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Nova tellus

versión impresa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.28 no.2 Ciudad de México dic. 2010

 

Artículos

 

Roma Aeterna. Imagen literaria

 

Roma Aeterna. Literary Image

 

Yazmín Victoria Huerta Cabrera

 

Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: iasmine11@gmail.com.

 

Recepción: 18 de junio de 2010.
Aceptación: 6 de agosto de 2010.

 

Resumen

Esta exposición tiene como propósito hacer un recorrido cronológico y literario a través de los testimonios que algunos escritores latinos legaron sobre su patria para rendirle homenaje y lealtad.

Palabras clave: Roma, imagen literaria, literatura latina, patriotismo.

 

Abstract

The purpose of this paper is to offer a chronological and literary account of some of the works where various Latin writers praised their homeland.

Keywords: Rome, literary image, Latin literature, patriotism.

 

Roma fue capital del Imperio Romano, símbolo de grandeza, poder y conquistas; como metrópoli fue el corazón palpitante de este inmenso organismo político, ciudad cosmopolita, civilizadora, engendradora de renombrados escritores y transmisora de un legado cultural para todo Occidente. A 2,763 años de su fundación —si seguimos el cómputo registrado por Eutropio, autor del siglo IV d. C.—,1 con entusiasmo conmemoramos su natalicio.

Puesto que resulta imposible resumir la historia y las gestas de Roma en unas cuantas líneas, en esta exposición me he propuesto recoger los testimonios de los autores latinos, sobre la imagen literaria que ellos diseñaron de su patria y, así, lograr una aproximación a la mentalidad latina para entender el orgullo de este pueblo como civilización.

Los primeros testimonios de sus orígenes se encuentran en los autores del siglo de Augusto, de la llamada época áurea; a Virgilio, Horacio, Propercio y Tito Livio les corresponde la magna tarea de inmortalizar y de consignar las ancestrales hazañas de su pueblo; en cambio, Dionisio de Halicarnaso, griego admirador de Roma, será el encargado de hacerlo en su lengua nativa. No es extraño que estos relatos se remonten a esta época, pues en palabras textuales de Patricia Villaseñor, "el inicio del principado es el momento en que, entre los intelectuales, tanto griegos como latinos, se busca justificar el destino esplendoroso de Roma",2 así que "sus intelectuales 'deciden' construirle un pasado oficial."3

Presento a continuación una síntesis de los acontecimientos míticos: Según cuenta la leyenda,4 Eneas, héroe troyano, prófugo de Ilión, escapó de su ciudad cuando ésta se incendió y fue tomada por los aqueos; al salir de Troya, según se dice, llevó consigo a sus dioses protectores, su hijo o hijos,5 su esposa y su anciano padre en hombros demostrando así su valentía y piedad. Su padre era Anquises, un príncipe troyano, y su madre, la diosa Venus. Eneas, de origen semidivino y protegido por su madre, cruzó el mar y empezó un largo peregrinaje por varios lugares: Tracia, Delos, Creta, Sicilia, Cartago, hasta llegar a las costas de Italia, donde conoció al rey de Laurentum: Latino, con quien entabló un diálogo de paz antes de emprender un enfrentamiento por haber ocupado por la fuerza sus territorios. De este encuentro entre ambos jefes resultó un mutuo acuerdo de apoyo y concesión de tierras, "la nueva Troya" edificada por Eneas, recibió el nombre de Lavinium, probablemente en honor de Lavinia, la hija del rey Latino entregada al errante extranjero como símbolo de amistad y alianza. Cuando Eneas fundó Lavinio, según versión de Dionisio de Halicarnaso, hubo presagios que vaticinaban su grandeza:

Cuentan que durante la construcción de Lavinio, los troyanos tuvieron los siguientes presagios: cuando una vez en el bosque se originó un incendio de forma espontánea, un lobo, llevando madera seca en la boca, la arrojó al fuego, y un águila, volando alrededor, reanimaba la llama con el movimiento de sus alas. Por otra parte, una zorra, procurando hacer lo contrario que éstos, golpeaba las ardientes llamas con su cola mojada en el río, y unas veces dominaban los que encendían, y otras, la zorra intentando apagarlo. Pero al final, vencieron aquellos dos y la zorra se marchó sin poder hacer nada más. Al ver esto, Eneas dijo que la colonia sería ilustre y admirable y alcanzaría muchísima fama, pero, debido a su auge, sería envidiada y molesta para sus vecinos; sin embargo, dominaría a sus adversarios con la buena fortuna recibida de los dioses, y ésta sería más poderosa que la envidia de los hombres que se le enfrentaran.6

