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vol.40 número2Murillo Gallegos, Verónica, Las palabras del discurso: Nueva España, Hombre y Humanismo, Ciudad de México, Universidad Autónoma de Zacatecas-Bonilla Artigas Editores (Colección Novohis­pana, 6), 2020, 108 págs., ISBN: 978-607-8636-74-7.North, Helen, Sophrosyne. Self-Knowledge and Self-Restraint in Greek Literature, Prologue Giles Laurén, Coppell, Texas, Sophron Editor, 2019, 465 + xxiii págs., ISBN: 978-0-9991401-9-2. índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Nova tellus

versión impresa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.40 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2022  Epub 29-Ago-2022

https://doi.org/10.19130/iifl.nt.2022.40.2.0021x61 

Reseñas

García Jurado, Francisco, y Javier Espino Martín, Los que saben latín. Historia de un personaje literario, Madrid, Guillermo Escolar Editor, 2020, 229 págs., ISBN: 978-84-18093-38-8.

aUniversidad Nacional Autónoma de México, México, giuditta.cavalletti@gmail.com

García Jurado, Francisco; Martín, Javier Espino. Los que saben latín. Historia de un personaje literario. ,, Madrid: Guillermo Escolar Editor, 2020. 229p. ISBN: 978-84-18093-38-8.


Palabras clave: Profesor de latín; historia de la educación; creación literaria

Keywords: Professor of Latin; history of education; literary creation

El libro titulado Los que saben latín. Historia de un personaje literario, escrito por los profesores Francisco García Jurado y Javier Espino Martín profundiza en la relación existente entre la creación literaria y la historia de la educación, tomando como objeto de estudio la manera en la cual, en el mundo hispano, desde el siglo XVI hasta la modernidad, ha sido relatada y caracterizada la figura del preceptor de latín. Los objetivos perseguidos por los autores del presente trabajo podrían resumirse del siguiente modo: por un lado, la voluntad de reconstruir de qué forma diversos autores españoles, a lo largo del espacio temporal arriba mencionado, trazan las características más sobresalientes o dignas de nota del profesor de latín, junto con una reflexión acerca de la enseñanza y métodos educativos propios de cada época, buscando posibles analogías y diferencias tanto en las peculiaridades del retrato, como en las apreciaciones y críticas hacia el método educativo en boga. Algo que salta inmediatamente a la vista durante la lectura de los treinta y dos retratos recopilados en el libro es precisamente una variedad tanto en lo que se destaca acerca del profesor (si se trata de un personaje real o ficticio, religioso o laico, serio u objeto de burla por parte de sus alumnos, etcétera), como en las estrategias empleadas para enseñar la lengua latina (desde el uso de la memoria y pasajes de autores latinos como recursos didácticos hasta los castigos infligidos a los alumnos que no cumplían con su deber).

El recorrido que nos ofrece el texto nos hace caminar por diferentes siglos, permitiéndonos conocer de qué manera el contexto histórico y cultural influyó en los aspectos que, en cada ocasión, se querían resaltar a través de un retrato que, en algunas ocasiones estaba lleno de admiración, pero en otras, de nostalgia, amargura e incluso de cierto desprecio.

Los capítulos que conforman la obra dan cuenta de todo el trabajo de búsqueda y sucesivo análisis, atento y preciso, realizado por García Jurado y Espino Martín y están organizados así: al inicio encontramos una Introducción titulada “Características de nuestro estudio” (pp. 7-19), en donde se aclara al lector cuáles han sido las motivaciones que llevaron a los autores a elegir este tema y de qué modo decidieron estructurar el libro, conscientes de que el camino a emprender iba a arrojar información sumamente valiosa no sólo de cómo fue evolucionando y cambiando la mirada hacia el maestro de latín, sino de cómo dicha lectura es, a su vez, resultado de la influencia que el contexto político y cultural ejerció sobre los distintos autores.

