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Revista de la educación superior

versión impresa ISSN 0185-2760

Rev. educ. sup vol.43 no.172 Ciudad de México oct./dic. 2014

 

Reseñas

 

Leer y escribir para ingresar a la educación superior*

 

Felipe Garrido**

 

** Director adjunto y miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, docente, narrador, poeta, traductor, cronista, ensayista, editor y promotor de la literatura. Facebook: felipe.garrido.507

 

Habilidades lingüísticas de los estudiantes de primer ingreso a las Instituciones de Educación Superior. Área Metropolitana de la Ciudad de México constituye una aportación muy importante a los estudios sobre educación. Sus autores, su coordinadora –Rosa Obdulia González Robles– y la institución que lo publica, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior, merecen el más amplio reconocimiento. Para la Academia Mexicana de la Lengua y para mí en lo particular, la invitación a participar en su presentación es un alto honor y motivo de la mayor gratitud.

Debo hacerle, sin embargo, un ligero reparo. En la primera línea de la Presentación, dice Habilidades lingüísticas que "La Real Academia de la Lengua Española define la palabra diagnosticar como 'recoger y analizar datos para evaluar problemas de diversa naturaleza'." Debo aclarar que la Real Academia de la Lengua Española no existe. La tricentenaria corporación es meramente la Real Academia Española, la RAE. Y quien define no es la RAE, sino el Diccionario, que no es obra exclusiva de la RAE sino, como puede verse en su recién aparecida vigésimo tercera edición, de la Asociación de Academias de la Lengua Española, la ASALE, fundada en México en 1951. El DRAE es ahora el dile, el Diccionario de la Lengua Española. Es un detalle importante; subraya el hecho de que el español no está normado desde ninguno de los países que lo compartimos, sino desde la asociación de sus veintidós academias. Pronto veintitrés, pues en la ya muy cercana FIL de Guadalajara se anunciará la creación de una más, la de la Guinea Ecuatorial, el único país africano cuya lengua oficial es el español.

La anomalía que señalo –ya habrá oportunidad de corregirla–, en nada le resta importancia a esta obra. Los resultados que ofrece convocan a la reflexión sobre la enseñanza del español en el sistema educativo, y ofrecen a las Instituciones de Educación Superior una información muy pertinente sobre los estudiantes que reciben, pues las habilidades lingüísticas son la plataforma sobre la que se construyen los procesos del aprendizaje.

Hoy en día, una característica de la enseñanza formal, en cualquier campo de aprendizaje, dice la obra (p. 208), "es que no puede desvincularse de la lectura [y de la escritura] como un medio fundamental para obtener conocimiento y formar un criterio [...] En consecuencia, la relevancia del desarrollo de la comprensión lectora [y de la escritura] en la formación académica resulta incuestionable".

Según el estudio, sin embargo, estos alumnos de primer ingreso, los mejores entre los que aplican a las convocatorias, en una evaluación de 1 a 10 apenas alcanzan 5.9 en comprensión de la lectura. El dato debe preocuparnos. Es "un indicador claro de que las IES receptoras de estos estudiantes deben poner en práctica programas que los apoyen". Señala, además, que "estos resultados constituyen un llamado de atención para las instituciones de educación media superior" (p. 219).

Yo diría que esto va mucho más lejos. Que se extiende a los niveles de enseñanza básica y, aún más allá, a la formación y al desempeño de los maestros, del preescolar al posgrado. Sería sano y útil que un estudio paralelo al que ahora vemos explorara el universo de nuestros docentes.

Más que ocuparme de describir este libro en detalle –algo que mis compañeros en el estrado han hecho brillante y detalladamente– voy a aprovechar esta oportunidad para referirme a un marco mucho más amplio.

Conozco bien el problema. Comencé a trabajar en la formación de lectores en 1963, hace medio siglo, cuando empecé a dar clases, en una preparatoria, y descubrí que no todos mis alumnos, pese a estar muy bien alfabetizados, eran lectores ni solían escribir..

Dirigí en la SEP el programa Rincones de Lectura. Fundé, con Alfonso de Maria y Campos, las Salas de Lectura que el Conaculta mantiene vivas. Diseñé y dirigí desde su fundación en 2007 hasta noviembre de 2013 el Programa Universitario de Formación de Lectores de la Universidad Veracruzana, del cual se deriva la Especialización en Promoción de Lectura de dicha universidad, que ha sido incorporada al Programa Nacional de Posgrados de Calidad del Conacyt.

Hacia 1970 era ya evidente que las deficiencias en la comprensión de la lectura y en la capacidad de escribir estaban lejos de ser cosa de niños. Los estudiantes que llegaban a las universidades no entendían los libros de texto ni podían hacer un resumen, mucho menos un trabajo de investigación.

