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Acta poética

versión On-line ISSN 2448-735Xversión impresa ISSN 0185-3082

Acta poét vol.25 no.2 Ciudad de México sep./nov. 2004

 

Artículos/Literatura

 

Recuerdos y notas del siglo XX. Hermann Hesse y los jóvenes en los sesenta

 

Annunziata Rossi*

 

* Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM.

 

Resumen

En este artículo se abordan diversos aspectos relacionados con el escritor Hermann Hesse: la obra de este autor y los jóvenes preparatorianos de los años sesenta en México; las novelas cortas de Hesse, inspiradas en su infancia, adolescencia y juventud; su búsqueda de la libertad conciente; Hesse, como un ejemplo de rebeldía y anticonformismo; su relación con la primera guerra mundial; su rechazo al nacionalsocialismo alemán; Hesse outsider, su influencia en Timothy Leary y en el movimiento hippie.

 

Abstract

This article deals with different aspects concerning the writer Hermann Hesse. Hesse's work and the teenagers in Mexico during the sixties. His short novels, inspired on his childhood, adolescence and youth. His search of conscious liberty. Hesse rebellious and anticonformist. His attitude towards the First Wold War and his rejection of german national socialism. Hesse as an outsider, his influence on both Timothy Leary and the hippie mouvement.

 

A mediados de los años sesenta del siglo pasado, mis alumnos de preparatoria llegaban a las clases llevando consigo, casi enarbolándolas, las novelas cortas de Hermann Hesse: Peter Comenzind (1904), Bajo la rueda (1905), Demian (1919), Siddhartha (1922), El lobo estepario (1927). De Hesse, yo sólo había leído Narciso y Goldmundo y El juego de los abalorios. Curiosa por conocer el porqué de tanto interés por el escritor alemán, me puse a leer sus primeras novelas (con excepción de Peter Comenzind, que no encontré en ninguna librería).

Las novelas de Hesse entran en la tradición alemana del Bildungsroman (novela de educación), cuyo ejemplo más grande es el Aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe. Son historias de juventud (el Demian tiene como subtítulo Historia del joven Emilio Sinclair), novelas fundamentalmente autobiográficas, inspiradas en la adolescencia inquieta y rebelde del escritor y en su laborioso aprendizaje para llegar a la madurez; tal como su autor las llama, son "biografías del alma" de adolescentes y jóvenes sedientos de cambio, que emprenden el largo camino a la búsqueda de sí mismos, dirigida a lo que Hesse llama "desarrollo del alma", "esa alma que se ha perdido en el mundo mecanizado del dinero y de la desconfianza". El religioso Hesse, que no se adhiere a ninguna confesión y más bien rehuye cualquier tipo de iglesia y sus sectarismos, usa, sin embargo, las antiguas palabras cristianas para preguntar: "¿De qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?"

Crecido en un ambiente pietista, hijo y nieto de piadosos protestantes que habían estado al servicio de una misión cristiana en India (la madre de Hesse nació allí), el escritor alemán vivió la religión en dos formas, el cristianismo y el hinduismo. Se sentía más atraído por el hinduismo que no acosaba como el protestantismo, del que cuestionaba la moral judeo-cristiana autoritaria y opresiva, la rigidez, "sus pulpitos sombríos", sus "pastores y predicadores tediosos en su mayoría". Su interés por el hinduismo lo llevó en 1911 a un viaje a la India, de cuya experiencia nació el Siddartha de 1922. Posteriormente se interesó mucho en el pensamiento chino, sobre todo en Lao-Tse y Confucio.

Todas las novelas hessianas son variaciones del mismo tema, de la misma obsesión: la exigencia de la formación individual para una libertad conciente; por eso respondían perfectamente a las inquietudes de nuestros jóvenes preparatorianos que despertaban a la conciencia de sí mismos y de la dura realidad que los rodeaba. Sus personajes son arquetipos con los que se han identificado en occidente millares de jóvenes y de adolescentes en los umbrales de la juventud, cuando empiezan a vislumbrar una "verdad" más allá de la hipocresía burguesa y de sus valores obsoletos. Su obra, que se ha traducido a cuarenta idiomas, ha tenido difusión también en Oriente; Siddhartha, por ejemplo, ha sido traducida a varias lenguas de la India.

