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Acta poética

On-line version ISSN 2448-735XPrint version ISSN 0185-3082

Acta poét vol.43 n.1 Ciudad de México Jan./Jun. 2022  Epub Apr 25, 2022

https://doi.org/10.19130/iifl.ap.2022.43.1.458724 

Varia

La paz del vacío y la bola de la revolución: aproximaciones a el samurái de la graflex

The peace of emptiness and the mob of the revolution: approaches to el samurái de la graflex

David Issai Saldaña Moncada*1 

1Universidad Nacional Autónoma de México, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, saldana.david@crim.unam.mx


Resumen:

Este trabajo aborda El samurái de la Graflex, de Daniel Salinas Basave. El análisis se enfoca en la representación de un personaje histórico de origen japonés: Kingo Nonaka, cuya figura supone la irrupción de una cultura contrastante con las actitudes e ideosincracia del México revolucionario. En Nonaka se concentran elementos que forman la imagen de un Japón en transición hacia la modernidad. Entre la meditación como método para bucear y la soltura con una cámara fotográfica, Salinas Basave sigue a Nonaka en sus andanzas y le permite al lector apreciar detalles de la historia de la primera mitad del siglo XX desde una perspectiva “ajena” a la mexicana, a la vez que construye un espacio para la reflexión sobre la escritura y la memoria.

Palabras clave: Orientalismo; representación; historia; ficción; memoria

Abstract:

This paper deals with El samurái de la Graflex, by Daniel Salinas Basave. The analysis focuses on the representation of a historical character of Japanese origin: Kingo Nonaka, whose figure represents the irruption of a culture that contrasts with the attitudes and ideosyncrasy of revolutionary Mexico. Nonaka concentrates elements that form the image of a Japan in transition towards modernity. Between meditation as a method for diving and fluency with a camera, Salinas Basave follows Nonaka in his wanderings and allows the reader to appreciate details of the history of the first half of the twentieth century from a perspective “alien” to the Mexican one, while building a space for reflection on writing and memory.

Keywords: Orientalism; Representation; History; Fiction; Memory

Introducción

La presencia de lo japonés y de los japoneses en la literatura mexicana constituye un fenómeno complejo en el que personajes reales o imaginarios se conciben para plantear y repensar la visión de temas cardinales de dicha cultura, que a su vez redundan en una reflexión sobre la propia. En el ámbito narrativo, los casos de Pablo Soler Frost (Cartas de Tepoztlán, 1997), Mario Bellatin (Shiki Nagaoka, 2001; El jardín de la señora Murakami, 2000; Biografía ilustrada de Mishima, 2014) y Fabienne Bradu (El amante japonés, 2002) son los más representativos de una tendencia a mirar a Japón con interés por la riqueza de sus actitudes, textos y arte, que aportan un modelo de contraste para el horizonte cultural mexicano.2 En este contexto, El samurái de la Graflex (2019), del regiomontano Daniel Salinas Basave (1974), propone una visión interesante, no sólo por el tema que aborda sino por la transparencia escritural con la que lo hace.3

El texto está dividido en treinta y seis capítulos, que reconstruyen mediante datos históricos, anécdotas y ciertas licencias imaginarias, la vida de José Genaro Kingo Nonaka (Fukuoka, 1889-Ciudad de México, 1977), un joven migrante japonés que arribó a Chiapas en busca de una vida próspera, quizás idílica. La vida de Kingo Nonaka resulta una de las más interesantes en la historia de la migración japonesa en nuestro país, no sólo por sus coincidencias y reveses con la historia mexicana (la Revolución, el desarrollo de Tijuana, la discriminación durante la Guerra del Pacífico), sino por su espíritu abierto al aprendizaje y su voluntad de prosperar.

Periodista de formación, Salinas Basave no disimula los procedimientos narrativos de los que se sirve para reconstruir la historia de Kingo Nonaka: un respeto casi solemne por lo histórico, ciertas licencias al introducirse en la mente de los personajes y las situaciones que los aquejan -de las cuales surge una dimensión ficcional-, así como un plano reflexivo con el cual permite al lector acompañarlo en la búsqueda de fuentes y coincidencias que ligan a Nonaka con México a través del tiempo.

El hecho de que el autor dedique un capítulo y algunos pasajes a narrar la construcción del libro mediante el cotejo de archivos fotográficos y entrevistas con el hijo menor de Kingo, Genaro Nonaka García, es sintomático de una búsqueda formal que pretende extender la visión histórica oficial. La particular mezcla de datos y una labor periodística que abarca diez años derivan en un texto fronterizo en términos genéricos -entre biografía, ensayo y memorias del propio autor-, que llevan al lector de la mano por un recorrido realista, en el que las coincidencias vitales se ficcionalizan y se mezclan con valoraciones literarias.

Con estas premisas formales, las circunstancias radicales y cambiantes que atestiguó Kingo Nonaka representarán no sólo el volátil panorama en México y el mundo durante la primera mitad del siglo XX, sino la cada vez más comprobable heterogeneidad de los actores y de las condiciones que conforman cualquier discurso nacional, en particular el mexicano, aparentemente ajeno a las culturas asiáticas. Así, lo fronterizo a nivel genérico y en la historia narrada en El samurái de la Graflex refuerzan la sensación de estar ante un escrito que se erige como espacio de rememoración, en busca de una lectura distinta del papel de los japoneses y su cultura en nuestro país.

El remolino de la historia y las confluencias de una vida

Una de las fuentes de las que abreva El samurái de la Graflex es el libro Kingo Nonaka. Andanzas revolucionarias (2014), una compilación de las fotografías tomadas por el migrante japonés, que incluye algunos fragmentos de lo que apuntaba a ser una biografía. El trabajo fue realizado por su hijo Genaro Nonaka García, y se enfoca en la etapa revolucionaria de la vida de Kingo. A pesar del rescate que supone este libro -se sitúa al migrante brevemente en el “Prólogo” y presenta una narración más o menos detallada de su vida- no expone una visión completa de Kingo Nonaka. Salinas Basave retoma algunos pasajes y diálogos de esta obra -sobre todo del encuentro con Francisco I. Madero en Casas Grandes-, pero la narración que presenta al lector está marcada desde el inicio por la necesidad de encontrar una forma escritural que permita un balance entre la imaginación, la historia de Kingo y, por extensión, las circunstancias de su comunidad en México a principios del siglo XX.

Tras los primeros dos capítulos, que muestran a Kingo Nonaka como buceador experto que rescata el cadáver de Rodolfo Fierro de la Laguna Guzmán, y como una figura difusa en la fotografía de la entrada de Francisco Villa en Torreón, Salinas Basave se centra en las circunstancias que permitieron la concepción de El samurái de la Graflex, así como los aspectos de la historia que lo llevaron a escribirla:

Hay en la historia de Kingo Nonaka demasiados elementos que serían amados por la cultura hollywoodense: aventura extrema, situaciones al límite, superación de la adversidad, sentimientos nobles, aprendizaje constante, proyectos innovadores, perfidia e ingratitud y justicia final a la memoria. A mí me llama la atención la improbable vereda de vida del personaje pero también su entorno. A Nonaka le tocó abrir demasiadas brechas y colocar piedras fundacionales. Encarna el primer gran éxodo japonés de la historia y permite dimensionar la magnitud y la trascendencia de la migración de sus connacionales a México (Salinas 2019: 25).

