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Acta poética

On-line version ISSN 2448-735XPrint version ISSN 0185-3082

Acta poét vol.32 n.2 Ciudad de México Jul./Dec. 2011

 

Dossier: Retórica y poética en la Edad Media y los Siglos de Oro

 

El Romancero nuevo: recuperación, publicaciones y estudios en el tercer cuarto del siglo XX (1953-1973)

 

Romancero nuevo: Recovery, Publications ans Studies During the Last Quarter of the 20th Century (1953-1973)

 

Mariano de la Campa Gutiérrez

 

Instituto Universitario "La Corte en Europa", Universidad Autónoma de Madrid.

 

Fecha de recepción: 1 de junio de 2010
Fecha de aceptación: 8 de septiembre de 2010

 

Resumen

El trabajo que presento analiza las publicaciones y estudios que, durante el tercer cuarto del siglo XX, es decir, entre 1953 y 1973, llevaron a cabo Menéndez Pidal, Fernández Montesinos, Rodríguez-Moruno y otros eruditos dando a conocer, por vez primera, textos de los romances procedentes de los cancioneros, romanceros, pliegos sueltos y manuscritos que permanecían olvidados desde principios del siglo XVIII. Este estudio se inscribe en un trabajo más amplio, del que hace tiempo vengo ocupándome, que pretende reconstruir la historia del Romancero nuevo, desde su aparición a fines del siglo XVI hasta nuestros días.

Palabras clave: Romancero nuevo, poesía, siglo XVII, historia crítica, siglo XX.

 

Abstract

This paper analyses publications and studies by scholars including Menéndez Pidal, Fernández Montesinos and Rodríguez-Moñino, who brought to light —for the first time during the third quarter of the 20th Century (1953-1973)— ballads from the Romancero nuevo. These texts: songbooks, ballads, broadsides and manuscripts, had remained forgotten since the beginning of the 18th Century. This study is part of a wider work that aims to reconstruct the history of the new ballad from its origins, at the end of the 16th Century, up to the present day.

Keywords: Romancero nuevo, poetry, 17th Century, critical history, 20th century.

 

El Romancero nuevo: recuperación, publicaciones y estudios en el tercer cuarto del siglo XX (1953-1973)1

Los primeros estudiosos del Romancero nuevo

Bajo el título El Romancero nuevo,2 Ramón Menéndez Pidal publicó en 1949 un pequeño trabajo que ponía de manifiesto la importancia de esta clase de romances para el género en su conjunto, superando así el exclusivismo crítico de gran parte de la erudición del siglo XIX, que los rechazaba por no ser tradicionales (Campa, "Algunas observaciones", 137-142).

Cuatro años más tarde salió a la luz un conjunto de trabajos que marcaron una nueva etapa en los estudios sobre el Romancero nuevo, tanto en la localización de textos manuscritos e impresos como en su publicación y análisis: Menéndez Pidal publicó en dos gruesos volúmenes una historia del romancero precedida de todos sus conocimientos teóricos; María Goyri reunió en un libro varios trabajos sobre Lope de Vega y el romancero; José Fernández Montesinos presentó a la comunidad investigadora el sugerente estudio "Algunos problemas del Romancero nuevo"; además apareció el tomo inicial del Inventario de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, con la descripción de los primeros 500 manuscritos del establecimiento madrileño. Esta etapa concluyó con la publicación de los dos grandes monumentos bibliográficos que A. Rodríguez-Moñino legó a la posteridad: el Diccionario de pliegos sueltos del siglo XVI y el Manual bibliográfico de cancioneros y romanceros del siglo XVI.

 

Ramón Menéndez Pidal y el Seminario Menéndez Pidal

Cuando a mediados de los años cuarenta Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) vio que no podría cumplir el plan previsto para la publicación de un gran "Romancero hispánico", proyecto que había planeado desde 1901 (Catalán, El archivo del romancero, I, 15-30), reinició con ímpetu renovado el viejo plan de publicación del "Romancero hispánico" (I, 269). Por un lado, empezó hacia finales de 1946 la elaboración de una historia del romancero, publicada en 1953, con el título Romancero Hispánico,3 y por el otro publicó la colección del Romancero Tradicional para dar al público erudito y aficionado el conjunto de textos que había atesorado junto con su esposa durante décadas.4 El plan consistía en ofrecer un corpus de romances, clasificados por tema, con sus representantes en la tradición oral moderna y los testimonios del romancero antiguo si los hubiera.5 En 1954, con la creación del Seminario Menéndez Pidal de la Universidad Complutense de Madrid (II, 333-334), don Ramón, a sus 85 años, revitalizó el proyecto de publicación del "Romancero hispánico",6 del que aparecieron en 1957 y 1963 los volúmenes I y II (II, 334-377). En la introducción al volumen I se daba cuenta de la colección: "Comenzamos con este primer volumen del Romancero Tradicional de las Lenguas Hispánicas la publicación de los ingentes materiales reunidos por Ramón Menéndez Pidal y su mujer, María Goyri, durante cincuenta y ocho años de sostenida actividad" (Romancero del rey Rodrigo, VI).

Este primer volumen del Romancero tradicional de las lenguas hispánicas (español-portugués-catalán-sefardí) incluía los Romanceros del rey Rodrigo7 y de Bernardo del Carpio8 y daba cabida a romances viejos, eruditos y artísticos, artificiosos o nuevos:

Aunque nuestra publicación está dedicada exclusivamente a los romances tradicionales, hemos creído de interés hacer una excepción en el caso de las leyendas heroicas y hemos dado cabida a todos los romances viejos y nuevos referentes a estos temas. Pero, a fin de no confundir épocas varias en la historia del Romancero, publicamos los romances repartidos en cuatro secciones: I. Romances primitivos, cuya vida tradicional adentra en las raíces en la Edad Media; II. Romances viejos, de estilo puramente juglaresco o con reciente tradicionalidad en la primera mitad del siglo XVI; III. Romances eruditos, de los rimadores de Crónicas (Romancero Medio); IV. Romances artificiosos, de los poetas del Romancero Nuevo. Los romances del Romancero Medio y Nuevo los imprimimos en el verso corto con que sus autores los concibieron, a diferencia del verso largo épico que reservamos para los romances tradicionales (Romancero del rey Rodrigo, VI-VII).

Seis años después apareció el segundo volumen del Romancero tradicional de las lenguas hispánicas. En él se volvían a enumerar las diversas épocas en que reparte la historia del Romancero, como se había hecho en el tomo I, y explicaba:

Somos naturalmente bien conscientes de que el Romancero Nuevo, y en menor grado también el Medio, son merecedores de estudios de erudición filológica y literaria para los que esta edición escasamente servirá de apoyo; su inclusión en el Romancero Tradicional responde y se subordina al interés de Menéndez Pidal por considerar panorámicamente la multisecular presencia de la inspiración épico-romancística en los más diversos períodos de la historia literaria española (Romanceros de los condes de Castilla, V).

Este segundo volumen estaba dedicado a Los condes de Castilla9 y a Los infantes de Lara10 e incluía, como ocurrió en el volumen I, tanto romances viejos como eruditos y nuevos.

 

José Fernández Montesinos, estudioso y editor del Romancero nuevo

Discípulo de Menéndez Pidal, dedicado al estudio y a la edición de la obra de Lope de Vega desde 1920, José Fernández Montesinos (1897-1972) se ocupó de forma muy significativa del Romancero nuevo en una época cuando la investigación apenas había dedicado sus esfuerzos a este campo de estudio. Montesinos así lo explicaba al principio de un famoso trabajo de 1953, en el que planteaba diversos problemas sobre el Romancero nuevo:

Lo que en tiempos se llamó Romancero artístico, y ahora, no sé si con mayor propiedad terminológica, empieza a designarse como Romancero nuevo, va siendo objeto de atención creciente. Atención merecida; solo cabe maravillarse de lo tarde que llega. O mejor, de la duración extraordinaria de un eclipse que ocultó ese Romancero a los eruditos durante largos decenios. Los románticos, quizá porque no se dieron exacta cuenta de que aquellos romances eran nuevos, los admiraron sin tasa; los moriscos figuraron, sin restricciones, entre sus poemas predilectos, y, fuera de España, mantuvieron el prestigio del Romancero castellano junto a los más vetustos y más acendradamente tradicionales. Al hablar de aquellas dos Iliadas, "una gótica y otra árabe", que debíamos a la Edad Media española, Víctor Hugo recordaba sin duda, junto a Cides, Fernán González y Mudarras, a los Muzas, Zulemas y Gazules que no habían nacido a la vida del arte sino a fines del siglo XVI ("Algunos problemas del Romancero nuevo", 109).

