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Nova tellus

versão impressa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.37 no.2 Ciudad de México Jul./Dez. 2019

https://doi.org/10.19130/iifl.nt.2019.37.2.822 

Artículos

La Grecia de José Luis Martínez y otros helenismos de México

Greece for José Luis Martínez and Hellenism in Mexico

aUniversidad Nacional Autónoma de México, México, tercerfosforo@gmail.com


Resumen:

En el centenario de natalicio del escritor y funcionario José Luis Martínez (Atoyac, 1918-Ciudad de México, 2007), este artículo indaga sobre su “afición de Grecia”, heredada de su maestro Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) y de la tradición del helenismo mexicano, del que se traza un panorama general. Se halló que las labores intelectuales, administrativas y políticas de José Luis Martínez lo acercaron a la cultura griega, pues editó Junta de sombras de Alfonso Reyes y fue Embajador en la República Helénica, a partir de lo cual él escribiría su propio libro Grecia para la Secretaría de Educación Pública. La novedad de nuestro trabajo consiste en investigar las huellas del helenismo mexicano en el ámbito de la literatura nacional y el servicio público.

Palabras clave: José Luis Martínez; Alfonso Reyes; Embajada de México en Grecia; helenismo mexicano; Secretaría de Educación Pública

Abstract:

José Luis Martínez, a Mexican writer and diplomat, whose centennial has just been celebrated (Atoyac, 1918-Ciudad de México, 2007), had a special fondness on Greece, inherited from his teacher Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959), and from tradition of Mexican hellenism. This paper aims to look into Martínez’ interest on the subjects. The conclusion is that José Luis Martínez became close to Greek culture because of his intellectual and diplomatic tasks, since he became Ambassador at Athens and editor of Alfonso Reyes’ Junta de sombras and he himself author of a book untitled Grecia published by the Secretaría de Educación Pública. The originality of our study lies on searching the interests on Greek culture in Mexican Literature and in Public Service in 20th century.

Keywords: José Luis Martínez; Alfonso Reyes; Embassy of Mexico in Greece; Mexican Hellenism; Secretaría de Educación Pública (México)

Le mot helléniste nʼétant pas à prendre au sens restreint de

philologue mais au sens large de: lecteur génial des œuvres

grecques, ayant atteint, à force de science et dʼamour, à une

lecture proprement créatrice.1

I. Orientaciones americanas

Pensar en Grecia desde América no ha sido nunca ocioso, pues las posturas que sobre ella se han tomado, sean cuales fueren, han sido correlativas de los procesos ideológicos nacionales. Así, en el alumbramiento de nuestras repúblicas, Simón Bolívar exhortaba en célebre alocución a la unidad de los países hispanoamericanos para conformar un nuevo “archipiélago griego” donde, respetándose las idiosincrasias, se reconocieran una pertenencia y un interés mayores; por su parte, el general Francisco de Miranda, de quien se cuenta que en la víspera de los combates leía en su lengua original las campañas de Jenofonte, desembarcó él mismo en el puerto de Patras en 1786 para conocer de cerca los escarpados de Maratón y Salamina, sitios de las famosas batallas. En otro sentido, Andrés Bello -que en su madurez emprendió el estudio del griego- desde los diarios de Chile disuadía a las repúblicas hispanoamericanas de imitar las leyes de Solón, como ya antes su Gramática había disuadido de imitar el latín para explicar el castellano. Poco después, José Martí pediría una pertinencia antieurocentrista para los estudios universitarios de nuestras repúblicas:

Conocer el país -decía- y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La Universidad europea ha de ceder a la Universidad americana. La historia de América, de los incas para acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra.2

Cuáles han sido las distintas Grecias latinoamericanas correspondería definirlo a un trabajo exclusivo y que de suyo pediría amplitud de perspectiva y abundancia de documentación, pero al menos para el caso mexicano Ignacio Osorio ha escrito lo fundamental en su artículo “El helenismo en México. De Trento a los ‘filólogos sensualistas’ ”.3 Allí explica cómo el estudio del griego y su difusión han estado siempre circunscritos a esa palestra en que diversos bandos, llámense renacentistas o escolásticos, reformadores o contrarreformistas, liberales o conservadores, humanistas o positivistas, en fin, derechas o izquierdas, se han confrontado. Aunque estas categorías son ancilares, bien puede decirse que el estudio del griego ha estado relacionado con cierta apertura de pensamiento.

