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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.41 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2020  Epub 22-Oct-2020

https://doi.org/10.19130/iifl.ap.2020.41.2.0004 

Varia

El “magisterio negativo del arte”. Alfonso Reyes, exégeta de Amado Nervo (1913-1941)

The “Negative Teaching of Art”. Alfonso Reyes, Exegete of Amado Nervo (1913-1941)

Leonardo Martínez Carrizalesa  *

aUniversidad Autónoma Metropolitana-Unidad Azcapotzalco, México, lemaca@azc.uam.mx


Resumen:

Este artículo explora los ensayos que Alfonso Reyes recopiló en el volumen Tránsito de Amado Nervo (1937). El eje del estudio radica en la crítica y la reproducción que Reyes llevó a cabo a propósito del discurso hegemónico sobre Nervo en el horizonte cultural afectado por la inusitada popularidad del poeta. Reyes se centró en la sustancia biográfica que hizo posible el discurso alrededor de la “sinceridad” del poeta y la austeridad estilística de su aparato verbal. Este texto plantea que la oscilación del juicio de Reyes obedecía a la índole filológica de su mentalidad literaria, que no podía ofrecer continuidad histórica a la doctrina abrazada por Nervo hacia el periodo definitivo de su trayectoria, consistente en la identificación de vida humana y poesía.

Palabras clave: Alfonso Reyes; Amado Nervo; Modernismo; Historia intelectual; Historia de los intelectuales

Abstract:

This article explores Alfonso Reyes collected in the volume Transit of Amado Nervo (1937). The focus of this study is the criticism and reproduction that Reyes carried out regarding the hegemonic discourse on Nervo in the cultural horizon affected by the unusual popularity of the poet. Reyes focused on the biographical substance that made possible the discourse around the poet’s “sincerity” and the stylistic austerity of his verbal apparatus. This text because it states that the oscillation of Reyes was due to the philological nature of their literary mentality, which could not offer historical continuity to the doctrine embraced by Nervo towards the definitive period of his career, consisting of the identification of human life and poetry.

Keywords: Alfonso Reyes; Amado Nervo; Hispanic Modernism; Intellectual History; History of intellectuals

La sustancia biográfica del análisis literario

Alfonso Reyes escribió un libro indispensable en la valoración histórica del curso vital del poeta Amado Nervo: Tránsito de Amado Nervo, título salido de las prensas chilenas de Ercilla en febrero de 1937 (Reyes 2012: 83), producto de la voluntad de organizar, depurar y hasta cierto punto cancelar el acervo de materiales que, con respecto del poeta tepiqueño, Reyes había acumulado a lo largo de varios años.

Reyes fue quizá el primero en tratar con seriedad el problema biográfico que implica el estudio de la poesía de Nervo. A contrapelo de la primacía que estaba llamado a reconocer en el arte del tejido verbal de la escritura poética dada su competencia técnica en los estudios literarios, el polígrafo mexicano concedió en su análisis un peso muy importante a los accidentes anímicos del sujeto biográfico que el propio Nervo se había encargado de imponer a la consideración de sus coetáneos. A pesar de que Reyes fue uno de los principales forjadores en México de una cultura literaria con aspiraciones a la autonomía de sus fundamentos y procedimientos, naturalmente avecindados en el terreno de los conocimientos especializados acerca del lenguaje y el texto, nuestro hombre de letras, en lo que se refiere a la historia de la poética en las sociedades occidentales, todavía respiraba en una atmósfera cultural que suponía a la poesía como efecto de la expresividad de un ser humano.

Además, Nervo y Reyes pertenecieron al mismo sustrato histórico de las comunidades letradas de México, a pesar de la diferencia de edades que los separaba y que determinó un intervalo entre sus respectivas trayectorias profesionales e intelectuales. Por ello, los eventos y los accidentes que constituyen la personalidad biográfica son en cierta medida comunes en ambos. Es inútil disimular este acervo de experiencias compartidas en la ponderación crítica de la perspectiva que Reyes tuvo de Nervo. Cuando éste se instaló casi definitivamente en Madrid para prestar su servicio diplomático al gobierno del general Porfirio Díaz (1905-1906; Jiménez 1998: 46-49), aquél se iniciaba apenas como una brillante promesa de la jeunesse dorée de la Ciudad de México, entonces próxima a organizarse en los grupos que caracterizarían culturalmente el derrumbe del Porfiriato y el difícil ascenso del gobierno maderista: la Sociedad de Conferencias y el Ateneo de la Juventud (García: 107-118; Martínez Carrizales 2018: 45-50).

Las rutas cercanas de Nervo y Reyes se orientaban en rumbos diversos entre sí. El prestigioso poeta iniciaba su camino de depuración lingüístico-literaria y elevación espiritual, seguro de poseer una “maestría de palabras” fuera de toda duda, luego de haber probado sobradamente a todos el dominio que había llegado a tener sobre las dificultades impuestas por el modernismo a la cultura del periodo; el joven literato, autor apenas de los estéticamente indecisos sonetos a la manera de Chénier, el de su educación y su sociabilidad letrada, rendido sobre todo en establecimientos y cenáculos de corte universitario y académico, tan diferentes de las salas de redacción periodísticas, plataforma institucional del magisterio de Nervo. El primero, atormentado, se desasía del mundo; el segundo, ambicioso, se quería hacer de él.

La sustancia del problema biográfico en la ponderación de la obra literaria de Amado Nervo le era muy próxima a Alfonso Reyes, pues además de formar parte de la sociedad literaria que presenció la consagración pública del escritor nacido en la ciudad de Tepic, lo trató y algo supo de su intimidad de modo directo. En suma, no cabe esperar que quien había comenzado su itinerario intelectual como profesor universitario de lengua y literatura se deshiciera en sus hábitos de análisis de un rico y significativo acervo de experiencias personales, sobre todo cuando éstas corresponden a personajes prominentes en la restringida sociedad política y cultural de su época. A tal grado fue así, que Reyes concibió tempranamente una tesis llamada a gozar de fortuna en la explicación del trayecto final del poeta, precisamente el único que reclamó sus esfuerzos interpretativos, pues el escritor modernista se oculta por completo en el libro de 1937.

