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Nova tellus

versão impressa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.36 no.2 Ciudad de México Jul./Dez. 2018

https://doi.org/10.19130/iifl.nt.2018.36.2.795 

Artículos

La figura de las libertas en Amores de Ovidio

The Figure of Freedwomen on Ovid’s Amores

José Quiñones Melgozaa 

aUniversidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico: jqmelgoza @yahoo.com.mx


Resumen:

Este ensayo, basándose en Amores de Ovidio, intenta describir las virtudes y defectos que el protagonista encuentra en las libertas contemporáneas a sus inicios de poeta.

Palabras clave: Ovidio; Amores; libertas; ficción; Época de Augusto

Abstract:

In this essay on the Amores of Ovid the author describes virtues and vices of contemporary freedwomen in Rome during the poet’s early years.

Keywords: Ovid Naso; Amores; Freedwomen; Fiction; August Time

Durante su vida en Roma, Ovidio conoció, mientras estudiaba, que circulaban muchos datos inciertos sobre poetas anteriores o simultáneos a él, como Catulo, Virgilio, Horacio, Propercio, Tibulo y otros. De allí que, deseando ser conocido lo más realmente posible por sus lectores, comenzó, desde sus primeros libros, a dejar notas biográficas sobre sí, sus estudios, aficiones, la clase social de sus ascendientes y lugar de nacimiento. Ya en los Amores habla de los grandiosos nombres de sus viejos abuelos,1 de que nació en Sulmona (III, xv, 11-14), donde su padre, un équite, poseía inmensas tierras, surcadas por cientos de arados (I, iii, 8-9), las cuales producían cereales, viñedos y olivos.2 Desde niño amaba la poesía y continuó haciéndolo de joven para darse a conocer; pero empezó a ser fuertemente criticado por su padre, quien le reprochaba desperdiciar el tiempo escribiendo versos inútiles, así que le aconsejaba que siguiera mejor una carrera militar o se dedicara a aprender jurisprudencia para que fuera un buen abogado, actividades que aborrecía (I, xv, 1-5); sin embargo, cuando murió su hermano a la edad de veinte años, se vio obligado a desempeñar algunos cargos administrativos en el gobierno de la ciudad, situación que le sirvió para realizar varias lecturas públicas de sus poemas juveniles, en los que cantaba a Corina. Todo lo anterior y mucho más preciso, lo recordó, ya en el destierro, en el poema que se considera su autobiografía (Tr., IV, x).

Se sabe que su primera lectura la hizo el año 23 a. C., cuando tenía veinte años.3 Por consiguiente, Ovidio comenzó a escribir elegías amorosas a los diecisiete, cuando su padre lo envió a Roma. Dicha lectura debió haber precedido en poco a la publicación del primer libro de Amores, el cual apareció ese mismo año o a principios del siguiente, cuando el poeta contaba con veintiún años. Siete después (el 16 a. C.), la obra estaba terminada con un promedio de 18 meses para cada uno de los cuatro libros subsecuentes que se publicaron por separado.4 Prueba de ello es el inicio de la primera elegía del libro II: “Yo, Ovidio, noble poeta galante, nacido en húmedos / Pelignos, también esto compuse. Me ha ordenado / también esto Amor”.5 En la segunda edición, que se ignora cuándo fue publicada, y que es la que universalmente se conoce en tres libros, Ovidio dice al lector, en el epigrama que le antepuso (verso 4), que le quitó dos libros de los cinco que antes dio a conocer: “no obstante al quitarte dos, tendrás menor castigo”.6 Pero debe entenderse que eliminó un número de elegías equivalente a dos libros, y esta supresión no la hizo de dos libros enteros, sino que debió quitar cierto número de elegías en cada uno de los cinco libros anteriores y en seguida redistribuyó las conservadas en tres libros.7 Dirimir cuántas y cuáles elegías quedaron de la primera edición en la segunda, y preguntarse cuándo se escribiría cada una de ellas, son cuestiones no aptas para ser dilucidadas en este breve artículo.

