Introducción
Great victories have, however, a habit of becoming legends1
La identificación explícita del asedio de Veyos con el de Troya aparece dos veces en el libro 5 de Historia de Roma desde su fundación. La primera mención es colocada en boca de Ap. Claudio. Éste la emplea como un parangón en su argumentación para justificar el mantenimiento del asedio de la ciudad etrusca durante todo el año frente a la oposición de los tribunos de la plebe.2 La segunda mención la leemos durante el resumen que sigue a la ocupación de Veyos, donde la idea es retomada por la persona del narrador. Allí, se subraya que la guerra, tal como la de griegos y troyanos, duró de hecho diez años.3
A partir de estas menciones explícitas, autores modernos han identificado otras posibles alusiones a la guerra entre griegos y troyanos implícitas en la narración titoliviana. Algunos investigadores ponen énfasis en el motivo literario de dichas alusiones y se ha tendido a minimizar la importancia de otra razón externa a la literatura. Dentro de este grupo se encuentra el último trabajo que se detuvo en la cuestión, “ ‘No second Troy’: Topoi and refoundation in Livy, Book V”, un artículo publicado por C. S. Kraus en 1994. Ahora bien, aunque la autora defiende esta postura, de todos modos desliza en una de sus notas al pie de página la posibilidad de que también podría existir una causa mítico-histórica detrás de la asociación entre Veyos y Troya, aspecto en el que no se detiene y que, a nuestro juicio, amerita una revisión.
Retomando estas dos cuestiones, nuestro texto se detendrá, en una primera instancia, en resumir las alusiones sugeridas por los diferentes investigadores y, en una segunda instancia, a partir de la referencia que ofrece en su artículo C. S. Kraus, ahondará en las posibles conexiones entre etruscos, especialmente veyentes, y troyanos fuera de la obra de Tito Livio, considerando no sólo otras fuentes literarias, sino también fuentes epigráficas y arqueológicas.
Romanos como griegos y veyentes como troyanos
Como señalamos en la introducción, algunos estudiosos modernos han ido más allá de las referencias explícitas y han sugerido que en el texto se pueden advertir en otros pasajes más alusiones al tema de la guerra de Troya, que refuerzan la caracterización de los romanos como griegos y de los veyentes como troyanos.4
Así, en los reclamos de los tribunos de la plebe que se oponen al planteo de Ap. Claudio al comienzo del libro V, los sufrimientos que aquéllos alegan que deben soportar las tropas romanas en el asedio de la ciudad etrusca, incluso durante el invierno, por decisión de los tribunos militares evocan los relatos de los griegos ante las murallas de Troya en el Agamenón de Esquilo y en el Ayax de Sófocles.5
También la toma de la ciudad etrusca está presentada de un modo similar a la de Troya. Se puede observar un paralelo entre Camilo y Odiseo en tanto que ambos dirigen los recursos militares y divinos hacia el enemigo.6 En ese marco, la imagen del túnel (cuniculus) que hace construir el dictador lleno de hombres a la espera de atacar, estaría modelada a partir del caballo de Troya.7 Asimismo, Kraus sugiere que la historia que trae a colación Tito Livio sobre soldados romanos saliendo del túnel y arrancando las entrañas de una víctima a los etruscos en pleno ritual religioso para llevárselas a Camilo, puesto que quien las sacrificara tendría asegurada la victoria, estaría basada en el robo del paladión por Odiseo y Diomedes.8
Hasta aquí las alusiones sugeridas especialmente en torno a la identificación entre griegos y romanos,9 a continuación citaremos aquellos paralelos que tienen que ver con los sitiados. La caída de Veyos es descrita por Tito Livio en términos semejantes a los que se vinculan con los sucesos finales de Troya. El arúspice etrusco raptado por un guardia romano, conducido ante el senado, que vaticina la derrota de su patria y que expone cómo han de proceder los romanos ante el prodigio del lago Albano para obtener el favor de los dioses de Veyos, se correspondería con la captura de Heleno por Odiseo.10 Asimismo, la presentación de la caída de Veyos como inexorable, con los dioses abandonando la ciudad, la idea de que los adivinos ya la habían entregado y los sentimientos de los sitiados, también estaría modelada en el caso troyano.11 Incluso, entre los paralelos, C. S. Kraus menciona la referencia a la ciudad etrusca como opulentísima que, una vez más, nos recordaría el caso de la ciudad de Asia.12
