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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.26 no.1-2 Ciudad de México abr./nov. 2005

 

Notas y Reseña

 

Enzo Traverso, Los judíos y Alemania. Ensayos sobre la "simbiosis judío-alemana"

 

Esther Cohen

 

Barcelona, Pre-Textos, 2005.

 

Las leyes de Nuremberg, en 1935, que cancelan todo derecho ciudadano a los judíos alemanes, vienen a poner un punto final al sueño de la simbiosis judeo-alemana. La gran ilusión de pertenecer al pueblo alemán, de formar parte de él a través de la asimilación, luego de la secularización del espíritu judío, vino a derrumbarse con la llegada de Hitler al poder en 1933 y, de manera más concreta, con las leyes de Nuremberg que negaban toda una trayectoria de pensamiento y de acción: el sueño se convirtió en pesadilla, lo que una vez fuera ilusoriamente un diálogo entre judíos y alemanes se convirtió en un monólogo judío sin posibilidad de respuesta. Pero, ¿existió verdaderamente un auténtico diálogo entre judíos y alemanes? ¿Dejaron de ser los judíos ese pueblo paria como lo describe Max Weber, o fue un mito que los judíos quisieron creer, también Gershom Scholem se pregunta, "¿Se dirigían a sí mismos, por no decir se ensordecían... cuando creían hablar a los alemanes se hablaban a sí mismos?".

La tesis de Enzo Traverso en su libro Los judíos y Alemania. Ensayos sobre la "simbiosis judeo-alemana" viene a apoyar las palabras del estudioso de la cábala judía. De la misma manera en que Scholem negaba y negó siempre esa anhelada simbiosis, Traverso plantea justamente esta innegable realidad. Las voces que una vez parecieron dar vida a ese diálogo fueron innumerables. Heinrich Heine, Karl Marx, Franz Kafka, Sigmund Freud, Edmund Husserl, Walter Benjamin, Gustav Mahler, Fritz Lang, Joseph Roth, y muchísimos más, como sabemos, fueron acallados en el intento por sobrevivir esta vez como judíos y no, como pretendieron durante años, como alemanes. Otros, como Hannah Arendt, Max Horkheimer y Theodor Adorno, encontraron refugio en Estados Unidos y desde allí hicieron oír sus voces, pero ni siquiera ellos lograron hacer realidad ese diálogo tan deseado. En efecto, y visto con el lente de la historia, Traverso nos da la pauta: este diálogo nunca existió, lo que el pasado nos muestra es precisamente que se trató de un monólogo judío en el que los alemanes nunca fueron auténticos interlocutores. La aceptación de la alteridad radical nunca se dio, o si apareció en momentos, no fue sino un simulacro. El intento por verse incluidos en la esfera de la cultura y tradición alemanas, no fue más que eso: un mero intento, un sueño que tardó poco tiempo en derrumbarse. El hecho es que, en realidad, los judíos vivieron en una no man's land y que su asombrosa producción literaria, filosófica y musical no tuvo nada que ver con esa deseada simbiosis. En realidad, los judíos alemanes estuvieron siempre solos como solo estuvo Franz Kafka al escribir su obra. A la pregunta de qué tan solo se sentía Kakfa, él mismo respondió "Solo como Franz Kafka". Así estuvieron, aunque en el autoengaño, la gran mayoría de los intelectuales y no intelectuales judíos-alemanes desde mitad del siglo XIX hasta 1933.