Si se atiende a lo que expuso en Am., III, xii, 19-20 y 41-42:

Ni […] es usual a los poetas escuchar de testigos.

Prefiriera que peso faltara a mis palabras.

[…]

Sin límite brota la fecunda libertad de los vates

ni ella ata sus palabras a la verdad histórica.

Los Amores son en gran medida una obra de ficción, en la que el auténtico Ovidio ha creado de sí mismo un Ovidio ficticio, a semejanza de como ficticiamente creó a su amante Corina. Es, para decirlo en dos palabras, su doble, un protagonista, que dentro de la obra intenta presentarse como el verdadero Ovidio; pero resulta que no lo es y con ello sobrepasa su propia realidad y va a hacernos difícil pensar, dado que Amores está escrito en primera persona, en dónde verdad y ficción se juntan, formando un todo, y en dónde se separan, siguiendo cada cual su propio sendero.

Los Amores, por tanto, van a mostrar, no a demostrar, que así como Ovidio nació para ser poeta, también nació para amar siempre (semper amanti, III, xii, 1), pues juzga que son cien las causas por las que siempre ama,9 al grado de confesar que puede amar a dos a un mismo tiempo10 y porque necesita amar,11 le gustaría morir haciendo el amor.12 Por ser o presentarse ficticiamente en su obra como un amante empedernido, llamará a su amor costumbre, defecto, vicio o delito, contra el cual no tiene poder ni fuerzas para luchar, y se deja llevar cual barca que arrastra la corriente.13

Esta condición de ser, o mejor, de mostrarse, como un vagabundo que pasea en busca de estar siempre amando, lo conduce a observar a cuantas libertas encuentra en los sitios que suele frecuentar. Todas ellas laboran de amantes entregándose al mejor postor, quien se convierte durante algún tiempo en su amante o marido de facto, puesto que ninguno las tomaba en serio para tenerlas legalmente de esposas. Así que, vistas y observadas, ese Ovidio ficticio las hará desfilar a través de los Amores. En primer lugar, busca una amante y la encuentra: “El día de ayer vi que esa amante paseaba por donde / el pórtico tiene el grupo de las Danaides. / Pronto, pues me gustó, le mandé y solicité por escrito”.14 Sin embargo, el poeta la idealiza de tal manera, como si ella fuera la casta novia, apta a su clase social de caballero, y le promete ser su esclavo por muchos años y fielmente amarla sólo a ella, a quien luego llamará Corina. Para convencerla, le presume su nobleza, sus riquezas, sus honestas costumbres y, sobre todo, que es poeta. Le dice: “tú sola, si me eres fiel, serás mi amor eterno […] Yo también por todo el mundo seré celebrado igualmente / y junto a mis nombres siempre estarán los tuyos”.15

Desde luego que la mayoría de las libertas no son fieles ni jóvenes castas, así que este Ovidio en sus correrías urbanas las encontrará asistiendo al circo para divertirse mirando las carreras de cuadrigas. Sentado al lado de una de éstas, platica con ella y en un callado soliloquio, luego de contemplarla, de soñar con su amor, de sentir que es su amante y de admirar el cortejo de las divinidades, ambos alientan a los corredores. Finalmente el favorito de ella triunfa, cumpliéndole su anhelo. El poema se cierra con un deseo: el poeta buscará también triunfar: “Tiene aquél su triunfo; yo debo buscar el mío. / Sonrió y algo me prometió con sus risueños ojitos. / Me basta esto aquí; dame en otro lugar el resto”.16

También las encontrará asistiendo a los banquetes (I, iv); pero más en las esquinas y avenidas de toda la ciudad, sin escuchar que es blanco de habladurías, tal como se lo reprocha la personificada Tragedia:

[…] ¿es que acaso tendrás de amar algún término

[…]

Cuentan tu galanteo los festines llenos de vino,

lo cuentan bocacalles y muchas avenidas.

A menudo alguien con el dedo apunta al poeta que pasa

y dice: ‘éste es, éste a quien fiero Amor inflama’.

