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Perfiles educativos

versão impressa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.42 no.170 Ciudad de México Out./Dez. 2020  Epub 04-Fev-2021

 

Suplemento: La educación entre la COVID-19 y el emerger de la nueva normalidad

Intersecciones de género y otras pedagogías en tiempos de COVID-19

Mauricio Zabalgoitia Herrera* 

*Investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (México). CE: mauricio.zabalgoitia@comunidad.unam.mx


Pandemia y pensamiento contemporáneo

La actual pandemia por el coronavirus ha generado un clima de incertidumbre en todos los ámbitos de la vida. Frente a panoramas inciertos en lo social, lo económico y lo político, los frentes teóricos y filosóficos de Occidente han intentado plantear escenarios a partir de narrativas posibles, muchas de las cuales ya se argumentaban desde hace tiempo, sobre todo en términos de nuevos nacionalismos y fronteras, sistemas de vigilancia digital o estados de excepción generalizados. En esta emergencia destaca el volumen colectivo Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias (2020), compilación de textos publicados principalmente en periódicos, a lo largo de un mes, de finales de febrero a finales de marzo (al inicio de la pandemia), y por parte de algunas de las figuras más reconocidas dentro del pensamiento filosófico y crítico actual.

De este modo, “grandes nombres” se apresuraron a trazar posibles realidades del presente del virus y sus efectos -desde la cotidianeidad hasta la economía y las políticas-, sobre todo alrededor del confinamiento, así como del incierto porvenir. Destaca Slavoj Žižek, quien desde su consabida crítica radical al capitalismo predice, por un lado, el anunciado fin del mismo gracias a la irrupción del virus, e indaga en una posible vuelta al cuerpo y sus funciones, más allá de discursos genéticos o de virtualidad. Para Žižek (2020: 21), la propagación del coronavirus ha desencadenado “grandes epidemias de virus ideológicos que estaban latentes…: noticias falsas, teorías de conspiración paranoicas, explosiones de racismo”. Para Judith Butler, por su parte, lo que la pandemia acelera es la visibilización de desigualdades y sobre todo en cuanto a las mujeres, aunque también frente a identidades queer y trans. Para ella, el comportamiento del virus depende en realidad de nosotros, “…de lo que hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo” (Butler, 2020: 62). Giorgo Agamben, a su vez, hace resurgir la idea de un estado de excepción continuo, el cual se vería reforzado en tiempos de la COVID-19 por determinadas estrategias, como la instauración de un “pánico colectivo” que opera en una total limitación de la libertad (Agamben, 2020: 19); o a través de la digitalización de la educación, la cual pone en tela de juicio las relaciones sociales más fundamentales.

Otras voces destacan por exponer lecturas acaso más dinámicas y originales, a pesar de la casi nula certeza que plantea la actualidad. Paul B. Preciado, desde su particular lugar de habla que mezcla puntos de vista radicales, es menos ambicioso en cuanto a nuevas narrativas totalizadoras y se concentra en las trampas y posibilidades de la vida en confinamiento. Como bien lo expresa Ernesto Castro (2020) en una reseña crítica de este compendio, referida a los límites de la filosofía actual para responder a la lógica pandémica, sin duda este trabajo es el que resulta más fructífero a la hora de identificar las lógicas en las que deberíamos centrar nuestra atención.

Así, Preciado recupera su estudio acerca del magnate Hugh Hefner, fundador de la revista Playboy, quien se autoconfinó hace ya décadas en su famosa mansión con circuito cerrado y desde la que trabajó “horizontalmente” -en su cama, literalmente- haciendo uso de la tecnología en video y comunicación más puntera de la época. Desde esta rocambolesca figura de la posmodernidad, Preciado apunta, contrariamente a Žižek, hacia una terrible descorporeización acelerada por nuevos límites y fronteras, así como por los recursos ultra neoliberales, que buscarían con esto hacer volar por los aires a los núcleos comunitarios. En este escenario, la COVID-19 estaría fabricando determinadas subjetividades junto con el “technopatriarcado”. Éstas ya no tienen piel, y no pueden ser tocadas, pues carecen de manos. No hay en este nuevo mundo intercambios ni monedas, sólo tarjetas de crédito. Como entes, no tienen labios ni lenguas, pues no hay conversaciones directas, ya que se comunican mediante mensajes de voz. Son radicalmente “individuos” entre las paredes de su hogar confinado -la nueva frontera-. No poseen un rostro. Su cuerpo se oculta tras “mediaciones semio-técnicas” y a través de “prótesis cibernéticas” que hacen la función de máscaras: la dirección de correo electrónico, el perfil de Facebook o Instagram. Son, ante todo, consumidores digitales, “…un píxel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidos” (Preciado, 2020: 178).