Aunque algunas alusiones puedan parecer un tanto forzadas, no es nuestra intención aquí discernir cuáles pueden ser más acertadas, cuáles habría que descartar o de cuáles deberíamos desconfiar, pues, sean algunas o todas las válidas, ya vimos que el propio Tito Livio explícitamente traza el paralelo entre los dos sitios.13
De todos modos, dos casos de alusiones discutidas podemos mencionar a manera de ejemplo: una, citada y rechazada por J. Bayet, según la cual el ataque sorpresivo de los veyentes a las posiciones romanas al comienzo del libro 5 podría compararse con el ataque de Héctor al campamento aqueo.14 La otra es una sugerencia de R. M. Ogilvie en su Commentary. Tito Livio narra que, luego de sendas derrotas ante faliscos y capenates -y antes del ataque final a Veyos-, un rumor se expandió agrandando el desastre sufrido, lo que hizo temer no sólo a los romanos del campamento de Veyos, sino incluso a los que se encontraban en Roma, donde se produjo una situación caótica. Allí, el historiador romano dice que ante el pánico hubo corridas a las murallas y que las mujeres recitaron plegarias en los templos. R. M. Ogilvie ve en esta imagen una similitud con aquella de la Ilíada donde Héctor va a la batalla.15 Sin embargo, esta relación, que pondría, vale remarcar, a los romanos en el rol de troyanos, no es aceptada por todos los estudiosos.16
Cabe considerar un aspecto más en el marco de los motivos literarios. Al investigador, familiarizado con la vinculación entre Roma y Troya o entre ésta y Alba o, incluso, entre troyanos y paduanos -todo lo cual leemos en los primeros libros de la obra de Tito Livio-, pero desconocedor de los hallazgos arqueológicos en Etruria,17 puede llamarle la atención la asociación de Troya con Veyos. No obstante, si pensamos en lo que hace notar R. M. Ogilvie, y retoman G. Paul y C. S. Kraus, en cuanto a que el motivo literario de la Iliupersis se encuentra presente con algunas variaciones en casi todas las descripciones de toma de ciudades en la Historia de Roma desde su fundación, el caso de Veyos tendría su explicación, porque todos los atacantes serían presentados como griegos, mientras que todos los que defienden encarnarían el papel de troyanos, como acabamos de ver.18
Sin embargo, más allá de que el uso del tópos de urbs capta pueda ser reconocido en varios pasajes de la obra, lo que tiene de particular el ejemplo del sitio de la ciudad etrusca, vale repetirlo una vez más, es que Tito Livio nos invita explícitamente a leerlo teniendo en mente el sitio de Troya. En el enfrentamiento con Alba, la referencia del historiador romano a Troya no es explícita al tratar de su destrucción,19 sino en el enfrentamiento que culminará con los albanos derrotados y aceptando el dominio romano.20 Es decir, cuando Tito Livio quiere mostrar que la guerra entre ambas ciudades es una guerra civil,21 lo que, obviamente, no es el caso del episodio que trabajamos aquí.
No queremos negar aquí la asociación que el lector pueda tejer a través del motivo de la Iliupersis, pero nos interesa ver por qué Tito Livio refuerza esa idea y no deja la alusión implícita como en los demás pasajes. Una explicación posible podría guardar relación con el origen asiático, lidio específicamente, de los etruscos. Tesis expuesta por primera vez por Heródoto22 y que parece haber estado en boga entre los autores del período augústeo.23 La hipótesis es probable. Se ha observado que en el libro segundo los veyentes, específicamente entre los etruscos, podían ser identificados como persas en el enfrentamiento con los 306 Fabios, suerte de 300 espartanos romanos.24 Sin embargo, aunque esto podría ser un nexo en la vinculación que da fruto a esa representación de veyentes como troyanos,25 tal vez se pueda identificar otra causa más para ello.