Por lo pronto, el helenismo tarda en arraigar en América, promovido y restringido a un tiempo por la Iglesia, en cuyos colegios y seminarios el griego es impartido menos horas que el latín (en razón de cuatro a una), y no sin cautela. El precedente del protestantismo, que se valió del griego para criticar la interpretación romana de las Escrituras, estaba en el aire. En la cultura de la contrarreforma era frecuente la expresión qui graecizant, lutheranizant (“los que helenizan, luteranizan”). En efecto, en España corresponde a la historia de los heterodoxos, para usar el término de Menéndez y Pelayo, el cultivo siempre sospechoso del griego, eminentes como hayan sido los helenistas congregados alrededor del obispo Cisneros, la Universidad de Alcalá y la Biblia políglota complutense.

Las colonias españolas no fueron en absoluto ajenas a estas corrientes y el helenismo corrió aquí pareja suerte que allá, con doctos pero contados cultivadores.

Ya en el siglo XIX en México el mayor helenista fue Ignacio Montes de Oca, Ipandro Acaico entre los árcades de Roma, obispo de San Luis Potosí educado en Inglaterra, que emprendió con éxito la traducción de los bucólicos griegos y de las odas de Píndaro. A tal punto era respetado entre los hombres letrados de su época que se recuerda, en episodio de alta fineza y caballerosidad que hoy se echa de menos, cómo el otro Ignacio, el liberal Manuel Altamirano, impulsor de la educación laica, asistió con un séquito de copartidarios a la estación de ferrocarriles a presentar sus respetos y despedir al docto literato que partía definitivamente de México.

II. La Grecia de un uruguayo, un dominicano y un mexicano

El siglo XX en América Latina inicia con la publicación de Ariel de José Enrique Rodó (1900). Esta exhortación a la juventud americana habló de Grecia con tan grande elocuencia que afectaría profundamente a las siguientes generaciones:

Hubo una vez -dice Rodó- en que los atributos de la juventud humana se hicieron, más que en ninguna otra, los atributos de un pueblo, los caracteres de una civilización, y en que un soplo de adolescencia encantadora pasó rozando la frente serena de una raza. Cuando Grecia nació, los dioses le regalaron el secreto de su juventud inextinguible. Grecia es el alma joven. “Aquel que en Delfos contempla la apiñada muchedumbre de los jonios -dice uno de los himnos homéricos- se imagina que ellos no han de envejecer jamás”. Grecia hizo grandes cosas porque tuvo, de la juventud, la alegría, que es el ambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente. El sacerdote egipcio con quien Solón habló en el templo de Sais, decía al legislador ateniense, compadeciendo a los griegos por su volubilidad bulliciosa: No sois sino unos niños… Pero de aquel divino juego de niños sobre las playas del Archipiélago y a la sombra de los olivos de Jonia, nacieron el arte, la filosofía, el pensamiento libre, la curiosidad de investigación, la conciencia de la dignidad humana, todos esos estímulos de Dios que son aún nuestra inspiración y nuestro orgullo.4

Esta aludida juventud griega resonó entre las naciones todavía jóvenes del continente. Pedro Henríquez Ureña no tardó en celebrar públicamente a Rodó y en darlo a conocer en el trayecto de sus periplos; en particular, publicó un ensayo sobre Ariel en su temprano libro Ensayos críticos (1909) y disertó sobre su obra con sus amigos y discípulos, entre ellos Alfonso Reyes. El padre de éste, el general Bernardo Reyes, había auspiciado la tercera edición de Ariel en 1908.5

Apenas un año antes, en 1907, Pedro Henríquez Ureña había reunido en torno suyo en México a un grupo de jóvenes en la llamada Sociedad de Conferencias, que cultivaba “las grandes aspiraciones humanísticas” a contracorriente del positivismo oficial, grupo que llegaría a conformarse en 1909 como el Ateneo de la Juventud. Cuenta Henríquez Ureña:

Nos dijimos: para cumplir el alto propósito es necesario estudio largo y profundo. Cada quien estudiará su asunto propio; pero todos unidos leeremos o releeremos lo central de las letras y el pensamiento helénicos y de los comentadores… Así se hizo, y nunca hemos recibido mejor disciplina espiritual.6

Con todo, el Ateneo de la Juventud no inició, como suele pensarse, la afición a Grecia en el México del nuevo siglo, sino que este impulso tenía antecedentes y se dio en un ambiente preparado por ciertas tentativas y sustentado en la tradición de Francisco C. Canale, Manuel Payno y Justo Sierra, autor este último del Compendio de historia de la Antigüedad (1880), obra que “abrió caminos al estudio científico de Grecia”.7 Ignacio Osorio consigna cómo ya desde 1903 Jesús Urueta había pronunciado en la Preparatoria Nacional varias conferencias sobre la Ilíada y la tragedia griega. Más aún, el 20 de enero de 1904 Amado Nervo y Luis G. Urbina recitaron trozos de la Orestíada frente a un público -continúa Osorio- “compuesto por estudiantes, literatos, artistas, profesores y, según describe El Imparcial, ‘no escaseando las damas’ ”.8