La primera hazaña bélica de Eneas en estas tierras fue el combate contra los rútulos, un pueblo gobernado por Turno, quien ya desde antes de la llegada de Eneas había tenido conflictos con el rey Latino. En esta ocasión, en la que se puso a prueba la colaboración pactada entre los dos pueblos, el resultado fue favorable para Eneas, y los troyanos vencieron a los rútulos; sin embargo, Latino pereció en la batalla. Eneas sucedió entonces a su suegro Latino en el trono y, una vez sometidos los enemigos, los reunió bajo las mismas leyes y costumbres; así, troyanos, rútulos y laurentinos se denominaron "latinos".7 Eneas reinó aproximadamente tres años y murió al cuarto en una guerra. Luego, su hijo Ascanio o Iulo fundó una nueva ciudad, Alba Longa; de él procedería una nueva estirpe, de la cual nacerían los hermanos Numitor y Amulio. Este último despojaría a su hermano mayor del trono y, para evitar cualquier obstáculo en el ascenso al poder de los dos hijos de Numitor, mataría al descendiente varón y confinaría a su sobrina, Rea Silvia, como virgen Vestal. Según la mítica leyenda, Rea Silvia, ultrajada por el dios Marte, dio a luz a dos varones gemelos. Como castigo por haber violado el voto de castidad, Amulio ordenó que fuera encadenada y su descendencia arrojada al río. Por aquel tiempo se encontraba desbordado el Tíber, pero gracias a la voluntad de los dioses, según la tradicional narración de Tito Livio, las charcas eran de poca profundidad y los niños colocados en una cesta tuvieron un destino diferente del que se esperaba:

Se dice que, habiendo dejado la escasa agua en tierra firme la barquilla que flotaba, una loba sedienta desde los montes que estaban alrededor desvió su rumbo ante el pueril llanto; que ésta con dulzura ofreció sus humildes ubres a los infantes hasta tal punto que el pastor del rebaño del rey (cuentan que se llamó Fáustulo), la encontró lamiendo a los niños con su lengua. Que fueron llevados desde ese lugar a los establos para ser educados por Larencia, su esposa.8

Así pues, gracias a este prodigioso suceso sobrenatural, los niños se salvaron y fueron criados por pastores y vivieron de la rapiña como salteadores de caminos, hasta que llegaron a edad adulta y ambos, como vengadores de su abuelo Numitor, lo restituyeron en el poder. Como herencia, y de alguna manera también como recompensa por su acción, los jóvenes recibieron un territorio, en el cual erigirían una nueva ciudad. No sabiendo cuál de los dos gobernaría, decidieron tomar como jueces a los dioses y esperaron sus señales manifestadas a través de la aparición de aves:

Se dice que a Remo en primer lugar se le apareció el augurio: seis buitres, y ya habiéndolo anunciado, como un número doble a Rómulo se le hubiera mostrado, sus partidarios habían saludado a uno y a otro como rey: aquellos le atribuían el poder según el tiempo anticipado, pero éstos según el número de las aves. A partir de este momento, pelearon en un altercado, de una discusión por enojo se produce la muerte; allí en medio de la turba Remo golpeado murió. Corre el rumor más divulgado de que Remo saltó por encima de los nuevos muros por burlarse de su hermano y de que a partir de este momento fue asesinado por Rómulo irritado. Luego, lo reprende también con estas palabras habiendo añadido esto: "así después, cualquier otro que salte por encima de mis murallas". Así, Rómulo solo se adueñó del poder; fundada la ciudad, fue designada por el nombre de su fundador.9

Con este pasado legendario y con estos héroes míticos, Roma, cimentada en el monte Palatino, comenzó a entretejer su historia y encaminó sus pasos, en un periodo de casi doscientos años, por un sendero de vicisitudes: recibió en sus confines a pueblos vecinos, luchó contra aquellos que se oponían a su dominio, consolidó su seguridad como nación; luego se atrevió a cruzar el Mediterráneo y decidió extender su territorio a lugares apartados y desconocidos. Esta grandeza que había alcanzado la urbe como potencia es descrita por el historiador Dionisio de Halicarnaso, quien incluso reconoce la superioridad de Roma sobre Grecia y el mérito de su esfuerzo:

Así pues, las más ilustres de las anteriores soberanías que hemos conocido a través de la historia, fueron derrocadas después de haber alcanzado tanta fuerza y poder. Y las potencias griegas no son dignas de compararse con ellas por no haber conseguido ni la magnitud de su imperio ni la fama durante tanto tiempo como aquéllas. Los atenienses dominaron sólo la costa durante sesenta y ocho años, y no toda, sino la que está entre el mar Euxino y el Panfilio, y esto, cuando su supremacía naval fue mayor. Los lacedemonios, dueños del Peloponeso y el resto de Grecia, quisieron llevar su dominio hasta Macedonia, pero fueron detenidos por los tebanos y no conservaron el poder ni treinta años completos. En cambio, la ciudad de los romanos gobierna toda la tierra que no es inaccesible, sino habitada por hombres, y domina todo el mar, no sólo el que está dentro de las columnas de Hércules, sino también todo el océano navegable; es la primera y única ciudad de las que se recuerda a lo largo de todos los tiempos que haya hecho de la salida y la puesta del sol los límites de sus dominios. Y el período de su soberanía no ha sido corto, sino mayor que el de ninguna de las demás ciudades o reinos; pues desde el principio, inmediatamente después de su fundación, fue anexionándose los pueblos cercanos, que eran muchos y belicosos, y continuó esclavizando a todo el que se le oponía [...]. Desde que se adueñó de toda Italia y se atrevió a pretender el gobierno de todo el mundo, después de expulsar del mar a los cartagineses, que tenían la mayor flota naval, y someter a Macedonia, que hasta entonces parecía poseer el máximo poder en tierra, ya no tuvo ningún pueblo bárbaro ni griego como rival y, en nuestros días, ya en la séptima generación, continúa gobernando todo el mundo; y no hay ningún pueblo, por decirlo así, que dispute por la hegemonía universal o por no aceptar el gobierno de Roma.10