El trabajo de Preciado destaca por lo que él denomina, ya desde trabajos previos, una “farmacopornografía”; es decir, un “nuevo” tipo de gestión y política sobre los cuerpos, así como de la sexualidad y el deseo. En esta nueva fase, la de un capitalismo de cuarentena y muros fronterizos en los propios hogares, los cuerpos y subjetividades ya no se “regulan” solamente al pasar por las instituciones disciplinarias -según la visión de Foucault-, como las escuelas, las empresas, fábricas u hospitales, sino, y más bien, a través de una serie de tecnologías biomoleculares, microprostéticas, digitales y de trasmisión de información. El uso acelerado de los teléfonos móviles, la dependencia a Internet y la generalización de tecnologías de vigilancia serían algunos de los ejemplos mayormente acelerados durante la pandemia. Cabe decir que el componente “pornográfico” está ahí en donde estos dispositivos forman ya parte de los cuerpos, atraviesan la piel y los penetran. Como prótesis y suplementos, incitan al consumo y la producción intermitente de un “placer regulado y cuantificable” (Preciado, 2020: 172).

Más allá de las lecturas hacia las que Preciado deriva su aportación, sobre todo en términos del peligro de fronterizar e inmunizar cuerpos so pretexto de borrar del mapa a los cuerpos indeseables, consideramos que en su breve recorrido apunta a tres vectores que preocupan a todos los sectores intelectuales y académicos, así como el presente-futuro de la universidad y la educación; se trata de la posibilidad de una vuelta de tuerca del capitalismo neoliberal en términos digitales; control y vigilancia extremos, amparados en la seguridad; y la inclusión y confinamiento como únicas opciones de vida frente a un exterior peligroso, amenazante, sólo permitido a seres terribles que podrían contagiarnos. Pobres, migrantes e indígenas encabezan la lista. Mas desde un punto de vista genderizado, son nuevamente las mujeres y las identidades homo, trans, fluidas, y en general abyectas -atravesadas por lógicas de etnia, raza, lugar de procedencia o generación- las que ya sea en el interior de las nuevas murallas políticas -los hogares- o en el bárbaro exterior, vuelven a quedar entrelazadas por los discursos de las violencias, discriminaciones, dominaciones y muerte.

Ahora bien, una cuestión llamativa en prácticamente todos los textos de Sopa de Wuhan es la casi nula presencia del género como categoría principal desde la que las desigualdades y violencias exacerbadas por la pandemia se multiplicarían. Esto era de esperarse en nombres que siguen filosofando como si el género y sus violencias fueran un problema de las mujeres y las feministas. Ni siquiera Butler, representante principal del feminismo queer, va más allá de un recordatorio de cómo es que todo es todavía peor si se piensa en las mujeres o en los cuerpos que escapan al binarismo patriarcal. En todo caso, es Preciado quien apunta a una posible instancia liberadora desde la misma lógica que descubre. Las nuevas formas de comunidad y resistencia deben surgir de nuestras casas y apartamentos como nuevas células fronterizas desde las que, sin embargo, es posible hacer la revolución. Desde ahí urge construir nuevas maneras para con los seres vivos y el planeta. Preciado incita a que mutemos, como el virus. La fluidez de género y el anunciado fin del binarismo sexual y genérico marcan la pauta:

[e]s necesario pasar de una mutación forzada a una mutación deliberada. Debemos reapropiarnos críticamente de las técnicas biopolíticas y de sus dispositivos farmacopornográficos. En primer lugar, es imperativo cambiar la relación de nuestros cuerpos con las máquinas de biovigilancia y biocontrol: éstos no son simplemente dispositivos de comunicación. Tenemos que aprender colectivamente a alterarlos. Pero también es preciso desalinearnos. Los Gobiernos llaman al encierro y al teletrabajo. Nosotros sabemos que llaman a la descolectivización y al telecontrol. Utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí. Apaguemos los móviles, desconectemos Internet. Hagamos el gran blackout frente a los satélites que nos vigilan e imaginemos juntos la revolución que viene (Preciado, 2020: 185).

