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Acta poética

On-line version ISSN 2448-735XPrint version ISSN 0185-3082

Acta poét vol.27 n.2 Ciudad de México Oct./Nov. 2006

 

Especial

 

La voz de la memoria sobre el presente . Dos textos políticos (precedidos por breves estudios de Paul Mendes-Flohr)

 

Martin Buber

 

YA BASTA DE DECLARACIONES (AGOSTO DE 1929)

La lucha interna en el sionismo en torno a la consolidación de una política consecuente respecto al gobierno del mandato británico y al nacionalismo árabe formaba parte de los factores que impulsaron el ascenso del movimiento sionista de derecha, el movimiento revisionista. El movimiento fundado en 1925 por Zeev Jabotinsky atrajo rápidamente a su seno el aliento de grandes grupos en la comunidad judía. Sobre todo los jóvenes estaban prestos a ser absorbidos por el nacionalismo militante de los revisionistas, y la negativa inflexible a renunciar a aquello que, ante la adversidad de la historia judía, ellos consideraban como los derechos de los judíos, incluso al precio de la posible pacificación con los árabes. El ala socialista del movimiento sionista veía con mucha preocupación el ascenso repentino de la derecha revisionista, que apoyaba tanto la libre iniciativa en la economía israelí como una legislación cuya meta era reducir las fuerzas de las organizaciones obreras dentro de la población.

En agosto de 1929 en vísperas del XVI Congreso Sionista, Buber fue designado para encabezar la delegación de la "Hitajdut" [Unificación] en el Congreso. Se trataba de combatir contra "Jabotinsky, y sus jóvenes fascistas".1 Buber se inclinaba por no participar en el Congreso por causa de compromisos personales agregados a la carga de trabajo académico. Joseph Sprinzak (1885-1959), que entonces era uno de los líderes de "Hapoel Hatzair" [el Joven Obrero] en Israel, y jefe de la división de inmigración en la directiva sionista (en una época fue el segundo presidente del parlamento), se dirigió con un exhorto a Buber y lo presionó para que aceptara esa misión: "es absolutamente necesaria tu aparición en el Congreso".2 Sprinzak sostenía que la estatura moral de Buber y su visión espiritual responderían como debía hacerlo el Congreso ante el revisionismo. Él le solicitaba a Buber no polemizar con los revisionistas sino dirigirse directamente a la juventud a fin de recordarle los objetivos espirituales y morales básicos del movimiento sionista.

Buber respondió al llamado y dio un discurso frente al Congreso. En un discurso relativamente corto le recordó a la juventud judía que el sionismo no requiere una "imitación lastimera" de la clase de nacionalismo expandido en Europa, ese nacionalismo que descansa en el "sacro egoísmo". Adoptar un nacionalismo de este tipo alentaría a una "asimilación nacional". El sionismo por su parte está interesado en hacer avanzar al judaísmo para ubicarlo en el marco de la existencia nacional concreta dentro de la realidad social y política compleja, y, de este modo, poner al judaísmo ante un enorme desafío: revitalizar su Torá. Desde este punto de vista, la cuestión árabe constituye una prueba decisiva para el judaísmo.

Paul Mendes-Flohr

 

[...] Y cuando vengo a hablar [sobre la cuestión árabe] mis ojos ven con gravedad y claridad las cosas tal como son, en toda su grave y cruel complejidad. A pesar de esto, y quizá por eso mismo, digo que también en esta cuestión se expande en nuestro medio una asimilación nacional. Recordemos -y verdaderamente no tengo que recordarles esto a ustedes- que cada hora de nuestra vida da testimonio de cómo nos veían el resto de los pueblos y cómo nos ven aún en todos lados como algo extraño e inferior. Cuidémonos de ver como inferior al extraño y a todo aquel que no conocemos suficientemente, y de comportarnos con él en consecuencia. ¡Guardémonos de hacerles a los otros lo que nos han hecho! Insisto: sin duda procurar nuestra existencia es una condición previa y necesaria que se impone para todas nuestras acciones, pero no es suficiente; hace falta también imaginación. otra cosa necesaria es la capacidad de ponernos en lugar del otro, del extraño, y representarnos el alma del otro como si fuera la nuestra. Debo confesar algo: me espanta ver qué poco conocemos al hombre árabe. No me hago ilusiones; no me imagino que exista o que pudiera ser creada entre nosotros y los árabes una armonía de intereses, o que sea posible lograr una paz de este tipo.