Ni escuchas que en toda la ciudad te lanzan hablillas,

mientras con desvergüenza tu proceder relatas.17

Aunque el lector suela pensar que muchas son las libertas con quienes el personaje Ovidio se relaciona en los Amores, es tiempo de advertir que ello es un espejismo: todas estarán bajo la figura y nombre de Corina,18 por más que aquél no la nombre en la mayor parte de las elegías, pues ella indistintamente representará a todas. Ese cabal enjambre multifacético que deambula por el perímetro amable de la ciudad contará, como es natural en todo conglomerado social, con muchas virtudes y pocos defectos, o a la inversa, según la percepción singular de cada crítico lector.

Si el personaje Ovidio habla de las virtudes de las libertas, puede asegurar, generalizando, que la virtud más común en ellas es la hermosura, así que de las dos libertas que ama a un mismo tiempo no halla cuál sea más hermosa:

Ambas son bellas; ambas a los arreglos muy dedicadas;

no sé si ésta o aquélla es superior en su arte.

Aquélla es más bella que ésta; aun ésta es más bella que aquélla,

y ésta para mí más y aquélla más me agrada.19

Comúnmente todas se divierten haciendo el amor. Por contraste, su virtud o defecto consiste en que ninguna que haya sido solicitada es casta; pero, como ninguna pasa por ser ingenua, ella misma solicita: “Fornican las bellas. Es casta aquella a quien nadie ha rogado / o, si su ingenuidad lo admite, ella misma ruega”.20

Así, como hay cien causas (número indefinido que puede llegar a mil o más) por las que el personaje Ovidio siempre ama, habrá, según su repertorio visual, muchas libertas con una u otra virtud que atraiga sus ansias amorosas. Basta leer la lista de virtudes o cualidades que en ellas ha observado y que desenfadadamente describe en II, iv, 11-48. Dice que lo enamoran las recatadas, las insinuantes, las hurañas, las instruidas, las indoctas, las que lo consideran mejor poeta que Calímaco o las que critican sus cantos, las que al andar se contonean o van rígidas; quienes cantan con modulada y dulce voz, quienes rasguean con ágiles dedos la lira armoniosa, quienes son altas y grandotas como las an tiguas heroidas, o chiquitas que bien le acomodan; tanto las que sí como las que no se maquillan; le fascinan las blancas, las rubias y las morenas; las de oscuros o rubios cabellos, igual que lo seducen la joven o la de edad más madura: ésta por hábil, la otra por su belleza. El colofón, por tanto, casi se adivina: “En fin, cualquiera en toda la ciudad las amantes aprecia; / mi amor, por el contrario, a todas las codicia”.21

Sin embargo, entre las tantas virtudes o cualidades que observa en las libertas, no le pasan inadvertidos los pocos pero graves defectos que aquéllas muestran. En una gradación inversa, quizá poco afortunada, encuentra a quienes celan por todo a su pareja: si aquél mira la parte alta del teatro; si volteó a verlo una mujer deslumbrante; si alabó u ofendió a alguna; si se halla bien o mal de salud: celosas, creen todo de gratis22 y hasta con celos, por otro imaginado amor, finalizan sus reproches:

[…] ¿por qué me burlas? ¿Quién te mandaba, demente,

que en mi cama tus miembros sin voluntad pusieras?

O por atravesadas lanas, una hechicera eácida

te embruja o por otro amor cansado vienes.23

También conoce libertas que, ejerciendo algún oficio de estética femenina, y contratadas para eso, sirven además de concubinas al amante de su patrona, es el caso de Cipasis.24 La mayoría de ellas se muestran ansiosas de repetir el acto amoroso tal vez como la misma Cipasis, a quien el personaje Ovidio dice:

A cambio de estos menesteres, comparte hoy conmigo,

morena Cipasis, un dulce valor, tu cama.

