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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.37 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2016

https://doi.org/10.19130/iifl.ap.2016.1.665 

Dossier

El caballero andante y su itinerario. Viaje y muerte de don Quijote

The Knight-errant and their Itinerary. Journey and Death of Don Quixote

Nieves Rodríguez Vallea 

a El Colegio de México, e-mail: nievesrv@colmex.mx


RESUMEN

En este artículo se analizan, desde la perspectiva del tópico del viaje del héroe en la narrativa, las andanzas de don Quijote por los caminos españoles y por los espacios de la literatura caballeresca. Desde las cuatro secuencias narrativas que constituyen la división del itinerario en la narrativa de viajes: partida, travesía, encuentro y retorno, se revisan las tres partidas y los tres regresos del caballero en la obra, en especial el último regreso y la relación que éste guarda con su muerte.

Palabras clave: Quijote; viajes; muerte; literatura caballeresca

ABSTRACT

This article analyzes, from the perspective of the hero's journey topic in the narrative, the wanderings of Don Quixote on the Spanish roads and in the spaces of the chivalric literature. Based on the four narrative sequences that stake out the itinerary in the journey narrative: departure, cruise, meeting, and return, the three departures and the three returns of the knight in the work are reviewed, specially the last return and the relationship that it keeps with his death.

Keywords: Quixote; travels; death; chivalric literature

aquel que en Rocinante errando anduvo,

yace debajo desta losa fría.

(Cervantes, I, Epitafio: 502)

Aquí yace el caballero

bien molido y malandante

a quien llevó Rocinante

por uno y otro sendero.

(Cervantes, I, Epitafio: 595)

Desde los orígenes de la narrativa, el viaje de un héroe por un dilatado espacio, además de un motivo temático, constituye, gracias a los encuentros del héroe que se desplaza con otros personajes, lugares y situaciones, la estructura que organiza la materia narrativa en episodios. Los protagonistas de los libros de caballerías están en continuo movimiento, la ociosidad es un vicio del que debe huir todo caballero porque si "permanece anclado en un espacio concreto, le será imposible hallar aventuras y, precisamente, la búsqueda y superación de las pruebas más inauditas es el motivo central de este género literario" (Sales: 385). El "andante", sin embargo, aunque necesita desplazarse, no emprende un viaje para llegar a una latitud específica, sino para encontrar en el camino la posibilidad de la aventura, por lo que, a diferencia de otros viajeros literarios, la búsqueda que conduce al héroe de los libros de caballerías los hace recorrer un itinerario frecuentemente arbitrario.

Andante y viajero no se corresponden en el universo del Quijote con su protagonista. Si bien, la obra se articula en torno a la tradicional estructura caballeresca episódica del viaje, el tipo de itinerario que don Quijote recorre no se parece al que describen los otros viajeros con que se encuentra continuamente en la obra. Los caminos en el Quijote tienen a las tierras manchegas como encrucijada, éstos se continúan, "por tierra o por mar, más allá de las campiñas manchegas, a otros lugares de España como Sevilla o Barcelona o a otras regiones del planeta como al Nuevo Mundo, Alemania o Argel" (Suárez: 3); por ellos transitan tranquilamente distintos viajeros pero, como viaje, camino y aventura constituyen una de las dimensiones más características del Quijote, los caminos de estos verdaderos viajeros se ven detenidos por el andante caballero para que, tras la 'aventura', los continúen (1).1

El itinerario de los viajeros del Quijote sigue una gama de posibilidades: mercaderes que se dirigen de un sitio a otro, actores que representan en varias ciudades, galeotes que son llevados a la costa para embarcarse, etcétera; entre estos viajeros destacan dos cuyas circunstancias contrastan: el cautivo y el morisco Ricote. El primero narra de manera autobiográfica, como en la narrativa de viajes, el modelo circular canónico de su itinerario: se despide de su familia y patria para profesar las armas, llega al lugar donde ejerce su profesión, objetivo del viaje, vive el momento álgido en el cautiverio, y regresa (6). Por otro lado, el morisco Ricote emprende un viaje involuntario, obligado por los decretos de expulsión de Felipe III en 1609, su partida es dolorosa porque es un viaje sin retorno debido a que se le niega la posibilidad del regreso. De este modo, si bien el protagonista necesariamente debe desplazarse para cumplir con su ser de caballero andante, la obra nos presenta una gran variedad de homo viator que convergen con él ya sea en los caminos, ya en los altos del camino constituidos por ventas o albergues, ya en la soledad del campo.

