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Acta poética

versão On-line ISSN 2448-735Xversão impressa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.26 no.1-2 Ciudad de México Abr./Nov. 2005

 

Artículos

 

Notas sobre la muerte en la narrativa maya actual

 

Carlos Montemayor

 

Resumen

La muerte es uno de los temas de mayor complejidad y riqueza en el mundo cultural maya contemporáneo, pues tiene variadas acepciones desde la personificación de la muerte hasta la muerte como castigo. En este artículo estudiaré específicamente la personificación de la muerte en tres relatos contemporáneos de los mayas de Yucatán: La Pobreza, de María Luisa Góngora Pacheco, de la región de Oxkutzcab y Maní; tres textos de Cuentos sobre las apariciones en el Mayab, de Andrés Tec Chi, de Telchac Pueblo, y Cómo una viejecita engañó a la muerte, de Vicente Canché Moo, de Maxcanú.

 

Abstract

In contemporary Mayan culture, death is one of the most complex and rich subjects. Different topics are associated to it. This paper deals specifically with death impersonation topic in three modern short stories from Yucatan Mayans: from the region of Oxkutzcab and Maní, María Luisa Góngora Pacheco's La Pobreza [Poverty]; from Telchac Pueblo, three stories by Andrés Tec Chi collected in the book Cuentos sobre las apariciones en el Mayab [Apparition tales from the Mayab]; and from Maxcanú, Vicente Canché Moo's Cómo una viejecita engañó a la muerte [How did and old lady trick Death].

 

Posiblemente la muerte sea uno de los temas de mayor complejidad y riqueza en el mundo cultural maya contemporáneo. Entre muchas posibilidades, una opción para analizar este tema podría ser el de la personificación de la muerte misma. Otra, los nombres de la muerte. Otra más, el hecho de morir. Puede tratarse también a la muerte como acto propiciatorio, como consecuencia del contacto intencional o inesperado con lo sagrado o secreto, o como un castigo por haber entrado en contacto con entidades invisibles. El análisis puede extenderse a las ceremonias de velación inmediatas o muy posteriores; en Muxupip, una población del centro del estado de Yucatán, por ejemplo, se celebra aún ahora la "velación" de Felipe Carrillo Puerto.1 La fiesta de difuntos es otra opción de estudio, con numerosos elementos rituales, danzas y relatos. También son complejas y variadas las representaciones del lugar o región de los muertos.

Me ocuparé esta vez sólo de un mínimo aspecto del tema, el de la personificación de la muerte en algunos relatos contemporáneos de los mayas de Yucatán: "La Pobreza", de María Luisa Góngora Pacheco, de la región de Oxkutzcab y Maní;2 tres textos de Cuentos sobre las apariciones en el Mayab, de Andrés Tec Chi, de Telchac Pueblo,3 y "Cómo una viejecita engañó a la muerte", de Vicente Canché Moo, de Maxcanú.4

Veamos completo el primer relato de María Luisa Góngora Pacheco, escritora de la región de Oxkutzcab y Maní. Lo publicamos primero en la Colección Letras Mayas Contemporáneas en 1993; el texto español lo preparó Joaquín Bestard, novelista yucateco, con la ayuda de la autora y del escritor maya Miguel May May:

El señor Aurelio Zumárraga cuenta que hubo una vez cierta viejita cuyo nombre era Pobreza y que vivía en las afueras de la población. En la puerta de su casa había sembrado una mata de huaya y ésta le daba frutos todo el año. Lo que le molestaba a la viejita es que aquel que veía el fruto le daban ganas de comérselo y sin pedirle permiso se subía a la mata y se anolaba5 las huayas.

Un día, cuando la viejita llegó al centro del poblado, vio que un viejito pedía limosna, pedía aunque sea le dieran algo de comer en vez de unas monedas, pero nadie lo tomaba en cuenta. A la viejita le dio pena verlo en ese estado tan lastimoso y se lo llevó a su casa para darle de almorzar. Cuando el hombrecito terminó de comer, le dijo a la viejita:

-Ahora que ya comí lo que me diste, pídeme lo que quieras, que yo puedo concedértelo.