En 1970 México tenía 48 millones de habitantes, un índice de analfabetismo de casi 26 por ciento y un nivel de escolaridad de tres años y medio. Para 2010 el analfabetismo se había reducido a 7 por ciento y la escolaridad había aumentado a ocho años y medio. Una hazaña; mayor aún si se piensa que en esos cuarenta años la población del país pasó de 48 a 112 millones. En el camino descubrimos que la alfabetización es indispensable, pero que no basta para formar lectores capaces de escribir y, en consecuencia, no alcanza a detonar los procesos de desarrollo que México necesita. Porque, finalmente, de eso se trata. La educación y la cultura, la escritura y la lectura, los libros y las nuevas tecnologías deben llevarnos a vivir mejor.1

No basta con que la población sepa leer y escribir. No es lo mismo estar alfabetizado que ser un lector capaz de producir textos. De cada cien mexicanos, 93 pueden leer y escribir, y en su mayoría lo hacen día con día por necesidad y por obligación, para estudiar, trabajar o buscar información. Esta lectura y esta escritura utilitarias tienen un uso práctico inmediato y, hasta ahora, son lo que nos dan nuestras escuelas.

Para la lectura y la escritura utilitarias basta un nivel de comprensión tan bajo que puede hablarse de una simulación de la lectura: se repiten palabras que se entienden a medias, o no se entienden. Y, ya se sabe, sin comprensión no hay lectura.

Además de leer y escribir por necesidad y obligación todos los días –las lecturas utilitarias son parte de nuestra vida–, los lectores leen y escriben también por el interés y el placer de hacerlo. Y eso es una gran diferencia. Pues para que una lectura sea gratificante y provechosa, para que nos permita formar redes de conocimiento, hace falta ir más allá de la superficie. El buen lector aprende a profundizar en la comprensión.

En 2010 había en México más alfabetos que en 1970. Era natural, pues la población se había más que duplicado. También el número de lectores había crecido, pero en proporción mucho menor. Al concluir la primera década del siglo, la población alfabetizada era de 34 millones: cuatro millones eran lectores; y treinta millones habían aprendido a leer y a escribir, pero lo hacían sólo cuando no había más remedio; eran alfabetos no lectores.2 Como lo son, en general, los alumnos que ingresan en las Instituciones de Educación Superior.

Cuatro millones de lectores frente a treinta millones de alfabetos no lectores son cifras alarmantes. Implican enormes desperdicios de oportunidades, tiempo y dinero por parte del Gobierno, las familias y las personas. Cuatro millones son muy pocos respecto al número de mexicanos alfabetizados y respecto a los que haría falta tener para alcanzar el nivel de desarrollo que el país necesita.

Existe una relación directa, probada, entre el nivel de lectura de los estudiantes y su rendimiento escolar. Los mejores alumnos son mejores lectores que sus compañeros.

Esa es una buena razón para que nos preocupe ir más allá de la alfabetización y formar lectores capaces de escribir.

Existe también una relación directa, probada, entre el nivel de lectura de un país y su nivel de desarrollo. En las naciones donde se vive mejor se lee más.

Esa es otra buena razón para formar lectores que se esfuercen por comprender mejor lo que leen, que lean y escriban todos los días; que incluyan en sus lecturas cuentos, novelas, ensayos, teatro, poemas, porque si algo puede hacernos verdaderos lectores, ese algo es la literatura.

Un lector capaz de producir textos está entrenado para construir la comprensión. Ha aprendido a muestrear, a anticipar, a inferir, a relacionar datos, a rectificar lo que va entendiendo mientras sigue leyendo –estos mecanismos se adquieren sólo con la lectura misma–3, a reconocer las lagunas en su formación, a darse cuenta de lo que entiende –un lector incipiente o mal formado no se pregunta si está comprendiendo lo que lee– y lo que no alcanza a entender. Estar al tanto de lo que no se entiende es indispensable para construir la comprensión.

Un lector capaz de escribir termina por contraer la manía de entender; llega el momento en que exige explicaciones y no las acepta a medias. Un lector capaz de escribir continúa aprendiendo, multiplicando experiencias, madurando, ampliando horizontes durante toda la vida. A final de cuentas, todos terminamos por ser autodidactos y cada quien sabe hasta donde cada quien lee. Ejercitarse en la escritura, por su parte, es una manera de adiestrarse en el arte de pensar.

Tomando todo esto en cuenta, ¿qué tiene de extraño que los mejores lectores y escritores resulten ser mejores alumnos? Entienden mejor y, por lo tanto aprenden mejor, tardan más en olvidar, vinculan unos conocimientos con otros. Su rendimiento es consecuencia de su calidad de lectores capaces de escribir. Esos mejores alumnos serán mejores trabajadores, mejores profesionales, empresarios y políticos más capaces... y podrán armar sociedades más prósperas y justas, donde se disfrute de un nivel de vida más alto.

En el último tercio del siglo XX el mayor reto para los mexicanos era lograr que la mayoría supiera leer y escribir. Lo que sigue ahora es formar como lectores a esos treinta millones de alfabetos no lectores que hay en el país, muchos de los cuales son esos alumnos de primer ingreso de los que se ocupa nuestro libro.