III. A tiempo con Europa

Para 1908 Pedro Henríquez Ureña escribe el artículo “La moda griega” donde juzga algo desfavorablemente el libro La Grecia eterna (con prólogo de Jean Moréas) de Enrique Gómez Carrillo, el periodista y diplomático guatemalteco que dio a conocer sus impresiones de la Hélade en el que, de acuerdo con Henríquez Ureña, es el primer libro escrito por un hispanoamericano en Grecia, olvidándose al parecer tanto de las Memorias de viaje de Miranda como de las Memorias del general colombiano y presidente entre 1849 y 1853 José Hilario López, quien en un convento católico de la isla de Esciros sorprendía por su cultura a los superiores al punto que exclamaron:

¡Y es posible que los sudamericanos sepan latín y francés, a más del italiano en que ustedes me hablan! ¿Quién puede haber llevado a tan remotas y casi ignoradas regiones las lenguas que ustedes conocen? ¿O acaso las hayan aprendido en Europa?9

Como sea, reconoce Henríquez Ureña, y esto es lo que nos importa, que en su época “Homero y Goethe son los grandes autores que están de moda”, lo cual da una idea de la sincronía de los intereses del Ateneo de la Juventud con el reloj europeo. Por otra parte, como presagiando y deseando a un tiempo a Kavafis, Kazantzakis, Seferis o Elytis, concluye dicho artículo con estas palabras:

Si en la Grecia moderna apareciera un espíritu genial, todas las miradas se convertirían hacia la tierra del Ática; y aunque no siguieran las rutas clásicas, ya nos encargaríamos nosotros los admiradores de demostrar su parentesco con sus divinos antepasados.10

IV. El “genio platónico”

Fue en Alfonso Reyes en quien Pedro Henríquez Ureña descubrió “el genio platónico”, como titularía su primera impresión del joven mexicano. Efectivamente, el que mayor estudio y dedicación rindió a Grecia de entre el grupo de José Vasconcelos, Antonio Caso, Julio Torri y Jesús Acevedo fue Alfonso Reyes.

En la correspondencia entre ese Sócrates dominicano y el joven Platón de Monterrey -editada en su período 1907-1914 precisamente por José Luis Martínez- es patente cómo el maestro incita al alumno a dedicarse de lleno al griego y al latín:

Enero 16 de 1908

Si logras al fin estudiar cinco años “humanidades”, creo que mejor sería, después de un año de Estados Unidos, de conocer el espíritu de ese pueblo y de prepararte en tales estudios, ir los otros cuatro años a Europa. ¡Imagínate! ¡Oxford! ¡Cambridge!11

En cartas posteriores, Henríquez Ureña motiva a Reyes a conocer los estudios helénicos de los filólogos de ese momento: Theodore Gomperz, Ernst Curtius y Karl Otfried Müller.

Muchos años después, disuelto el Ateneo y disgregados los colegas, Henríquez Ureña recordaría aquel “resplandor fugaz de los días alcióneos” de un amor compartido por Grecia. Escribe en 1927:

En el instante que atravesamos, Grecia ha entrado en penumbra: no sabemos si para eclipse pasajero o para sombra definitiva… Pero en los tiempos en que descubríamos el mundo Alfonso Reyes y sus amigos, Grecia estaba en apogeo: ¡nunca brilló mejor! Enterrada la Grecia de todos los clasicismos, hasta la de los parnasianos, había surgido otra, la Hélade agonista, la Grecia que combatía y se esforzaba buscando la serenidad que nunca poseyó, inventando utopías, dando realidad en las obras del espíritu al sueño de perfección que en su embrionaria vida resultaba imposible. Soplaba todavía el viento tempestuoso de Nietzsche, henchido del duelo entre el espíritu apolíneo y dionisíaco; en Alemania, la erudición prolífica se oreaba con las ingeniosas hipótesis de Wilamowitz; en los pueblos de lengua inglesa, el público se electrizaba con el sagrado temblor y el irresistible oleaje coral de las tragedias, en las extraordinarias versiones de Gilbert Murray, mientras Jane Harrison rejuvenecía con aceite de “evolución creadora” las viejas máquinas del mito y del rito; en Francia, mientras Victor Bérard reconstruía con investigaciones pintorescas el mundo de la Odisea, Charles Maurras, peregrino apasionado, perseguía la transmigración de Atenas en Florencia.