La cordialidad del ser humano que fue Amado Nervo se atesoró de tal forma en Alfonso Reyes que éste, independientemente de sus vacilaciones analíticas a propósito del peso de la religiosidad del poeta en el desarrollo de sus versos, siempre concedió pleno crédito a “su amor de Francia” (Reyes 1958: 29) en la economía expresiva de aquél, ya como elemento de calma y plenitud, ya como causa de un dolor inmenso. “Un largo amor (¡corto!, dice él) vino a redimirlo, aquietándolo. Lo santificó una pérdida irreparable” (Reyes 1958: 20). En ambos casos, la posesión y la pérdida, Alfonso Reyes siempre consideró este “largo amor” como un fuego que ilumina la serenidad, la elevación y la plenitud del poeta; no sólo accidentes anímicos, sino motivos de elaboración para el arte literario. Aquí se asienta la invariable admiración que Reyes siempre profesó por los versos de La amada inmóvil desde que una parte de éstos se diera a conocer en Serenidad. Ana Cecilia Luisa Dailliez es, de acuerdo con el parecer de Reyes que convalida el discurso elaborado por el propio Nervo al respecto, el motor de la serenidad que el hombre adulto alcanza luego de las inquietudes que atormentaron al mozo; su ausencia, el acicate de su religiosidad. Las últimas “inspiraciones” del poeta se encuentran dominadas por la preocupación religiosa, tanto más por cuanto había perdido el único amor de su vida. Significativamente, las primeras inspiraciones quedaron fuera de la explicación crítica de Reyes, como cosa dada, patrimonio de la cultura ambiental que no merece los empeños de la exégesis.

La implantación del camino troncal que después de Reyes muchos han practicado y desarrollado nos impone la necesidad de recordar las relaciones que comenzaron a tejerse entre nuestros escritores cuando el regiomontano escribió las primeras páginas de lo que sería Tránsito de Amado Nervo.

El cruce de los destinos

En septiembre de 1913 comenzó el cruce de los destinos de Amado Nervo y Alfonso Reyes, sin que ambos imaginaran el comienzo de uno común en la historia editorial de las letras mexicanas, el correspondiente a la formulación y publicación de la primera edición de las obras completas de aquél. “He conocido a Nervo, que ya me conocía. […] me parece que los dos nos estimamos”, reza una breve y aislada indicación de Alfonso Reyes en su prolija correspondencia con Pedro Henríquez Ureña (Reyes y Henríquez Ureña: 198).

Esta marca primera en la historia de una amistad data del periodo en que Reyes se vio obligado a desplazarse a París, como consecuencia de su retiro del México sacudido por el golpe de Estado del general Victoriano Huerta. La situación de Reyes, hijo de un prohombre del Porfiriato levantado en armas en contra del gobierno de Francisco I. Madero, el prócer democrático asesinado por Huerta, se había vuelto insostenible, dada la envergadura histórica del general Bernardo Reyes y del activismo político de Rodolfo, respectivamente padre y hermano del escritor (Martínez Carrizales 2001: 19-33). Por su parte, Nervo se había escapado una vez más a la Ciudad Luz con el propósito de pasear del brazo de su “amor de Francia”, a la vista de todos, sin necesidad de agazaparse en los oscuros recovecos de la moral burguesa, a la cual temía en los posibles testigos de su relación marital (Simón 1993: 167-170).

Cuando el joven escritor mexicano se esforzaba por radicarse en París profesionalmente, apoyado en un modesto cargo diplomático, un cambio de gobierno derrumbó sus planes, ya de por sí difíciles en el escenario de la Gran Guerra próxima a desatarse en Europa. El traslado de Alfonso Reyes de París a Madrid fue tan penoso, o más, si cabe, como su salida de México. La incertidumbre y la precariedad caracterizaron ese movimiento forzado. Entonces Reyes se aproximó a la red de intelectuales mexicanos en Madrid, de la cual Amado Nervo era un elemento prominente. Éste se encontraría entre quienes recibieron a Reyes en la estación ferroviaria de la capital española, procedente de San Sebastián, su puerta de entrada a España. De inmediato, Nervo puso manos a la obra para facilitar la inserción de Reyes en la república literaria de Madrid, aun cuando su puesto diplomático también se encontraba en vilo, en este caso por la caída del breve régimen de Victoriano Huerta y el ascenso del Constitucionalismo. El propio joven literato y profesor recién llegado a la Villa y Corte rememoró lo que acontecía durante el segundo semestre de 1914.

Amado Nervo, hasta entonces primer secretario de nuestra Legación en España, quiso ayudarme de mil modos: me puso en tratos con Villaespesa; con uno de los Maeztu (no el escritor ni el pintor) que andaba en ciertos proyectos para la publicación de una revista; con Caras y Caretas, de Buenos Aires; con Gregorio Martínez Sierra, que dirigía la editorial Renacimiento; hasta con Villegas, el director del Prado, para que me diera un pase al Museo… (Reyes 1990: 188)

En efecto, el trato entre Amado Nervo y Alfonso Reyes se desarrolló intensamente tan pronto como ambos coincidieron en Madrid; el primero, próximo a quedar fuera del servicio del Estado por virtud del arribo del primer gobierno cabalmente revolucionario de México, el encabezado por el caudillo Venustiano Carranza, aunque influyente en círculos políticos y literarios de España; el segundo, en busca de su propia manutención. Significativamente, el apartado del cual seleccioné el pasaje citado de la rememoración de Reyes se titula “Los días heroicos”.

Al principio de estas relaciones, Nervo todavía desempeñaba su cargo de secretario de la Legación de México en Madrid, de modo que Reyes tenía que dirigirse a él en dicha condición pues a su sede de trabajo se enviaba la correspondencia postal de Rodolfo Reyes, su hermano. Incluso Nervo tendría oportunidad de gestionar la revalidación de los estudios de abogacía del más activo en términos políticos de los hijos del general Bernardo Reyes. Al margen del cumplimiento de este orden de obligaciones, Nervo promovió cordialmente un encuentro personal con Alfonso. En adelante, su trato siguió los intereses de ambos hombres de letras dictados por sus respectivas agendas y experiencias. De este modo, Nervo extendió en favor de Reyes la red de sus conocidos, actuando como intermediario en beneficio no sólo del regiomontano, sino también de otros integrantes de la sociedad letrada de México, como Carlos Pereyra y Pedro Henríquez Ureña (Nervo 1962: 1197-1198).