-Buen hombre -dijo la viejita-, lo único que quiero es que le digas a la huaya que no deje bajar al que suba a sus ramas, hasta que yo lo mande.

-¡Que se cumpla lo que pides! -contestó el viejito y se fue satisfecho.

La viejita quedó muy complacida al ver que se cumplía la promesa del viejito.

Pasaron muchos años y un día llegó con la viejita el señor de la Muerte, quien le ordenó:

-Ya es tiempo de que vengas conmigo, vieja Pobreza, por eso te vine a buscar.

Ella pensó rápidamente la forma de deshacerse de la Muerte y le dijo:

-Me voy contigo, pero primero quiero que bajes unas huayas para que yo anole.

-Bien, enseguida lo haré -contestó la Muerte.

Se dirigieron al árbol y ya debajo, la viejita le dijo a la Muerte:

-Sube hasta allá en lo más alto, ahí se encuentran las más grandes y hermosas huayas, de esas quiero.

La Muerte, muy segura de sí misma, trepó a la mata, pero no pudo bajarse.

La Pobreza, al ver lo que sucedía, se metió a su casa y se desajenó de todo.

Así pasaron muchos años y la Muerte no llegaba a nadie, aunque se enfermara la persona. Los doctores veían con asombro que la viejita Pobreza no moría aún buscando alguna manera de hacerlo.

Un día, uno de los doctores fue a la casa de la viejita y lo primero que vio fue la mata llena de frutos; se subió para comer algunos y no pudo bajar. En las ramas encontró al señor de la Muerte y le preguntó:

-¿Qué haces aquí?, todos te andan buscando, pues ya quieren morirse y tú no llegas para llevártelos.

-Mira, lo que pasó fue que esa mentecata de viejita de la casa me fregó; pues vine a buscarla y la muy taimada me dijo que se iría conmigo, pero antes le bajara unas cuantas huayas. Al subir no pude bajarme y aquí me tienes, y todo aquel que se sube, se queda y hasta tú te quedarás -contestó la Muerte.

-Entonces, a eso se debe que no mueran las personas -dijo el doctor- Lo que debemos hacer es bajar -y empezó a gritar ¡vengan aquí, vengan aquí, la Muerte está en mi poder, vengan a verla!

Fue tanto lo que gritó y tan fuerte, que la gente de la población se reunió debajo del árbol.

-Bajen -les decían.

-No podemos, todo el que se sube se queda aquí -contestó el doctor.

Entonces la gente acordó cortar el árbol para que bajaran el doctor y la Muerte. Cuando iban a comenzar, se asomó la viejita Pobreza.

-¿Qué pretenden hacer? Si quieren bajar a los que están en la mata de huaya, ¿por qué no me lo dicen?

-Discúlpenos -dijeron los ahí reunidos.

La vieja Pobreza se volvió hacia el árbol y le dijo:

-¡Deja que todos bajen!

Cuando todos bajaron, el Señor de la Muerte le dijo:

-Vieja Pobreza, por no dejarme bajar del árbol, ahora tengo mucho trabajo y no te puedo llevar, otro día será.

Se fue el señor de la Muerte y la Pobreza se quedó en la tierra. Por eso hasta ahora la tenemos con nosotros.

En la lengua española y en la tradición europea es común personalizar a la Muerte como entidad femenina, como "Señora". En el Talmud suele mencionarse en distintos momentos al "Ángel de la Muerte". En la cultura maya es permanente la referencia a Yum Kíimil, "Señor Muerte" o "Señor de la Muerte", de Yum, el "Señor". Esta voz maya se aplica tanto a dignidades sagradas como a los vecinos de un lugar; por ejemplo, Yum Martiniano, Yum Aurelio o Yum Domingo, para nombrar a vecinos, y Yum K'uj (Dios Único o Celeste), Yum Cha 'ak (Dios o Señor de la lluvia), para referirse a entidades. Kíimil es la forma verbal maya de "morir". La expresión significa, pues, el "Señor Muerte", no como "el dueño" de alguna función o entidad, sino como la entidad misma.