Con excepción de la intención de dirigirse a Barcelona (por negación del camino de Zaragoza), o al Toboso en la tercera salida, don Quijote no emprende estrictamente un viaje porque no proyecta ninguno, la aventura lo espera en el camino, y si bien, en algunas ocasiones toma con Sancho los caminos Reales, las verdaderas sendas de la caballería son angostas y estrechas (Cervantes, II, 32: 890), como le reprocha Sancho: "y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tienen" (II, 28: 864).

Don Quijote prefiere andar a campo a través, pues la ausencia de caminos asegura la aventura predestinada al héroe y sólo a él (Alvar: 13), o por caminos que no son de masas, sino de gente con fines precisos "con los que los héroes se encontrarán puntualmente o durante un corto trecho, de manera necesaria para el discurso de la historia" (Suárez: 3). Don Quijote "no es un viajero que intenta simplemente llegar de un sitio a otro; es, ante todo, un caballero andante, que camina según le lleva la ventura, y muchas veces esa ventura corre fuera de los caminos habituales, a la búsqueda de sí mismo y en defensa de las causas más nobles" (Alvar: 13); como afirma Suárez: "Don Quijote seguirá rutas que no llevan a ninguna parte, en compañía de Sancho, acaso porque en cualquier lugar está presente Dulcinea" (5).

En la representación del viaje en los géneros narrativos de ficción, en los cuales se tratan los viajes inventados a lugares reales y los viajes inventados a lugares inventados; imaginación y discurso de viaje, según afirma Matzat, se relacionan estrechamente (84-85); de esta manera, "los mundos imaginarios de la novela de caballerías constituyen el imaginario subjetivo del protagonista" (100). En los libros de caballerías, los espacios por los que transita el caballero están codificados, por lo que, cuando don Quijote quiere vivir como caballero de los libros que ha leído tiene presente lo que significan estos espacios. Así, en su andanza, don Quijote cabalga siempre sobre dos terrenos: el de los caminos, sendas y campos españoles, pero, sobre todo, el de los espacios literarios de los libros de caballerías, los espacios de la aventura. Dos espacios bien definidos son por los que se mueven los caballeros andantes: la corte (lugar de encuentro con el mundo conocido, sujeto a normas, ordenado, espacio del individuo social) y el bosque (espacio de lo ignoto, sin orden, silvestre y salvaje, espacio del caballero solitario [Alvar: 14]). Desde su partida, caminos, bosques y prados forman el paisaje del caballero andante, como ha experimentado Sancho: "los escuderos de los caballeros andantes casi de ordinario beben agua, porque siempre andan por florestas, selvas y prados, montañas y riscos, sin hallar una misericordia de vino" (Cervantes, II, 33: 911).

Desde la primera salida observamos esta configuración espacial corte-bosque en la imaginación de don Quijote, quien "prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería, creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras" (I, 2: 46). Hablando consigo mismo, imagina lo que su cronista dirá, lo cual debe comenzar con el héroe puesto en el camino: "'dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel'. Y era la verdad que por él caminaba" (I, 2: 47). Aunque don Quijote ansía que la aventura se encuentre en seguida, el cronista tiene poco que contar, pues "casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo" (I, 2: 48). Tras todo el día de caminar sin poder empezar a demostrar su valor, anochece y busca el otro espacio caballeresco, la corte donde reposar:

al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le encaminaba. Diose priesa a caminar y llegó a ella a tiempo que anochecía (I, 2: 48).