La cuestión es quiénes pueden confinarse, aislarse, reinventarse y desconectarse. Muy pocas y pocos en el mundo, y más en lugares como México. Al señalar hacia la universidad digitalizada in extremis por la pandemia, queremos recalcar la posibilidad de pensar a las identidades y cuerpos más vulnerables en la educación. Éstos no son otros que las mujeres, los gays, trans y todas las expresiones marcadas ya no sólo por un género -o un sexo-, sino por su color de piel, su habla, su procedencia, su acceso a la economía, a la vivienda digna o, incluso, a la educación en sí.

Intersectar el pensamiento con la educación: mirar desde el género

Desde el ámbito de la educación, diversas voces se han apresurado a trazar mundos posibles tras el confinamiento y la sobrestimación de la educación a distancia. Casi desde el inicio de la pandemia se ha insistido en cómo las desi- gualdades en extremo visibilizadas parten del hecho de que no todo el estudiantado tiene acceso no ya a Internet, sino a un dispositivo para conectarse a las clases online o a los salones virtuales. Ahora bien, en un momento mucho más avanzado del confinamiento, y ante la total incertidumbre de la vuelta a la universidad o las aulas, otra suerte de temores y lecturas se han agudizado. En un texto colectivo a ocho manos, especialistas latinoamericanos han puesto los puntos sobre las íes de un presente-futuro roto. Para estas voces, esta crisis educativa no sólo afecta especialmente a jóvenes pobres, sino que incluso les está orillando a salir del circuito educativo para adentrarse en la clandestinidad laboral (Didriksson et al., 2020). Esta cuestión exacerba la idea de universidades como empresas: instituciones tecnocratizadas cuyo acceso está garantizado sólo para quienes logren mantenerse en los perímetros del consumo en un nuevo “capitalismo digital”.

Cabe agregar que estas lecturas acerca de la educación en Latinoamérica dialogan fuertemente, en más de un modo, con las que hemos puntualizado del pensamiento contemporáneo. En primer lugar, y apuntando a la globalización como una suerte de enemigo en proceso de “desgranamiento”, proponen que la educación digital se presenta como una oportunidad para que el neoliberalismo de reorganice (Didriksson et al., 2020: 3). A esto, en la línea de Žižek y Agamben, habría que sumar el peligro de los nuevos nacionalismos que, cada vez más divorciados de la democracia, marcan una nueva etapa biopolítica; es decir, del control de la vida y de la muerte en términos de producción y consumo, según el célebre término de Foucault. En esto coinciden, como en lo subsecuente, con Preciado, pues, por ejemplo, en el borrado de los cuerpos y de la interacción real lo digital empuja al profesorado a convertirse en un mero facilitador de materiales, en una suerte de coach (Didriksson et al., 2020). Como subjetividades en confinamiento, quienes acceden a esta technoeducación viven desde una aparente sanidad y prudencia, en supervivencia desde la virtualidad. Así, la educación, como sistema destacado de interrelaciones se ve seriamente confrontada, pues, en pocas palabras, su versión a distancia “…hace saltar por los aires la institucionalidad” (Didriksson et al., 2020: 6). Si esto lo leemos en términos de Preciado, la vieja institución -acaso “mala por conocida”- da pie a esa nueva virtualidad incorpórea y altamente letal en su privilegio del control, del confinamiento y del deshecho de los sobrantes.