De aquella Hélade viviente nos nutrimos. ¡Cuántas veces después hemos evocado nuestras lecturas de Platón; aquella lectura del Banquete en el taller de arquitectura de Jesús Acevedo! Aquel alimento vivo se convertiría en sangre nuestra.12

Si bien Alfonso Reyes no se dedicó como especialista a Grecia (por más que sí estudió el griego en varios períodos de su vida), su helenismo de culto aficionado tal vez no ha tenido todavía parangón en nuestras letras -incluidas las de nuestros especialistas-. Sobre el helenismo de Reyes dice José Luis Martínez:

Un ensayo sobre “Las tres Electras del teatro ateniense” abre Cuestiones estéticas, el primer libro publicado por Alfonso Reyes, y sobre temas griegos habrían de ser, igualmente, las últimas páginas en que trabajaba, casi medio siglo más tarde, cuando lo detuvo la muerte. La afición a Grecia fue, en efecto, una de las más constantes del humanista mexicano. En sus años de madurez, publicará estudios sobre la crítica y la retórica clásicas, iniciará la versión de la Ilíada y escribirá monografías sobre diversos aspectos de la historia y la cultura griegas; a lo largo de toda su enorme obra persistirá siempre como un fondo animado, como una referencia viva, la lección del mundo grecolatino; pero será una obra de juventud, el poema dramático Ifigenia cruel, el más alto y apasionado testimonio de su humanismo.13

Para completar la idea del helenismo civilizador de Reyes (albergado a grandes rasgos entre los tomos XIII, XVI-XX de sus Obras completas), recordemos que él impulsó la traducción de la Paideia de Werner Jaeger en el Fondo de Cultura Económica (1957), según lo demuestra el epistolario que de ellos conservamos,14 y que él mismo tradujo, para dicha editorial, la Introducción al estudio de Grecia de Alexander Patrie (1946), la Historia de la literatura griega de Cecil Bowra (1948) y Eurípides y su tiempo de Gilbert Murray (1949).

V. Un heredero, la amistad y el trabajo

José Luis Martínez conoció a Alfonso Reyes en 1939, cuando éste regresaba a México después de casi tres décadas en Europa y América del Sur. El joven Martínez de veintiún años entabló una amistad con un Reyes de cincuenta, que se prolongaría y enraizaría hasta la muerte de éste en 1959; aunque podría decirse que se prolongó hasta la muerte del propio Martínez, pues llegó a ser el editor de los últimos tomos de las Obras completas de Reyes y organizador de sus Diarios hasta fechas postreras. El respeto y la admiración que se manifestaron mutuamente José Luis Martínez y Alfonso Reyes son correlativos de los que se tuvieron éste y Pedro Henríquez Ureña. La atención a Grecia de Martínez puede considerarse entonces como una prolongación, por empatía y disciplina, de la de Reyes (cf. imagen 1).

Tomado de Reyes-Martínez 2018, p. 420. Propiedad del Archivo José Luis Martínez.

Imagen 1 “Alfonso Reyes, sentado, con José Luis Martínez, 21 de julio de 1947, Capilla Alfonsina”.  

De las dedicatorias conservadas de Reyes a Martínez quiero destacar todas aquellas inscritas en libros de tema griego, cuya abundancia es elocuente:

“A José Luis Martínez, su Alfonso Reyes”.

La antigua retórica, México, Fondo de Cultura Económica, 1942.

“A José Luis Martínez su amigo Alfonso Reyes”.

Atenea política, Santiago de Chile, Ediciones Pax, 1943.

“Para José Luis Martínez”.

Ifigenia cruel. Poema dramático, México, Ediciones La Cigarra, 1945. Edición numerada y firmada por el autor.

“A José Luis Martínez, amigo querido a quien tanto debe este libro, con el vivo afecto de Alfonso Reyes, 1949”.

Junta de sombras. Estudios helénicos, México, El Colegio Nacional, 1949.

“A José Luis Martínez, con la verdadera alegría de sentirlo encaminado en su noble destino, muy afectuosamente Alfonso Reyes 1951”.

La Ilíada de Homero: Primera parte: Aquiles agraviado, traslado de Alfonso Reyes, México, Fondo de Cultura Económica, 1951.

“A José Luis Martínez, su viejo hermano. Alfonso Reyes, 1952”.