Ni la responsabilidad laboral como diplomático, ni la lealtad hacia las redes nacionales de la sociabilidad política y literaria, ni la bondad de Amado Nervo agotan la explicación de su diligencia en ayudar a Alfonso Reyes. Entre su protocolario encuentro en París de 1913 y su cercanía de 1914, hay un episodio indispensable para explicar no sólo la futura curaduría editorial del segundo con respecto de la obra del primero, sino el afán que Reyes terminaría abrigando por comprender el último periodo creativo de Nervo. Ese episodio gira en torno del poemario Serenidad, que Reyes reseñó comprensiva e inteligentemente, casi se diría que para salir al paso y rectificar la recepción que había merecido la evolución poética proclamada en ese tomo.

Nervo ha publicado un libro: Serenidad; ya no es modernista. Aunque se ha resentido de la emancipación, si la enfermedad de los riñones (piedra en la orina) no lo debilita demasiado, todavía podrá superar lo que hasta hoy ha hecho. Parece que le ha dolido la crítica que se hace de su evolución hacia lo humano y sencillo. Le escribí haciéndolo entender que yo lo entendía y me ha contestado con verdadero agradecimiento. Voy a dar una nota a la Revista de América (Reyes y Henríquez Ureña: 321).

Estas son las palabras que el 8 de mayo de 1914 Alfonso Reyes dirigió a su amigo y mentor Pedro Henríquez Ureña, por cierto, indiferente a la curiosidad intelectual que el proceso creativo de Amado Nervo suscitaba en el joven regiomontano.1 Tan es así que Reyes, quien para tantas cosas recurriera al consejo del dominicano, por cuenta propia debió escribir antes del mes de mayo a Nervo una misiva en la que anunciaba su determinación de reseñar Serenidad con el propósito de orientar las opiniones, equivocadas a juicio del crítico, sobre el camino que el poeta había adoptado. Nervo agradeció el 5 de mayo el juicio comprensivo de Reyes, esperanzado en que el joven escritor, ya en la ruta de su prestigio público, defendiera su cambio de orientación poética de los cargos de “decaimiento” estético. Esa imputación, según Amado Nervo, se remontaba al recibimiento de En voz baja. “Los que se habían escandalizado de mi ‘modernismo’ -ironiza el escritor-, ahora se escandalizaban de que no lo tuviera; mi simplicidad los molestaba sobremanera y mi ausencia de procedimiento, mi ‘desdibujo’, mi absoluto desgano d’épater le bourgeois les parecía chochez...” (Nervo 1962: 1195).

La nota de la revista dirigida por el escritor peruano Francisco García Calderón es el germen del discurso crítico de Reyes sobre Nervo. Éste fue consciente del servicio intelectual que Reyes había hecho al entendimiento de su personalidad poética, incluido el vehículo influyente por medio del cual prestara ese servicio: el mensuario más importante de la comunidad de escritores hispanoamericanos residente en París. El 23 de julio, Nervo agradece al reseñista su crítica: “Es quizá el mejor y más amplio [juicio] que sobre mí se ha escrito. Le quedo muy de veras obligado” (Nervo 1962: 1195). Cinco días después, un Alfonso Reyes seguro de sus procedimientos críticos comunicó lo siguiente a Pedro Henríquez Ureña: “Nervo me escribió agradecido, díceme que quizá es lo mejor y más amplio que se ha escrito […] sobre él; lo creo” (Reyes y Henríquez Ureña: 412-413).

Cierto, lo que escribió un Reyes todavía joven pero ya en dominio de una primera y definitiva madurez intelectual sobre un Nervo consagrado, desmesuradamente popular y discutido por sus colegas, fue de tal inteligencia y amplitud que dio pie a una lectura crítica de una riqueza excepcional precisamente por los tonos y los matices que reflejan en la escritura las vacilaciones conceptuales del crítico. Esas vacilaciones oscilaban entre el entendimiento que efectivamente Alfonso Reyes logró de la “evolución” de Amado Nervo “hacia lo humano y sencillo” y el estrato más sólido de la mentalidad literaria del comentarista, profundamente arraigada en una noción cultural, erudita y especializada de la literatura.

En cualquier caso, conviene acotar que la discusión de Reyes se mantuvo estrictamente al margen de la polémica alrededor del modernismo hispanoamericano, especialmente importante para los escritores españoles de la época (Abellán: 36-44, 50-56; Litvak: 11-14). Con ello, Reyes dejó fuera a Nervo de la bolsa de bienes culturales que los críticos peninsulares del modernismo alegaban en favor de una modernidad literaria que no los postergara con respecto de la literatura hispanoamericana. En el discurso de Reyes, Nervo -sea plenamente admirado, sea objeto de reticencias- se alza como un escritor excepcional; quiero decir, fuera del debate de las comunidades hispánicas en busca de la primacía en la modernidad de corrientes y estilos de época.

No obstante que el literato profesional y autónomo, especializado y erudito que había en Reyes se impuso en el fallo final que condenaba los versos desnudos de retórica de Amado Nervo, aquél llevaría a cabo un esfuerzo de buena ley, enormemente productivo, para explicar una poética que, en el afán de representar la vida interior de los seres humanos con la mayor proximidad y sinceridad, se había desecho de los instrumentos del oficio y los recursos del estilo. Dicho esfuerzo se inició con la reseña de Serenidad y recibió un impulso inesperado con la muerte del poeta, ocurrida en 1919. La vinculación definitiva para la posteridad del crítico y del poeta terminaría de forjarse en el yunque de la edición de las obras completas del escritor nacido en Tepic.

Las dos maneras de la poesía

En el libro que Alfonso Reyes consagró a la explicación de Amado Nervo sobresalen dos textos. El primero es la reseña de Serenidad que Reyes escribió en París, en 1914, con motivo de la publicación de este poemario. Allí, contemplando con inquietud las decisiones que habían llevado a Amado Nervo a convertirse en otro poeta, diferente del jefe de la escuela modernista, Reyes expuso con sensibilidad e inteligencia las pautas de una obra que, situada enérgicamente al margen del curso imperante en la literatura, “adquiere innegable valor humano” (Reyes 1958: 15). Quizá por primera vez, en esa explicación, se asienta la idea de una “estética sincera” para dar cuenta de los escritos de un sujeto que había dejado de ser “poeta literario”, que se había puesto a escribir “más allá de las preocupaciones del gusto” (Reyes 1958: 13) y se colocaba “demasiado cercano a la realidad para conformarse con ser un pulido estilista” (Reyes 1958: 14). Esta reseña, publicada originalmente en la Revista de América, fue colocada por su autor en el tomo XI de las obras completas de Nervo, a manera de prólogo. Reyes se reservó de este modo el derecho de explicar el libro que marcó definitivamente la conversión del poeta, pues el volumen referido corresponde a Serenidad.2