La vida misma de Hermann Hesse (1877-1963) no podía dejar de ofrecer una respuesta de anticonformismo y contestación a las generaciones jóvenes sedientas de cambio, sobre todo en coincidencia con una grave crisis social y política como la que enfrentaba en México la generación del '68. Hermann había tenido una adolescencia muy turbulenta: a los trece años, cuando ya albergaba el único deseo de ser poeta, empezó a rebelarse ante la "cobarde superioridad" de los maestros. En conflicto con la escuela, fue varias veces recluido en una celda, en una ocasión golpeado (no hay que olvidar que en aquellos tiempos los maestros, para mantener la disciplina, recurrían a castigos corporales) y expulsado de cada escuela a la que los padres lo iban transfiriendo. En una ocasión fue encarcelado por haber tratado de incendiar un bosque y, durante cuatro años, entre huidas, castigos y expulsiones, no duró en ninguna escuela. En 1891 inclusive intentó suicidarse, y fue internado en una clínica psiquiátrica.

Tampoco fue fácil la relación de Hermann con sus padres. Los amaba pero, como confiesa en una breve autobiografía, los hubiese amado más tiernamente de no haberle "inculcado el cuarto mandamiento desde la primera edad" (Honrarás a tu padre y a tu madre). Escribe: "Sólo al oír 'deberás', todo mi ser se trastocaba y me obcecaba." A los quince años, tras fracasar en la escuela, empezó su propia formación en la rica biblioteca de su abuelo, en donde ensayó también sus primeros escritos. Fue aprendiz de varios oficios: primero, en un taller mecánico; luego, como ayudante de su padre; después trabajó en una fábrica de relojes de campanario, pero en ninguno duró; por fin, fue librero, actividad que le gustó y en la que permaneció cuatro años, para dedicarse luego al negocio de antigüedades, en el que se mantuvo "para ir tirando". Entre tanto publicó algo logrando cierta popularidad, pero no fue sino hasta su primer éxito literario que adquirió la independencia económica necesaria para dedicarse de manera exclusiva a la escritura.

Después del éxito de sus obras, llegó para Hesse la amarga experiencia de la guerra de 1914, que lo hundió en una grave crisis. Apolítico "hasta el fanatismo", "hasta la muerte", mantuvo toda su vida esa hostilidad hacia la militancia política, porque "bajo el signo de la militancia política el hombre no se siente obligado a seguir sentimientos y métodos humanos, sino a obedecer solamente las consignas partidistas y polémicas " Individualista declarado, en una carta a André Gide se despide así: "Reciba una vez más el saludo de un viejo individualista que no tiene intención de adaptarse a ninguna de las grandes maquinarias." Sin embargo, aunque apolítico y pacifista, no se aisló de los problemas de su tiempo, en los que participó activamente con sus escritos, tomando posición en contra del odio entre los pueblos y colaborando intensamente con la Cruz Roja suiza en apoyo de los prisioneros de guerra. Al igual que Romain Rolland, se manifestó con violencia contra la irrupción ilegal de las tropas alemanas en la neutral Bélgica, contra la destrucción de la histórica ciudad de Lovaina y contra el bombardeo a la catedral de Reims. Reacio a la "partidocracia", siempre en defensa de su libertad personal, tuvo, sin embargo, simpatía por el socialismo y gran desconfianza hacia la república burguesa de Weimar, constituida en Alemania después de la derrota de 1918. A la caída de ésta escribe a Thomas Mann en una carta de 1931: "Se ha derrumbado algo que no estaba del todo vivo." Había sido favorable, al igual que Rilke, a la "revolución" de 1918, y en otra carta a Mann lamentará el asesinato de los miembros de la Liga Espartaco: "Los pocos espíritus buenos de la 'Revolución', que no fue tal, perecieron asesinados con la aprobación del noventa y nueve por ciento de la población", concluyendo que Alemania "había perdido su oportunidad de hacer su revolución y encontrar su propia forma."