En el relato de "La Pobreza" no hay en apariencia una descripción propiamente dicha de Yum Kíimil; sólo sabemos de su capacidad para ascender a las ramas de un árbol y de su ingenuidad para resultar atrapado entre las ramas. Sin embargo, debemos resaltar la ausencia de algunos valores que podrían considerarse negativos: no aparece como entidad maligna ni demoníaca ni vinculado a entidades malignas. El médico atrapado en las ramas del mismo árbol argumenta que su función es incluso benéfica. También conviene destacar su corporeidad: no hay señal ninguna de que se trate de un ser incorpóreo ni de una "aparición" amenazante.

Por último, el árbol donde quedó atrapado es la Huaya, españolización de la voz maya wayúum; se trata de un especimen de Talisia olivaeformi, árbol común en Yucatán, Tabasco y Chiapas. El pequeño fruto elíptico de este árbol es comestible y la semilla suele conservarse en la boca, entre el paladar y la lengua, como dulce, sin masticar; a esta acción la llaman en maya nóol, de donde ha pasado al español de Yucatán como "anolar".

Veamos ahora algunos pasajes del escritor Andrés Tec Chi, de Telchac Pueblo, región situada en la zona norte de Yucatán. Publiqué estos tres relatos en 1993, en una edición bilingüe; el texto en español fue preparado también por Joaquín Bestard contando con la asesoría del autor y del escritor maya Miguel May May. Veamos el primer pasaje:

El señor William Segura me dijo, en Telchac Pueblo durante uno de sus relatos, que en las noches se aparecen seres extraños que no son vistos siempre por el hombre. Únicamente los animales los pueden percibir porque se afirma que tienen fuego en los ojos.

Entre los seres que son vistos por los animales están los espíritus malignos, el señor de la Muerte, algún ánima en pena y el demonio en algunas ocasiones.

Las entidades enlistadas aquí aparecen en maya de la siguiente manera: k'aak'as pi'xano'ob (espíritus malignos), yumil kíimil (señor de la muerte), pi 'xan juntúul kimen (algún espíritu o alma en pena) y k'aakas ba'al (cosas malas) que en español se consignan como "demonio". En dos ocasiones se emplea el término pixan (alma), una en singular y otra en el plural (pixano'ob, almas, espíritus), en ambas ocasiones aplicado principalmente a las almas de los difuntos. En dos casos se emplea también la voz k'aak'as, que significa descompuesto, imperfecto, desagradable, malo, perverso. En un caso se aplica a los espíritus o almas desencarnadas; en otro, solamente a ba'al, "cosa", "algo". La voz se usa en plural en el título maya del libro, k'aak'as ba'alo'ob, "cosas malas" que ven los perros en las noches, y es la voz que en el texto maya aparece al enlistar las apariciones: Ichil le ba'alo 'ob ku yila 'alo'ob tumen le ba'alche'oba, es decir, literalmente, "entre las cosas vistas por los animales...". Destaquemos que en este relato de Telchac Pueblo, el Señor Muerte forma parte de un conjunto de entidades negativas que, además, no son fácilmente visibles, pues solamente los perros, que tienen "fuego" en los ojos, pueden distinguirlos. El Señor Muerte ha sufrido aquí, pues, una mutación múltiple en su corporeidad, en su función y en su valor espiritual y social. Se ha convertido ahora en una de las "cosas" invisibles, en uno de los "espíritus" terribles.

Pasemos a este otro relato del mismo autor:

A la noche siguiente fue despertado de nuevo por el continuo aullar de sus animales. Aunque se molestó, no dejó la hamaca o salió, sino que sólo pensó: "a lo mejor es cualquier cosa lo que están viendo los perros, como anoche. Sombras, ramas que se mueven con el viento o algún animal". Se dijo, además, que no debía preocuparse tanto y dejar que los perros se calmaran solos.

Pero ese alboroto no terminó tampoco aquella noche y siguió sucediendo todas las medias noches.

Ya fastidiado el dueño de la casa se lo comentó a un anciano de su pueblo, al que él le tenía alguna confianza. Entonces el anciano dijo:

-¡Ay, hombre! Eso que ven tus perros por las noches, no es cualquier cosa: son vientos malignos.

-¿Y cómo son esos vientos? -preguntó el hombre.