A pesar de esto, a pesar de que es grande la separación entre las partes, y a pesar de que esta división no proviene de una ilusión o solamente de la política, hay lugar para una política nacional compartida, ya que ellos, así como nosotros, aman esa tierra, y exigen su paz para el futuro. considerando que amamos esa tierra y buscamos juntos su prosperidad futura, bien podríamos trabajar a su favor en conjunto.

Muchos entre nosotros dicen: no queremos ser gobernados, en tanto minoría [judía], por una mayoría [árabe], y yo también lo digo. Pero ¿qué significa cuando dicen no querer someterse a un gobierno de una mayoría de otros?: quieren que nuestra mayoría gobierne a los otros; así yo no estoy de acuerdo con lo que dicen. Más bien deberíamos decir lo siguiente: así como no queremos ser gobernados por una mayoría de otros, del mismo modo tampoco pedimos gobernar a otros con nuestra mayoría.

No vengan a reclamarme instrucciones prácticas para algo así, que exige una responsabilidad personal en mil pequeñas decisiones. Ya dejémonos de nuevas proclamas. Ya dejémonos de nuevas declaraciones. Desde ahora cada instante de nuestra realidad cotidiana va a dar testimonio de nuestras intenciones [respecto a los árabes]. Debemos demostrar esta intención con nuestros hechos: en la política, en la cultura, en la sociedad y con relación al prójimo. Propongo que, como un signo de nuestras buenas intenciones, se nombre una comisión permanente para Israel, que sirva como un cuerpo consejero de la dirección de la agencia judía para todos los asuntos concernientes a la cuestión árabe [Gritos: Brit Shalom!3]. Muchos rechazan la idea con desdén. Mi criterio -que es el mismo de aquellos que como yo ven la situación histórica en la que estamos sumergidos como una crisis grave y no reaccionan ante esta crisis con palabrerías- es que esta situación es el inicio de una nueva etapa que no tiene nada que ver con declaraciones, sino con hechos. No hay recetas: una oposición responsable verdaderamente tiene una orientación, no una receta.

Martin Buber

 

SOBRE NUESTRA POLÍTICA (AGOSTO DE 1939)

La segunda antología de artículos publicada por la Liga a favor del Acercamiento Judeo-Árabe vio la luz en agosto de 1939. Los editores vieron la necesidad de publicarlo por causa de la reacción -a su criterio- miope que expresó la dirigencia sionista ante la aparición del Libro blanco en mayo de 1939. En su contribución a esta antología, Buber se concentró en el tema principal que sostiene que el sempiterno discurso sobre la deslealtad británica revelaba una debilidad básica de la política sionista. En lugar de desarrollar una estrategia política conciliable con la singularidad del carácter moral y social de la empresa de colonización sionista, la dirigencia sionista -carente de vuelo creativo- adoptó los principios políticos del colonialismo europeo, y en consecuencia convirtió al movimiento sionista en dependiente de una potencia imperial.

Al presentar esta tesis, Buber sugirió discernir entre una colonización "concentrada" y una colonización "expansiva", una distinción desarrollada en un artículo anterior.4 Una colonización expansionista según él es característica del imperialismo. Un tipo semejante de colonización requiere profundizar la potencia del Estado metropolitano y servir a sus intereses, y no teme utilizar la fuerza y la astucia en la medida en que la población local se resiste a los colonizadores, enviados de la metrópoli. Por otro lado, la colonización "concentrada" no necesariamente sirve a una fuerza imperial; sólo requiere reconcentrar a los hijos de un pueblo dividido y perseguido, y canalizar en un solo lugar las fuentes de su fuerza moral y espiritual. El asentamiento sionista en la tierra de Israel, que pone el acento en el retorno de los judíos al suelo y la renovación de su autonomía social y cultural, esencialmente es una empresa de colonización concentrada.