El segundo texto de la exégesis de Reyes es un encomio funeral que, como lo indica la tradición de la retórica antigua, esboza el itinerario completo del fallecido alrededor de un motivo que el doliente ha decidido destacar. Por lo tanto, este escrito data de 1919. El motivo epidíctico escogido por Reyes fue el “camino” moral y religioso recorrido por Amado Nervo, con lo cual aquél hizo de esta pasión humana el mayor atributo de este hombre de letras. En ese lugar privilegiado de la crítica alfonsina se traza una correspondencia exacta entre el hombre sereno y enlutado que se retira de la vida literaria, se vuelve casero, se refocila en los pequeños gustos de la vida cotidiana, y el escritor cuya sencillez y franqueza triunfan sobre la pedrería y los joyeles del artificio retórico (Reyes 1958: 22-23).

Este documento fue redactado por su autor como respuesta a la situación desencadenada por el deceso del poeta; en esa calidad, allí radica el centro de gravedad de la interpretación que Reyes llegó a tener de Nervo, pues su materia, en vez de querer vincularse a una sola obra, se extiende sobre toda una trayectoria, lamentablemente concluida. “El camino de Amado Nervo” ocupará el sitio del prólogo del volumen XIV, que contiene tres novelas cortas, El diamante de la inquietud, El diablo desinteresado y Una mentira. Ese lugar, que parece accidental, obedece a que el tomo indicado es la reimpresión, en el contexto de la serie de volúmenes correspondiente a las obras completas, de un título publicado apenas muerto el poeta por la misma empresa que había iniciado ese plan editorial, Biblioteca Nueva (Reyna 2005b: 169-179; Jiménez y Reyna: 181-192).

Los dos primeros escritos del libro Tránsito de Amado Nervo (“La serenidad de Amado Nervo” y “El camino de Amado Nervo”), como queda dicho en este artículo, fueron incluidos como prólogos en sendos volúmenes de las obras completas (XI y XIV), con lo cual Alfonso Reyes se había acreditado en 1919 como el más calificado de los editores de Nervo y uno de los primeros en haber comprendido su obra como un conjunto orgánico, incluido por supuesto el giro que el poeta imprimió en el desarrollo de su lenguaje literario, desconcertante para sus coetáneos, marca profunda que sirve a Reyes para deslindar lo que él mismo llamaría, pasados los años, la “primera manera” de la “segunda” en la escritura de Nervo (Reyes 1958: 11).

En plena madurez intelectual, integrante distinguido de dos repúblicas literarias -la mexicana y la española-, Reyes se atrevió a volver materia de análisis los problemas que la “segunda manera” de Nervo ofrecía a una mentalidad sujeta a la primacía textual en el fenómeno literario. La decisión del crítico tiene que ponderarse a la luz de la incomodidad y el desconcierto que dicha “manera” había causado entre los tribunos de la república literaria de corte liberal, laica y modernista, causa, en definitiva, de la distancia que había separado a éstos del escritor nacido en Tepic. Reyes era consciente de la delicadeza de su tarea interpretativa. En su afán de explicar al admirado escritor, acusa recibo del “desamor” que su “segunda manera” sufría en la apreciación de algunos. “Está, pues, irremediablemente condenado al desamor de aquella mayoría absoluta de lectores para quienes cambiar, que es vivir, equivale a degenerar. Pero su obra adquiere innegable valor humano, y se queda al lado de las modas” (Reyes 1958: 15).

Reyes no se declara del todo ajeno a ese desamor; sin embargo, en vez de censurar o adoptar la distancia que alejaba a Nervo de sus colegas, quiere explicar esa circunstancia. La explicación comenzaba por reconocer la extrañeza que el poeta despertaba en la corporación letrada, incluido el propio responsable de la exposición crítica. “Por cualquier página que lo abro, el libro me descubre al hombre. Al hombre que se expresa con una espontaneidad desconcertante, turbadora” (Reyes 1958: 12). Turbación y desconcierto cuya causa era el intento radical de identificar la persona biográfica con la escritura. Los versos de Nervo habían perdido brillo a medida que vida y poesía se identificaban, aceptaba el comentarista, pero habían ganado en su capacidad para aproximarse a la realidad y aprehenderla. Esa capacidad de realismo concreto, directo, por así decirlo, se desarrolló a partir de los cambios que el escritor había operado en su sistema literario. En vez de los atributos propios de un delicado simbolismo y complejas correspondencias de sentido construidas sobre un refinadísimo aparato lingüístico-textual que funcionaba en diferentes niveles (fónico, léxico, semántico y cultural), el poeta procuró la brevedad, la sencillez, la transparencia, la expresividad franca y concreta. En la búsqueda de esta depuración, el aparato verbal había sido desmantelado.

El propio Reyes, a pesar de la amplitud de su criterio, se muestra incómodo o vacilante frente a la responsabilidad de llevar a cabo el balance crítico de quien fuera uno de los personajes más importantes de su tiempo; sobre todo vacilante o incómodo porque la claridad de su inteligencia no le ocultaba que el poder simbólico de la obra de Amado Nervo hacia el fin de su trayectoria emanaba, no de su propia “maestría de palabras” (Reyes 1958: 14), sino de su vida: la vida que había cultivado públicamente gracias a los modos expresivos de la confesión, la introspección psicológica y la especulación religiosa.

La vida se había impuesto a las palabras en busca de una poética de la sinceridad y en menoscabo, cuando no en vilipendio franco, del artificio literario. Todavía Alfonso Reyes se esfuerza por sugerir coincidencias entre la estética de la sinceridad del poeta y un asunto común entre los poetas del periodo en que el regiomontano escribe la exégesis de Nervo. Me refiero a la depuración del estilo, a “la sed de la sencillez” que fue la marca de una rectificación estilística de la época, condición del cambio en la historia literaria.

Triunfo [el de Nervo], porque de la era de la pedrería y los joyeles -era en que su poesía vino al mundo- todos habíamos pasado a la sed de la sencillez y la íntima sinceridad; y he aquí que Amado, allá desde su casita, sin quererlo ni proponérselo, iba reflejando el ritmo de su tiempo y se ponía a compás con la vida (y con la muerte) (Reyes 1958: 22).

