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Nova tellus

versión impresa ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.26 no.1 Ciudad de México ene. 2008

 

Artículos y notas

 

La presencia de los dioses en el Hiparco de Jenofonte

 

Carolina Olivares Chávez

 

Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: caro@servidor.unam.mx

 

Recepción: 10 de enero de 2008.
Aceptación: 2 de mayo de 2008.

 

Resumen:

El tema religioso en Jenofonte ha sido abordado por varios estudiosos, y con frecuencia se ha puesto en duda si él cree realmente en las deidades o si en su obra la presencia de los dioses es superficial. Mi análisis del tratado hípicomilitar Hiparco, compuesto hacia el final de la vida de Jenofonte, revela que en realidad su postura hacia los dioses es indicativa de una fe genuina.

Palabras Clave: caballería griega, dioses, hiparco, Jenofonte, religión griega.

 

Abstract:

The religious aspects in Xenophon's works have been studied by several scholars, who for the most part have doubted if he actually believed in the existence of gods or if their presence in his works was rather cursory and conventional. My own analysis of the Hipparchus, a treatise on equestrian–military matters written towards the end of Xenophon's life, reveals that his attitude towards the gods betrays a genuine belief.

 

El tema religioso en Jenofonte ha sido abordado por varios estudiosos — por ejemplo Nilsson y Anderson—, y con frecuencia se ha discutido si él cree genuinamente en las deidades o si en su producción literaria la presencia de los dioses es superficial.1 Por mi parte, considero que en este tratado hípicomilitar, integrado por 9 libros y compuesto hacia el final de su vida, el jefe de los Diez Mil expresa con claridad cuál es su postura en torno a la piedad religiosa. Luego de realizar la traducción y el correspondiente análisis de este opúsculo, encuentro lo siguiente.

 

Deberes del hiparco

En general, conviene señalar que este breve tratado inicia y concluye con una alusión directa a los dioses.2 Desde el momento en que el comandante de la caballería asume su cargo, es preciso que siempre tenga en mente a las divinidades; esto explica el hecho de que su primera tarea consista en ofrecer un sacrificio a las deidades, para que durante su gestión lo ayuden a pensar, hablar y actuar de un modo más benévolo, más glorioso y más útil para sí mismo, para sus amigos y para la 3 Inmediatamente después, Jenofonte sostiene que sólo con la venia divina debe intentar sus reformas a la caballería;4 luego agrega que es preciso implorar a los dioses que sus estratagemas den buen resultado.5

En el libro VI, aclara que un buen hiparco tiene que ganarse la obediencia de sus hombres y esto lo conseguiría con mayor facilidad: "si también tuvieran en mente esto, que no los conduciría a la aventura contra los enemigos, ni sin la ayuda divina, ni contra los presagios".6

Más adelante, Jenofonte asevera que el hiparco ateniense "debe distinguirse con mucho tanto por honrar a los dioses como por ser belicoso",7 añade que con la ayuda de las deidades debe cuidar que se ejecute lo que sabe que es bueno para el óptimo desempeño de la fuerza de caballería.8 De igual modo, debe disponer las formaciones más pertinentes para las procesiones religiosas y para las exhibiciones públicas, según el lugar donde se lleven a cabo.9

Así mismo, para que el hiparco pueda hacer reformas sustanciales al cuerpo ecuestre, es imprescindible que los dioses le sean propicios.10

 

Procesiones y exhibiciones

Por lo que atañe al ámbito religioso en tiempo de paz, Jenofonte aconseja lo siguiente:

es necesario que el hiparco mismo se preocupe por estas cosas: primero, porque en favor de la caballería se ofrezca un sacrificio a los dioses; después, porque durante las festividades se realicen procesiones dignas de ser vistas; y luego, porque ante la ciudad se exhiban cuantas cosas sean necesarias, de modo que en la mayor medida posible se muestren las más hermosas.11

En el libro III describe minuciosamente una procesión religiosa o este pasaje es muy importante porque aporta valiosos datos sobre el papel que desempeñaba la caballería durante la celebración de las Panateneas:

Creo que las procesiones serían gratísimas a los dioses y también a los espectadores, si desde cuantos templos y estatuas hay en el Ágora, comenzando éstas por los Hermes, [los caballeros] cabalgaran en círculo en torno a ellas para honrar a los dioses. Así mismo, en las Dionisias, los coros son gratos a los restantes dioses y también a los Doce, cuando danzan.