En el artículo que sigue, "Sobre nuestra política", Buber deplora el hecho de que la dirigencia sionista haya fracasado en desarrollar una línea política capaz de reflejar las fuerzas morales y materiales en el movimiento de colonización concentrada -que dio origen al sionismo-, y así poder expresarlas de manera explícita y fiel. El desarrollo de una línea semejante es la expresión de un "sionismo grande" (Grosszionismus). Éste debe suplantar a la política imperante, que carece de vuelo e imaginación, la de un "sionismo pequeño" (Kleinzionismus), con su impugnada dependencia de Gran Bretaña. Este pequeño sionismo pone el acento en la exclusividad del "trabajo hebreo", y excluye el trabajo árabe dañándolo. Con su lucha en favor de la creación de una mayoría judía en la tierra de Israel, que se erigirá bajo el auspicio de las bayonetas británicas como un hecho demográfico a secas; esta estrecha visión del sionismo traerá la alienación y el rencor de parte de los árabes.

Paul Mendes-Flohr

 

El defecto fundamental de nuestra actividad sionista fue haber desarrollado métodos políticos independientes para nuestra colonización singular. Mientras que en nuestra labor de colonización transitamos por nuevas vías y descubrimos nuevas formas de organización económica y social, adecuadas a nuestros objetivos y a las condiciones de nuestra empresa, reprodujimos la política de colonización de los Estados occidentales modernos, que tuvo origen en circunstancias completamente distintas y que de ninguna manera era adecuada a nuestra situación. Los Estados y las grandes sociedades comerciales colonizaron debido a la tendencia de un pueblo bien concentrado que aspira a expandirse, y su esfuerzo siempre se basó en la constante disposición a intervenir con una potencia militar técnicamente muy superior a la de la población de la colonia. En cambio, nosotros colonizamos a partir de la inclinación de un pueblo disperso y carente de núcleo; nuestro objetivo es la concentración, y no tenemos una potencia militar. El esquema de nuestras renombradas brigadas, que vinieron a llenar el lugar con la así llamada Legión [judía], no es más que una quimera romántica. En tiempos de guerra, técnicamente las legiones sólo pueden actuar como complemento de la potencia militar, y sólo en la medida en que esta última abastece a las legiones en el aspecto técnico y en cuanto que no haya otra potencia que provea técnicamente a las masas de nativos que se oponen a esta colonización: en otras palabras, mientras no se produzca un cambio fundamental en las condiciones de la política mundial. Nos condujimos según una política legionaria sin legión, es decir, que para nuestra colonización concentrada nos apoyamos en la potencia militar de un Estado expansionista. Así, partimos de una suposición errónea, a saber, que el interés por la expansión y el interés por la concentración podrían conciliarse en una alianza por decirlo así natural, que los cambios en la política mundial no afectarían, incluso si éstos fuesen fundamentales. Sin embargo, así no son las cosas. Quien coloniza en aras de la concentración necesita una tierra para concentrarse y está ligado a ella de manera firme; en cambio, quien coloniza en aras de la expansión, de ser necesario puede abandonar una posición incómoda o ceder una parte, puede cambiar el orden de los enlaces, reducirlos, desarrollarlos, todo según la necesidad. En el momento en que cambie la situación política mundial y que el imperio británico necesite, verdaderamente o sólo según su opinión juzgue necesario, un segundo Egipto al oriente del canal de Suez -en ese momento es previsible que el gobierno tratará de obtener de los árabes o de una parte de ellos ese segundo Egipto; y de eso nosotros no podríamos proveerle-. Aunque mi opinión es que los árabes, capaces de abastecerlo, en efecto no lo harían. Me parece que en este momento el poder británico no comprende las relaciones entre los países árabes y por eso no afina sus estrategias. Pero, obviamente, esto no cambia en nada que nuestra situación sea como es. La queja contra la "estafa" que nos hicieron puede ser que tenga un objetivo propagandístico, pero desde el punto de vista político no tiene valor. Entregamos en su momento la bandera de Sión a manos de un actor político que lo necesitaba para sus propios fines, y ahora nos quejamos de que hoy -cuando ya no le es necesaria esa bandera o cuando, a su juicio, ya no la necesita, ahora que la encuentra demasiado cara- interpreta según su conveniencia el contrato firmado entonces para dichos fines. ¿Es que hasta ahora no nos hemos enterado de que la política mundial de las potencias proviene en este momento, y por lo visto ahora contra su voluntad, del cálculo de beneficios y perjuicios inmediatos y no de un entendimiento de los principios políticos inamovibles, y de que desde esta perspectiva no hay diferencia entre las democracias y las dictaduras?