¿Quién podrá hacerlo? En parte esa tarea corresponde a la multitud de salas, clubes, círculos, programas y proyectos para la formación de lectores que han surgido en los últimos tres decenios lo mismo como iniciativas de voluntarios que de toda clase de autoridades. Pero quienes deben ocuparse de la población escolarizada –32 millones, dos más que los alfabetos no lectores– son los maestros.4

Para que los maestros puedan cumplir con esta responsabilidad hace falta que ellos mismos sean lectores capaces de escribir y, además, que la SEP cambie el propósito de los doce o catorce años de la educación básica. Esa meta no debe ser ya alfabetizar a los alumnos, sino formarlos como lectores capaces de producir textos.

Jamás conseguiremos una población mayoritariamente lectora mientras no logremos hacer lectores a los maestros y convertirlos en los más importantes promotores de la lectura y la escritura.

Estas dos condiciones son obligatorias. Un maestro, un bibliotecario, un promotor de la lectura y la escritura, un universitario tiene que ser un buen lector y ejercitarse en la escritura. Esto no es opcional. Tiene que ser. Lo subrayo porque la visión romántica –en el peor sentido de la palabra– de que la lectura autónoma tiene que estar libre de cualquier tipo de obligación se ha extendido más de la cuenta.

Existe el derecho a no ser lector. No todos están obligados a ser lectores autónomos. De acuerdo. Pero si alguien decide ser un promotor de la lectura y de la escritura, un profesor, un universitario, entonces sí tiene la obligación de ser un buen lector y de escribir con frecuencia.

No todos estamos obligados a saber de anatomía. Pero más nos vale que los médicos crean que ellos sí deben conocerla.

Espero que esté claro para qué queremos lectores letrados, capaces de producir textos, de convertir su experiencia en expresión. Los queremos para que México sea una nación más respetada, más justa, más próspera, más democrática. Una patria donde se viva mejor.

Es importante leer, y es igualmente importante escribir. La escritura es un proceso inextricablemente vinculado con la construcción del pensamiento y del conocimiento. Por eso el SNTE ha puesto en marcha, desde junio de este año –lo conozco bien porque yo lo dirijo–, un taller para la formación de lecto-escritores centrado en la producción de textos. Lo hace consciente de que, para ser significativa, la redacción debe estar vinculada íntimamente con sus contenidos. Cada campo de conocimiento tiene sus propias formas de organizar y desarrollar un texto.

Dada la trabazón de escritura y conocimiento, escribir es esencial para el aprendizaje en toda asignatura. Escribir sobre una materia es una forma de apropiarse de su vocabulario y sus contenidos. Este enfoque preconiza la necesidad de incorporar la lectura y la escritura a los programas de todas las asignaturas, y al ejercicio profesional del magisterio. Leer para entender y escribir con orden y claridad es el cimiento de la educación.

A esa misma conclusión llega el libro que presentamos:

De manera distorsionada, la escritura ha sido considerada tradicionalmente una habilidad simple y generalizable, aprendida (o no aprendida) en la escuela, que no se relaciona con las disciplinas; una habilidad universalmente aplicable, desprovista de 'contenido', una técnica separable e independiente. Sin embargo, su dominio (más allá de la simple codificación de sonidos) implica un aprendizaje continuo que debe ser trabajado a lo largo de toda la trayectoria académica y profesional. Por ello, sería conveniente sistematizar y graduar su desarrollo incorporando la reflexión lingüística y metalingüística al trabajo de los distintos niveles textuales. (P. 330.)

Espero que seamos capaces de hacerlo.

 

Referencias

Garrido, Felipe (2012). Manual del buen promotor. México: Conaculta (Alas y Raíces).         [ Links ]

Garrido, Felipe (2012). Los mecanismos de la comprensión –o de la lectura–. En Garrido, Felipe. Manual del buen promotor. México: Conaculta (Alas y Raíces).         [ Links ]

Garrido, Felipe (2014). Que todos sean lectores. En Garrido, Felipe, El buen lector se hace, no nace. México: Paidós.         [ Links ]

Garrido, Felipe (2014). Para leerte mejor. México: Paidós.         [ Links ]

 

Notas

* González Robles, Rosa Obdulia (coord.) (2014). Habilidades lingüísticas de los estudiantes de primer ingreso a las Instituciones de Educación Superior. Área Metropolitana de la Ciudad de México. México: ANUIES.

1 Véase "Que todos sean lectores", en mi libro El buen lector se hace, no nace. Paidós, México, 2014.

2 Expongo las cifras con detalle y cuento cómo llegué a ellas en mi libro Manual del buen promotor. México, Conaculta (Alas y Raíces), 2012.

3 Véase en mi Manual del buen promotor, ya citado, "Los mecanismos de la comprensión –o de la lectura! "–, pp. 111-116.

4 Sobre cómo hacerlo trata mi libro Para leerte mejor. Paidós, México, 2014.

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