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Acta poética

On-line version ISSN 2448-735XPrint version ISSN 0185-3082

Acta poét vol.25 n.2 Ciudad de México Sep./Nov. 2004

 

Artículos/Literatura

 

Hacia una poética de José Revueltas (primer apunte: el problema del lector)

 

José Manuel Mateo

 

Resumen

Ante la idea de un lector genérico y de la lectura como consenso, José Revueltas plantea: a) que los lectores y las lecturas de la obra literaria sólo existen como acto, y b) que puede hablarse de un lector eterno constituido fundamentalmente por quienes escriben y leen a lo largo del tiempo histórico, de modo que la naturaleza de la palabra no se circunscribe a una comprensión inmediata sino que sigue siempre adelante de una manera ilimitada. Ambos planteamientos se relacionan con conceptos bajtinianos relevantes (la tonalidad social del enunciado, su orientación hacia la futura palabra-respuesta, el signo entendido como proceso de generación y no como reconocimiento de lo mismo) y dan fe de la intensa reflexión filosófica que ordena el pensamiento y la obra de Revueltas en sus diversas manifestaciones literarias, de teoría estética y política.

 

Abstract

Faced with the idea of a generic reader and reading as consensus, José Revueltas raises: a) readers and the readings of literature only exist as an act, and b) there is an eternal reader mostly constituted by those who write and read throughout the historic time, in such a way that the nature of the word is not limited to an immediate comprehension but goes ahead in an unlimited way. Both propositions are related to relevant Bakhtin's concepts (the social tone of the sentence, its orientation toward a future word-answer, the sign understood as a process of generation and not as a recognition of the same thing) and are evidence of the intense philosophical reflection that rules Revuelta's thought and his work throughout its literary, aesthetic and political theory manifestations.

 

1. Lector y consenso

En noviembre de 1967 se publicó la Obra literaria de José Revueltas. Este hecho, que implicaba un efectivo momento de "consagración" para él, también lo enfrentó a un problema que sólo cabe considerar simple en su planteamiento: quién es el lector del texto literario. Revueltas aborda el problema en el prólogo que escribió para esa primera edición de su obra, tomando como base la polémica suscitada por su novela Los días terrenales. El curso de ese prólogo y sus conclusiones son relevantes para proponer un primer acercamiento a la concepción de Revueltas sobre la tarea del escritor y sobre las posibilidades del texto literario como experiencia liberadora.

Revueltas comienza por declarar su estupefacción al descubrir, "inesperadamente", la forma en que sus obras "por sí mismas" le planteaban el cómo de su comparecencia ante ellas; se admira de la circunstancia de no haber sido él quien "pudiera plantearse ese cómo" sino que "las propias obras" se lo impusieran (OC 18, 124).1

Con esta declaración, que podría interpretarse en principio como un gesto de modestia, establece un verdadero punto de inflexión, pues parte de considerar al autor como algo distinto y exterior a la obra literaria. La obra adquiere autonomía, una cierta capacidad de réplica, la cual se basa, en primer término, en su circunstancia temporal. Revueltas piensa que de haber sido "ayer o anteayer" cuando se publicaran sus "obras completas" del momento, se habría dado cuenta antes de lo que ahora suscitaba en parte su sorpresa: de "la distinta objetividad que adquiere [su] trabajo respecto a su pasado más próximo" (OC 18, 124). Este hecho "tan obvio para quienquiera que sea el escritor" constituye "la problemática de todos los escritores y la problemática misma del escribir" (OC 18, 125), a saber, la dificultad que implica para un autor mirarse en sus obras y, más aún, el mirarse en forma opuesta a como lo ven los demás.