En el capítulo 1, “Humanismo frente a visión barroca: siglos XVI a XVII” (pp. 21-48), se presenta la imagen picaresca del profesor de latín pedante, jactancioso y brutal al que se contrapone el buen maestro silencioso y modesto; así sucede en el caso de Juan Luis Vives, quien en su obra Los diálogos o Exercitatio Linguae Latinae (1539) nos presenta al ludi magister, sabio, honesto y entregado a su labor, quien enseña a través del razonamiento y lo compara con el que él mismo llama el ‘mal maestro’, quien huele mal y conoce poco la materia que pretende enseñar, dado que ni siquiera sabe pronunciar correctamente las palabras latinas. De este período también es el retrato del famoso Lic. Cabra, personaje creado por Francisco de Quevedo en 1626, que ha gozado de amplia fortuna y numerosas recuperaciones en épocas sucesivas, “punto de referencia y modelo de todos aquellos malos maestros de latines que se ganaban la vida instruyendo a los hijos de familias nobles y acomodadas” (p. 38). Lo que llama mucho la atención en este capítulo es el contraste que se genera al comparar el ludi magister de Vives con el Lic. Cabra, del que tenemos una descripción física muy detallada, pero no sabemos nada acerca de sus estrategias didácticas, ni de las fuentes latinas que utiliza para realizar su labor docente. Como bien señalan los autores, y como el mismo lector puede comprobar por los extensos pasajes que tiene a su disposición a lo largo del libro (que se agradecen porque permiten conocer de manera directa la fuente primaria), entre los testimonios propios de esta época sale a relucir la figura del maestro erasmista, el humanista por excelencia, como alternativa a un profesor más bien bárbaro, que es representado de manera picaresca.

En el capítulo 2, dedicado a “Jesuitas e ilustrados en el siglo XVIII. Configuración del dómine pedante” (pp. 49-72), se destacan las diferencias entre el venerable profesor de latinidad con su atención a la disciplina y el dómine pedante, retratado de forma ridícula en su afán de mostrar cómo aprender rápidamente el latín, sin necesidad de tantos ejemplos ni de tanto esfuerzo. Entre las figuras destaca la del dómine Lucas (protagonista de la tragedia homónima escrita por José de Cañizares), quien no es un maestro (como el uso del sustantivo ‘dómine’ podría hacer pensar), sino un mal estudiante de gramática, que lleva seis años intentando lograr su cometido, sin éxito. Su pedantería es evidente por el uso torpe que hace de los latinismos: su ignorancia queda manifiesta ante el lector cuando intercambia algunas palabras con su criado, quien paradójicamente se muestra como el verdadero conocedor de la lengua latina, pues tiene los conocimientos suficientes para lograr contestar, en latín, a las preguntas de su amo. En contraposición a la decadencia mostrada con este retrato, nos encontramos con un ejemplo totalmente opuesto, como el de Don Juan González de Dios, profesor que realmente existió, conocedor de la gramática latina, griega y española. Lo que sobresale, en este caso, es el interés no tanto en el aspecto físico de su persona, cuanto en las características morales, que se podrían resumir en su seriedad y rigurosidad a la hora de enseñar. Este período se distingue por alternar retratos llenos de admiración y otros sumamente críticos con el método de enseñanza, porque tanto ilustrados como jesuitas reconocen la profunda decadencia en la enseñanza de su tiempo, cuyo resultado es un latín macarrónico. En particular, los jesuitas resaltan la importancia del estudio de la gramática y la necesidad de remitirse a su propio modelo educativo como alternativa ante la situación imperante, justificando de esta forma el motivo por el cual deben redactar y utilizar sus propias gramáticas en la enseñanza del latín.