De este modo, cuando don Quijote cabalga por la geografía manchega, está transitando por la geografía caballeresca. Lo mismo ocurrirá en cada espacio por el que la ventura lo lleve: si es por un prado, éste es el lugar adecuado para que sobrevengan venturas extraordinarias y encuentros públicos que "dan lugar a demostraciones de valor y habilidad en las que siempre destaca el caballero correspondiente" (Alvar: 19); en el Quijote el prado se carga de características específicas según la tradición literaria a la que pertenece el episodio, si es una aventura caballeresca, es un lugar adecuado para que sobrevengan aventuras extraordinarias, como el encuentro y desafío con el Caballero del Bosque; si es una aventura pastoril, es, como la bucólica señala, un verde y apacible espacio que invita al descanso y al amor, como el de la fingida Arcadia (18). Así con los otros lugares o accidentes geográficos como cuevas y simas; don Quijote entra en una cueva en donde, como en los libros de caballerías, se transita por un espacio ambiguo en que "se mezclan lo ameno y lo sombrío, lo maravilloso y lo temible" (23); la cueva se rige por una lógica propia, que en nada coincide con la del mundo exterior; al entrar en ella se atraviesa la línea que separa el mundo de los vivos y el Más Allá, que puede concebirse como un paraíso o como un infierno; un lugar de abundancia en el que no faltan valientes caballeros de antaño y bellas damas con vida propia (23). Don Quijote no puede tener una experiencia diferente de ésta en su viaje a la Cueva de Montesinos; muy distinta a la que experimenta Sancho cuando en su regreso de Barataria cae en la sima, pues para el escudero este accidente geográfico no tiene posibilidades literarias. Para don Quijote el viaje a la cueva, y lo que en ella se encuentra, es tan posible como será en la Segunda parte el viaje vertical en sentido opuesto: el viaje a las esferas cabalgando en Clavileño.

El bosque, por su parte, es un lugar de purificación o de perfeccionamiento antes de comenzar una etapa nueva de la vida y un lugar de aventuras imprevisibles. "Tras los fracasos amorosos o debido a las derrotas en los combates o en búsqueda de aventuras, los caballeros se refugian en el bosque" (Alvar: 15). En contraste, los valles, espacios iluminados y sin peligro son el espacio del juego, de los bailes, del entretenimiento y del descanso; "en el valle duermen los caballeros sin más preocupaciones que el frescor de la sombra de los árboles, aunque el bosque haya quedado a escasa distancia; se trata de dos mundos completamente distintos" (20). Los valles marcan el curso de los ríos y, por lo tanto, constituyen el último lugar conocido antes del inicio de la aventura dudosa y temida que se encuentra al pasar la otra orilla o al entrar en el agua; en este sentido, el valle será un elemento familiar y acogedor, situado entre dos enemigos, el bosque y el río (20). Pues los ríos son "el tenue hilo que separa el mundo real del imaginado Más Allá, y, en todo caso, los ríos anuncian siempre una aventura extraordinaria; para alcanzarla, es necesario atravesarlos como si se tratara de un rito de paso" (22). Si don Quijote llega por el valle a un río y observa una barca en la orilla, está preparado para un viaje extraordinario:

cuando algún caballero está puesto en algún trabajo que no puede ser librado dél sino por la mano de otro caballero, puesto que estén distantes el uno del otro dos o tres mil leguas, y aún más, o le arrebatan en una nube o le deparan un barco donde se entre, y en menos de un abrir y cerrar de ojos le llevan, o por los aires o por la mar, donde quieren y adonde es menester su ayuda. Así que, ¡oh Sancho!, este barco está puesto aquí para el mesmo efecto, y esto es tan verdad como es ahora de día; y antes que éste se pase, ata juntos al rucio y a Rocinante, y a la mano de Dios que nos guíe, que no dejaré de embarcarme si me lo pidiesen frailes descalzos (Cervantes, II, 29: 868).

El otro espacio acuático, el mar, ha sido en la tradición literaria el espacio para la gran aventura y la superación de los grandes trabajos. El Mediterráneo, constante fuente de inspiración desde la narrativa homérica, ha representado el ambiente funesto por el que transcurren viajes, trabajos y aventuras. A diferencia de la novela bizantina en que el mar siempre está presente como un motivo literario en el que aparecen piratas, tormentas, rivales amorosos, separaciones, con las consiguientes capturas en donde los personajes son llevados a tierras lejanas, salvajes y exóticas (González-Barrera: 87-88), en las novelas de caballerías es, por lo general, un espacio de paso, que funciona en la economía narrativa del género conectando ocasionalmente aventuras y personajes. Los viajes marinos suelen consignarse en estas obras con el simple apunte de su realización (Alvar: 22).

El Mediterráneo está presente en el Quijote, en el mar de Barcelona, donde, a pesar de que no se produce una aventura marina en la que participe nuestro héroe, sí representa, en su historia, el límite del lugar de paso. Nuestro caballero andante había enunciado al principio del Quijote de 1615, antes de su tercera y última salida:

Ya no hay ninguno que saliendo deste bosque entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo, y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces (Cervantes, II, 1: 633-634).

Como afirma Alvar: "la playa barcelonesa se convierte en un espacio simbólico, pues en ella es derrotado y en cierta medida puede decirse que acaba el caballero don Quijote a orillas del mar, como si se tratara de un anuncio del viaje al Más Allá de los textos artúricos" (22). A esta playa volveremos más adelante.