-Es el viento de un difunto o del señor de la Muerte. Podría ser también el demonio -dijo el anciano.

-Entonces ¿qué puedo hacer para acabar con ellos? -preguntó el hombre.

-Nada. Simplemente no salgas, porque no es bueno; podrías cargar el mal viento.

Aquí las "cosas malas", k'aak'as ba'alo'ob, o "demonios", son designadas con otro nombre ligeramente distinto, pero que en verdad acentúa la naturaleza incorpórea de estas "cosas" temibles: k'aak'as iik'o'ob ("malos vientos"), del plural de iik, "viento". La expresión remite a la naturaleza etérea e invisible de estas "cosas" o de ese "algo". Pareciera natural aplicar el término a sólo dos de las entidades mencionadas en el anterior relato, precisamente a las que son designadas por la voz pixan; es decir, "el alma de los difuntos". Pero este pasaje enlista en maya los iik'o'ob o "vientos" así: u yiik'al pixan (el viento de un difunto), Yum kíimil (el Señor Muerte) y u k'aajil ba'al ("algo" del demonio). La primera entidad sería, literalmente, "el viento de un alma", o "el viento del alma de un difunto". La voz k'aajil, "demonio", está relacionada con k'aak'al, que implica la noción de k'aas, ruin, feo, echado a perder, el mal, lo malo, la maldad. U k'aajil ba'al es "algo del demonio", "lo que es del demonio".

Lo relevante para nuestro acercamiento a la personificación y al nombre del "Señor Muerte" es que en estos relatos de Telchac Pueblo Yum kíimil es considerado un "viento", una entidad etérea como las almas de los difuntos o como los espíritus malignos. En el cuento de "La Pobreza", en cambio, Yum kíimil aparece como un ser corpóreo, no como un "viento" o un "espíritu".

En otro relato de Andrés Tec Chi, titulado precisamente Yum kíimil o "El Señor de la Muerte", se refiere que los perros de un vecino ladraban insistentemente durante varias noches. Nadie se atrevía a salir para no perjudicarse con los "vientos malignos". El narrador se vio obligado a salir una noche para aplacar a los perros y explica:

Cuando me asomé, me asusté tanto, pues vi a un bulto blanco con la cara semicubierta. Aquello era el Señor de la Muerte, pues así se le había visto en varias ocasiones.

Es relevante que se describa al Señor Muerte con la cara semicubierta. En el texto maya no dice exactamente "un bulto blanco", sino jump'éel sak oochel, "una sombra blanca", de oochel, "sombra", "silueta". Posiblemente esta silueta con la cara semicubierta sea más corporal que un viento, ya que no es visible por lo velado o semicubierto de su cara, por ocultarse intencionalmente, no a causa de su condición de "viento" o de una posible naturaleza etérea. Estas variantes o mutaciones contrastan, pues, notablemente, con la personificación de Yum kíimil en el texto de X-ootzilil "La Pobreza".

Pasemos ahora al relato "Cómo una viejecita engañó a la muerte" de Vicente Canché Moo, de la región de Maxcanú, zona muy lejana de Telchac Pueblo, casi en la frontera con Campeche. Se trata de una variación del relato de Oxkutzcab y Maní sobre la anciana Pobreza. Leamos:

Cuentan que hace muchísimos años existió una viejecita que tenía mucho conocimiento y que además era muy querida por los de su pueblo.

Si no llegaba la lluvia, todos iban hasta el jacal de esta ancianita; si se estaban peleando dos parientes pueblerinos o hermanos, nada más iban con la ancianita, les daba un buen consejo y ahí mismo se acababa cualquier pleito.

Cierto día, todas estas cosas llegaron a oídos del Señor Diablo, y le dolió mucho saber que existía otra persona tan sabia como él.

Su idea era que solamente él debía tener mucha sabiduría.

Como te decía, le dolió tanto saber que había otra persona inteligente, que fue a visitar a su compadre el Señor Muerte; llegó y lo primero que le platicó fue lo que sucedía en el mundo.

El Señor Muerte estuvo escuchando lo que le sucedía al Señor Diablo; cuando por fin terminó de contar todo, el Señor Muerte dijo:

-Como nos llevamos muy bien, tendré que ayudarte.