En el capítulo 3, “Herencia y renovación en el siglo XIX” (pp. 73-105), se alude al cambio que se da en este momento al considerar a la lengua latina como ‘cosa de curas’, presentando al profesor de latín como laico, casado y liberal; el uso de estos adjetivos para referirse a dicha figura es algo digno de destacarse, pues es la primera vez, como señalan de manera puntual los autores, que se menciona este aspecto como característico de quienes se dedican a la enseñanza del latín. Entre los representantes de lo antiguo y lo nuevo, en los retratos a disposición de este período, sale a relucir un tópico, que nace de la admiración hacia las humanidades clásicas, es decir, el del profesor romántico amante de las letras clásicas, pero entusiasmado e interesado también en las letras modernas.

Junto con la admiración, en este siglo está presente también la sátira, con la burla hacia el maestro de latín como una reliquia del siglo anterior y, una vez más, se hacen patentes dos visiones contrapuestas de las humanidades clá­sicas: por un lado, la referencia a los oscuros dómines del siglo XVIII y, por el otro, una alusión al actuar sin visión de los gobiernos quienes, en aras del progreso, destruyen los cimientos de la educación. Estas dos posturas que culpan de la situación de decadencia bien a los docentes, bien a los gobiernos, influirán de manera significativa en el siglo XX, pues la contraposición entre el pasado y la modernidad será un argumento recurrente en los retratos a disposición de esta época.

En efecto, en el capítulo 4, “Modernismo y Noventayochistas: tristeza y arcaísmo” (pp. 107-120), llega el momento de ahondar en el binomio que se crea entre latín y modernidad a través de una figura, como la del profesor de latín, que se va transformando poco a poco en símbolo de un pasado que se evoca sin admiración ni crítica. La lectura de las diversas imágenes, casi todas de profesores reales, deja en el lector una sensación de nostalgia por momentos que ya fueron, por una lengua considerada ahora como parte de un pasado histórico, ligada a la tradición y no tanto al presente. Las referencias a un espacio cerrado, en donde se lleva a cabo el estudio y la labor de enseñanza-aprendizaje, junto con la atmósfera fría y obscura se contrapone a lo que sucede fuera de ese lugar, en donde hay la posibilidad de que la alegría se exprese, y donde no hay cabida ni para la obscuridad ni para la tristeza.

De los diversos retratos aportados en este capítulo, quisiera destacar el del padre Prudencio García, otro nombre parlante como muchos de los que hemos recordado en estas páginas, personaje del cuento “Un loco en la Sorbona”, que aparece en la obra Españoles en París (1936-1938). Se trata de la única de las figuras recopiladas por los autores que representa a un profesor español fuera de su territorio de origen: el protagonista, a lo largo de la historia, decide, por su amor a la lengua latina, emprender un viaje que lo llevará ahí donde podrá escuchar a los grandes catedráticos, dando un salto de su pequeño pueblo español hacia la gran capital parisina, como si se tratara de un moderno Séneca, que abandona su lugar natal para marcharse a la gran ciudad, autor antiguo a quien parece remitirse nuestro personaje cuando alude a su máxima modus tenere debemus.

En el capítulo 5, “Los unos y los otros: jesuitas, intelectuales y veranos” (pp. 121-147), es el momento para ahondar en la amargura, pena y rabia que caracterizan la reflexión de esta época acerca del sistema educativo oficial, acusado de aridez sea por obligar a los chicos a estudiar el latín desde los 11 años, sea por utilizar el recurso mnemónico como un castigo para los alumnos. Digno de nota es el contraste entre el nivel que caracteriza al profesor religioso y las capacidades del profesor civil, ahora denominado como ‘intelectual’ y ya no como humanista; muchos son los retratos de este apartado, en donde prevalece la nostalgia cuando los recuerdos son gratos y la crítica cuando no lo son. Aunque falta una descripción detallada del sistema educativo del momento, sí existe, en varios de los testimonios, la convicción de que el estudio del latín es fundamental para un buen uso y comprensión de la lengua latina.