Lo inesperado llegó sin aviso previo, o más bien, con avisos de antisemitismo que nunca estuvieron ausentes, pero que los judíos habían vivido como meros accidentes. La cuerda se rompió por lo más delgado: el odio al judío, al diferente, a quien ocupaba un lugar importante en la cultura de Alemania. Como escribe Traverso: "Sería sin duda exagerado afirmar siguiendo la pauta de algunos historiadores, que sin judíos la 'cultura de Weimar' no habría existido jamás, pero es cierto que en ella jugaron un papel de primer orden. Una verdadera 'simbiosis judío-alemana' pareció esbozarse entonces, pero, en el fondo, no atañía más que a un medio social de intelectuales inconformistas y marginales...". Tomaba así forma una figura nueva, la del judío no judío o "judío ateo": "Ser hombres, como los otros, fuera de casa y judíos en casa". Este desdoblamiento de la personalidad de los judíos alemanes creó nuevas figuras: la del paria y la del parvenú. Desde el siglo XIX ya se venían perfilando estas dos modalidades de la judeidad: el pueblo paria como huésped que vive en un entorno extraño del cual está separado ritual, formal y efectivamente; y el parvenú, el advenedizo, el que rechazaba su identidad, su tradición y su historia con la ilusión de ser admitido en el seno de las clases dominantes. El que remarcaría, como escribe Traverso: "al orgullo y al espíritu del paria para conocer las humillaciones y el desprecio que los pudientes reservan a aquellos que no pertenecen a su linaje... Producto de la asimilación, el judío parvenú sufría cuando se le recordaba su origen; estaba avergonzado de su pasado y su tragedia se originaba en la imposibilidad de huir de su raza, cualquiera que fuera la infamia que tuviera que perpetrar para hacerse digno de la canalla cristiana."

Paria o parvenú, el judío nunca se encontró, en el fondo, en casa. Incluso la Primera Guerra, que dio la oportunidad al judío de mostrar su amor por la patria luchando en el frente como cualquier alemán, no logró cancelar el estigma de su origen. En este sentido, me viene a la mente la película del realizador húngaro Szabo, "El amanecer de un siglo" (Sunshine) donde se muestra con gran lucidez la evolución del judío emancipado, paria y después parvenú, para volver nuevamente a la única verdad: el judío no dejó de ser, muy a su pesar, eso, un judío a lo largo del siglo. Los Sonershein, que cambian su apellido a Shor, para borrar las marcas de un origen no aceptado por el otro, motivo de vergüenza, terminan, después de la guerra y la dictadura estalinista, por recuperar el apellido. El personaje central de la película acaba en los cincuenta, por regresar a su nombre Sonershein, lo único auténtico que queda después de atravesar la odisea de la barbarie del siglo.

Comprender la historia del "breve siglo veinte" como la del siglo de la barbarie, como lo llama el historiador Eric Hobsbawn, implica romper con ficciones, con verdades creídas a medias y volver los ojos a una necesaria lectura renovada de esa misma historia. Walter Benjamin veía, detrás de las alas de su ángel, un montón de escombros que respondían a la catástrofe del pasado y a las que una fuerza incontenible lo empujaba hacia el futuro. Detrás de esas alas, también debería estar el historiador, aquel que, como el narrador benjaminiano, fuera capaz de hacer justicia a los pueblos. Ese historiador deberá poner las cosas en su lugar, ordenar los hechos y darles un nuevo sentido. Enzo Traverso, al mostrarnos la dura realidad que llevó a la catástrofe hitleriana, nos muestra el camino del historiador: hacer justicia dándole un nuevo sentido a la historia y a la barbarie, hacerla comprensible para las generaciones porvenir.

 

Información sobre la autora

Esther Cohen Dabah. Doctora en Filosofía por la UNAM, Es investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, en el Seminario de Poética, en el cual fue coordinadora (2002-2005). Es también profesora en la licenciatura y el posgrado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y ha impartido cursos en distintas universidades extranjeras. Ha publicado, además de artículos especializados y traducciones (como la traducción, en colaboración con Ana Castaño, del Zohar: libro del esplendor [CONACULTA]), varios libros, entre los cuales cabe destacar La palabra inconclusa (4a ed. UNAM, 2005) y Con el diablo en el cuerpo: filósofos y brujas en el Renacimiento (Taurus, 2005). Actualmente trabaja sobre la literatura de los campos de concentración (acaba de aparecer su libro Los narradores de Auschwitz [Lilmod/Fineo, 2006]), y coordina un seminario sobre políticas de la memoria.

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