¿Lazos mítico-históricos entre Veyos y Troya?
Il est toujours malaisé de discerner le moment où quelque chose naît, que ce soit la vie sur la terre, l’homme parmi les animaux, ou une langue, ou une religion, ou un peuple, ou une légende.26
En 1994, C. S. Kraus señaló de paso, en una nota al pie de su artículo “ ‘No second Troy’: Topoi and refoundation in Livy, Book V”, que en la relación de Veyos con Troya que traza Tito Livio, además de los motivos literarios, “there is a mythico-historical logic as well, since Veii may also have claimed Trojan ancestry”.27 Sin embargo, la autora no se explaya en la cuestión y se limita a reenviar al lector al trabajo “Aeneas and the twins” que T. J. Cornell publicó en 1975. Allí, la tesis de que en Veyos Eneas pudo haber recibido culto como fundador es atribuida a A. Alföldi,28 quien la sugiere a partir de los hallazgos en Veyos de estatuillas votivas de Eneas. Cornell se muestra reticente a esta hipótesis, dado que las pruebas no son tan concluyentes como Alföldi afirma.29 Tampoco, a su juicio, lo son las que el historiador austro-húngaro aduce para el caso de otras ciudades etruscas, como por ejemplo Vulci.30
Pero no es A. Alföldi el único en afirmar aquello. La hipótesis sobre la existencia de un culto o cultos a Eneas en una o más ciudades etruscas parece estar asociada a autores que sostienen que la leyenda del héroe troyano en Italia se formó en territorio etrusco antes de pasar al Lacio y a Roma. En esta línea también se inscribe el célebre libro de G. K. Galinsky Aeneas, Sicily, and Rome publicado en 1969.31 Ahora bien, esta tesis, que tuvo un importante defensor en F. Bömer ya en 1951 en su Rom und Troia, ha recibido varias críticas desde aquellos años.32 No es este el lugar para detallar tales observaciones, no obstante es interesante recalcar que la hipótesis del culto a Eneas en Etruria es rechazada rotundamente por los investigadores que la critican.33 De todos modos, la popularidad de la leyenda de Eneas en la zona sur de Etruria entre Vulci y Roma es una cuestión que pone de manifiesto la arqueología y que ningún investigador niega.34 Los hallazgos proporcionados por las excavaciones indican que con seguridad la leyenda de Eneas habría sido conocida en Etruria avanzada la segunda mitad del siglo VI a. C. y que tuvo cierto éxito durante varias décadas, aproximadamente entre 525 y 470 a. C.35
La relación entre troyanos y veyentes también fue propuesta por I. Bitto en 1971, en su artículo “Municipium Augustum Veiens”, y M. Sordi en 1989 en su libro Il mito troiano e la eredità etrusca di Roma, quienes se basan en una inscripción del año 26 d. C., en donde se lee que los centumviri de Veyos obtuvieron el permiso de reunirse en el templo de Venus en Roma, lo que se interpreta como un reconocimiento de la ascendencia troyana de Veyos. Sin embargo, A. Giardina desestima esta lectura y asevera que la conexión con el templo de la diosa se debe al nombre del liberto que figura en la inscripción, Iulius, e, inclusive, remarca aquello que nosotros ya hemos subrayado, que el origen troyano de Veyos no está atestiguado.36
Ahora bien, aunque no podamos aducir específicamente que haya existido una reivindicación por parte de Veyos u otra ciudad etrusca de un origen troyano,37 tal vez, siguiendo lo expuesto por M. Sordi en su trabajo “Il paradosso etrusco: il ‘diverso’ nelle radici profonde di Roma e dell’Italia romana”, podamos pensar que hay otra conexión posible entre los etruscos en general y los troyanos. La historiadora italiana señala que ello tiene sus raíces en los contactos de los etruscos con Asia Menor y, probablemente, en una migración de los primeros desde aquella región a Italia. Más interesante aún es que la conexión habría sido aceptada por los etruscos en los últimos siglos de la república (III-I a. C.) a través de la leyenda de Dárdano, para lo cual, Sordi aduce, disponemos de lo que nos transmite Virgilio y de unas famosas inscripciones de Túnez descubiertas a principios del s. XX, que datarían del s. I a. C. Estos últimos dos puntos son relacionados también por otros autores que sostienen la misma idea.38
Las inscripciones que aparecen en esos tres cipos de Túnez son interpretadas y fechadas en distintos momentos y esas variaciones hacen difícil que podamos tomarlas como una base firme para señalar el nexo entre etruscos y troyanos. Resumiremos algunos puntos de la discusión que nos interesan para nuestro tema. El hallazgo de dichos cipos lo realiza A. Merlin entre 1907 y 1915, quien publica el material entre 1908 y 1919 y defiende que la lengua empleada es el etrusco. Esta hipótesis es rechazada por J. Martha en 1915, pero por imperfecciones del facsímil del que dispone para su análisis, lo que es advertido recién en 1969 por J. Heurgon, quien rectifica el facsímil y pone nuevamente en vigencia la sugerencia de A. Merlin.
