Los amantes de la poesía novohispana contamos actualmente con dos imprescindibles herramientas para introducirnos a este mundo: la antología en tres tomos de Poetas novohispanos de Alfonso Méndez Plancarte y la Poesía novohispana, en dos volúmenes, de Martha Lilia Tenorio. Tales ediciones han servido a cientos de lectores como un referente ineludible de conocimiento de un universo poético fascinante y poco frecuentado por los lectores. De esa poesía que actualmente yace, en su mayor parte, en los archivos reservados, Jorge Gutiérrez Reyna ha rescatado un grupo de textos relacionados con una interesante pero poco conocida variedad de la poesía novohispana: la poesía visual.
Se trata de un libro de hechura muy esmerada, como no podía ser menos en el caso del género antologado. Tanto en la impresión de los poemas seleccionados como en el formato externo (conformado por una preciosa caja) se nota el amor por el libro, al igual que la belleza de éste como objeto.1 Al cuidado en la forma del libro como objeto corresponde un contenido no menos admirable, que se divide en dos conjuntos: por una parte, tenemos una serie de láminas sueltas en las que se encuentran los textos seleccionados; dicho formato constituye un gran acierto, pues permite gran flexibilidad, ya que a veces es indispensable darle vueltas a la hoja para apreciar el artificio del poema, lo cual sería sumamente dificultoso en el tradicional formato del libro. Por otra parte, tenemos un pequeño librito que contiene un breve, pero sustancioso prólogo y una serie de notas muy útiles para la lectura de los poemas.
En primer lugar, hay que señalar la excelencia de los textos seleccionados y el muy adecuado orden cronológico en que han sido acomodados. De esta manera es posible apreciar la evolución del género: observamos primero poemas que se pueden leer al derecho y al revés (l. I, III, VIII, XIV), laberintos que posibilitan lecturas con diferente métrica (l. IV, VII), textos en los que se puede leer otro poema a partir sólo de las letras que se encuentran en mayúscula (l. II), para después encontrarnos con artificios que explotan cada vez más lo visual: diversos tipos de acróstico, desde lo más simple (l. XVI, XVII) hasta complejidades como la combinación del acróstico con el laberinto (l. VII), o textos que a veces giran alrededor de una misma vocal en la que termina cada verso formando un círculo (l. VI, XII, XIII); y finalmente nos encontramos con verdaderas joyas en las que lo visual deja de ser un artificio accesorio a lo poético para convertirse en el elemento configurador del poema, como en las muy diversas figuras y emblemas, dibujos que incorporan lo poético a un bello dibujo (l. IX, X, XI), o en el muy impresionante romance mudo de Cayetano Cabrera de Quintero (l. XV).
Dentro de esta preciosa selección de textos, Jorge Gutiérrez Reyna funge como un magnífico guía. Para ello adapta la ortografía de los textos antiguos para que sean accesibles al lector moderno2 y nos explica la lectura que debemos hacer de no pocos poemas sumamente arduos, lectura que se complica debido a las condiciones mismas del género.3
El excelente trabajo de Jorge Gutiérrez Reyna viene a ser complementado por la labor de Mateo Pizarro, quien volvió a dar vida a varios de los poemas que primariamente se constituían a partir del elemento visual (l. X, XV). Sobre todo en la l. XV, que se trata de un romance mudo, en el que a partir de la representación de las figuras, a la más pura manera de un texto babilónico o egipcio, se puede leer un poema que Cayetano Cabrera escribió para conformarse de esta manera; el dibujo, si es que alguna vez existió, se ha perdido, pero Mateo Pizarro nos lo devuelve, no sin presentar curiosas adaptaciones de imágenes de la vida moderna, como Stalin representando el segmento tirano o Santa Claus la palabra santa.4