Y luego de que vuelven a estar cerca de los Hermes, una vez que han cabalgado en círculo, desde allí me parece que es hermoso que, por escuadrones, los caballos regresen a galope hasta el Eleusino. Y no omitiré las lanzas, especialmente de qué manera se entrecruzarían unas con otras; pues es preciso que cada uno la mantenga en medio de las orejas del caballo, si es que han de ser temibles y claras, y si al mismo tiempo ha de parecer que son muchas.

Mas después de que a galope hayan terminado la cabalgata, es hermoso que ya al paso [los caballeros] cabalguen otra vez hacia los templos, como antes. Y así, ya todo cuanto hay acerca del caballo montado habrá sido demostrado a los dioses y a los hombres.

Incluso, sé que los jinetes no están habituados a ejecutar esto; pero reconozco que será bueno, hermoso y grato para los espectadores.12

La plasticidad con Jenofonte narra esta ceremonia a menudo ha sido interpretada como un magnífico recurso para conseguir nuevos reclutas, gracias a la espectacularidad y la admiración que ante los demás ciudadanos despierta el cuerpo de caballería. Daremberg, por ejemplo, opina que con éstas paradas militares la caballería quedaba bien ante la ; y , puesto que Jenofonte veía que la mayoría de quienes deseaban ser hiparcos no tenían otra ambición más que lucirse durante las fiestas, los reprende, les muestra que sus funciones eran serias, que podían prestar grandes servicios a la patria y a los dioses. En este sentido, el jefe de los Diez Mil no quiere que el hiparco se luzca solo, sino con todos sus caballeros, pues la verdadera presea de un comandante de caballería es que tenga buen cuidado de su regimiento entero.13

De acuerdo con Spence, la percepción de la clase ecuestre como un grupo distinto dentro de la sociedad se reforzó con su participación en exhibiciones públicas, festivales religiosos y procesiones, que fueron las más memorables manifestaciones de la identidad corporada y social de la caballería.14

Según Salomone, Jenofonte "hace leva sobre todo por la belleza, el lustre, la pompa de los desfiles religiosos, más que por el arduo adiestramiento continuo para un arma permanente.15

De igual modo, Petroccelli considera que las procesiones y las paradas militares tienen un objetivo a todas luces propagandístico. 16

Pese a estas opiniones, coincidió con Bugh en que el esplendor de las cabalgatas durante los festivales había sido ponderado contra las exigencias de su preparación para el tiempo de guerra y la onerosa carga financiera que implicaban.17 En otras palabras, para esta época los ciudadanos ya no se dejaban arrastrar tan fácilmente por el brillo ocasional de la caballería, pues daban mayor importancia al hecho de que durante todo un año debían soportar múltiples esfuerzos físicos y económicos.

Por mi parte, considero que, si bien a Jenofonte le interesa sorprender gratamente a su público, se pierde de vista su primer objetivo, lograr que los caballeros cumplan su deber primordial: rendir honores a los dioses patrios.

En cuanto a las exhibiciones, según este tratado, unas se llevaban a cabo en la Academia, otras en el Liceo, otras en Falero y unas más en el Hipódromo.18 Conviene aclarar que Jenofonte menciona cuatro lugares, pero falta la descripción de las evoluciones efectuadas en Falero. Al respecto, Petroccelli dice que esto se solucionaría si se entendiera que en lugar de referirse a esta región, en realidad alude al hipódromo ubicado cerca de este sitio.19 Al igual que las procesiones religiosas estos actos ofrecían a los , no sólo la oportunidad de lucirse y de aprobar un examen, sino además representaban el momento ideal para justificar su existencia ante el pleno de la sociedad, al mostrar que estaban bien entrenados y que constituían una opción digna de tomarse en cuenta para defender a la ante cualquier amenaza. , por ejemplo, opina que éstas exhibiciones resultaban idóneas para mostrar la cantidad de habitantes que tenía la ciudad, su vigor físico, su valor intelectual, su riqueza y su patriotismo; de modo que ante tal espectáculo los aliados desistían de organizar rebeliones.20 Cabe señalar que las maniobras puestas en práctica por los , durante las paradas militares eran parte de su preparación para la guerra.21

Con base en la descripción tan cuidadosa de tales evoluciones, varios estudiosos —entre ellos Daremberg, Spence y Salomone— opinan que estos pasajes contienen la auténtica propuesta de Jenofonte: el lucimiento de la caballería y su reafirmación como clase social, a través de exhibiciones con fines básicamente propagandísticos. El caso más representativo es el de Salomone, para quien "el aspecto espectacular de la caballería y su adiestramiento específico para los desfiles, más que promover esta arma, exalta su uso no como instrumento bélico, sino como fin de utilidad civil y medio de belleza".22