Además del problema de la nomenclatura, el autor señalaba cómo la crítica solo se había acercado al Romancero nuevo para aclarar algún dato de la vida de Lope o alguna atribución a Góngora. Montesinos insistía en dar la importancia que correspondía a la producción de los poetas de fines del siglo XVI:

No será posible nunca hacerse cargo de lo que fue la vida literaria del siglo XVII —en literatura, el siglo XVII se inicia hacia 1580— sin un conocimiento cabal del Romancero nuevo: el Romancero nuevo, contemporáneo absolutamente de la Comedia nueva, a la que se asemeja en mil cosas, con la que confluye mil veces. Comedia y Romancero son la expresión de aquella sociedad española, su idealización, su caricatura; gesto solemne o ademán irónico. Lo absorben todo, lo transforman todo, y todo cuanto acogen se conforma en moldes previstos (111-112).

Otro aspecto que señalaba Montesinos se relaciona con la clasificación, pues se habían ordenado temáticamente por asunto y no por la estructura. Tampoco olvidó destacar la estrecha relación de esta poesía con la música,11 y señalaba cómo el cambio de gustos musicales dio nueva vida al romance, conforme se abandonaron las melodías tradicionales y se dio acogida a la nueva música cortesana. También se refería a la laguna existente en el inventario de la poesía manuscrita e impresa, problema unido al de las atribuciones:

Los problemas que se plantean a los que hayan de ocuparse en esta urgente labor de explorar y publicar impresos y manuscritos [...] son, pues, dos: uno, de crítica textual: hay que tener en cuenta esa cooperación, no siempre pugna, de poetas y músicos, que explica, por ejemplo, que los romances hayan sido trasmitidos en versiones de diferente extensión, sin que las más extensas lo sean siempre por interpolación de versos pegadizos. Esto sin contar las variantes de palabra, que podrán tener o no interés para la fijación del texto, pero de las que no es prudente prescindir del todo. El otro problema, el que hoy más atrae a los investigadores, es, naturalmente, el de las atribuciones. De largos años, han sido muchos los que han sentido el halago de ir al Romancero a resolver estos pequeños enigmas: descifrar alusiones, rastrear indicios autobiográficos, triunfar, en fin, del anonimato en que se complacen poetas y editores, inscribiendo un nombre, ilustre a ser posible, sobre cada romance. No han tenido siempre en cuenta razones de peso que nos obligan a poner un prudente interrogante sobre muchas de las modernas atribuciones (118-119).

Y más adelante indicaba el camino que debía seguirse a la hora de enfrentar el difícil, en ocasiones imposible, problema de las atribuciones:

Hay que cambiar de métodos. Cuando conozcamos en detalle lo más delicado de la estructura de los romances, cuando podamos proceder a apreciarlos en cuanto al estilo —primero es necesario intentar su restauración— todos los otros indicios serán plenamente utilizables. Hasta entonces, las deducciones que se intenten, salvo contados casos, parecerán pueriles. Con certeza matemática no nos será posible atribuir poemas de este tipo a autores determinados, a menos de basarnos en manuscritos autógrafos, y es improbable que aparezcan, a menos que se imprimiesen o recogiesen antes o después en colecciones de obras de algún poeta conocido, debidamente autorizadas, cosa rara tratándose de las composiciones del Romancero general, si exceptuamos algunas de Rufo, de Salinas, de Lasso de la Vega o de Ledesma; y toda otra conjetura será poco convincente, aun para los mismos que la formulen, si no es cuando algún ingenio, como Lope, por su insistencia en citar ciertos romances nos induzca a creerlos obra suya, o así nos lo hagan presumir reiteradas atribuciones antiguas (123-124).

Poco después, en 1954, Montesinos publicó uno de los textos que desde su edición en 1621 no habían vuelto a publicarse, la Primavera y flor del licenciado Arias Pérez.12 En la introducción, firmada en Berkeley en diciembre de 1953, Montesinos dejaba bien claro cómo en el Romancero nuevo del primer lustro del siglo XVII empieza a notarse un cambio que pocos años después supone un nuevo gusto en el género.13 Y afirmaba:14 "Tras corta pausa vuelven a aparecer romancerillos breves, diferentes, en el espíritu, de aquellos otros; testimonio de un hondo cambio de la poesía lírica más popular accesible, paralelo, pero en sentido contrario, al que se va operando en la lírica sabia" (Montesinos, Primavera y flor, X-XI).

En esta nueva etapa, para la segunda década del siglo XVII, desaparecen los romances moriscos y subsisten los pastoriles, que se acomodan mejor a los nuevos gustos. Los temas bucólicos se transformaron desde principios del siglo, por mano de Liñán, en poesía rústica.15 Como señala Montesinos, el nuevo gusto por lo rústico influyó en el teatro, volviendo anticuadas las comedias pastoriles-arcádicas, y hasta la moda se vio afectada, pues las damas cortesanas se vestían al estilo de las labradoras (LII-LIII). El cambio supuso también una mayor variedad de metros (redondillas, quintillas, novenas, décimas, octavas, liras) y una mayor brevedad en los textos poéticos. Como primer paso, Montesinos llamaba la atención de los futuros investigadores al defender los estudios basados en la crítica textual y filológica, ya que antes de cualquier consideración es necesario fijar los textos convenientemente y atribuir cada una de las piezas, en caso de ser posible, a sus verdaderos autores:

Podemos decir pestes de la erudición, todos las hemos dicho, mal pecado, pero, ¿por qué no esperar para decirlas el resolver, por ejemplo, de quién es tal o cual pieza, y, sobre todo, cuál es texto genuino de todas ellas? Tras un penetrante análisis estilístico de un poema, ¿serán las conclusiones igualmente válidas cuando esos versos, gracias a variantes desconocidas hoy, puedan ser fijados en una versión que al comenzar aquel estudio ni siquiera sospechábamos? Reneguemos de la erudición cuanto nos plazca, pero antes cataloguemos los manuscritos existentes, sus variantes, las atribuciones que contengan. Gran día para los críticos de buena fe aquel en que aparezca un super-Lachévre de la literatura española. Ese día, cuando poseamos indicios sobre la autoría de mil piezas y reseña de los muchos textos que de cada poema existen, y mil cosas más, podremos entregarnos con fruición al juego de clasificar los artificios retóricos en que el autor pudo complacerse, el engarce de las palabras, el colorido de los fonemas. Hasta entonces, una voz secreta estará musitando en lo más íntimo de nuestro espíritu: ¿Con quién hablo? ¿De qué hablo? ¿Qué nos deparará el manuscrito de mañana? (LXXXVI-LXXXVIII).

Las consecuencias que suponían para estudios posteriores las valoraciones con que terminaba su trabajo no parecían muy favorables, al menos en un breve plazo, en lo que se refiere al estudio y la edición de textos del Romancero nuevo:

Nuestra ya larga experiencia de estas aventuras romanceriles nos está diciendo que es preferible esperar un poco a hacernos ilusiones, y que hoy por hoy, dado lo que ya sabemos del siglo de oro, cuanto emprendamos acerca de su increíble poesía lo emprendemos en precario. Tenemos, además, la impresión de que en estos últimos años, con la exaltación del barroco, hay una extraña vuelta, por otro rodeo, a la desvaloración de estos romances y letras, tras de los que tantas veces hay un nombre egregio —o puede haberlo— y que tantas cosas explican (LXXXVIII).

