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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.31 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2010

 

Dossier: éticas, poéticas y políticas de la biblia
Políticas bíblicas

 

Profecía y liberación

 

Prophecy and Deliverance

 

Rubén Dri

 

Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires

 

Fecha de recepción: 2 de febrero de 2010.
Fecha de aceptación: 25 de mayo de 2010.

 

Resumen

La historia del pueblo hebreo, como la historia de todos los pueblos, se encuentra jalonada por luchas entre diferentes y contrapuestos sectores sociales que se expresan mediante proyectos opuestos. Uno es el proyecto de la monarquía y otro, el de los profetas. el primero es de dominación sobre los campesinos y el segundo, el de liberación mediante la organización en una confederación de tribus que admiten como único rey a Yahvéh, el Díos de moisés, Díos de la liberación.

Palabras claves: profetas, Reinado de Yahvéh, Israel, monarquía, confederación.

 

Abstract

The history of Hebrew people, just as the history of every people, is marked out by fighting among opposing social sectors, which express themselves through counterpointing projects. There is a monarchy project, and there is a prophets' project. The former pursues dominance over peasants, and the latter pursues deliverance, through a tribal confederation accepting Yahveh, the God of Moses, the God of liberation, as the sole king.

Key words: prophets, kingdom of Yahveh, Israel, monarchy, confederation.

 

Los arcos de los ex-fuertes están quebrados;
los que antes desfallecían, se equipan con fuerza armada.
Los que estaban saciados, se alquilan por pan;
los que eran hambrientos, se engordan con botín.
La mujer una vez estéril, ha dado a luz siete hijos.
La madre de muchos hijos, ha llegado a ser infértil.
(1 Sam. 2: 4-5)

La historia del pueblo hebreo, como la historia de todos los pueblos, se encuentra jalonada por luchas entre diferentes y contrapuestos sectores sociales que se expresan mediante proyectos opuestos. El proyecto triunfante escribe o reescribe la historia desde su propia visión. Las luchas de los sectores sometidos pugnan por realizar una revisión de esa misma historia.

No en todos los pueblos de la Antigüedad, entendiendo por esta todo el período anterior a la era cristiana, se posee documentación suficiente para detectar esas luchas y proyectos contrapuestos. El caso del pueblo hebreo es, en este sentido, excepcional, porque su historia se plasmó en una serie de textos que conjuntados forman lo que conocemos con el nombre de Biblia.

 

¡A tus tiendas Israel!

En el 961 a. C. moría el rey Salomón y los jefes tribales se presentan ante el heredero, Roboam, para solicitarle que baje los tributos que pesaban sobre las tribus, cosa que el nuevo rey rechaza airadamente. Ante esa situación, exclaman los jefes tribales: "¿Qué parte tenemos con David? ¡No tenemos herencia con el hijo de Jesé! ¡A tus tiendas Israel! ¡Mira ahora por tu casa, David! Israel se fue a sus tiendas" (1 Re. 12: 16).

El episodio es clave para entender la relación de la monarquía davídica con las tribus, o sea, con el pueblo hebreo. Las tribus no tienen nada que ver con David. Ello significa que no tienen nada que ver con la monarquía, con el proyecto monárquico. Israel, el pueblo hebreo, debe volver a "sus tiendas". El término es simbólico. Alude a la etapa del desierto donde se elabora el proyecto de sociedad liberada, confederación de tribus conocida como el "reinado de Yavéh" (Jue. 8: 22).

Es el choque entre dos proyectos contrapuestos, el de Israel y el de la casa de David, el de la confederación de tribus y el del imperio davídico-salomónico. La exclamación "¡A tus tiendas Israel!" quiere decir que la "casa de David" no pertenece a Israel. "No tenemos herencia con el hijo de Jesé"1 ¿Cómo es, pues, esa historia?

Según los relatos bíblicos, la historia del pueblo hebreo comienza con las sagas2 de los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob. Los hijos de este último habrían emigrado a Egipto donde, habiéndose multiplicado, fueron considerados por el Faraón como un peligro y, en consecuencia, perseguidos. Uno de ellos, de nombre Moisés, asume finalmente el liderazgo y logra sacar al pueblo de Egipto. Después de una larga travesía en el desierto, con el liderazgo de Josué el pueblo logra entrar en la tierra de Canaán y, luego de encarnizadas luchas, allí se quedan.