Luego de esta corrección, Heurgon remarca que en la inscripción hay un detalle que hace dudar de que la asociación entre el personaje legendario y los etruscos se deba específicamente a estos últimos: la palabra dardanium sería una palabra latina que ha sido transcrita en caracteres etruscos. Esto lleva a Heurgon a hipotetizar que la referencia a Dárdano habría sido el fruto de una sugerencia por parte de un romano, quizás Cn. Papirio Carbón en el 82 a. C., a los etruscos romanizados, posiblemente procedentes de Clusio, que realizaron la inscripción.39 La colonia en cuestión no duró mucho, pues fue destruida un año después por Pompeyo. Ahora bien, el que fuera un romano quien propuso la asociación sería más posible, afirma el etruscólogo francés, ya que en el s. II a. C. la asimilación de dárdanos y troyanos estaba presen- te en la poesía latina.40
Esa lectura del término dardanium es puesta en tela de juicio en 1976 por O. Carruba en su artículo “Nuova lettura dell’iscrizione etrusca dei cippi di Tunisia”. Carruba corrige la interpretación de Heurgon, divide el término en Dardaniv-m, y señala que el vocablo es un adjetivo etrusco con el enclítico -m.41 Esta interpretación es la que siguen autores posteriores, como M. Sordi o R. Scuderi,42 no obstante la primera se muestra en desacuerdo con la datación propuesta por J. Heurgon y seguida por O. Carruba43 por dos razones: 1) el tiempo que Carbón estuvo en África fue muy breve como para fundar una colonia, dado que en el mismo año 82 a. C. fue asesinado en Sicilia por Pompeyo, y 2) el hecho de que unos etruscos usen su idioma natal apenas obtenida la ciudadanía romana resulta extraño.44 Este segundo punto lo enlaza con su tesis del Dárdano etrusco:
Ma la fedeltà degli Etruschi alla causa mariana dopo il 90 era strettamente collegata con il loro desiderio dei pieni diritti di voto e dell’esercizio pieno della cittadinanza. Il ritorno alla lingua nazionale in un’iscrizione ufficiale avrebbe suonato come un’esplicita rinuncia. Datata prima del 90, invece, l’autodefinizione di Dardani, cioè di Troiani costituiva anch’essa una rivendicazione di cittadinanza, come veri Romani.45
M. Sordi, sugiere, más bien, una datación entre el 103 y el 100 a. C., durante la colonización de África.46
Tanto en este último texto, como en su aporte de 2008, M. Sordi pareciera vincular la referencia a Dárdano por los etruscos en las inscripciones con los romanos o, mejor dicho, con el deseo de etruscos por tener buenas relaciones con Roma. En el caso de la alusión a Virgilio en 2008, la aceptación de la leyenda se entendería como precedente a la cita de la cuestión por el poeta en la Eneida. Ahora bien, la vinculación entre los cipos de Uadi Milián y la Eneida no es aceptada por todos. Ya J. Heurgon se muestra en contra de ello en 1969, cuando señala que la versión de la leyenda que contó Virgilio, si bien no es un invento de éste, es posterior a Varrón.47 A. Giardina va más allá incluso en su desacuerdo con la tesis de M. Sordi -y R. Scuderi, entre otros- y precisa que el Dárdano virgiliano no es etrusco. El historiador siciliano señala que para Virgilio los etruscos son de origen lidio y que la llegada de aquéllos, si bien es posterior a la partida de Dárdano, es anterior al arribo a Italia de los troyanos.48
En el caso de Tito Livio, aunque éste no hace referencia a Dárdano en ningún pasaje de los libros que nos han sido transmitidos, sí podemos notar en el libro I que a la llegada de Anténor y Eneas a Italia, los etruscos ya estaban allí.49 Teniendo en cuenta este punto y lo que hemos señalado acerca del origen asiático de los etruscos -lo cual estaría implícito en la Historia de Roma desde su fundación- podemos pensar que Tito Livio, en caso de conocer la leyenda de Corito, tampoco atribuiría un origen troyano a los etruscos a partir de ella.