Para José Revueltas las palabras implican una postura y una posición frente al mundo, las entiende como "compromiso y combate" y pacta "a vida o muerte" con ellas; sólo el "no-escritor", el "hombre de letras", el literato opta por la prudencia frente a las palabras y se inmuniza frente a "la zozobra humana del ser" (OC 18, 125). Con estas declaraciones confirma las "peculiaridades ideológicas y políticas" que han rodeado su obra, pero sobre todo reconoce el carácter ideológico de la palabra, su papel de "medio ambiente para la conciencia", de "ingrediente necesario" de "toda la creación ideológica en general" (Voloshinov 1992, 39). Precisamente por eso, decide abordar el problema por una ruta que no considera la obra en su carácter político inmediato, pues las palabras compromiso y combate se considerarían en un entorno limitado donde perderían su relevancia como conceptos de alcance estético. Revueltas decide poner sobre la mesa al otro que se encuentra inmerso en el acto de comunicación literaria: el lector.

Antes de la polémica suscitada entre los comunistas por la publicación de Los días terrenales2 el lector para Revueltas no fue sino "la forma ignorada, distante, imprecisa y nebulosa de "los otros", de mi otro,., para quien yo era ese ser objetivado en aquella novela, en este cuento, en tal otra narración, pero hacia quien yo, por el contrario, no me sentía, en él, como un ser objetivo, antes como mi alineación de este ser" (OC 18, 126; los subrayados son del original). Revueltas no creía carecer de lector alguno, sin embargo, tal como afirma, sus novelas, cuentos, etcétera, no le habían impuesto la cuestión; no se había puesto a reflexionar en torno a ella y, en esa medida, el lector no aparecía en su horizonte comunicativo como algo necesario. Cuando pensaba en él, Revueltas se asumía enseguida como un escritor solo con su obras, "inobjetivo" para sí mismo, "incomunicado" (OC 18, 126). Sin embargo, intuye que sus palabras se encuentran orientadas "directamente hacia la futura palabra-respuesta" (Bajtín 1989, 97), a ese "fondo aperceptivo, lleno de respuestas y objeciones" que se encuentra "en el alma del oyente" [en nuestro caso, del lector] (Bajtín 1989, 98); aun cuando no hubiese podido formular la cuestión de inmediato, sabe que el lector lo condiciona y que la comunicación, esto es, la comprensión del texto que lanza el escritor "madura en la respuesta" (Bajtín 1989, 99). La autonomía de las obras frente a las que su autor se extraña muestra que la prosa de Revueltas había conseguido trascender la visión del mundo del propio escritor y adquiría una tonalidad social (Bajtín 1989, 77) capaz de echar luz sobre problemas estéticos y de mostrar una realidad determinada que ha sido organizada artísticamente, al margen de sus intenciones políticas.

¿A qué lector se refiere Revueltas, entonces? Aparentemente, la realización de la "materialidad inmediata" de la obra, el "reflejo objetivo" en que el autor se reconoce, se encuentra en el lector genérico, es decir, en "el conjunto de factores sociales, políticos, históricos e ideológicos que forman el determinado consenso respecto a la obra de que se trate en una situación dada" (OC 18, 125). Pero sólo aparentemente, insistirá Revueltas, pues ocurre que los consensos sobre una obra pueden producirse al margen de ésta y del lector.