Estos elementos son ya una lectura de la vida de Kingo desde la visión del autor, pues configuran una narrativa focalizada en un personaje cuya interioridad no está presente en los documentos históricos como Andanzas revolucionarias. Entonces, no se trata sólo de recuperar al personaje sino de mostrar un contexto complejo desde la conciencia global de sus implicaciones, e incluso con la intención de construir una imagen de Nonaka cuya significación se extiende metonímicamente a ciertos ejes sociales: la comunidad de origen, la condición extranjera y el contraste cultural. Estos elementos permiten sintetizar las peripecias de los japoneses como nuevo grupo poblacional en un contexto rural, alejado del centro del país (Salina Cruz, Ciudad Juárez y Tijuana):

Al ofrecer puntos de orientación, el espacio -entre otros, la topografía de las ciudades- fomenta la rememoración y da impulsos para que ésta se produzca; simultáneamente influye en ella. La nomenclatura en las urbes (nombres de calles, plazas, barrios y delegaciones) remite, además a acontecimientos históricos; la frecuencia de sus nombres, u omisión, proporcionan claves para saber cuál es la interpretación oficial de la historia. El espacio, ya sea una ubicación geográfica o topográfica, un barrio urbano, una plaza, un recinto conmemorativo u otro sitio de la memoria, puede fungir como detonador de la memoria (Seydel 2014: 95).

La reflexión abierta al lector permite seguir de cerca la reconstrucción que Salinas Basave se planteó, no de forma estrictamente cronológica, sino con la forma de la memoria que discurre aquí y allá para indagar en los resquicios del personaje: “Me gusta comenzar las historias a partir de una escena o una imagen […] pero acaso este relato deba remontarse al viento originario que hizo volar la semilla varios años antes de ser fecundada. Los astros y su colocación tendrán algo que ver en su destino” (Salinas 2019: 29).

Este rasgo autorreflexivo es propio de la novela histórica, en tanto refiere un discurso doble. Por un lado se muestra “la capacidad autorreflexiva del discurso novelesco acerca de su formulación bivalente, es decir, como respuesta a la historia oficial, tanto como reescritura de esa misma historia, que ha ubicado la discusión en torno a los alcances, límites y contradicciones de ‘la escritura como instrumento constitutivo del conocimiento’ histórico” (Bobadilla 2013: 48); por otro, esa misma reescritura supone la inscripción de Kingo como un factor activo y relevante, no sólo del movimiento revolucionario -como se plantea en Andanzas- sino también de la memoria fotográfica de Tijuana y del ámbito médico de Ciudad Juárez.

De tal suerte, la forma en que Salinas Basave refiere el origen de Kingo Nonaka al hablar de “los astros y su colocación”, lejos de ser un recurso manido o romántico, implica una elaboración consciente de un contexto histórico previo a su nacimiento, pues lo que refiere no es una carta astrológica o un augurio, sino el antecedente y fundamento de un acuerdo diplomático entre México y Japón: la famosa Comisión Astronómica Mexicana, destinada a observar el paso de Venus frente al Sol en 1874. Esta comisión científica constituirá el primer acercamiento para establecer relaciones diplomáticas entre ambos países, con el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre México y Japón, firmado el 30 de noviembre de 1888.

Con esta reflexión inicial sobre la instauración de las relaciones entre ambos países se plantea la llegada de Kingo Nonaka a Salina Cruz, Oaxaca, en 1906, como el resultado de una serie de coincidencias y la disputa de discursos modernos que responden a la necesidad del Japón de la era Meiji (1868-1912) por establecer relaciones horizontales con las potencias occidentales, al tiempo que asimila ideas heterogéneas en el plano social: “Para México, pero sobre todo para Japón, la segunda mitad del siglo XIX está llena de primeras veces. Ambas naciones acaban de pasar por traumáticos episodios frente a potencias extranjeras y se encuentran inmersas en una dura metamorfosis hacia la industrialización y la modernidad” (Salinas 2019: 23). Uno de estos proyectos ideológicos articuló misiones migratorias como la que patrocinó el viaje de Nonaka a México.4

Las coincidencias históricas de México y Japón son descritas reiteradamente: “La era Meiji representa la mayor y más radical metamorfosis que ha sufrido la sociedad japonesa. Aunque los contrastes son evidentes y toda comparación es odiosa, el Japón de Meiji podría ser equiparable al México de Porfirio Díaz: periodos de industrialización, crecimiento e inversión extranjera que chocaron contra una ancestral tradición rural” (Salinas 2019: 37). El estilo ensayístico enfocado en presentar la información contextual verídica no subsume la narración, pues las confluencias que hermanan a Japón y México tendrán como puente al propio Nonaka:

Fukuoka y Tijuana se hermanan por ser ciudades en el extremo de sus respectivos países, alejadas (y diríase al margen) de las capitales y de los centros neurálgicos del poder político. Fukuoka se ubica al extremo norte de la austral isla Kyūshū y Tijuana al extremo norte de la península de Baja California, bordeada por el océano Pacífico y los Estados Unidos. Tokio y la Ciudad de México les resultan lejanas geográfica y culturalmente hablando (Salinas 2019: 45).

La ubicación a distancia de los centros hegemónicos configurará esa constante relación con lo fronterizo que Salinas Basave interpreta como el origen y destino heterogéneo del migrante japonés. Nonaka emprendió el viaje en compañía de su hermano menor y un tío; el hermano sólo llega hasta Hawái, donde una infección estomacal lo obliga a suspender el viaje; el tío acompaña a Nonaka hasta México pero, tras arduas jornadas de trabajo y precarias condiciones de vida, fallece a causa del dengue. A partir de este momento, Salinas Basave recurrirá a múltiples textos literarios para cargar ciertos sucesos con un sentido emocional: ante la muerte del tío, el autor refiere el cuento “Paludismo”, del hondureño Víctor Cáceres Lara (1915-1993). Tras quedarse sólo, Nonaka se propone migrar a Estados Unidos para buscar mejores condiciones de trabajo y, junto con otros compatriotas, emprende la travesía a pie hasta la frontera norte:

Tratemos por un momento de imaginar a más de un centenar de famélicos japoneses arrastrándose por la inmensidad del México rural como almas condenadas a vagar en un limbo extraño y hostil. No hablan español ni conocen el territorio, y a falta de brújula y cartografía se aferran a caminar a un costado de las vías del ferrocarril, con la convicción de que llegarán a algún lugar mejor. Intuyen que yendo hacia el norte les aguarda una vida, pero carecen de planes o certidumbres (Salinas 2019: 61).