Nuestro error fue que nos condujimos según los esquemas de la política colonial occidental, que sólo tiene dos partes: la parte activa en la colonización y la parte que la padece; que nos manejamos así en aras de nuestras inclinaciones, tan diferentes de las de ellos, y que por lo tanto hemos sido cooptados decididamente por una parte, la del gobernante, entregándonos por completo a su gobierno. La consecuencia es que fuimos catalogados como los agentes del imperialismo, con cuya causa la nuestra no tiene nada que ver. Se sabe cuán dudosa es una situación de agentes dobles. Fuimos tomados por agentes del imperialismo incluso cuando éste ya no existía y ocupó su lugar una asociación para el mantenimiento del libre comercio en el mundo, una asociación llamada con el viejo nombre de Imperium.

¿Y qué teníamos que hacer? Debíamos hacer dos cosas. Primero, teníamos que conseguir una promesa, única y definitiva de parte de esa potencia, en cuyas manos sería confiado [por la Sociedad de Naciones] un mandato sobre la tierra de Israel, con el objetivo explícito de apoyar a nuestra población con esta promesa: que reconozca nuestro derecho a la libre inmigración a la tierra de Israel y a una libre adquisición de terreno, y que nunca haga nada para restringir este derecho. Esta promesa simple y clara no hubiese sido posible hacerla desaparecer con interpretaciones. Y, en segundo lugar, teníamos que conseguir de parte de los árabes el reconocimiento de ese derecho, también un reconocimiento simple y claro, y este reconocimiento, al igual que dicha promesa, debería haber sido ratificado por parte de una instancia internacional. Obviamente, dicho reconocimiento hubiese podido efectuarse sólo como fruto de una negociación con base en un programa global de colonización, un programa que expresara suficientemente la esencia y la función de una colonización concentrada. Por regla, un programa semejante no podría reducirse a Israel. Un centro de este tipo estaría rodeado por un fuerte círculo que lo sostendría. Este círculo podría haber sido creado solamente por la penetración de una base productiva dentro de las comunidades de los judíos en los países árabes, y por otro lado esto significa una participación sistemática de capital judío y de trabajo judío en la construcción económica por el avance de Asia. El destino histórico de una participación semejante en nuestros días, es decir, el hecho de que siempre fuimos fastidiados luego de haber actuado en beneficio del país en que lo hayamos hecho, esta vez no lo hubiésemos tenido que temer, si hubiéramos creado una renovación histórica, es decir, si en el centro de esta acción hubiese una sólida posición independiente, la posición israelí. Es conveniente aclarar, para nosotros, que Israel se hubiese transformado así no sólo en el centro orgánico del pueblo del Israel, sino también en el centro orgánico del Oriente en ascenso.

El sentido común dice que tal negociación no hubiese sido llevada a cabo con unos pocos notables, y el reconocimiento al que me refiero tampoco debería haber tenido la forma de una epístola privada de uno de los príncipes árabes. Nosotros necesitábamos del otro lado a una parte negociadora equilibrada; si en la realidad no hubo una parte como ésa, era nuestro deber exigirla e incluso coadyuvar en su organización, en tanto que representación acreditada de toda Arabia. Obviamente también había necesidad de negociar con la representación de los mismos árabes de Israel para una reciprocidad; una parte parte principal de las conclusiones del programa sería compartir con ellos nuestro trabajo en la construcción de esta tierra y encontrar en todas las áreas formas orgánicas para una comunidad de intereses. El pequeño programa que propusimos nos condujo necesariamente a una guerra contra el trabajo árabe; en cambio, un gran programa no sólo hubiese permitido su participación en nuestra empresa, sino que la hubiese vuelto obligada. Lo mismo corresponde en la esfera política. El pequeño programa condujo a enfatizar la necesidad de volvernos una mayoría en esa tierra; el gran programa nos hubiese enseñado, que era posible una cooperación entre los pueblos, con respecto a la cual no importa la relación numérica. En la esencia de nuestra política de colonización independiente estaba la capacidad de crear nuevas formas políticas que siguieran vigentes también luego de que Israel se hubiese anexado a una asociación federal de países. Pero no desarrollamos una política independiente; eludimos su necesidad.