Con este recurso, Reyes quería incorporar el camino personal de Amado Nervo en el espacio de todos los hombres de letras, e incluso convertirlo en estandarte de las aspiraciones colectivas. Entonces los versos que escapaban al gusto compartido por los varones de la corporación literaria descendiente del modernismo serían meras excepciones en el desempeño de un sabio ejercicio del oficial en el taller de las palabras, “magisterio negativo del arte” (Reyes 1958: 21) que forja los versos con las manos, pues ha desarrollado una estética radicalmente próxima a la realidad.

Alfonso Reyes estimaba verdaderamente el pathos de la realidad más desnuda, más concreta, que Amado Nervo era capaz de suscitar en sus lectores, una vez que éste había dejado caer las herramientas del taller literario al suelo. Pero el proyecto de Amado Nervo era mucho más radical. Éste contradijo los fundamentos teóricos -por así llamarlos- de una actividad intelectual especializada, de índole estética, sustentada en el dominio que algunos profesionales autónomos en el orden social tienen de ciertos archivos culturales -principalmente discursivos, textuales, lingüísticos y retóricos-, puestos a su servicio por la historia de las sociedades occidentales.

La mentalidad filológica de Alfonso Reyes, base de su contribución a la autonomía social del arte literario, no podía admitir a fin de cuentas reglas del juego diferentes a las promulgadas por los varones de la corporación letrada a la cual pertenecía de modo tan distinguido. Y, en efecto, el dictamen final apunta en esta dirección. A este respecto, nos sale al paso con cierta insistencia lo que también podríamos considerar otro motivo en la crítica alfonsina sobre Amado Nervo. Cuando parece haber cedido ante el peso de las evidencias biográficas en la poética de la sinceridad y ante la emoción que parece infundir en él un poeta adolorido que arroja las herramientas de su oficio al piso para forjar “los versos con las manos” (Reyes 1958: 21), Reyes no dejará de suavizar irónicamente la personalidad religiosa y moral de Amado Nervo (Reyes 1958: 23-25).

Nervo, el religioso, le parece a Reyes impuro, ajeno a la verdadera pasión mística, lejano del pathos profético; en cambio, en su explicación prima un Nervo supersticioso, deudor de las creencias populares acerca de aparecidos y espantos, educado en el catolicismo provinciano. Por una inclinación arraigada en la infancia -la suntuosa infancia de familias provincianas-, Nervo, el religioso, en realidad se desliza hacia el espiritismo, la magia y la visión fabulosa de la ciencia de los astros; por impureza intelectual, la religiosidad de Nervo se contamina con Pitágoras y ciertas creencias de Oriente (Reyes 1958: 25-26). Todo esto es poco serio para el intelectual Reyes que termina divirtiéndose con el relato chusco de una excursión al Desierto de los Leones, en cuyo foco hay un juego de hechizas apariciones nocturnas que ridiculiza a todos los escritores implicados en la anécdota (Reyes 1958: 27-28). Con estos señalamientos, el exégeta se colocaba conscientemente al margen del capítulo teosófico que, al paso de los años, cobraría un enorme interés en la crítica nerviana llevada a cabo por los universitarios (cfr. Lara: 98-107; Chaves: 211-222). A contrapelo de este reflejo ínsito en la constitución intelectual y emocional de este varón de la república institucionalizada de las letras, quizá Reyes, por causas que convendría indagar con detenimiento, no haya sido del todo insensible por algunos meses al influjo de la teosofía en el poeta. Si bien nadie puede dudar de que Reyes haya sido ajeno a la vertiente doctrinal de ese influjo, la siguiente estancia de este artículo indica que se expuso con docilidad al clima intelectual que la teosofía hizo posible en diversas latitudes de Iberoamérica en favor de la constitución de comunidades culturales renovadoras, de muy pronunciado corte femenino (Devés 2007: 78-86; Devés 2000: 29-45; Casaús: 33-36).

Quizá favorecido por lo que acabo de proponer, antes de emitir su dictamen final sobre la poesía de Amado Nervo, Alfonso Reyes todavía escribiría dos ensayos en cuyas páginas se dejó a sí mismo profundizar en la sustancia cordial, agónica, del sujeto biográfico que tanto lo seducía, causa efectiva de su generosa comprensión de los mecanismos de la creación verbal que habían hecho posible la segunda manera del poeta.

Un tabernáculo con un leve sabor de versos

El tercero de los escritos del libro nerviano de Alfonso Reyes fue redactado en 1929, a diez años del fallecimiento del poeta tepiqueño, cuando aquél se desempeñaba como embajador de México ante el gobierno de Argentina, país donde su estatuto como el albacea del legado literario de Amado Nervo se había consolidado definitivamente, en gran medida por el activismo del propio Reyes en favor de la memoria del escritor malogrado. Reyes se imponía activamente en la difusión de la obra de Nervo precisamente en el lugar en que el brillo público de éste había alcanzado su mayor intensidad y cobrado su significación más plena, sobre todo gracias al público femenino.3

El nombre de Amado Nervo era el santo y seña de la influyente comunidad intelectual de mujeres de Argentina y Uruguay, dentro de la cual el regiomontano se conducía cómodamente, entre otros méritos que le son propios, gracias al estatuto ya señalado como albacea de la herencia cultural de Nervo. Precisamente el tercer escrito de Tránsito de Amado Nervo adoptó la forma de una misiva destinada a una de las personalidades más conspicuas de la comunidad femenina antes indicada, la escritora Juana de Ibarbourou, con quien el autor mantenía un trato muy estrecho. Tanto a Juana de Ibarbourou como a la poeta Luisa Luisi, Reyes dirigió sendos recados para conminarlas a que hicieran algo a propósito de los diez años de la muerte de Nervo (Reyes 2010: 140).