Entre las dos guerras, fue uno de los pocos que no se dejó arrastrar por el entusiasmo nacionalista y los deseos de revancha del pueblo alemán. Vio con ojos proféticos la amenaza de la Segunda Guerra y reprobó el clima de pogrom antisemita, el delirio de supremacía de la raza aria que dominaban en el país, así como su carrera armamentista. En abril de 1933 (después de la subida al poder de Hitler) en otra de sus cartas a Thomas Mann declara su "completa renuncia a la Alemania oficial". Su oposición le procuró violentos ataques y la acusación de traidor a la patria, así como el rechazo, por parte de los editores, de las obras que había enviado a Alemania. En 1939 el gobierno nazi prohibió toda su obra. Sólo después de la guerra fue rehabilitado, y en 1946 recibió el premio Goethe y el premio Nobel. En esa ocasión Hesse, esquivo como siempre a las celebraciones y a todo tipo de acontecimientos oficiales, no acudió a Francfort ni a Estocolmo para recibir los premios.

Por la sencillez y la precisión de su estilo, por la armonía entre forma y contenido, las novelas de Hesse son de lectura asequible a pesar de la complejidad y la profundidad en el análisis psicológico de sus personajes. Las vivencias personales y el contacto con el psicoanálisis (se sujetó a tratamiento psicoanalítico en dos ocasiones, la segunda con C. G. Jung), agudizaron la natural sensibilidad de Hesse para ahondar en la psicología profunda de sus protagonistas. Cada una de sus novelas cortas, desde Bajo la rueda (1905) hasta El lobo estepario (1927), analiza en crescendo las diferentes etapas de la vida (las mismas etapas por las que había pasado él mismo), el desarrollo espiritual gradual desde la pubertad hasta la plenitud de la edad madura, el camino que, a través de crisis y transformaciones, lleva al encuentro con uno mismo; etapas que concluyen en la madurez de Harry Haller (el "lobo estepario") y del magister ludi Joseph Knecht, protagonista de su última novela, El juego de los abalorios.

Hesse sabe perfectamente que el cambio social es una dialéctica individuo-sociedad, pero da prioridad a la transformación individual; como dice en su Regreso de Zarathustra de 1919: "Respecto a la nación y a la colectividad, que cada hombre actúe como le dictan sus necesidades y su conciencia, pero si durante la acción se pierde a sí mismo, a su espíritu, cualquier cosa que haga no valdrá nada. Si queremos tener mentes y hombres capaces de asegurar nuestro futuro, no tenemos que empezar por el final, con reformas y métodos políticos, sino más bien por el comienzo, por la construcción de la personalidad. Si queremos tener mentes y hombres que nos garanticen el futuro, tenemos que sembrar nuestras raíces profundamente, y no sólo agitar las ramas." En fin, para Hesse la revolución de la conciencia individual es una conditio sirte qua non para la creación de una nueva cultura, una nueva realidad, una nueva ética, la transformación de la sociedad. El repudio de Hesse a la sociedad burguesa es radical: una burguesía, dice, aniquiladora del individuo, que "envenena" a sus jóvenes con la exaltación de los valores morales para luego enseñarles a traicionarlos.