Entre las propuestas posibles, las voces conjuntas de este trabajo apuestan por la denominada “glocalidad”, que no es otra cosa que el establecimiento de estrategias locales para resistir a los embates globales. Esto provocaría verdaderos Estados sociales, y no carcelarios, en el sentido de Preciado, acaso, en el que el hogar es la celda de los cuerpos. La suerte está, así, echada en dos extremos: “… el inicio de una fase post-neoliberal de desarrollo capitalista, o la génesis de un proceso de transición hacia un nuevo régimen de organización social”. Frente a un mundo que planea exagerar la virtualización, ignorando más que nunca las desigualdades, se plantea como urgente una “…universidad realmente humanista, que retome los principios de democracia, autonomía, autogobierno y cercanía con la sociedad para una nueva transformación institucional” (Foldadori y Delgado Wise, 2020: 15). El hilo negro, claro, está en el “¿cómo?”.

Quizá tengamos un principio, como institución, si comenzamos por mirar más atentamente las fracturas y diferencias -las intersecciones de dichas desigualdades-, bajo la lupa del sexo/género; lo que dicen estas categorías en cuanto a todas -literalmente: todas- las formas vigentes de opresión. Se trata de las diferencias terribles que se mencionan en las lecturas sobre la crisis de la COVID-19, y que se presentan como el exceso más chocante de lo pandémico. Esto, acaso, permite esa mutación a la que Preciado convoca; o la confección de un “humanismo” que poco o nada se parezca al de tradición masculinizante, y que a buen puerto no nos ha llevado. Un humanismo que cite y piense en cuerpos e identidades en los cruces de múltiples factores de discriminación -por sexo, género, clase, etnia, lengua-, pero que, y de manera destacada, utilice esas mismas intersecciones como maravillosos materiales para inventar un mundo con vidas mejores.

Interseccionalidad de género y “comunidad materna”

Desde los feminismos y las perspectivas de género igualmente se han apresurado lecturas y vislumbres hacia la incertidumbre. Rita Segato, quizá la cara más potente del feminismo actual (de Latinoamérica hacia el mundo), conjunta algunas de sus propuestas más incidentes, mismas que han terminado por conformar su muy particular visión desde dos claros ejes: la urgencia de nuevas comunidades y el carácter abiertamente femenino que han de tener. En un trabajo reciente, y a la manera de otras voces del pensamiento actual a las que se les ha “exigido” teorizar o dar certezas acerca del virus, Segato (2020) ofrece una panorámica que aterriza en puntos que se presentan como urgentes, algunos constructivos y otros funestos.

Para empezar, expresa que concibe al virus como lo que Ernesto Laclau vio en Perón: “un significante vacío” (Segato, 2020, s/p); es decir, un depósito al que se le otorgan significados dependiendo de quién lo mire. De ahí que algunas lecturas vayan por el complot y la fabricación del virus para el control poblacional; otras por la búsqueda de fuerzas totalitarias y neofascismos. Para Segato (2020), de entrada, el coronavirus es naturaleza; es una “marcha azarosa”, lo que nos recuerda, con una fuerza inusitada, que somos parte de ella, por más que hayamos intentado huir desde la lógica cartesiana y su condena “sujeto/ objeto”, “cabeza/cuerpo”. Aquí ya no podemos ser la especie omnipotente, la que administra los eventos. En todo caso, “[e]l virus da fe de la vitalidad y constante transformación de la vida, su carácter irrefrenable” (Segato, 2020: s/p). Entre las pedagogías que la antropóloga encuentra en el virus está una lección democrática, pues la pandemia atacó primero al Occidente rico y es en Estados Unidos en donde, a la fecha, ha resultado más letal.