En 1955, Montesinos publicó varios trabajos sobre diferentes aspectos del Romancero nuevo ("Notas adicionales a la Primavera y flor" y "Para la historia del romancero de Lope") y dictó una conferencia en la Universidad de California, Berkeley,16 en la que volvió a tratar a la generación nacida hacia 1580, que había iniciado el gusto por los romances nuevos.

Muy significativas son dos cartas enviadas por Montesinos a Menéndez Pidal a finales de enero de 1956:17 en la primera comunica su entusiasmo al conocer el proyecto de Rodríguez-Moñino y la Academia Española de editar las fuentes del romancero general:

Mi querido maestro: [...] Por Moñino sabía ese admirable plan de dar de nuevo a luz la parte de Flor de Romances. Creo que dentro de pocos días podré remitirle microfilms de algunas que, según parece, sólo existen en este país. Espero con impaciencia esos volúmenes que han de resolver más de un problema, amén de facilitarnos más de un texto que no pasó al Romancero general. Pero bueno sería interesar también a alguien en la exploración de manuscritos que pueden poner nuevas claridades sobre esos textos: Los manuscritos que puedan esclarecer la incipiente tradicionalidad del Romancero nuevo, frustrada pronto porque era nuevo y no pudo tener por tanto muy amplia órbita. Le envío aparte una quisicosuela sobre un romance de Lope que publiqué hace poco; supongo que permite ver bien lo que en este campo queda por hacer [...] su más devoto discípulo, [firmado:] José F. Montesinos.

Y en la segunda, de junio de 1956,18 responde a don Ramón, y tras darle las gracias por el envío de una serie de trabajos sobre la epopeya visigoda, le comenta la posibilidad de dirigir a jóvenes estudiantes norteamericanos que se dediquen a la catalogación de fondos manuscritos en busca de textos poéticos:

Mi querido maestro: [...] Su carta me dio esperanzas de que algún día veamos en efecto algún registro o inventario de esos romanceros o cartapacios que tanto necesito; algo que permita pedir copias o microfilms, sin hacerlo a ciegas y de modo ruinoso. Como con los bibliotecarios oficiales no se puede contar —ahora están sacando un inventario de manuscritos bastante detallado, pero van impresas reseñas de 500,19 de toda materia posible, y por este procedimiento, los 30.000 o 40.000 manuscritos requerirán un centenar de tomos, y lo verán los españoles del año 2500—; como con esto no se puede contar, digo, será necesario hacer algo provisional aparte. Hay, claro es, el problema de la falta de dinero. Se me ocurre si no sería posible utilizar, ocasionalmente, a algunos de los chicos y chicas americanos que van ahí en busca de tesis o asuntos para "papeles". Si se les pudiera convencer de que se dejaran por una temporada de escribir tonterías sobre Lope de Vega y emplearan ese esfuerzo en catalogar manuscritos —alguno de los cuales podrían utilizar para los susodichos papeles y tesis— todos saldríamos ganando algo. He de pensar sobre el caso y ya le diré si encuentro a alguna persona sensata a quien enviar por ahí. [...] su más fervoroso discípulo, [firmado:] José F. Montesinos.

Los deseos de Montesinos no se cumplieron y apenas en la década final del siglo XX y en la primera del siglo XXI han ido apareciendo catálogos, inventarios y repertorios que han permitido dar a conocer los fondos manuscritos de las bibliotecas más importantes. Su última contribución a los estudios del Romancero nuevo fue la publicación en 1964 de la hasta ahora única antología disponible de los romancerillos tardíos a partir de la publicación del Jardín de amadores (1611).20 Con este trabajo quedaba cerrada la contribución de Montesinos a esta parcela de la literatura.21

 

Publicación de colecciones de romances nuevos: Antonio Pérez Gómez

Otra importante contribución, centrada en la edición de textos, es la de Antonio Pérez Gómez (1902-1976). Abogado, bibliófilo y editor de facsímiles de Cieza (Murcia), se interesó por la publicación de libros de los siglos XVI y XVII, con especial atención a los cancioneros y romanceros y por la reproducción de ediciones facsímiles, en la editorial creada por él, "...la fonte que mana y corre...", a través de las colecciones "Duque y Marqués. Opúsculos literarios rarísimos", "Romanceros" y "Pliegos Conmemorativos de la Navidad".22 En la primera se editaron entre 1952 y 1963: el Tesoro escondido de Francisco Metge, el Libro de varios sonetos, romances, cartas décimas de Antonio de Melo, la Primeyra e segvnda parte dos romances de Francisco Roiz Lobo y Breve deleytación de romances varios de Francisco de la Torre. En la segunda aparecieron cuatro romanceros, entre 1953 y 1957, el de don Álvaro de Luna, del Rey don Pedro, de don Rodrigo Calderón y del almirante de la mar don Juan de Austria. En la tercera se publicaron 27 folletos, en edición facsímil, entre 1949 y 1975, de los cuales al menos cuatro incluían romances religiosos.23

Sus intereses le hicieron dedicarse, desde 1949, por un lado, a la impresión24 y, por otro, a la bibliofilia, con lo que logró adquirir una biblioteca selecta, llena de rarezas y joyas bibliográficas, muchos de cuyos ejemplares utilizó como base de sus ediciones facsimilares.

 

La gran labor bibliográfica y editora de Antonio Rodríguez-Moñino

Otro gran promotor de los estudios sobre el Romancero nuevo es Antonio Rodríguez-Moñino (1910-1970), cuyos trabajos ofrecieron los elementos necesarios para renovar de manera rigurosa la investigación del tema; ello se debió, en gran parte, a que proporcionó los instrumentos necesarios para su estudio.

Como se ha comentado más arriba, el matrimonio Menéndez Pidal había intentado en la segunda y la tercera década del siglo XX y luego a partir de 1947 reunir todos los poemas del romancero antiguo que fueron cayendo en sus manos, ya pertenecieran al romancero viejo, erudito o nuevo, por lo que habían recabado todas las reproducciones posibles tanto de las antologías impresas del siglo XVI (cancioneros y romanceros) como de pliegos sueltos e incluso de copias o reproducciones de textos manuscritos.25 Uno de sus primeros logros había sido conseguir en 1914 que la Universidad de Praga le enviase en préstamo la colección de pliegos sueltos que tanta trascendencia tendría para los estudios del Romancero y de los que consiguió dos copias fotográficas para su archivo (Catalán, El archivo del romancero, I, 77-78).26 A comienzos de los años treinta, en un recuento del material acumulado señalaban haber obtenido copias de "las Bibliotecas de Madrid, Santander, París, Londres, Lisboa, Pisa, Góttingen, Cracovia, etc." (I, 139-147). La publicación de textos antiguos volvió a ser prioridad de Menéndez Pidal a partir de 1945, cuando reactivó su viejo proyecto de edición de un romancero hispánico (I, 270).27 En 1948, don Ramón pronunció la conferencia inaugural del curso para extranjeros en Segovia sobre el Romancero nuevo a la que nos hemos referido antes (Campa, "Algunas observaciones").28

Este es el ambiente donde Antonio Rodríguez-Moñino, decidido y perspicaz bibliófilo, quien había iniciado a través de sus trabajos bibliográficos una profunda revisión de los estudios sobre la poesía de los siglos XVI y XVII, se propone como tarea primordial editar los textos coleccionados en el Siglo de Oro, muchas veces a través de facsímiles, y continuar de este modo, a partir de los años cincuenta, con el proyecto que durante la primera mitad del siglo XX había intentado llevar a cabo el matrimonio Menéndez Pidal.29 Después de 1951 (y hasta su muer te en 1970) comenzó la publicación de cancioneros y romanceros del Siglo de Oro, en distintas colecciones de la Editorial Castalia, apoyado por las Gráficas Soler y su fiel colaboradora Amparo Soler.

En 1954 salió a la luz Flor de romances, glosas, canciones y villancicos (Zaragoza, 1578), antología derivada de las Rosas de Timoneda.30 Pocos años después, bajo el patrocinio de la Real Academia Española se publicaron doce volúmenes en la colección "Las fuentes del Romancero General (1600)",31 que incluían los romances de mayor éxito en los últimos veinte años del siglo XVI. Son nueve partes que se publicaron entre 1589 y 1597 y pasaron a engrosar el volumen fechado en 1600 con el título de Romancero general (Alonso, "Don Antonio Rodríguez", 419).

