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Nova tellus

versión impresa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.37 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2019

https://doi.org/10.19130/iifl.nt.2019.37.2.818 

Artículos

La jupiterización de los signa militaria: cambios simbólicos en la estructura socio-militar romana1

Jupiterization in Signa Militaria: Symbolic Changes into Roman Social-Military Structure

Nicolás Fernando Llantén Quiroza  *
http://orcid.org/0000-0001-8897-7585

Nicolás Eduardo Penna Órdenesb  **
http://orcid.org/0000-0002-3308-9844

aUniversidad Diego Portales, Chile, nico.historia.uv@gmail.com

bPontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, nicolas.penna.o@gmail.com


Resumen:

El presente artículo propone una nueva interpretación con respecto al simbolismo político-religioso de las enseñas militares romanas de fines del siglo II a. C. donde la eliminación de cuatro de sus cinco estandartes estaría vinculada estrechamente con las reformas para la profesionalización del ejército llevadas a cabo por Cayo Mario. En este caso la supervivencia del estandarte del águila iría en concordancia con la supremacía de Júpiter por encima de Marte, quien simbólicamente en su origen fue también un dios agrícola cuya fisonomía religiosa encarnaría el ideal de la dualidad de campesino-soldado que se buscó eliminar por el nuevo soldado profesional.

Palabras claves: Jupiterización; signa militaria; campesino-soldado; simbolismo; águila

Abstract:

This article presents a new interpretation regarding political-religious symbolism in Roman military insignias at the end of 2nd century BC whose removing four of five insignias would be closely related to the reforms to institute professional army accomplished by Gaius Marius. In this case the survival of the eagle insignia is related to supremacy of god Jupiter above god Mars, who symbolically in its origin was also an agricultural god whose religious appearance still incarnates the ideal of duality peasant-soldier eliminated by the new professional soldier.

Keywords: Jupiterization; Signa Militaria; Peasant-Soldier; Symbolism; Eagle

Introducción

La Roma de fines del siglo II a. C. fue escenario de múltiples transformaciones que se sustentaron en la gran expansión del Imperio sobre el Mediterráneo occidental y oriental, durante el siglo anterior. Al alcanzar la urbe una posición hegemónica en el contexto mediterráneo, se fueron socavando las antiguas estructuras de la República, fenómeno suficientemente estudiado por la historiografía y que normalmente suele explicarse por la inadecuación de la estructura social, política y económica de una ciudad-estado al convertirse en un Imperio.2

La etapa de desintegración republicana puede entenderse como una crisis sistémica, aunque otros podrían plantearla como periodo revolucionario.3 Dejando abierta esa discusión, nos queremos centrar en un aspecto poco estudiado dentro de esa época, pues en el ámbito militar y en el marco de las reformas de Mario se materializa la profesionalización del ejército romano, concretándose un cambio en la composición social de la tropa, desde un ideal de campesino-soldado,4 que primó durante gran parte de la era republicana, hasta un soldado profesional de baja extracción social y de composición urbana. Nuestra propuesta consiste en vincular aquella transformación con un cambio simbólico en otra de las reformas atribuidas a Cayo Mario, se trata de la eliminación de cuatro de los cinco animales simbólicos de los signa militaria, que dota de un nuevo sentido político-religioso a las enseñas romanas y a su vez manifiesta un cambio en la composición social del ejército.

De las deidades tutelares relacionadas con el ejército, Marte fue la más destacada durante los primeros siglos de la República; a diferencia de su símil griego, conservó fuertes características agrícolas que se asemejaban al modelo social de composición estructural del ejército de los primeros siglos. En cambio, Júpiter representó el mando político, el Estado y la legalidad republicana, es decir, se vinculó mucho más con la legitimidad del alto mando militar.5 Nuestras observaciones nos permiten sostener que la retirada de cuatro de los cinco emblemas en beneficio del signo del Aquila (estandarte) reconoce una correspondencia simbólica en el actuar político militar de esa época con el que se intenta potenciar a Júpiter en desmedro de Marte, con el fin de ocultar la evidente ascensión de los caudillos militares en detrimento de una legitimación civil, proceso que denominaremos jupiterización de los signa militaria.

I. Contexto

La crisis en Roma, a fines del siglo II a. C., fue ocasionada gradualmente por la escasa visión que existía sobre el problema social y porque los fenómenos sociales se complementaron con los fenómenos militares. No obstante, este proceso no generó una redistribución adecuada de la tierra y de los recursos económicos. Las grandes victorias y conquistas provocaron el debilitamiento del pequeño campesinado, el cual, debido a las extensas campañas y pocas retribuciones, paulatinamente fue considerando el éxito militar como algo ajeno a sí mismo. No sólo decayó el “gusto” por la guerra del campesino-soldado, sino que también fue sinónimo de su constante pauperización; así el contingente de legionarios se fue reduciendo ininterrumpidamente.6 Este proceso causó que miembros de la elite decidiesen acoplarse a las necesidades de reforma y surgieran hombres como Tiberio y Cayo Graco, quienes hicieron de la reforma agraria su principal bandera de lucha.

Ante el desinterés creciente de la población del campo por participar en las campañas militares y el peligro inminente de que las listas no se completaran, dejando a Roma en riesgo frente a las amenazas externas, Cayo Mario, militar descrito en las fuentes como fundamentalmente pragmático,7 echó mano de la masa urbana, los proletarii, para completar las filas del desgastado contingente del ejército romano. Por otra parte, visualizó problemas en la antigua manera de reclutar, que se basaba en un contingente constituido por la leva anual durante los meses de primavera y verano.8 En sus campañas por el norte de África y el sur de Galia, Mario apreció la gran cantidad de frentes abiertos donde los romanos encontraban enemigos cada vez mejor preparados, esto exigía una pronta reestructuración militar.