Con todo, creo que a la cuidadosa selección realizada podría presentársele una objeción. En la l. V, se incluye el fragmento de una loa de sor Juana (Encomiástico poema, según los editores antiguos de sor Juana), bajo el título de "Anagramas escenificados". No opino que tal composición debiera incluirse en una antología de poesía visual, puesto que si bien es claro el artificio visual usado -un grupo de personajes recibe unas tarjetas que primero transmite un mensaje (ELVIRA SOLA, el nombre de la virreina a quien se dedicaba la loa) y después otro (EL SILVA AMOR, el apellido de su honrado marido)-, dicho recurso no es poético, sino que pertenece al género dramático. Vale la pena aquí recordar que los textos dramáticos se componen de dos elementos: uno verbal, que puede leerse, y otro acústico-visual, que se representa. En este caso, el recurso visual que podría justificar la inclusión de esta composición junto con las demás no está hecho, como en los otros casos, para apreciarse en una página, sino para verse en un escenario.5 De ello son clara prueba las acotaciones de las que no se puede prescindir, por ejemplo, entre los vv. 35 y 36: "Muestran las tarjas con las letras, y representa la MÚSICA".6 Una prueba más del indudable carácter dramático del texto escogido podría ser su ascendencia calderoniana: la distribución de letras entre personajes para después formar mensajes mediante éstas es un hábito común en las obras de Pedro Calderón de la Barca, por ejemplo, en su loa al auto sacramental de El divino Orfeo aparecen varias damas y galanes con letras en sus escudos, los personajes bailan y terminan por generar el mensaje doble de EUCHARISTIA Y CITHARA JESU (la escena abarca desde la acotación que sigue al v. 22 hasta el v. 294).7
También creo que otro texto de sor Juana podría ser añadido a la selección, se trata del numerado como 132 en las Obras completas, en el que se describe a una tal Fili. La preciosa décima termina con un pie quebrado de la siguiente manera:
pie tan breve, que no gasta ni un pie.
El texto refleja visualmente la relación entre ese pie métrico inacabado y el pequeñísimo pie de Filis. Tal artificio del ingenio sorjuanino bien merecería aparecer en cualquier antología de poesía visual.
Como complemento a esta magnífica antología de textos, se incluyen el prólogo y las notas de Jorge Gutiérrez Reyna, ambos cargados de un verdadero rigor filológico, basado en la paciente lectura de las fuentes de los textos, de la revisión de bibliógrafos y biógrafos que proporcionan abundantes datos sobre los autores y las obras novohispanas, y del conocimiento profundo de las prácticas sociales y culturales de la Nueva España y de la lengua española de los siglos XVII y XVIII.
Todo esto se refleja en las pacientes y completas notas que se esmeran en darnos a conocer los datos disponibles acerca de los autores que conforman la antología,8 o bien que se encargan de aclararnos algún término en desuso, de explicarnos una referencia mitológica, o simplemente de desentrañar las complejidades del texto.9 Con igual rigor, Jorge Gutiérrez Reyna se encarga de señalar las fuentes de las que están tomados los textos seleccionados, de manera que quien quiera ahondar más en el mundo de la poesía novohispana pueda darse el lujo de sumergirse en los testimonios antiguos.10
El conocimiento filológico de Jorge Gutiérrez Reyna se ve finalmente reflejado en el magnífico prólogo escrito para presentarnos la antología. Una muy fluida y cuidada prosa nos enseña una gran cantidad de cosas ya no sólo sobre la poesía visual novohispana, sino sobre toda la poesía escrita en el virreinato. El conocimiento preciso y la llaneza de la expresión hacen fácilmente asequible para el lector ese mundo olvidado de la poesía novohis- pana. Yo, por ejemplo, pienso que si Jorge estuviera escribiendo un texto especializado, podría abultar con una impresionante bibliografía a pie de página algunas de sus observaciones, por ejemplo la siguiente:
En la Nueva España, como se sabe, cualquier cosa era motivo de celebración: el cumpleaños de la virreina, la consagración de un templo nuevo, una acción piadosa del monarca, la llegada de un nuevo arzobispo. Un festejo, además de los fuegos artificiales, los sermones, las misas, y demás parafernalia, incluía necesariamente un certamen poético. Una institución, que podía ser la universidad o alguna orden religiosa, decidía el tema y las categorías del concurso. Se podía convocar, por ejemplo, a los ciudadanos a escribir un romance que comparase el misterio de la Inmaculada con algún episodio de la Eneida. A veces, los retos eran particularmente arduos: acrósticos, glosas, poemas de dos, tres, y hasta dieciséis lecturas. Los ganadores obtenían el aplauso general y el privilegio de ver sus poemas impresos en bonitos volúmenes (10-11).
