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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.26 no.1-2 Ciudad de México abr./nov. 2005

 

Notas y Reseña

 

La versada de Arcadio Hidalgo

 

Francisco Segovia

 

México, Taller Martín Pescador, 1981, 2a ed.; México, FCE, 1985, 3a ed.; FCE-Universidad Veracruzana, Jalapa, 2003.

 

A ver cuánto me sale para que me hagan un libro.
Arcadio Hidalgo
(citado por Juan Pascoe en La Mona).

 

El taller Martín Pescador publicó la primera edición de La versada de Arcadio Hidalgo en 1981. Era un pequeño libro, finamente impreso, pero de tiraje corto, muy difícil de conseguir. El Fondo de Cultura Económica lo reeditó en 1986, en una edición de 5,000 ejemplares, como número 16 de su colección "Cuadernos de La Gaceta". Esta versión agregó algunas coplas y décimas que se quedaron fuera de la anterior y, además, incluyó una introducción, dos entrevistas con Arcadio Hidalgo y dos notas sobre su vida, su arte, su muerte. La edición del Fondo omitía, en cambio, el epílogo de Antonio García de León, "Una raza de hombres-árbol". Ahora entendemos por qué, gracias a La Mona, el libro de Juan Pascoe que la Universidad Veracruzana publica ahora, al lado de La versada de Arcadio Hidalgo.

La versada de Arcadio Hidalgo fue juntada y ordenada por Gilberto Gutiérrez y el mismo Juan Pascoe, quienes advierten en la Introducción:

Entre los jarochos, campesinos de la costa de Veracruz, se entiende por versada las coplas y décimas que un músico hace suyas sin que necesariamente hayan sido compuestas por él; se trata de un conjunto de versos de los que echa mano durante el canto y en ocasiones también para declamar. En el transcurso de un fandango un músico puede guardar en su memoria una o varias coplas con las que siente alguna afinidad; si son ajenas, cuenta siempre con la libertad de cambiarlas a su conveniencia. [...Así] una versada no tiene existencia formal y estática: es una ocurrencia oral y circunstancial; cambia, crece, cae en el olvido.

El hecho de que una versada haya aparecido publicada ya en tres ediciones no parece haber puesto en peligro las libertades tradicionales de los versadores. Nada impide que, aun publicada, cambie, crezca, caiga en el olvido. Los editores parecen haber tenido esto en cuenta al titular el libro, pues no se llama simplemente Versada y no va firmado por un autor llamado Arcadio Hidalgo, como sería de esperar si se tratara de un libro como los demás. También parecen haberlo tenido en cuenta al comparar las dos primeras ediciones, pues en la Introducción a la segunda dicen: "El tamaño original del texto [de la primera edición] se duplicó, pero esto no significa que esta colección sea la versada completa y definitiva de Arcadio Hidalgo: es sólo lo que se pudo salvar de ella cuando él tenía noventa años de vida".

Las notas y entrevistas que agregó la edición del Fondo de Cultura Económica (y que repite la nueva edición, de la Universidad Veracruzana) cumplen bien su propósito. Retratan a don Arcadio en su mundo, ofreciendo a los lectores un contexto donde ubicar las coplas compuestas como "ocurrencia oral y circunstancial". Por ejemplo, uno podría leer (u oír), sin comprenderla, la siguiente copla:

Como esta copla se canta en público, es de suponerse que quienes la oyen participan de una cultura o una tradición donde sus palabras son inteligibles; esto es, donde hay una clave que sirve para descifrar su anécdota. Pero ¿y los demás lectores? En la excelente entrevista de Guillermo Ramos Arizpe y María de los Ángeles Manzano, don Arcadio explica:

Don José Julián Rivera "era un hombre de mucho dinero; su esposa, antes de casarse con él, había tenido un amor que quería mucho. Un día llega un amigo con don Julián y le dice que ha visto a su mujer en el puerto, a muchos kilómetros de distancia, paseando por la noche con el otro hombre. Don Julián no lo cree. Ella duerme siempre con él y no tendría tiempo de irse y volver en una noche, y menos sin que él lo notara. La curiosidad, sin embargo, lo lleva a ponerla a prueba. Una noche ella le dice: 'Ya son las ocho de la noche, ¿no te vas a dormir?' Se fueron los dos a acostar a la cama, pero como él la quería vigilar se hizo el muy dormido. Cuando pensó ella que él estaba bien dormido, se fue a la cocina, se desnudó y se quitó la piel y se le llenó el cuerpo de plumas. La piel la enrolló y la dejó en un rinconcito, luego salió afuera, se sacudió y voló para Veracruz con el otro hombre. Don Julián, que había visto todo, le puso sal a la piel, de modo que cuando ella llegó y se la puso comenzó a sentir mucha comezón, a rascarse y revolcarse; salió huyendo, y con el secreto que tenía decidió volverse vaca. La mujer de don Julián desapareció, pero él sabía que entre su ganado andaba esa vaca. De esa historia salieron unos versos".

Como esta explicación hay otras en las entrevistas. En general relacionan la vida de Arcadio Hidalgo con las coplas y décimas que cantaba. Dan tiempo y lugar a sus versos, especialmente a los que tratan de la Revolución y de personajes como Hilario Salas (miembro del Partido Liberal Mexicano, de Ricardo Flores Magón) o el general Ernesto Griego (cuyo asistente fue Arcadio Hidalgo durante diez años). Otras veces las entrevistas muestran algunas anécdotas que a don Arcadio le gustaba contar, como las apariciones del diablo en los fandangos:

Él estaba bailando con una señora y yo me fijé: tenía un pie de cristiano y una pata de gallo. Por eso bailaba tan bien el cabrón, si era el diablo. Inmediatamente nos pusimos a echarle coplas a lo divino para espantarlo y yo improvisé estas décimas:

El diablo aparece en los fandangos convocado siempre por un son que se llama "El buscapiés". Si, mientras se toca "El buscapiés", se le buscan los pies a un buen bailador -a un tan buen bailador que resulta sospechoso-, es probable que uno encuentre "un pie de cristiano y una pata de gallo". El diablo es un gran zapateador. El don del baile, por otra parte (¿o por la misma?) es otorgado por el Mono Blanco, ese personaje de la mitología veracruzana cuyo nombre adoptó al grupo que acompañó a Arcadio Hidalgo durante sus últimos años.

Es extraño que una edición que cuida tanto las explicaciones no diga nada sobre las dedicatorias que aparecen a la cabeza de ciertas coplas. Uno puede imaginar que la copla en cuestión fue improvisada ante una persona y que eso mismo, en el momento de la impresión del libro, vale como una dedicatoria, pero los compiladores no lo aclaran. Hubiera valido la pena, también, señalar de alguna forma las peculiaridades de la pronunciación jarocha (la aspiración de la ese, por ejemplo), para evitar que los versos parezcan mal medidos o mal rimados. A aclarar un poco este asunto contribuía la portada de la edición del Fondo, pues en ella se reproducía una décima, escrita por mano de don Arcadio, cuyos versos dicen:

Es evidente que bista rima con lita (lista) y con cuminita (comunista); es decir, está claro que las tres palabras se pronuncian aspirando la ese (y que por eso don Arcadio "se la come" también en la escritura), lo cual pudo indicarse de algún modo, para prevenir a los lectores. Algo parecido ocurre con versos como este octosílabo, al que aparentemente le sobra una sílaba: "de sentir dentro de mi pecho", que don Arcadio sin duda pronunciaba: "de sentir dentro 'e mi pecho".

