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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.34 no.spe Ciudad de México  2012

 

Entrevistas

 

Jóvenes en condiciones de vulnerabilidad: la necesidad de replantear las estrategias de formación para el trabajo

 

Entrevista con Enrique Pieck Gochicoa*

 

* Investigador del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo de la Educación (INIDE) de la Universidad Iberoamericana (UIA). Coordinador del Sistema de Información sobre Experiencias de Formación para el Trabajo del mismo Instituto. Especialista en temas de educación, trabajo y pobreza.

 

¿Qué aspectos destacaría con respecto a las políticas que se han aplicado para atender a los denominados grupos en condiciones de vulnerabilidad, y específicamente a los jóvenes en condiciones de pobreza? ¿Cuáles han sido sus resultados?

Voy a centrarme en el campo que he trabajado, que es el de la formación para el trabajo en sectores de pobreza. Acerca de las cosas que se deben de destacar en cómo se ha manejado la política, hay un primer punto que es la muy limitada trascendencia que siguen teniendo estos programas. Tengo tiempo trabajando en este campo y se comenta mucho que esta área de formación para el trabajo en sectores de pobreza permanece como un nicho tanto para la investigación como para los programas. Sin embargo, llama la atención que a pesar del énfasis que se ha dado, a partir de la crisis, en la necesidad de incorporar a la población de bajos recursos al mercado de trabajo, este tipo de programas realmente no tiene el mismo peso que por ejemplo tienen los programas de formación para el trabajo que van destinados al sector formal. Sin duda hay grandes centros de capacitación que se dedican a formar a los obreros para tareas en la gran industria en niveles técnicos y organizacionales; sin embargo, llama la atención cómo a pesar de varios llamados que se han hecho, es poca la trascendencia que tienen los programas, fundamentalmente en términos de impacto, en la mej ora de las condiciones de vida de la gente. Estoy hablando fundamentalmente de la población de bajos recursos, considerando naturalmente a los jóvenes como uno de los grupos más vulnerables hoy en día, pero también me refiero a la población de mujeres y hombres ya adultos que no tienen trabajo tanto en el medio rural como en el urbano. Llama la atención la despreocupación por otorgar una mayor calidad a los programas. Se habla mucho de calidad por ejemplo en educación básica y se debería de hablar de lo que es la calidad en los servicios de formación para el trabajo que se orientan a estos sectores. Ésta no ha sido un área prioritaria, ha habido más bien énfasis en el discurso. Recientemente vi un reportaje de la BBC en el que se resalta la idea de que la educación no responde a las necesidades de muchos sectores de la población (school's out). El reportaje apela, fundamentalmente, a la necesidad de enfatizar la formación técnica, la formación para el trabajo.

En este sentido, llama la atención el interés que está surgiendo por considerar al bachillerato como un nivel que no necesariamente conduce a la realización de estudios universitarios, sino como un nivel de gran expansión horizontal en el que los jóvenes puedan tener opciones de estudio sin que necesariamente se orienten a la universidad. Hablamos de enfatizar la importancia de los bachilleratos tecnológicos, un nivel en educación media superior que permite que los estudiantes reconozcan sus destrezas y puedan explotarlas tanto en el nivel artístico y creativo como en especialidades técnicas de todo tipo. El reportaje de la BBC habla de la importancia de encontrar nichos de formación técnica hacia donde podrían ser canalizados muchos jóvenes.

Respecto de las políticas, en una reciente investigación sobre rescate de experiencias significativas de los Institutos de Capacitación para el Trabajo (ICAT), pudimos observar que las instituciones están avanzando en el sentido descrito pero el cambio está siendo muy lento. Por ejemplo, muchos jóvenes se incorporan a los ICAT con el propósito de estudiar herrería, mecánica, electrónica, estética y corte y confección, los tradicionales oficios que se han tratado de promover en este tipo de espacios. Al terminar, como se ha podido constatar, los jóvenes salen de ahí y automáticamente quieren trabajar; lo que ellos quieren es poner su negocio y tener una fuente de empleo. Y uno se pregunta por qué no enriquecer los currículos de estas instituciones de formación y ofrecer talleres en los que, además de los estudios técnicos, se procure dotar a los jóvenes de ciertas habilidades y destrezas que les permitan vincularse más fácil con el autoempleo. Esto se empieza a ver en algunos programas, aunque los avances han sido muy tenues. Por lo menos se ha empezado a reconocer la importancia de no limitar los contenidos a la estricta capacitación técnica, dado que las expectativas de los estudiantes la rebasan.