Con esta edición, Moñino hacía evidente la falsedad de la afirmación, muy extendida entre los estudiosos, por la que se pensaba que todos los textos publicados en las partes (o Flores) habían pasado al Romancero general de 1600. Su trabajo venía a desmentir esta afirmación de manera definitiva.

En los doce volúmenes se editaron las "Nueve partes de las flores de varios romances", en ejemplares la mayoría de las veces únicos, localizados en distintas bibliotecas del mundo.

El volumen doceavo es un suplemento; incluye los romances que en las distintas ediciones y reediciones de las partes de las Flores no se imprimieron en los volúmenes precedentes (Las fuentes del Romancero General, XII, 7).32

Esta colección de doce volúmenes fue apoyada expresamente por la RAE y por su director Ramón Menéndez Pidal (Catalán, El archivo del romancero, II, 360-361). El propio don Ramón había solicitado a Archer Huntington reproducciones conservadas en su biblioteca particular (que pasó a formar parte del fondo de la Biblioteca de la Hispanic Society of America) que facilitó a Rodríguez-Moñino (II, 361, n. 96).

Sin embargo, este proyecto quedaría truncado cuando no salió la candidatura de Rodríguez-Moñino en la Academia Española (Catalán, El archivo del romancero, II, 362-378; Rodríguez Moñino Soriano, La vida y la obra del bibliófilo, 307-339), lo que afectó también a la publicación del tomo II del Romancero tradicional de las lenguas hispánicas, como ha relatado Diego Catalán a través de la correspondencia entre Rodríguez-Moñino, Menéndez Pidal y Catalán (Catalán, El archivo del romancero, II, 362-378).33

La labor bibliográfica llevada a cabo por Moñino es sin duda extraordinaria, y evidenciaba el atraso científico en el que el país se encontraba tras la contienda, como muy bien puso de manifiesto Montesinos en carta dirigida a Menéndez Pidal a fines de 1961: "Si viviéramos en un país civilizado, todas las empresas de Moñino resultarían prehistóricas, pues casi todos esos problemas están resueltos: en tierra de garbanzos no lo están" (II, 369 y n. 111).

Otra faceta investigadora de Rodríguez-Moñino fue la de catalogación, el estudio y la publicación de pliegos sueltos que, desde los tiempos de Durán en el siglo XIX, había sido punto destacado de la investigación erudita y sobre la que poco se había avanzado desde entonces (Durán, "Catálogo por orden"; "Catálogo de los documentos"). Rodríguez-Moñino se interesó de forma especial por las colecciones dispersas de pliegos que existían repartidas tanto por bibliotecas españolas como en bibliotecas extranjeras; de manera que, desde 1960, se ocupó de la localización, descripción y reproducción de pliegos sueltos, publicados en varios trabajos, y cuya labor culminó con la publicación en 1970 del Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI) (reeditado en 1997).

En 1963 editó las series valencianas del Romancero nuevo, trabajo en el que estudia, describe y reproduce los textos de los pliegos sueltos conservados en las bibliotecas Ambrosiana de Milán y Universitaria de Pisa (cuarenta cuadernos con 213 composiciones, en su mayor parte romances, "los más modernos que hasta hoy se han cantado", que se publicaron en Valencia entre 1589 y 1602).34 En la introducción, Moñino aclaraba la suerte que habían corrido estos pliegos desde su descubrimiento hasta su publicación en 1919 y 1925 por R. Foulché-Delbosc. También daba cuenta de una nueva colección adquirida por la Biblioteca del Estado de Baviera de Munich.35

De 1963 data la primera redacción de uno de sus trabajos que mayor repercusión han tenido sobre la crítica posterior en el estudio de la poesía del Siglo de Oro (Rodríguez-Moñino, Construcción crítica).36 El trabajo removió los cimientos de la investigación sobre la poesía española de los siglos XVI y XVII. Según él, toda la labor erudita del siglo XIX y parte del XX había deformado la visión que se tenía sobre la historia de la poesía, y ello debido en parte a que la transmisión de la poesía impresa y manuscrita responde a peculiaridades especiales, así como al problema de las atribuciones; a que desde el mismo siglo XVII se han divulgado errores que han llegado a nuestro días, y del mismo modo, a que no se ha tenido en cuenta el gran caudal poético atesorado en pliegos sueltos. En definitiva,

Dudo de que la crítica haya hecho hasta ahora labor constructiva al historiar la poesía española de los Siglos de Oro y deducir consecuencias de tipo general, por haberse basado en un panorama documental que no refleja lo que conocieron los contemporáneos: a veces, por exceso; a veces, por defecto.

Para mí, la crítica ha construido una realidad inexistente en el tiempo, al proyectar conocimientos de hoy sobre el pasado, transportando los juicios formulados en presencia de los materiales que poseemos a una pantalla cronológica y deduciendo consecuencias y relaciones.

Al establecer este mapa, se ha operado con materiales procedentes, en su mayoría, de impresos muy posteriores a la época estudiada, dándoles un valor de irradiación y penetración que no tuvieron. La gran masa lectora de los Siglos de Oro no conocía todo lo que conocemos; hoy ignoramos mucho de lo que ella conocía. Su panorama era incompleto y parcial; el nuestro también lo es (Construcción crítica, 55).

Y terminaba instando a corregir estos defectos, pero sin perder de vista dos ejes ancilares: la poesía del Siglo de Oro en España "está fragmentada en islotes geográficos casi totalmente independientes entre sí y poco permeables"; y falta en la poesía del Siglo de Oro "una intensísima búsqueda, catalogación y estudio de los muchos manuscritos e impresos desconocidos que andan aún sueltos por las bibliotecas del mundo y organizar ese material por circunscripciones geográfico-poéticas y por generaciones".

En 1960 surgió la posibilidad de marchar a los Estados Unidos para ofrecer cursos de Literatura en la Universidad de Berkeley. Tras su periplo marítimo, recala primero en Nueva York, donde acudirá a la Hispanic Society of America, y luego en California, donde se integrará en el Department of Spanish and Portuguese de la University of California, Berkeley; entre los profesores de esta última institución se encontraban dos expertos en Lope de Vega: Montesinos y Morby (Rodríguez-Moñino Soriano, La vida y la obra del bibliófilo, 350-361). Fue precisamente su viejo amigo del Centro de Estudios Históricos, Montesinos, quien le animó y facilitó su traslado a los Estados Unidos. La correspondencia entre ellos refleja, desde al menos 1951, el mutuo interés por el Romancero nuevo (387-401), ya que en cartas fechadas a fines de 1951 (noviembre y diciembre) tratan sobre las ediciones del Ramillete de flores de Pedro de Moncayo (389).37 Su visita americana de 1960 le puso en estrecho contacto con la Hispanic Society of America, y desde esa fecha la institución le nombró "vice-president".38 El estrecho contacto del matrimonio Rodríguez-Moñino con esta institución les llevó a la elaboración del Catálogo de los manuscritos poéticos castellanos existentes en la Biblioteca de The Hispanic Society of America (siglos XV, XVI y XVII), publicado en tres volúmenes en 1965-1966 (350-361).39 En la Advertencia preliminar explicaba:

Las descripciones que van a continuación han sido redactadas por nosotros durante una estancia de menos de un año en Nueva York (diciembre de 1962 a mediados de septiembre de 1963). Invitados por The Hispanic Society of America para estudiar algunos manuscritos poéticos de los Siglos de Oro, con destino a nuestras futuras publicaciones, decidimos hacer el catálogo de lo existente al comprobar la extraordinaria riqueza bibliográfica de la Sociedad (Rodríguez-Moñino y Brey, Catálogo de los manuscritos, VII).