Cabe indicar que en el círculo femenino frecuentado por Alfonso Reyes figuraba María Rosa Oliver. Esta escritora gestionó que la mujer que había sido el último amor de Amado Nervo, Carmen de la Serna, compartiera con el escritor y embajador de México las cartas del poeta y el cuadernillo de versos que obraban entre sus tesoros cordiales. El contenido de este pequeño cuaderno, las cartas personales inflamadas de amor espiritual y los encuentros personales con Carmen dotaron a Reyes de la materia de “El viaje de amor de Amado Nervo”, el último de los capítulos de Tránsito

Alfonso Reyes envió su “Carta a Juana de Ibarbourou”, fechada el 5 de mayo de 1929, a la revista costarricense Repertorio Americano, dirigida por Joaquín García Monge, apenas una semana después de haberla redactado. Como se advierte, el autor de esta misiva nunca quiso circunscribirla en el ámbito privado de la comunicación; por el contrario, en esas líneas recuperó su interés en la parte que la personalidad del poeta fallecido reclamaba en el entendimiento de su obra, inscribiéndolo en la esfera de influencia de las mujeres escritoras por medio del recurso epistolar. Reyes ya había sido admitido en el círculo femenino de la devoción de Amado Nervo; ya escribía “El viaje de amor…”, luego de haber visitado a Carmen de la Serna, recibido de sus manos las cartas amorosas del poeta y su cuadernillo de versos confesionales, y copiado las páginas de ese objeto precioso de la intimidad del poeta resguardado en el entorno femenino. Entonces Reyes se animó a colocar en la “personalidad moral” de Amado Nervo, en su “vasta personalidad sentimental”, el corazón del problema de trabajo que a la consideración de un estudioso ofrecía el proceso completo y terminado de la trayectoria del escritor. Sólo en segundo y en tercer términos, el promotor de la memoria de Nervo se refirió al “verdadero estudio técnico de su obra” y a la “pintura del cuadro de época literaria y política” (Reyes 1958: 33), que renunció a llevar a cabo.

La carta a Juana de Ibarbourou sirvió a su autor para ratificar ante el público sus credenciales como el editor de las obras completas de Nervo (Reyes 1958: 31-32) y refrendar su derecho a recopilar la obra del escritor dispersa todavía, a propósito de la cual destacó, en vez de sus artículos de prensa, sus cartas, piezas necesarias para conocer su personalidad moral, su vasta personalidad sentimental.4 Inmediatamente después de este señalamiento, Reyes asocia sus escritos ya publicados sobre Amado Nervo a este conocimiento.

Todavía nos queda a los amigos de Nervo la tarea de ir coleccionando sus cartas, entre las cuales hay algunas de profundo valor humano. Cuando esto sea dable, se apreciará mejor la personalidad moral de Amado Nervo que, como sabemos, ejerció para muchos y para muchas un ministerio casi religioso de confidencia y de consejo. Yo, aunque he escrito ya un par de estudios (“La serenidad de Amado Nervo” y “El camino de Amado Nervo”) y aunque ahora me propongo publicar otro sobre “El viaje de amor de Amado Nervo”, creo que se me queda mucho en el tintero, sólo en lo que se refiere al trazo completo de la vasta personalidad sentimental del poeta […]. (Reyes 1958: 32-33)

Para concluir el exordio de su escrito, Reyes declara que pondrá en manos de Juana de Ibarbourou -en realidad en las de las devotas de Nervo, por interregno de la invocada figura de la poetisa- “unas cuantas notas que he ido tomando al margen, relativas a la infancia de Amado, tal como se refleja en su obra” (Reyes 1958: 33). Aquí radica la verdadera materia de la carta-ensayo, en cuyas líneas se refrenda el principio según el cual la escritura es una clave de la vida personal, moral y sentimental. El escenario ha quedado así dispuesto para dar paso al ya anunciado último capítulo del Tránsito de Amado Nervo, un artículo que Alfonso Reyes no demoró en publicar en La Nación, pocos días antes de la conmemoración de la muerte del poeta, cuya devoción pública tanto debía, precisamente, a ese diario argentino.5

El artículo por medio del cual Alfonso Reyes terminó por imponer a todos de su primacía acerca del conocimiento de Amado Nervo con motivo del primer decenio transcurrido luego de la muerte de éste postula abiertamente que el amor es la fuerza más importante del viaje humano del poeta, particularmente su último capítulo amoroso. Para desarrollar esta postulación, así como también el principio de la interpretación moral y sentimental de una trayectoria literaria, Reyes se ocupa velozmente de los primeros versos del poeta y de los correspondientes a La amada inmóvil, deshaciéndose así de tal sector de la obra de Nervo; después, se estaciona en “un cuadernillo de pastas negras, de unos ocho por cinco centímetros, […] de treinta y siete hojas”, íntimo testimonio -no literario, afirma el propio Reyes, pues apenas si tiene “un leve sabor de versos”- de la última adoración del hombre de letras (Reyes 1958: 47).

Si nos atenemos a la índole de la escritura sobre la cual Reyes elige ensayar las palabras finales de su Tránsito de Amado Nervo, parecería que el exégeta no sólo ha concedido la mayor parte de la trayectoria del escritor a su personalidad moral y sentimental, sino que también ha terminado por aceptar el despojo absoluto que el poeta ha llevado a cabo del peso de la técnica y de los atavíos del artificio. De allí el crédito que concede a una escritura apenas disfrazada con “un leve sabor de versos”.

La actitud del crítico que así contemplamos sólo pudo ser posible en medio de la atmósfera cultural propia del círculo femenino de devoción por Amado Nervo, cuya influencia se extendía hasta la oferta cultural del diario La Nación, que había dado paso franco a Reyes al tabernáculo de la agonía espiritual del poeta, clave de su tránsito.

El deslinde definitivo del hombre de letras

El clima intelectual femenino del Cono Sur se extinguiría con el paso de los años en la experiencia de Alfonso Reyes, quien cobraría a su regreso a México la dimensión de un hombre de Estado. Entonces, el desamor que Nervo había sufrido de parte de sus colegas, varones profesionales de la literatura institucionalizada, terminó por ganar su batalla en Reyes. Cuando en 1937 éste redacte el prefacio del libro en que habría de recuperar definitivamente sus escritos sobre Amado Nervo, dictaminará que el lugar que corresponda a éste en el cuadro general de la poesía americana sólo se podría dilucidar con base en el análisis de los poemas de la “primera manera”, es decir, los anteriores a Serenidad, e incluso a En voz baja. Esa “manera” es la de un “poeta literario”. La “segunda manera”, causa de la apoteosis popular del poeta y de una notoriedad que se dejó sentir en diferentes ámbitos de la vida social, “solicita más la exégesis humana que no la puramente literaria” (Reyes 1958: 11); quien se arroje a esa empresa analítica se dedicará a la “interpretación de un hombre” (11).

