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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.27 no.2 Ciudad de México oct./nov. 2006

 

Artículos

 

La espera y el deshacerse del tiempo

 

Esther Cohen

 

Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

 

Resumen

En este texto me ocupo de un aspecto concreto de una obra de Dino Buzzati, El desierto de los tártaros, publicada en 1940. Se trata del concepto de espera que me interesa destacar en la medida en que plantea, al igual que lo hicieron Kafka o Beckett entre tantos otros, la relación de ésta con la idea de anacronismo como forma única de "salirse" de la historia para plantear, desde ahí, su crítica aguda y puntual de la sociedad de su tiempo. En el caso concreto de Buzzati, quien escribe en plena guerra, ese anacronismo encuentra resonancia en su crítica desmoralizadora, donde el hombre espera no paciente sino desesperadamente la llegada de los tártaros, desaparecidos siglos atrás; esperar, como dice uno de sus personajes, simplemente porque nos es preciso esperar algo.

 

Abstract

This text deals with Dino Buzzati's novel, The desert of the Tartars, published in 1940. The aim of this essay is the analysis of the concept of waiting since it puts in the center of the criticism of society, as Kafka or Beckett did among many others. Anachronism as the unique formula to "step out" of history to establish from that place, his acute and punctual criticism of the society of his time. In Buzzati's case, who writes during the war, that anachronism echoes in his demoralizing criticism where man waits, not patiently but desperately the arrival of the tartars, desapeared centuries ago. Waiting, as one of his characters say, simple because one must wait for something.

 

Se sabe que a los judíos les estaba prohibido
escrutar el futuro, al que sucumben
los que buscan información en los
adivinos. Pero no por eso se convertía
el futuro para los judíos en un tiempo
homogéneo y vacío. Ya que cada segundo
era en él la pequeña puerta por la que
podía entrar el Mesías.

Walter Benjamin.

 

El Mesías sólo llegará cuando ya no
haga falta, sólo llegará un día después
de su propia llegada, no llegará el último
día, sino en el ultimísimo.

Kafka.

 

1940: año de la publicación de El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, corresponsal de guerra para el periódico Corriere Della Sera. 1940, año del suicidio del filósofo Walter Benjamin es, a su vez, el año en que ven la luz las tesis de filosofía de la historia del mismo autor. En ambos textos, literatura y filosofía parecen conjuntarse en un mismo sitio: la espera, una espera casi infructuosa, en momentos delirante, a veces catastrófica, se trata, cada uno a su manera, de una desesperanzada espera de algo que, quizás, no llegará nunca, o, para decirlo con Buzzati, de algo que con certeza no llegará porque para el autor y su personaje, Drogo, la suerte está echada, la guerra no de los tártaros sino la del fascismo totalitario de los años cuarenta atraviesa su escritura en forma de espera desmoralizadora, de igual manera en que el ángel de la historia benjaminiano mira con los ojos desorbitados la llegada de la catástrofe. Y, sin embargo, se impone, no obstante los obstáculos, esperar, esperar fuera del tiempo, más allá del tiempo, de la desesperanza. Ya Kafka decía mucho antes de esta fecha que el gran pecado de la humanidad era la impaciencia. De esta manera, Buzzati nos conducirá, de la mano de Giovanni Drogo, su personaje central, a una Fortaleza inexistente donde transcurrirá su vida esperando la llegada de los tártaros.

-¿Qué quiere que le diga? -dijo el comandante-. Son historias un poco complicadas... Aquí arriba uno está un poco como en el exilio, es preciso encontrar una especie de desahogo, es preciso esperar algo. A alguien se le pasó por la cabeza, se empezó a hablar de los tártaros, quién sabe quién fue el primero.1