Homero en Cuernavaca, México, Tezontle, 1952.

“A José Luis Martínez, saludo de Alfonso Reyes”.

Hipócrates y Asclepio, México, El Colegio Nacional, 1954.

“A José Luis Martínez, viajero de mi mismo barco, amigo queridísimo. Alfonso Reyes, 1957”.

Estudios helénicos, México, El Colegio Nacional, 1957.

“A José Luis Martínez. Saludo de Alfonso Reyes”.

El triángulo egeo, México, Gráfica Panamericana, 1958.

“A José Luis Martínez saludos de Alfonso Reyes”.

La jornada aquea, México, Gráfica Panamericana, 1958.

“Para José Luis Martínez -cuya serena amistad me hace tanto bien- con vivo afecto, Alfonso Reyes”.

La filosofía helenística, México, Fondo de Cultura Económica, 1959.15

Entre 1943 y 1959, José Luis Martínez desempeñó, entre otros cargos, el de secretario particular de Jaime Torres Bodet (entonces secretario de Educación Pública) y secretario administrador de El Colegio Nacional. En estas funciones, como ha demostrado su hijo el historiador Rodrigo Martínez Baracs, José Luis Martínez colaboró de una u otra manera con Alfonso Reyes. Por lo que toca a Grecia, siendo secretario de El Colegio Nacional, Martínez recibió de manos de Reyes el manuscrito del imprescindible Junta de sombras. Estudios helénicos (1949), libro del que fue editor.

En 1957 Alfonso Reyes recibió una invitación del Gobierno griego para visitar oficialmente aquel país. Así se lo confió a José Luis Martínez en el conjunto de papeles confidenciales que puso a su resguardo bajo el nombre de “El Cerro de la Silla”, donde escribe lacónico:

-Carta del Sr. L. P. Vourvoulias, Cónsul General de Grecia a Alfonso Reyes, México, 5 de agosto de 1957, invitándolo a nombre del Gobierno Real de Grecia, junto con los señores Lic. Emilio Portes Gil y Carlos Denegri a hacer una visita a Grecia a fines de ese mes para conocer el país y cambiar impresiones con las autoridades griegas.

-Carta al Excmo. Sr. L. P. Vourvoulias, Cónsul General de Grecia, México, 7 de agosto de 1957, agradeciendo la invitación del Gobierno Real de Grecia a realizar por su cuenta un viaje a aquel país, y declinándola por las condiciones de su vida y su trabajo.16

Alfonso Reyes murió sin conocer el país que de algún modo habitó siempre. Pero Grecia conocería a sus discípulos.

VI. Embajada en Atenas

La Embajada de México en Grecia inició labores en 1965 con Jaime García Terrés como primer embajador.17 Este perfil de escritor, intelectual y filoheleno sería recurrente en el cargo, por el que, además de García Terrés y José Luis Martínez, han pasado hombres como Antonio Gómez Robledo y Hugo Gutiérrez Vega. Así, en 1971 Martínez fue designado embajador de México en Grecia. La estancia propició un conocimiento de primera mano de su cultura:

En nuestra magnífica casa de Atenas -dice Rodrigo Martínez- la mayoría de los libros de mi padre estaban en un estudio donde trabajaba, aunque a menudo el calor nos sacaba a la terraza... Tenía los Pléiades de Homero, Esquilo, Eurípides, Sófocles y Aristófanes, para leer y entender las obras que íbamos a ver en los antiguos teatros griegos. Leíamos, claro, la Antología griega y La source grecque de Simone Weil.18

Tomado de Biblioteca de México, 163-164, 2018, contraportada. Propiedad del Archivo José Luis Martínez.

Imagen 2 “José Luis Martínez en Grecia, s. f.”. 

En este sentido, según Felipe Garrido, José Luis Martínez

tuvo la oportunidad de conocer Grecia, viajar a Yugoslavia y Hungría y volver a Italia. Leyó mucho y se esforzó por conocer desde dentro la cultura griega. Conoció los alrededores de Atenas y lo impresionó singularmente la austeridad y la belleza de los monasterios de Monte Athos, que visitó la semana santa de 1973. José Luis confiesa que fue una experiencia perturbadora: ‘las viejas bibliotecas y los largos corredores con murales, la vida seca de los monjes de larga barba negra, los cánticos rituales y aquellos campos intactos de criaturas femeninas’. El análisis de la situación política y económica de Grecia constituyó el tema central de sus informes.19

Entre varios asuntos que debió atender en la embajada entre 1971 y 1974, recuerda su hijo y también diplomático José Luis Martínez y Hernández que

cuando la crisis petrolera mundial de 1973, el gobierno griego le pidió interceder ante PEMEX para que le suministrara petróleo. A Grecia le interesaba contar con un suministro seguro y a largo plazo. PEMEX no aceptó la oferta, sus ventas estaban totalmente comprometidas.20

Pero no fue la embajada solamente un servicio oficial para México, sino también una oportunidad para colaborar y estrechar relaciones con los escritores mexicanos.