Todo lo que expreso aquí ya lo he expresado hace veinte años; una parte la hice pública, y la mayoría en comisiones de los congresos sionistas y en consejos sionistas. Esto no fue puesto en práctica en absoluto. Hoy me culpo a mí mismo, porque en aquel momento le hice caso al prejuicio contra la publicidad, una idea que nos dominaba. Es casi seguro que, si en ese momento mis amigos y yo hubiésemos superado ese prejuicio, hubiésemos tenido más influencia. Pusimos el imperativo de la disciplina sionista por sobre el imperativo de nuestro entendimiento político; esto se nos revela como un error grave.

Ahora, que venimos hoy y enseñamos nuestras propuestas y nuestras memorias de entonces, muchos opinan contra nosotros: quizás sea así, tal vez ustedes no tenían razón, pero ahora todo se volvió tal como está -ahora ya no es posible llegar a otro acuerdo con los árabes fuera del acuerdo que significa la abdicación, un acuerdo que incluye la renuncia a la demanda vital del trabajo de nuestra colonización; ahora ya no hay más que la guerra extrema, sea lo que sea, la guerra en favor de nuestra vida-. Esta objeción no es más que otra evasión ante la enorme misión de un sionismo más grande. Una cooperación sólo es posible sobre la base de una confianza verdadera, y nosotros cercenamos mil retoños de confianza. Sin embargo, la misión se agravó, pero no es cierto que se haya vuelto irrealizable. Lo principal para nosotros hoy es resolver en esa dirección, en la que debemos buscar y experimentar, ampliar y lograr adeptos. Una gran determinación de este tipo es fructífera. Si nos encaminamos en un sentido definido sin desviarnos, vamos a descubrir que es posible ir en esa dirección. No es verdad que la idea de la colonización concentrada no pueda hallar ya una expresión política independiente y grande. La va a encontrar, si la consideramos en serio. En el momento en que reconozcamos que esta tierra no tiene salvación sino sobre un acuerdo y una alianza global entre dos pueblos hermanos, lograremos la posibilidad de mostrarles también a los árabes que así son las cosas. En este momento ya nada puede ejecutarse por la vía de la táctica; en cambio, en la senda de la verdad todo es realizable.

Martin Buber.

 

Notas

Traducción del hebreo de Silvana Rabinovich.

Nota de la traductora: A continuación se presentan dos textos políticos del filósofo Martin Buber tomados del libro Eretz lishnei amim [Una tierra para dos pueblos]. Ambos textos se encuentran precedidos por breves estudios del prestigioso profesor Paul Mendes-Flohr de la Universidad Hebrea de Jerusalén, quien tuvo a su cuidado la edición y selección de los discursos y artículos políticos del filósofo. Las palabras de Buber aparecen luego de los breves estudios en letra cursiva de Mendes-Flohr.

1 Buber, carta del 11 de julio de 1929, en Briefwechsel aus sieben Jahrzenten, ed. e intr. Grete Schaeder, en colaboración con Ernst Simon y la asistencia de Rafael Buber, Margot Cohn y Gabriel Stern, 3 vols., Heidelberg, Verlag Lamber Schneider, 1972-1975; vol. 2, 336.         [ Links ]

2 Buber, carta del 17 de julio de 1929, en Briefwechsel aus sieben Jahrzenten, vol. 2, 337. La solicitud de Sprinzak le llegó por medio de Robert Weltsch.

3 Nombre del movimiento sionista pacifista encabezado por Buber, entre otros miembros notables. La traducción del nombre sería "Alianza de Paz". [N. de la T.]

4 Véase Buber, "Selbstbesinnung" (1926), Der Jude und sein Judentum: Gesammelte Aufsätze und Reden, Cologne, Joseph Meizer, 1963, 488-500.         [ Links ]

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