Las fieras líneas de guerreros cimbrios y teutones, con sus acometidas feroces y excelentes armas (contrario a lo que vulgarmente se piensa de estos pueblos como simples bárbaros), obligaron a que el Estado romano mejorara su manera de combatir. La antigua formación manipular, aunque flexible, no era lo suficientemente densa para enfrentar las cargas germanas, de modo que resultaba muy fácil de romper. Si sumamos a esto elementos como el terreno y las muestras de terror y miedo que generaban dichos guerreros a los romanos,9 era más que evidente que el sistema ya no funcionaba. Mario decidió entonces compactar las filas para dar una mayor consistencia a las unidades de infantería pesada, eliminó las tropas de triarios y vélites “estandarizando” al combatiente, fusionando los antiguos “ordines” en uno solo. A nivel armamentístico, este nuevo legionario “estándar” se encontraba armado con lo mejor que el Estado podía otorgarle, y a nivel táctico manejaba una nueva disposición: la cohorte, sistema que, si bien se había planteado previamente como elemento constitutivo del ejército, Mario utiliza y considera como la unidad básica de la táctica de todo el ejército romano, lo que finalmente le permite conseguir la tan esquiva victoria.10

Sin duda, este nuevo componente militar cambió las relaciones sociales de fuerza y poder. El antiguo soldado capaz de costearse sus propias armas se retiró del ejército y los nuevos reclutas en condición de pobreza fueron incapaces de adquirirlas, el único remedio fue que el Estado se las proporcionara. Lo mismo ocurrió con su paga, botines, beneficios médicos, etc., que quedaron por completo supeditados a las autoridades. De este modo, para poder construir una fuerza real y capaz de hacer frente a todos los enemigos de Roma, estos nuevos elementos, los proletarii, tuvieron que dedicarse en exclusiva al ejercicio de la guerra, debido otra vez a la necesidad. Así se estableció en la República romana el primer ejército profesional; pero éste no sólo significó un contingente mejorado, sino que también permitió apreciarlo como un elemento clave dentro de las relaciones políticas internas. Un buen general, que supiera manejar las artes del gobierno con un ejército a sus espaldas, era un punto importante de control y de apropiación del poder. La República y su multiplicidad de frentes se hizo cada vez más dependiente de la espada para mantenerse en su sitial de poder a nivel mediterráneo.

Por tal motivo, estos generales victoriosos obtuvieron cada vez más poder, hasta el grado de que, cuando las luchas internas se desataron y la República se extinguió como sistema político, nada más el poder de la fuerza hizo posible mantener la hegemonía de Roma. Esta fusión entre lo civil y lo militar es lo que hemos observado a través de la simbología religiosa romana, que exponemos en este artículo.11

La utilidad de los diferentes estandartes empleados por los romanos consistía principalmente en suplir las necesidades fundamentales de comunicación y mando que presentaban los ejércitos al momento de maniobrar o de recibir órdenes. La polvareda, el humo, los gritos y los ruidos de las armas generaban tal confusión que era casi imposible distinguir a los ejércitos en ciertos instantes de la lucha. He ahí la razón de usar estos elementos como verdaderos signos de ordenamiento y reunión de las tropas.12 Dicha labor resultaba tan esencial que, como sabemos, el portador de la enseña era siempre el soldado más valiente, el más aguerrido, o bien un ejemplo para toda la unidad. Acerca del empleo de los estandartes en el ejército romano, Vegecio menciona lo siguiente:

Nada es más provechoso para la victoria que obedecer los avisos de las señales. Puesto que en la confusión de un combate no puede conducirse un ejército sólo con la voz, y como […] hay que ejecutar muchas cosas al mismo tiempo, la práctica antigua de todos los pueblos descubrió de qué manera todo un ejército conociese y ejecutase aquello que un general estimase oportuno mediante señales. Así pues, es cosa sabida que existen tres tipos de señales: las vocales, las semivocales y las mudas […] las señales denominadas mudas son las águilas, los dragones, los estandartes, banderines, cimeras y las plumas.13

Para el periodo que revisamos, el uso de estandartes como los dragones (dracones) era aún desconocido dentro de las legiones, recordemos que para algunos es un elemento asimilado por las tropas romanas durante las guerras contra los dacios (siglo II d. C.), para otros es de origen oriental sármata o persa,14 y fueron adoptados alrededor de los siglos II y III d. C.15 Cabe mencionar que Vegecio redactó esta investigación en el siglo IV d. C., en plena época tardoimperial.

II. Signa militaria romanos

La fecha de aparición de los signa militaria no está del todo clara, sin embargo, hay testimonios suficientes para situarla cuando menos en el siglo III a. C. Polibio da cuenta de su empleo al referirse a la organización de los ejércitos:

De cada una de las clases ya citadas se escogen diez taxiarcos, en orden de sus méritos. […] Los taxiarcos se adjudican, a continuación, un número igual de oficiales de retaguardia (optiones). Seguidamente cada categoría de soldados viene dividida en diez secciones correspondientes a los diez taxiarcos primeros. […] A cada sección se le asignan dos taxiarcos y dos oficiales de retaguardia. […] Estos grupos son llamados «compañías» (ordines), «manípulos» (manipuli), o bien «estandartes» (vexilla), y sus comandantes «centuriones» (ordinum ductores). Estos últimos, en cada sección, escogen los dos hombres más vigorosos y los nombran «portaestandartes» (vexillarii).16

Las enseñas tácticas cumplían varias funciones, según Quesada, servían para alinear la formación, indicar por su movimiento las acciones a seguir, además de ser puntos de reagrupamiento e identificación.17 Desde el punto de vista táctico fueron muy importantes para el desarrollo de las batallas.