En trabajos posteriores (Rodríguez-Moñino, "Cancionero manuscrito del siglo XVIII" y "Tres cancioneros manuscritos") volvió a insistir sobre la necesidad de describir los fondos manuscritos ("Cancionero manuscrito del siglo XVIII, 189). Las mismas aseveraciones encontramos en su discurso de recepción en la Real Academia Española (Rodríguez-Moñino, Poesía y cancioneros, 16).

Pocos años más tarde se publicó el Diccionario bibliográfico de pliegos sueltos poéticos (siglo XVI), del que se ha hecho mención antes; el volumen lleva una advertencia fechada en Berkeley, California, el 6 de agosto de 1969, y se califica a sí mismo de "incompleto e imperfecto"; sin embargo, representó un hito en la historia de los estudios bibliográficos hispánicos. El libro se publicó poco antes de su muerte, cuando "estaba ya listo para su reparto, pero no puesto aún a la venta" (Alonso, "Don Antonio Rodríguez", 414).40 Su última obra vio la luz póstumamente, en 1973: el Manual bibliográfico de cancioneros y romanceros I y II del siglo XVI,41 aunque venía preparándose desde muchos años antes, como explica Askins en la advertencia fechada en Madrid en agosto de 1971:

Poco antes de salir de Berkeley rumbo a Madrid, en la primavera de 1970, don Antonio Rodríguez-Moñino comunicó a varios amigos la feliz noticia de que por fin había podido reunir los datos necesarios para las descripciones que iban a entrar en el Manual de Cancioneros y Romanceros: y aún más; "Poco me falta para escribir la introducción", que hacía tiempo llevaba pensada, aunque no volcada en cuartillas (Rodríguez-Moñino, Construcción crítica, 11).

La obra se había proyectado como una colección que él había dejado diseñada, como nos cuenta Dámaso Alonso:

Hay ahora que tener en cuenta que esta importantísima obra era sólo un volumen de una colección que con el título de Manual bibliográfico de la poesía española (Siglo de Oro) Moñino ha dejado en gran parte redactada. En una nota autógrafa de su bella escritura, con la negrísima tinta que siempre usaba, he podido ver la hoja en la que dejó consignado el plan completo del Manual. El primer tomo era el Diccionario de pliegos sueltos del siglo XVI de que acabamos de hablar; en la nota del autor, después de transcribir el título escribió: "Impreso: a la venta en Set.e". A continuación en la misma nota: "Tomo II Cancioneros (Siglo XVI)" [y con mayúsculas]: "HECHO". Asimismo, el Tomo III corresponde a Cancioneros (Siglo XVII) y lleva a continuación la misma fórmula "HECHO". El tomo IV iba a ser como una segunda parte del Diccionario de pliegos sueltos, pero dedicada al siglo XVII (Alonso, "Don Antonio Rodríguez", 417).

 

Otros estudiosos y publicaciones sobre el Romancero nuevo

Entre los estudiosos que dedicaron parte de su trabajo al Romancero nuevo sobresalen las figuras de Maxime Chevalier, José Manuel Blecua, Manuel Alvar, Emilio Orozco y Antonio Alatorre.

Maxime Chevalier publicó un excelente trabajo sobre los textos poéticos que proceden o se relacionan con el Orlando Furioso, queriendo fijar la influencia de Ariosto en la España del Siglo de Oro. Muchos de los textos recogidos en su libro se relacionan con el Romancero nuevo:

Los textos que reunimos en el presente estudio no han merecido, salvo contadas excepciones, la atención de los estudiosos del romancero. Saben todos los hispanistas que varias composiciones inspiradas en el Orlando Furioso se incluyen en las Flores, en el Romancero General o en unos romancerillos reproducidos por Foulché-Delbosc. Algunos de estos textos son muy conocidos y se han estudiado por ser obras de Lope, Góngora o Quevedo. Pero no se ha propuesto nadie juntar los miembros dispersos del romancero ariostesco, ni tampoco comentarlo e interpretarlo en su totalidad. Será porque nos faltan todavía muchos trabajos útiles para un mejor conocimiento del romancero nuevo (Los temas ariostescos, 13).

En el momento cuando Chevalier realizó su trabajo, se consideraba que desde Durán se habían recogido e impreso todos los romances airostescos y no eran más que "copias descoloridas y rastreras de episodios sobradamente conocidos del Orlando Furioso". Chevalier demostró que la situación era bien distinta. Para ello consultó todas las fuentes impresas y manuscritas que tenía a su alcance. Además de los impresos de los siglos XVI al XX (43-56), utilizó fuentes manuscritas (14-15).42

Consiguió reunir 139 composiciones que incluyen variantes de 105 temas inspirados en el Orlando Furioso (divididas en tres grupos: I. Las armas y los amores, II. Rugero y Bradamante y III. Angélica y Medoro) y dos apéndices, uno con romances inspirados en el Orlando enamorado (cinco composiciones de cuatro temas) y otro con romances de Roncesvalles y los poemas españoles inspirados en Ariosto (tres romances de un único tema). El conjunto de romances publicados es de 88 frente a los 34 que Durán incluyó en su Romancero general, de los cuales 35 se imprimían por vez primera. Los problemas que plantea en su estudio Chevalier resultan interesantes no solo para el romancero ariostesco, sino para el Romancero nuevo en general. Afirma que lo conservado solo representa una parte de lo que se escribió y propone que dicha producción conservada debe ser organizada correctamente para su estudio (16-17). Establece una cronología entre 1530 y 1650, y señala distintas etapas y estilos literarios. Un primer grupo de 1530-1560; un segundo grupo de 1560-1580, y un tercer grupo a partir de 1580, el que forma parte de lleno del Romancero nuevo (27). El estudio de Chevalier viene a demostrar la importancia del tema ariostesco en la poesía del Siglo de Oro y, por supuesto, dentro del Romancero nuevo (28-29).

Otro destacado erudito y uno de los mejores conocedores de la poesía del Siglo de Oro fue José Manuel Blecua (19132003), quien contribuyó con estudios y ediciones a un mejor conocimiento de la poesía áurea.43 La publicación, en 1952, de uno de los romancerillos posteriores al gran corpus del Romancero general, el Laberinto amoroso (Barcelona, 1618 y Zaragoza, 1638), marca una nueva etapa en la evolución del género.44 También preparó, en 1955, la edición de La Dorotea de Lope de Vega, que incluía textos romancísticos que pasaron a formar parte del Romancero nuevo.

No podemos olvidar la figura de Emilio Orozco (1909-1987), experto conocedor del Barroco español. En un excelente trabajo relató las polémicas literarias entre Lope y Góngora y demostró cómo ambos autores se atacaron en verso, usando los romances que aparecieron impresos en los últimos veinte años del siglo XVI (Lope y Góngora, 26-78). Orozco señala que los romances de ambos autores se habían divulgado mucho antes de su publicación en las Flores. El estudio de la polémica literaria le permite estudiar de manera fina y certera aquellos poemas que, aparecidos como anónimos, eran bien conocidos entre el público:

Así, pues, junto a la enorme popularidad que alcanzaba a través del canto en todas las clases sociales, y ligado a todo orden de actividades, la abundancia de los romances impresos vendrá a destacar aún más el género romanceril como una actividad poética central, sobre todo con las formas perfectas a que había llevado el romance artístico ese grupo de poetas antes citado. Y si en la renovación del género Góngora destacaba no sólo en la actualización de los temas —como vemos en sus romances de cautivos y forzados—, sino también en el romance satírico, nada tiene de extraño que dadas sus dotes y temperamento, tan contrarios a las que ofrecía Lope, lanzara, a este tan abundante y renovado caudal del romancero, un ataque a quien se señalaba en la corte como el poeta más popular y mejor dotado (29-30).

Analiza también cómo Góngora hace burla y ataca al romancero morisco, del que Lope fue creador y máximo representante, ya que el cordobés buscaba nuevas formas capaces de renovar el género.45

Finalmente, no podemos dejar de mencionar a Manuel Alvar (1923-2001), quien centró sus investigaciones en el romancero morisco (Alvar, Granada, Romancero fronterizo y El Romancero), y a Antonio Alatorre, quien estudió en 1956 el tema de Hero y Leandro en los romances españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII;46 en ambos casos los trabajos suponen una importante contribución al estudio del Romancero nuevo.