Por esas fechas Carlos Monsiváis se encontraba en la Universidad de Essex, Inglaterra, como profesor invitado de traducción y literatura latinoamericana. Al enterarse de que José Luis Martínez había sido nombrado embajador en Grecia, no tardó en escribirle a él y a su esposa Lidia Baracs:

11/V/71

Queridísimos Lidia y José Luis:

¡Qué genial saberlos en Atenas, libres del smog de la región!… Quiero ir a Grecia pronto y solicito informe de vuestras mercedes. Pensé en el verano, pero creo que julio y agosto serán insoportables con la inmensa cantidad de seres semejantes a uno mismo. ¿Qué me recomiendan? ¿Fines de agosto, septiembre, octubre? Yo termino en Essex a fines de junio y ya dispongo de mi tiempo. Respóndanme pronto, por favor… Tengo muchísimas ganas de verlos, de que me enseñen Grecia, de que recordemos al dulce Anáhuac en la sublime Hélade… Un gran abrazo de

Carlos

Asienta Rodrigo Martínez que Carlos Monsiváis “viajó de Londres a Atenas el viernes 24 de septiembre de 1971” y que permaneció allí cerca de dos semanas. La familia paseó a Monsiváis por la ciudad y los sitios arqueológicos:

José Luis Martínez no alojó a Monsiváis en la residencia de la Embajada (Roídi 2, en el barrio Kifisias), sino en un hotel del centro de Atenas, para darle libertad para sus andanzas nocturnas en Plaka y otros barrios animados de la ciudad… Mis padres -continúa Rodrigo- me contaban de Monsiváis que en Londres vivía con poco dinero (supongo que tratando de estirar lo ganado en Essex y lo que le mandaban de México por sus escritos), hacía llamadas por teléfono usando monedas de veinte centavos, de las de entonces, que aceptaban las telephone boots inglesas, leía dos libros diarios, veía dos películas, escribía muchísimo y no se bañaba… Después Monsiváis continuó solo su viaje a Estambul y al Cairo. Después, desde Londres, Monsiváis le escribiría a José Luis Martínez una carta de agradecimiento en la que le comentó que durante el viaje se encontraba sumido en una depresión, de la que apenas estaba saliendo.21

Por su parte, Miguel León-Portilla asistió desde México a José Luis Martínez en la elaboración y corrección del Nezahualcóyotl (1972), la obra que más ocupó sus días griegos. Un intercambio de noticias sobre códices, ediciones y catálogos constituyó el tema de las cartas cruzadas. Así, al paso que León-Portilla le enviaba material de tema prehispánico a la embajada, Martínez respondía con libros de tema helénico:

Atenas, a 31 de agosto de 1972

Mi querido Miguel: curioseando libros sobre antigüedades griegas muy a menudo pienso que acaso puedan interesarte algunas, por ejemplo un par de excelentes diccionarios sobre la antigua civilización helénica, o bien algunos estudios sobre el desciframiento del “Lineal B”. Muy cordiales saludos de tu amigo

José Luis Martínez, Embajador22

En 1973, el joven escritor Adolfo Castañón caminó de Olimpia y Argos hasta Atenas donde fue a la embajada de México con la intención de leer el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre! Ese día el embajador, atento siempre a la cultura mexicana, se había llevado el suplemento. A la vuelta de pocos años, Castañón sería editor del Fondo de Cultura Económica bajo la dirección magistral de José Luis Martínez.

Tomado de Biblioteca de México, 163-164, 2018, p. 125. Propiedad del Archivo José Luis Martínez.

Imagen 3 “José Luis Martínez en Grecia, s. f.”.  