Los días terrenales padeció las más furibundas críticas por parte de la izquierda mexicana, la cual deploraba la imagen que se ofrecía del Partido Comunista Mexicano, de sus militantes y más aún de sus dirigentes; asimismo, los críticos se rasgaban las vestiduras frente a las opiniones de algunos personajes, asumiendo que mediante ellos el autor planteaba su posición personal. Bajo la presión de los comentarios en contra, Revueltas solicitó a su editor, Antonio Caso hijo, que retirara la novela del mercado. No actuó, aclara, por miedo o incapacidad para sobrellevar la situación, deseaba frustrar las intenciones de sus adversarios, quienes soterradamente esperaban que renegara de su militancia; también deseaba abrir una pausa literaria que le permitiera "estudiar y profundizar algunas ideas, sobre los problemas teóricos del arte y de la literatura", que "desde tiempos atrás" le preocupaban (OC 18, 127). Antonio Caso se negó a retirar la novela y confiaba en que el repudio público de la obra hecho por Revueltas mismo influiría para agotar la edición en un par de meses. Sin embargo, pasaron tres y sólo se vendió un ejemplar, a pesar de que ese periodo fue el más nutrido "de toda clase de notas periodísticas, artículos, reportajes y entrevistas, que se arrojaron sobre el asunto en una ola de estupideces y majaderías fuera ya de toda proporción" (OC 18, 127). Lo que para el editor resultaba inexplicable en términos de presencia pública se tornaba cada vez más claro a los ojos de Revueltas: basta que un juicio se emita con una cierta base de autoridad para que éste se reproduzca y ramifique desprendido por completo de aquello que pudo haberle dado sustento. Revueltas fue descalificado y señalado como un autor existencialista que rebajaba al ser humano; equívocamente se le comparó por ello con Jean Paul Sartre, quien a ojos de Fadéiev, era semejante a una hiena ("Si las hienas escribieran en máquina, escribirían como Sartre", dijo). Fadéiev (1901-1956) era una figura literaria soviética y su voz dio el impulso necesario para que la izquierda mexicana se sintiera autorizada para denunciar el supuesto existencialismo de Revueltas. En un primer momento, Revueltas pensó que este tipo de juicios sólo afectaba a escritores como él (comunistas que no renunciaban a repensar las prácticas partidarias y las tareas del comunismo), impidiendo que se convirtieran "en el ser objetivo de su obra", es decir, en los "pensamientos, sensaciones, imágenes, disposiciones, que se destinaban a ser asumidas por un lector" (OC 18, 127). No obstante, siguiendo al mismo Sartre, considera a su vez que incluso quienes leen sin dolo ni dobleces "lo hacen igualmente mal..."; "y más todavía", es posible "que nadie en fin de cuentas sepa leer en absoluto" (OC 18, 128-129). Este extremo, que cancela de plano la relación entre el escritor y el lector, no resuelve el problema; obliga a replantearlo en otros términos.

Si se conviene, propone Revueltas, que, en efecto, son los consensos "amañados" los que empujan al lector a incurrir en "toda suerte de equívocos y supercherías", y que, por lo tanto, existe un consenso "natural" inmune a toda "clase de trampas", de cualquier forma la cuestión seguiría "siendo la misma, y la ruptura, bien que menos obvia, permanece insalvable" (OC 18, 129), porque estaríamos aceptando que en la obra literaria sólo habita un consenso posible independiente del lector Para acercarse a una solución Revueltas recurre a un breve pasaje de Marx a propósito de la religión:

Si conozco la religión como conciencia de sí humana enajenada, lo que conozco en ella como religión no es mi conciencia de sí sino mi conciencia de sí enajenada confirmada en ella. Así mi propio yo y la conciencia de sí que es su esencia, no se confirman en la religión, sino en la abolición y superación de la religión. (Marx en OC 18, 129-130).

Al revisar este parágrafo para poder aprovecharlo en su análisis, Revueltas distingue la conciencia de sí humana de la conciencia de sí del propio yo. La primera posee un carácter concreto como realización social, histórica, en el Estado, en la religión... la segunda es abstracta y se manifiesta como potencialidad de realización. Esta no se confirma en el aspecto concreto de la conciencia de sí humana enajenada sino en la abolición y superación de la misma. En nuestro caso, dicho aspecto concreto es la obra literaria, es decir, aquello en lo que el autor se objetiva o realiza como materialidad sensible de su conciencia de sí humana y a lo que Revueltas llama el para sí del escritor. Por otro lado, este para sí, la obra literaria, constituye también un en sí que posee una "pasión (en el sentido de movimiento)... una tendencia intrínseca" que lo impulsa a objetivarse en los sentidos humanos (OC 18, 130; los subrayados son míos). Aparece de este modo el lector como categoría necesaria del análisis.