[…]

Porque si, tonta, te niegas, indicaré lo que antes hicimos,

y yo mismo vendré a descubrir mi culpa,

y contaré a tu dueña en qué lugar, cuántas veces, de cuántos

y qué modos, Cipasis, haya contigo estado.25

Más evidente sucede esto con otras libertas:

Ha poco, en cambio, dos veces rubia Clide, tres blanca Pithe

y Libas ha tres veces mi empeño prolongado.

Me acuerdo que Corina me exigió, en noche muy corta,

que yo las veces de nueve resistiera.26

Ahora bien, entre las amantes que conocería, el personaje Ovidio encontrará a quienes, apoyadas en las enseñanzas que él mismo proporciona para burlar a sus rivales,27 ofenden, engañan, mienten, son adúlteras, perjuras y sólo buscan lucrar: “¡ay de mí, me atormentan mis propias enseñanzas!”28 Revancha doblemente dolorosa porque aquél lo toma como una ofensa de quien menos esperaba: “Ansío morir cuando, que tú me traicionas, recuerdo”, y porque tan cálidos besos y caricias que le vio compartir con otro: “Esos, no aquí, sino en la cama, pudieron serte enseñados”.29 Pero a este personaje le agrada ser engañado por sus amantes con engaños, si se puede decir, más inocentes y por él no directamente presenciados,30 pues: “¿De qué me sirve una fortuna que nunca procure engañarme? / Yo no amo nada que no me dañe nunca”.31 Además grandemente goza del regalo de ser engañado: “Que hoy las voces de mi embustera amante me engañen. / Cierto, por esa esperanza he de llevar gran gozo. […] y que me engañes será como un regalo”.32 Así que las libertas no sólo engañan, sino les gusta decir mentiras con gran facilidad. Él, que las conoce, no quiere contarlas y sólo ejemplifica una:

¿A qué contar de tu lengua falaz asquerosas mentiras,

y dioses que para mi daño juraste en falso?

[...]

Me dijo estar enferma, y demente corrí apresurado.

Llegué, y para mi rival no estaba enferma.33

El ir y venir de este Ovidio entre Corina, su amante preferida, y las otras, le llevó a conocer por experiencia que las amantes son una “multitud muy voluble” (II, ix, 53), igual que lo son las palabras de sus promesas y juramentos. Ideando a la pareja como el olmo y la vid (II, xvi, 41), asentará:

Habías jurado no obstante por mí y por tus ojos,

mis astros, que siempre ibas a estar conmigo.

Falsas palabras de amantes más volubles que hojas caídas,

que a dondequiera el viento y la lluvia arrastran.34

En cuanto a los juramentos, la mayoría de la sociedad romana en tiempos de Ovidio ya no cree que los dioses castiguen los perjurios. Se jura en falso por doquier: en política, en finanzas, en transacciones comerciales y, por supuesto, en cuestiones amorosas. Ya el mismo personaje, por boca de la hechicera Dipsas, prescribe: “Y tú, si engañas a alguno, no temas jurar falsamente: / en juego de amor, sordos vuelve a los dioses Venus”.35 Según este testigo, el perjurio y el adulterio son los defectos más comunes de las libertas. El perjurio, porque los dioses ya no lo castigan. Esto lo prueba el mercader en su ruego al dios Mercurio,36 y aquel mismo lo corrobora en los diez primeros versos de III, iii. Sin embargo, aunque admita que: “Sin duda por el poder, que aun la belleza tiene, los dioses / pasan que las amantes juren por siempre en falso”,37 acremente les reclamará:

¿No basta que sin peso de testigos os tuve y conmigo

se ríe, sin venganza, de los burlados dioses?

¿Conque, para que por mi castigo sus perjurios redima,

seré engañado, víctima de tal engañadora?38

Llevando argumentos para su causa, admitirá que los dioses, si existen, aman a las amorosas amantes y, como tiranos, mandan que puedan hacer todo39 y hasta les conceden que los engañen.40 Por ser hermosas, temen perjudicarlas, pues ellos también tienen ojos y corazón, de modo que si él fuera dios, dejaría que burlaran su majestad con boca mentirosa y él mismo juraría que las amantes juran la verdad, y no sería un dios severo.41

Como antes dije, Corina, nombrada o no, asume de suyo la figura de todas las libertas, quienes llevan el adulterio en su sangre y en su mente, así que de nada sirve que su amante, marido de facto, les ponga un guardián:

Hombre inflexible, con imponer un guardián a tu joven

amante nada haces: su ingenio protege a todas.