Otra función, igualmente relevante, fue su dimensión religiosa y sagrada, puesto que son la representación simbólica de los dioses y de una suerte de espíritu o ideal que encarna y representa el conjunto de la legión, en ese contexto ideológico el soldado era capaz de morir por sus emblemas a los que incluso les rinde homenaje.18 Eduardo Kavanagh, en investigaciones recientes, ha demostrado que los estandartes funcionan como símbolos totémicos y objetos mágicos, que operan a nivel del inconsciente colectivo. Para él, las funciones de los estandartes se resumirían así:

Concluimos por tanto señalando el inmenso valor del estandarte romano, como recipiente simbólico, de toda una serie de conceptos: como símbolo de una unidad concreta y mecanismo centrípeto de la misma, como referente de fidelidades, como objeto sagrado merecedor de culto, como mediador entre los dioses y los hombres a través del prodigio y con toda probabilidad también como herramienta favorecedora de la victoria a través de su poder mágico.19

Por su lado, Plinio el Viejo proporciona elementos para entender el fenómeno desde el punto de vista simbólico:

A las legiones romanas la consagró [el águila] con carácter exclusivo, Cayo Mario en su segundo consulado. Anteriormente, también era primera enseña junto con otras cuatro: el lobo, el minotauro, el caballo y el jabalí precedían sendas formaciones. Unos pocos años antes habían comenzado a llevarla a ella sola al campo de batalla; las demás se dejaban en el campamento. Mario prescindió por completo de estas últimas. A partir de ello se ha observado que casi nunca el campamento de invierno de una legión está donde no haya una pareja de águilas.20

Los cinco animales sagrados utilizados como símbolos en las legiones, según Plinio, fueron el lobo, el minotauro, el caballo, el jabalí y el águila. La cita indica que ciertamente tenían un rango similar durante toda la época en que fueron empleados. No obstante, Mario sólo conservó la última, aunque bien establece dicho autor antiguo que esta práctica se llevaba a cabo algunos años antes de que se cristalizara con la reforma. La pregunta lógica que surge es por qué a partir de finales del siglo II a. C. los generales decidieron prescindir de las cuatro enseñas restantes, pues Plinio el Viejo nos indica que no fue una mera ocurrencia de Mario, pese a que su relación simbólica con las águilas ha sido minuciosamente analizada y confirmada, ya que el símbolo fue utilizado por generales posteriores a él, e incluso por sus propios rivales. La respuesta que proponemos para esta interrogante surge a partir de un estudio simbólico acerca de estos animales sagrados, que los vincula con Júpiter y Marte, dioses fundamentales en la organización militar romana.

Por otra parte, el vínculo de Júpiter con las águilas no es un hallazgo novedoso, se puede acreditar que el águila fue conocida como portadora del rayo, la principal arma de esta divinidad; también fue leal servidora de sus propósitos, así se describe en la mitología cuando ejecuta el secuestro de Ganimedes (en otras versiones es la misma deidad metamorfoseada en esta ave); otrora imparte la justicia del padre de los dioses al comer el hígado de Prometeo.

En este sentido, cabe pensar en el águila en su cualidad de reina de las aves,21 como un símbolo de Júpiter el dios supremo, con quien comparte los atributos de soberanía y majestad. Por la misma razón, se ha asociado su simbología al ave de la realeza en varias culturas y los romanos no fueron la excepción. Pero, en este caso, los prodigios en los que se implica al águila están estrechamente relacionados con la soberanía; por lo tanto, con la primera función y a su vez con Júpiter.22

En cambio, los cuatro animales restantes eliminados por la reforma de Mario no tenían una vinculación directa con la soberanía y su significación de origen no está suficientemente clara al menos en el caso romano, pese a que su simbología llamó la atención de algunos autores del siglo XX.

En 1903 se publicó el libro de Charles Renel, Cultes Militaires de Rome, les enseignes, donde se recoge una serie de proposiciones sobre el origen y desarrollo de las enseñas militares romanas. Con respecto al surgimiento de los estandartes, el especialista sostiene que tendrían una consideración étnica y geográfica proveniente de las creencias totémicas de los pueblos primitivos del Lacio e Italia, que se fueron agregando específicamente a partir de su alianza con el dominio romano. De esa manera, el símbolo del águila y el del lobo representarían las tradiciones más antiguas romana y etrusca de la época monárquica (Júpiter y Marte); mientras que los otros animales estarían más difusos. Según este autor, el caballo habría sido extraído de los albanos, el minotauro sería el símbolo más reciente de la zona de Campania y el jabalí tendría un origen oscuro, probablemente vinculado a los contactos con los galos.23

Cincuenta años después Andreas Alföldi propondrá una hipótesis diferente: para él los cinco animales simbólicos no representarían pueblos a priori, sino a cinco de los dioses principales de la República. De este modo, el águila estaría asociada con Júpiter, el lobo con Marte, el toro con Liber Pater,24 el caballo con Neptuno (siendo éste símil de Poseidón, el señor de los caballos), y por último, el jabalí con Quirino.25 Dumézil por su parte, a pesar de que no niega esta hipótesis, se siente más inclinado a relacionarlos con las siete encarnaciones indo-iranias de Verethragna, dios de la victoria, personificación del triunfo violento, asociado después en la astrología caldea con el planeta Marte y, por tanto también, simbólicamente con el dios de la guerra occidental.26 El tema no volvió a ser tratado en los siguientes años, aunque surgieron numerosos trabajos sobre las insignias romanas a nivel utilitario, dejando de lado el componente religioso-simbólico.

Para la enseña del lobo, la situación es casi tan clara como la del águila. El lobo fue un animal asociado con el pastoreo, que parece ser la condición originaria de los pueblos indoeuropeos. Además, su situación de cazadores de asecho e instinto gregario se asimila al tipo de enfrentamiento por pillaje de la Italia primitiva. Pero es la mitología la que consagra la relación de Marte con el lobo, los hijos de Marte -Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad- fueron amamantados por una loba, por lo tanto, literalmente son hijos del lobo.