Su viaje lo lleva a Ciudad Juárez, donde conoce a Bibiana Cardón, enfermera en el hospital de la urbe. La llegada es introducida por la experiencia del propio autor en dicha población, entre poetas y recorridos que después se vinculan con la historia de Nonaka. En Ciudad Juárez, Kingo es bautizado y se le agregan nombres españoles al japonés: José Genaro. Consistente con el recurso intertextual, Salinas Basave propone una comparación literaria ante las inusuales coincidencias de la vida retratada en el texto:

Ignoro si Haruki Murakami haya tenido algún día conocimiento de la historia de los japoneses que emigraron a México, pero al repasar el anecdotario de Kingo Nonaka narrado por su hijo me da por encuadrarlo en alguna novela estilo Al sur de la frontera, al oeste del sol. Al igual que los personajes de Murakami, Kingo Nonaka tiene tiempo de sobra para sostener un profundo diálogo interno en el que, ante la imposibilidad de comunicarse con el mundo exterior, él mismo se pregunta y se responde. La irrupción de Bibiana Cardón en su vida como una suerte de hada madrina también es propia de una narración murakamiesca, en las que no son atípicas las mujeres mayores que fungen como benefactoras (Salinas 2019: 75).

Sin referencias documentales de estas reflexiones internas, Salinas Basave construye un espacio para la ficción como un entresijo íntimo de la historia. La referencia a Murakami es sugerente al destacar la estadía con Bibiana Cardón, con quien se inicia como aprendiz hasta convertirse en jefe de enfermeros, oficio que lo llevará a curar el brazo herido de Francisco I. Madero. El inicio del conflicto revolucionario marcará la travesía de Nonaka, pues a partir de su encuentro con el Apóstol de la democracia, pasará a engrosar las filas de Villa como capitán del vagón de enfermería de la División del Norte. Las vivencias de la Revolución no tienen que ver con política y estrategias, con traiciones y grandes vuelcos del destino sino con la protección de la vida humana y la experiencia personal de la guerra:

Zacatecas vive una guerra de alta intensidad en la que la disposición y la operación de la artillería a cargo de Ángeles acaban por decidir el triunfo cuyo costo en vidas es altísimo para la División del Norte. Las laderas de la Bufa quedan tapizadas de cadáveres. Nunca antes ni después vio Nonaka tantos muertos y heridos, el tren-hospital será insuficiente para atender a tantos soldados agonizantes. A las planchas de los vagones llegan cuerpos fragmentados por los cañones y las granadas. Nonaka vuelve a preguntarse una vez más cómo es posible que tantos mexicanos se maten entre sí de forma tan cruel (Salinas 2019: 24).

En ese sentido, la visión de Nonaka del movimiento revolucionario agrega un contrapunto a las arengas bélicas y la épica de los textos testimoniales o literarios; en la pluma de Salinas Basave, se fragua la incongruencia de la guerra y las consecuencias que traerán para el migrante japonés. Tras su paso por las fuerzas villistas, Nonaka regresará a Ciudad Juárez, donde confrontará a Obregón, ayudará a huir a un Villa en decadencia y decidirá, ya casado y esperando un hijo, buscar un nuevo espacio de vida en Tijuana. La fundación de Tijuana y la de Fukuoka convergen al fin en la narración. La ciudad fonteriza representa un espacio alejado de la tradición mexicana del centro, no sólo por su posición geográfica sino por la adhesión a ciertos rituales y lugares que configuran sus interacciones:

A diferencia de las ciudades mexicanas fundadas por españoles durante el Virreinato, Tijuana surge de una manera poco convencional, como una mata baldía en el desierto que por accidente se transformó en ciudad. Aquí no hubo cruz ni espada marcando el centro urbano donde debería erigirse la catedral y la plaza de armas. Su centro neurálgico fue la línea fronteriza (Salinas 2019: 59).

Esta ausencia de ligas con el centro hegemónico, con una cierta independencia en torno a las formaciones sociales no parte de grandes narrativas o formas estructurales nacionalistas, sino que, como menciona Seydel explicando la noción de espacio de Lefebvre:

El espacio percibido se vincula con la práxis espacial en la vida cotidiana, se refiere a todo lo palpable por los sentidos cuando el individuo se relaciona con los diversos objetos, recorre calles y plazas, hace uso y se apropia del espacio público, de edificios y casas e interactúa con otras personas dentro de formaciones sociales específicas […] el espacio concebido es el de las representaciones del mismo vinculadas con la producción y el orden impuesto, con los saberes, signos y códigos en el marco de las relaciones de poder; por ello, es el espacio dominante de cualquier sociedad (Seydel 2014: 91-92).

Efectivamente, Kingo Nonaka prueba varios oficios en Tijuana, se confronta con esas interacciones en torno al turismo que la encasillan como “la ciudad del vicio”, en la que las apuestas, los bares y la prostitución constituyen las fuentes de ingreso principales. Sin embargo, como el propio autor mexicano lo plasma a nivel formal, la vida de Nonaka es una búsqueda que se acerca inexorablemte a Tijuana y a la fotografía:

De todos los instrumentos que ha tomado en sus manos, acaso el único que le resultó hostil fue la carabina que tuvo que disparar en la toma de Ciudad Juárez. Todo lo demás puede transformarlo en una extensión de su cuerpo y volcarse por entero en él, con el apasionamiento y la plena concentración que suele imprimir a cada uno de sus actos. Nonaka cruza la frontera cargando su juguete nuevo. Frente a él está Tijuana, púber y efervescente, lista para ser retratada como nunca nadie la ha retratado hasta ahora (Salinas 2019: 175).

En la conducta y desenvolvimiento de Kingo la ficción cobra fuerza una vez más, pues toda herramienta se convierte en una extensión suya. La compra de la cámara Graflex, con la que formará un archivo fotográfico de la ciudad fronteriza, se muestra como algo predestinado, pues se enriquece con una descripción previa y extensa de la búsqueda de fotos en las que Kingo fue retratado antes de su llegada a Tijuana.

Tras esto, será el migrante japonés quien aporte un catálogo documental de Tijuana en franca oposición con los trabajos fotográficos que insisten en plasmar la depravación de la joven ciudad (Salinas 2019: 179-180), enfocando lo cotidiano. La ciudad se forma como un lugar heterogéneo, en el que los medios producen distintas memorias (Seydel 2014: , 91). La visión panorámica de Kingo no es común aunque enfoca lo cotidiano, sino que destaca por la necesidad de apropiarse del lugar y explorarlo más allá de “lo que se dice” que es. Ello supone un marco diferente para la historia de la ciudad, pues el archivo fotográfico de Nonaka plasma una ciudad fronteriza y diversa como una heterotopía que se presenta difícil de asir para Salinas Basave.5

De igual manera, en el nivel formal, El samurái de la Graflex se sitúa ambiguamente como “novela” en un sentido heterogéneo, cuya base es la indagación en la psique del personaje y el mapeo de un espacio para la especulación, ahí donde se percibe la ausencia de los documentos históricos. Esto permite entablar un paralelismo entre el texto y la novela histórica pues:

El planteamiento y la coexistencia en un mismo enunciado de significados o interpretaciones posibles, que incluso se contradicen pero que coexisten, parte del reconocimiento de la novela histórica contemporánea como enunciado histórico, cultural y literario que mantiene relaciones tensas y conflictivas, significativamente divergentes con otros enunciados históricos y culturales, lo que obliga precisamente al reconocimiento de su vocación contestataria y, por tanto, a su conformación como reescritura de la historia (Bobadilla 2013: 59).