Que los versadores cuenten y rimen sus versos con el oído y no con los dedos y la ortografía muestra una vitalidad de la lengua española que no es frecuente hallar en la poesía culta, donde las libertades pasan casi siempre como licencias de autor y no como invenciones propias de su lengua -como juegos que se forman casi solos, como los remolinos. Va una muestra de ello, tomada de la versada de don Arcadio:

Estos versos gozosos parecen un comentario a aquellos otros de don Arcadio que decían: "recuerda que somos tres / yo, la fortuna y el tiempo", pues aquí esos tres se anudan en un ámbito temporal donde la continuidad de los actos de ese Yo no se da sólo en un gerundio presente sino, por así decir, en un gerundio pretérito (estar quisiendo, estar tuviendo); esto es, se anudan en una temporalidad para la que el pasado se hace presente en cuanto acción actual, por más que su futuro esté librado a la chanza de un sí.

Pero no todo es tan metafísico. Además de los versos que tienen por tema la Revolución o a sus personajes, hay otros donde se adivina el juego de las escondidillas en que se entretienen el poeta (especialmente este poeta) y las convenciones sociales en que sus versos cuajan. Miren esta estrofa, por ejemplo:

El efecto melancólico de estos versos consiste en poner al caballo exhausto junto a un coche, que no se cansa. ¿Los usos modernos frente a la vieja usanza? Puede ser. Pero la estrofa tiene una hermana gemela nada melancólica y sí, en cambio, maliciosa:

A los filólogos les extrañará que estas dos quintillas dejen el tercer verso sin rimar, y que éstos rimen asonantemente entre sí (caballo con carajo), pero a los mexicanos de las urbes nos extraña más la franqueza, el cinismo casi, de los versos. Y nos extraña también su vocabulario, pues ¿no que joder se usaba en España, pero no en México? Y, además, ¿de veras la acepción original de carajo es 'pito', 'pene'? Cosas de filólogos, dirán ustedes, como lo de los versos sueltos. Pero para mí que también con esas cosas de filólogos se construye la idea que tenemos de lo mexicano, y esa idea hace agua por muchos lados. La verdad es que los versos de Arcadio Hidalgo pertenecen a la más añeja tradición española, y si hay algo que los distingue como mexicanos es, justo, el "mito" de España que recogen; un mito que no podría tener un español. ¿Qué español, por ejemplo, se igualaría con su rey en estos términos?:

¿Qué Rey podría dar esta enseñanza sino un rey mítico? Eso de que haya una voluntad extraña (no dice que haya ni una buena ni una mala voluntad; dice que hay una extraña voluntad) cuando ya no hay amor, recuerda el tema tradicional del monstruo, el del que se convierte en monstruo por desamor, el del sapo que espera el beso de una princesa para volver a ser príncipe. Lo digo porque a la estrofa recién citada sigue esta otra:

"Hacer gente a quien no lo es". Como la princesa, que hace gente al sapo. Se trata del tema del monstruo, digo, aunque aquí don Arcadio lo presente con despecho: besó a su rana, y su rana, rana se quedó. Quién sabe si no habrá besado a alguien de la política, a alguien de tal calaña que no podría pintar, para nada, frente al Rey de España.

Pero también hay en este libro estrofas simples y perfectas, que no interrumpiré con más comentarios. Comienzo con una que a mí, la verdad, no me suena a Arcadio Hidalgo; quiero decir, a compuesta por Arcadio Hidalgo, aunque esté en su versada:

En cambio son muy de don Arcadio éstas que siguen:

Los versadores populares merecen libros como éste, bien juntados, bien editados, bien impresos.

 

Información sobre el autor

Francisco Segovia. Escritor, traductor y lexicógrafo mexicano. Trabaja en el proyecto para el Diccionario del español de México (El Colegio de México). Su último libro publicado es: Jorge Cuesta: la cicatriz en el espejo (México, Ediciones Sin Nombre, 2004). Ha publicado numerosos libros de poesía y prosa, además de ensayos como Ocho notas (SEP-CREA, 1986) y Figuraciones (UAM, 1990).

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