No obstante, los tres animales simbólicos restantes tienen mayor dificultad para identificarse con una deidad. En cuanto al jabalí han surgido diversas interpretaciones, Alföldi lo intentó asociar con Quirino, basándose en el hecho de que existieron algunas monedas romanas con la efigie de Quirino y un jabalí.27 Sin embargo, consideramos más acertada la idea de Dumézil, quien lo relaciona con el dios de la guerra, en este caso no será necesario recurrir a la mitología indo-irania emparentada con la latina, ni vincularlo con algún símbolo totémico de algún pueblo de la Italia prerromana, sino que bastará con mencionar un mito del mundo grecorromano donde dicho animal se asocia con Marte o con su símil griego, Ares.28 En el mito de Adonis, el jabalí que asesina al joven amante de Afrodita es el propio Ares-Marte, quien celoso del muchacho se metamorfosea en este animal. Ciertamente, la tradición romana reconoce al jabalí por su carácter iracundo y su violenta respuesta frente al ataque, por eso fue natural su asociación con la violencia, principal atributo del dios guerrero.

El caballo es otro de los símbolos que en la Antigüedad también se vinculó con la guerra, sus características mortuorias o funerarias han sido estudiadas desde la óptica de la Historia de las religiones, no obstante, sus usos tácticos en la guerra del Mundo Antiguo fueron evidentes. La asociación del caballo con Neptuno que propone Alföldi, si bien es correcta, pues se asimila con el tiempo al Poseidón griego, no excluye de ninguna manera el vínculo que en Lacio se pudo establecer entre Marte y el caballo. Dionisio de Halicarnaso,29 Festo30 y Plutarco31 informan de un ritual en el que se sacrificaba un caballo a Marte, el equus october, este rito al dios de la guerra parece extendido por toda el área indo-mediterránea,32 además de ser el potro semental una de las encarnaciones de Verethragna e Indra, emparentados con el Marte más arcaico. Volviendo al tema del sacrificio, Festo agrega que se colocaban panes en la cabeza del caballo sacrificial para bendecir la cosecha;33 según Quesada, esto sería una clara vinculación entre el Marte agrario y el Marte bélico.34 Al respecto, como él sostenemos que no existiría una contradicción entre las funciones de Marte como dios de la fecundidad y su condición de dios de la guerra, debido a que ambas encarnan el ideal de campesino-soldado que perduró hasta el siglo II, cuando los ciudadanos eran reclutados de manera anual en las levas.

Finalmente, el minotauro, que ha sido un punto de discusión desde principios del siglo XX, fue mencionado por Plinio entre los animales sagrados y en esa misma condición, corroborado e interpretado por Vegecio en el siglo IV d. C.: “Precisamente los antiguos adoptaron el estandarte del Minotauro en las legiones con el fin de que, del mismo modo que se contaba que aquél permanecía escondido en lo más profundo y recóndito del laberinto, estuvieran siempre ocultos los planes del general”.35

Pero la interpretación que hace Vegecio sobre el estandarte del minotauro complica más el panorama exegético, porque habría que suponer que los otros cuatro estandartes no serían elementos distintivos de los pueblos que se fueron agregando a la República, como propone Renel; ni dioses específicos de la República, como propone Alföldi; ni encarnaciones animales de un dios indoeuropeo de la guerra, como sugiere Dumézil. Serían entonces atributos o cualidades necesarias de los generales o de la tropa antigua. Así, el minotauro representaría al laberinto y éste, a su vez, los planes secretos. No obstante, esta interpretación carece de sentido porque deja sin exégesis a los otros cuatro animales simbólicos y omite la clarísima asociación del águila con Júpiter, que está sobradamente documentada.

En el libro de Renel, se vincula esta imagen con las ciudades de Campania que tuvieron influencia griega. El autor comienza cuestionando la interpretación de Vegecio, ya que ésta se basa en que las monedas de las ciudades del sur de Italia y de Sicilia contenían imágenes del minotauro, aunque era representado con cuerpo de toro y cabeza humana, o bien como un toro con rostro humano,36 asimilándose a los modelos de minotauro asirio. Como sea, el estudioso propone que el animal predominante en este monstruo era el toro. El problema de la explicación del minotauro como un elemento distintivo de una ciudad o región, en este caso de Campania, radica en que, si bien el símbolo estaba presente, no constituía un signo de unidad para toda la zona del sur de Italia, pues Sicilia también poseía en abundancia esas monedas. Tampoco los otros símbolos son específicos de una región o pueblo, porque no tiene sentido que se hayan mantenido cuando otros contingentes de aliados se iban sumando a la romanidad. Es por ello que los autores posteriores tomaron más en cuenta el símbolo del toro que el del minotauro, ya que éste podía ser asociado con una deidad, sea la de la guerra o la de la labranza. Alföldi vinculaba al toro con Liber Pater, porque su cualidad de dios de tercera función se asimilaría al buey de labor; mientras que la interpretación de Dumézil es más cercana a la nuestra, al sugerir que se asociaría con una de las encarnaciones del dios de la guerra. Incorporar un componente de la tercera función religiosa o productiva no es descabellado, puesto que refuerza el ideal de que el soldado es también un campesino, para eso Marte alcanza sobradamente.

Catón describía una fiesta ritual lustral llamada suovetaurilia donde se sacrificaban animales machos,37 etimológicamente correspondía a sus (cerdo), ovis (oveja) y taurus (toro): el primero era sacrificado a los dioses ctónicos, el cordero a Quirino y el toro a Marte. El toro y el caballo fueron las víctimas preferidas del dios de la guerra, que, en el caso romano, tenía además un fuerte papel agrícola como protector de los campos. Por lo mismo, la reconocida bravura del toro se asociaba fácilmente con Marte.