Ésta es la geografía por la que cabalga don Quijote, para quien ni distancias ni tiempo se miden ni transcurren de forma ordinaria sino al modo de los caballeros andantes,2 y quien, a imitación de Amadís y de Lisuarte,3 deja las riendas sueltas a Rocinante para que conduzca por donde él quiera. "Sin embargo, alguna vez tomará las riendas de su caballo, pero para salirse de los caminos, huyendo, como cuando lo hacen de la Santa Hermandad" (Suárez: 5), y cuando lo deba conducir en su último regreso a su aldea. En las novelas de caballerías, el viaje del héroe da lugar al encuentro con distintos personajes que pertenecen a la misma región literaria de la acción primera, pero, la situación creada por Cervantes es mucho más complicada, "el universo en el que viven los personajes a quienes encuentra el héroe no coincide evidentemente con el de la ficción caballeresca que domina al protagonista" (Baquero: 215); los que coinciden con esta ficción, como la princesa Micomicona o la dueña Dolorida, aparecen sólo a través de la inflexión burlesca (215).

El Quijote, sin embargo, comparte con la narrativa de viajes que la totalidad del itinerario puede ser dividida en cuatro secuencias narrativas: la partida, la travesía, el encuentro y el retorno (Rodríguez: 44); o, como propone Ottmar Ette: la despedida, el punto álgido, la llegada y el regreso (37-51). Desde esta perspectiva, el Quijote se estructura en tres partidas y tres regresos cada uno con intereses narrativos propios.

La primera salida, como en el género caballeresco, corresponde con el viaje iniciático, el viaje en que conseguirá ser armado caballero. Por lo general, las partidas, en la narrativa de viajes, se acompañan de la despedida de la patria; en la primera salida, don Quijote parte furtivamente, y, como hemos visto, con la esperanza puesta en lo que le deparará la fortuna sale de noche, con el recién bautizado Rocinante, pues cuando ya va en camino sucede el amanecer del rubicundo Apolo; la segunda salida también será sin despedida y en la oscuridad, como una huida; esta vez, quince días después de su primer retorno, sale acom- pañado de Sancho, porque solicitó a un vecino suyo, al cual "tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero" (Cervantes, I, 7: 91). Proveídos con alforjas y dineros, "sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen" (I, 7: 92-93).

El narrador nos asegura que "acertó don Quijote a tomar la misma derrota y camino que el que había tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque por ser la hora de la mañana y herirles a soslayo los rayos del sol no les fatigaban" (I, 7: 93). En el campo-prado, entonces, les ocurre la aventura de los molinos, porque en este espacio puede ocurrir el encuentro extraordinario.

La tercera salida es más compleja y se pospone hasta el capítulo octavo de la Segunda parte; en esta ocasión amo y escudero cuentan con la complicidad de Sansón Carrasco, quien ha tramado una estrategia para hacerle volver lo más pronto posible y de manera voluntaria. A pesar de ello, ama y sobrina lamentan con gran dramatismo los intentos de su señor; para ellas partida y muerte de don Quijote significan lo mismo:

Las maldiciones que las dos, ama y sobrina, echaron al bachiller no tuvieron cuento: mesaron sus cabellos, arañaron sus rostros, y al modo de las endechaderas que se usaban lamentaban la partida como si fuera la muerte de su señor. El designio que tuvo Sansón para persuadirle a que otra vez saliese fue hacer lo que adelante cuenta la historia, todo por consejo del cura y del barbero, con quien él antes lo había comunicado (II, 7: 685).

Tres días les llevan los preparativos y vuelven a salir de noche, sin ser vistos, sólo acompañados del bachiller hasta los límites del pueblo; como corresponde a un caballero que parte a la aventura es acompañado por un cortejo, por el cómplice Sansón:

En resolución, en aquellos tres días don Quijote y Sancho se acomodaron de lo que les pareció convenirles; y habiendo aplacado Sancho a su mujer, y don Quijote a su sobrina y a su ama, al anochecer, sin que nadie los viese, sino el bachiller, que quiso acompañarles media legua del lugar, se pusieron en camino del Toboso, don Quijote sobre su buen Rocinante, y Sancho sobre su antiguo rucio, proveídas las alforjas de cosas tocantes a la bucólica, y la bolsa, de dineros que le dio don Quijote para lo que se ofreciese. Abrazole Sansón, y suplicole le avisase de su buena o mala suerte, para alegrarse con ésta o entristecerse con aquélla, como las leyes de su amistad pedían. Prometióselo don Quijote, dio Sansón la vuelta a su lugar, y los dos tomaron la de la gran ciudad del Toboso (II, 7: 685).

