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vol.37 número2Publii Ovidii Nasonis Amorum libri tres. Publio Ovidio Nasón, Amores. Tres libros, intr., vers. rítmica, notas e índice de nombres José Quiñones Melgoza, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), 2018, CXCVI + 93 + 93 págs., ISBN: 978-607-30-0124-3.López Férez, J. A., Galeno. Preparación y constitución de textos críticos, entrega y publicación de obras propias o ajenas, Madrid, Ediciones Clásicas, 2018, 230 págs., ISBN: 978-84-7882-823-4. índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
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Nova tellus

versão impressa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.37 no.2 Ciudad de México Jul./Dez. 2019

https://doi.org/10.19130/iifl.nt.2019.37.2.827 

Reseñas

López Noriega, Mauricio, La metamorfosis de Narciso, México, Secretaría de Cultura/Dirección General de Publicaciones, 2017, 100 págs., ISBN: 978-607-745-653-7.

aUniversidad Nacional Autónoma de México, México, jmolinaayala48@gmail.com

López Noriega, Mauricio. La metamorfosis de Narciso. ,, , México: Secretaría de Cultura/Dirección General de Publicaciones, 2017. 100p. ISBN: 978-607-745-653-7.


Palabras clave: Mito; mitología; monstruo; Narciso

Keywords: Myth; Mythology; Monster; Narcissus

Este es un libro que sin duda gustará a los amantes de la lectura. Mauricio López Noriega nos regala con este ensayo un mito conocido por todos, el de Narciso.

Los mitos cumplen, entre otras, dos funciones muy importantes. La primera es la educación: el mito explica el origen del universo, su funcionamiento, su finalidad; es una fuente del conocimiento, de los dioses, del ser humano, del cosmos; enseña sobre todo valores y formas de comportamiento. La segunda función es la creación de una identidad comunitaria; los relatos cohesionan a los grupos sociales y generan rasgos mediante los cuales sus miembros se reconocen entre sí.

Dichos relatos, mientras no queden fijados, se alteran y dan cabida al devenir histórico, aunque tengan la forma de la eternidad y de lo inamovible; son un repositorio de saberes capaz de adaptarse y de recibir nuevos conocimientos; los mitos son custodiados por quienes saben contarlos, por quienes pueden conservarlos y por quienes detentan la autoridad del grupo humano en cuestión. Su origen se pierde en la tiniebla del tiempo primigenio, en la penumbra del pasado, pero son relatos poderosos que conservan su virtud fundante; escapan vigorosos de quien los ha creado con una impetuosa fuerza performativa, realizan lo que cuentan; son relatos siempre vigentes; son una narración cuya formulación, quizá la última, tiene tras de sí años de experiencia humana, sintetizada al punto de admitir múltiples significaciones, mas no el error; no son una creación como cualquier otra, sino suelen explicar ellos mismos a quien los ha creado.

Por lo que toca a la tradición grecolatina, no se conoce una forma que pudiera considerarse genuina, o inocente, o salvaje del mito, porque siempre nos llegó envuelto en el vehículo literario. Pero ya la forma literaria, hablando del mito entre los griegos, era un estadio evolucionado y no un mero recubrimiento formal. Según Gadamer, “incluso la poesía épica quedaba ya muy lejos de la mitología de las épocas tempranas y lo que planteaba no tenía nada que ver con una proclamación religiosa de lo divino. Homero y Hesíodo fueron ya intelectuales ilustrados y grandes psicólogos”. 1

Aun así, el mito no ha tenido una vida fácil: muy temprano, tuvo que enfrentar a Platón, quien quería sustituir la poética con la dialéctica; quitarnos a Aquiles y darnos a Sócrates. Evémero de Paros deseaba ver antiguos reyes en los nombres de los dioses del Olimpo; en el siglo XIX, Augusto Comte consideraba necesario superar el mito, religioso o estético, con el dato positivo; Freud nos engañó con su complejo de Edipo, pensando que una falsa interpretación del mito, según él científica, servía para comprender las relaciones entre madres e hijos... En fin, lo que queda claro es que dichos relatos en nuestra época no son fáciles de interpretar. Son y al mismo tiempo no son nuestros; son nuestros pero también nos son ajenos.