De los cinco animales mencionados en los estandartes, cuatro pueden vincularse con Marte; mientras el águila, como fue descrita anteriormente, se asocia con Júpiter. Desde Wissowa a principios del siglo XX, se ha establecido que Marte es identificable al menos con cinco animales sagrados: el lobo, el toro, el caballo, el jabalí y el pájaro carpintero.38 Exceptuando el último, los otros cuatro animales corresponden a los emblemas señalados, además de que, como sugiere Dumézil, se refieren a una antigua tradición de las encarnaciones de los dioses indoeuropeos de la guerra. En este sentido, es razonable proponer que los cuatro animales retirados fueron los relacionados con Marte (aunque también vinculados con Quirino, divinidad de tercera función), dejando solamente el emblema del padre de los dioses.

La eliminación de los cuatro emblemas restantes -asociados con el dios Marte, como sostenemos, o en su defecto con el dios de la producción Quirino- significa una ruptura en la clásica tríada capitolina (Júpiter-Marte-Quirino) propuesta por Dumézil; pues nada más queda en pie el estandarte que se asocia con el dios de la soberanía, ocultando las funciones bélicas y productivas, dado que en Roma la dualidad Marte-Quirino se vincula también con la dualidad campesino-soldado, aquellos que se llamaban quirites (la colectividad de los viri asociados en curiae), conjunto coherente de individualidades, del mismo modo que se asociaron con Marte las “moles” (masas indiferenciadas actuando como fuerza).39 Ambos eran estados transitorios entre los ciudadanos en los primeros tiempos, ya que anualmente de campesinos pasaban a ser soldados, trasladándose de la tercera a la segunda función y viceversa; esto en el ideal no afecta a la primera función, de ahí la supervivencia de un emblema asociado con Júpiter y el Estado, elemento que no se quería eliminar dada la nueva composición social del ejército.

III. En contra del ideal del campesino-soldado

Como sabemos, el ejército romano empezó con un contingente de hombres que de preferencia se ocupaban del trabajo agrícola y sólo asumían el ejercicio de las armas en caso de necesidad. Con ese fin se preparaban desde marzo hasta octubre, periodo en que se dedicaban a las campañas militares. Dicho contingente era escaso, porque básicamente correspondía a los integrantes de las antiguas tribus (curias), de ahí que también se le conociera como ejército curiado. Éste se organizaba en pequeñas bandas, donde el saqueo y las luchas por ganado -entre otras múltiples acciones de pillaje- eran comunes, tal como lo menciona Goldsworthy.40 De la misma manera, si continuamos la tradición de Livio (muy cuestionada en la actualidad), cada una de las tres tribus debía otorgar un tercio de los efectivos (3000 hombres), más trescientos hombres de caballería, llamados celeres (“veloces, rápidos”), elegidos como escolta del propio Rómulo.41

La derrota de estas tropas por parte de los etruscos y la asimilación de los mismos dentro de Roma provocarían una nueva organización militar, la que, según la tradición, se llevó a cabo bajo el reinado de Servio Tulio. Este ejército se dividió en clases sociales en correspondencia con los recursos económicos con que contaba. En esta tropa, la línea principal estaba conformada por una falange que, armada al estilo griego, representaba la nueva incorporación táctica y armamentística de los etruscos. El ejército fue distribuido por centurias, que en ese momento sólo tenían una connotación de índole más ritual.

La situación se mantuvo bastante similar hasta el inicio del periodo republicano. Al expulsar a los etruscos de Roma, la organización ciudadana adquirió una preeminencia que fue clave en la participación política, puesto que los comitia centuriata tenían un papel fundamental en la toma de decisiones dentro del gobierno de la ciudad y de sus conquistas.42 Durante este periodo conocemos, ya más documentada, la organización del contingente militar y su salida a campaña, tal como lo señala Polibio:

Cuando los magistrados que detentan el poder consular se aprestan a realizar una leva de soldados, anuncian al pueblo reunido en asamblea el día en que deberán presentarse todos los romanos en edad militar. Esto se hace anualmente. Llegado el día prescrito, todos aquellos que legalmente el ejército puede alistar se dirigen a Roma y se concentran en el Capitolio. Los tribunos militares más jóvenes se reparten, según el orden en que han sido elegidos por el pueblo o por los cónsules, en cuatro grupos, porque entre los romanos la división primera y principal de sus efectivos militares es en cuatro legiones.43

Ahora bien, las mejoras en el campo táctico y la sucesión de guerra constante poco a poco hicieron insostenible el modelo del dilectus anual para las tropas. Éstas debían contar con una cantidad de ases mínima (4000) para ser elegidas, además de tener la aprobación de la ciudadanía romana. Sin embargo, tal como menciona Gabba, los requisitos debieron bajar de 4000 a 1500 para conseguir la cantidad de efectivos necesarios;44 pero, a fines del siglo II a. C., la situación de nuevo se tornó crítica. La pauperización progresiva de los campesinos-soldados se generó precisamente por su excelente desenvolvimiento a nivel militar, al obtener victoria tras victoria para la República sus ingresos fueron mermando paulatinamente. Las agotadoras campañas eran cada vez más extensas, esto les impedía en muchas ocasiones realizar adecuadamente sus centenarias labores campesinas, sin contar con aquellos que jamás volvían y que, como jefes de familia, terminaban perdiendo sus tierras. Éstas eran vendidas a especuladores, por lo general optimates quienes acrecentaban su fortuna con la compra de esos terrenos a bajo precio, y también con la incorporación de mano de obra esclava, proveniente de las mismas campañas que, debido a su gran número, hacían innecesario el trabajo del pequeño propietario campesino. Así se conformó un nuevo estrato social, constituido en su mayoría por labradores empobrecidos, conocidos como proletarii.