Sancho está reticente de ir hacia el Toboso, lugar al que entrarán también de noche y del que Sancho hará salir a su señor. Sin embargo, lo que importa es que ya están de nuevo en el camino, sin lo cual el caballero pierde su sentido último; tal es así que Cide Hamete no puede más que exclamar:

"¡Bendito sea el poderoso Alá!", dice Hamete Benengeli al comienzo deste octavo capítulo. "¡Bendito sea Alá!", repite tres veces, y dice que da estas bendiciones por ver que tiene ya en campaña a don Quijote y a Sancho, y que los letores de su agradable historia pueden hacer cuenta que desde este punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su escudero; persuádeles que se les olviden las pasadas caballerías del ingenioso hidalgo y pongan los ojos en las que están por venir, que desde agora en el camino del Toboso comienzan, como las otras comenzaron en los campos de Montiel (II, 8: 689).

Estas tres partidas, entonces, están marcadas por el deseo de don Quijote de estar en movimiento, de encontrar aventuras, de probarse como caballero, realizar hazañas y trascender en la fama; en ninguna de las tres tiene importancia lo que deja atrás, su mira está en el camino sin importar cuál sea éste o a dónde conduzca, los campos de Montiel o "la gran ciudad del Toboso" son sólo parte de este punto de partida, el límite entre su aldea de hidalgo y el camino del caballero andante.

La segunda secuencia que estructura la narrativa de viajes es la travesía; según afirma Sales Dasí, las circunstancias del viaje caballeresco apenas interesan, los caballeros se desplazan y el narrador omite todo aquel transcurso temporal en el que no sucede nada (386); la fortuna interviene y el caballero llega al lugar en el que le ocurrirá la aventura. Cuando en un libro de caballerías existe una geografía relativamente precisa, denota el afán por ofrecer una imagen más coherente y próxima a la realidad, lo que sucede en obras como el Tirant o los dos primeros libros del Clarián de Landanís (Sales: 387). La fortuna en el Quijote no llevará a los protagonistas volando de una aventura a otra, caminan o cabalgan y cuando no sucede un encuentro, caballero y escudero conversan.

Tres puntos álgidos o encuentros determinan los retornos de don Quijote; el primero con los mercaderes que deben creer sin haber visto y, por lo tanto, jurar que no hay mayor belleza que la de la sin par Dulciea, por lo cual el caballero acaba mal herido y un vecino lo encuentra y lo regresa a la aldea; tras esta derrota lo acompañará la imaginación del romancero. El segundo, con los sabios encantadores que quieren oscurecer sus hazañas encantándolo; el tercero y definitivo, con el Caballero de la Blanca Luna que, por culpa de Rocinante, lo vence en la playa de Barcelona; ambos encuentros pertenecen al mundo de la imaginación caballeresca que traman el cura, el barbero y la compañía de la venta de Juan Palomeque en la primera; el cura, el barbero y Sansón, en la última. Los tres puntos álgidos se corresponden con el caballero vencido y son los que provocan los tres regresos. El vencimiento en Barcelona, el definitivo, no sólo lo hiere físicamente, sino en su esencia de caballero andante, marca su muerte simbólica, pues es la condición que exige el vencedor:

no quiero otra satisfacción sino que, dejando las armas y absteniéndote de buscar aventuras, te recojas y retires a tu lugar por el tiempo de un año, donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego, porque así conviene al aumento de tu hacienda y a la salvación de tu alma (Cervantes, II, 64: 1158).

El vecino que lo encuentra molido, en el primer retorno, lo monta sobre su jumento; llegan a la hora que anochecía, "pero el labrador aguardó a que fuese algo más noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero" (I, 5: 74), lo conduce a su casa y en la puerta se anuncia de la siguiente manera: "-Abran vuestras mercedes al señor Valdovinos y al señor marqués de Mantua, que viene malferido, y al señor moro Abindarráez, que trae cautivo al valeroso Rodrigo de Narváez, alcaide de Antequera" (I, 5: 75). A estas voces salieron de la casa cura, barbero, ama y sobrina, que estaban reunidos y, conociendo a don Quijote, corren a abrazarle; lo llevan a la cama, le revisan las heridas, le hacen preguntas, pero "a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que más le importaba" (I, 5: 76). Este primer regreso provoca que, mientras duerme, se realice el escrutinio y la quema de su biblioteca.