En el capítulo final, el autor ensaya claramente la disyuntiva de la forma literaria que debía adoptar su narración, y que la ubica más cerca de una novela histórica que aspira a respetar los sucesos, en una suerte de reconstrucción de los momentos más representativos de la vida de Kingo Nonaka, desligándose del peso de una ficción estructural: “Tuve y sigo teniendo demasiadas dudas sobre cómo contar la aleatoria vida de Kingo Nonaka. ¿Una biografía? Cualquier biógrafo serio me diría que mi trabajo es una aberración, pues he recurrido a la imaginación para llenar muchos vacíos y por momentos he tratado de usurpar los pensamientos del personaje” (Salinas 2019: 237).

La idea del tema que se impone al escritor conduce las reflexiones de Salinas Basave a un problema de interpretación, desde el que plantea recurrir a lo literario como forma abierta para caracterizar lo japonés y su presencia en México: así, la posibilidad de indagar ficcionalmente se asume como una elección adecuada en relación con las fuentes disponibles y el silencio oficial:

¿Cómo, entonces, contar la historia de Kingo Nonaka? He barajado muchas opciones. En algún momento he pensado en darle voz a Kingo y escribir en primera persona su apócrifo diario o renunciar a cualquier asomo de voz ensayística, borrar reflexiones, contextos históricos y simplemente dar voz a los personajes. Asesinar a mansalva ese odioso tonito de biógrafo y dejar a Nonaka correr libre por su novela (Salinas 2019: 237-238).

Así, con la voluntad de hacer frente a un tema que lo impulsa a escribir, con respeto por la memoria de Nonaka y su familia, así como con la conciencia de lo que significa para la comunidad nikkei en México, Salinas Basave cierra las reflexiones formales. A la par de este recorrido en el que memoria, écfrasis del archivo fotográfico y estructura del texto delimitan los canales por los que transcurre la historia, el autor recurre a una serie de imágenes y textos para caracterizar a la persona, dotarlo de una base cultural que lo destaca como personaje, a fin de ofrecer una visión compleja del papel que jugó en el norte de México hasta 1942. ¿Qué injerencia tiene en esta representación el orientalismo como discurso sobre lo japonés y de qué forma interactúa con esa visión diversa de los espacios que habitó Nonaka?

Imaginar a un japonés real o la forma ambigua del orientalismo

Como migrante, la travesía de Kingo está marcada por circunstancias laborales adversas o extremas; sin embargo, a primera vista, no hay un componente discriminatorio en sus andanzas. Su soltura mental, su capacidad de adaptación y entrega a sus labores son rasgos verosímiles que le permitieron navegar las turbulentas aguas de la Revolución mexicana. No obstante, Salinas Basave atribuye estas características positivas al ser japonés, en contraste con la forma de actuar de los mexicanos y, como veremos, dicha concepción del otro remonta un cauce orientalista que se comprueba tanto en la perspectiva del autor, como en el vuelco de los acontecimientos en la vida del migrante japonés.

En el libro Orientaciones transpacíficas. La modernidad mexicana y el espectro de Asia, Laura Torres-Rodríguez plantea que el discurso orientalista en México, a pesar de su ubicación al margen del poder hegemónico europeo, pero aún como parte del conjunto imaginario de “Occidente”, adopta una posición poco ingenua en sus relaciones con las culturas asiáticas, pues posee un fondo colonialista poco definido:

La práctica orientalista mexicana en el siglo XX se ubica inicialmente en el legado de una aspiración imperialista prematuramente interrumpida y, por consiguiente, parcialmente renegada […] el orientalismo mexicano no opera como una simple imitación ornamental de la configuración geo-histórica europea […]. La tradición vernácula mexicana se caracteriza por la especificidad del orientalismo latinoamericano, el cual ejerce apropiaciones selectivas, parciales y por momentos contradictorias de la biblioteca del orientalismo europeo en el siglo XX que responden a los proyectos utópicos de excepcionalidad y centralidad geopolítica y cultural (Torres-Rodríguez 2019: 24-25).

En otras palabras, América Latina se asume como un posible centro que no se limitaría a repetir el discurso orientalista, sino a ejercerlo de forma legítima dado el desarrollo socioeconómico y cultural que esperaba alcanzar. Esto es relevante porque, si bien no se perciben esas “aspiraciones imperialistas” en El samurái de la Graflex, sí se manifiestan una serie de discursos percibidos como parte de una “esencia cultural”, un sustrato de ideas y concepciones sobre el otro aparentemente superficiales, pero que inciden en la realidad cuando los discursos se radicalizan y generan situaciones negativas para el otro.

Por supuesto, el texto de Salinas Basave se asume como sui generis: no es un texto modernista ni forma parte de una corriente narrativa tradicional para ser teorizado como un ejemplo claro de procedimientos orientalistas; sin embargo, aspira a retratar la vida de un japonés que atestiguó ese complejo momento sociocultural en México, entre la gradual apertura migratroria y cierta admiración por cualidades que se asumen inherentes a los japoneses.

Así pues, Salinas Basave afirma que: “En el imaginario mexicano del siglo XIX Japón representa lejanía, misterio y peligro” (34). La percepción de los japoneses surge de estas coordenadas clásicas del orientalismo (Said, 2008: 52), que aluden al encasillamiento en dinámicas sociales, costumbres y actitudes individuales. Este primer esbozo de Japón es comparable con el enfoque saidiano, que ya ha sido discutido desde la noción de heterotopía:

In the case of orientalism, the misapprehension of uniformity prohibits a consideration of the plural and inconstant referents of both terms, Occident and Orient. The binary opposition of Occident and Orient is thus a misleading perception which serves to suppress the specific heterogeneities, inconstancies, and slippages of each individual notion. This heterogeneity is borne out most simply in the different meanings of ‘the Orient’ over time” (Lowe 1991: 7: 7).

De tal suerte, la imagen de lo japonés se fragua entre generalidades, detalles y pasajes históricos en los que es aceptada y rechazada según se implemente, con mayor o menor intensidad, ese contraste simplificado entre Oriente y Occidente. Precisamente el contacto inicial que el lector tiene con Nonaka en El samurái de la Graflex es un episodio que oscila entre el estereotipo y la representatividad. El pasaje narra la petición de Francisco Villa a Kingo Nonaka para sacar el cuerpo de Rodolfo Fierro del fondo de la Laguna Guzmán. En primer lugar, la anécdota es engalanada literariamente por Salinas Basave al recordar el relato de Rafael F. Muñoz, “Oro, caballo y hombre”. La imagen de Nonaka expone, por un lado, la liminaridad de la tierra Fukuoka y, por otro, la centralidad del budismo zen como tradición filosófico-religiosa japonesa por excelencia:

La tropa ríe incrédula al ver llegar a ese oriental con cuerpo de niño, quien ha sido especialmente requerido por el general Villa para rescatar el cuerpo de su lugarteniente. La risa de la soldadesca deriva en socarrona carcajada cuando observan a aquel jovencito de ojos rasgados y metro y medio de estatura inmovilizarse en posición de flor de loto a la orilla de la laguna […]. Nonaka siente abandonarse y cruzar el umbral. Su respiración y su ritmo cardiaco se van acompasando. Ni el intenso frío ni la gritería de la tropa existen ya. Kingo conoce esa sensación. Cuando era niño, en esa posición reposaba en las playas de la isla de Kyūshū (Salinas 2019: 13).