En medio de una crisis de certezas, Segato se apunta a trazar seis escenarios. El primero, que el virus hará posible echar abajo la ilusión neoliberal y con esto provocar el abandono de la acumulación egoísta. No será posible continuar la vida sin Estados que procuren los recursos. La acumulación, en todo caso, deberá mirar a los más desfavorecidos. El segundo se suma a la visión de Agamben y Preciado, en cuanto a la instalación de un estado de excepción perpetuo, basado en los medios de control digitales dedicados a espiar a la gente y a dominar sus movimientos. El tercer vaticinio estaría marcado por los discursos y acciones de Trump y Bolsonaro, los cuales ya buscarían el exterminio de los “sobrantes del sistema económico”; formas de ideología totalitaria que parten de perspectivas neo-malthusianas y neo-darwinistas. En esta línea, Segato se suma igualmente a los temores de Preciado en cuanto al sentido de la noción de inmunidad no ya sólo biológica, sino como principio de exclusión social. Los no inmunes serían, una vez más, los sujetos de la pobreza atravesados por capas de exclusión de género, racial, de actividad económica y de procedencia, sobre todo migrantes. La cuarta posibilidad se configura en sentido bélico. Se trata de la lógica del “enemigo común”, en este caso ya no por razones políticas, sino de enfermedad. En México esta lógica viene funcionando desde hace meses, por ejemplo, en los ataques a personal médico o de salud; en los linchamientos o la exclusión social de los cuerpos infectados. Una vez más, estas “amenazas públicas” citan a las clases trabajadoras, a la precariedad. La quinta, mucho más en la línea de lo que la propia Segato viene promulgando desde hace años, estaría dada por una inflexión en la lógica de la vida. La Tierra se impondría como un límite que ya no es posible sobrepasar desde la explotación industrial o la extracción. Para ella, basta con mirar hacia las lógicas del pensamiento indígena: “No tenemos la Tierra, es Ella la que nos tiene” (Segato, 2020: s/p).

Finalmente, una sexta posición es la que aquí queremos primar desde el punto de vista de la interseccionalidad de género. Se trata de la emergencia e imposición de una perspectiva femenina sobre el mundo, ahí en donde ésta permite: “…reatar los nudos de la vida comunal con su ley de reciprocidad y ayuda mutua”, así como “adentrarse en el ‘proyecto histórico de los vínculos’ con su meta idiosincrática de felicidad y realización” (Segato, 2020: s/p). Segato llama a este extremo urgente un “estado materno” que recupera la politicidad de lo doméstico, y que por “administrar” entiende “cuidar”. Para ella, las plagas son siempre pedagógicas; la enseñanza principal que nos impone esta pandemia es que nada es inamovible y todo puede alterarse, aunque para ello sea necesaria cierta voluntad política (Segato, 2020: s/p). Una vez demostrado que la producción y el comercio se pueden detener -aún con sus terribles consecuencias- lo que sigue es desobedecer las leyes del capital en pos de las de la naturaleza. Esta política por venir ha de ser femenina, aunque no como un gobierno de las mujeres, sino como una suma de liberaciones y otras formas de hacer que desmonten, de una buena vez, “[l]a patria patriarcal, bélica, defensiva, amurallada”. La patria maternal es hospitalaria, anfitriona. Es “tópica y no utópica, práctica y no burocrática” (Segato, 2020: s/p). Es desde comunidades maternas que se puede rehacer al mundo y ejercer la protección de lo local. Esto ya puede observarse, piensa Segato, en el comercio emergente de intercambio entre vecinas, en las diversas formas de autosustento, en una apuesta por las políticas de los afectos, entre otras expresiones.

En esta línea, la interseccionalidad de género ha insistido desde hace décadas en cómo nunca seremos capaces de atajar y erradicar las desigualdades sociales si no reconocemos que éstas provienen de una compleja interacción entre las subordinaciones de género y las prácticas sexuales e identitarias, principalmente, pero, además, por razones de etnia, religión, origen, nacionalidad, discapacidad, contexto socioeconómico, etc. (La Barbera, 2016: 106). En pocas palabras, se trata de hacer entender -a nosotros, al mundo- que las violencias, exclusiones y abusos se acometen por un tejido -que se presenta como indestructible- de sexismo, racismo, clasismo y otras técnicas de exclusión que en los momentos de crisis se ven perfeccionadas. Desde el punto de vista de los feminismos, las mujeres atravesadas por esta suma son, una vez más, las más afectadas.