La conciencia de sí del escritor, en cuanto pensamiento abstracto, en cuanto potencialidad, no es enajenable y constituye la esencia de su yo; por el contrario, la conciencia de sí humana, que es la realización de esa potencialidad y da cuerpo al para sí del escritor, "aparece en todos sus momentos como una conciencia enajenada" (OC 18, 130); de ahí que la enajenación del escritor se encuentre inserta desde el principio en el proceso de objetivación del pensamiento abstracto y termine por consumarse en el "extremo culminante del proceso", en el acto de apropiación de ese pensamiento por parte del lector. Esto es así porque uno y otro, autor y lector, se mueven dentro de un "consenso de ideas que en lo social, lo ideológico, lo político, domina el momento histórico" (OC 18, 130). Si la conciencia de sí del propio yo (del escritor) no se confirma en el aspecto concreto de la conciencia de sí humana enajenada sino, por el contrario, en su abolición y superación, quiere decir que la obra no puede avenirse a ninguno de los consensos ante los que comparezca, "sea cual fuere el tipo de sociedad dentro de la que se originen: capitalismo, socialismo o comunismo" (OC 18, 131). El lector genérico representa, precisamente, un consenso cuya exigencia "es la abdicación de la libertad", la renuncia al ejercicio del pensamiento abstracto por parte de quien escribe la obra pero sobre todo de quien la lee.

Así visto, el lector genérico no puede ser el lector de la obra literaria. En su lugar, Revueltas habla del lector eterno. Parte de considerar el Fausto de Paul Valery, donde Mefistófeles trata de seducir al Doctor con la idea de proporcionarle la fórmula para escribir "el libro de los libros, el libro que jamás se terminaría ni se dejaría de leer una vez abierto por donde fuese" (OC 18, 129). Ante los reparos que pudieran oponerse a este concepto, señala:

Si miramos el hecho al margen de la crítica dogmática, que comenzaría por pretender que creemos en el padre eterno o, en el más indulgente de los casos, que esto no es sino introducir de contrabando la idea absoluta de Hegel, podemos afirmar con toda certeza y seguridad que el lector eterno sí existe y es demostrable, en tanto nosotros, los escritores, estamos escribiendo, a lo largo del tiempo histórico, el libro que jamás se terminará de leer, el libro que escribiría el doctor Faustus: nuestros libros. Quiere decir, nosotros, los escritores, somos nuestro propio eterno lector, en oposición al lector genérico que nos niega, (OC 18, 131).

Al margen de suponer que sólo los escritores están en condiciones de leer y comprender los textos literarios (si bien cabe aceptar que se trata de un lenguaje especial o de especialistas cuyos registros y tendencias no son los del lenguaje cotidiano), interesa destacar algo distinto: la lectura no puede entenderse como un consenso, ni como un producto; el lector no es preexistente a la obra sino que ésta lo construye y se halla a la espera de su encuentro efectivo. La lectura y el lector ocurren, y sólo existen como acto, como ejercicio del pensamiento abstracto, que a ojos de Revueltas constituye "la conquista suprema de la libertad" (OC 18, 131). Por ello concluye:

Entre mi conciencia de sí, entre la conciencia de mi yo esencial y su libre y acabada realización en el otro indiscrepante de ellas mismas... entre la conciencia de mi yo esencial, repito, y su realización en el otro, no se interpone ningún lector genérico cuando leo a Proust, a Baudelaire o a otro escritor del presente o del pasado... Este escritor que leo es mi propia conciencia de sí desenajenada. Sus palabras son las palabras destinadas por él a pensarme en el instante mismo en que las leo: soy su libertad y él es la mía. (OC 18, 131).

La lectura de una obra se entiende así como una construcción histórica, que trasciende la experiencia de los individuos. Al respecto, creo que aclaran y fortalecen esta perspectiva algunas consideraciones de Voloshinov-Bajtin cuando propone un análisis "de veras objetivo" de la lengua. En una mirada, dice, "desde fuera o, más exactamente, por encima de ella, no encontraremos ningún sistema de normas idénticas a sí mismas. Por el contrario, nos enfrentaremos a una generación permanente de las normas de la lengua" (Voloshinov 1992, 96). Con la obra literaria sucede algo parecido. Cada vez que alguien se enfrenta a ella no se verifica un proceso de autoidentificación (lo que ocurriría si se aceptara la idea de un consenso) sino de variabilidad. Tal como ocurre "para una forma lingüística en cuanto signo", el momento constitutivo de la obra no se encuentra en "el reconocimiento de 'lo mismo', sino [en] la comprensión... es decir, [en] la orientación en un contexto y en una situación dada: una orientación en el proceso de generación, y no [una] 'orientación' en una cierta calidad estática." (Voloshinov 1992, 100; los subrayados son míos.)