El segundo regreso marca el final de la Primera parte; esta vez ni el cura ni el barbero tienen la sensibilidad del labrador vecino y entran en la aldea al mediodía de un domingo, por lo que todos ven al caballero enjaulado:

El boyero unció sus bueyes y acomodó a don Quijote sobre un haz de heno y con su acostumbrada flema siguió el camino que el cura quiso, y a cabo de seis días llegaron a la aldea de don Quijote, adonde entraron en la mitad del día, que acertó a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de don Quijote. Acudieron todos a ver lo que en el carro venía y, cuando conocieron a su compatrioto, quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo a dar las nuevas a su ama y a su sobrina de que su tío y su señor venía flaco y amarillo y tendido sobre un montón de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lástima fue oír los gritos que las dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron a los malditos libros de caballerías, todo lo cual se renovó cuando vieron entrar a don Quijote por sus puertas.

A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza, que ya había sabido que había ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio a Sancho, lo primero que le preguntó fue que si venía bueno el asno. Sancho respondió que venía mejor que su amo (I, 52: 588-589).

A pesar de este desafortunado regreso, Sancho tiene la esperanza puesta en una nueva salida: "que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse" (I, 52: 589-590). Don Quijote es llevado a su casa y de nuevo es conducido directamente al lecho donde duerme. Si en la llegada anterior era consciente de su molimiento por culpa de Rocinante, esta vez se siente desorientado; su familia expresa con dramatismo el dolor que provoca verlo regresar como lo hace:

ama y sobrina de don Quijote le recibieron y le desnudaron y le tendieron en su antiguo lecho. Mirábalas él con ojos atravesados y no acababa de entender en qué parte estaba. El cura encargó a la sobrina tuviese gran cuenta con regalar a su tío y que estuviesen alerta de que otra vez no se les escapase, contando lo que había sido menester para traelle a su casa. Aquí alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo; allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías, allí pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates. Finalmente, ellas quedaron confusas y temerosas de que se habían de ver sin su amo y tío en el mesmo punto que tuviese alguna mejoría, y sí fue como ellas se lo imaginaron (I, 52: 590-591).

Así da fin a la Primera parte, pues el autor de la historia no tiene noticias de su tercer viaje, o como insiste el narrador en nombrarlo: tercera salida y sin ella no hay qué contar:

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticias de ellas, a lo menos por escrituras auténticas: sólo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote la tercera vez que salió de su casa fue a Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aquella ciudad se hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento (I, 52: 591).

Cierran, sin embargo, los epitafios que sí ha encontrado el autor; dejándonos en espera de la narración de lo que resta de la historia del caballero, prometiendo Segunda parte, porque promete nueva salida.

Finalmente, llegamos al tercer regreso. Si en esta Segunda parte debemos esperar ocho capítulos para su salida, el regreso se desarrollará a lo largo de otros ocho. Derrotado en el capítulo 64, emprende el camino hacia la aldea en el 65 y la llegada se describe en los capítulos 72 y 73:

Llegose el día de la partida de don Antonio, y el de don Quijote y Sancho, que fue de allí a otros dos, que la caída no le concedió que más presto se pusiese en camino. Hubo lágrimas, hubo suspiros, desmayos y sollozos al despedirse don Gregorio de Ana Félix [...] Con esto se partieron los dos, y don Quijote y Sancho después, como se ha dicho: don Quijote, desarmado y de camino; Sancho, a pie, por ir el rucio cargado con las armas (II, 65: 1166).

Don Quijote sabe que este regreso es definitivo, así al salir de Barcelona vuelve al sitio donde había caído y dice: "-¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias, aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se escurecieron mis hazañas, aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse" (II, 66: 1167).