Aunque Dionisio de Halicarnaso en este amplio pasaje enaltece la hegemonía romana sobre algunas ciudades griegas, no hay que olvidar que la Hélade fue eclipsada sólo bélicamente por Roma, pero su bagaje cultural y literario fue asimilado y perfeccionado por el espíritu latino. La cultura griega con frecuencia cautivaba a los romanos por sus ricas y fantásticas historias mitológicas y por el encanto de sus lugares. Esto le ocurrió a Tulo, amigo de Propercio, quien cuenta que su querido camarada se fascinaba por cada sitio visitado fuera de Roma. El poeta latino aprovecha una de sus elegías para recordarle que no hay otro suelo más hermoso por la belleza del paisaje, dotado por la afluencia de ríos y lagos, la fecundidad de su tierra y el carácter de sus hombres, guerreros y piadosos, que el romano, carente de historietas ficticias. De esta manera con estas afirmaciones el escritor traza un retrato de la urbe demostrando así orgullo por su territorio:

Todas las maravillas serán inferiores a la tierra de Roma, la naturaleza aquí puso todo lo que estuvo en cualquier parte. Suelo más apto para las armas que apropiado para el delito. La Fama, Roma, no se avergüenza de tu historia. Pues poderosos nos mantenemos tanto en el hierro como en la piedad: la ira aplaca las manos victoriosas. Aquí, Anio de Tíbur, fluyes, el Clitumno desde la vereda de Umbría, y agua marcia, obra eterna, el lago Albano y el Nemorense desde una ola limítrofe, y una fuente saludable que ha sido bebida por el caballo de Pólux. Pero las cobras de vientre escamoso no se arrastran, y la ola itálica no se enfurece por nuevos portentos, aquí no resuenan las cadenas de Andrómeda a cambio de su madre, y no temes banquetes ausonios, Febo ahuyentado, y no ardieron para cualquiera fuegos ausentes contra su vida provocando la madre a su hijo la perdición; las crueles bacantes no cazan en el árbol a Penteo; y no desató las naves de los dánaos una cierva sacrificada; y no tuvo Juno la fuerza de curvar los cuernos en una concubina o bien envilecer el rostro con una repugnante vaca.11

Así, después de esta larga enumeración el poeta elegíaco concluye con unas emotivas palabras dirigidas para Roma y para Tulo: haec, tibi, Tulle,parens, haec est pulcherrimasedes.12 Por otra parte, el emperador Augusto también contribuyó a crear la imagen de Roma desde otros ámbitos, el religioso y el escultórico.13 Cuando regresó a la urbe en el año 13 a. C. después de su estancia en Hispania y Galia, el Senado decretó la construcción de un altar en el Campo Marte para conmemorar su retorno.14 Este monumento es el conocido como Ara Pacis Augustae, cuya inauguración al parecer se llevó a cabo hasta el año 9 a. C.,15 y fue consagrado para celebrar la Pax Romana alcanzada por el emperador mismo.

Los restos arqueológicos del Ara Pacis conservados son piezas valiosas de la arquitectura pública augustea,16 que ayudan a entender el aspecto político-propagandístico del emperador.17 En los relieves18 decorativos de esta obra marmórea se aprecian escenas de una procesión de Augusto y la familia imperial, de la fundación de Roma, de un sacrificio de Eneas a los Penates, de Saturnia Tellus, y del lado Este, en un friso poco visible, aparece la personificación de Roma, una mujer sedente y armada a la manera de una amazona (fig. 1).19 Al parecer, cuando se decretó la apoteosis de Augusto, en el año 14 d. C., el culto a la diosa Roma se hizo oficial en todas las provincias del Imperio, asociando la imagen a la persona del emperador.20 Por lo general, se le representaba bajo el aspecto de diosa guerrera, con túnica corta, casco, lanza y escudo (figs. 3 y 4).21 Este perfil también aparece en las monedas: una figura femenina con casco y armadura portando una victoria en sus manos.22 Asimismo, Roma podía personificarse con la apariencia de una matrona con túnica talar, corona mural en la cabeza y en las manos la cornucopia o un globo.23 Algo de esta representación es retomado por Lucano en su obra Farsalia, en la que el poeta narra el momento en que Julio César está a punto de cruzar el Rubicón y dirigir su ejército contra Roma. Por un instante se aparece en medio de la oscuridad, como espectro deslumbrante (clara), la imponente silueta (imago ingens) de la patria, con el semblante abatido (voltu maestissima), sus brazos desnudos (nudis lacertis), la melena revuelta (caesarie lacera) y sus blancos cabellos (cani crines) ceñidos en la frente por una corona adornada de torres (turrigero vertice). A manera de una madre, Roma increpa a su hijo Julio César y, a pesar de los ruegos de la patria, el hijo malcriado persiste en su decisión, entonces la sombra se esfuma.24 Siglos más tarde, Símaco utilizaría este mismo recurso literario en su Relatio,25 donde Roma participa como testigo en la defensa de la religión oficial del Imperio; aquí el senador romano describe a una mujer de edad avanzada, ya en la vejez, desgastada por las contiendas religiosas. Su intervención tenía como fin convencer y conmover al emperador Valentiniano II y a su auditorio sobre el respeto a las tradiciones antiguas, sin embargo, no obtuvo éxito en la embajada.