El deslinde entre los estudios literarios propiamente dichos y el combate que los hombres rinden con sus respectivas quimeras había quedado establecido por el propio Reyes. A pesar de que este hombre de letras se había declarado admirador de la franqueza y la concreción lograda en el empeño de representar la realidad gracias al “magisterio negativo de arte que sólo poseen los grandes poetas” (Reyes 1958: 21) y del cual, a su juicio, Nervo hizo gala, en el escritor regiomontano terminaría por imponerse el estrato más sólido de su cultura letrada, erudita y escolar, literaria y profesional.

El deslinde es paradójico, pues Reyes aceptaba que los ensayos recogidos en Tránsito de Amado Nervo se atrevían con “delicadeza y piedad” a “entrar en la interpretación de un hombre” (Reyes 1958: 11). Esta advertencia reviste casi la condición de una disculpa ante los integrantes de la corporación institucionalizada de la literatura.

Entrar en la interpretación de un hombre es cosa que requiere delicadeza y piedad. Si se entra en tal interpretación armado con una filosofía hostil a la que inspiró la vida y la obra de aquel hombre, se incurre en un error crítico evidente y se comete, además, un desacato.

No hace falta comulgar con Nervo para procurar comprenderlo, y más cuando se le ha querido y se le recuerda devotamente. Unos instantes de lealtad al pensamiento del poeta desaparecido, y luego, siga cada cual combatiendo con su propia quimera (Reyes 1958: 11).

Luego de su regreso definitivo a México en 1939, Alfonso Reyes se dio a la tarea de levantar la cosecha de una siembra que había llevado a cabo durante varios años entre solicitaciones de diversa índole, a veces contradictorias con las horas de estudio. En esa tarea vuelve a reclamar su gran peso la vocación escolar del escritor, primer estrato de su educación literaria, como es el caso de unas líneas escritas con tono y propósito didácticos en 1941 sobre la poesía hispanoamericana. Ese esbozo histórico recupera, decanta y organiza las convicciones fundamentales que sobre esa materia dictaron al autor su gusto personal, su educación especializada, su experiencia histórica y sus colegas mejor informados a ese respecto, como Pedro Henríquez Ureña, empeñado entonces en dar última forma a su discurso hispanoamericanista de corte historiográfico.6

A propósito del lugar que Amado Nervo merece en dicho esbozo, podemos afirmar que la intención didáctica de Reyes lo priva de su elegancia habitual en la expresión y elimina los matices de una tesis que en su época fueron muy ricos. La naturaleza docente de estas líneas elimina las vacilaciones que el juicio de Reyes sobre Nervo padeció entre 1913 y 1929. La certeza más destacada del escrito docente, “De poesía hispanoamericana”, integrado en Pasado inmediato, radica en la presentación del modernismo como pedestal de la expresión independiente de América en materia literaria. “La literatura hispanoamericana cobra verdadero relieve y logra conquistar su sitio en el sol con el movimiento llamado Modernismo […]” (Reyes 1960: 256). En estas palabras apretadas y austeras reaparece, quizá por última vez, la fe de los antiguos ateneístas en la necesidad que México e Hispanoamérica tuvieron de escuelas literarias muy rigurosas en términos formales, alejadas ya del fervor patrio por las gestas de las independencias y la pretendida espectacularidad de la naturaleza americana.7

Alfonso Reyes ubicó a Amado Nervo en un sitio muy destacado de “la segunda hora del Modernismo”, al lado de Rubén Darío, luego de los iniciadores (José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva y Julián del Casal). Así que Nervo resultaba ser uno de los maestros de la escritura literaria que trabajó en beneficio de la autonomía cultural de la América española. Sin embargo, el género didáctico y la sensación de las cosas consumadas hacen que Reyes sea categórico en la exposición de los juicios que corresponden a Nervo más allá del modernismo. “El desarrollo de su obra traza una depuración espiritual, pero a la vez revela cierto sacrificio estético” (Reyes 1960: 266). Las “galas” de la escritura caen cuando el poeta se simplifica y se redime de su “erotismo torturado”. Alfonso Reyes señala con distancia e ironía el proceso espiritual del poeta para terminar fallando que el escritor “se avulgara un poco” (Reyes 1960: 266) al investir su figura pública y su ejercicio literario de la santidad y el ministerio del consejo caritativo.8 El fallo final del hombre de letras había sido pronunciado.

Conclusión

Alfonso Reyes renunció a incorporar en el paradigma lingüístico-textual del modernismo las modificaciones sustantivas que Nervo había operado luego de abrevar en fuentes culturales alternativas a la literatura moderna, como los capítulos apostólico y profético del cristianismo. Independientemente de la interpretación de un hombre que dejó tras de sí el testimonio de las “hondas galeras de su alma” por medio del registro de una intensa actividad introspectiva y especulativa, los libros finales de Amado Nervo colocaban a su exégeta frente a algo mucho más radical que la ampliación del registro de los atributos estilísticos del lenguaje literario de su tiempo: un régimen social de la escritura alternativo al de la literatura institucionalizada y profesional. Ese régimen no tenía lugar en el predio establecido de la república literaria ni en sus recursos expositivos, como al fin y al cabo terminó por probarlo el propio Reyes.

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1 El mentor juzgó la primera versión publicada de la reseña que Reyes escribió sobre Serenidad, de Amado Nervo. Los señalamientos de Henríquez Ureña a tal artículo ignoran por completo la tesis general de Reyes sobre el poeta; en cambio, obedecen los criterios de la corrección de estilo entre jóvenes eruditos universitarios: depuración de los léxicos corriente y especializado, imprecisiones en la lógica y la argumentación, matices de conceptos (Reyes y Henríquez Ureña: 425-426).

2Este corte en la interpretación de la poesía de Amado Nervo prima en la crítica tradicional del poeta, establecida sobre todo alrededor de sus editores originales: Alfonso Reyes y Alfonso Méndez Plancarte. Este último, convalida su juicio con citas y referencias de escritores cuya perspectiva dominaba su horizonte histórico. Alfonso Méndez Plancarte: 1246. En virtud de la índole de la materia de este artículo, que no radica en la lectura crítica de una obra literaria sino en la interpretación de los discursos históricos de quienes han sido responsables de tal lectura, incorporo este juicio en mi perspectiva. Sin embargo, no dejo de consignar que este corte no es operativo para los editores más recientes de la poesía de Amado Nervo: Jiménez 2010 y Lara, quienes trabajaron en un horizonte conceptual diferente del que Alfonso Reyes encabezó.

