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Nova tellus

versão impressa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.30 no.2 Ciudad de México  2012

 

Reseñas y notas bibliográficas

 

Eguiara y Eguren, Juan José de, Bibliotheca mexicana

 

Laurette Godinas

 

t. III, ed. de Germán Viveros, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, XIV + 207 pp. (pp. 803-1009)

 

 

Licenciada en Filología Románica por la Universidad de Lieja, Bélgica, y doctora en Literatura Hispánica por el Colegio de México, actualmente es investigadora en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha publicado numerosos artículos y reseñas sobre literatura medieval, aurisecular y novohispana, y sobre crítica textual en revistas nacionales y del extranjero. Correo electrónico: laprincesadelguerrero@hotmail.com

 

Recibido: 10 de junio de 2012.
Aceptado: 25 de junio de 2012.

 

Palabras clave: Juan José de Eguiara y Eguren, bibliografía, Nueva España, siglo XVIII. 

Key words: Juan José de Eguiara y Eguren, bibliography, New Spain, 18th century.

 

A finales del año 1755, Juan José de Eguiara y Eguren, primogénito nacido en la Nueva España de padres originarios ambos de Guipúzcoa, miró a la vez con satisfacción y terror el ejemplar recién salido de las prensas de la Bibliotheca mexicana que yacía encima de su siempre ordenadísimo escritorio. Lo llenaba de orgullo haber iniciado ya la publicación de este proyecto de amplísimo alcance que había comenzado más de una década atrás con la compra de una imprenta propia, ante el aterrador panorama editorial novohispano en el que las imprentas existentes, escasas y de capacidades limitadas, apenas se daban abasto para sacar el trabajo diario entre manuales doctrinales y religiosos, relaciones de fiestas y panegíricos varios y otros documentos de tipo administrativo.

Ese primer tomo, hacia el cual dirigía la mirada, contenía, además, los veinte Anteloquia en los que ajustaba cuentas con el deán de Alicante, Manuel Martí, quien en una epístola había intentado disuadir a un joven amigo de trasladarse al Nuevo Mundo, puesto que no podría encontrar entre los indios ni bibliotecas ni gente culta. Extremadamente enfadado de que Martí se hubiera atrevido a

señalar a México (si le place al cielo) como el sitio de mayor barbarie del mundo entero, como país envuelto en las más espesas nieblas de la ignorancia y como asiento y residencia del pueblo más salvaje que nunca existió o podrá existir en el futuro; de un pueblo que, con sólo presentar, cual cabeza de Medusa, sus nunca oídas artes mágicas de antaño haría enloquecer del todo a cualquier español o francés o belga o alemán o italiano o habitante de cualquier nación europea, incluso a los más ilustrados y cultos, transformándolos con lastimosa metamorfosis en seres muy semejantes a ignorantísimos animales1,

Eguiara le contestó con una verdad apabullante: este primer tomo era sólo una parte muy pequeña, con las letras de la A a la C, de la enorme cantidad de productos intelectuales que vieron la luz bajo la autoría de mexicanos de nacimiento o de españoles o representantes de otras naciones radicados en la Nueva España. Por ello, como lo explicita en el Anteloquium XX, puso como título a su obra Biblioteca mexicana o sea historia de los varones eruditos que habiendo nacido en la América septentrional o visto la luz en otros lugares pertenecen a ella por su residencia o estudios y escribieron alguna cosa no importa en qué idioma, y en especial de aquéllos que se han destacado por sus hechos insignes o por cualquier clase de obras, impresas o inéditas, encaminadas al progreso y fomento de la fe y piedad católica.

Pero nuestro erudito sentía también terror, pues la publicación de este primer tomo, como encarnación del dicho latino ars longa, vita brevis, le hacía evidente que semejante tarea, como ya lo había observado en el primer Anteloquium, era

obra de mucho esfuerzo, sobre todo para quienes, como nosotros, sobre no disfrutar de próspera salud, nos hallábamos retenidos por las múltiples ocupaciones indicadas, y teníamos muy presente el precepto horaciano: "Vosotros los que escribís, escoged un asunto proporcionado a vuestras fuerzas y considerad despacio lo que puedan o no sostener vuestros hombros".2

La tarea rebasaba con creces sus fuerzas.