VII. El mundo antiguo

En 1974, ya de regreso en México, José Luis Martínez preparó para la Secretaría de Educación Pública la antología Panorama cultural. El mundo antiguo en seis volúmenes dedicados a Mesopotamia, Grecia, Roma, Judíos y Cristianos, China y Japón y las Américas, empresa editorial adelantada en la tradición de las Lecturas Clásicas para Niños de José Vasconcelos.23 Cada volumen cuenta con introducción, textos primarios traducidos, estudios, comentarios sobre autores y bibliografía. El tomo dedicado a Grecia presenta la mitología con Hesíodo y Ovidio; de Homero elige los adioses de Héctor y Andrómaca, la muerte de Patroclo, la llegada de Odiseo al país de los feacios y la propuesta del arco en las traducciones de Alfonso Reyes y Luis Segalá Estalella. Para ilustrar la historia de Grecia recurre al Discurso fúnebre de Pericles en Tucídides y a fragmentos de Hesíodo y Plutarco. Tragedia y comedia atenienses son representadas por selecciones de Prometeo encadenado y Agamemnón de Esquilo; Edipo rey, Antígona y Electra de Sófocles; Hipólito, La locura de Héracles, Las troyanas e Ifigenia en Aulis de Eurípides, y Lisístrata de Aristófanes, además de aquella conferencia ya recordada de Jesús Urueta, “Los trágicos griegos”. La filosofía y la poesía abarcan, por un lado, desde los presocráticos (o preplatónicos, como quería Nietzsche) hasta Plotino, y por el otro desde Mimnermo hasta la Antología griega. Tres estudios cierran el volumen: “El valor de Grecia para el futuro del mundo” de Gilbert Murray, “Posición de los griegos en la historia de la educación humana” de Werner Jaeger, y “La expansión helenística” de Alfonso Reyes.24

Apunta Rodrigo Martínez: “A menudo decía mi padre que su libro preferido entre todos los que había escrito es el tomo que le dedicó a Grecia en El Mundo Antiguo… Realmente mi padre le había tomado ‘afición a Grecia’ (como Alfonso Reyes y Jaime García Terrés)”.25

Tomado de https://www.todocoleccion.net/libros-segunda-mano/martinez-jose-luis-grecia-mundo-antiguo-ii~x53306483 (5/04/2019).

Imagen 4 Panorama cultural, El Mundo Antiguo II, Grecia, 1976. 

Este volumen no sólo señaló la habilidad historiográfica de José Luis Martínez -de sobra consagrada en sus trabajos sobre Cortés y Nezahualcóyotl-, sino aún la traductológica. A lo largo del texto se aprecia la rúbrica “JLM” al lado del nombre de los diversos traductores (cf. imagen 4). El arquitecto y compilador de la antología sabe que no basta que un texto griego esté en español, sino en legible y literario español. En ejercicio de estilo y gusto, Martínez revisó y corrigió muchas de las versiones que aparecen. Entre todas, tradujo él mismo apoyándose en Simone Weil y Robert Brasilach el poema “Primavera” de Meleagro de Gádara (s. I ante). El que fuera el joven poeta autor de Elegía por Melibea (1940) nos deja en su madurez constancia de su sensibilidad para los versos y de su buen oído en esta versión “Meleagro-Weil-Brasilach-Martínez”, que reproducimos ahora:

Despeja al fin el cielo el viento del invierno

y tú llegas sonriendo primavera opulenta.

La tierra sombría se cubre de verde hierba,

brotes y nuevas hojas engalanan los árboles,

ríen los prados con el rocío de la aurora,

las rosas han abierto con el sol sus corolas,

alegre es la tonada del pastor en su flauta,

frente a las cabras salta una cabra más blanca,

navegan ya marinos sobre las amplias olas

y con la brisa hínchanse como senos las velas,

ya los viñadores coronados de guirnaldas

festejan a Diónisos con ramos de sus viñas,

la abeja, surgida del toro, ya se ingenia

en la labor magnífica de su panal activo

y funde la hermosa frescura de la cera,

y los pájaros lanzan sus cantos y sus gritos,

golondrina en alero y el alción en las olas,

el cisne en el lago y el ruiseñor del bosque.

Y si el prado florece y el árbol se engalana,

si la flauta que canta divierte al pastor,

si la alegría anima los rebaños lanosos,

si el marino navega y el vino hace danzar,

la abeja hace su miel y el pájaro su canto,

¿cómo podría dejar a su vez el poeta

de cantarte también a ti, la primavera?26

VIII. Paideia mexicana

¿Qué es el helenismo en México? Es una vid traída desde el Mediterráneo en las navegaciones que nos fundaron. ¿Es una afición o una disciplina? El ejercicio adelantado sin pasión es estéril, y el encanto que no mide sus versos para en algarabía. Grecia ha sido en México lo mismo objeto de amor que de estudio, visión oteada desde la lejanía y fantasía vuelta al Oriente, pero también experiencia carnal: habla español y habla griego. Dos alfabetos se saludan y se complementan, como es ya su costumbre milenaria. De ese tronco de la vid griega fue José Luis Martínez una rama fértil, y su racimo, desprendido tanto en México como en Grecia es en suma vida, libros y la pervivencia de un linaje. Más aún, es la conciencia de que hubo una constelación, ha mucho disgregada, que puede seguir deleitando la mirada y orientando el camino. El escritor, el diplomático y el hombre de Estado que vela por la educación mexicana tuvo en José Luis Martínez un alto representante, y la cultura griega un atento conocedor y divulgador eficaz.