[…]

Y aunque hoy bien guardaras su cuerpo, tiene adúltera mente,

y ésta, si no quiere, no puede ser guardada.

Ni aun puedes guardar su cuerpo, ya que, aunque todo clausures

y a todos excluyas, dentro estará un adúltero.

[…]

No es casta a quien guarda el marido, sino una adúltera cara.

[…]

Ni empero es justo que encierres a una amante liberta.

[…]

Muy payo es a quien su adúltera amante lastima,

y mucho las costumbres de la ciudad ignora,

donde no sin adulterio nacieron los hijos de Marte […],42

porque el augur, intérprete del sueño del personaje Ovidio, en el cual éste metafóricamente resulta ser el toro y su cónyuge una blanquísima vaca, hacia la que llega una corneja que, tres veces, le horada con su pico el pecho, arrancándole blancas crines y dejándole un moretón con manchas negras, expone que “El moretón y negras manchas frente a su pecho, confirman / que su pecho tiene la mancha del adulterio […]”.43

Supongo que por no sentirse y quedarse solo, aquél va a permitir que su bella amante sea adúltera, con tal que él no lo sepa: “Yo, puesto que eres hermosa, no me niego a que peques, / mas no es necesario que por mí infeliz se sepa”.44 Así, le aconsejará que deje en el lecho los adulterios; que la túnica cubra su aspecto temeroso o que, al menos, ante sus ojos no los exhiba y, si la sorprende en adulterio, que lo niegue y sólo le diga non feci.45 Sin duda, todo ello será mejor para éste que vivir sin una amante, ya que asegura: “Si un dios me dijera: ‘vive ya sin amor’, me opondría, / además siempre es un dulce mal la amante”.46 Y aunque odio merezcan sus hechos, ella será más valiosa que sus defectos: “Odio merecen sus hechos; reclama amor su belleza: ¡pobre de mí, ella más vale que sus defectos!”47 Tan es así que en las libertas corre, casi a la par del perjurio y el adulterio, el ansia de hacer fortuna y de lucrar por desempeñar el oficio de amante. La prueba de ello se halla en I, x, 1-8, donde, luego de una introducción mitológica al asunto, el personaje Ovidio desahoga su sentir:

Hoy libre de todo temor, ya alivié el engaño del alma

y ya tu hermosura mis ojos no cautiva.

¿Buscas por qué he cambiado? Porque pides regalos,

causa que no tolera que tú me gustes.

Mientras tú eras sencilla, yo tu alma amé con tu cuerpo;

hoy tu modo de actuar, perjudicó tu imagen.48

Después de poner el ejemplo de lo que hacen las bestias, continúa diciendo:

Sólo la mujer goza el botín que arrancó a su amante: ella

solo alquila sus noches, solo alquilada viene

y vende lo que es placer de dos, lo que ambos buscaban,

y cobra un precio que ella nomás disfruta.

El goce que nacerá es por igual a los dos agradable,

¿por qué una lo vende y otro nomás lo compra?

¿Por qué a mí sirve de daño y a ti de provecho el deleite,

que con mutuo meneo hombre y mujer consiguen?

[...]

Repugna con cama rentada aumentar la hacienda paterna

y prostituir con ganancias la belleza.

Gratitud se debe en justicia por no comprados objetos;

ninguna, en cambio, por mal pagada cama.