Pero, ¿quiénes son los tártaros? ¿Acaso no fueron derrotados por Moscú en el siglo XV? ¿Acaso no dejaron de ser una amenaza para Europa desde principios de la Edad Media? Y es que ¿a quién espera realmente el personaje de la novela? Quizás deberíamos partir del hecho de que "Drogo no conocía el tiempo"2 y que es justamente a partir de este desconocimiento como la novela puede constituirse en un todo coherente a partir, de manera paradójica, de su total anacronismo. Ubicarse fuera de toda dimensión temporal para dar cabida a una espera que llena los días, las noches, en suma, la vida. Buzzati no está solo en esta empresa; lo preceden y lo acompañan otros tantos escritores que depositaron en un continuo aplazamiento el objetivo de una vida. Ahí están Franz Kafka, Joseph Roth, Samuel Beckett, quienes dieron a esta atemporalidad de lo narrado un lugar central en sus narraciones. Ciertamente, el caso de Buzzati resulta interesante de manera particular ya que El desierto de los tártaros se escribe en el preciso momento en que Europa está viviendo la oscuridad del fascismo totalitario. Si bien es cierto que la llamada "solución final" nazi no ha cumplido aún su objetivo, la literatura se eleva por encima de la historia para, desde ahí, hablarnos de ese ser en el mundo arrojado a la nada, a Fortalezas inexistentes, a fronteras sin confines que, como escribe Buzzati en su relato "Los siete mensajeros": "No existe, sospecho, frontera, al menos en el sentido en que estamos acostumbrados a pensarla. No hay murallas de separación, ni valles divisorios, ni montañas que cierren el paso. Probablemente atravesaré el límite sin siquiera darme cuenta e, ignorante de mí, seguiré adelante".3

Es así como llega el mesías de Kafka, el ultimísimo día, prácticamente sin que nos demos cuenta. Se trata entonces de una espera, como la del campesino a las puertas de la ley que deja pasar toda una vida sin atreverse a romper la prohibición de entrar, de un Joseph K. que acepta sin remedio la muerte, con la vergüenza de un perro, sin poder defenderse de una ley que lo acusa de algo que él mismo ignora y de la que, por principio, es culpable, o quizás de otra manera, se trata también de un Joseph Roth y su Fuga sin fin, cuyo personaje Franz Tunda acaba, al final del relato, en la más desamparada soledad: "Tunda, treinta y dos años, sano y despierto, un hombre joven y fuerte, con todo tipo de talentos; estaba en la plaza frente a la Madelaine, en el centro de la capital del mundo, y no sabía qué hacer. No tenía profesión, ni amor, ni alegría, ni esperanza, ni ambición ni egoísmo siquiera. Nadie en el mundo era tan superfluo como él".4 Buzzati, al igual que estos autores antes y después que él, tiene esa aguda lucidez para darse cuenta de que el hombre ha caído en un total desamparo y si hay algo que busca en la espera, es esa pequeña puerta de la que hablaba Benjamin, a través de la cual podría entrar el mesías. Pero esa salvación, incluso pensando en la tesis benjaminiana, no llega, como no llegará el momento de la reivindicación del hombre. Muy por el contrario, Buzzati, con oído atento, es capaz de percibir que la salvación "histórica" está muy lejos de llegar, que el llamado mesías no vendrá a salvar al hombre de las manos del hombre mismo y, por ello, el pobre Giovanni Drogo deberá abandonar la Fortaleza en el preciso momento en que los supuestos tártaros estén a punto de llegar, cuando la guerra, tan esperada durante toda una vida, le dé un sentido a su espera. Drogo morirá finalmente en una taberna camino a casa. Pero ¿cuál casa?, se pregunta uno. Esto me lleva a pensar en esa vieja historieta judía en la que el personaje pregunta "¿A dónde vas?" y el otro responde "Lejos". ¿Lejos de dónde? Porque ya no hay una casa, como no hay más una tierra, una patria, una ilusión, un deseo. El desierto de los tártaros habla justamente de esta esperanza fallida, de la pérdida de horizontes, de ahí que la crítica a esta nueva modernidad deba hacerse desde fuera del tiempo, por encima de él, benjaminianamente a contrapelo. Deshacer el tiempo, haciendo aparecer a los tártaros en pleno siglo XX como el peligro más escalofriante; detenerlo para dejar pasar la vida, las emociones, los afectos; congelarlo para impedir el derrumbamiento total y esta vez absoluto del hombre. "Y a más de cuarenta años, sin haber hecho nada de provecho, sin hijos, verdaderamente solo en el mundo, Giovanni miraba a su alrededor turbado, sintiendo declinar su destino."5 Es ésta, la espera en zozobra, la única cualidad que le queda a este "hombre sin atributos". " 'Pobre viejo', se dijo, y comprendía lo débil que era eso, pero después de todo estaba solo en el mundo y, salvo él mismo, nadie más lo amaba."6