La entrada a la tierra de Canaán, más tarde llamada "Pales-tina",3 se produce alrededor del 1200 a. C y solo doscientos años después, en el 1000, logran organizarse como monarquía por obra de David, de la tribu de Judá, al que le sigue Salomón, a cuya muerte tiene lugar el acontecimiento clave que hemos relatado.

Así suena la narración bíblica. Llama la atención que se tardase tanto en la conformación de un Estado, cuando se encontraban rodeados de Estados. Este hecho solo puede tener una explicación adecuada si se acepta que las denominadas "doce tribus" tenían un proyecto propio, antimonárquico.

La separación entre el reino de Israel y el de Judá, producida luego de la muerte de Salomón, no hizo más que actualizar, poner en acto, lo que siempre estuvo separado, dos proyectos de sociedad contrapuestos, dos teologías —empleando el término en sentido lato de concepción de Dios— enfrentadas, que conocen dos orígenes distintos.

 

Judá, sede del proyecto monárquico

El fundador de la monarquía hebrea —en realidad "judía"— pertenece al grupo que se conoce con el nombre de "Judá". Hasta el momento de la fundación de la monarquía ese grupo no había pertenecido a las "doce tribus". El cántico de Rebeca (Jue. 5) que nombra a todas las tribus que participaron en la batalla de Esdrelón (1125 a. C.) y critica a las que no participaron, no nombra a Judá.4 El texto es fundamental porque es evidente que allí se nombra a todas las que conformaban el grupo de tribus.

El origen de Judá debe de ser el mismo que el de las otras tribus, es decir, Egipto. De allí salieron varios grupos luego de la expulsión de los hicsos (1750 a. C.). Algunos de esos grupos, probablemente expulsados con los hicsos, recalaron al sur de la tierra de Canaán, tal vez imposibilitados de entrar en ella debido a la red de fortalezas que lo impedían.5

El contacto entre la tribu de Judá y las "doce" se producirá recién en el año mil y tal vez, como supone Michaud ello ha sido posible por la derrota de los filisteos en la batalla de Micmás. Pero ese contacto fue mucho más que eso. Fue la implantación de la monarquía que, sin duda se había preparado en los dos siglos anteriores. David hace caer la fortaleza de Jerusalén y la transforma en la capital del reino que acaba de fundar.

De ahora en más lo que había sido Israel es la monarquía davídico-salomónica que se implanta por sobre las tribus y su proyecto. David tiene un ejército profesional, independiente de las tribus y de toda su historia6 y elige a Jerusalén, fortaleza je-busea, que nada tenía que ver con la historia de las tribus, como capital. De esta manera, se encamina el proyecto monárquico que pronto será imperial, a semejanza de los imperios que no cesaban de sucederse en su dominio del "Fértil Creciente".

David construye un imperio al estilo oriental. Necesita, en consecuencia, una legitimación religiosa. Diversos salmos la expresan taxativamente: "Ya tengo yo —Yavéh— consagrado a mi rey en Sion, mi monte santo. Anunciaré el decreto del Señor pues él me ha dicho: 'Tú eres hijo mío; hoy te he dado a la vida. Pídeme y serán tu herencia las naciones, tu propiedad los confines de la tierra'" (Sal. 2).

El rey al cual Dios lo hace hijo suyo y le promete la dominación sobre todas las naciones es David y también Salomón. Este rey no debía manifestar piedad ni misericordia sobre sus enemigos, pues "lanzó —el Señor— sus saetas y dispersó a los enemigos: salieron sus rayos y fueron derrotados". Con semejante apoyo puede el rey exclamar: "cuando persigo a mis enemigos, los alcanzo y no vuelvo hasta haberlos exterminado. Los derribo y no pueden levantarse, quedan en tierra bajo mis pies" y continúa en su entusiasmo exterminador: "los desmenuzo como el polvo de la tierra y los piso como el barro del camino". Para que no queden dudas de quien se trata, el salmo (Sal. 19) termina: "Tú das más y más victorias a tu rey, y muestras compasión con tu ungido, con David y su descendencia para siempre".

 

Los arcos de los ex-fuertes se han quebrado

¿Qué realidad respondía al nombre de "Israel" que frente a la monarquía decide volver a sus tiendas? ¿Qué tipo de realidad, qué conformación social, política, cultural, religiosa, se esconde bajo ese nombre? El capítulo 24 del libro de Josué nos relata un solemne pacto con Yavéh realizado por las tribus reunidas en Siquem por el cual las tribus se comprometieron a aceptar solamente a Yavéh como rey.