 

2. Otras implicaciones del problema

En el curso de su reflexión, Revueltas nos lleva a pensar en la lectura de las obras literarias como una construcción histórica que es posible gracias a que los lectores (en especial quienes tiene por oficio escribir) hacen de su actividad un ejercicio cognoscitivo que no se detiene ni se anula frente a las opiniones imperantes. En ese curso, emplea algunos conceptos que adquieren importancia porque permiten, precisamente, aventurarse en nuevas lecturas de la obra revueltiana y, además, aportan elementos a la discusión estética.

La potencialidad de realización de la conciencia de sí del escritor; la pasión, la tendencia intrínseca de la obra literaria, que la impulsa a objetivarse en los sentidos humanos, son conceptos relacionados con el movimiento, con una idea de dirección. Incluso las palabras entendidas como compromiso y combate remiten a esta idea de movimiento cuando se revisan otros textos teóricos de Revueltas. En "El realismo en el arte" apunta: "Las palabras nunca son un juego... tienen un destino y un contenido diferentes según el papel social, político o ideológico que desempeñen o que se les haga desempeñar. En un primer caso dicen lo que expresan; en un segundo dirán lo contrario de lo que expresan; en algún tercer caso, algo diferente —aunque no contrario— a lo que expresan o, por último, no dirán nada". Esto quiere decir que "las palabras tienen intenciones, a veces expresas y a veces ocultas, y hay tras de ellas un fondo claro o turbio, pero que en todo caso es indispensable esclarecer" (OC 18, 50-51; los subrayados son míos).

Esta visión marcada por la orientación de las palabras y la necesidad de esclarecer su dirección se relaciona sin duda con la presencia del otro, entendido como el lector al que se hace referencia líneas arriba o como los otros hombres que participan del fenómeno comunicativo: la potencialidad de realización de la conciencia de sí del escritor (A) desemboca en la pasión de la obra literaria (B) que la lleva a objetivarse en los sentidos del lector, (C) en el cual se verifica la conciencia de sí desenajenada del escritor; el lector, a su vez, en el momento de ser "pensado por las palabras del escritor" alcanza su propia libertad. En este circuito —que no es unidireccional ni implica una relación simple de emisión y respuesta— donde escritor y lector tienen como horizonte al otro y conocen su libertad en él, se halla presente un cuarto elemento, el de la palabra ajena (D), que satura ideológicamente el lenguaje (Bajtín 1989, 88) y puede compararse con "una bruma" que enmascara las palabras, o bien, con "una luz" que las ilumina (Bajtín 1989, 94); es todo lo que han dicho otros sobre un mismo tema y que posibilita o impide la comunicación. Al considerar que las palabras nunca son un juego, Revueltas señala la importancia para la prosa literaria de ese "fondo claro o turbio" que opera sobre la palabras y de la intención que las mueve, de su determinación en orden a un fin, a un destino; de su movimiento hacia la comunicación. Revueltas sabía que en ese camino las palabras se refractan en medio de "las valoraciones y los acentos 'ajenos' y muestran sus diferentes facetas, su pluralidad de acentos y voces disonantes" (Bajtín 1989, 95-96), por eso le interesaba el aspecto intencional de las palabras, porque cuando éstas se realizan "se llenan de cierto contenido, se concretan, se especifican, se impregnan de valoraciones concretas" (Bajtín 1989, 106) que le dan sustento al lenguaje y hacen posible que el acto de escribir y leer sean actividades cognoscitivas donde el pensamiento abstracto no riña con lo concreto.