La crítica de Hesse a la burguesía se puede condensar en las dos páginas iniciales de Bajo la rueda, en el rotundo retrato, lapidario, de un típico campeón de la pequeña burguesía, el respetable Sr. José Giebenrath. Comerciante y corredor de bienes, José Giebenrath une a una innata capacidad para los negocios un "marcado afecto por el dinero" y la sumisión frente a la autoridad, junto con una acendrada hostilidad hacia todo lo singular e insólito, hacia todo lo selecto y lo intelectual. Con las palabras de Hesse: "Si (Jiebenrath) hubiera cambiado su nombre y su domicilio por los de alguno de sus vecinos, nadie habría notado la menor diferencia." Sin embargo, Giebenrath tiene la suerte, que se convertirá en desgracia, de haber procreado un hijo, Hans, de talento excepcional y de una gran sensibilidad, que se destaca entre todos sus compañeros. No sólo su padre, sino los profesores y el director de la escuela esperan de él grandes cosas, un brillante porvenir. Se le envía como candidato al celebre Colegio Teológico Protestante de Tubinga, y Hans obtiene el segundo lugar en el difícil examen de admisión. La ambición del padre, que sueña con hacer de él un alto funcionario, y la de sus profesores, no tiene límites. El adolescente, en la pubertad, de constitución grácil y sujeto a frecuentes migrañas, en los meses de vacaciones, cuando hubiera tenido que renovar sus fuerzas, es sujeto a otro tour de forcé inhumano: clases y más clases privadas, de las que sale "demacrado por el mucho trasnoche y con obscuras ojeras bajo sus ojos cansados". Sujeto a otra dura disciplina en el Colegio de Maulbroon (el mismo que había frecuentado el adolescente Hesse y al que empieza a ver con ojos críticos), Hans se enferma y regresa a su casa con la salud quebrantada. Abúlico y desesperado, acaricia la idea del suicidio que no realiza por inercia. Ahora tiene que escoger un oficio y entra como aprendiz en un taller mecánico. De regreso del festejo de cantina en cantina que un obrero ofrece a sus compañeros, lo vemos arrastrarse de noche colina arriba para llegar a su casa, ebrio y temeroso del padre. Un día después su cadáver es encontrado en el río donde amaba pescar de* niño...

Hermann Hesse fue un verdadero outsider, el "lobo estepario" de la Montañola (el lugar que escogió para vivir en Suiza, su patria adoptiva, de la que obtuvo la nacionalidad en 1923). De esto tuvo plena conciencia y, en una carta a E. Korrodi de 1936, ubica su lugar "en esa dimensión del outsider neutro e imparcial, en la que uno es vapuleado y ridiculizado por ambos frentes: la derecha y la izquierda." Vivió apartado, alejado del mundo de la política, sin ningún interés por el dinero y en contra de los ideales de vida ordenada y respetable de la sociedad burguesa, hostil a la publicidad (no tenía en su hogar ni radio ni televisión), anticonformista e indiferente al dinero y a los honores de la vida pública, defendiéndose de las visitas de los curiosos inoportunos que a menudo lo acosaban. En la puerta de su jardín estaba un cartel: "Nada de visitas, por favor"; para quien lograra penetrar en el jardín, estaba listo en la puerta de la casa otro cartel con un poema de Men Hsich:

"Cuando uno es viejo y ha terminado su trabajo, tiene derecho de entablar amistad con la muerte, en quietud. No necesita de los hombres. Los conoce, los vio demasiado. Lo que necesita es la tranquilidad. No está bien buscar a este hombre, abordarlo con labias. Es correcto pasar frente a la puerta de su casa, como si en ella nadie viviera."