En un brevísimo repaso, como categoría enunciada desde la teoría feminista del siglo pasado, lo interseccional sirvió para mostrar cómo el sujeto del feminismo blanco, europeo o estadounidense no servía para visibilizar a todas las mujeres, sobre todo a las mujeres negras, que muy pocas veces entraban en las definiciones y problemáticas de las feministas que ya habían alcanzado voz y voto en las instituciones o en los grupos organizados. En clave de género, lo interseccional apunta a mujeres lesbianas, queer, cuerpos trans… que, igualmente, poco o nada tienen que ver con la vida de las enunciadoras feministas. Tanto en países precarizados o en Latinoamérica, lo anterior ha sido material de feminismos indígenas y mestizos. También de feminismos obreros, subalternos y de mujeres trabajadoras, de la prostitución, etc. Con esto ya podemos comprender cómo es que la clase media y sus lógicas domésticas -núcleo en el que las reglas de confinamiento en pandemia se han enfocado como única forma de vida- dejan fuera a la mayoría de la población.

En cuanto a la educación y la universidad en México, acaso podemos pensar cómo la categoría “alumna” estaría igualmente construida desde un ideal de homogeneidad. Pocas veces se toma en cuenta la diversidad de procedencias y las características de la vida familiar que afecta a las mujeres, por ser tales, en una variedad de aspectos (roles, división sexual de tareas, vulnerabilidad en términos sexuales, etc.). Y todavía menos en cuanto a formas de vida que surgen y permanecen “en el cruce entre distintos sistemas de discriminación” (La Barbera, 2016: 113). Este cruce es invisible para políticas, protocolos, campañas y comisiones. De ahí que una noción de género que apunta a un sujeto femenino homogéneo se ha quedado más que corta en el mundo (digital) actual.

Intersecciones, comunidades femeninas digitales y otras pedagogías del virus

La interseccionalidad en la educación comienza a ser apelada como un lugar urgente desde el cual mirar no solamente desde los feminismos o el pensar queer. De ahí que, y ya en tiempos de pandemia, desde la interculturalidad Marion Lloyd (2020: 115) resume cómo entre los factores que inciden directamente en el acceso a la educación en línea “de calidad” se encuentran “…la clase social, la raza, la etnia, la ubicación geográfica y el tipo de institución al que pertenecen” quienes pretenden seguir formándose. Esta investigadora recupera el término “brecha digital”, acuñado en Estados Unidos en plena efervescencia neoliberal como indicador de la desigualdad en el acceso de las TIC, para describir los “…múltiples aspectos de la apropiación de las tecnologías, incluyendo las capacidades digitales de las personas, los valores que se asocian a su uso y los factores políticos y económicos que inciden en su distribución, entre otros” (Lloyd, 2020: 115-116).

Ahora bien, si retomamos la preocupación generalizada en todos los frentes -del pensamiento contemporáneo, de la educación y la universidad, del género y los feminismos interseccionales- en cuanto al lado más visible de la pandemia, el de la puesta sobre la mesa de la suma de desigualdades, la nombrada “brecha digital” adquiere la forma de una categoría mayor de control y discriminación. Asimismo, de una tecnología de exclusión social, educativa y de sexo/género sin precedentes. A este respecto, ya en los años ochenta Teresa de Laurentis se había preocupado por la forma en la que instituciones aparentemente liberadoras o configuradoras de conciencia social o “humanista” funcionan como tecnologías de género que ejercen fuertes construcciones sobre los individuos (De Laurentis, 2012: s/p). De este modo, escuelas, universidades, campos deportivos o centros de recreo trabajan en consonancia con la familia o con entidades culturales, políticas y discursivas de mayor calado, como la literatura, las artes o las ciencias. Desde ahí establecen representaciones de género correlacionadas con determinados valores sociales, jerarquías (masculinas, básicamente), así como los significados más hondos que determinan el funcionamiento político -pues el género y sus reglamentos son política pura- de una cultura determinada, casi siempre bajo el envoltorio de lo “tradicional”, de las “costumbres”. Habría que pensar, de este modo, cómo la “brecha digital” se inserta en esta lógica de producción, reproducción y exclusión tecnológica desde el género y las categorías con las que siempre trabaja: raza, etnia, oficio, procedencia, economía.