En este primer contacto se enlazan dos horizontes: el de los buceadores, en quienes destaca la representatividad regional y autóctona del sur de Japón, y el del budismo zen como forma espiritual destacada, que sostiene la práctica del buceo.7 La meditación como método de control de la respiración, aparentemente desligada de un contexto espiritual o religioso, marca al personaje con un contraste innegable respecto de la soldadesca de Villa y su horizonte cultural. Las risas y las burlas son una reacción predecible ante un hombre que lejos de abocarse a un objetivo pragmático, trae consigo una concepción distinta de su quehacer cotidiano, como se mencionó al describir su desempeño laboral.8

La adscripción del buceo de Nonaka a una de las prácticas filosófico-religiosas más caras de la cultura japonesa es quizás la forma más directa para observar cómo Salinas Basave teje una red de conexiones entre lo representativo como autóctono y lo estereotípico como formas de pensamiento atractivas para el extranjero. Esa dicotomía oscila también entre lo cultural y lo personal, pues la descripción del personaje no se limita a una figura representativa de una tradición de buceadores o a ser un ejemplo de la meditación zen, sino que su técnica se muestra como algo fuera de lo común:

El pequeño Kingo, en cambio, parece tener un don que antes de la resistencia pulmonar pasa por la fuerza mental. Antes de zambullirse en el brazo de mar donde entrenan los buzos se sienta en posición de flor de loto y permanece inmóvil durante largos minutos hasta reducir su ritmo cardiaco. Kingo aún no cumple 11 años cuando sorprende a propios y extraños con su técnica de buceo, impensable para un niño de su edad (Salinas 2019: 49).

Las cualidades personales constatan en alguna medida su herencia cultural, pero no siempre son rasgos en los que se ancla la visión de lo japonés: “Es por mucho el más inquieto de sus hermanos, un compulsivo buscador de aventuras que no teme a lo desconocido y no se conforma con pasar la vida yendo de la escuela a los campos agrícolas. Se aburre cultivando la tierra y el aula escolar le resulta asfixiante, por lo que siempre anda en busca de nuevas emociones” (Salinas 2019: 48). Tanto el horizonte cultural como la disposción personal del personaje confluyen en un carácter cuyo valor más destacado es la adaptación. En ese sentido, vale la pena subrayar también que el esfuerzo, el éxito y la mejora personal eran valores propios de la educación que el gobierno Meiji difundió a nivel nacional en las últimas décadas del siglo XIX (Munesuke 1996: 323),9 y coinciden con la percepción que los mexicanos tienen de los japonses. Esto se observa en El samurái de la Graflex con la descripción de la actitud de Nonaka al ingresar a trabajar en el Hospital Civil y Militar de Ciudad Juárez, la cual también se reviste de una actitud meditativa:

Como el joven japonés no tiene ocupación ni encargo, no se le ocurre nada mejor que empezar a recoger la basura y barrer tres o cuatro veces al día. Nadie le da órdenes ni instrucciones. Él mismo se las arregla para hacerse de una escoba y encontrar su nuevo lugar en el mundo. Acaso sea esa capacidad de concentración y abstracción practicada durante su etapa como buceador, pero Kingo consagra toda su energía en su improvisada labor como barrendero. Cual monje budista se abstrae en su nueva labor. Es una suerte de barrendero zen que parece trabajar dentro de una burbuja capaz de blindarlo contra el calor y el ruido (Salinas 2019: 77, el subrayado es mío).

Salinas Basave decide enaltecer la disposición al trabajo con un agregado “trascendental” el cual, relacionado con la capacidad meditativa de Kingo, no resulta en un mero adorno o cliché, sino en la construcción de una travesía cuyo sentido es habitar la crisis y superarla con esfuerzo y dedicación (incluso se “blinda” contra el calor y el ruido). El énfasis del autor mexicano en el horizonte del zen es deliberado: quizás no tiene la intención de encasillar a Kingo Nonaka pero, al construir un punto de contraste que muestra el tesón que tenía para enfrentarse a todo tipo de situaciones, opta por resguardarse en los elementos más reconocibles de la cultura japonesa.

Si bien es cierto que hay un grado de determinación cultural en cualquier persona, en el caso de Kingo Nonaka el carácter individual coincide con los valores oficiales y las prerrogativas culturales difundidas dentro y fuera Japón. Éstas, a su vez, surgen de la asunción de la dicotomía Oriente/Occidente, al igual que el enaltecimiento del budismo zen, la filosofía y el pensamiento político japoneses se erigen como tales en contraste con los grandes sistemas filosóficos europeos (Sakai 1997: 48).

Como menciona Lowe: “Orientalism, then, as a formation that figures the domination of one group by another, never achieves static domination; orientalism, as an expression of colonialism, exist always amid resistance from subaltern or emergent spaces on the discursive terrains” (17-18),10 de modo que el pensamiento japonés y la imagen que se proyecta como discurso oficial y generalizador se complejizan con las particularidades y la cotidianeidad de la vida de Nonaka; la estancia en México, extensión de Occidente (: 15; Nagy-Zekmi 2008: 15; Taboada 1999: 287) agrega aún más diversidad y extrañeza a “lo japonés”, cuando esa imagen ya era una reacción al miedo de la colonización, es decir, una forma de autoafirmarse. Así, en el caso de la conformación de la ideosincracia japonesa moderna, muchos de los valores que Salinas Basave reconoce en Kingo se replantearon con base en figuras “tradicionales”, con un peso específico que destacará en contraste con lo occidental.

Esta complicada red de nociones interdependientes se concreta en la figura con la que Salinas Basave titula su texto: el samurái. La idea de nombrar “samurái” a todo japonés es acaso una reducción cultural común, aunque en realidad constituye un refuerzo de la imagen que Japón exporta de sí mismo, por medio de ese pensamiento que se particulariza frente a Occidente. Si en términos duros se puede argumentar la sobrexplotación del término, también se debe reconocer que es difícil desligar no sólo la imagen del samurái de los japoneses, sino también ciertas ideas y formas de actuar que permean en la sociedad civil:

In the case of Japan, the bushi were among the most active promoters of nostalgic narratives romanticizing and reinventing the past. This causes difficulties for historians of Japan, as the most popular and influential accounts of medieval warfare were composed long after the events they described, and primarily tended to reflect conditions, concerns, and desires of their authors […] As Japan came under ever-greater threats abroad during the nineteenth century, the warrior class -whose status was legitimized by their responsibility for ruling and defending country- turned increasingly to an idealized past for guidance (Benesch, 2014: 34).11

La elección de la figura del samurái se liga con la construcción de una identidad nacional, a la que Nonaka también asiste en México, y no como espectador pasivo. Su paso por la División del Norte proyecta más imágenes ligadas a estos guerreros ancestrales y confirma la huella de su actividad: “Nonaka, samurái al fin, vive el aquí y el ahora. Acaso entre el fragor de la metralla no se haga demasiadas preguntas sobre el futuro. La única certidumbre es que la vida es hoy y puede acabar en cualquier momento” (Salinas 2019: 113). Concentración en el presente, arrojo, lealtad y firmeza en las decisiones, son los valores marciales que el autor enlaza con Kingo y que le permiten sortear la Revolución. La parafernalia del samurái también evoca otro tópico ambiguo: la muerte. Nonaka ha sido jefe de enfermeros de la División del Norte y también en Ciudad Juárez. La cercanía de Nonaka con la muerte es planteada por Salinas Basave desde otra comparación literaria, ahora con Ryūnosuke Akutagawa:

Releo Rashōmon y pienso que los cadáveres apilados en el antiguo templo podrían ser una metáfora o un terrible presagio de lo que le aguardaba al imperialismo japonés. A Akutagawa le obsesiona la muerte y siente su aliento en cada paso de su errabunda vida. En cambio, los muertos que Nonaka contempla no son metafóricos. Al igual que en Rashōmon, frente a él se apilan cadáveres, y aunque no hay una anciana que les robe cabello para hacer pelucas, existen muchos soldados carroñeros que husmean los campos de batalla y las planchas en busca de anillos, collares o dientes de oro que les arrancan sin pudor (Salinas 2019: 138).