Estos elementos sociales sumamente pauperizados llegaban a Roma en busca de algún trabajo que les permitiese mejorar su situación económica, pero ante la apremiante escasez de labores remuneradas terminaban siendo fácil presa de las redes de populares y optimates, que en sus luchas intestinas por el poder estaban ávidos de legitimidad social entre las clases más desposeídas. En esas circunstancias se encontraba la ciudad cuando asumió el poder el cónsul Mario, quien, ante la arremetida de los germanos en el norte y la imposibilidad de contar con efectivos suficientes para realizar dicha campaña, decidió echar mano de este grupo social y darle un lugar mejor que el de meros especuladores políticos. Salustio refiere esta situación en la siguiente cita:

Él, entretanto, procedió al reclutamiento de los soldados, no conforme a la antigua práctica, siguiendo el orden de las clases, sino inscribiendo indistintamente a cuantos se presentaban, en su mayoría, proletarios. Procedió así, según unos, en vista de que las primeras clases no le suministraban el número suficiente, y según otros, por afán de popularidad, pues debía su crédito y elevación a aquella gente, y porque para un hombre que aspira al poder los más pobres son los más a propósito, pues no poseyendo bienes nada tienen tampoco que defender y repuntan por honesto lo que sea, con tal de que haya ganancia de por medio.45

De esta manera, se iniciaba una nueva reestructuración social del ejército romano, que eliminaba los requisitos de propiedad y de clase. Estos grupos de descontentos, que eran fácil presa de los demagogos de la República, terminaron siendo los verdaderos legitimadores del poder civil de Roma. Los nuevos enrolados debieron prestar juramento al igual que los antiguos legionarios, pero se les consideró sólo para esta tarea, quitándoles su anterior vínculo agrario campesino. El campesino-soldado, quien había logrado derrotar a los poderosos enemigos de la urbe que amenazaban su existencia, dio paso a una tropa especializada, al soldado profesional. Este soldado de oficio se alistaba en la tropa prestando un servicio completo por más de 20 años continuos, tras los cuales tenía derecho a recibir un territorio como pago final. Se sumaban a esto otros beneficios obtenidos durante su periodo como legionario; además de la paga, podía mejorar sus ganancias con el botín de guerra otorgado por su general. Este tipo de asociación permitió no sólo que los legionarios fueran prácticamente el mejor ejército del mundo antiguo, sino también un tremendo instrumento de poder político. Las relaciones entre las legiones y el general, el imperator, constituyen las verdaderas articulaciones del poder en la ciudad.46 Tan es así que, cuando Mario construyó su gran obra para obtener la victoria, los cónsules sucesores la aprovecharon para sus luchas intestinas. Todos los grandes generales del siglo I a. C. estuvieron involucrados directamente con la esfera política. Sila, Pompeyo, César, Marco Antonio y finalmente Augusto fueron los máximos ejemplos del poder que consiguió el ejército profesional sobre el antiguo ideal del campesino-soldado. Luego de concluir estos enfrentamientos, quien obtuviera el poder definitivo se hacía nombrar jefe militar victorioso, dando nombre a toda la forma de entender en adelante el poder en Roma, tal es el Imperio romano.

IV. Jupiterización del pensamiento romano. El estoicismo

Como último punto, se debe especificar que estas transformaciones sociopolíticas descritas en el apartado anterior, reflejadas en los cambios simbólicos en el marco de los signa militaria que analizamos en la sección II, no podrían comprenderse adecuadamente si no observamos los procesos ideológicos que causaron el potenciamiento y/o debilitamiento de dioses específicos o bien lograron transformaciones en sus antiguas concepciones. Dichos cambios se enmarcaron en un proceso de racionalismo y unos de sus ejemplos fueron el apogeo del estoicismo y la adopción de ideas orientales de divinidad, que se fortalecieron hacia finales del siglo II a. C.

Debido a la llegada del pensamiento estoico al Occidente romano, lentamente se fueron incorporando elementos de esta doctrina. Con la incorporación a las capas nobles de la población, el papel de Júpiter -que ya era el dios principal de la estructura del Estado, por quien se hacían los juramentos, se dictaban leyes y se obtenían los auspicios- se modificó, ampliando su concepción divina. Junto con el estoicismo, los contactos con Oriente también trajeron el racionalismo; así las viejas funciones de los dioses que eran parte del panteón tradicional comenzaron a ser cuestionadas o sufrieron abstracciones. Es posible que Júpiter haya sufrido una transformación similar al Zeus estoico abstrayendo sus características a principios más universales. El estoicismo al ser un panteísmo identificó al destino con el pensamiento de Zeus/Júpiter. Inclusive en autores más tardíos de vertiente estoica como Lucano se encuentran frases como la siguiente, que pone en boca de Catón el Joven: “¿Es que existe una morada de la divinidad que no sea la tierra, el mar, el aire, el cielo y la virtud? ¿Por qué buscar más lejos a los celestes? Júpiter es todo lo que contemplas, cada uno de tus movimientos […]”.47

La abstracción de la divinidad como concepto complejo propio de los panteísmos es también un primer paso para la entrada de futuros monoteísmos, como ocurrió siglos después con el cristianismo; por eso, algunos autores han planteado que ya estaba en el paganismo romano la tendencia hacia el monoteísmo.48 El sincretismo coadyuva a este proceso cuando las grandes divinidades van absorbiendo las características de sus dioses menores o similares, incorporando también nuevos aspectos de dioses locales, extranjeros, etc., volviéndose cada vez más universales. No queremos decir con esto que Júpiter haya asumido las funciones de Marte como dios de la guerra, pues su culto se extendió entre los soldados incluso durante buena parte del Imperio; no obstante, era la deidad propicia para encarnar también los principios del Estado romano y representar la nueva estructura política que se avecinaba.