No obstante, coincido con Petrocelli23 en que, lejos de preocuparse únicamente por la hermosura de los espectáculos ecuestres, el escritor toma en cuenta la utilidad y la eficacia que se pueden obtener de un regimiento bien adiestrado, que siempre mantiene el orden de su formación y ejecuta sus movimientos con elegancia y sincronía. En este sentido, el veterano ateniense alude al concepto del en sus acepciones estrechamente unidas de orden y belleza. Con base en esto, me atrevo a afirmar que en verdad alude a la virtud jenofóntica por excelencia, la aplicada a esta fuerza militar: el aspecto exterior de dicha virtud radica en la belleza que produce el contemplar una formación ordenada y evoluciones realizadas de manera impecable; mientras el aspecto moral o espiritual consiste en que los caballeros persiguen un objetivo común, salvaguardar a Atenas.

 

Los dioses y su presencia en el campo de batalla

Si bien la observancia de los ritos religiosos es importante en tiempo de paz, se torna vital en época de guerra, porque contribuye a elevar la moral de los hombres y hace que perseveren en la lucha, dado que pelean con mayor denuedo al tener la seguridad de que las deidades están de su lado y jamás los abandonarán a su suerte.

Por lo que concierne a las actividades bélicas propiamente dichas, ante el supuesto de que los , y los soldados de infantería tuvieran que actuar en conjunto para evitar una invasión a Atenas, Jenofonte piensa que

con la ayuda divina los jinetes también serán mejores, si alguien cuida de esto como se debe, y los hoplitas no serán inferiores al tener ciertamente cuerpos más fuertes y espíritus más amantes de los honores, si se ejercitan correctamente con la ayuda divina.24

En el libro VII Jenofonte habla específicamente de la noble empresa que debe cumplir la fuerza de caballería, defender a la en el caso de una posible invasión beocia. Gracias a los dioses, los caballeros serán mejores, si el hiparco cuida de ello como se debe, y también las deidades los auxiliarán para que puedan realizar sus planes de la mejor manera. De este modo, las maniobras antes sólo consideradas "bellas" adquieren su pleno significado, al tener como misión proteger la ciudad, sin importar que los enemigos sean más poderosos y experimentados.

Luego, en el libro VIII, al referir con lujo de detalle las funciones que desempeñarían los , al enfrentar a un enemigo más fuerte, Jenofonte enfatiza que vencer en la guerra es mucho más glorioso que ganar cualquier justa deportiva; pues la también participa de la gloria que acompaña a los triunfos bélicos, e incluso los dioses la premian con la felicidad.25

Igualmente, cuando se preparan emboscadas y se ataca de improviso al enemigo, la intercesión de las deidades es indispensable para que todo resulte según la estrategia planeada.26 Los dioses también cuidan que los caballeros estén bien adiestrados, y puedan poner en práctica sus conocimientos teóricos.27 Por último, solamente si la divinidad lo quiere, el hiparco podrá instituir las reformas que Jenofonte propone en este tratado.28

Con fundamento en el pasaje de Eq. Mag., VII, 4 , Bugh opina que Jenofonte sugiere que la protección de los terrenos rurales de Ática era factible, mas habla de esto como si fuera una hazaña casi imposible, al necesitar la intervención de los dioses y de un hiparco brillante.29

A propósito de lo anterior, Delebecque sostiene que, si la ciudad decreta una movilización general, "existen bellas esperanzas", pues con la ayuda de los dioses los caballeros atenienses tendrán más valor que el enemigo, pero Jenofonte propone tales condiciones de entrenamiento, tanto para ellos como para la infantería, que, si rechaza todo derrotismo, permanece en el campo de la esperanza y cuenta más con la Providencia que con la forma existente de una armada organizada, lista para la acción. Más adelante el estudioso agrega que Atenas necesita la alianza entre los dioses y un hiparco que sea "un hombre completo", y Jenofonte disimula mal su dificultad para darle sus consejos. Se refugia en una pequeña paradoja: ¡más vale el pequeño número!30