El temor de Juan José de Eguiara y Eguren no era infundado. Si bien la Imprenta de la Bibliotheca Mexicana siguió publicando bajo su dirección numerosos textos de gran relevancia, ya no salieron más volúmenes de la obra que le dio renombre, ni antes de su muerte, ocurrida el 29 de enero de 1763, ni después, cuando la imprenta pasó a manos de José de Jáuregui y sus herederos. La situación era peor de lo esperado. En el Anteloquium XIV, Eguiara da a conocer una lista de los eruditos que, a pesar de su avanzada edad, brillaron por sus menesteres intelectuales. La lista está ordenada, como toda la Bibliotheca, en un riguroso orden alfabético por nombre de bautismo. Las fichas de trabajo del autor llegaban por lo menos hasta la "P", siendo el último nombre registrado "Pedro de Velasco".3 Sin embargo, los manuscritos conservados sólo alcanzan hasta la letra "J". Dichos manuscritos, que estuvieron un tiempo en la Biblioteca Metropolitana —donde los consultó José Mariano de Beristáin y Souza para la redacción de su Biblioteca hispanoamericana septentrional—, pasaron luego a manos de J. María de Agreda y Sánchez, y posteriormente a las del historiador Genaro García. Actualmente se encuentran en la Universidad de Austin, en Texas, aunque Genaro García mandó hacer una fotocopia que lleva el sello de la Secretaría de Hacienda de México, de la que actualmente conservamos una copia en la Biblioteca Nacional de México.

El infortunio de la Bibliotheca mexicana, a menudo citada aunque pocas veces realmente consultada dado su carácter parcialmente inédito y la historia accidentada de su transmisión, parecía destinado a revertirse, cuando, tras largos años de trabajo, esa obra vio la luz entre 1986 y 1989. La edición fue publicada por la Coordinación de Humanidades de nuestra Universidad Nacional Autónoma de México, bajo la responsabilidad de Ernesto de la Torre Villar, con la colaboración de Ramiro Navarro de Anda y de Benjamín Fernández Valenzuela, quienes realizaron el prólogo y la versión española. Esta curiosa edición comprende facsímiles del impreso y de un manuscrito, la traducción de la versión impresa e incluso un tomo V al que titula el editor "Monumenta eguiarense" (aunque el colofón reza "Testimonia eguiarense"), en el que se contiene información de gran relevancia acerca del autor, su producción literaria, su biblioteca y su relación con el contexto cultural de la Nueva España. Como sucedió con la primera edición, la nueva publicación constituye un esfuerzo extraordinario a la medida de las dimensiones de esta obra. Finalmente se logró el propósito de acercar a Eguiara como bibliógrafo a la comunidad académica, volviendo accesibles en una edición moderna algunas partes de la obra y sobre todo transliterándola a una lengua que la hacía más comprensible para todos.

Sin embargo, esta primera edición conoció también la severidad con la que el mundo editorial juzga los proyectos de largo alcance, pues hubo que esperar casi un cuarto de siglo para que finalmente se hiciera justicia a Eguiara y a su magistral trabajo, o por lo menos a la parte que de él se ha conservado, con la publicación del tomo III de la Bibliotheca mexicana, en que se contiene una versión española del manuscrito que incluye las letras de la "D" a la "F". Debemos a Germán Viveros y a su entusiasta equipo de colaboradoras, Verónica Cortés, Ana Sofía García, María Eugenia García y Sara García, esta valiosísima contribución con la que se sigue progresando en el conocimiento global del esfuerzo académico e intelectual de Juan José de Eguiara y Eguren en su faceta de bibliógrafo. Las traducciones del latín al español son sin duda más esmeradas, más precisas en el empleo de conceptos y más libres y agradables en la sintaxis al oído del lector hispanohablante, sin que ello vaya en desmérito del rigor filológico en la fijación del texto.