El individuo hoy en día va a los mitos para ver qué dicen, como si pudiera describirlos desde fuera, sin inmiscuirse, pero eso es imposible si quiere que un texto funcione como mito. Se va a tales relatos y se sabe qué dicen, pero no estarán bien leídos si uno no se pregunta no sólo qué dicen, sino también qué le dicen, cómo le dicen, de qué manera está uno en ese mito, cómo es actual esa narración.

Lo mejor de este libro es que trata de nosotros. La metamorfosis de Narciso es una obra que tiene en su ADN la misma savia de El mito de Sísifo, de Albert Camus; el mito en este caso es distinto, mas igual sirve como diagnóstico de la condición humana, en general, de nuestra persona en particular, y de manera peculiar, de nuestra época. El lector encontrará un estilo ágil, casi vertiginoso, pero incisivo. No podrá avanzar sin detenerse, no en las palabras que los ojos recogen, sino en los pensamientos que se agitan en su mente; el texto hará continuas alusiones a lo que el lector reconoce de lo que ya sabe, y lo sorprenderá con lo que ignora. Va en un tren, mira por la ventana, pero de repente, como si hubiera sido narcotizado, precisamente por la flor del narciso, formará parte del paisaje que miraba. Mientras lee, el lector recuerda su experiencia cuando leía Las Bodas de Cadmo y Harmonía, de Roberto Calasso. Desfilan muchos nombres de autores, de obras, clásicas unas, otras muchas recogidas como perlas dentro del mar de la erudición de López Noriega. El ignorante aprende, el sabio goza, ambos se conmueven. Mas no hay alarde, no queda apabullado, sino que el lector se sabe convidado a participar, sacudido para dejar su zona de confort, no sólo para asentir a lo que dice el texto, sino para participar con su experiencia... sin darse cuenta, ha mordido el anzuelo. El diagnóstico es tan acertado, que no tendrá problema en recitar el “Credo” que aparece al principio del último capítulo:

Creo en un solo Yo,

Ente Todopoderoso,

Creador del cielo en esta tierra,

de todo lo inmediato y consumible.

Creo en un solo Señor Narciso,

Hijo único del Yo,

vacío de padre, siempre, por todos los siglos:

Yo de Yo, Mí de Mí,

Yo verosímil de Yo verosímil;

diseñado, no forzado,

con la misma inmanencia que Nadie,

de quien todo es provecho;

quien desde nosotros los hombres,

y por nuestra alienación, subió a la Nube,

y por obra del Ciber Espacio

se encarnó de Tolerancia libre, y se hizo múltiple;

y por nuestra causa fue mediatizado

en tiempos de Gilles Lipovetsky:

informó y fue liberado,

y nos persuadió al tercer día, según las Minorías;

y llegó a Facebook, y está posteado a la derecha del Ente;

y de nuevo vendrá con gloria

para brindar a vivos y muertos,

y su Reino no tendrá fin.

Creo en el Ciber Espacio,

Señor y Dador de redes,

que procede del Ente y Narciso,

y que con el Ente y Narciso

recibe una misma adoración y gloria,

y que habla de lo que sea.

Creo en la Privacidad,

que es Una, sola, contradictoria y flexible.

Confieso que hay un solo bautismo

para el acceso a los mercados.

Espero la liberación del cansancio

y la muerte de todo futuro.…(faltó el Amén) (pp. 71-72)

Esta creación “jocosa” de Mauricio López Noriega, con un poco más de atención y pensándola en serio, consigue que la risa se transforme en mueca, cuando nos damos cuenta de que aun jóvenes y hermosos es una tragedia que seamos como Narciso. Este libro pone frente a nuestros ojos el hecho de que los mitos griegos beben de la tradición oriental de Mesopotamia y de Egipto. Nada raro: la historia de Belerofonte y la Quimera, en el canto sexto de la Ilíada replica un antiguo cuento egipcio, de dos hermanos; la esposa del mayor quiere irse a la cama con el menor, pero éste no acepta; ella, herida en su orgullo, lo acusa de querer violarla; es también, con algunos cambios, la historia que aparece en el Génesis cuando José, el soñador, vendido como esclavo a una caravana que va rumbo a Egipto, entra al servicio de un rico llamado Putifar; su mujer quiere acostarse con José, pero como éste se niega, aquélla lo acusa igualmente de querer abusar de ella; lo mismo le ocurrió a Belerofonte.