-¿Cómo me ayudarás?

-Serás muy diablo, pero aunque te duela, yo tengo también sabiduría. Mañana deberé subir al cielo con algunos espíritus; para que yo pueda llevarme a la anciana, tendré que dejar a otra persona que debía morir; así nos desharemos de ella.

-Es verdad, eres muy astuto.

Como hasta en nuestros días, todas las cosas se llegan a saber muy pronto. La viejita supo lo que se proponía hacer el Señor Muerte por petición del Señor Diablo. En cuanto lo supo, trabajó un árbol de huaya que estaba en la puerta de su casa.

Cuando llegó el Señor Muerte, la ancianita estaba anolando una huaya; lo apetitoso de las huayas hizo que se aguara la boca del Señor Muerte; ya estaba babeando cuando le pidió a la anciana:

-Abuela, regálame tan siquiera dos de las huayas.

-Súbete a bajarlas, porque mi nieto me bajó éstas, y si te las diera ¿qué anolaría?

-Está bien, voy a bajarlas.

Diciendo esto tomó una madera que tenía horqueta. La ancianita le dijo:

-¿Eres sordo? ¿Acaso no ves que lo de abajo está tierno y en lo alto está lo sabroso?

El Señor Muerte veía a la ancianita, pero su mente estaba trabajando.

-Regáñame, regáñame, pequeña anciana, pero cuando yo baje, te llevaré conmigo.

El Señor Muerte obedeció a lo que le indicaron.

En cuanto subió al árbol de huaya, la ancianita le dijo a la huaya así:

-Crece, crece, huaya... Crece, crece, huaya...No dejes de crecer...

Decía las palabras del sortilegio que había hecho y la huaya seguía creciendo, no dejaba de crecer.

El Señor Muerte estaba espantado de ver cómo se iba empequeñeciendo la casa de la anciana.

Cuando quiso bajar, no pudo, porque no tenía ramas el tronco del árbol.

-Bájame, viejita. ¿Por qué me haces esto?

-¿Cómo no te lo voy a hacer? ¿Crees que no sé por qué razón viniste hasta mi hogar?

-Sólo son cosas que pasan por tu mente. ¿No sabes acaso que soy un nuevo habitante en el pueblo?

-No me engañes, sé que eres el Señor Muerte.

-Abuela, así que sabes quién soy. Bájame, te doy mi palabra de que no te voy a llevar.

-¿A quién quieres engañar? ¿Crees que no te conozco?

Habían pasado muchos días y el Señor Muerte no hallaba cómo bajar, pues tenía miedo de resbalarse.

Hubo lugares donde los días de vida de los hombres habían vencido; sin embargo, no morían sólo estaban agonizando. En otros pueblos peleaban y habían quienes no tenían un brazo ni cabeza, y sin embargo no morían. ¿Por qué? Porque el Señor Muerte no podía bajar del árbol.

Todos los hombres estaban orando al Señor Dios para que mandara la muerte a los enfermos y a las personas que les faltaba algún miembro por las guerras.

Era tan fuerte esta petición de la muerte, que llegó hasta los oídos del Señor Dios de los Cielos.

El Señor Dios estaba molesto con el Señor Muerte, pues no se apuraba con su trabajo. Tenía en mente regañarlo, por eso bajó hasta la tierra para buscarlo.

Se asustó cuando lo vio encaramado en el árbol de huaya. El Señor Muerte se encontraba muy apenado y guardaba su cara atrás de las hojas de la huaya. El Señor Dios le gritó:

-¡Vamos, bájate de ahí! ¿Qué haces en las ramas de ese árbol? ¿Estás viendo todo el trabajo que has dejado?

Muy avergonzado, el Señor Muerte respondió:

-¡Huum! Si estuviera en mis manos, hace mucho que hubiese bajado.

-¿Qué te han hecho? ¿Tienes amarradas las manos?

-Es esa viejita que no me deja bajar.

El Señor Dios llamó a la viejita.

-¡Abuela, baja al Señor Muerte!

-Señor Dios, lo bajo si prometen cumplir lo que les voy a pedir.