Es a partir de la relación con Akutagawa que se plantea el matrimonio de Nonaka con Petra García, una joven aprendiz de enfermera que llega de Zacatecas a Ciudad Juárez, y con quien formará su familia y una vida pacífica en Tijuana. Lo no escrito de la historia de Nonaka, y particularmente sus pasajes íntimos son recuperados por Salinas Basave a partir de conexiones con la literatura japonesa, pero los vínculos son tenues, pues Nonaka ha pasado la mayor parte de su vida en México al llegar a Tijuana y no existe información acerca del conocimiento que pudo tener sobre la tradición literaria nipona, por lo tanto, toda alusión literaria está incluida con la intención de reforzar la imagen de Kingo como puente entre ambos países.

A pesar de la reiterada mención de los guerreros japoneses, la imagen no alcanza para formarse una idea del personaje ni describe toda su labor en México. Por ejemplo, la búsqueda de un espacio vital pacífico, como decíamos, se da en esa heterotopía que encarna en las ciudades fronterizas. Kingo sólo puede considerarse como samurái desde una visión idealizada, en la que los valores marciales llevan a la armonía, discurso que es propio del Japón del siglo XIX. Sólo frente a los vuelcos de la historia, el estereotipo supuestamente positivo que domina buena parte de la narración se muestra tal cual al entrar en pugna con otros estereotipos, en apariencia inexistentes, que detonan acciones políticas discriminatorias.

La familia Nonaka resistió a los cambios en la economía de Tijuana gracias a su negocio fotográfico, el cual llevaba a Kingo a realizar viajes constantes a San Diego. Cerca del ataque a Pearl Harbor, sus visitas al territorio estadounidense ya no serán serenas:

El 2 de diciembre de 1941 Kingo Nonaka cumple 52 años de edad. Son días sombríos los de la agonía de aquel otoño. Cruzar la frontera forma parte de la vida cotidiana de los Nonaka, pero los agentes de migración se han tornado particularmente hostiles con ellos. Las revisiones son exhaustivas y las preguntas de rutina rayan en el interrogatorio policial […] A partir de ese 7 de diciembre todo cambia de golpe para miles de japoneses que viven en los Estados Unidos. Kingo se relaciona con muchos paisanos nikkei que viven en San Diego y en Los Ángeles y de los cuales ni siquiera tendrá oportunidad de despedirse. No han pasado siquiera 24 horas del ataque a Pearl Harbor cuando las familias japonesas de California ya están siendo detenidas (Salinas 2019: 210-211).

La instauración de campos de concentración para familias japonesas en Estados Unidos como reacción al ataque no se limita a su territorio. Poco a poco, la imagen positiva de los japoneses se desdibuja por la presión estadounidense ejercida no sólo en México, sino en América Latina en general. En este ambiente crispado, la prensa extranjera juega un papel nefasto al acrecentar una paranoia que pronto se extiende a México: como si siguieran órdenes, los titulares de periódicos nacionales replican discursos de odio sin reparar en sus implicaciones (Salinas 2019: 211-212).

Los medios se convierten en instancias mediadoras entre la dimensión individual y la colectiva de lo que acontece y cómo será recordado (Erll 2012: 170). Una narrativa bélica, sin sentido e improbable, se impone desde el discurso oficial y resuena en el discurso mediático, donde se fragua la nueva posición de Occidente -encarnado ahora en la autoridad de Estados Unidos- ante Japón y los japoneses, a quienes se les clasifica como potenciales traidores. Los efectos de la propaganda antijaponesa se dejan sentir en las relaciones cotidianas de Nonaka:

Kingo quiere sentirse seguro, pero de un día para otro su mundo ha dejado de ser el mismo y el ánimo en torno suyo ha cambiado […] Incluso el saludo de sus compañeros de trabajo es frío, distante, desconfiado. Lleva más de una década compartiendo con ellos el café y la charla, pero de un día para otro Kingo Nonaka parece haberse convertido en un perfecto extraño, un huésped no invitado a su propia oficina. De repente, sus ojos rasgados lo han transformado en el villano de la historia, el agente secreto, el sospechoso, el espía al servicio del emperador Hirohito de quien es preciso cuidarse (Salinas 2019: 212-213, el subrayado es mío).

La marca del extranjero aflora por presión hegemónica y la presencia de la familia Nonaka en Tijuana se ve comprometida. Esa ciudad joven, cuya posición implicaba una distancia considerable de las decisiones del centro, se ha visto intervenida lentamente, influida por ideologías externas y ahora, bajo órdenes militares, presiona a uno de sus ciudadanos más destacados con una especie de exilio hacia el interior del país, en silencio ante el maltrato:

Kingo Nonaka es un mexicano con todas las de la ley, que ha vivido dos terceras partes de su vida en México y tiene una esposa y cinco hijos mexicanos. Hace 35 años dejó de vivir en Japón, habla español perfectamente y en esa lengua piensa y escribe […] En ese momento no hay argumento que valga. México ni siquiera ha declarado la guerra al eje Berlín-Roma-Tokio, pero ya considera enemigos a los japoneses y la exigencia de los Estados Unidos es que no haya uno solo en las entidades del norte. La única forma en que pueden permanecer en el país es trasladándose a las ciudades de México o de Guadalajara, donde estarán bajo vigilancia (Salinas 2019: 217).

La residencia forzada de los japoneses en la Ciudad de México y en Guadalajara es una versión relajada, y en ocasiones una mejora, para quienes estuvieron detenidos en Temixco, Morelos, con autosuficiencia alimenticia pero despojados de sus bienes y en un estado ambiguo, propiciado por la nación que supuestamente los acogía (Peddie 2006: 89). A pesar de las adversidades, Nonaka y su familia se sobreponen. Ya en la capital, sus hijos encuentran trabajo y el propio Kingo se integra una vez más como enfermero en el Instituto Nacional de Cardiología. No obstante, aún le queda un trago amargo: la noticia de las bombas. Ya lejos de cualquier adjetivo que recuerde lo japonés, la brutalidad e irracionalidad de las decisiones políticas que llevaron al ataque nuclear, impulsan a Salinas Basave, como a otros tantos narradores, a extender la devastación de la resistencia bélica sin sentido hacia el plano humano, y al inicio de una era sin tiempo, más allá de las coordenadas de confrontación Oriente-Occidente:

Finalmente, la espada del samurái cae al suelo y el emperador firma la rendición incondicional. Kingo Nonaka se sumerge en el mutismo y durante varios días no pronuncia palabra. Su natal Fukuoka está ahí, justo en medio de Hiroshima y Nagasaki, donde la lluvia radiactiva matará a otras 70 mil personas en los próximos meses. Sus padres ya han muerto, pero en Japón sobreviven sus hermanos, sus primos, la gente con la que compartió su infancia. Kingo ha visto de cerca la guerra y ha caminado por calles y cerros tapizados de cadáveres, pero Hiroshima y Nagasaki no es la guerra; es el Apocalipsis, el fin del mundo encarnado (Salinas 2019: 223).