Entre las pausas de la escritura, Hesse se dedicaba al dibujo y a la pintura de acuarela, o cuidaba de su jardín donde cultivaba flores y hortalizas, saboreando de vez en cuando una buena botella de vino tinto, y también cultivando "con método y gran placer el dolcefar niente". Había vivido en un ambiente rígidamente protestante y, sin embargo, fue completamente ajeno al anhelo de la ética de trabajo típico del protestantismo. Se abandona con gozo al "arte de la ociosidad", "en contra del trajín forzoso al que están sometidos los seres desde su más tierna edad, sin una pausa de respiro (una situación considerada ideal)", como escribe en un artículo de 1904, intitulado precisamente "El arte del ocio. Un capítulo de higiene estética", publicado en Die Zeit de 1904, en donde lamenta que desgraciadamente "la pereza convertida en arte ha sido practicada en Occidente sólo por tristes aficionados " Confiesa cándidamente que es holgazán e indisciplinado (todo lo opuesto a su amigo Thomas Mann con quien se carteaba). Ya en edad madura se dio a experimentaciones de magia blanca (que se extendieron "hasta el aspecto negro de la misma"), lo que lo llevó, a los sesenta años, cuando dos universidades lo habían honrado con la dignidad de doctor honoris causa, a la cárcel donde —narra divertido— habiendo obtenido el permiso de pintar, se puso a decorar la pared de su celda con un paisaje. Así lograba Hesse la liberación en la fantasía y en el juego, en la dimensión estética de la vida, realizando lo que Schiller había sostenido: que el impulso al juego suprime la constricción y pone al hombre, física o moralmente, en un estado de libertad. De sus escritos no se desprende que Hesse haya recurrido a alguna droga, pero no me sorprendería que lo hubiese hecho, libre como era de prejuicios y abierto a todo tipo de experimentación que le permitiera entrar en otros mundos, como su protagonista del Lobo estepario, Harry Haller, que sí lo hace para penetrar en el Teatro mágico. En esta obra, Hesse da rienda suelta a la imaginación, que se desborda a tal punto que recuerda a Hoffmann, el autor que, junto a Mozart, Hesse más admira.

En fin, Hesse supo conciliar en toda su vida el principio de la realidad con el principio del placer, esos principios que Freud, en su Malestar de la cultura de 1927, había considerado antagónicos e irreconciliables, ya que el sacrificio de los instintos humanos era una condición inderogable para la supervivencia de la cultura. Hesse, en cambio, no acepta la fatalidad de la renuncia y de la represión en contra de la que se rebela. La libertad que Hesse logró en la esfera individual, Herbert Marcuse la planteará como posible para la humanidad entera. Partiendo de la tesis pesimista de Freud para confutarla, Marcuse sostiene en su Eros y civilización de 1955 —el manual de los jóvenes opositores del '68— que en las sociedades industriales avanzadas la lucha entre los dos principios de la realidad y del placer no era un hecho ya necesario e irreversible y que podía ser resuelta armónicamente, poniendo a la humanidad en condición de aprender la gaya ciencia, en una dimensión estética (por cierto, también Marcuse cita muchas veces a Schiller).

Después del Nobel de 1946, la obra de Hesse tuvo un paréntesis de olvido, hasta su irrupción a principio de los años sesenta. No sé cómo llegó a México. En esos años, Juan García Ponce introducía la narrativa de lengua alemana, interesándose particularmente y de manera brillante en Thomas Mann y en los centroeuropeos como Robert Musil. A Hesse no le dedicó ningún ensayo ni, que yo recuerde, lo mencionó en alguno de sus escritos. Supongo que su silencio se debió a la misma reticencia de la crítica respecto a la obra hessiana, considerada en sentido restrictivo demasiado didáctica, literatura para jóvenes, como si la intencionalidad educativa pudiera de por sí excluir de una obra su calidad de arte. Dante en su Comedia y Goethe también tuvieron intenciones "didácticas", al igual que Jean Paul, considerado "biógrafo de la adolescencia" (para Jean Paul la única edad digna de ser vivida era la adolescencia), y eso no ha determinado juicios negativos sobre sus obras. Por otro lado, está bastante generalizada la sospecha de que la obra hessiana pertenece al mid-cult por su divulgación a nivel masivo, y la convicción de que la difusión y el favor de la masa banalizan la obra, la desacreditan. Hoy no existe ya una separación a priori entre la obra de "consumo" y la obra de arte, pero en ese momento estaba todavía presente la larga tradición occidental eminentemente aristocrática. Al escritor le gustaba escribir para los happyfew (pero, al mismo tiempo, quería vivir de la venta de su obra).