En la mitología griega, "tártaro" es tanto una deidad como un lugar en el infierno, más profundo incluso que el Hades. Si Buzzati tomó en cuenta esta mitología, el desierto de los tártaros no sería sólo el lugar del devenir y de la vida eterna sino precisamente el laberinto borgiano, el lugar de los infiernos a donde ha sido arrojado el hombre y de donde no hay salida posible, en el cual los pasos del hombre se van borrando permanentemente de la arena, donde nada queda ni nada crece. El desierto deja de ser esa alegoría del devenir incesante para convertirse, en 1940 y a los ojos de Buzzati, en el lugar donde se deshidrata y marchita el hombre a falta de humanidad, a falta de una responsabilidad del hombre con el hombre y para el hombre. Escribir El desierto de los tártaros en plena guerra mundial tiene por fuerza que decir algo de la decadencia y debilitamiento de un mundo que desde 1914 ha ido cayendo en el ocaso, ocaso de un siglo que aún no logra despertar de la pesadilla del siglo XX, que a la par de los grandes avances tecnológicos y científicos dio a su vez lugar a dos guerras mundiales en las que murieron, en cifras de Eric Hobsbawm, cerca de cien millones de personas en condiciones de muerte industrializada y tecnificada. Lejos quedó, desde la Gran Guerra, el narrador de historias, como lo describe Walter Benjamin; de ahí, entonces, que ciertos autores hayan acudido, como Buzzati, justamente a la narración donde de manera aparente nada ocurre. En Beckett, vladimir y Estragón no dejarán de esperar a Godot; en Kafka, el agrimensor no claudicará ante la espera del dueño del Castillo, y en Buzzati, el "pobre Drogo" que desconoce el paso del tiempo, esperará hasta sus últimos días la llegada de los tártaros que han dejado de ser una amenaza siglos atrás. Desde ahí, desde la atemporalidad del tiempo todos ellos esperan la reivindicación de la humanidad, la llegada, no del progreso benjaminiano, que se reduce a la catástrofe, sino de la salvación histórica, de la justicia que acompaña al narrador que cuenta su experiencia en un mundo de hombres justos y responsables. Porque lo que de manera impactante nos relata Buzzati tiene que ver con el sentido profundo de la vida que definitivamente concierne a la pasividad de la espera y con la inmovilidad del hombre. "Parecía evidente que las esperanzas de antaño, las ilusiones bélicas, la espera del enemigo del norte, no habían sido sino un pretexto para dar sentido a la vida."7 Pero ese sentido de la vida se esfuma como se esfuman las fronteras y las Fortalezas. Drogo irá a morir antes de ver realizado su sueño, morirá, casi como el Joseph K de Kafka, solo, sin ilusiones, sin fantasía, excluido de toda posible realización.