Junto a las figuras mencionadas debemos también destacar los trabajos surgidos en torno al Entremés de los romances, cuya publicación a principios del siglo XX por Emilio Cotarelo (Colección de entremeses, I, 157-161) dio lugar a que en las cinco primeras décadas del siglo fuera objeto de la atención de diversos investigadores (E. Cotarelo y Morí, A. Cotarelo Valledor, F. Rodríguez-Marín, R. Menéndez Pidal, R. Schevill y A. Bonilla, J. Millé y Giménez, M. Herrero García, D. Alonso, J. García Soriano), atendiendo a su relación con Cervantes, ya fuera como posible génesis del Quijote o como imitación de la obra cervantina (Rey-Campa, El nacimiento del Quijote, 17-40 y 78-79).47 En el periodo del que nos ocupamos también fueron varios los estudiosos (R. Menéndez Pidal, L. Astrana Marín, J. López Navío, G. Stagg, G. Palacín, C. Varo, E. Asencio y E. Orozco) que se dedicaron al Entremés, no solo desde la perspectiva cervantina sino considerando el nuevo género poético que tuvo a uno de sus creadores en Lope de Vega: el Romancero nuevo (Rey-Campa, El nacimiento del Quijote, 17-40, 58-76, 79-80). El Entremés, compuesto a base de 29 romances nuevos, permite entrever la importancia del género, no únicamente para la historia de la poesía, sino para la historia del teatro y de la novela, como señalan sus más recientes editores:

El Entremés de los Romances, en fin, es un homenaje al Romancero nuevo (por más que utilice alguno viejo, como el célebre y largo del Marqués de Mantua), escrito por alguien muy familiarizado con los romances; alguien que debió ser admirador de Góngora, por supuesto, dado que usa algunos de los suyos como base argumental de la breve pieza dramática; alguien que, sin duda, quería reírse de Lope de Vega, cuyos romances también conocía a la perfección, a juzgar por los muchos que utiliza; y no sólo porque da comienzo a su obra con un romance paródico antilopesco, sino, sobre todo por el paralelismo indudable entre Lope y Bartolo, ya que, como ha dicho, Bartolo, loco por los romances, recién casado, abandona a su mujer para irse a luchar contra Inglaterra, al igual que Lope de Vega, asimismo recién casado en 1588, deja a su mujer, Isabel de Urbina, y se embarca en la armada que fue contra Inglaterra. Uno y otro además, regresan fracasados a casa (Rey-Campa, El nacimiento del Quijote, 33-34).

Finalmente deben mencionarse las reediciones que tanto la Hispanic Society of America (1970)48 como la editorial Aguilar (1972)49 realizaron de las obras poéticas de Góngora y la publicación, entre 1953 y 1970, de los nueve volúmenes del Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Nacional.50

 

Consideraciones acerca de los estudios y publicaciones en la etapa de 1953 a 1973

Las investigaciones que sobre la historia de los estudios del Romancero nuevo se han llevado a cabo en los últimos tiempos permiten realizar algunas consideraciones de modo general sobre la etapa a la que me refiero aquí, que se extiende entre 1953 y 1973:

1. El Romancero nuevo se convierte en campo de estudio de manera rigurosa por parte de los investigadores a partir de los trabajos de Ramón Menéndez Pidal, publicados en 1949 y 1953.

2. Desde 1953 un grupo de investigadores se dedicaron de forma científica a la recuperación y colección de textos del Romancero nuevo y, al mismo tiempo, a su publicación y estudio, considerado como parte de las corrientes poéticas del Siglo de Oro.

3. Por vez primera se elaboraron catálogos bibliográficos y se describieron ejemplares impresos y manuscritos, lo que permite de forma precisa elaborar una historia sobre el Romancero nuevo como género poético barroco.

4. La publicación de romanceros, cancioneros, pliegos sueltos y textos manuscritos, muchas veces de forma facsímil, permite contar con textos fiables e iniciar la creación de un corpus de romances nuevos.

5. Otros investigadores interesados por la poesía tradicional o por la literatura del Siglo de Oro contribuyeron con sus investigaciones a identificar y explicar textos del Romancero nuevo.

6. Al terminar el periodo analizado habían quedado fijadas las bases documentales y eruditas para iniciar una nueva etapa en los estudios del Romancero nuevo, que abarca de 1973 hasta nuestros días.

 

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Historia sagrada de la vida de Christo, Señor nuestro, con anotaciones de historiadores sagrados, desde su admirable encarnación hasta su dichoso nacimiento. Dispuesta por el maestro Félix de los Reyes en un romance, con licencia en Sevilla por Iuan Cabegas. Año de 1679 [ed. facsímil de Antonio Pérez Gómez, Cieza, 1964] (Colección "Pliegos Conmemorativos de la Navidad", 16).         [ Links ]

Villancicos y ivgvetes de diferentes avtores hechos en alabanga del Sanctíssimo Nacimiento para cantar la noche de Navidad. Impresso en Málaga por Iuan Regné, con licencia, año de 1612 [ed. facsímil de Antonio Pérez Gómez, Cieza, 1965] (Colección "Pliegos Conmemorativos de la Navidad", 17).         [ Links ]

Mend año, Juan de, Silva de varios romances recopilados (Granada 1588), reimpresa del ejemplar único con una advertencia por Antonio Rodríguez-Moñino, Madrid, Castalia, 1966.         [ Links ]

Castaña, Hieronimo Francisco de, Primera parte de los romances nuevos (Zaragoza, 1604), reimpresos por vez primera del ejemplar único, con un estudio preliminar de Antonio Rodríguez-Moñino, Valencia, Editorial Castalia, 1966.         [ Links ]

Rodríguez, Lucas, Romancero historiado (Alcalá, 1582), edición, estudio, bibliografía e índices por Antonio Rodríguez-Moñino, Madrid, Castalia, 1967.         [ Links ]

Sepúlveda, Lorenzo de, Cancionero de Romances (Sevilla, 1584), edición, estudio, bibliografía e índices por Antonio Rodríguez-Moñino, Madrid, Castalia, 1967.         [ Links ]

Tortajada, Damián López de, Floresta de varios romances (Valencia 1652), edición, estudio, bibliografía e índices por Antonio Rodríguez Moñino, Madrid, Castalia, 1970.         [ Links ]

Moncayo, Pedro y Pedro de Flores, Flor de nuevos y varios romances, primera, segunda, tercera parte. (Lisboa, 1592), edición, notas e índices por Mario Damonte, Madrid, Real Academia Española, 1971 (Las fuentes del Romancero general, XIII).         [ Links ]

Villancicos nuevos que se cantaron este año de mil y seiscientos y quarenta y nueve la noche de Navidad en la Capilla Real y en la Encarnación, con un romance en Guineo a lo divino [ed. facsímil de Antonio Pérez Gómez, Cieza, 1971] (Colección "Pliegos Conmemorativos de la Navidad", 23).         [ Links ]

Segura, Francisco de, Primavera y flor de romances. Segunda parte (Zaragoza, 1629), edición, estudio, bibliografía e índices por Antonio Rodríguez-Moñino, Madrid, Editorial Castalia, 1972.         [ Links ]

Escobar, Juan de, Historia y Romancero del Cid (Lisboa, 1605), edición, estudio bibliográfico e índices por Antonio Rodríguez-Moñino, introducción por Arthur Lee-Francis Askins, Madrid, Castalia, 1973.         [ Links ]

 

Notas

1 Este trabajo se inscribe en el proyecto de investigación financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología: "Las contradicciones de la Monarquía Católica: La Corte de Felipe IV (1621-1665)", HAR2099-12614-004-02 (subprograma Hist).

2 Conferencia inaugural del curso 1948 para extranjeros en Segovia. El estudio formaba parte de un capítulo de una historia general del romancero (Romancero Hispánico, 1953), que Ramón Menéndez Pidal empezó a redactar en 1946, aunque la había planeado desde 1901.