En Apocalípticos e integrados de 1964, Umberto Eco enfrenta el viejo problema de la divulgación masiva de una obra como factor negativo para la crítica, atribuyendo la distinción entre el "espíritu" y la "masa", entre la lucidez del intelectual y la cerrazón del hombre-masa, a los jóvenes hegelianos que en el siglo xix sostenían que "el peor entusiasmo a favor de una obra de arte es el entusiasmo con el que la masa se dirige a ella. Todos los grandes acontecimientos de la historia han sido fundamentalmente equívocos y faltos de éxito efectivo porque la masa se entusiasmó por ellos. Ahora el espíritu sabe donde buscar a su único adversario: en las frases, en las auto-ilusiones y la falta de nervio de la masa". Es evidente, comenta Eco, que la crítica de los jóvenes hegelianos se dirige sólo aparentemente a la cultura de masa; de hecho, se dirige en contra de la masa, sin distinguir entre la masa como grupo gregario y la comunidad de individuos responsables, sustraídos a la masificación y absorción de la grey. En el fondo, concluye Eco, subsiste "la nostalgia de una época en la que los valores de la cultura eran atributos de clase y no se ponían al alcance de todos " En suma, una cultura clasista y no del espíritu.

En los Estados Unidos la obra de Hesse fue redescubierta por Timothy Leary, ex profesor de filosofía de la universidad de California de la que había sido expulsado por sus experimentos de droga con los estudiantes. Teórico de la cultura psicodélica y underground, Leary recomendaba a los hippies la lectura de Hesse, al que consideraba como "el profeta del underground": "Lean diez páginas de Hesse antes de tomar una pastilla de LSD." Ya en los años cincuenta, el jefe de los "jóvenes iracundos" Colin Wilson, en su The Outsider de 1957, había designado a Hesse como jefe de su grupo. La Psicodelic Review declaraba que nadie había descrito con tanta lucidez el viaje al interior de la conciencia. Una joven de Nueva York explicaba de este modo la influencia de Hesse: "Hesse es el fermento antimaterialista que América necesita " La problemática hessiana respondía en muchos aspectos a las exigencias de renovación individual y de paz —eran los años de la guerra de VietNam y de la generación hippie. El llamado de Hesse a no conformarse con el mundo burgués y a rechazarlo logró fomentar la rebeldía de no pocos jóvenes desesperados y en crisis, y no sólo en los Estados Unidos. Muchas fueron las generaciones del siglo XX a las que el escritor alemán ayudó a entenderse, a "dimensionar" como "normales" vivencias hacia las que los "bienpensantes" burgueses mostraban desprecio o ironía.

A la influencia de Hesse hay que añadir el ejemplo que los hippies tenían de la generación beat que los había precedido en los años cincuenta. De cierto modo, me atrevería a decir que los protagonistas de Hesse se habían adelantado en decenios a los grupos de la Beat Generation, el movimiento literario cuyos portavoces fueron Jack Kerouac con su On the road y Alien Ginsberg con su poema Howl: vagabundos, anarquistas, adolescentes inquietos o adultos frustrados, gente "descarrilada" que cuestionaba el modo de vida americano, la sociedad opulenta, la existencia burguesa y su moral, en contra de cualquier tipo de autoridad de la que no reconocían la consistencia, en contra de la "disciplina próspera para el hombre mediocre, común y corriente", como lo expresa Hesse.

El movimiento hippie fue un fenómeno social de grandes proporciones que logró aglutinar a su alrededor dos millones, y quizá más, de jóvenes. Surgió a inicios de los años sesenta en San Francisco y en California, se propagó a Chicago y a Nueva York, y luego trascendió las mismas fronteras estadounidenses. El problema que Hesse había sentido más urgente, de la transformación individual y la construcción de la personalidad, del "individuo único que no ha sido reducido a una norma", tuvo un eco extraordinario en la forma de vida de los hippies (hay que recordar que hippie viene de hip, consciente).