A partir de ambos comentarios, Bugh y Delebecque consideran que Jenofonte invoca a la divinidad en los momentos cruciales de la guerra, porque en el fondo sabe que sus propuestas son imposibles. Pero disiento de ellos, pues el hecho de que pida que se tome en cuenta a los dioses al entablar un combate, lejos de implicar una derrota ineludible, indica que el caballero en cualquier circunstancia tiene que ser piadoso, máxime durante un estallido bélico. Como el propio Jenofonte afirma: "en tales circunstancias, no es posible encontrar a nadie a quien se le pueda pedir un consejo excepto a los dioses".31 Esta aseveración dura y realista adquiere su verdadero significado al recordar que se deriva de las experiencias personales del jefe de los Diez Mil.32 Frente a la incertidumbre y al miedo producidos por los horrores de la guerra, ¿quien más puede ayudar al militar que se encuentra en el campo de batalla, quién le puede infundir valor y comprender a cabalidad la sensación de fragilidad humana que lo invade, sino los dioses?

Sin embargo, desde mi punto de vista, Jenofonte no es un creyente pasivo, en el sentido de que deje todo en manos de la divinidad, en espera de que suceda lo que en términos modernos denominamos milagro, sino que está consciente y advierte que cada quien debe cumplir correctamente con sus encomiendas y esforzarse para alcanzar el triunfo,33 porque, si se hace esto, hay mayores probabilidades de garantizarse la protección divina; de lo contrario, aunque se suplique el favor de los dioses, por lógica no se obtendrá, ya que no existe una fe sincera.34 Siguiendo con este orden de ideas, los , tienen que actuar de manera congruente con lo que piensan. No tiene ningún sentido que imploren la ayuda de las deidades, cuando no se preocupan por honrarlas como conviene, por observar sus ritos religiosos y sin creer verdaderamente en ellas. Considero que es aquí donde adquiere auténtica relevancia su participación en las procesiones religiosas, pues al demostrar lo que saben y son capaces de hacer se esfuerzan principalmente por agradar a los dioses.35 Por esta razón, no es gratuito que Jenofonte le advierta al hiparco que tiene que distinguirse con mucho por honrar a los dioses y por su belicosidad,36 ya que para solicitar el auxilio divino es preciso que él mismo, en su calidad de jefe de la caballería, ponga todo su empeño en planear una buena estrategia, en superar los problemas y, de forma simultánea, sea piadoso tanto en la teoría como en la práctica. Pero, ¿cómo puede ser piadoso en la práctica? Además de cumplir voluntariamente con los ritos religiosos y de participar en las procesiones, tiene que poner atención en los mensajes enviados por los dioses, ya que "ellos saben todo y lo anuncian de antemano a quien ellos quieren: a través de sacrificios y augurios, de oráculos y sueños".37

Cabe recordar que Diógenes Laercio afirma que este autor era piadoso, amante de los sacrificios y experto en interpretarlos;38 en consecuencia, Jenofonte habla con conocimiento de causa.

Debido a su trayectoria militar, a Jenofonte mejor que a nadie le consta que los hombres muestran una mejor disposición anímica cuando ven y están convencidos de que sus superiores acatan los designios que los dioses les expresan mediante los sacrificios, los oráculos y los sueños.39

El vínculo entre las actividades bélicas y lo sagrado radica en la necesidad de una garantía de la protección divina, motivo por el cual, fuera al inicio de la guerra o durante las campañas, la observación de los presagios como manifestación del cielo era fundamental. Eso explica que, cuando un ejército se dirigía al campo de batalla, le seguían adivinos, quienes en toda ocasión importante hacían sacrificios e interpretaban tales señales.40 Una de las funciones de los ritos sacrificiales era fomentar la disciplina, la solidaridad y el valor, indispensables para sobrevivir al enfrentamiento bélico. Se efectuaban en el campo o en la ciudad antes de salir hacia la batalla; en el curso de estos sacrificios los presagios tenían que ser interpretados como favorables antes de que la acción pudiera comenzarse; por lo regular respondían a varias razones, y, en particular, antes de dejar el campo para entablar el combate.41 Los términos usados son : la palabra y significa sacrificar con vistas a consultar los presagios, y son las partes sagradas del animal sacrificado; en sentido más amplio, equivale a sacrificios hechos con fines adivinatorios antes de una empresa.42

En cuanto a la adivinación basada en los pájaros, ésta consistía en interpretar el vuelo y el grito, la actitud y el movimiento de las aves; de manera que ciertas deidades tenían como mensajeros a determinados pájaros, de preferencia aves de presa, las más poderosas y las más rápidas, como el águila de Zeus, el cuervo de Apolo, o la lechuza de Atenea. Otras aves traían presagios con su aparición, sus actos imprevistos, sobre todo, durante la realización del sacrificio, cuando el dios manifestaba su aceptación o su rechazo.43