Como ya se podía observar en los dos tomos anteriores, este tomo tercero de la Bibliotheca mexicana nos acerca a la labor de Juan José de Eguiara y Eguren. Nuestro autor cumple a cabalidad su propósito de dar a conocer toda la producción literaria de la Nueva España (incluyendo, como se lo reprochó García Icazbalceta, por un excesivo afán patriótico, a autores y obras que tal vez no tenían la misma relevancia que otros),4 además de dar a conocer informaciones de gran relevancia sobre su propia metodología de trabajo y sobre la historia cultural de la Nueva España en general, gracias, por un lado, al modus operandi y a su forma de acercarse a las fuentes y, por el otro, a sus personalísimas y valiosísimas apreciaciones que encontramos entre paréntesis en el texto.

Para el establecimiento de las noticias biobibliográficas de los distintos intelectuales enlistados, el autor sigue un patrón recurrente que ya se puede apreciar en el primer tomo publicado: lugar de nacimiento, trayectoria vital, lugar y fecha (a veces aproximada) de muerte y producción intelectual. Ahora bien, este tomo presenta, en particular, a algunos autores que llamaron a tal punto el interés de Eguiara y de sus propios precursores, que nos ofrece variados elementos de sus respectivas vida y obra, conformando un relato ameno y casi hagiográfico. Por ejemplo, en la extensa noticia acerca del ilustrísimo señor Don Diego Camacho y Ávila cuenta que, a pesar de haber sido nombrado obispo de una diócesis muy extensa,

no la visitó sólo una vez, sino que atravesó las montañas inaccesibles y visitó muchas tierras sin camino, entre bárbaros armados de arco y flecha y entre mil peligros que con ánimo pronto arrostraba, con tal de velar por la salvación de las almas y mirar por el honor de Dios, cuya obra poderosa experimentó con admiración de todos.

Agrega en seguida la narración de una acción milagrosa:

Por ejemplo, cuando había llegado a la ciudad de Monterrey para practicar la visita de su diócesis, el prefecto de la ciudad y otros narraban que aquellas tierras aridecían en extremo a causa de que unas cascadas famosas que movían un molino (injustamente quitas a su dueño por castigo de Dios), no aparecían más, pues se habían secado y escondido; por ese motivo le rogaban con harta fe que bendijese el lugar y rogase a Dios por los manantiales de las aguas. Al persignar la tierra con la santa cruz, comenzaron a brotar las aguas que antes habían desfallecido y a correr con mayor caudal y abundancia.5

Del Maestro fray Diego de Basalenque, español por nacimiento, narra su amplia e intachable trayectoria académica y religiosa, su rigurosa observancia de la regla y su constante labor de constructor; cuenta cómo, rechazando todas las prefecturas que le eran ofrecidas, llamado al convento de Charo,

él muy dispuesto y apto para investigar la historia de la provincia quiso fijar allí su domicilio [...] en su lugar parroquial [...]. A fin de hacer ésta más expedita para sus frailes y más útil a los indios pirindas, se propuso aprender su lengua, llamada matlazinca, a pesar de ser él ya sexagenario. Difícil es, por cierto, esta lengua, y de armoniosa y elegante pronunciación, y hasta entonces no tratada con la ayuda de preceptos gramaticales ni de diccionarios,

afirma Eguiara en uno de estos incisos con los que puebla las entradas de su Bibliotheca. Prosigue con la familiaridad que expresa en todas partes para con sus colegas y antecesores novohispanos:

Nuestro Diego, usando un manual brevemente elaborado por un fraile suyo (fray Francisco de Acosta, antaño ministro de la misma nación), con la ayuda de dos o tres indios peritos en ese idioma y en el castellano (a quienes con obsequios y ruegos se había granjeado en primer lugar con el auxilio de Dios, que solicitó con oraciones, ayunos y misas, y con fatiga increíble), escudriñó los más recónditos secretos de esta lengua, y la aprendió, de suerte que, después de haber pasado un año cultivándola, la dominó al grado de usarla para predicar públicamente en ella, y con dos años más conformó una expedita gramática y un diccionario copiosísimo y sermones para las fiestas solemnes y los domingos de cuaresma y ejemplos para la vida y reforma de los indios.