Al igual que en el panteón, los cambios políticos de la antigua Roma se orientaron cada vez más hacia el poder personal, la época del caudillismo había comenzado y se cristalizó en personajes como Cayo Mario. El poder unipersonal será entonces la verdadera forma del Estado, así Júpiter, el soberano de los dioses, se vinculará con la primera función (soberanía) y con las castas patricias de la urbe.

Gracias al nuevo tipo de pensamiento que surgió en el siglo II a. C., el dios de la ley, Júpiter se identifica plenamente con la ciudad, es el dios del Capitolio con una tendencia hacia el universalismo. Mientras las viejas enseñas de Marte representaban otro ideal, el del campesino-soldado, encarnado por los animales característicos del mundo agrícola y pastoril, que no se identificaba con la idea de un proletario sin tierra; el ave reina no posee ningún terruño, sin embargo, gobierna sobre todos desde el cielo. Esto posibilitó que el grupo social conocido como plebe urbana se transformara en un ente legitimador del poder político, al mismo tiempo que este grupo se debió someter de manera más directa a las leyes de la ciudad bajo el estandarte del águila imperial.

V. Conclusiones

A través de nuestra investigación, hemos acuñado el concepto jupiterización en vista de los cambios de los signa militaria, asociados con la primera función indoeuropea (soberanía-sacerdocio), concretamente vinculada con el dios Júpiter y su signo el águila; en desmedro de otros símbolos asociados con la segunda (función bélica) y tercera función (producción), concretamente vinculadas con Marte y en menor medida con Quirino. Estos cambios simbólicos coinciden con las transformaciones en la estructura socio-militar del ejército romano de fines del siglo II a. C. y principios del I a. C., que encontrarán su cristalización en las reformas impulsadas por Cayo Mario.

De esta manera, consideramos que la eliminación de cuatro de los cinco animales de los emblemas militares romanos corresponde a la concreción de una realidad que emerge en ese periodo. Como señaló Plinio, esta costumbre ya estaba en gestación con anterioridad a las reformas de Mario; pero fue este cónsul quien la institucionalizó tanto por su propia vinculación con el águila, como por el simbolismo asociado con Júpiter, representante del Estado y de la ley. Dicha simbología es indudablemente más acorde con la incorporación de los proletarii a las filas del ejército, porque no vincula la posesión efectiva de la tierra con el ideal de campesino-soldado, que tantos problemas le causó a la elite en los últimos decenios de extensas conquistas; no obstante, también resulta favorable y coherente con su afán de reforma agraria para acomodar esa preeminencia bélica a un mejoramiento de su estatus social (fines del siglo II a. C.). Como hemos analizado, los cuatro animales eliminados pueden asociarse perfectamente con el dios Marte (personificación del ideal mencionado) y con Quirino, con quien formarían una suerte de dualidad. Por ende, lo que realmente ha ocurrido en esta época es la ruptura definitiva de la tríada clásica capitolina.

Por otra parte, las concepciones de Marte como deidad romana fueron siempre más localistas que las tendencias universalistas de Júpiter, en un periodo donde se empezó a entender de manera más amplia el concepto de ciudadanía, producto de las ideas que llegaban desde Oriente, como el estoicismo, entre otras. Júpiter con su simbología encarnaba los mejores valores de la elite romana, valores que buscaban perpetuarse en el tiempo; mientras que Marte y Quirino, sin estar necesariamente ligados a la plebe, representaban ideales más complejos y peligrosos para la nueva concepción de lo romano. El águila era símbolo consular de la obediencia al Estado, sin importar la procedencia del soldado, éste debía estar guiado por móviles políticos en lugar de las arcaicas nociones de defensa de la tierra patria.

De este modo, el poder de la ciudad no se entiende sin el poder militar, porque este último termina sometiendo a la autoridad civil. Antes de las reformas de Mario, la política y el ejército romano eran vistos como entidades complementarias, pero desde sus reformas la relación es causal y unívoca. De aquí en adelante, ningún líder político con altas aspiraciones puede prescindir del elemento militar, puesto que termina siendo su base legitimante.

En definitiva, la desaparición del ideal de campesino-soldado hace que los milites sean más obedientes al poder consular o, en su defecto, a quien detente el poder político y militar en Roma. Se abandona así el patriotismo primigenio que consideraba el servicio militar como un deber y una necesidad para la protección del propio terruño. No obstante, el ideal no desaparece por completo, ya que el nuevo soldado proletario sin tierra se enrola con la finalidad de obtener un licenciamiento en el que pueda conseguir su anhelada tierra. Su aspiración es pasar de soldado profesional a colono, cuyo fin también forma parte de un sistema más extenso que coincide con la ampliación de la condición de ciudadanía. Sin embargo, al ser este cambio una búsqueda de mejoramiento social por encima de un ideal patriótico, el vínculo entre el soldado y el Estado se hace cada vez más débil, a causa del invariable filtro que supuso la figura de los generales, entre otras razones, porque el antiguo juramento que las legiones hacían al Estado junto con los dilecti anuales fue reemplazado por una obediencia casi ciega a la figura de estos militares. Es así como este proceso de proletarización y profesionalización del ejército dotó de sentido a la nueva política del siglo I a. C., caracterizada por las luchas civiles, donde los generales se disputaron posiciones de poder en la cruda política real, en lugar de la cada vez más ficcional institucionalidad republicana. De esta forma, el signo del águila, representativo de la ciudad de Roma ante las huestes extranjeras, que encarnaba la legalidad garantizada por Júpiter, finalmente se volcó contra aquello que en su origen buscó proteger.

Esperamos haber contribuido con esta breve investigación a fortalecer miradas interdisciplinarias sobre fenómenos complejos que pueden abordarse desde ámbitos tan diversos como el sentido militar y, por otra parte, el sentido religioso-simbólico. Sostenemos que en la práctica ambos son complementarios para un mayor entendimiento de los profundos cambios y procesos que se suscitaron en la crisis de la tardorrepública romana, periodo que sigue dejando para la posteridad lecciones en torno a las drásticas transformaciones políticas.