En 1996, M. Pittau vuelve a estudiar los cipos de Túnez, aunque considerándolos junto con otras fuentes en el contexto de las relaciones de etruscos con cartagineses.50 El lingüista italiano acepta la interpretación propuesta por O. Carruba y, asimismo, la referencia que allí existiría a los dárdanos o troyanos, cuya leyenda, afirma, muy posiblemente habría llegado a Etruria antes que a Roma. Cita para ello la presencia de los nombres de Eneas y Anquises grabados en espejos y las famosas estatuillas votivas de Veyos, así como aportes de A. Alföldi y F. Zevi. A partir de todo ello, asevera que el vocablo dardanio habría llegado a Etruria directamente de los griegos y no por intermedio de los romanos.51
Un punto interesante del artículo de M. Pittau es que no acepta la fecha que O. Carruba retoma de J. Heurgon,52 ni, vale aclarar, la propuesta de M. Sordi, a quien no menciona en el trabajo. Pittau afirma que las inscripciones corresponderían a los treinta años que van del 295 al 264 a. C. El sabio italiano señala que el tipo de letra que se emplea en la misma no debe tomarse como un estilo arcaizante del s. I a. C. como ve Heurgon, sino que debe aceptarse como prueba de la época en que fue realizada la inscripción. Asimismo, cuestiona el punto de que una inscripción de los años 82-81 a. C. pudiera ser escrita en etrusco y no en latín, lo que bien podría haber significado un homenaje a Cn. Papirio Carbón que guio a los exiliados al África. Agrega, además, que si se consideran los posibles referentes, población númida, los cartagineses que pudieran haber quedado o romanos, éstos no entenderían el mensaje. M. Pittau propone, más bien, un período en que Cartago era aún poderosa y tenía buenas relaciones con Etruria, es decir el período anterior a la primera guerra púnica.53 Eso permitiría comprender que M. Unata, etrusco de Clusio, hubiera podido tener una posesión tan grande en el norte de África, lo que habría sido imposible en el período del s. I a. C. durante el enfrentamiento entre populares y optimates. En el caso del s. III a. C. el poder cartaginés habría servido de defensa incluso ante posibles ataques de nativos númidas. Finalmente, la posible migración de este etrusco a África, aclara M. Pittau, podría relacionarse con los problemas militares, políticos y sociales que asolaron Etruria en esos años.54
La propuesta de M. Pittau resulta interesante, puesto que el investigador no presenta una vinculación con la Eneida, esto la exime de las objeciones mencionadas arriba, y su hipótesis afirma una procedencia etrusca de la leyenda, que habría sido tomada de los griegos de forma directa. Ahora bien, estos cipos serían la única evidencia al respecto,55 y su datación aún no está probada por completo. Las alusiones a la tesis de Alföldi, ya vimos, no representan una base firme y la existencia de referencias a Eneas y Anquises en Etruria no prueban, necesariamente, la existencia de la leyenda de Dárdano allí tan antiguamente.56
De nuestro resumen podemos sacar en limpio que hoy por hoy no disponemos de fuentes que nos lleven a pensar con cierto grado de certeza que haya existido una reivindicación por parte de los veyentes o de algún otro pueblo etrusco en particular de un origen troyano. ¿Hemos de extraer como consecuencia a partir de allí, como enfatizan algunos autores, que la razón de la alusión es sobre todo, por no decir meramente, literaria?57 O, tal vez, ¿aceptar la posibilidad de que Tito Livio haya realizado la vinculación simplemente a partir de la idea del origen lidio de los etruscos? Aunque el aspecto literario tuvo de seguro su