Si bien los tres regresos de don Quijote son involuntarios, los dos primeros suceden por iniciativa y mano de otros, sobre un jumento o enjaulado; sin embargo, el tercero y último implica que acepta la derrota y con ello, como caballero y obedeciendo puntualmente los códigos caballerescos, este regreso se carga de una emotividad distinta pues requiere su movimiento propio. En este movimiento, el caballero, al que se le niega la posibilidad de serlo, va perdiendo poco a poco las esperanzas de encontrarse con Dulcinea; primero, mientras caminan y Sancho termina los azotes que la desencantarán, don Quijote sigue ilusionado con hallarla, ilusión que irá perdiendo:

Aquel día y aquella noche caminaron sin sucederles cosa digna de contarse, si no fue que en ella acabó Sancho su tarea, de que quedó don Quijote contento sobremodo, y esperaba el día por ver si en el camino topaba ya desencantada a Dulcinea su señora; y siguiendo su camino no topaba mujer ninguna que no iba a reconocer si era Dulcinea del Toboso, teniendo por infalible no poder mentir las promesas de Merlín (II, 72: 1209).

La llegada a la aldea se va desarrollando por etapas: primero la ven desde la cuesta, lo que provoca que Sancho, como otros viajeros, experimente la emoción del regreso:

Con estos pensamientos y deseos, subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual vista de Sancho, se hincó de rodillas y dijo:

-Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, que, si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba.

-Déjate desas sandeces -dijo don Quijote-, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar, donde daremos vado a nuestras imaginaciones, y la traza que en la pastoral vida pensamos ejercitar.

Con esto, bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo (II, 72: 1209).

Al entrar al pueblo, según dice Cide Hamete, encuentran en las eras dos muchachos riñendo: "no la has de ver en todos los días de tu vida" (II, 73: 1210), lo que don Quijote interpreta como que no ha de ver nunca a Dulcinea y con ello pierde la esperanza. A la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco: "Fueron luego conocidos los dos del cura y del bachiller, que se vinieron a ellos con los brazos abiertos. Apeose don Quijote y abrazolos estrechamente" (II, 73: 1211). "Finalmente, rodeados de mochachos y acompañados del cura y del bachiller, entraron en el pueblo y se fueron a casa de don Quijote, y hallaron a la puerta della al ama y a su sobrina, a quien ya habían llegado las nuevas de su venida" (II, 73: 1212). Teresa viene también a recibir a Sancho. Don Quijote, a diferencia de los dos regresos anteriores, no va directo al lecho pues necesita comunicar las nuevas de su condición a sus amigos, así como su intención de vivir, el año que se le exige abstenerse de la caballería, como personaje del género pastoril donde pueda seguir imaginando a Dulcinea:

sin guardar términos ni horas, en aquel mismo punto se apartó a solas con el bachiller y el cura, y en breves razones les contó su vencimiento y la obligación en que había quedado de no salir de su aldea en un año, la cual pensaba guardar al pie de la letra, sin traspasarla en un átomo, bien así como caballero andante obligado por la puntualidad y orden de la andante caballería, y que tenía pensado de hacerse aquel año pastor y entretenerse en la soledad de los campos, donde a rienda suelta podía dar vado a sus amorosos pensamientos, ejercitándose en el pastoral y virtuoso ejercicio (II, 73: 1212-1213).

Ama y sobrina también están en desacuerdo con su nueva vida de pastor. "Y las buenas hijas (que lo eran sin duda ama y sobrina) le llevaron a la cama, donde le dieron de comer y regalaron lo posible" (II, 73: 1215). Vuelve a dormir pero de este sueño vuelve a la vigilia distinto, porque despierta aborreciendo los libros de caballerías.

Así llegamos al último capítulo: "De cómo don Quijote cayó malo y del testamento que hizo y su muerte":

Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero (II, 74: 1215-1216).

Sancho le insiste que no se deje morir proponiéndole otra salida, cuyo viaje implica sólo llegar a las cercanías y quedarse ahí, en el espacio de la vida pastoril, donde los encuentros con otros personajes suceden por la llegada de éstos al ambiente bucólico del que los pastores no se apartan:

Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros y el que es vencido hoy ser vencedor mañana (II, 74: 1219-1220).

Pero los consejos y los consuelos de Sancho no son suficientes, con la derrota en la playa de Barcelona, don Quijote pierde su calidad de héroe que lucha por la justicia y por la reinserción de los valores perdidos, "encontrando en la muerte física su definitivo encuentro consigo mismo y su propia reconciliación a través de la fe cristiana" (Navarrete: 6):

En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallose el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espírtu, quiero decir que se murió (Cervantes, II, 74: 1221).

Nuestro andante, para cerrar la aventura, debe cerrar el viaje, con el regreso que lo llevará al lecho de muerte. El retorno nos lleva a la despedida, pues como había afirmado: "caballero soy y caballero he de morir" (II, 32: 890), aunque, como comenta el escribano, ningún caballero literario tiene una muerte tan sosegada. Finalmente, el autor termina su narración asegurándose de que nadie más proyecte un nuevo viaje, una nueva salida de don Quijote:

a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva (II, 74: 1223).