¿Qué títulos tenía Yahvéh para que las tribus lo aceptasen como único rey? Toda la historia del pueblo que ahora empezaban a conformar las tribus, siempre fueron guiadas por Yahvéh en el camino de la liberación. Los pactos entre diversos grupos o de los grupos con el rey no eran una novedad, pero en este caso se trata de un pacto especial, en cuanto las tribus se comprometen a la realización de una sociedad antimonárquica, por cuanto el único monarca con el cual pactan es Yahvéh.

Se crea, de esa manera, una confederación de tribus antimonárquica, antijerárquica, antitributaria, antimilitar, el reino de Yahvéh estructurado alrededor del valor fundamental del "don", es decir, del "compartir". Una economía comunitaria, compartida. El ideal o utopía de la confederación tuvo diversas vicisitudes en su implementación en proyectos concretos. En su lucha en contra de los madianitas su milicia fue conducida por Gedeón. Como resultado del éxito obtenido: "Los hombres de Israel dijeron a Gedeón: 'Reina sobre nosotros tú, y tu hijo y tu nieto, pues nos has salvado de la mano de Madián'. Pero Gedeón les respondió: 'No seré yo el que reine sobre vosotros ni mi hijo; Yahvé será vuestro rey'" (Jue. 8: 22-23). Esta respuesta muestra la voluntad manifestada en el pacto de Siquem de conformar Israel como confederación de tribus en contra de la monarquía, cosa que es recordada por el célebre apólogo de Jotam según el cual el único árbol que aceptó ser ungido como rey fue la inútil zarza.7

El célebre apólogo fue narrado por Jotam en contra de la proclamación de su hermano Abimelek como rey de Israel. Según el apólogo los árboles más nobles, el olivo, la higuera y la vid rechazan la propuesta argumentando que reinar es "vagar por encima de los árboles" y ellos ocupados en tareas importantes en beneficio de "los dioses y los hombres". Solo la zarza, árbol inútil de toda inutilidad, puede aceptar tal propuesta.

Semejante rechazo no podía menos que suscitar la reacción de quienes querían establecer una monarquía a semejanza de las monarquías vecinas. Era una lucha de proyectos contrapuestos, el de dominación monárquica en contra del de liberación. Lucha violenta, tanto que "Jotam huyó, se puso a salvo y fue a Beer, donde se estableció lejos de su hermano Abimelek" que había aceptado la propuesta monárquica.

Lucha de proyectos contrapuestos. Las cartas de Amarna proporcionan abundante información sobre la realidad de los hapiru o habiru que circulaban por todo el territorio de Canaán como marginados, ya sea que estuviesen al servicio del poder monárquico o luchasen en contra del mismo, en general en bandas en conflicto con los reyes cananeos. En este sentido, el grupo que sale de Egipto liderado por Moisés sería un grupo de habirus que, en la tierra de Canaán, se unieron a otros habirus con los que finalmente hicieron el pacto de Siquem que hemos visto.

El grupo de habirus8 que liderado por Josué, sucesor de Moisés, entra en la tierra de Canaán, allí se encuentra con otros grupos también rebelados contra las monarquías que los habían oprimido. De ese encuentro sin duda surgirán varios pactos hasta culminar en el citado pacto de Siquem. De los textos que tenemos surge que es el grupo de Moisés el que ha reflexionado más profundamente sobre la experiencia común.

Esa reflexión, que constituye la primera Teología de la Liberación, consiste en sacar la conclusión de que si Dios los ha liberado, o los ha acompañado en su tarea de liberación, es evidente que no quiere una sociedad de dominación como eran todos los Estados existentes, las monarquías orientales. Evidentemente Dios quiere otro tipo de sociedad. De allí surge el proyecto de la confederación de tribus como reino de Yavéh.

Las monarquías no podían menos que ver esta nueva sociedad como un verdadero peligro. Efectivamente, los componentes de la confederación de tribus eran brazos que se negaban tanto para las obras públicas, para la construcción y mantenimiento del palacio y del templo, como para el ejército. Por otra parte, la confederación implicaba que los campesinos dejaban de pagar el tributo, tema central en esa y en todas las sociedades.