Hay un autor poco reconocido en la historia literaria y que, sin embargo, era el autor de cabecera de Franz Kafka: Robert Walzer. Suizo de nacimiento, Walzer escribe en 1909 una novela llamada Jakob von Gunten, en la que un hombre acude al Instituto Benjamenta para aprender a ser nada ni nadie, para perderse en la masa servil y para aprender a mirar desde abajo. Una obra magistral, ésta particularmente, de una violencia extrema a fuerza de la pasividad de sus personajes. Así, y casi de la misma manera, el personaje de Buzzati nos conduce a un mundo de pura obediencia, un universo que bien podría reflejar la falta de voluntad y criterio de los personajes, casi como la maquinaria fascista que se vive en el momento o, si se quiere, como la apatía total y absoluta de un Franz Tunda en Fuga sin fin de Joseph Roth. Giovanni Drogo, con todo y sus propósitos iniciales, caerá en una máquina del tiempo que, paradójicamente, quedará fuera de él. Por ello, como lo describiría Buzzati, "Año tras año he aprendido a desear cada vez menos".8 Se trata de la pérdida del deseo, de cualquier ambición, de todo anhelo de justicia. Entregado a "custodiar un desfiladero por el que nadie pasaría".9 Éste es el retrato descarnado que Buzzati nos muestra en El desierto de los tártaros, el paisaje que viene a confirmarnos la "derrota" de lo humano como lo concebíamos antes de la guerra. En este sentido, el desierto bien podría ser la alegoría del vaciamiento de la existencia, el lugar del corrimiento del sujeto donde ya no existe más el deseo, la ambición, el sueño o la esperanza. Al final, Drogo, solo, en una posada camino a casa, habiendo dejado atrás una vida, se convence a sí mismo de que la Misión suprema es precisamente la que está enfrentando: la muerte, exiliado entre gente desconocida, solo y abandonado. ¡Toda una vida para acabar en la certeza de que lo único que queda de ésta es el exilio infructuoso para acabar en la muerte sin sentido y sin gloria!

Desde esta perspectiva, Buzzati no es, como se ha escrito a menudo, un mero émulo de Kafka. Por el contrario, si queremos entender el lugar de este autor, no sólo en el paisaje de la literatura italiana de la posguerra sino en el panorama de la literatura universal, habría que decir que su visión del mundo corresponde a toda una generación de escritores que tuvieron necesidad de optar por el anacronismo, por salirse del tiempo lineal, para realizar desde ahí su crítica a la sociedad de su tiempo. Giovanni Drogo es, desde esta óptica, no sólo una víctima de su tiempo sino un cómplice de él. En la pasividad de su espera, en su entrega irresponsable al "fascinante" mundo del aplazamiento indefinido que embruja a los habitantes de la Fortaleza, Drogo se entrega a la muerte sin lucha ni resistencia. Sólo una rabia pasajera lo asalta en sus últimos días por no ser capaz de participar de la guerra que se dice inminente. Drogo, al igual que el campesino ante las puertas de la ley de Kafka o de vladimir y Estragón de Beckett o del propio Franz Tunda de Roth, es un triste modelo de su época que esperará, a pesar de sus momentos de duda, no a los tártaros sino a la muerte: su único enemigo. Por ello, como escribe Buzzati en "Los siete mensajeros": "Pero más frecuentemente me atormenta la duda de que este confín no exista, que el reino se extienda sin límite alguno y que por más que avance, jamás podré llegar al final".10 Así, Drogo, logrará atravesar solo los límites de la vida para caer, indefenso y acabado, ante las puertas de la muerte, es decir del tártaro infierno.

 

REFERENCIAS

Benjamin, Walter, 2006. Tesis sobre la filosofía de la historia, México, Itaca.         [ Links ]

Buzzati, Dino, 2005. El desierto de los tártaros, Madrid, Alianza Editorial.         [ Links ]

----------, 1989. "I sette messaggeri", en Il meglio dei racconto, Milano, Oscar Mondadori.         [ Links ]

Hobsbawm, Eric, 2003. Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Barcelona, Crítica.         [ Links ]

Roth, Joseph, 2003. Fuga sin fin, Barcelona, Acantilado.         [ Links ]

 

Notas

1 Buzzati 2005, 187; las cursivas son mías.

2 Ibídem, 82.

3 Buzzati 2005, 8; traducción mía.

4 Roth 2003, 167.

5 Buzzati 2005, 217.

6 Ibidem, 245.

7 Ibidem, 183.

8 Buzzati 2005, 201.

9 Ibidem, 39.

10 Buzzati 1989; traducción mía.

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