín y de las ideas humanistas.

Conversión, reforzamiento de la doctrina católica y educación humanista fueron pues las principales funciones del teatro novohispano del XVI.

c) Por último, tenemos que hablar por supuesto de la lírica novohispana del XVI. La poesía novohispana en español era sobre todo de poesía de ocasión, festejos y certámenes, lo que da cuenta de una República de Letras en la temprana Colonia. Al trasladarse a América la métrica y la cadencia europeas, la poesía incorporó, como era de esperarse, nuevos localismos y temas que las nuevas realidades le ofrecían, como se ve reflejado en obras como Grandeza Mexicana (1604) de Bernardo de Balbuena y Canto intitulado Mercurio (1623) de Arias Villalobos. Si bien en este caso no se puede hablar de una aportación significativa a la tradición, sino de una singularización de esta poesía con respecto a la tradición; o, mejor, de una puesta al día de sus temas y tópicos. No será sino hasta los albores del siglo XVII cuando ella adquirirá -como afirma Martha Lilia Tenorio- un ingenio propio en la lengua poética: “habrá que esperar al barroco siglo XVII para hablar de cierta singularidad en el discurso lírico novohispano”. Será entonces cuando el ingenio de la musa americana alcanzará, conforme se percate de su diferencia y distancia de la península, el sabor y el tono propios de estos lares. Esto sucedió no solamente con la poesía, sino también con el castellano novohispano, pues, como señala Concepción Company Company, el rasgo característico del español en la Nueva España del siglo XVI es que no dista mucho del peninsular; las diferencias entre los textos de ambas orillas radican más bien en la materia de la que tratan los textos americanos; la lengua española de México sólo comienza a adquirir rasgos propios durante los siglos XVII y XVIII.

En primer lugar, tenemos que mencionar, paralela a la crónica de la conquista del primer siglo virreinal, la denominada épica de la Conquista. Teniendo como figura principal a Hernán Cortés, ejemplos de esta épica americana son: Mexicana (1594) de Gabriel Lobo Jasso de la Vega; el Nuevo mundo y conquista de Francisco de Terrazas; El peregrino indiano de Antonio de Saavedra Guzmán (1599); las Cortesiadas (hacia 1665) de Juan Cortés Osorio; y Elegías de varones ilustres de Indias (1589) de Juan de Castellanos.

En segundo lugar, hay que señalar las Flores de varia poesía, un espléndido cancionero de 359 composiciones de estilo petrarquista; la mayoría de tema amoroso, aunque también las hay de tema religioso. Los poemas que integran el cancionero se recopilaron en la Ciudad de México en 1577, y se recogen autores de los dos lados del Atlántico. Entre los poetas recopilados para la posteridad de las letras mexicanas se encuentran Francisco de Figueroa, Fernando de Herrera, Gutierre de Cetina, Fernán González de Eslava, Juan de la Cueva e incluso, cosa muy curiosa, el criollo Martín Cortés, hijo del conquistador.

En tercer lugar, debemos referir la Silva de poesía de Eugenio de Salazar, singular compendio lírico que contiene tres tipos de poemas: los que escribió en alabanza de su esposa Catalina, los que escribió con diversos fines y la poesía devocional. Singularidad, sociabilidad y época. Curiosamente, Eugenio de Salazar dejó detalladas instrucciones a sus hijos para la impresión de su obra en el futuro: tipo de letra, tamaño de la fuente, márgenes; y, sobre todo, el autor manda no corregir la ortografía.

Contraportada

Dice la contraportada de los dos tomos del primer volumen Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII. El primer siglo de las letras novohispanas (1519-1624) -al que no le habría sobrado un capítulo sobre formación de bibliotecas-: “este volumen se ocupa de un siglo de contactos y confluencias, de violentos contrastes y de culturas en mutuo descubrimiento, un siglo fundante y, en muchos sentidos, ‘siglo arquitecto y albañil’, como lo llamó Octavio Paz”. Al contrario de Octavio Paz, José Lezama Lima habría dicho que ese siglo es plenitud acabada; pues justamente en pensar estos siglos como algo todavía en construcción, como un edificio incompleto, se encuentra “el germen del complejo terrible del americano: creer que su expresión no es forma alcanzada, sino problematismo, cosa a resolver”. En este tenor, habría que decir que lo que está en construcción no es -como también apuntan los coordinadores del volumen Ana Castaño, Jessica C. Locke y Jorge Gutiérrez Reyna- un ideal estético o programa nacional de la literatura oficial, sino las muchas historias que podemos contar a partir de un corpus que sigue completándose; por eso su historia cambia y se reescribe, como cambia la imagen de un cuerpo vivo visto dentro de un caleidoscopio. El siglo XVI novohispano es, en y para sí mismo, y a pesar de su fuerte claroscuro o quizá por eso mismo, un siglo ya acabado, pleno y rotundo como el claro amanecer que, reconquistando este lado del hemisferio, llena éste de luz distributiva todas las cosas del nuevo orbe americano.

Entusiasmados por la lectura del primer volumen de Historia de las literaturas en México. Siglos XVI al XVIII, esperamos la aparición de los dos volúmenes que le seguirán.

Colofón

Los volúmenes de las letras novohispanas están complementados con una página web (cuyo logotipo es un maguey), en donde el lector encontrará textos, artículos, videos y ligas a otras páginas relacionadas con el tema:

https://www.iifl.unam.mx/hlmnovohispana/hlmnovohispana#/inicio

Recibido: 25 de Agosto de 2022; Aprobado: 04 de Octubre de 2022

Académico y ensayista, doctor en estudios culturales por la Universidad Federal Fluminense (Brasil) y por la Universidad de Bérgamo (Italia), maestro en Literatura comparada por la Universidad de Boloña y la Universidad de Estrasburgo, y Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Ha publicado varios ensayos en torno a la literatura y la filosofía del Barroco. Entre los más destacados están: “Les Solitudes de Góngora ou la pierre de scandale de la littérature européenne” y “ ‘Αποκατάστασις πάντων: De la Characteristica Universalis a la Restitutio Universalis en Leibniz”. Recibió la Mención Honorífica en el IX Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2017 en la categoría de ensayo por su libro Anamorfosis e Isomorfismo. De la retórica oblicua a la recta lengua universal en Juan Caramuel y Lobkowitz. Actualmente es investigador de tiempo completo asociado del Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Poética, UNAM.

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