Para defenderse de los ataques y las razias que llevaban a cabo los ejércitos de las monarquías, los confederados estaban organizados en milicias que se formaban con los contingentes que presentaban las distintas estructuras de la confederación, conformando grupos de 10, de 50, de cien y de mil, según podemos deducir de Éxodo 18: 21.9

Es fundamentalmente en los cánticos donde encontramos noticias de estos enfrentamientos. El "cántico a la orilla del mar" celebra, en la primera parte (Ex. 15: 1-11), la victoria sobre el Faraón y su ejército constituido fundamentalmente por "caballos" (susim) y "carros" (merkabot) que serán siempre los símbolos de la muerte y la destrucción según la concepción profética.

La segunda parte (Ex. 15: 13-18) se refiere a las victorias de la confederación sobre determinadas monarquías presentadas de modo quiásmico, las situadas al oeste del Jordán formaban las paredes, y el centro lo constituían las monarquías que estaban situadas al este del mismo río, formando la siguiente figura:

Habitantes o gobernantes de filistea (yosebe peleset);

Jefes de Edom ('allufe 'edom);

Líderes (Literal: "borregos") de Moab ('ele mo'ab);

Hombres o gobernantes de Canaán (yosebe kena'an) (Gottwald, Las tribus de Yahveh, 559).

Pero hay un cántico que tal vez haya sido el cántico que repetían los milicianos luego de su triunfos grandes o pequeños frente a las monarquías cananeas y que en la Biblia figura como el "cántico de Ana". Como señala Gottwald, "virtualmente todos los biblistas reconocen que el llamado Cántico de Ana tuvo un origen independiente de su actual contexto narrativo" (581).

Incluido en 1 Sam. 2: 1-10, expresa el triunfo que Ana agradece a Dios por estar embarazada, siendo así que por edad ya había perdido las esperanzas. Es a todas luces evidente que se trata de un cántico que celebra la victoria frente a los opresores:

Mi corazón exulta en Yavéh,
mi cuerno se levanta en Dios.
Mi boca se dilata contra mis enemigos,
porque me he gozado en tu socorro.
(1 Sam. 2: 1-2)

Es una explosión de alegría la que expresa Ana, porque ha terminado la maldición que pesaba sobre su vida, la de no poder concebir. Esa alegría se la debe a Yavéh. Pero lo que parece extraño es que esa alegría la obtiene a expensas de sus enemigos. La victoria es fruto de una pelea. Se introduce, de esa manera, el verdadero tema del cántico que, sin duda no pertenecía a la mujer que acaba de parir, sino a los militantes confederados que han vencido a sus opresores.

Los arcos de los ex-fuertes están quebrados;
los que antes desfallecían, se equipan con fuerza armada.
Los que estaban saciados, se alquilan por pan;
los que eran hambrientos, se engordan con botín.
La mujer una vez estéril, ha dado a luz siete hijos.
La madre de muchos hijos, ha llegado a ser estéril.
(1 Sam. 2: 4-5).

"Los arcos" eran armas de los ejércitos reales. Estos mediante los arcos y otras armas eran "fuertes", pero ahora dejaron de serlo porque sus armas están quebradas. ¿Quiénes realizaron tal hazaña? "los que antes desfallecían", los pobres campesinos, siempre explotados, que ahora "se equipan con fuerza armada". Es la milicia que no está formada por "profesionales" de la guerra. Se han armado para defenderse.

"Los que antes estaban saciados" son los cortesanos, los terratenientes, los burócratas. El tema de la "saciedad" recorre la historia del proyecto profético de liberación. Solo los ricos estaban saciados, pero ahora, después de la derrota, saben lo que es tener hambre, mientras que los hambrientos de antes, ahora están saciados. El cántico expresa la saciedad mediante el despojo del enemigo vencido.

Ahora el cántico se vuelve al pueblo simbolizado en la mujer. "La mujer una vez estéril" ahora no es Ana, es el pueblo que no puede crecer porque no está alimentado, tiene hambre. Pues bien, esa mujer "ha dado a luz siete hijos". "Siete" es la plenitud, igual que "doce". Es el pueblo que ahora se ha repuesto y crece, mientras que "la madre de muchos hijos", es decir, los sectores sociales que habían acaparado el dinero y el poder, "ha llegado a ser estéril".

 

Yo la voy a seducir

La experiencia de la confederación de tribus, reino de Yavéh, tuvo una duración cercana a los dos siglos, desde aproximadamente el 1200 a. C. con el pacto de Siquem, hasta el 1000 a. C. con la monarquía davídica. En el 1030 a. C., para hacer frente a la agresión de los filisteos, la confederación tuvo que aceptar que el líder carismático Saúl organizase un ejército. Con David termina la experiencia de la confederación y comienza la monarquía contra la cual habían luchado los hebreos.