La generación hippie estuvo atormentada por el problema de la identidad, de la relación con los demás, fue rebelde ante la autoridad de los padres y de la sociedad opulenta, ante el american way of Ufe al que logró oponer una nueva forma de vida. Para aumentar la percepción, para una expansión de la conciencia que estimulara la individualidad, los hippies recurrían al uso de la droga (que habían usado también los beatniks para desengancharse de las leyes morales e intelectuales): marihuana, alucinógenos, sobre todo LSD. "Entrar en onda" era para ellos un medio para liberarse de las superestructuras morales e intelectuales recibidas e impuestas, para buscar nuevos valores y nuevas razones de vida, en pocas palabras, para "desacondicionarse" de lo establecido, para "de-culturizarse". Aun cuando procedían de diferentes extracciones sociales, la mayoría pertenecía a la pequeña burguesía, y no pocos a la alta burguesía; sin embargo eligieron un modo de vida contra la corriente, opuesto al burgués. También el vestuario que adoptaron fue insólito y polémico: muchos de ellos iban descalzos, con el pelo largo y suelto, con túnicas hechas a mano sobre desgarrados pantalones y largos collares de cuentas que ellos mismos engarzaban; se adornaban con flores que ofrecían a los pasantes, incluso a los policías, en signo de amor y de paz (eran los años de la guerra de Vietnam). Su escenario era la calle, especialmente el distrito de Height-Ashbury, en San Francisco, a pocas cuadras del Golden Gate Park, otro de sus lugares fijos de encuentro.

Los niños de las flores, flowers children vivían sólo con lo indispensable, vendiendo collares, amuletos y artesanía hecha por ellos mismos. Entre sus producciones, publicaciones locales, comics, etc., destacan los carteles publicitarios en los que lograron un estilo personal que merecería, quizá, un estudio aparte. Crearon un mundo diferente, una contracultura a través de un régimen comunitario autónomo —si se quiere primitivo y tribal— dentro del establishment, que les permitió subsistir: comunas rurales autosuficientes en los desiertos de California, viviendas y cocinas comunales en las ciudades; siempre eran ayudados por los diggers voluntarios que se encargaban de recolectar víveres —y que, por lo general, rehusaban el dinero—; ayudaban a los que el establishment ignoraba y recogían a numerosos niños que habían huido de su hogar. Disponían de clínicas libres que terminaban invariablemente en bancarrota por falta de dinero. Los diggers organizaban también grandes fiestas en el Golden Gate Park, ofreciendo conciertos, de jazz, de rock y comida, todo gratuito. Los hippies disponían inclusive de una guardia espontánea, los Hells Angels (ángeles del infierno) que en motocicleta los defendían de la policía con mucha energía y eficiencia.

Por su rechazo al establishment, que aplasta lo individual y lo espiritual, los hippies se mantuvieron apartados de todo, alejados y hostiles a la política y a la vida intelectual (inclusive exhortando a los estudiantes a abandonar las universidades). Estaban en contra de la sociedad sin querer reformarla.

Sus consignas eran: "Haz lo tuyo" y "Vivir". Cuando se le preguntó al músico Joe McDonald, cuál era el programa político hippie, contestó: "Música gratis en el parque." Y a la pregunta: ¿Qué hay con la organización social de la sociedad?, contestó bruscamente: "A la chingada." Nunca entablaron contactos con los movimientos paralelos radicales de izquierda ni con los universitarios que hicieron tentativas para atraerlos. En esos mismos años, los estudiantes de la universidad de Berkeley de la generación del '68, desfilaban contra la guerra y, bajo la guía de Herbert Marcuse, luchaban por una transformación de toda la sociedad, como sus coetáneos mexicanos.

El auge del hippismo duró varios años hasta su ocaso en 1967 (su último gran acontecimiento fue el festival Monterey-pop en ese mismo año.) El anuncio de su muerte lo dio, con una buena dosis de ironía, el San Francisco Chronicle el 5 octubre de 1967. Hubo un féretro simbólico, al parecer con una procesión. Siguieron, es verdad, los festivales hippies de Woodstock, agosto de 1969 (con medio millón de jóvenes), y el de Avándaro de 1971, en el Estado de México.

No creo que de la ceniza del hippismo haya salido alguna ave fénix. Sm embargo, dejó en herencia cierto estilo de vida entre los jóvenes y una profunda huella en el imaginario juvenil. Mientras tanto, los jóvenes continúan leyendo a Hesse...

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