[…]

Absteneos, hermosas, de estipular un precio por noche,

pues las sucias ganancias nunca resultan buenas.49

Antes, en I, viii, aquél por boca de Dipsas, había hablado de regalos, pagos y precios, para la que va a ser amante; pero más clara resulta el ansia de lucro, la ambición de dinero y fortuna, como en la vaca que abandonó a su toro, que en el sueño, por metáfora, era el ficticio Ovidio:

Y cuando vio que a lo lejos unos toros pastos comían

(lejos comían unos toros mejores pastos),

hacia allá se arrancó, se mezcló entre aquella manada

y un suelo buscó de más abundante hierba.50

De esto se colige que el protagonista ni da regalos ni dinero y sólo paga con obsequiar poemas;51 pero su actividad poética, su canto de amor no le reporta ganancias y, aunque sus poemas gustan a la amante, quien lo elogia, ésta le cierra sus puertas y, siendo poeta ingenioso, vergonzosamente deambula, mientras ella, ambiciosa, prefiere a un rico:

¡Ve, se prefiere a mí, un nuevo rico: un caballero que, en sangre

nutrido, ganó fortuna a través de heridas!

¿Tú puedes, mi vida, abrazarlo con tus brazos hermosos?

¿En sus brazos, mi vida, tú puedes recostarte?

[...]

¿Tú puedes tocar tal diestra, bajo la cual murió alguno?

Ay, ¿dónde está la ternura de tu pecho?

[...]

Quizá aun cuántas veces él degolló a un hombre te indique.

¿Tras eso, avara, sus manos culpables tocas?

¿Yo, famoso sacerdote intachable de Apolo y las Musas,

canto un canto inútil ante tus duras puertas?

[...]

¡Ay, ojalá algún dios, vengador del amante no electo,

cambie en polvo riquezas tan mal ganadas!52

Como conclusión podría decirse que, si se juzga que Ovidio nació para ser buen amante, puede juzgarse también que nació para ser mejor poeta, ya que con su artificio, desdoblándose con su nombre en el protagonista de esta obra, en gran medida nos engaña. ¿Dónde hallar la verdad y dónde la ficción?:

Ojalá acometido hubiese cantos de asuntos contrarios

y hubiese abandonado su empezada obra Apolo!

Ni en cambio es usual a los poetas escuchar de testigos.

Prefiriera que peso faltara a mis palabras

[…]

Sin límite brota la fecunda libertad de los vates

ni ella ata sus palabras a la verdad histórica.53

Así que, según la verdad o ficción del escritor, todas las libertas desbordan belleza y ostentan diversas cualidades que las hacen codiciables, aunque ninguna de ellas sea casta. Todas se divierten jugando y son solicitadas o ellas mismas solicitan. Por contraste, quitando que sean celosas, son volubles, mentirosas y engañadoras; pero especialmente son adúlteras, perjuras y ambiciosas de fama, dinero y fortuna.

Bibliografía

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1 I, iii, 7-8: veterum [… [ magna parentum / nomina [… [.

2 II, xvi, 7-8: Terra ferax Cereris, multoque ferocior uvis; / dat quoque baciferam Pallada rarus ager.

3 Sabot 1976, p. 53: “Pour ces motifs la premier recitatio pourrait se placer autour de la vingtième année, vers 23 av. J.-C.”.

5 Am., II, i, 1-3: Hoc quoque composui Paelignis natus aquosis / ille ego nequitiae Naso poeta meae. / Hoc quoque iussit Amor. Todas las traducciones son de Quiñones Melgoza 2018. Para el latín se sigue la edición de 1894.

6at levior demptis poena duobus erit.

8Nec tamen ut testis mos est audire poetas. / Malueram verbis pondus abesse meis […] Exit in inmensum fecunda licentia vatum, / obligat historica nec sua verba fide.

9 Am., II, iv, 10: Centum sunt causae cur ego semper amem.

10 Ibid., II, x, 4: ecce, duas uno tempore turpis amo.

11 Ibid., III, xiv, 39: quod amare necesse est [… [.

12 Ibid., II, x, 35-36: At mihi contingat Veneris languescere motu, / cum moriar, medium solvar et inter opus [… [.

13 Ibid., II, iv, 7-8: Nam desunt vires ad me mihi iusque regendum; / auferor, ut rapida concita puppis aqua.

14 Am., II, ii, 3-5: Hesterna vidi spatiantem luce puellam / illa quae Danai porticus agmen habet. / Protinus, ut placuit, missi scriptoque rogavi.