Resulta, como bien indican tanto las preocupaciones de las y los pensadores del momento -Preciado, Žižek, Agamben- como las que provienen de especialistas en educación, que la nueva lógica de dominación en pandemia rebusca en la exitosa fórmula de la separación de esferas (la pública y la privada) que condenó durante siglos, y aún ahora, a prácticamente todas las mujeres. En el confinamiento ellas han venido desempeñando triples y cuádruples jornadas (trabajar, limpiar, cuidar, educar). Ésta es la consabida brecha de género. La digital, en dado caso, irrumpe como un nuevo regulador no ya de dos mundos, sino de tres, cuatro o más esferas de la realidad social interconectadas; relaciones de trabajo, de clase, de raza, de sexo, de género (De Laurentis, 2012). Con esto podemos preguntar, desde un extremo: ¿cómo viven la realidad digital las subjetividades interseccional e históricamente peor situadas? O, de manera positiva -de acuerdo con la revolución de Preciado o esa nueva posibilidad humanista en la educación-, ¿cómo se sitúan en los circuitos digitales de expresión-vida-educación? Igualmente: ¿con qué estrategias continúan una revolución de sexo/género sin precedentes, iniciada en 2019 en aulas, calles, medios y redes sociales? ¿Y cómo se auto-representan para así resistir a las tecnologías de discriminación que desde todos los flancos las atraviesan?

En este cruce son, sobre todo, las mujeres más jóvenes -las estudiantes- quienes mejor han sabido situarse en los bordes, rearticulando una revolución desde dispositivos, aplicaciones y redes sociales. Con todo y que no todas, como hemos visto, tienen la misma capacidad de acceso, es desde los recovecos digitales que están proponiendo peticiones claras y con un alto carácter educativo en cuanto a resistir desde las propias posibilidades del confinamiento virtual, y tejer y proponer comunidades; en términos de resignificación de cuerpos y discursos; y de visibilización de todas y cada una de las diferencias, mostrando redes de asociación, empatía y afectos universales. Así también, proponen una revisión de los grandes significantes que, hasta hace muy poco, fueron sólo masculinos: democracia, humanismo, vida, salud, sexualidad y, por qué no, la propia universidad. Modos, todos, de lucha y resistencia frente a las nuevas fronteras que dividen a los cuerpos sanos y consumistas frente a los enfermos y de la precariedad. Ellas se están apropiando de los dispositivos para convertirlos en tecnologías de educación interseccional. Están creando fuertes comunidades femeninas digitales.

Así, por ejemplo, basta con que echemos un vistazo a la red social TikTok desde hashtags como #feminismos, #feministas o #interseccionalidad para descubrir cómo es que las jóvenes están tomando las redes más incidentes y desde ahí, desde esos nuevos límites impuestos, están practicando pedagogías de reciprocidad y ayuda mutua. No resulta extraño, a este respecto, que Trump y China se estén disputando el control de esta aplicación, pues al parecer está permitiendo que los temas más urgentes se expongan y debatan con libertad -fuera de China, eso sí-, y bajo códigos lúdicos y dinámicos no mediados por el mercado o lo estatal.

Son estas mujeres jóvenes las que están trazando esa nación comunitaria materna que Segato prevé como la última oportunidad. Desde una particular comunicación digitalizada están mostrando cómo los cuerpos y voces de mujeres e identidades abyectas -pero también de los hombres que insisten en permanece en “jaulas de masculinidad”- han de mirarse desde todos los ángulos, y desde ahí, liberarse. Mediante videos cortos y reflexiones de pocos segundos están inscribiendo un nuevo espacio-tiempo, uno de educación horizontal, desde donde se tejen redes para mostrar que ese tejido otro, el de un capitalismo patriarcal de acumulación y exclusión, no es tan indestructible como aparenta. Así también, que una educación que no ponga el dedo sobre las llagas de las diferencias y las intersecciones no podrá llegar mucho más lejos de los lindes de la institución, de por sí cuestionada.

Referencias

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Recibido: 18 de Agosto de 2020; Aprobado: 08 de Septiembre de 2020

*Doctor en Filología Española. Líneas de investigación: masculinidades y educación; género, estudiantes y violencia; campo universitario, campo cultural y campo intelectual.

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