Cuando el Imperio Romano descentralizó el poder en el siglo IV y Roma dejó de ser el centro político, la sede imperial se trasladó a cuatro ciudades: Nicomedia, Milán, Sirmio y Tréveris, puntos estratégicos desde donde los Augustos y los Césares dirigían sus acciones. Cuando Constancio II, hijo de Constantino, el emperador cristiano, se ocupó de la zona oriental y logró sobrevivir a las pugnas familiares entre sus hermanos, luego de vencer en el año 351 d. C. al usurpador Magnencio, visitó Roma en el año 357 d. C. para celebrar su triunfo. Al pisar la metrópoli, Constancio II se quedó maravillado y atónito por la majestuosidad de los monumentos. Este momento es relatado por el historiador Amiano Marcelino, quien aprovecha la ocasión para dar su particular visión de la urbe:

Así pues, cuando entró a Roma, morada del Imperio y de todas las virtudes, al haber llegado a los rostra, foro reconocidísimo de antiguo prestigio, se quedó paralizado y se deslumbró por el gran número de maravillas a lo largo de todos los rincones, en los que los ojos se hubieran dirigido. [...] Después, recorriendo con la mirada los barrios y alrededores de la ciudad edificados dentro de las siete cimas de los montes a través de la pendiente y la planicie, creía que eso, todo lo que había visto primero, sobresalía en medio de todo lo demás: los templos de Júpiter Tarpeyo, cuánto superan lo divino a lo terreno, las termas construidas según la medida de las provincias; la estructura del anfiteatro, construcción consolidada con piedra de Tíbur, hacia cuya cima la visión humana con dificultad se eleva; el Panteón, como esfera, fina, abovedada de hermosa grandeza, y las cúspides elevadas que, soportando imágenes de los primeros emperadores, se alzan sobre una tribuna accesible y el templo de la ciudad y el Foro de la Paz, y el teatro de Pompeyo y el Odeón y el Estadio y otras cosas entre estas glorias de la Ciudad Eterna. Pero al haber llegado al foro de Trajano, estructura singular bajo todo el cielo, como opinamos, también admirable por la aprobación de los dioses, atónito se quedaba parado llevando por todas partes el pensamiento a través de las construcciones gigantescas, indescriptibles de narrar e inalcanzables de nuevo para los mortales.26

Si el contemplar las ruinas arqueológicas, que sólo son vestigios de un pasado remoto, es actualmente motivo de admiración y sorpresa, cuánto más impresionante pudo haber sido para el Emperador haber observado todas estas edificaciones en pie, íntegras y rodeadas por la actividad cotidiana de los habitantes.

Durante ese mismo siglo, Roma atravesaba por varios reveses políticos y sufría invasiones, se fracturaba como sistema político y comenzaba a anunciar su pronta caída; fue entonces cuando los poetas de este periodo comenzaron a escribir sobre la ciudad con tono nostálgico y a configurar una idea romántica de Roma. Tanto Claudio Claudiano, poeta alejandrino, como Rutilio Namaciano, poeta galo, dedican extensos elogios a la ciudad que les dio alojamiento y les permitió sentirse romanos, a pesar de no ser oriundos de Italia. Ambos autores coinciden en esta exaltación de la ciudad en el legado cultural de Roma, la cual por sus costumbres (pacificis moribus), por su lengua, por sus leyes (dumque offers victis proprii consortia iuris; foedere communi), por su clemencia (victrix clementia) y por su generosidad en la concesión de la ciudadanía (cives vocavit quos domuit), consiguió la unificación a partir de la diversidad de los pueblos (fecisti patriam diversis gentibus unam). En estos dos encomios hay calificativos muy elocuentes y significativos para la patria a la que llamaban Regina pulcherrima; Genetrix hominum; Genetrix deorum; armorum legumque parens y la que es considerada más como Mater que como Domina. A continuación presento las composiciones de ambos autores:

Cónsul, que estás muy cerca de los dioses, que velas por una ciudad tan importante, nada más insigne que ésta, a la cual el cielo envuelve sobre las tierras, cuya extensión ni la vista percibe, ni el pensamiento comprende la gloria, ni alguna voz logra el mérito; ciudad que une a los astros vecinos sus techos que rivalizan con el brillo del oro; la cual imita las zonas del Olimpo con sus siete escollos; madre de armas y leyes que extiende su poder hacia todos los lugares y dio origen al primer derecho. Ésta es la que nacida de límites exiguos se extendió hacia ambos polos y proviniendo de una sede pequeña esparció su autoridad a la manera de la luz del sol. Ésta, saliendo al encuentro de los hados, emprendiendo al mismo tiempo innumerables luchas, conquistando Hispania, sitiando las ciudades de Sicilia y derribando al galo por las tierras, por el mar cartaginés, nunca sucumbió ante las pérdidas y, no aterrada por alguna herida, después de Cannas y Trebia rugía más respetable y, como ya las llamas acosaran y el enemigo golpeara las murallas, enviaba el ejército a los remotos iberos y no se detuvo ante el Océano y haciéndose a la mar con los remos buscó a los britanos en otro orbe para vencerlos. Ésta es la única que recibió en su regazo a los vencidos y abrigó al género humano bajo el nombre común de madre, no a la manera de dueña, y llamó ciudadanos a los que subyugó y ligó con un lazo pío lugares distantes. Todos debemos a las costumbres pacíficas de ésta el hecho de que el huésped hace uso de los territorios como suelo patrio; el hecho de que se puede cambiar de sede; el hecho de que es un pasatiempo conocer Tule y penetrar en parajes apartados en otro tiempo horrendos; el hecho de que bebemos por todas partes agua del Ródano, nos embriagamos con el agua del Orontes, el hecho de que todos somos un solo pueblo y nunca habrá un fin para el poder de Roma.27

¡Escucha, Roma, Reina hermosísima de tu mundo, recibida entre polos celestiales! Escucha, madre de hombres y madre de dioses, no estamos lejos del cielo gracias a tus templos. Te cantamos y siempre te cantaremos, mientras los hados lo permitan. Ningún hombre beneficiado puede olvidarse de ti. Antes el olvido criminal habrá sepultado el sol que tu gloria se aparte de nuestro corazón. Pues ofreces beneficios semejantes a los rayos del sol por donde el Océano se agita extendiéndose. El mismo Febo, que abarca todo, gira para ti, igualmente conserva los caballos nacidos de ti en tu tierra. Libia con sus flamígeras arenas no te retrasó, la Osa armada con su hielo no te rechazó. En la medida en que la vivaz naturaleza se extendió a los polos, tanto la tierra se mostró accesible a tu virtud. Hiciste una sola patria de diversos pueblos; aprovechó a los injustos, cuando tú dominabas, ser conquistados. Y mientras ofreces a los vencidos participación de derecho particular, hiciste una ciudad lo que antes era un orbe. Reconocemos como fundadores del linaje a Venus y a Marte, madre de los Enéadas y padre de los Romúlidas. La clemencia vencedora ablanda las fuerzas armadas, uno y otro nombre conviene según tus costumbres. De ahí para ti el gusto de luchar y de perdonar: a los que tuvo miedo vence, a los que venció ama. [...] Tú también, envolviendo el mundo con triunfos legisladores, haces que todo viva de acuerdo con un pacto común. A ti, Diosa, a ti el paraje romano apartado te celebra por todas partes y presenta su cuello libre a tu pacífico yugo. Todos los astros que mantienen perpetuos movimientos no han visto algún imperio más hermoso.28

Si tuviéramos que decir cuál de las dos composiciones es la más bella, me parece que resultaría muy difícil: ambas son poesías preciosas y sumamente artísticas, ya que cada escritor expresa con sus palabras lo que significaba para ese momento en su ánimo la Urbe. Ambos escritores valoran sus hazañas bélicas a lo largo del tiempo y destacan sus antiguas costumbres: su disciplina y carácter combativo, clemente, tenaz. Así, de esta forma, los poetas con profundo anhelo buscaban asegurar la inmortalidad de la capital y pretendían protegerla, por lo menos del mundo real, con sus versos. Aunque en estas sublimes versiones sólo los poetas consideran la postura de los vencedores y no de los vencidos, sin embargo, es conveniente recordar que la romanización llevada a cada rincón conquistado no era siempre un proceso pacífico y que los sometidos se rebelaban contra el dominio romano. Baste mencionar en este lugar la cruda y disimulada crítica de Tácito en su obra Agrícola, en boca de Cálgaco, jefe de los caledonios, en contra del Imperio:

Ladrones del orbe, después que faltaron tierras a quienes devastan todo, registran el mar, si el enemigo es rico, son avaros; si pobre, ambiciosos, a quienes ni el Oriente, ni el Occidente han saciado; los únicos de todos que desean con igual pasión la riqueza y la pobreza. A robar, matar, saquear llaman con falso nombre "imperio", y donde crean soledad, "paz".29