15 Ibid., I, iii, 16, 25-26: tu mihi, siqua fides, cura perennis eris [… ] Nos quoque per totum pariter cantabimur orbem / iunctaque semper erunt nomina nostra tuis.

16 Ibid., III, ii, 82-84: Ille tenet palmam: palma petenda mea est. / Risit et argutis quidam promisit ocellis. / “Hoc satis hic; alio cetera redde loco”.

17 Ibid., III, i, 15, 17-22: [… ] “ecquis erit”, dixit, “tibi finis amandi [… [ Nequitiam vinosa tuam convivia narrant, / narrant in multas compita secta vias. / Saepe aliquis digito vatem designat euntem / atque ait ‘hic, hic est, quem ferus urit Amor’. / Fabula nec sentis, tota iactaris in urbe, / dum tua praeterito facta pudore refers.

18 Ibid., III, xii, 16: ingenium movit sola Corinna meum.

19 Ibid., II, x, 7-10: Vtraque formosa est; operosae cultibus ambae; / artibus in dubio est haec sit an illa prior. / Pulchrior hac illa est, haec est quoque pulchrior illa, / et magis haec nobis, et magis illa placet.

20 Ibid., I, viii, 43-44: Ludunt formosae. Casta est, quam nemo rogavit; / aut, si rusticitas non vetat, ipsa rogat. El verbo ludo significa en cuestiones amorosas “ejercer los juegos del amor”; así como el verbo rogo quiere decir también “solicitar a alguna/o en adulterio”.

21 Am., II, iv, 47-48: Denique quas tota quisquam probet urbe puellas, / noster in has omnis ambitiosus amor.

23 Ibid., III, vii, 77-80: “Quid me ludis?” ait, “Quis te, male sane, iubebat / invitum nostro ponere membra toro? / Aut te traiectis Aeaea venefica lanis / devovet, aut alio lassus amore venis”.

25 Ibid., II, viii, 21-22 y 25-28: Pro quibus officiis pretium mihi dulce repende / concubitus hodie, fusca Cypassi, tuos… Quod si stulta negas, index anteacta fatebor / et veniam culpae proditor ipse meae, / quoque loco tecum fuerim quotiensque, Cypassi, / narrabo dominae, quotque quibusque modis.

26 Ibid., III, vii, 23-26: At nuper bis flava Chlide, ter candida Pitho, / ter Libas officio continuata meo est. / exigere a nobis angusta nocte Corinnam, / me memini numeros sustinuisse novem.

28 Ibid., II, xviii, 20: ei mihi, praeceptis urgeor ipse meis!

29 Ibid., II, v, 3, 61: Vota mori mea sunt, cum te peccare recordor [… [ Illa nisi in lecto nusquam potuere doceri.

31 Ibid., II, xix, 7-8: Quo mihi fortunam quae numquam fallere curet? / Nil ego, quod nullo tempore laedat, amo.

32 Am., II, ix, 43-44, y III, xiv, 42: Me modo decipiant voces fallacis amicae: sperando certe gaudia magna feram. / [… [ et falli muneris instar erit.

33 Ibid., III, xi, 21-22, 25-26: Turpia quid referam vanae mendacia linguae / et periuratos in mea damna deos? [... [ Dicta erat aegra mihi: praeceps amensque cucurri. / Veni, et rivali non erat aegra meo.

34 Ibid., II, xvi, 43-46: At mihi te comitem iuraras usque futuram / per me perque oculos, sidera nostra, tuos. / Verba puellarum foliis leviora caducis / inrita, qua visum est, ventus et unda ferunt.