Muchos años antes de conocer Grecia, todavía en sus años de formación, José Luis Martínez recibió una tarjeta postal manuscrita de Alfonso Reyes. Queda la imagen elocuente: vamos todos en el barco griego de una tradición.

TARJETA:

HISTORIA GENERAL DEL ARTE 147

“Dionisos navegando en un mar de dulzura”. Con su mástil, hecho de una vid gigantesca. Pintado por Exequias de Atenas. Pinacoteca de Munich.

Sr. D. José Luis Martínez y Sra.

Euclides 10, Col. Nueva Anzures, México, D.F.

Queridos amigos: Gracias y feliz Navidad ¡feliz año de 1956!

Manuela y Alfonso Reyes

Av. Gral. Benjamín Hill, No. 122, México 11, D.F.27

Tomado de https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Exekias_Dionysos_Staatliche_Antikensammlungen_2044_n2.jpg (05/04/2019)

Imagen 5 “Dioniso en una embarcación, navegando entre delfines”. Kílix ático de figuras negras, ca. 530 a. C. Procedencia: Vulci.  

Bibliografía

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7 Osorio 1986, p. 114. El mismo Henríquez Ureña reconoce que “el amor a la Antigüedad clásica” en México estaba en los pasos de Ignacio Ramírez, Ipandro Acaico, José María Vigil, Joaquín Arcadio Pagaza, Joaquín Casasús, Gutiérrez Nájera, Manuel José Othón y Jesús Urueta. Cf. Henríquez Ureña 2001, p. 172, citado también en Reyes-Jaeger 2009, p. 20.

14Cf. n. 7, Reyes-Jaeger.

17A propósito de las razones que llevaron a Reyes a declinar la invitación a Grecia, García Terrés escribió “Del fundamental helenismo de Reyes o cómo se frustró un peregrinaje a las fuentes”, 1989, en línea. Alfonso Reyes motivó las exploraciones griegas de Jaime García Terrés. Gracias a la incitación directa de éste, el joven filólogo Raúl Torres Martínez estudió en Grecia, quien a su vez motivó a lo mismo al que escribe estas líneas.

24El índice de autores antiguos, por orden de aparición, es el siguiente: Hesíodo, Ovidio, Homero, Tucídides, Heródoto, Plutarco, Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Pitágoras, Heráclito, Parménides, Demócrito, Hipócrates, Platón, Aristóteles, Hiparco, Plotino, Mimnermo, Semónides, Safo, Alceo, Anacreonte, Píndaro, Meleagro, Filodemo de Gádara, Pablo el Silenciario, Arquíloco, Simónides, Solón, Estesícoro, Íbico, Teognis, Timoteo, Calímaco, Anyte, Arquías de Macedonia, Automedonte, Luciano de Samosata, Estratón, Agatías, Teócrito, Bion de Esmirna, Anacreónticas, Himnos órficos, Zenón, Timón y Dionisio el sofista.

Recibido: 08 de Noviembre de 2018; Revisado: 12 de Febrero de 2019; Aprobado: 12 de Abril de 2019

*David Noria es licenciado en Letras Clásicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Estudió griego moderno en la Universidad Aristotélica de Tesalónica y realizó una estancia de investigación en literatura neolatina en el Instituto Caro y Cuervo, Colombia. Ha publicado artículos académicos, ensayo, poesía, crítica literaria, traducción, entrevistas y reseñas en medios como Minerva, revista de filología de Dublín, Boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, Cuadernos Americanos, La Palabra y el Hombre, Este País, Zona Paz, y en periódicos como La Jornada (México) y El Nacional (Venezuela), entre otros. Es miembro del consejo editorial de Scripta manent, revista de la Licenciatura en Español y Filología Clásica de la Universidad Nacional de Colombia, miembro de la Sociedad Mexicana de Historiografía y Lingüística (SOMEHIL) y de la Sociedad Internacional Amigos de Nikos Kazantzakis, México (SIANK). Sus áreas de interés son la filología clásica, filosofía política e historia de la cultura.

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