-¿Qué es, entonces?

-Que me venga a buscar el Señor Muerte el día que yo me fastidie en este mundo.

Como el Señor Dios lo aceptó, la viejecita le dijo a la huaya así:

-Pequeña, pequeña huaya...pequeña, pequeña huaya...No dejes de empequeñecerte...

Cuando llegó a la medida, el Señor Muerte pudo bajarse. Le dio las gracias al Señor Dios por el favor hecho y a la abuelita ni siquiera le dijo que se iba. Tenía guardada la cara cuando se fue, porque estaba muy avergonzado.

Al Señor Diablo, por ser tan presuntuoso se le mandó a vivir bajo tierra; además dejó de ser amigo del Señor Muerte, porque no lo fue a ayudar cuando estaba arriba; por esa razón las personas malas son llevadas al infierno y las personas buenas son llevadas por el Señor Muerte al Señor Dios. Además, le fue obsequiada un poco de sabiduría.

La viejita vio que pasaron muchos años. Cuando pensó que era hora de irse, mandó a que hablaran al Señor Muerte.

Pero él no la fue a buscar debido a que tenía mucho trabajo. Aunque algunos piensan que no fue por trabajo, sino porque tenía vergüenza de ver nuevamente a la ancianita.

La viejecita no fue llevada, aún está entre nosotros.

-¿Cómo no la conocemos? ¿Dónde está? -pregunto don Jacinto.

-La viejecita es la felicidad. Aunque pases muchos problemas, la felicidad siempre se atravesará algún día en tu camino.

En este relato aparecen tres entidades a quienes se aplica el término Yum. El primero es Yum Kisin o Señor Diablo. El segundo es Yum kíimil o Señor Muerte. El tercero es Yum K'uj, Señor Único o del Cielo, Señor Celeste por excelencia. Kisin, "diablo", es un término aplicado frecuentemente por los mayas actuales a los niños traviesos, de manera que hay una diferencia de sentido entre k 'aas, lo malo, el mal, y k 'aajil, el demonio, el malo, términos aplicados al Señor Muerte y sus colegas en los relatos de Telchac Pueblo. Además, aquí el Señor Muerte afirma que al día siguiente debe ascender a los cielos con algunos "espíritus". En el texto maya el Señor Muerte le dice así: Sáamal yan in na'akal ka'an yeetel pixaano'ob, literalmente "mañana subo al cielo con almas"; es decir, con pixaano'ob. Esto es, no sólo lleva almas al cielo, sino que le es natural ascender al cielo. Por otro lado, su corporeidad es tan contundente que no duda en decirle a la anciana, cuando se ve atrapado en el árbol de huaya, que es un nuevo vecino de la comunidad. Podemos sugerir que este relato y el de María Luisa Góngora Pacheco tratan al Señor Muerte con una visión más común y humana que los relatos del autor de Telchac Pueblo.

Por otra parte, cuando Yum K'uj busca a Yum Kíimil, resulta interesante que la historia refiera este rasgo: ta'akik u táan u yichpaach u le'le wayúumo, es decir, literalmente, que "ocultaba su cara detrás de las hojas de la huaya". Cuando por fin desciende del árbol, el relato refiere que no saluda a nadie, pero agrega: u ta'akmaj u yich ti su 'ublak, es decir, que "ocultaba, guardaba la cara, avergonzado". La caracterización de Yum kíimil como parte de los k'aak'as iik'o'ob o vientos malignos es precisamente la de guardar la cara, que no se le pudiera ver directamente. El relato de Canché Moo recuerda ese rasgo y lo "explica" por la vergüenza de haber sido engañado.

Aquí la chen x-nuuko' o viejecita no se llama x-ootzilil, la Pobreza, sino ki'óolal, la alegría o felicidad. El atrevimiento de engañar al Señor Muerte se aviene con el carácter alegre de los mayas actuales, que en conversaciones diarias, en canciones tradicionales, en numerosas historias, saben reír, burlarse o bromear con cualquier parte del cuerpo propio o del ajeno y con las desgracias o buena fortuna del prójimo o del propio destino.