35 Ibid., I, viii, 85-86: Nec, siquem falles, tu periurare timeto: / commodat in lusus numina surda Venus.

37 Am., III, iii, 11-12: Scilicet aeterno falso iurare puellis / di quoque concedunt, formaque numen habet.

38 Ibid., III, iii, 19-22: Non satis est, quod vos habui sin pondere testis, / et mecum lusos ridet inulta deos? / Vt sua per nostram redimat periuria poenam, / victima deceptus decipientis ero?

40 Ibid., III, xi, 46: qui dant fallendos se tibi saepe deos.

42 Am., III, iv, 1-2, 5-8, 29, 33, 37-39: Dure vir, inposito tenerae custode puellae / nil agis: ingenio est quaeque tuenda suo… / Vt iam servaris bene corpus, adultera mens est, / nec custodiri, ni velit, illa potest. / Nec corpus servare potes, licet omnia claudas; / omnibus exclusis intus adulter erit… / Non proba fit, quam vir servat sed adultera cara… / Nec tamen ingenuam ius est servare puellam… / Rusticus est nimium, quem laedit adultera coniunx, / et notos mores non satis urbis habet, / in qua Martigenae non sunt sine crimine nati…

43 Ibid., III, v, 43-44: Livor et adverso maculae sub pectore nigrae / pectus adulterii labe carere negant.

44 Ibid., III, xiv, 1-2: Non ego ne pecces, cum sis formosa, recuso, / sed ne sit misero scire necesse mihi.

46 Ibid., II, ix, 25-26: “Vive” deus “posito” siquis mihi dicat “amore”, / deprecer; usque adeo dulce puella malum est.

47 III, xi, 43-44: Facta merent odium; facies exorat amorem: / me miserum, vitiis plus valet illa suis!

50 Am., III, v, 27-30: Vtque procul vidit carpentes pabula tauros / (carpebant tauri pabula laeta procul), / illuc se rapuit gregibusque inmiscuit illis / et petiit herbae fertilioris humum.

51 Ibid., I, viii, 57-58: Ecce, quis iste tuus praeter nova carmina vates / donat? Amatoris milia multa leges.

52 Ibid., III, viii, 9-12, 17-18, 21-24, 65-66: Ecce recens dives parto per vulnera censu / praefertur nobis sanguine pastus eques! / Hunc potes amplecti formosis, vita, lacertis? / Huius in amplexu, vita iacere potes? [... [ Qua periit aliquis, potes hanc contigere dextram? / Heu, ubi mollities pectoris illa tui? / [... [ Forsitan et, quotiens hominem iugulaverit, ille / indicet. Hoc fassas tangis avara, manus? / Ille ego Musarum purus Phoebique sacerdos / ad rigidas canto carmen inane fores? / [... [ O si neclecti quisquam deus ultor amantis / tam male quaesitas pulvere mutet opes!

53Ibid., III, xii, 19-20, 41-42

Recibido: 07 de Enero de 2018; Aprobado: 19 de Abril de 2018

José Quiñones Melgoza es doctor en Letras Clásicas por la Universidad Nacional Autónoma de México e investigador Titular C, en el Centro de Estudios Clásicos del Instituto de Investigaciones Filológicas. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores, nivel II. Sus líneas de investigación son Lengua y literatura latina y neolatina mexicana. Ha traducido y publicado algunos escritos de Ovidio; así como diversas obras y poesías neolatinas mexicanas: recientemente publicó Amores (Universidad Nacional Autónoma de México, 2018) y se encuentra en prensa El túmulo imperial de la gran Ciudad de México. Obtuvo el primer lugar en el concurso literario “La obra de Joaquín Arcadio Pagaza y la literatura mexicana del siglo XIX”, otorgada por Gobierno del Estado de México en 1989; primer lugar en el “IV Certamen Nacional de Ensayo Alfonso Reyes”, CNCA-Subsecretaría de Cultura del Estado de Nuevo León, 1994; segundo lugar en el “III Concurso Nacional de Poesía Rubén Bonifaz Nuño”, FNSU-STUNAM, 1996 y Premio Universidad Nacional en el Área de Investigación en Artes, 2009.

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