Revueltas se manifestó muy pronto contra los dogmas y los sistemas cerrados en todos los ámbitos, si bien es en Los días terrenales donde formula esta postura en términos artísticos con mayor acierto que en sus novelas previas.3 Si tomamos en cuenta que para Revueltas "la estética no era sino una parte íntimamente ligada a la política, a la reflexión filosófica, a la teoría del conocimiento" (Revueltas y Cheron, en oc 18,15), extrañará menos que algunos de los conceptos que emplea para describir su relación con las palabras y para referirse a la obra literaria, al escritor y al lector tengan resonancias políticas; pero, sobre todo, quedará claro que su reflexión teórica está orientada por la idea de movimiento, en oposición al estancamiento de la actividad reflexiva, sea que tal esclerosis se produzca en el hombre o le sea impuesta desde fuera. Por otra parte, habría que reconocer que la posición política de Revueltas no determinó su pensamiento sino a la inversa: es su actividad artística y teórica la que orientó su acción en los demás terrenos de la vida. Es por ello que en el prólogo que nos ocupa decide abordar el problema del lector menos en función de las "peculiaridades ideológicas y políticas" que, como él dice, caracterizan su obra, y optara por revisar el problema de la lectura de sus obras desde una perspectiva estética.

En el apartado que Julián Marías dedica a Kant en su Historia de la filosofía, apunta que para este filósofo la metafísica no es posible como ciencia especulativa pero sus temas quedan abiertos a la fe y puede hablarse de una metafísica en cuanto tendencia natural del hombre hacia lo absoluto. En ese terreno, la Ideas, como objetos de la metafísica, corresponden a síntesis de juicios que son los raciocinios, los cuales, como no son susceptibles de intuición, sólo pueden tener un uso regulativo: "el hombre debe actuar como si el alma fuese inmortal, como si fuese libre, como si Dios existiese, aunque la razón teórica no pueda demostrarlo" (Marías 1998, 284). Revueltas habla desde un tiempo y un momento bastante lejano al de Kant, y no es mi intención tender vínculos donde no pueden probarse; sin embargo, lo que considero relevante destacar con esta cita es la resonancia filosófica presente en la idea de movimiento, precisamente como tendencia y las consecuencias que puede tener para la conformación de una estética y de una ética, cuestiones ambas que ocuparon a Revueltas y que se hacen presentes en los textos donde aborda las cuestiones literarias. Más cerca estuvo nuestro autor de Hegel, cuyo lenguaje le parecía "un instrumento de trabajo maravilloso por su condensación y economía portentosa" (Revueltas 2001, 49) y de quien con más probabilidad puede venir en parte la presencia de los conceptos relacionados con el movimiento. Precisamente, "el intento de evitación de la nada que el absoluto hace para mantenerse en el ser es el devenir" y "el absoluto sólo puede existir deviniendo" (Marías 1998, 318); el cambio o el proceso implícitos en el devenir implican una visión opuesta a lo terminado e inmóvil. En este contexto, es obligado recordar a Marx, de quien Revueltas retoma la idea de la construcción histórica de los sentidos humanos y, muy probablemente, la aprovecha al considerar, como se ha visto, el problema del lector y la lectura. Jorge Fuentes Morúa se ocupó de mostrar con detalle la influencia del joven Marx en Revueltas, para quien los Manuscritos económico filosóficos de 1844 fueron cruciales (Fuentes Morua 2001, 67 y ss.). Este investigador y Evodio Escalante han señalado —el segundo con mucha anterioridad—, la intensa reflexión filosófica que ordena el pensamiento y la obra de Revueltas, aspecto al que ahora procuro aportar mi punto de vista.4