En el primer capítulo, “Matar al dragón” (pp. 11-38) aparecen narrados y reproducidos fragmentos de obras maravillosas de tradiciones más antiguas que la griega. La selección de textos referidos es exquisita. Este capítulo nos enseña que todos y cada uno de nosotros tiene dentro de sí un dragón, convivimos con nuestra sombra, un alter ego, un mister Hyde que Mr. Jekill tiene que matar; no sólo hay que controlarlo, hay que matarlo, aunque puede ser la labor de toda la vida; por supuesto también somos o Belerofonte que mata a la Quimera, o Teseo que mata al Minotauro, o Cadmo que mata al dragón. Quimera, Minotauro o Dragón deben antes desaparecer si no queremos desaparecer nosotros luego, si queremos fundar naciones, si queremos liberar esclavos, si queremos ser felices.

El asunto cambia un poco cuando el monstruo es hermoso, como se ve en el segundo capítulo, “El más bello de los monstruos” (pp. 39-52) No es sencillo reconocerse amonestado como un sepulcro blanqueado, hermoso por fuera, pero lleno de podredumbre. Enamorados de nosotros mismos, vivimos condenados a vivir para nosotros mismos.

El tercer capítulo se llama “La flor de Narciso” (pp. 53-70); en él Mauricio López Noriega expurga la literatura, recorre la filosofía, de norte a sur, de este a oeste, del ayer del Enuma Elish al hoy de Byung-Chul Han, de Ovidio a Lezama Lima, de Lipovetzky a san Agustín, de Luciano de Samosata a Oscar Wilde, de Szymborska Wistawa a Homero. Ya recurre al tesoro léxico del latín, del griego, del alemán, del castellano, ya evoca sus propias traducciones de Safo. Sus autores conocidos son legión porque son muchos. Con Narciso, parece decirnos con todo ese desfile de autores, de libros, de opiniones, de reflexiones, de poemas que hemos tocado fondo si nos sumergimos en el misterio humano; Narciso ha atravesado la historia, cuyos hitos más significativos señala López Noriega, ha llegado hasta nosotros, y casi tristemente nosotros somos Narciso. Es difícil no reconocernos en este espejo que Mauricio López Noriega nos ha puesto enfrente.

El capítulo cuarto, casi medicinalmente, se intitula “Una forma inusual de romper el espejo” (pp. 71-88) El libro ha sido un viaje que tiene la enfermedad, tiene el diagnóstico y apunta a una medicina. Como en el mago de Oz, sólo al final el hombre de hojalata tiene corazón, el león adquiere valor, el espantapájaros consigue un cerebro, así también es sumergirse en la tradición literaria y en la filosofía, salir a buscar a los otros hombres y sus obras, aunque estén en el pasado, aunque estén en otros idiomas y en otras latitudes, lo que puede hacer que salgamos del tremendo infierno que es vivir para nosotros mismos.

En síntesis, los invito a emprender esta aventura, a vivir esta experiencia; sabremos que somos Narciso y, más sabios aunque menos hermosos, estaremos invitados también a dejar de serlo.

Bibliografía

Gadamer, Hans-Georg, El inicio de la filosofía occidental, Barcelona, Paidós (Paidós Studio, 112), 1999. [ Links ]

1Gadamer 1999, p. 147.

Recibido: 06 de Diciembre de 2018; Revisado: 07 de Enero de 2019; Aprobado: 25 de Febrero de 2019

*José Molina Ayala es doctor en Letras Clásicas por la Universidad Nacional Autónoma de México e investigador Titular “A” del Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas. Ha realizado estancias de investigación en el Seminar für Klassische Philologie, de la Universidad de Heidelberg y en el Center for Hellenic Studies de la Universidad de Harvard, en Washington. Es estudioso de la filosofía antigua en general, en particular se ocupa del filósofo neoplatónico Jámblico. Ha participado en coloquios internacionales en Roma y Atenas. Ha publicado artículos en revistas especializadas. Es autor de los libros Racionalidad y religión en la antigüedad tardía: una introducción a Jámblico y a su tratado acerca de los misterios de Egipto (UNAM, 2012) y Arquíloco de Paros, Fragmentos (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2011).

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