3 Reeditado en 1968 como volúmenes IX y X de las Obras completas. En la nota preliminar del vol. I decía Menéndez Pidal: "La publicación de una nueva y amplísima colección de romances es proyecto acariciado por mí desde la juventud, y siempre dilatado, por lo mismo que era tan grato y tan deseoso de mejora. La suerte adversa de tantos planes predilectos. Ya va para medio siglo que, refiriéndose a ese proyecto, la insigne romanista germano-portuguesa, Carolina Micahélis, al publicar su libro de rara y deleitosa erudición sobre Romances velhos em Portugal, anunciaba la definitiva reconstrucción del romancero hispano-portugués; y sin embargo, la ardua empresa no ha sido aún realizada, habiéndose publicado tan solo estudios y más estudios como labor preparatoria" (Romancero Hispánico, IX).

4 Para ello realizó un recuento de sus fondos romancísticos en noviembre de 1948, y anotó que el número de textos reunidos podía ser de unos dieciocho mil (Catalán, El archivo del romancero, I, 269).

5 La creación de una "Comisión y Seminario de Estudios Históricos", dirigidos por Menéndez Pidal en 1946 bajo los auspicios del Instituto de Cultura Hispánica, había obligado a don Ramón a diseñar un primer volumen de Romances históricos y heroicos, que nunca llegó a publicarse (I, 270-272, 313-317).

6 Ahora el proyecto se hacía realidad con la creación de la serie Romancero tradicional de las lenguas hispánicas (RTLH).

7 El volumen del Romancero del rey Rodrigo acogía los distintos estudios que desde 1924 le había dedicado Menéndez Pidal, a lo que vino a sumarse el trabajo de Rafael Lapesa en la etapa anterior a la Guerra Civil; todo ello fue revisado por Diego Catalán y Alvaro Galmés a finales de los años cuarenta, bajo la dirección del propio Menéndez Pidal. En los años cincuenta, José Caso trabajó en la preparación del original de imprenta.

8 El Romancero de Bernardo del Carpio fue preparado por Diego Catalán bajo la dirección de Menéndez Pidal, a finales de los años cuarenta, y ultimaron su original para la imprenta Alvaro Galmés y José Caso.

9 El Romancero del conde Fernán González se elaboró con trabajos de Menéndez Pidal que abarcan desde fines del siglo XIX; luego, en 1949-1950, Diego Catalán y Alvaro Galmés y más tarde solo el primero, siguiendo directrices de Menéndez Pidal, prepararon el volumen que a fines de los años cincuenta ultimó para imprenta José Caso González.

10 Para el Romancero de los Infantes de Salas el proceso de edición fue similar al de Fernán González, pero en la etapa final se ocuparon de preparar el volumen para la imprenta José Caso, María Josefa Canellada de Zamora-Vicente y Diego Catalán. El Romancero de la condesa traidora fue preparado íntegramente por Diego Catalán con base en los trabajos de Menéndez Pidal.

11 "No podían estar los poetas tan en desacuerdo con los músicos cuando este Romancero artístico había nacido primeramente de una intención musical" (Montesinos, "Algunos problemas del romancero nuevo", 115). Mariano Lambea y Lola Josa han clarificado todo el proceso creador y recreador en el romancero lírico del Siglo de Oro ("Las trazas poético-musicales" y "El juego entre arte poético").

12 En la colección dirigida por Rodríguez-Moñino.

13 "Cuando en 1604 Juan de la Cuesta saca a luz el Romancero general ampliado puede decirse que un cansancio de los modos sentimentales, tan en boga pocos años antes, se va apoderando por igual de autores y público, por lo que las últimas partes, más que de una evolución, parecen dar testimonio de una involución del género" (Montesinos, Primavera y flor, IX).

14 Y examinaba los primeros romancerillos que aparecieron tras la colección de Madrigal: la Primera parte del Jardín de amadores de Juan de la Puente (1611), el Laberinto amoroso de Juan Chen (1618), la Primavera y flor de los mejores romances del licenciado Arias Pérez (1621) y la Segunda parte de la Primavera y flor de los mejores romances de Francisco de Segura (1629). Según datos extraídos de los Manuales bibliográficos de Rodríguez-Moñino, mantuvieron el anonimato y tuvieron un más que respetable éxito editorial: el Jardín de amadores con cinco ediciones en el siglo XVII (Zaragoza 1611, Barcelona 1611, Zaragoza 1637, Zaragoza 1644, Valencia 1679), el Laberinto amoroso con dos ediciones (Barcelona 1618 y Zaragoza 1638), la Segunda parte de la Primavera con cinco ediciones (Zaragoza 1629, Zaragoza 1631, Barcelona 1634, Madrid 1641, Madrid 1659) y la Primavera y flor con 18 ediciones (Madrid 1621, Madrid 1622, Madrid 1623, Madrid 1623, Sevilla 1626, Lisboa 1626, Barcelona 1626, Madrid 1626, Madrid 1626, Sevilla 1627, Valencia 1628, Barcelona 1632, Zaragoza 1636, Sevilla 1637, Zaragoza 1629, Madrid 1641, Valencia 1622, Madrid 1659).

15 Para un reciente trabajo sobre el tema véase Aurelio González, "Hacia una caracterización", 87-112.

16 Aunque publicada años más tarde (Montesinos, "Barroco y gongorismo", 3-37).

17 Matasellos: 1 febrero 1956, membrete: University of California / Departmento of Spanish and Portuguese / Berkeley 4, California. La carta se escribe tras la visita de Diego Catalán (nieto de don Ramón, acompañado de su mujer e hija) a Montesinos, con ocasión de una estancia en Berkeley, California (Archivo-biblioteca Menéndez Pidal).

18 Con membrete: José F. Montesinos / 284 Colgate Avenue / Berkeley, California (Archivo-biblioteca Menéndez Pidal).

19 Se refiere al primer volumen aparecido en 1953 del Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España.

20 En él da cabida a 77 romances procedentes de El Jardín de amadores (1611), el Laberinto amoroso (1618), la Primavera y flor (1621), la Segunda parte de la primavera y flor (1629), Maravillas del Parnaso (1637), Romances varios (1640), y los Romances varios de Amsterdam (1688).Varios trabajos sobre el Romancero nuevo en Montesinos, Ensayos y estudios de Literatura.

21 A partir de entonces Montesinos centró sus estudios en la novela del siglo XIX.

22 Los epistolarios con Rodríguez-Moñino y Dámaso Alonso dan buena cuenta del interés del señor Pérez Gómez por la bibliofília, la edición de fascímiles de los siglos XVI y XVII, libros y pliegos sueltos. Ambos fondos están depositados en la Real Academia Española, uno en el Legado Rodríguez-Moñino/Brey, Correspondencia, y otro en el Fondo Documental Dámaso Alonso, Correspondencia.

23 Los pliegos 1, 16, 17 y 23. En el 17 (Villancicos y ivgvetes de diferentes avtores hechos en alabana del Sanctissimo Nacimiento para cantar la noche de Navidad. Impresso en Málaga por Iuan Regné, con licencia, año de 1612), se incluye el romance "La princesa a quien la tierra", aparecido primero en Alonso de Ledesma, Conceptos espirituales (Madrid, 1602), contrafacta del poema de Lope "La diosa a quien sacrifica", del que se han recogido versiones en la tradición oral moderna.

24 Intentó que su labor en solitario como impresor de textos facsímiles del Siglo de Oro obtuviera la colaboración de la Real Academia Española, como había ocurrido en el caso de Rodríguez-Moñino con Las fuentes del Romancero General (1600), proyecto que no fraguó. Hizo la propuesta a la Real Academia Española en carta dirigida a su director, Menéndez Pidal, fechada el 24 de mayo de 1963 (Fondo Documental Dámaso Alonso. Correspondencia).

25 Mayoritariamente copiadas en la Biblioteca Nacional y en la Biblioteca de Palacio de mano de María Goyri.

26 Véase el prólogo a Pliegos poéticos, Joyas bibliográficas, VII, 1960. También en ese año de 1914 aparece la publicación facsímil del Cancionero de romances, sin año, de Amberes [1547-1548].