La idea de movimiento, de tendencia, pueden llevar a pensar en la ausencia de certezas, en la imposibilidad de establecer referentes válidos para sopesar las acciones y los pensamientos, o bien puede desembocar en la multiplicación de las verdades. La ausencia de verdad, el desenmascaramiento de los consensos, era lo que más preocupaba a quienes denunciaban la "literatura de extravío" de Revueltas,5 pero también es cierto que el movimiento como principio o categoría de análisis puede erigirse en una verdad fija. De ahí que como parte de su visión estética Revueltas proponga una línea ética que consiste en actuar en relación con un horizonte (parecido a ese como si al que hace referencia Marías en relación con Kant). En Los días terrenales Bautista, uno de los personajes que procura esclarecer su situación vital a partir de una continua confrontación con su convicciones, reproduce las palabras que había escuchado en boca de Gregorio, quien en el curso de la novela muestra las posibilidades del arte como actividad cognoscitiva: "la vida es algo muy lleno de confusiones, algo repugnante y miserable en multitud de aspectos, pero hay que tener el valor de vivirla como si fuera todo lo contrario" (Revueltas 1992, 104; el subrayado es mío). Si junto a esta declaración se apunta que en esta novela Revueltas se proponía mostrar que el hombre, una vez desprovisto de su condición de clase y asumiéndose como materia que piensa, comprendería que es "intrínsecamente inútil y solitario" (OC 18, 42), se hace más clara la necesidad de proponer un punto de referencia que no obstaculice el ejercicio de la reflexión. Kafka, autor por quien Revueltas sentía un profundo respeto,6 expresó en los siguientes términos esa necesidad de un horizonte que esboza el personaje revueltiano: "¡Escribir regularmente! ¡No declararse perdido! Y a pesar incluso de que la salvación no debería de llegar, quiero en todo momento ser digno de ella"7

Hasta aquí he tratado de marcar una de las líneas de análisis que, considero, puede seguirse al abordar los textos donde Revueltas se ocupa de cuestiones estéticas. En esa línea el lector eterno representa el horizonte hacia el que mira la obra literaria, por encima de los "segundos en el diálogo" de esos "destinatarios existentes y próximos" a los que el escritor se niega a entregar totalmente su obra discursiva para que la "sojuzguen" de acuerdo con su "voluntad libre y definitiva"; el lector eterno se acerca mucho más a ese "destinatario superior cuya comprensión de respuesta absolutamente justa se prevé o bien en un espacio metafísico, o bien en un tiempo históricamente lejano" (Bajtín 2002, 318-319). Al señalar que los lectores de la obra literaria son (fundamentalmente) los propios escritores cuya libertad se realiza en el acto mismo de leer, Revueltas manifiesta que ese lector eterno constituido por quienes escriben y leen a lo largo del tiempo histórico no es en absoluto "algo místico... sino que se trata de un momento constitutivo del enunciado completo", esto es de la obra literaria, donde la naturaleza de la palabra se verifica y "no se detiene en una comprensión más próxima sino que sigue siempre adelante de una manera ilimitada" (Bajtín 2002, 319).

El lector eterno de Revueltas se identifica, pues, con la naturaleza móvil y múltiple de la palabra.

 

Bibliografía

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REVUELTAS, José, "A propósito de Los días terrenales "El realismo en el arte", "Prólogo a mi obra literaria" y "La situación de los judíos en la Unión Soviética", en Cuestionamientos e intenciones, presentación, recopilación y notas de Andrea Revueltas y Philippe Cheron, México, Ediciones Era, 1981, pp. 23-46, 4762, 124-132 y 207-212 (Ensayos, Obras completas, 18).         [ Links ]

---------- Los días terrenales, ed. crítica, coord. Evodio Escalante, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Signatarios del Acuerdo Archivos allca XXe Siècle, 1992, 360 pp. (Archivos, 15).         [ Links ]

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Obras de consulta

MARÍAS, Julián, Historia de la filosofía [1941], pról. Xavier Zubiri, epílogo de José Ortega y Gasset, Madrid, Alianza Editorial, 1998, 515 pp. (El Libro Universitario, Manuales / Filosofía y pensamiento).         [ Links ]

 

Notas

1 En adelante se indicará de esta manera el volumen de las obras completas de donde proceden las palabras de José Revueltas que dan pie al presente trabajo; fundamental mente se hace referencia al "Prólogo a mi obra literaria", (OC 18, 124-132), pero también se citan tres textos más: "A propósito de Los días terrenales" (OC 18, 23-46), "El realismo en el arte" (OC 18, 47-62) y "La situación de los judíos en la Unión Soviética" (OC 18, 207-212). Para el resto de los autores y la edición crítica de Los días terrenales se emplea la notación entre paréntesis habitual.