peso en la cuestión, consideramos que no necesariamente debe recaer en él todo el peso de la causa, puesto que, si bien no hay pruebas firmes para sostener que Eneas u otro héroe troyano fuera reconocido como fundador de alguna ciudad en Etruria, las fuentes arqueológicas muestran que Eneas sí fue una figura muy popular entre los etruscos a finales del siglo VI a. C. y posteriormente.58 Con mayor exactitud, incluso, entre los etruscos del sur, en la zona que encontramos entre Vulci y Roma, que coincide en gran parte, al menos, con la región dominada por veyentes y sus aliados, quienes se destacan en la obra de Tito Livio por ser tenaces enemigos de los romanos y que D. Musti mostró que son presentados negativamente por el historiador romano, quien, a diferencia de Dionisio de Halicarnaso, podemos considerar como un filoetrusco.59
A partir de allí, basándonos en la evidencia que ofrece la arqueología, bien podemos suponer que, en el período en que redacta su obra Tito Livio o las fuentes de éste,60 existía material suficiente para que el historiador paduano, alguna o algunas de sus fuentes realizaran la conexión entre Troya y Veyos al momento de narrar el episodio del sitio romano de esta última.61 Incluso, si consideramos la cuestión desde el período en que escribe Tito Livio su obra, podemos tener en cuenta la existencia de, al menos, seis estatuillas votivas de Eneas llevando a Anquises encontradas en Veyos. La datación de las mismas es difícil de establecer. Algunos estudiosos se decantan por los siglos VI o V a. C., mientras que otros consideran más probable una fecha más tardía, s. IV o, quizás, III a. C., es decir en la época en que la ciudad etrusca se encontraba ya bajo dominación romana.62 En ambos casos, estaríamos lejanos al período en que Tito Livio escribió su obra.63
Si bien, la asimilación entre el sitio de Veyos y el de Troya puede tomarse como una instancia más de adaptación a la historia romana de un motivo griego, de todos modos no consideramos que se tenga que poner más énfasis en la tradición literaria grecolatina para explicarlo que en aquello que muestra la arqueología sobre la presencia de motivos de la guerra de Troya en la región de Etruria implicada en los asuntos que narra Tito Livio.64 En ese sentido, retomamos, aunque con cautela, una apreciación de G. K. Galinsky:
The familiarity with Trojan history that was current at Veii left its mark on Roman literature. It is likely to have inspired the intensive parallelism which is found in Livy’s account (5.1-25) between the siege of Veii and the siege of Troy and, in this instance, provided a real, historical starting point for one of the Hellenizing adaptations in Roman historiography.65
Conclusión
Retomando el artículo de C. S. Kraus, último trabajo que se detuvo a considerar el paralelo entre el asedio de Veyos y el de Troya en el libro 5 de la Historia de Roma desde su fundación, nuestra investigación siguió un camino que ahondó en las cuestiones externas a la narración de Tito Livio, aspecto que fue dejado de lado por la autora para este caso particular y que parece haber perdido terreno en varios de los últimos análisis de dicha obra en general.66 De todos modos, no es nuestra postura la de negar los aportes de la aproximación más literaria aquí, principalmente, puesto que el propio autor de la fuente explicita el paralelo. Es por ello que, a fin de reconocer la importancia de aquellas contribuciones, dedicamos la primera parte a resumir las alusiones que, con mayor o menor grado de posibilidad, han sido sugeridas como implícitamente presentes en la narración.