En el capítulo 6, “Los últimos profesores” (pp. 149-169), se menciona a aquellos maestros que fueron capaces de implementar, después de la guerra, algunos métodos innovadores en el campo de la investigación, modificando de manera significativa la enseñanza del latín; los retratos de este período se distinguen por ser sumamente emotivos, añoranza de la etapa temprana de la formación; es interesante subrayar cómo en estos ejemplos no hay solo admiración, sino también una conciencia de la deuda vital que el alumno contrajo con su maestro por todas las enseñanzas recibidas. Quisiera destacar aquí el empleo que se hace del latín para nombrar a los niños protagonistas de la Gramática Parda de Juan García Hortelano: Orbem Terrarum, Arma Virumque, Spe tantum relicta, entre otros; este uso es un guiño hacia una lengua que se quiere mantener viva y comprensible para la mayoría.

El hecho de que el latín ya no fuera obligatorio trajo consigo una reflexión acerca de este asunto, generando algunos escritos en defensa y a favor de la importancia de estudiar el latín, como si solo en el momento de perder algo el ser humano se diera cuenta de lo necesario e importante que fue este estudio en su educación y formación; pasado y futuro dialogan a través de la eterna pregunta acerca de la actualidad de los clásicos, así como de su lengua.

En el capítulo 7, “Algunas conclusiones” (pp. 171-175), los autores ofrecen una síntesis del camino recorrido, resaltando cómo las diversas épocas han permitido trazar un retrato multiforme y complejo de la figura del profesor de latín y su relación con la historia, la educación y la literatura que caracterizaron el período en el cual ejercieron su profesión. Los Apéndices I, “Tabla de resumen” (pp. 177-189), y Apéndice II, “Aspectos carnavalescos del dómine: los motes” (pp. 190-213), muestran, por un lado, la manera en la que los autores recopilaron la información recabada en los diversos testimonios y, por el otro, un posible camino a recorrer gracias a los datos a dis­posición.

El libro aquí reseñado ofrece la posibilidad a su lector de emprender un viaje que lo llevará a través de las características del profesor de latín y de la enseñanza ahondando en los sentimientos y emociones que cada retrato evoca, teniendo a su disposición los nombres utilizados a lo largo de las épocas para referirse a dicha figura, así como los motes y las burlas que se generaron con el paso del tiempo; hay también una atención particular por parte de los autores hacia aquellos objetos que representan las herramientas de la labor realizada por el maestro, presencias y alusiones a un tiempo y un modo par­ticular de la enseñanza de la lengua latina.

A modo de conclusión, se puede afirmar que la lectura de este libro no concluye, pues los profesores García Jurado y Espino Martín han esbozado otras rutas que el lector podría, si así lo desea, recorrer entre los horizontes culturales que los diversos testimonios ofrecen, en este juego de espejos continuo a lo largo de las páginas, en donde cada época reflexiona sobre sí misma y proyecta una imagen que es, al mismo tiempo, de ruptura y continuidad con el pasado.

Bibliografía

García Jurado, Francisco , yJavier Espino Martín , Los que saben latín. Historia de un personaje literario, Madrid, Guillermo Escolar Editor, 2020, 229 págs., ISBN: 978-84-18093-38-8. [ Links ]

Recibido: 16 de Noviembre de 2021; Revisado: 01 de Diciembre de 2021; Aprobado: 07 de Junio de 2022

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Giuditta Cavalletti es licenciada en Letras Clásicas por la Università di Bologna, maestra y doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es investigadora en el Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se dedica al estudio de la epigrafía latina, entendida como un medio de comunicación y una herramienta de propaganda, en relación con el ámbito político y religioso del mundo romano, y a la recepción de motivos clá­sicos en el mundo moderno. Imparte las asignaturas de Historia de Roma e Introducción a la Epigrafía Romana en el Colegio de Letras Clásicas de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). Ha participado en coloquios y congresos nacionales e internacionales en los cuales ha presentado trabajos relacionados con su línea de investigación, tanto principal como secundaria.

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