Tal capacidad para el aprendizaje de lenguas extranjeras le valió al biografiado un epitafio en latín que Eguiara transcribe y que, en español, suena así:

Aquí Basalenque se halla,

que en muchas lenguas disertó;

por sus libros habla, muerto

y está enseñando, aunque calla.6

En este caso y otros más, si bien, como acertadamente lo expresa el editor y coordinador de la traducción aquí presente, "por razones de mesura financiera", no se pudo contar con la versión latina del texto, tal vez hacer una excepción por las citas poéticas, proponiendo de éstas el texto original, habría sido una aportación interesante para los que estén interesados en la lírica neolatina.

Eguiara comparte con sus lectores su visión del contexto histórico en el que vive. Por ejemplo, dice que el ilustrísimo señor don fray Domingo de Betanzos optó en su juventud siempre por el cultivo, junto con su compañero de estudios Pedro de Arconada, de las virtudes cristianas, "alejado de los jóvenes libertinos, que eran peores que víboras y perros",7 y describe la generosidad del ilustrísimo señor don Diego de Malpartida Centeno, un verdadero adelantado para sus tiempos, quien acostumbraba decir que "el auxilio con el que se les asistía [a los indios] estaba más cercano a la justicia que a la misericordia y que más que donativo era restitución, pues de su industria y fatiga los españoles y demás habitantes de América se servían". En lo que respecta a los clérigos escasos de recursos económicos —hace un paréntesis para decir "que a la verdad son muchos y casi todos los de México"— señala que "entregó más de mil onzas de plata, por aquel tiempo en que se extraía de los réditos eclesiásticos la décima parte para el Tesoro Real".8

Por lo que respecta al ingenio novohispano, objeto de las defensas del erudito en gran parte de sus Anteloquia a la edición de 1755, sin duda la vida y obra de Eugenio López son un ejemplo notable. De este tapatío nos dice que "con oportuna paronomasia [lo] llamaban sus compañeros Ingenio López" y que el padre López, emulando a Gelio cuando en sus Noches Áticas se deshace en elogios por Cicerón, lo llamó "flor escogida del pueblo y médula de la persuasión",9 y cita algunos de los epigramas que hizo en alabanza del Venerable padre fray Antonio de los Ángeles, juzgando que "valdrá la pena y será asaz grato a los lectores que escojamos algunos de estos epigramas como muestra de aquel nobilísimo ingenio";10 así, al aludir a un episodio en el que Antonio adoptó un ratón para enseñarle los buenos modales, compuso el siguiente epigrama:

Cogido el ratón entre panes hechos pedazos, blando sermón del fraile sufrió por sus delitos.

Ser cogido lamenta, mas gustando las dulces palabras —De aquí comeré, dijo, mi mesa es esta boca.

Y en las mangas del hábito entrando y corriendo hasta el cuello, en su cárcel se esconde, libre a un tiempo y cautivo.

Bajo el jergón viviendo, su diente al pan perdonaba; dejando así sus hábitos, el mur metióse fraile.

Al contrario, cuando le parece que la obra de un autor ha sido injustamente dejada en el abandono, Juan José de Eguiara y Eguren, cual Quijote siempre listo para "desfazer entuertos", reclama de parte de sus correligionarios una mayor atención a la difusión de su obra. Así, en relación con el maestro fray Diego Flores de Aguilar, yucateco, que "cultivó la oratoria sagrada y la amena literatura como provecho nada común", afirma en el párrafo final: "Deseamos que los escritos más sustanciales de nuestro autor sean en este lugar adicionados por su compañeros de hábito, esto es, sus trabajos filosóficos, teológicos, de oratoria y otros".11 Consciente de estar escribiendo una obra en proceso, Eguiara no duda en pedir para ello la ayuda necesaria.