La segunda parte de este estudio se detuvo en diferentes hipótesis que se han defendido en torno al posible nexo de troyanos con veyentes o con etruscos en general. Allí, pudimos observar, tal como el epígrafe de J. Perret nos apeló a reflexionar, la dificultad que tenemos para determinar con cierta seguridad distintos aspectos asociados a la leyenda troyana en Etruria, especialmente el origen. Nuestro repaso por los avances investigativos sobre la temática arroja como resultado que no hay evidencia firme en la cual basar una tesis indiscutible de un culto a Eneas en Veyos u otra ciudad etrusca. La bibliografía parece fluctuante al respecto y uno se termina preguntando hasta qué punto la defensa de la existencia de tal culto, al menos en Veyos, no depende de la subjetividad de cada estudioso al momento de interpretar los pocos datos disponibles. Incluso, en caso de aceptar dicho culto, pareciera que el mismo dataría del período de dominación romana.
Tampoco la reivindicación de una ascendencia troyana por parte de veyentes en particular o etruscos en general es una cuestión que podamos asegurar a partir de las fuentes que tenemos, más allá del énfasis que algunos especialistas quieran hacer con base en la interpretación de material de los siglos I a. C. y I d. C. La inscripción del año 26 d. C. perteneciente al Municipium Augustum Veiens no permite una lectura en favor del origen troyano de Veyos, sino que, como sostiene A. Giardina, debemos reconocer allí una vinculación con la familia Iulia.
El caso de los cipos de Túnez tampoco ofrece una solución clara. Más allá de la sugerencia propuesta por M. Pittau quien retrocede la fecha de los mismos hasta el primer tercio del s. III a. C., la mayoría de los analistas prefieren una datación del s. I a. C. La alusión a Dárdano no parece tampoco un elemento tan claro para afirmar la reivindicación por parte de los propios etruscos de una ascendencia troyana. La referencia al Dárdano virgiliano, como hemos visto, no sirve para cimentar este punto.
De todas formas, los resultados de nuestro estudio no nos llevan nuevamente a la postura que leemos en C. S. Kraus o en R. M. Ogilvie, las fuentes arqueológicas evidencian que la figura de Eneas gozó de popularidad entre el 525 y el 470 a. C. en la zona de Etruria que se extiende entre Vulci y Roma. Este dato bien puede asociarse con la particular caracterización negativa que los etruscos de esa región tienen en la obra de Tito Livio, un autor que, como D. Musti resaltó, muestra una visión filoetrusca. Quizás, también la teoría del origen asiático de los etruscos, un elemento que no debemos reducir meramente a una cuestión literaria, haya jugado su papel en la cimentación de la asociación entre troyanos y etruscos en el episodio analizado.
Con esto, queremos subrayar una vez más, no proponemos desconocer la importancia de los motivos literarios, sino, más bien, plantear la importancia de no limitarnos a ellos en nuestra reflexión sobre la cuestión. Eso llevaría a perder de vista la riqueza del contexto en el que Tito Livio escribió su obra.
En síntesis, a partir de lo que hemos estudiado, podemos considerar que, si bien la idea del origen oriental de los etruscos podría ser un aspecto que posibilita la relación entre Veyos y Troya, lo que ofrece la arqueología hasta el momento nos permite pensar también en que la popularidad de la figura de Eneas en la región sur de Etruria podría ser un factor que dio pie a dicha relación, que se resalta a través de las alusiones literarias.67
A partir de allí y retomando la frase de Ogilvie que hemos citado como epígrafe al comienzo, cabe afirmar que el recuerdo del poder que tuvo Veyos, de la encarnizada lucha que entabló contra ella Roma para controlar ciertas rutas comerciales y el acceso a los yacimientos de sal, la hizo merecedora de que su derrota final deviniera en un triunfo legendario para los romanos. Un triunfo sólo comparable posteriormente por las razones y por la dimensión del enemigo en relación con la dimensión de Roma en cada contexto, con el triunfo sobre Cartago.68