Sin duda, una enérgica declaración lanzada por un personaje que representaba el pensamiento de los "bárbaros" durante el siglo II d. C. ante la expansión de Roma y que proyecta otra particular mirada de la imagen pecaminosa que perseguirá a lo largo del tiempo a los romanos.30 De entre esos mismos bárbaros hostiles y resentidos llegaría Alarico, rey de los visigodos, en el año 410 d. C., quien irrumpiría en Roma y conmocionaría a los habitantes por su invasión. Ante este traumático suceso, los ciudadanos se dieron cuenta de la vulnerabilidad de la urbe; entonces cada uno empezó a buscar la causa: los paganos culparon a los cristianos y los cristianos a los paganos. Los paganos creyeron que la falta de respeto por la religión oficial y el abandono del culto a sus dioses, además de otros crímenes cometidos por los cristianos, habían llevado a Roma a la ruina. Ésta es la opinión de Cecilio, interlocutor en la obra Octavio de Minucio Félix:

A nadie de audacia tan grande soporto, que se enorgullece de no sé qué inteligencia tan irreligiosa, que se esfuerza en disolver o destruir esta religión tan antigua, tan útil, tan provechosa. [...] ¿Por qué no debe lamentarse que hombres (en efecto soportaréis que muestre mi ímpetu más abiertamente del proceso defendido), hombres, digo, de una facción lamentable, ilícita y desesperada ataquen a éstos [sc. dioses]? quienes de la más baja escoria, habiendo reunido a los más ignorantes y a las mujeres crédulas que se dejan engañar por la debilidad de su sexo, reclutan a una plebe para una profana conjuración, la cual en congregaciones nocturnas, ayunos solemnes y alimentos inhumanos hacen una alianza no por algo sagrado, sino por un sacrilegio. Secta misteriosa y nocturna, muda en público, charlatana en los rincones: desprecian los templos como si fueran tumbas; escupen a los dioses, se burlan de lo sagrado, mezquinos, si es lícito decirlo, se compadecen de los sacerdotes, ellos mismos semidesnudos desprecian los honores y las dignidades. ¡Oh, admirable estupidez e increíble audacia!31

En cambio, los cristianos creyeron que el politeísmo, la inmoralidad de los dioses paganos y la práctica ridícula de sus ceremonias,32 además de su sacrílega historia habían contribuido a su declive.

¿No es verdad que en su origen crecieron reunidos no sólo por el crimen, sino también defendidos por el terror de su fiereza? Pues la primera plebe fue congregada en un templo: habían acudido depravados, criminales, incestuosos, sicarios, traidores; y para que el mismo Rómulo, jefe y guía, aventajara a su pueblo en el crimen, cometió fratricidio. Estos son los primeros auspicios de una ciudad religiosa. Pronto, sin principios raptó, violó, burló a muchachas extranjeras ya desposadas, ya prometidas, y a algunas mujeres casadas; y trabó combate con sus padres, esto es con sus suegros, así extendió su forastera sangre. ¿Qué hay más irreligioso, qué más audaz, qué más seguro que el mismo descaro del crimen? El uso común a Rómulo, a los demás reyes y últimos generales es ya expulsar a los vecinos de su campo, destruir ciudades cercanas con sus templos y altares, forzar a los prisioneros, engrandecerse con las pérdidas ajenas y sus crímenes. Así todo lo que los Romanos tienen, veneran, poseen, es el botín de su audacia: todos sus templos proceden del pillaje, es decir, de las ruinas de las ciudades, de los despojos de los dioses, de las muertes de los sacerdotes. [...] Así pues, los Romanos no son por eso tan grandes porque son religiosos, sino porque son impunemente sacrílegos.33

Así, en medio de este recíproco discurso difamatorio, salieron algunos cristianos de sus filas para darse a la tarea de limpiar su fama y procuraron justificar el poder terrenal de Roma a través de un poder celestial. Escritores como Agustín de Hipona,34 Prudencio y Orosio unieron sus esfuerzos y utilizaron su ingenio para contrarrestar los ataques de los paganos, su principal argumento fue reinterpretar la historia de Roma desde el enfoque cristiano y así sustentaron la paz y dominio del Imperio romano sobre otros pueblos gracias al favor de Dios. He aquí este canto que el poeta Prudencio le dedica a Roma:

Dios enseñó a los pueblos de todas partes a inclinar la cabeza bajo las mismas leyes, y a que todos se hicieran romanos, a quienes inunda el Rin y el Istro, a quienes el Tajo que mana oro, a quienes el crecido Ebro, a quienes atraviesa el río cornudo de las Hespérides, y a quienes el Ganges alimenta, y bañan las siete bocas del tibio Nilo. Un derecho común los hizo iguales, y bajo el mismo nombre los entrelazó, y una vez subyugados los sometió a cadenas fraternas. Zonas distantes por su región y costas apartadas del mar se reúnen ahora gracias a compromisos aceptados ante un foro único y común; ahora gracias al comercio y las artes ante una concurrida asamblea; ahora gracias a uniones nupciales de un matrimonio extranjero ante un tribunal, pues con sangre mezclada se construye una sola estirpe de pueblos recíprocos. Esto fue conseguido por éxitos tan importantes y triunfos del Imperio Romano.35

Cada escritor cristiano expresaba a su manera que Dios había elegido el Imperio Romano para cumplir sus designios36 y por ello el suelo romano había sido el terreno propicio para la llegada del Hijo de Dios, que al nacer en la época de Augusto había traído paz y tranquilidad al mundo,37 este es el pensamiento de Orosio, historiador del siglo V d. C.:

Así pues, ese mismo Dios, único y verdadero, con quien toda escuela, como dijimos, está de acuerdo, aunque a partir de diversas opiniones, que cambia los imperios y determina el tiempo, eligió y fundó el imperio Romano. [...] En tiempos de este emperador [sc. Augusto], envió a su hijo [...] para que en medio de una gran calma y paz que se extendía muy lejos, la gloria de la Buena Nueva y la veloz fama de la salvación anunciada recorrieran sin obstáculo y rápidamente, o también, para que hubiera segura libertad para sus discípulos que iban a través de pueblos diversos y ofrecían libremente dones de salvación entre todos, de ir y de discutir ciertamente para los ciudadanos romanos entre ciudadanos romanos.38

Para finalizar, con esta breve selección de pasajes podemos notar que los escritores latinos en cada relato atribuyeron la supremacía de Roma a tres entidades distintas: al Fatum, a la Virtus y al Dios cristiano. Unos consideraron que desde sus orígenes el Fatum ya tenía predestinada39 su jerarquía y majestad ayudada siempre por los dioses; otros sustentaron el mérito de sus gestas en el esfuerzo y valor de sus hombres,40 y otros más creyeron que un Dios omnipotente había respaldado la superioridad de este imperio. De cualquier forma que sea, lo cierto es que en el pensamiento latino, ya sea romano, provinciano, extranjero, pagano o cristiano, para cada uno de estos escritores, Roma significó la patria común que los había visto nacer, que los había recibido en su regazo como ciudadanos y les había ofrecido unas tradiciones ancestrales que los identificaba como romanos en todo el orbe entonces conocido.

Tal vez para algunos autores modernos Roma sólo signifique depravación, corrupción, ambición, y prefieran resaltar sólo las bajas pasiones de las cuales no estaban exentos ni la urbe ni sus ciudadanos (ni tampoco la humanidad en general), pero "si el romano hubiese sido movido solamente por la brutalidad y el vicio, jamás hubiese podido realizar sus notables hazañas, ni haber producido una impresión tan duradera en el mundo".41 También podríamos pensar que esta imagen literaria construida por los clásicos latinos es fingida, producto de un programa político impulsado y favorecido por un emperador; no obstante, según mi opinión, es todo lo contrario, lo que se aprecia en estos fragmentos es un sincero y marcado patriotismo, orgullo por sus raíces y fe en el suelo nacional. Roma fue, es y seguirá siendo un sueño y un mito. Como homenaje y a manera de conclusión termino esta exposición con las palabras del escritor galo Ausonio:

Prima urbes inter, divum domus, aurea Roma42
Áurea Roma, morada de los dioses, la primera entre las ciudades.

 

BIBLIOGRAFÍA

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Notas

1 Eutr., Brev., I, 1: Is cum inter pastores latrocinaretur, decem et octo annos natus urbem exiguam in Palatino monte constituit XI Kal. Maias, Olympiadis sextae anno tertio, post Troiae excidium, ut qui plurimum minimumque tradunt, anno trecentesimo nonagesimo quarto: Él <Rómulo>, cometiendo robos entre pastores a los dieciocho años de edad, fundó una ciudad pequeña en el monte Palatino antes del undécimo día de las calendas de Mayo en el tercer año de la sexta olimpiada, después de la destrucción de Troya, tal como algunos transmiten con la mayor o la menor precisión posible en el año trescientos noventa y cuatro. La traducción de los trozos seleccionados que aparecen aquí es propia: Eutr., Brev., I, 1; Liv., I, IV, 6, y I, VII, 1-2; Prop., III, XXII, 17-36; Tac., Agr., XXX, 6-7; Min. Fel., Oct., VIII, 1-2; 3-5; XXV, 2-5; 7; Amm., 16, 10, 13-15; Claud., Cons. Stil., III, 130-160; Rutil. Nam., De red., I, 48, 73; 78-82; Prud., Symm., II, 602-609, 613-620; Ag., Civ. Dei., V, XXI; Oros., Hist., VI, 1, 7-8; Aus., Urb., I, excepto los fragmentos seleccionados de D. H., Antiquitates Romanae, I, 59, 4; I, 3 pertenecen a la edición de Gredos.

2 Villaseñor, p. 18.

3 Ibid., p. 19. La cursiva es mía.

4 Sigo las versiones de Verg., Aen., I; Liv., I, I-III; D. H., Antiquitates Romanae, I, 45-47.

5 D. H., op. cit., I, 46, 4; I, 47, 6 habla en estos pasajes de otros hijos de Eneas, además de Ascanio, pero no proporciona los nombres. Liv., I, III, 2 no asegura si hubo un solo vástago de Eneas, de modo que deja abierta la posibilidad de más descendientes.

6 Antiquitates Romanae, I, 59, 4.

7 Liv., I, II, 1-4; D. H., op. cit., I, 45, 2.

8 Liv., I, IV, 6.

9 Idem, I, 7, 1-2.

10 D. H., Antiquitates Romanae, I, 3, 1-6.

11 Prop., III, XXII, 17-36.

12 Ésta es para ti, Tulo, tu madre, ésta es la residencia más hermosa.