El retorno de otros viajeros cervantinos, siempre experimentando con la variación y el deleite, son por lo general exitosos, el del cronista poeta Cervantes a su casa de Madrid en el Viaje del Parnaso, el de los bizantinos Ricardo y Leonisa, y Persiles y Sigismunda, que se asegura próspero, como final de sus trabajos y premio por haberse conservado fieles en la virtud. El de don Quijote es el único regreso que termina con la muerte.

Muerte y regreso se unen, el viaje de don Quijote por la geografía caballeresca llega a su fin, en la playa de Barcelona muere como caballero andante y en su lecho del lugar de la Mancha ya no puede tener un sueño reparador, el sueño lo lleva a repudiar la vida de la andante caballería; sin ilusión de viaje que lo ponga de nuevo en el camino y, por designio de la pluma de Cide Hamete, su viaje termina en una fosa del lugar de la Mancha del que había partido.

Bibliografía

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1"Es curioso que en el Quijote no aparezca la palabra 'viajero' ni para referirse a don Quijote ni para señalar a cualquier otro de los muchos viajeros que transitan la configuración espacial del mismo. El término 'viaje' está presente tan sólo 41 veces, lo que contrasta con el término 'camino' que aparece 247. Don Quijote y Sancho no emprenden ningún viaje porque no proyectan ningún viaje. Los caminos que recorren son los inscritos en la configuración territorial que obtenemos en el Quijote a partir de los viajes y de los caminos de los otros personajes" (Suárez: 5). Aventura es sinónimo de fantasía caballeresca, el viaje es tanto como la jornada y su significado guardaba asimismo relación con el desvío y el desviarse del camino; camino que el mismo Covarrubias define como "la tierra hollada de los que pasan de un lugar a otro" (2). "Los pasos campo a través, sobre la hierba que volverá a crecer tras ellos, no supone camino [...] si no se dan estos componentes no hay camino. El camino supone romper el campo, abrirlo rompiendo los obstáculos; de ahí que el camino sea también una derrota: seguir el camino es seguir su derrota" (2).

2Se han sucedido mapas y empeños de los estudiosos en convertir el Quijote en una exacta guía de viajes más que en un libro de aventuras. El itinerario de la tercera salida figura en la edición de la Real Academia de 1780, impresa por Joaquín Ibarra: fue establecido sobre el terreno por el capitán de ingenieros Joseph Hermosilla y delineado por don Tomás López, cartógrafo de S.M. (Alvar). Existe un recorrido ecoturístico oficial denominado "Ruta de don Quijote", de 2,500 km., ruta distinguida en 2007 con el galardón de "Itinerario Cultural Europeo" otorgado por el Consejo de Europa.

3El recurso preferido cuando el caballero está solo, triste por mal de amores o penitente, es el de dejar la rienda suelta para que el caballo decida el camino; así Lisuarte: "Él se apartava cuanto podía de los caminos, iva tan pensativo y tan desacordado que no iva sino donde el cavallo levar lo quería. [...] Ya que el sol salía subió a un camino que por una floresta iva y el cavallo començó a andar por él, que no iva sino por donde quería. Lisuarte iva tan metido en pensamiento que ni sabía si iva por camino, si fuera d'el, o si andava o si estava quedo. El cavallo, como sintió que no hazía sino lo que él quería, parose en medio del camino a roer de las hojas de los árboles" (Silva: LIII, 114).

Recibido: 27 de Agosto de 2015; Aprobado: 01 de Octubre de 2015

Doctora en Letras, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es investiga dora del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Actual mente imparte clases en el Colegio de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Sus líneas de investigación abarcan la literatura del Siglo de Oro y Cervantes, y además se ha especializado en la paremiología. Ha publicado múltiples artículos en revistas (Paremia, Revista de Literaturas Populares y Caracol) y en ac tas de congresos (Asociación Internacional de Hispanistas y Asociación Internacional Siglo de Oro). Como editora (en conjunto con Aurelio González y Mercedes Zavala Gómez del Campo) publicó Variación regional en la narrativa tradicional de México, El Colegio de México y El Colegio de San Luis, 2013. Es autora del libro Los refranes del 'Quijote'. Poética Cervantina, El Colegio de México, 2015.

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