Las bombas siempre implican un límite, un umbral que marca el cambio en los discursos sobre el otro, particularmente sobre el japonés; generará otros, con condiciones distintas, incluso inimaginables para muchos de los autores japoneses citados por el autor. No obstante, la persistencia de la imagen esbozada por Salinas Basave cumple su trayectoria. El último capítulo, “El otoño del samurái”, constata la percepción de lo japonés ligada al zen al evocar los últimos días de Nonaka, pues es consistente con el desarrollo de la idea del vacío como trasfondo y fin de la meditación con la que el autor ha configurado la travesía del personaje:

Kingo coloca los brazos sobre su pecho y de pronto ha abandonado ya la cama de hospital. Ahora está sentado en la playa de Genkai respirando en posición de flor de loto a punto de sumergirse en el océano para buscar perlas. Ya siente el abrazo del agua salada y el silencio redentor de la profundidad marina, mientras sus ojos siempre abiertos distinguen una ostra entreabierta entre las algas. Es el mismo silencio hechizante y la misma divina oscuridad que lo cobijan en el cuarto de revelado mientras sus dedos expertos mojan a tientas los negativos y en su mente va dibujando la imagen que la prófuga luz calcará en el papel (Salinas 2019: 231).

El vínculo entre el cuarto de revelado y la oscuridad del mar se establece por medio de la calma ante la muerte, otro umbral, uno que Nonaka asume en paz desde el punto de vista del autor mexicano. El vacío no se propone como el resultado de un trabajo meditativo extenso, sino como un rasgo inherente a su modo de ser, un punto culminante en una vida guiada por la resiliencia.

Conclusión: luces sobre los claroscuros del discurso oficial

Las reflexiones de Salinas Basave sobre la conformación de su texto son una crítica de las formas que adquiere el discurso oficial, representadas en todas las convenciones a las que Kingo Nonaka se enfrenta en su calidad de otro. En El samurái de la Graflex el desarrollo de la mente del personaje y del contexto en el que se inscribe constituye una tensión indisoluble que llegará a su punto más álgido en el exilio interno al que es sometido Nonaka al iniciar el conflicto ente Japón y Estados Unidos. La afrenta del gobierno mexicano ante un hombre que sirvió al país con su labor como médico, cronista fotográfico de Tijuana y promotor de la educación, revela la presencia latente de los estereotipos.

El supuesto carácter cosmopolita del orientalismo como capital cultural de los centros se desdibuja desde los lugares que recibieron a los migrantes japoneses y a Nonaka en particular: ciudades fronterizas en las que el espíritu cosmopolita, supuesta condición fundamental para la recepción de lo oriental, no tiene mayor relevancia ante la convivencia diaria y las interacciones humanas. La presencia de Nonaka complementa un panorama complejo, en el que una ciudad naciente y en contacto permanente con Estados Unidos se configuró con una dinámica ajena a la del centro del país. Su historia ilumina con una luz distinta las decisiones política y los momentos de crisis, ligados con el presente en el que el autor narra, como la crisis migratoria desencadenada por el gobierno de Trump en 2017. Este y otros temas surgen como puntos de encuentro y de conflictos a los que la vida de Nonaka agrega un valor humano y comunitario apartado de las definiciones hegemónicas. Tijuana es ese espacio de transición en el que la convergencia humana entra en disputa con las directrices políticas que tienden a fracturar la comunidad en lugar de comprenderla y adaptarse a sus dinámicas; se propone como un lugar abierto al que la historia alcanza inexorablemente.

El samurái de la Graflex plantea una visión más ecuánime del rol de la comunidad nikkei en México en las primeras décadas del siglo pasado, a partir de su ubicación como un factor heterogéneo en un país que avanza lentamente hacia la institucionalización. Y lo logra no sólo al centrarse en la vida de Kingo Nonaka, sino al recuperar otras figuras, valientes como Kumaichi Hiroguchi, quien apoyó a la familia Madero tras el magnicidio; o infames como los olvidados Geminichi Tatematsu, Hawakawa, Dyo y Fusita, supuestos conjurados con los estadounidenses para asesinar a Villa a traición. Esta mirada, que intenta ser más justa, reivindica la diversidad de perfiles japoneses ante los discursos homogeneizadores que reducen al mero estereotipo y generan formas de coacción. En ese sentido, la pervivencia de nociones como el vacío de la meditación y la imagen resiliente de los japoneses configuran a Kingo Nonaka como parte de una larga tradición en México: la del complejo orientalismo que se debate entre la indagación de lo representativo de las culturas asiáticas y la pugna contra discursos hegemónicos que intervienen en el conocimiento del individuo japonés y el balance de lo que aportan a sus nuevos países.

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2Al centrar el estudio en la narrativa, omito los conocidos casos de poetas mexicanos que explotan nociones o imágenes japonesas, pero que son parte esencial del panorama de relaciones literarias con Japón (como Octavio Paz, Efrén Rebolledo, Sergio Mondragón y Aurelio Asian). Hay otros narradores que plantean una relación netamente intertextual con Japón, como Juan García Ponce. El planteamiento serio de Soler Frost, la visión lúdica de Bellatin y la exploración erótica de Bradu son formas de ver al otro japonés en una constante tensión por evitar definiciones estancadas de dicha cultura, a la vez que tematizan imágenes y actitudes asumidas por los propios japoneses como definitorias de su tradición. Como veremos, estos discursos sobre las identidades nacionales dependen de los ejes espaciotemporales en los que se formulan las recreaciones del otro y se manifiestan como marcas de enunciación que suelen ser inestables a pesar de la sensación contraria que transmite la “definición” de lo japonés o lo mexicano.

3Al ser tan reciente su publicación, no encontré estudios al respecto, de modo que este análisis se propone como un primer abordaje para abrir el debate en torno a los temas principales que plantea una obra tan cercana al rastreo histórico y periodístico, y a la vez nutrida por referencias literarias y espacios para la recreación ficcional.