Por lo que toca a la oniromancia, en el ámbito castrense sólo se consideraba significativo lo que soñaba el jefe de los soldados, pues se pensaba que sus sueños se relacionaban estrechamente con el desarrollo de la contienda. Los antiguos griegos creían que ésta era una forma mediante la cual los dioses le revelaban su voluntad al líder.44

Gracias a este conjunto de señales divinas, el jefe podía tomar decisiones importantes para que su misión fuera exitosa.45 Consciente de que a veces los adivinos se dejaban sobornar, Jenofonte, está convencido de que un buen jefe debe tener nociones de adivinación, para no dejarse manipular por los demás,46 pues la interpretación de estas señales divinas tenía serias repercusiones en el ánimo de los soldados. Dicha observación se deriva de las desagradables experiencias que vivió en Asia Menor, donde en varias ocasiones tuvo que enfrentar a los soldados, enardecidos a causa de las insidias de algunos de sus propios hombres.47

Sin embargo, no bastaba con comprender los designios de las deidades, sino que era necesario acatarlos. Cuando un presagio era adverso, el ejército debía permanecer en el mismo sitio y su comandante no debía iniciar las hostilidades hasta que, luego de repetir los sacrificios, obtuviera resultados favorables; si por algún motivo el líder contravenía la voluntad divina y entablaba el combate, esto equivalía a elegir el suicidio colectivo, algo imperdonable, ya que la principal función del jefe consistía en procurar el bien de la comunidad, en este caso, el bien de su regimiento y de la .48

 

Conclusiones

Tras analizar esta obra de Jenofonte, encuentro que su religiosidad es genuina, pues es producto de sus convicciones y experiencias personales, como él mismo declara:

Si alguien ve esto con sorpresa, que con frecuencia se ha aconsejado actuar con la ayuda divina, sepa bien que cuando a menudo se corre peligro, esto le causará menos extrañeza; y si considera que cuando hay guerra los enemigos traman asechanzas unos contra otros, pero rara vez saben cómo están las asechanzas.49

Sin duda la piedad es una virtud esencial para Jenofonte, que incide en todos los ámbitos de la vida humana, pero no concuerdo con Jaeger, quien afirma que el guerrero de Jenofonte es el hombre que confía lisa y llanamente en Dios,50 cual un creyente pasivo. Por el contrario, con base en sus vivencias como soldado de caballería y mercenario, este escritor sabe que, para tener autoridad moral sobre los subordinados, es muy importante que quien los comanda sea congruente entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace, de manera que para exigir algo debe ser capaz de hacer esto que pide, y ya que sólo se puede aprender la virtud al tener trato con alguien virtuoso y emularlo, es evidente que la personalidad del hiparco ejerce en esta obra un papel pedagógico, por eso es él quien tiene que distinguirse por su piedad en todo momento, tanto con actos como con palabras. Porque, como Jenofonte dice ya para concluir su opúsculo:

Es natural que prefieran aconsejar a éstos que no sólo les preguntan qué conviene hacer cuando lo necesitan, sino que también en la prosperidad veneren a los dioses en la medida de sus posibilidades.51

De lo anterior se desprende que, para conseguir el favor de las deidades, es menester que no se les invoque nada más para pedirles favores, sino que en cada instante de la vida pública y privada hay que ser piadoso, y esta piedad debe reflejarse en los pensamientos, en las palabras y en las acciones cotidianas. A todas luces, Sócrates influyó en la formación intelectual y moral de Jenofonte, pero esto no significa que su discípulo haya mantenido una postura acrítica con respecto a las enseñanzas del filósofo, sino que, en mi opinión, retomó varias ideas de su maestro a causa de que comulgaba con ellas, ya que se adecuaban a su propia naturaleza y a su propia forma de pensar. Por mi parte, considero que al componer esta obra, el jefe de los Diez Mil reflexiona y escribe lo que su espíritu le dicta, lo que su experiencia le aconseja y lo que le consta que funciona, pues él mismo lo ha puesto en práctica a lo largo de su existencia.

 

Bibliografía

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Notas

 

 

Información sobre la autora

Carolina Olivares Chávez, maestra en Letras (clásicas) por la Universidad Nacional Autónoma de México, es estudiosa de la fauna en Aristóteles y, en particular, de la ética y la paideia en Jenofonte.

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