2 Los días terrenales se publicó en 1949 y la polémica se extendió hasta 1950.

3 Véase al respecto la presentación de Andrea Revueltas y Philippe Cheron al volumen 18 de las obras completas del autor. Aunque se menciona principalmente la crítica de Revueltas al dogmatismo comunista y al estalinismo, también se ofrecen elementos para considerar que esencialmente rechaza cualquier forma de estatismo que asuma el pensamiento. "La cuestión esencial del mundo contemporáneo [dice Revueltas] es la lucha por la libertad, es decir, por el libre ejercicio de la conciencia crítica", (OC 18, 212.)

4 Tanto en el presente trabajo como en dos anteriores, he procurado exponer algunos aspectos del modo en que se desenvuelve la reflexión filosófica de Revueltas, tomando como eje su novela Los días terrenales. Véase "Conocimiento y transformación: Los días terrenales de José Revueltas", en Literatura Mexicana (Revista Semestral del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM), vol XIII, núm. 2, año 2002, 149-167; y "La reflexión impura: en favor del ensayismo de José Revueltas", en Universidad de México (Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México), nueva época, núm. 627, septiembre de 2003, 64-69.

5 "Sobre una literatura de extravío" se titula el texto con que Enrique Ramírez y Ramírez, amigo de Revueltas y dirigente del Partido Comunista Mexicano, se lanza a descalificar Los días terrenales y a reconvenir a su autor; fue publicado primero en El Popular, el 26 de abril de 1950 y se reprodujo después en la Revista Mexicana de Cultura de El Nacional, el 11, 18 y 25 de junio de 1950 (Revueltas y Cheron en OC 18, 333). Las acusaciones de Ramírez y Ramírez (pues no es otro el tono con que escribió su crítica) se resumen en el siguiente párrafo: "Revueltas predica la ceguera y la impotencia del hombre ante la realidad universal y social; la abolición de toda norma y todo principio sociales; la agonía perenne del hombre por su inexorable aniquilamiento; la pérdida del sentido y la razón de la vida; el abandono de toda moral; la vocación de la muerte; el remordimiento por el mal universal." Las fuentes de la "divagación" de Revueltas se encuentran para Ramírez y Ramírez en "esa pseudofilosofía y semiliteratura que los pedantes llaman hoy 'filosofía existencial'..." bajo la cual se cobija "el discurrir actual del viejo irracionalismo, unido a un individualismo exasperado, a una grotesca pasión por la superchería y la cábala; todo ello resuelto en una abierta y cínica postulación del desorden intelectual, de la anomalía de la moral, del nihilismo en la acción" (en Revueltas, 1992, 341). Lo que mayor virulencia arranca al crítico son las "proyecciones políticas" de la novela, pues con tal "prédica" el autor "toma partido contra el pensamiento materialista y racionalista, contra el humanismo" y propone que "no tienen tampoco sentido ni razón de ser las luchas que los hombres... libran... hoy bajo los lemas de libertad, justicia, felicidad" (en Revueltas, 1992, 344-345). Con estas citas es posible hacerse una idea de la desproporción, el equívoco y la injusticia que se generó en torno de una de las principales obras de la literatura mexicana de nuestro siglo.

6 Para él, Kafka representaba "la estética de la libertad"; véase "Lepra y utopía", de Christopher Domínguez Michael (en Negrín, 1999, 72).

7 Citado por Javier Sicilia en "Kafka y Dios", La Jornada Semanal, suplemento de La Jornada, núm. 362, 10 de febrero de 2002, 10.

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