13 Véase al respecto la publicación de Zanker, Augusto y el poder de las imágenes, en la que analiza la iconografía de la época y su simbolismo.

14 R. G, XII.

15 Ibid., p. 99; Bauzá, "Las Geórgicas de Virgilio y su perennidad", p. 277.

16 El Ara Pacis es una obra maestra de la plástica de la época de Augusto. En ella se armonizan las formas ítalas antiguas, griegas clásicas y helenísticas con un sello artístico peculiarmente romano. Cf. Diccionarios Rioduero, El arte en la antigüedad, pp. 22, 42-44, 163, 165.

17 Cf. Ramírez, pp. 71-96.

18 Para detalles pormenorizados de los relieves y su interpretación véase Grimal, El siglo de Augusto, pp. 97-101; Zanker, op. cit., pp. 151-157, 208-216, y Bauzá, op. cit., pp. 277-285.

19 Véase la misma imagen un siglo después en fig. 2.

20 Contreras, p. 176; Santos Yanguas, pp. 231, 233, 239, señala que "el desarrollo del culto de Divus Iulius y su asociación con el de dea Roma desempeñaría un papel significativo en la consolidación del poder de Octaviano". Además nos informa que en vida, Augusto había ya iniciado la difusión del culto imperial con la acuñación de monedas en distintas regiones con la leyenda ROM ET AVG. para promocionarse. Es hasta la época de Nerón en la que se registra un mayor número de monedas (91) dedicadas a Roma con el objetivo de honrarla como protectora de la urbe y de su Imperio. Después de la dinastía Julio-Claudia, la diosa Roma aparecería en las monedas como símbolo de perennidad de la urbe y de la divinidad.

21 Contreras, pp. 176-177.

22 Algunos ejemplos son denarios del año 154, 137, 126 y 120 a. C., en cuyo anverso aparece la diosa Roma con casco. Cf. http://www.ite.educacion.es/w3/eos/MaterialesEducativos/mem2000/nomisma/sis/sis.htm [19 Diciembre 2009]. También Mattingly, et al., Roman Imperial Coinage; en Grimal, Marco Aurelio, pp. 164, 165, 176, 181, registra que en monedas del año 165, 166, 170 y 172 d. C., la diosa aparece con atuendo militar.

23 Contreras, p. 177.

24 Luc., I, 185-204.

25 Symm., X, III, 9-10.

26 Amm., 16, 10, 13-15.

27 Claud., Cons. Stil, III, 130-160.

28 Rutil. Nam., De red., I, 48-73; 78-82.

29 Tac. Agr., XXX, 6-7.

30 Por el contrario, el sofista griego Elio Arístedes en su discurso pronunciado en el 143 d. C., en el mismo siglo II, titulado Discurso a Roma, 51, 58, 91, con una postura antitética a la de Tácito, alaba a los romanos por su cualidad innata para mandar, su "arte de gobernar". En este interesante discurso elogia la organización política de Roma, su actitud benevolente hacia sus súbditos, vistos no como extranjeros, sino como compatriotas, sus instituciones, su administración, su justicia, su filantropía.

31 Min. Fel., Oct., VIII, 1-2; 3-5.

32 Ibid., XXII, 1-7; XXIII, 1-8; 24, 11-13.

33 Min. Fel., Oct., XXV, 2-7, 7.

34 Ag., Civ., Dei., V, XXI: Ille igitur unus verus Deus, qui nec indicio, nec adiutorio deserit genus humanum, quando voluit, et quantum voluit. Romanis regnum dedit: Por consiguiente, auqel único Dios verdadero, que ni en su juicio ni en su ayuda abandona al género humano, cuando quiso y en cuanto quiso, dio el reino a los romanos.

35 Prud., Symm., II, 602-609, 613-620.

36 Sonsoles Guerras, p. 23.

37 Oros., Hist., III, 8, 6.

38 Ibid., VI, 1, 5; 7-8.

39 Ésta es la opinión de Virgilio en Aen., I, 222-237; 254-280 y de Liv., I, IV, 1: sed debebatur, ut opinor, fatis tantae origo urbis maximique secundum deorum opes imperii principium: pero se debía al hado, como opino, el origen de una ciudad tan importante y el comienzo de un imperio muy poderoso después del poder de los dioses.

40 D. H. mantiene esta idea en Antiquitates Romanae, I, 5, 1-4; Flor., 1, 1, 9 expone lucha entre la Virtus y la Fortuna; en cambio, Amm., Hist., 14, 6, 3 consideró la grandeza de Roma como el resultado de la alianza entre Virtus y Fortuna.

41 Hadas, p. 15.

42 Aus., Urb., I.

 

Información sobre la autora

Yazmín Victoria Huerta Cabrera, maestra en Letras (clásicas) por la Universidad Nacional Autónoma de México, imparte Literatura Latina III y IV y Curso Básico de Latín I en la Facultad de Filosofía y Letras. Es estudiosa de Séneca el Viejo y de las Declamationes del siglo I d. C.

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