Pero la experiencia de liberación que habían tenido quedó grabada en la memoria de los campesinos hebreos y de su seno fueron surgiendo líderes populares, conocidos como profetas que se harán cargo de que esa memoria no solo perviva, sino que se transforme en un impulso continuo y creciente de liberación. Tanto en Judá como en Israel surgen estos enormes profetas de la liberación.10

El profeta Oseas, dotado de singular inspiración poética, nos presenta la historia de Israel como la novela de dos amantes, Dios y el pueblo, con su apasionamiento, sus traiciones, arrepentimiento, condenación y reconciliación. Narrada la novela en primera persona, el pacto matrimonial del profeta es el símbolo del pacto del pueblo con Dios.

Los tres primeros capítulos nos muestran las infidelidades de la mujer, es decir, del pueblo, y el amor apasionado del marido, o sea, de Dios, que busca por todos los medios posibles la vuelta de la infiel, "yo la voy a seducir y la llevaré al desierto y hablaré a su corazón" (Os. 2:16). Es en el desierto donde se forjó el proyecto de la confederación, reinado de Yavéh, que se consumó en el pacto de Siquem.

La seducción producirá el efecto buscado, el retorno de la mujer infiel y entonces exclama el marido: "Haré en su favor un pacto el día aquél con la bestia salvaje, con el ave de los cielos, con el reptil del suelo; arco, espada y guerra los quebraré fuera de esta tierra y haré que ellos reposen en seguro" (Os. 2: 20).

El pacto del amado con la amada, de Dios con el pueblo, se extenderá a toda la creación que será pacificada. La tierra no dará abrojos y espinas, no será enemiga sino amiga. Arco, espada y guerra serán definitivamente desterrados. Reinará la paz no como simple tranquillitas ordinis, según la definición agustiniana, sino como la solución de los conflictos en el reino de la abundancia para todos. Oseas se explaya en el idilio de Yavéh con su pueblo: "Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y equidad, en amor y compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yavéh" (Os. 2: 19-20).

¿Cómo se produjeron las infidelidades de la mujer, es decir, del pueblo? ¿Cómo aconteció la traición? "Emboca la trompeta como un vigía sobre la casa de Yavéh; porque han quebrantado mi pacto y han sido rebeldes a mi ley [...] Han hecho reyes sin contar conmigo, han puesto príncipes sin saberlo yo" (Os. 8: 1-4). La traición aconteció con la instalación de la monarquía. Gedeón había dicho que instalar la monarquía era traicionar a Yavéh.

 

Sión será un campo arado

La institución monárquica es la traición al pacto confederado. En consecuencia, debe ser abolida. Miqueas, perteneciente a Judá, lo dice de la manera más radical:

Escuchad, pues, esto jefes de la casa de Jacob y notables de la casa de Israel, que abomináis el juicio y torcéis toda rectitud, que edificáis a Sion con sangre, y a Jerusalén con maldad. Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes enseñan por salario, y sus profetas vaticinan por dinero, y se apoyan en Yavéh diciendo: "¿No está Yavéh en medio de nosotros? ¡No vendrá sobre nosotros ningún mal!". Por eso, por culpa vuestra Sión será un campo arado; Jerusalén se hará un montón de ruinas y el monte del templo será cubierto por el bosque (Miq. 3: 9-12).

Sin duda, Miqueas es el profeta del siglo VIII que critica en forma más radical a la monarquía como forma de gobierno. Para él la monarquía no tiene salvación porque constituye la violación más flagrante al pacto que se pueda pensar. Son denunciados los jueces que se dejan sobornar; los sacerdotes que aprovechan su función para enriquecerse; los profetas que por dinero engañan al pueblo con sus vaticinios; las autoridades que ejercen el poder en forma criminal.

Todo ello significa la ruptura más escandalosa posible del pacto, porque este es un pacto de Yavéh con las tribus, o sea con el pueblo, y de las tribus entre sí. Las maldades y los crímenes denunciados constituyen la ruptura total del pacto. La raíz radica en la institución misma de la monarquía, porque como ya lo había dicho Gedeón, nombrar un rey es desbancarlo a Yavéh. Por ello, la monarquía no tiene remedio, es necesario destruirla y que de ella solo quede un campo arado.