La trama de este relato de astucia forma parte de la tradición actual de los pueblos mayas, ciertamente. La geografía y las variantes religiosas han adaptado elementos regionales como el del árbol de la Huaya, el Diablo envidioso, el género femenino de la anciana y el género masculino del Señor Muerte, así como su rostro velado. A través de la historia se descubre una gradación de las entidades invisibles tradicionales. El presente trabajo abordó las aportaciones mayas, sin embargo la trama es muy antigua. La "Muerte" detenida en un árbol mediante un engaño se remonta a la antigüedad griega y hebrea; en su versión italiana la historia apareció en 1525 y la versión francesa de 1719 fue la base de las numerosas reelaboraciones posteriores, incluidas las que aquí hemos comentado: L'Histoire nouvelle et divertissante du bon homme Misère6 ["La nueva y divertida historia del buen hombre Miseria"].

 

Referencias

Canché Moo, Vicente, 1998. "Cómo una viejecita engañó a la muerte", en La sabiduría del maya, edición bilingüe, tercera serie, libro 15, México, INI, pp. 67-73 (Colección Letras Mayas Contemporáneas).         [ Links ]

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Góngora Pacheco María Luisa, 1993, "La Pobreza", en Cuentos de Oxkutzcab y Maní, primera serie, libro 4, México, INI, pp. 13-15 (Colección Letras Mayas contemporáneas).         [ Links ]

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Tec Chi, Andrés, 1993. "Seres malignos que ven los perros por las noches", en Cuentos sobre las apariciones en el mayab, primera serie, libro 6, México, INI, pp. 9-13 (Colección Letras Mayas Contemporáneas).         [ Links ]

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----------, 1993. "Yum Kíimil", en Tzikbalo'ob yo'olal ja'asaj oolo'ob, k'aak'as ba'alo'ob yeetel aluxo'ob, primera serie, libro 5, México, INI, pp. 9-13 (Colección Letras Mayas Contemporáneas).         [ Links ]

Thompson, Stith, 1977. The Folktale, Berkeley, University of California Press.         [ Links ]

 

Notas

1 Sobre esta celebración, véase Domínguez Aké 1993, libro 8, 46-49: en maya, libro 7, 50-53.

2 Góngora Pacheco 1993, libro 4, 13-15; en maya, libro 3, 15-18.

3 "Seres malignos que ven los perros por las noches", "El aullido de los perros a medianoche" y "El Señor de la Muerte", en Andrés Tec Chi 1993, libro 6, 9-13; en maya, libro 5, 9-13.

4 Canché Moo 1998, libro 15, 67-73; en maya, 17-23.

5 Véase infra, donde se explica que "anolar" es conservar la semilla del fruto en la boca, entre el paladar y la lengua (n. de r.).

6 El tema de la Muerte atrapada en un árbol es un motivo antiguo de relatos griegos y hebreos, pero el antecedente directo apareció en Italia en 1525 y el texto francés en 1719, en Rouen, atribuido al señor de la Rivière. Cf. Thompson, 1977, 46.

 

Información sobre el autor

Carlos Montemayor. Es doctor Honoris Causa por la UAM y Profesor Emérito por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Cuenta con una reconocida y amplia obra narrativa (Las llaves de Urgel, Guerra en el Paraíso), poética (Abril y otras estaciones). Su obra ensayística ha sido traducida a varios idiomas y gracias a ella ha recibido importantes distinciones nacionales e internacionales. Como traductor literario destacan sus traducciones de Safo y de Carmina Burana. Desde 1985 es Miembro de Número de la Academia Mexicana de la Lengua y Correspondiente de la Real Academia Española. Se ha ocupado de la tradición oral y de la literatura escrita actualmente en diversas lenguas indígenas de México y coordinó las colecciones de 50 volúmenes bilingües de Letras Mayas Contemporáneas de la Península de Yucatán y del estado de Chiapas. Es miembro honorario de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas en México. Además de sus tareas de investigación sobre los movimientos guerrilleros, también colabora con artículos de análisis político en el periódico La Jornada, y en la revista Proceso. Ha sido conferencista en temas políticos y literarios en numerosos países de Europa, África, Medio Oriente y Norte y Sur América.

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