Cabe destacar, entre las muchas cosas que el egregio público lector encontrará en este riquísimo catálogo de la producción intelectual novohispana de la "D" a la "F", que nos ha sido restituida de forma espléndida por Germán Viveros y su equipo de trabajo, están, por ejemplo, cuatro ítems que no tienen que ver propiamente con personas, pero que contienen información de gran valor para la comprensión cabal de la vida cultural y religiosa de la Nueva España: se trata de los apartados dedicados a la iglesias catedrales de Puebla, México y Valladolid y a la Provincia de Padres franciscanos del Santo Evangelio de México. Esta última entrada da cuenta de forma organizada de la historia, la distribución geográfica y las fuentes historiográficas de una provincia religiosa tan importante para la historia de la conquista espiritual del México colonial.

Con este nuevo tomo, Germán Viveros y sus colaboradores no sólo nos ofrecen una página más en la accidentada historia editorial de la gran empresa bibliográfica de Juan José de Eguiara y Eguren, sino que nos abren una ventana al mundo colonial en su conjunto. Don Ernesto de la Torre Villar, iniciador de la publicación moderna de esta obra del erudito dieciochesco, puede descansar tranquilo: el relevo está asegurado y pronto saldrá también a la luz el tomo IV con el que finalmente se concluirá la ingente labor de difusión sistemática de los materiales conservados de la Bibliotheca mexicana.

 

Bibliografía

Eguiara y Eguren, Juan José de, Bibliotheca Mexicana sive Eruditorum Historia virorum, qui in America Boreali nati..., tomus primus, litteras A, B y C, Mexici, ex nova Typographia in aedibus authoris editioni eiusdem Bibliothecae destinata, 1755.         [ Links ]

––––––––––, Biblioteca mexicana, edición preparada por Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, traducido por Benjamín Fernández Valenzuela, México, UNAM, 1986-1989 (Coordinación de Humanidades).         [ Links ]

––––––––––, Prólogos a la Biblioteca mexicana, ed. de Agustín Millares Carlo, México, Fondo de Cultura Económica, 1944.         [ Links ]

García Icazbalceta, Joaquín, "Las 'Bibliotecas' de Eguiara y Beristain", en Obras, t. II, México, Imprenta de V. Agüeros, 1896, pp. 134-135.         [ Links ]

 

Notas

1 Eguiara y Eguren 1944, pp. 57-58.

2 Eguiara y Eguren 1944, pp. 58-59. La referencia es a Horacio, Ars poetica, vv. 38-49: Sumite materiam vestram, qui scribitis aequam / Viribus, et vérsate diu quid ferre recusent, / Quid valeant humeri.

3 Eguiara y Eguren 1944, p. 159.

4 Véase García Icazbalceta 1896, pp. 134-135.

5 Eguiara y Eguren, t. III, p. 827.

6 Eguiara y Eguren, t. III, pp. 818 y 820.

7 Eguiara y Eguren, t. III, p. 903.

8 Eguiara y Eguren, t. III, p. 854.

9 Eguiara y Eguren, t. III, p. 992.

10 Eguiara y Eguren, t. III, pp. 993 y 994.

11 Eguiara y Eguren, t. III, p. 837.

 

Información sobre el autor:

Laurette Godina, licenciada en Filología Románica por Ia Universidad de Lieja, Bélgica, y doctora en Literatura Hispánica por el Colegio de México, actualmente es investigadora en el Instituto de Investigaciones BibHográficas de Ia Universidad Nacional Autónoma de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Ha publicado numerosos artículos y reseñas sobre literatura medieval, aurísecular y novohispana, y sobre crítica textual en revistas nacionales y del extranjero.

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