No todos los profetas tenían una posición tan radical como las de Miqueas y Oseas. Isaías, por ejemplo, no cuestiona a la monarquía como forma de gobierno, pero critica en forma no menos radical las injusticias que se cometen en ella. No cuestiona a la monarquía como forma de gobierno, sino a la manera como la monarquía ejercita el poder. En lugar de la destrucción de Sión, el templo busca su renovación. Yavéh hará surgir un nuevo David.

Se inicia de esa manera una línea profética que se esfuerza por sostener los valores fundamentales de la confederación de tribus, sintetizados en el pacto —berith— con Yavéh, que implica una democratización en la monarquía. En este sentido, los esfuerzos mayores deben ubicarse en el Deuteronomio, el Déutero Isaías y el Apocalipsis de Daniel,11 pero en circunstancias críticas volverán tanto en los movimientos apocalípticos como en los proféticos, las posturas radicales como las de Miqueas y Oseas.

Con la caída de la monarquía de Judá (587 a. C.) en manos de los babilonios, se replantea el tema del pacto. Jeremías, Ezequiel y los círculos deuteronomistas hablan de un pacto nuevo que, si para Jeremías se trata de un hecho salvífico, los deuteronomistas lo interpretan como una renovación del antiguo pacto tribal (Dt. 17:14-20) al que el rey debe someterse.

Pero tal vez sea el Déutero Isaías el que expresa con más claridad esta línea: "Pues voy a firmar con ustedes un pacto eterno: las amorosas y fieles promesas hechas a David" (Is. 55: 3). El texto se sitúa en forma polémica frente a la tradición davídica, es decir, monárquica. El pacto eterno, especificado como "las amorosas y fieles promesas hechas a David", según la interpretación de la corriente monárquica, es cambiado. Ahora ya no es con David, es decir, con el rey, que lo va a firmar, sino con ustedes, en otras palabras, con el pueblo.

Nuevamente Yavéh pacta con su pueblo, no con el rey ni con el sacerdote. Como en la antigua confederación, como en Siquem. Es posible ver esta tendencia democratizadora en la figura del "siervo" que suplanta al rey davídico. El mesías no es interpretado ahora según la tradición monárquica, sino según la tradición profética, confederada. El Mesías no ha de venir como rey, como dominador, sino como siervo, como compañero.

En la última etapa del profetismo, en el siglo IV, Zacarías retoma la línea profética, la de la confederación de tribus: ¡Exulta, sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de gozo, hija de Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en una asna, en un pollino, cría de asna. Él suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de combate y él proclamará la paz a las naciones" (Zac. 9: 9-10).

Texto cargado de simbolismos. El rey viene montado en un asno al igual que las milicias de la confederación que iban al combate en esa cabalgadura, como nos lo recuerda el cántico de Débora (Jue. 5: 10). El rey viene, pues a restablecer la confederación. Sus enemigos, es decir, los ejércitos monárquicos, van montados en corceles y carros de guerra. El rey destruirá estos armamentos que significan opresión, destrucción y muerte.

SIGLAS

Ex.

Éxodo

Dt.

Deuteronomio

Jue.

Libro de Jueces

1 Sam.

Libro Primero de Samuel

2 Sam.

Libro Segundo de Samuel

1 Re.

Libro Primero de los Reyes

Sal.

Salmo

Is.

Isaías

Os.

Oseas

Miq.

Miqueas

Zac.

Zacarías

 

REFERENCIAS

Albertz, Rainer, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, Madrid, Trotta, 1999.         [ Links ]

Bright , John, La historia de Israel, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1970.         [ Links ]

Cazelles, Henri, Historia política de Israel desde los orígenes hasta Alejandro Magno, Madrid, Cristiandad, 1984.         [ Links ]

Clévenot, Maurice, Lectura materialista de la Biblia, Salamanca, Sígueme, 1978.         [ Links ]

Dri, Rubén, Autoritarismo y Democracia en la Biblia y en la Iglesia, Buenos Aires, Biblos, 1996.         [ Links ]

Gottwald, Norman K., Las tribus de Yahveh. Una sociología de la religión del Israel liberado (1250-1050 a. C.), trad. Alicia Winters, Barranquilla, Seminario Teológico Presbiteriano y Reformado de la Gran Colombia, 1992.         [ Links ]