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1Agradecemos en especial a CONICYT Chile, por la Beca de Magister Nacional (Chile), Folio 22172395, cuyo financiamiento permitió el desarrollo de esta investigación.

4Explica Barrow 1995, p. 12: “La mentalidad romana es la mentalidad del campesino y del soldado; no la del campesino ni la del soldado por separado, sino la del campesino-soldado, y, en general, esto es así hasta en las épocas posteriores”. Ahora bien, para el presente artículo utilizaremos esta terminología por ser la más aceptada, pero se debe entender que el término “soldado” no es del todo correcto, puesto que se define como “aquel que recibe un sueldo (solidus)”, lo cual marcaría una pertenencia institucional, cosa que no ocurre en el periodo republicano ya que los conceptos allí utilizados serían los de miles-milites homologable a quirite, pero en tiempo de guerra. Una traducción más acertada podría ser “guerrero-campesino”, no obstante, mantendremos la nomenclatura “campesino-soldado” por cuestiones de forma.

9Un ejemplo de éstos es la invasión de los galos y el saqueo de Roma en 390, cf. Liv., 5, 34-49, ed. 1990.

10Para una mayor profundización en cuanto al uso táctico de los signa militaria romanos, recomendamos la obra de D’Amato 2018, pp. 58-62.

11Hasta aquí seguimos una tradición epistemológica que puede verse desde autores como Theodor Mommsen (1876-1877) y Hans Delbrück (1921) hasta autores contemporáneos como Lawrence Keppie (1998), Yann Le Bohec (2013), Paul Erdkamp (2007), entre otros, quienes le atribuyen a Mario la autoría de estos cambios. Dicha perspectiva aún se reproduce en múltiples círculos académicos; no obstante, existen detractores, por ejemplo, Arthur Keaveney, quien plantea que tales procesos de reclutamiento se realizaban antes de los consulados de Mario, que no fueron del todo relevantes, sino que, más bien, todas las reformas se deben a circunstancias de contextos atribuidas a Mario. Cf. Keaveney 2007, pp. 93-95.

12Según Kavanagh 2013, p. 46: “Las enseñas tienen el máximo valor para los romanos y se consideran sagradas como estatuas de dioses”.

13 Veg., Mil., 3, 5, ed. 2006, trad. de Paniagua Aguilar.

18 Cf. Suet., Vit., 2, 4; Suet., Cal., 14, 3, ed. 1992, trad. de Agudo Cubas.

24En la mitología romana es el dios de la fertilidad, vinicultura y la libertad; por eso se asociará con Baco-Dionisio.

27Quirino concuerda en muchos aspectos con Marte: en primer lugar, se cree que fue el dios de la guerra original de los sabinos, se asocia también con el sobrenombre con que Rómulo, hijo de Marte, fue ascendido a los cielos, además es uno de los epítetos del dios Jano, cuyo templo indicaba la transición de un estado de paz a uno de guerra, siendo un dios dual. Cf. Dumézil 1974, p. 179. Quirino y Marte forman una díada, que bien pudo representar al habitante en situación de guerra y de paz, con el paso del tiempo Marte, quien en su origen fue un dios principalmente agrícola, asumió el rol bélico por el que se le identifica; mientras Quirino se acercará a la tercera función (deidades de producción).

28Se entiende que ambas divinidades tuvieron notables diferencias y desarrollos diversos, el carácter agrícola del dios romano fue más acentuado.

35 Veg., Mil., 3, 9, ed. 2006, trad. de Paniagua Aguilar.

45 Sall., Jug., 86, 2-3, ed. 1998, trad. de Millares Carlo.

46 Cf. Goldsworthy 2005, pp. 96-97, y 2007, p. 49.

47 Luc., 9, 578 s., ed. 1984, trad. de Holgado Redondo.

48Tendencia vista, por ejemplo, en el libro II de Cic., Nat. D.Cf. Gamlath 2009.

Recibido: 20 de Febrero de 2019; Revisado: 01 de Abril de 2019; Aprobado: 22 de Mayo de 2019

nico.historia.uv@gmail.com

*Nicolás Fernando Llantén Quiroz es maestro en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente imparte cursos de formación general en la Universidad Diego Portales (Chile), donde ejerce desde hace tres años y es investigador adjunto de proyectos FONDECYT en dicho país. Su línea de investigación es la historia militar y de la guerra e historia política, principalmente de Roma y el mundo antiguo. Entre sus publicaciones recientes están los artículos “ ‘Del manípulo a la cohorte’: la figura de Cayo Mario y sus cambios tácticos en la Legión romana”, Anuario de la Academia de Historia Militar de Chile, 30, 2016, pp. 183-196, y “Polibio y las razones de la victoria romana sobre los reinos Helenísticos: el rostro de la batalla en la antigüedad”, Revista de Historia, n° 25, vol. 2, 2018, pp. 89-111, Universidad de Concepción (Chile).

**Nicolás Eduardo Penna Órdenes es estudiante de Maestría en Historia con Mención en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Valparaíso, beneficiario de la Beca de Magister Nacional CONICYT. Se ha desempeñado como ayudante en la Cátedra de Historia Antigua de la Universidad de Valparaíso y ha dictado seminarios sobre los vínculos de la política y la religión en el mundo antiguo en universidades chilenas. Se especializa en historia política, historia de las religiones y simbolismo. Una de sus publicaciones recientes se titula “Augusto & la adivinación. Los prodigios de su nacimiento, vida y muerte”, Tiempo y Espacio, vol. 32, 2014, pp. 9-23, revista de la Universidad del Bío-Bío.

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