3La extendida y favorable recepción femenina de Amado Nervo es un fenómeno que se desprende del marco general de la lectura prolija y determinante que las mujeres hicieron del modernismo hispanoamericano. José María Martínez ha dedicado varios artículos a esta materia. Consúltese Amado Nervo y las lectoras del modernismo, 2015. También Reyna 2005a.

4 Reyes 1958: 32-33. Anoté la referencia a los artículos de prensa de Amado Nervo dispersos porque Reyes concedió la mayor importancia a la ubicación y recolección de tales páginas desde los meses de su responsabilidad como director editorial de las Obras completas publicadas en Madrid en 1919, principalmente. Gracias a ese empeño, pidió ayuda a colegas y amigos argentinos, en primer lugar Alfredo Bianchi y Roberto Giusti (Zaïtzeff: 15-16). Aunque tal preocupación data de 1920, todavía en 1929, en medio del intenso comercio humano que caracterizó su ejercicio en el gran mundo bonaerense, persistía en su empeño, siempre orientado a la prensa (Reyes 2010: 123, 128).

5 Reyes 2010: 137; de acuerdo con la anotación de Reyes, “El viaje de amor de Amado Nervo” apareció en La Nación el 19 de mayo de 1929. Reyes, que tanta influencia tuviera en la revista bonaerense Libra, hizo publicar en esas páginas uno de los poemas contenidos en el “cuaderno íntimo” de Nervo que Carmen de la Serna le confiara, luego del siguiente epígrafe: “En memoria del poeta mexicano, a los diez años de su muerte, publicamos estas líneas inéditas que dejó en un cuaderno íntimo” (Corral: 83).

6Véanse notas 7 y 8 a propósito de la frase que da pie a esta nota.

7Esta convicción en Reyes y el círculo original de su educación literaria tiene su eje en Pedro Henríquez Ureña; a tal grado que el escritor dominicano hará de la fe en el aprendizaje disciplinado y arduo de la profesión literaria un tema de su explicación historiográfica de la cultura americana. En una carta de 29 de octubre de 1913, Henríquez Ureña escribe a Reyes lo que copio en seguida a propósito de la influencia en el gusto literario de México hacia principios del siglo xx que ejercieron los poetas modernistas: “Tengo esta teoría nueva que pienso exponer […]. En América necesitamos de escuelas alambicadas y complicadas, de escuelas que obliguen al escritor a buscar y a pensar, como el gongorismo y el modernismo. […] En América hacen mucho daño las escuelas descuidadas, como el romanticismo”. El modernismo tiene para Henríquez Ureña primacía sobre el gongorismo, más “palabrista”, en la función docente del escritor (Reyes y Henríquez Ureña: 228). La primera formulación que Henríquez Ureña hizo de su “teoría nueva” de 1913 se encuentra en el famoso libro de 1928 Seis ensayos en busca de nuestra expresión. Las frases siguientes proceden de la conclusión del esbozo histórico que el historiador escribió sobre la búsqueda de la expresión americana: “Nuestros enemigos, al buscar la expresión de nuestro mundo, son la falta de esfuerzo y la ausencia de disciplina, hijos de la pereza y la incultura, o la vida en perpetuo disturbio y mudanza, llena de preocupaciones ajenas a la pureza de la obra” (Henríquez Ureña 1960: 252).

8Las notas de Reyes son contemporáneas de las conferencias que Pedro Henríquez Ureña dictara en la Universidad de Harvard, en el marco de la cátedra Charles Eliot Norton, en el año académico 1940-1941. Las conferencias serían reunidas en la obra más ambiciosa de la vocación historiográfica del dominicano: Las corrientes literarias en la América. En esas páginas, Henríquez Ureña desarrolló plenamente el discurso hispanoamericanista señalado en la nota anterior, de modo que nada cabe agregar del lugar que asignó a Amado Nervo. Sin embargo, en el capítulo correspondiente a su presente de enunciación, “Problemas de hoy [1920-1940]”, se dio la oportunidad de añadir algo sobre Nervo en el cuadro de la reacción antimodernista, presidida por su admirado Enrique González Martínez. “Amado Nervo, que había comenzado asimilando todas las modas aristocráticas y exóticas de 1896, se convirtió ahora en una especie de predicador laico del amor y de la oración cristiana, con un toque de misticismo budista.” Enseguida de esta sobria indicación, añade otra que, sin incluir a Nervo, completa su entendimiento desapasionado del problema relativo a una dicción poética desnuda. “Otro grupo de poetas decidieron, un poco a la manera de Wordsworth, despojar de adornos su verso, adoptando ‘una selección del lenguaje realmente empleado por el hombre’ y llevado la simplificación del estilo a extremos que sorprendieron a sus lectores […].” En cualquier caso, Nervo es expuesto como un escritor más de la corriente de la época (Henríquez Ureña 1949: 190).

Recibido: 30 de Agosto de 2019; Aprobado: 04 de Febrero de 2020

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Leonardo Martínez Carrizales: Es licenciado en Ciencias de la Comunicación (Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM), maestro en Letras Mexicanas y doctor en Letras (Facultad de Filosofía y Letras, UNAM). Actualmente, es profesor-investigador titular C de tiempo completo en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Azcapotzalco. En esa institución se desempeña como integrante del cuerpo docente del Posgrado en Historiografía y de la Maestría en Literatura Mexicana Contemporánea. Su libro más reciente es Tribunos letrados. Aproximaciones al orden de la cultura letrada en el México del siglo XIX (UAM-A, 2017). Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores. También ha sido profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México entre los años de 1992 y 2008. Es autor, entre otros libros, de Juan Rulfo. Los caminos de la fama pública. Juan Rulfo ante la crítica literario-periodística de México. Una antología (1998); La sal de los enfermos. Caída y convalecencia de Alfonso Reyes. París 1913-1914 (2001); Alfonso Reyes-Enrique González Martínez, El tiempo de los patriarcas. Epistolario 1913-1914 [estudio, edición y notas] (2002); El recurso de la tradición. Jaime Torres Bodet ante Rubén Darío y el modernismo (2006). Entre sus líneas de investigación se destacan, además de las minorías letradas del México independiente, la crítica y la historia literarias, la historia de la retórica en México, la historia de los intelectuales (siglos XIX y XX), las narrativas del orden social de México (siglos XIX y XX), Alfonso Reyes, la Revista Mexicana de Literatura, historia y aplicación de la alfabetización universitaria.

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