Michaud, Robert, De la entrada en Canaán al destierro en Babilonia, Navarra, Verbo divino, 1983.         [ Links ]

Pixley, John, Exodo, México, Cupsa, 1986.         [ Links ]

Rad, Gerhard, von, Teología del Antiguo Testamento I. Teología de las tradiciones históricas de Israel, Salamanca, Sígueme, 1972.         [ Links ]

Rad, Gerhard, von, Teología del Antiguo Testamento. Teología de las tradiciones proféticas de Israel, Salamanca, Sígueme, 1973.         [ Links ]

Weber, Max, "El judaísmo antiguo", en Ensayos sobre sociología de la religión (III), Madrid, Taurus, 1988.         [ Links ]

 

Notas

1 Ya antes, en el reinado de David, las tribus habían planteado que no tenían nada que ver con dicho rey. Efectivamente, el banjaminita Seba lidera una insurrección al grito de: "No tenemos parte con David, ni tenemos heredad con el hijo de Jesé. ¡Cada uno a sus tiendas, Israel!" (2 Sam. 20: 1).

2 Entendemos por "sagas" narraciones que tienen un lejano fundamento histórico. Las narraciones que la Biblia nos proporciona sobre los patriarcas, no son históricas, pero tienen fundamento histórico. Los personajes citados habrían pertenecido al siglo XVIII, mientras que los primeros textos bíblicos que nos dan noticias de ellos pertenecen al siglo X.

3 El nombre "Palestina" deriva de "pelistin". Así se denominaban los "filisteos", un pueblo que invade la zona en el siglo XI y allí se hace fuerte.

4 El cántico elogia la participación de seis tribus: Efraim, Benjamín, Maquir, Zabulón, Isacar y Neftalí. Recrimina en cambio su no participación a cuatro tribus: Rubén, Galad, Dan y Aser. En total, diez tribus.

5 Michaud cita tres fortalezas: Jerusalén, Ayalón y Guezer.

6 David "sistemáticamente fue reclutando una verdadera tropa mercenaria, compuesta no sólo de parientes y de voluntarios de las demás tribus, sino también de toda clase de descastados y fracasados" (cfr. 1 Sam. 22: 2; Albertz, Historia, I, 201).

7 El apólogo se encuentra en Jue. 9: 8-21.

8 Con toda probabilidad de habiru proviene el nombre hebreo. Suprimiendo las vocales nos quedan solo las consonantes hbr.

9 La estructura de la confederación podría ser la siguiente: De abajo hacia arriba, en primer lugar las familias extensas (bet-av; bet-avot) que llegaban a contar hasta 50 miembros; luego las "asociaciones de ayuda mutua (Mispahat-Mispahot) que podían contar con 10 bet-avot; luego las tribus (sebet-sebatim) con hasta 50 mispahot y, finalmente, las sebatim que serían 10 ó 12" (Gottwald, Las tribus de Yahveh, 353-355).

10 Entre ellos citamos a Amós y Oseas en Israel e Ismas y Miqueas en Judá.

11 Hemos desarrollado el tema en Dri, Autoritarismo y Democracia, 45-52.

 

Información sobre el autor

Rubén Dri: Es filósofo y teólogo. Fue profesor de Filosofía en la Universidad Nacional del Nordeste, Resistencia, Chaco, Argentina. Posteriormente ejerció la docencia y la investigación en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Universidad Autónoma Metropolitana, en las áreas de Epistemología y Filosofía Política, y en el Instituto Teológico de Estudios Superiores de la misma ciudad. Actualmente es profesor-investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Se desempeña además como profesor titular en la Cátedra de Sociología de la Religión en la misma Facultad y como profesor titular en el Doctorado en Ciencias Sociales. Es autor de varios libros en el área socio-teológica: La Utopía de Jesús; Autoritarismo y Democracia en la Biblia y en la Iglesia; Proceso a la Iglesia Argentina; El movimiento antiimperial de Jesús; Insurrección y Resurrección. Al área filosófica pertenecen: Revolución burguesa y nueva racionalidad; Intersubjetividad y reino de la verdad; Razón y libertad; Odisea de la conciencia moderna; La utopía que todo lo mueve; Racionalidad, sujeto y poder; La revolución de las asambleas; Hegel y la lógica de la liberación. Es director de Diaporías, Revista de Filosofía y Ciencias Sociales. Ha participado en numerosos congresos internacionales y nacionales en temas de Teología, Sociología de la Religión y Filosofía.

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