4Vale la pena mencionar el rol de un personaje muy peculiar de aquella época en Japón: Enomoto Takeaki (1836-1908), un oficial naval fiel a los Tokugawa, que tras la derrota de éstos y la instauración del moderno gobierno japonés, tomó un territorio de Hokkaidō, la isla más al norte del archipiélago, para fundar una república independiente con un ideario anarquista que idealizaba la ética samurái. Si bien el proyecto duró poco menos de un año y le valió pasar tres más en arresto domiciliaro, el gobierno decidió rescatarlo y lo nombró shishaku o “vizconde”. Fue Ministro de Relaciones exteriores entre 1890 y 1892 y: “A pesar de que tuvo que dejar el cargo de Canciller, Takeaki Enomoto nunca dejó de ilusionarse en enviar colonos al exterior, por eso fundó la Asociación de Colonización y Emigración (Shokumin Kyokai) en 1893” (Matsumoto 2019). Esta misma empresa, maltrecha y refundada en varias ocasiones, y poco informada de las condiciones territoriales del sur de México, es la que funge de intermediaria con el gobierno japonés para el viaje en el que se embarca Nonaka. El propio Basave lo recuerda así: “La semilla que da origen a la primera comunidad nipona en México será la de fundar un edén tropical de anarquismo samurái” (Salinas 2019: 48).

5La definición de heterotopía está bien sintetizada en el texto de Ute Seydel. La categoría derivada de las reflexiones de Foucault me interesa por su cercanía con el análisis orientalista, tanto como base de la perspectiva de Edward Said como por ser el eje de replanteamientos posteriores. De momento, basta con recuperar la tercera característica numerada por Seydel para destacar las yuxtaposiciones de Tijuana y la vida de Kingo en el contexto mexicano, reflejadas en la duda formal de El samurái en Graflex: “son lugares en los que pueden yuxtaponerse espacios y ubicaciones incompatibles, tal como es el caso en el teatro en que diversos lugares y tiempos se suceden en el escenario y en el cine, donde se proyecta sobre una pantalla bidimensional un espacio tridimensional” (Seydel 2014: 87). Es justo una noción de incompatibilidad o diferencia lo que sustentará los esteretipos sobre lo japonés en contraste con el contexto mexicano.

7La escuela budista del zen no fue la más popular tras las primeras décadas de la llegada de la doctrina a Japón en el siglo VI d.C.; al contrario, el propio budismo no cobra relevancia entre la población hasta el siglo xi, y el zen, en particular, encuentra una recepción favorable sólo hasta la caída de la corte Heian y la irrupción de los regímenes militares a partir del año 1200, como estima Fernando García Gutiérrez, gracias a que sólo entonces se dieron las condiciones ideales para recibirlo: “Japón estaba preparado durante el periodo Muromachi (1333-1573) para recibir la influencia más profunda de esta secta, después de mucho siglos de entrenamiento budista. Además, de esta preparación religiosa, había en el carácter japonés una inclinación natural a la nueva doctrina, dada la tendencia contemplativa que hay en él. También se daban en la religión nativa de Japón, el shintoísmo, algunos puntos comunes con el zen. El shintoísmo fue la religión espontánea que Japón había creado según sus necesidades espirituales y en consonancia con su vida. La llegada del zen fue acogida con toda cordialidad: traía la ventaja de ser una nueva secta que llegaba del gran Imperio, China, y de adaptarse perfectamente al temperamento japonés” (1998: 34). No obstante, a partir de ese momento, sus principios se fusionarán con prácticas cada vez más comunes, como la ceremonia del té o chadō, y será el sustento filosófico de códigos marciales como el bushido: “En Japón, el zen estuvo íntimamente relacionado desde el principio de su historia con la vida de los samuráis. Aunque nunca los ha incitado activamente a ejercer su violenta profesión, los ha sostenido pasivamente cuando, por la razón que sea, han entrado en ella. El zen los ha sostenido de dos maneras, moral y filosóficamente” (Suzuki 1973: 61, la traducción es mía). La posición del zen sobre otras escuelas budistas como la Shingon, la Tendai o el Amitabismo fue un efecto del trabajo de Daizetsu Teitaro Suzuki, entre otros estudiosos, cuya presencia en Europa y Estados Unidos a mediados del siglo XX es fundamental para entender esa visión del Japón ligada al zen y, por concomitancia, al samurái.

8Vale mencionar que, como resultado del rescate de Fierro, lo único que obtiene Nonaka es, paradójicamente, una percepción general del carácter de algunos mexicanos: “Kingo maldice y se lamenta. La traición y el abuso están a la orden del día y lo único que le queda claro es que no se puede confiar en nadie pues, a la hora de la verdad, a todos les brota lo codicioso, lo traidor y lo ratero, como le ocurrió con el cuñado de Fierro” (146).

9El trabajo de Munesuke es sumamente útil al tratar de ubicar los contenidos de la escuela oficial japonesa a finales del siglo xix, sobre todo por una serie de tablas en las que es posible identificar el espacio dedicado a unos u otros valores, según se busque ensalzar el esfuerzo, la piedad filial o aspectos abiertamente políticos y dogmáticos como la devoción por el emperador. Lo que nos deja ver es precisamente la instrumentalización del ámbito educativo en un momento en el que Japón responde a los discursos colonialistas transformándose a sí mismo en una potencia colonialista enfocada en Asia.

10El orientalismo, entonces, como formación que configura la dominación de un grupo por otro, nunca logra una dominación estática; el orientalismo, como expresión del colonialismo, existe siempre en medio de la resistencia de los espacios subalternos o emergentes en los terrenos discursivos (la traducción es mía).

11En el caso de Japón, los bushi [guerreros] se encontraban entre los promotores más activos de las narrativas nostálgicas que romantizaban y reinventaban el pasado. Esto plantea dificultades a los historiadores de Japón, ya que los relatos más populares e influyentes sobre la guerra medieval se compusieron mucho después de los acontecimientos que describían, y tendían a reflejar principalmente las condiciones, las preocupaciones y los deseos de sus autores [...] A medida que Japón se vio sometido a amenazas cada vez mayores en el extranjero durante el siglo xix, la clase guerrera —cuyo estatus estaba legitimado por su responsabilidad de gobernar y defender el país— se dirigió cada vez más a un pasado idealizado en busca de orientación (la traducción es mía).

1Este artículo contó con el financiamiento del Programa de Becas Posdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, campus Cuernavaca, Programa de Estudios de lo Imaginario, bajo la asesoría del Dr. Óscar Figueroa Castro.

6En el caso del orientalismo, el equívoco de la uniformidad prohíbe considerar los referentes plurales e inconstantes de ambos términos, Occidente y Oriente. La oposición binaria de Occidente y Oriente es, pues, una percepción engañosa que sirve para suprimir las heterogeneidades, inconstancias y deslices específicos de cada noción individual. Esta heterogeneidad se manifiesta de forma muy sencilla en los diferentes significados de “Oriente” a lo largo del tiempo (la traducción es mía).

Recibido: 23 de Agosto de 2021; Aprobado: 06 de Octubre de 2021

Doctor en Letras por la UNAM. Sus líneas de investigación son el orientalismo en la narrativa mexicana, así como la ironía y la metaficción en la narrativa latinoamericana. Sus trabajos más recientes son: “Cartografías políticas del recuerdo: identidad y espacio en Mapa dibujado por un espía de Guillermo Cabrera Infante”, en Acta Poética, 42: 1 (2021): 113-134; “El vacío de la forma: una interpretación mística de la influencia japonesa en la poesía de Aurelio Asiain”, en Atisbos a lo indecible (Guía para una lectura de la poesía desde la óptica mística), México: UNAM, 2019. 211-258. Actualmente realiza una estancia posdoctoral en el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, de la UNAM.

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