27 Se reedita en facsímil por segunda vez el Cancionero de romances, sin año, de Amberes [1547-1548].

28 Véase la nota 2 de este trabajo.

29 Para una de sus primeras publicaciones solicitaron la ayuda de María Goyri, ya que el matrimonio Menéndez Pidal poseía una reproducción fotográfica de la Flor de enamorados (1562) que sirvió de base para la edición de 1954 (Catalán, El archivo del romancero, I, 330-331).

30 Los romances que se incluyen en la Flor de romances proceden de la Rosa real, publicada por Timoneda en 1573 (Flor de romances, XIII).

31 Rodríguez-Moñino era miembro correspondiente de esa institución desde 1952.

32 Acompañan, organizados en varias secciones, los índices generales de los doce volúmenes: de primeros versos, de rimas, de composiciones que no son romances, de autores, de los preliminares en prosa. En 1971 apareció el volumen XIII de la colección con la edición de la Primera, segunda y tercera parte de Flor de varios y nuevos romances, de Pedro de Moncayo y Pedro de Flores (Lisboa, 1592), editado por Mario Damonte, con la siguiente dedicatoria: "A la memoria de Antonio Rodríguez-Moñino que me animó a preparar esta edición". Para su reproducción se utilizó el ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Génova.

33 En la sección de "Correspondencia" del Fondo Documental Dámaso Alonso de la Real Academia Española se encuentra una copia de la carta dirigida por Rodríguez-Moñino a Menéndez Pidal en la que explica su enfado ante los sucesos acaecidos por su candidatura como miembro de número de la rae [18 de julio de 1962].

34 Las colecciones habían sido conocidas por los investigadores anteriores: "Menéndez Pidal tiene razón: de esos 43 cuadernitos solamente 20 de los de Milán y 16 de los de Pisa, es decir, 36 en total, pertenecen a series numeradas. Y lo curioso es que se nos han conservado en tomos facticios fuera de España: ¿es posible asegurar que este movimiento valenciano quedó aislado y que en ciudades tan importantes como Madrid, Sevilla, Alcalá, Medina, Toledo, etc., no explotaron este filón los comerciantes y libreros? No es creíble. Don Agustín Durán, en el Catálogo de pliegos sueltos que puso al frente de su Romancero, señaló algunos, muy pocos, conteniendo textos de los que pueden incluirse entre los nuevos o artísticos y ninguno de ellos pertenecientes a serie. La primera noticia de un grupo importante la dieron en 1856 Wolf y Hofmann en una de las notas al prólogo de su Primavera y Flor" (Rodríguez-Moñino, Construcción crítica, 13).

35 En la Colección de "Romances de los Siglos de Oro" y en la "Floresta Joyas Poéticas Españolas" aparecieron los títulos: la Silva de Juan de Mendaño (Rodríguez-Moñino, 1966), la Primera parte de Francisco de Castaña (Rodríguez-Moñino, 1966), el Romancero historiado de Lucas Rodríguez (Rodríguez-Moñino, 1967), el Cancionero de Romances de Lorenzo de Sepúlveda (Rodríguez-Moñino, 1967), la Floresta de varios romances de Damián López de Tortajada (Rodríguez-Moñino, 1970), la Primavera y flor de romances. Segunda parte de Francisco de Segura (Rodríguez-Moñino, 1972), la Historia y Romancero del Cid de Juan de Escobar (Rodríguez-Moñino, 1973).

36 Aparecido primero como Discurso del IX Congreso Internacional de la Internacional Federation for Modern Languages and Literatures y luego como librito en 1965, reeditado en 1968.

37 Legado Rodríguez-Moñino / Brey de la Real Academia Española. Correspondencia. El estudio y la publicación de dicha correspondencia ofrece datos interesantísimos no solo para la biografía personal y científica de Rodríguez-Moñino y María Brey, sino para la reconstrucción de la vida cultural española desde 1939 hasta 1970. Una muestra de ello en Rodríguez-Moñino Soriano, La vida y la obra del bibliófilo, 342-358 y 363-483).

38 Un año más tarde, su esposa, María Brey, fue elegida miembro correspondiente de la Sociedad.

39 Cataloga 248 manuscritos poéticos procedentes de la biblioteca de Mr. Archer M. Huntington que atesoró durante más de cincuenta años.

40 "Entre conservados y perdidos de los que queda mención, son 1679 los anteriores a 1601 que ha juntado Moñino, cifra inimaginable antes de su Diccionario, y cuya descripción ocupa en él 508 páginas" (416).

41 Incluye la descripción de los ejemplares, vaciado de primeros versos y las bibliotecas en los que se localiza cada ejemplar. Incorpora portadas facsímiles y describe 72 obras y 250 piezas individualizadas. Vol. I, pp. 15-709; vol. II, pp. 9-269; más Índice alfabético de libros descritos, pp. 273-277; Índice tipográfico, pp. 279-281; Índice de procedencias, pp. 283-285; Índice de primeros versos, pp. 287-837, en el que señala en cada una de las ediciones que se encuentra; Índice de nombres y lugares, pp. 839-917, e Índice general, pp. 919-929

42 De la Biblioteca Nacional de España consultó 16 mss.; de la Biblioteca Real, seis; de la Biblioteca Universitaria de Barcelona, dos; de la Biblioteca Nacional de Francia, dos; y de bibliotecas italianas, tres.

43 Para la edición crítica de textos poéticos, véase M. de la Campa, "La edición crítica", 49-50. Se conserva una abundante correspondencia entre Rodríguez-Moñino y Blecua en el Legado Rodríguez-Moñino / Brey de la Real Academia Española. Correspondencia (Rodríguez-Moñino Soriano, La vida y obra del bibliófilo, 471).

44 Aunque ya antes pueden encontrarse algunos en el Jardín de amadores, 1611.

45 Estudia los textos: "Ensílleme el potro rucio" (Lope), "Ensílleme el asno rucio" (Góngora), "¡Ah, mis señores poetas!" (Góngora o un seguidor de Góngora), "¿Por qué, señores poetas" (Lope), "A vos digo, señor Tajo" (Góngora), "Bien parece, padre Tajo," (Lope).

46 Incluye 24 referencias, de las que al menos quince son obras de poetas de entre 1580 y 1660; entre ellos se encuentran Góngora, Rodrigues Lobo, Quevedo, Manuel de Melo, Esquilache, Trillo y Figueroa, Torre Farfán y Gerónimo de Valmaseda. Aunque en algunos casos estos romances aparecieron publicados sin la anonimia, pueden considerarse romances nuevos, de nueva creación.

47 Adolfo de Castro en 1874 lo consideró [al Entremés...] como obra de Cervantes, impreso sin su nombre.

48 Reedición facsímil de las Obras poéticas de Góngora publicadas en 1921 por Foulché-Delbosc.

49 Reedición de las Obras completas por Juan Millé y Giménez e Isabel Millé y Giménez.

50 Describen un total de 3,026 manuscritos. Vol. I: 1 a 500 (1953); II: 501 a 896 (1956); III: 897-1100 (1957); IV: 1101 a 1598 (1958); V: 1959 a 2099 (1959); VI: 2100 a 2374 (1962); VII: 2375 a 2474 (1963); VIII: 2475 a 2824 (1965); IX: 2825 a 3026 (1970).

* En la organización de esta Bibliografía se respeta el criterio del autor [N. de los editores].

 

Información sobre el autor

Mariano de la Campa Gutiérrez. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid y Profesor Titular de Literatura Española en la misma institución. Vocal de la Asociación Internacional de Hispanistas (AIH). Secretario del Instituto Universitario "La Corte en Europa" (IULCE-UAM). En 1995 obtuvo el Premio Ramón Menéndez Pidal de la Real Academia Española. Su investigación se desarrolla tanto en el ámbito de la Literatura Medieval como en la del Siglo de Oro, y sus publicaciones se centran en la historiografía medieval alfonsí, la crítica textual y la edición de textos, las historia de los estudios de la poesía de cancionero, la poesía del Siglo de Oro, el Romancero tradicional y el Romancero nuevo, y la escuela filológica de Menéndez Pidal.

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