En el anterior párrafo, Jorge Gutiérrez Reyna nos ha resumido las costumbres poéticas del Virreinato, ha hecho referencias a casos específicos y nos ha dado un vistazo del mundo poético novohispano de la manera más clara y concisa posible: "lo bueno, si breve, doblemente bueno" es perfectamente aplicable a esta preciosa muestra de conocimiento filológico.
Vale la pena también elogiar la capacidad de Jorge Gutiérrez Reyna de describir perfectamente el contenido de su antología y diferenciar los tipos de poemas que ha reunido: "Hay poemas, como los que pueden ser leídos de dos o tres maneras distintas, en los que la visualidad juega un papel muy discreto; hay otros en los que la imagen pictórica y la poética son inseparables: caligramas, figuras, romances mudos" (9).
Entre todo el saber que Jorge Gutiérrez Reyna nos comparte, a mí personalmente me parecen interesantes dos observaciones. En primer lugar, la mención de los "poetas de ocasión". Jorge nos dice que no lo convence dicho título, "porque, por mucha agilidad que se posea, nadie escribe 'ocasionalmente' un romance que puede ser leído de tres modos distintos" (11-12), y termina indicándonos una feliz intuición suya: "Me inclino a pensar que se trata más bien de poetas de una sola publicación, que debieron contar con un dominio considerable de la técnica y cuyos versos, escritos en la soledad de sus habitaciones, nunca llegaron a las prensas" (12). Habría que complementar esto con la señalización de que la educación de los altos sectores de la sociedad de los Siglos de Oro exigía no sólo lo que nuestra pobre educación nos enseña ahora, sino que obligaba a que todo hombre educado y perteneciente a la clase aristocrática supiera elementos de retórica y poética, a la vez que cultivase su ingenio.11
De ahí surgen los poetas de ocasión, que escriben un poema como un hobbie, pero que se dedican a hacerlo con el mayor cuidado posible, ya que no se podían arriesgar a la "risa de los discretos" o la "censura de los críticos".
Por otra parte, también cabe destacar la relación entre la poesía visual y el gongorismo. Jorge nos advierte sobre la costumbre decimonónica de atribuirle a la influencia de Góngora "todo enrevesamiento o toda experimentación formal extremada" (13). A su vez, nos indica que hubo claramente un antes y un después de Góngora en la poesía española, y añade que los experimentos visuales podrían ser resultado de esa libertad poética que inició el poeta cordobés: "si bien Góngora jamás escribió laberintos o décimas retrógradas o romances mudos, la libertad con la que dotó a la lengua poética de su tiempo sí dejó la puerta abierta a quienes quisieran escribirlos" (13). Con todo, probablemente Góngora no sea sino hijo de su tiempo y, si bien se volvió un referente de innovación poética al que otros siguieron, la revolución poética que empezó fue producto de una época abierta a este tipo de innovaciones, en las que el ingenio era privilegiado, visión estética que también hizo posibles estos singulares poemas visuales.
Hasta aquí creo que se podría limitar esta no tan breve reseña. Quisiera hacer una última sugerencia, se trata de un deseo totalmente personal: en una época en la que lo digital empieza a crecer y a ofrecer nuevas posibilidades de lectura, no estaría nada mal que estos textos salieran del formato libro para adaptarse a un formato digital. Las ventajas de este soporte son muchas: podríamos, por ejemplo, ver los textos en su contexto original gracias a facsimilares, acompañados de la transcripción del editor, junto con una variedad de notas semejantes a las que ya realizó, a la vez que el lector podría decidir si las necesita o no. También convendría incluir las adaptaciones de Mateo Pizarro al lado de los originales. Por supuesto, también sería provechoso aumentar la cantidad de textos antologados, muchos de los cuales yacen todavía durmiendo el sueño de los justos en los archivos reservados, a la espera de un lector. Con este formato se podría llegar a una mayor cantidad de lectores, ya que no estaríamos limitados a la capacidad de la imprenta (1000 ejemplares para esta edición, número que ya es uno de los límites de difusión que llega a alcanzar el libro en papel). Algo así se lo agradeceríamos mucho a Jorge los futuros lectores de dicha antología digital, tanto los simplemente aficionados a la poesía, como los arqueólogos de la palabra.