Algunos programas dentro de los ICAT están incorporando talleres con el objeto de que los estudiantes se capaciten y tengan elementos mínimos para desarrollar fuentes de autoempleo. Igualmente, habría que rescatar aquellos programas que se interesan por potenciar los alcances de la capacitación a través de la coordinación interinstitucional, fundamentalmente con apoyos de diferentes instancias que facilitan el acceso a mecanismos de financiamiento a fondo perdido, que son los que les permiten a los jóvenes emprender sus negocios.

Me ha tocado ver casos en que las instituciones de capacitación se coordinan con programas gubernamentales que ofrecen apoyos con el propósito de beneficiar a los estudiantes que están tomando los cursos de capacitación. Poco a poco se han ido dando avances en el acompañamiento a la gente y en el apoyo con financia-miento de manera que la capacitación tenga más posibilidades de trascender. Sin embargo, es necesario mencionar también el predominio de criterios políticos y de evaluación de resultados: da tristeza ver que las instituciones siguen enfrascadas en las estadísticas (cuántos cursos se dieron, cuántos estudiantes participaron, etc.) en lugar de preocuparse por el impacto social y económico de la capacitación. Permanecemos en el esquema tradicional de centrarnos en la oferta de cursos en lugar de atender las necesidades que tienen las comunidades. Un ejemplo de esto es el caso de las aulas móviles, que si bien llegan a comunidades lejanas para ofrecer tres o cuatro talleres básicos, y aunque mucha gente se inscribe, las especialidades que se ofrecen no toman en consideración a las comunidades respecto de cuáles son sus intereses y necesidades.

Es importante resaltar la importancia de vincular la capacitación con la reincorporación de los jóvenes al sistema educativo. Al respecto es importante reconocer la importancia del programa de becas, porque busca responder a una de las razones por las cuales los jóvenes no cursan la educación superior, que es la económica. En este sentido, existen programas de capacitación que se preocupan por dar a conocer a los jóvenes la posibilidad de que tramiten una de estas becas y de que cursen el bachillerato simultáneamente con un taller de formación para el trabajo.

 

Los datos siguen mostrando que hay una fuerte correlación entre condiciones socioeconómicas y logros educativos. ¿Cuáles son los tres principales problemas que permiten que esta situación se mantenga, y cuáles podrían ser los cambios más urgentes que se requieren realizar para transformar esta situación?

Lo veo mucho en la falta de calidad de los programas. No es difícil constatar que cuando los programas se ofrecen en condiciones de calidad tienen mayores posibilidades de repercutir: cuando hay buenos recursos, buenos materiales, buenos docentes y buenos programas curriculares, hay mejores condiciones para que los programas impacten. Existen también casos de resiliencia, donde se observa que jóvenes que han tenido condiciones particularmente difíciles van sobresaliendo. Pero más allá de la resiliencia considero que muchos de los programas que se impulsan en estos sectores no tienen el impacto que deberían tener.

La formación docente es un tema relacionado con la calidad de la enseñanza: tiene que ver con cómo un docente comprometido puede lograr que un taller sea altamente exitoso y con alta repercusión para incidir en las actividades productivas de los estudiantes en su comunidad. Veo que falta compromiso en los docentes, falta mucha calidad.

Se han formulado muchos cuestionamientos a la educación técnica, sin embargo hay investigaciones que muestran cómo aun los cursos muy sencillos que toman los estudiantes (sea en la secundaria técnica, sea en los centros de capacitación), generan trayectorias a veces laberínticas que van del trabajo al estudio y de vuelta del estudio al trabajo. En estos casos la capacitación actúa como detonante de trayectorias educativas y formativas. Hablamos de jóvenes que tienen dificultades serias para incorporarse al mercado de trabajo, por ello los espacios donde naturalmente se insertan son el autoempleo muy marginal y los niveles inferiores del mercado formal. Una crítica que se puede formular a estos programas es que los alumnos no egresan con la formación debida para incorporarse en niveles más altos, pero es claro que se podría trascender el nivel básico en el que se ofertan los cursos. Un ejemplo es el caso de los cursos que ofrecen las aulas móviles. Estos cursos son muy cortos y brindan una capacitación muy básica que no aporta herramientas a los participantes para desarrollarse en el campo laboral o para incursionar en el autoempleo en su propia comunidad. ¿Por qué no programar un curso con duración y contenidos que permitan capacitar debidamente, y que el curso pueda constituirse en un detonante para su propio desarrollo? La calidad tiene mucho que ver ciertamente con la pertinencia, la relevancia, buenos profesores y equipo.

Ha habido muy poco interés por parte de las autoridades en ofrecer una capacitación que tenga una mayor trascendencia. Los cursos tienen un gran potencial para incidir en el desarrollo local y comunitario, ayudan a incentivar pequeños emprendimientos mediante los cuales la población de bajos recursos logra salir a flote, aunque sea con pequeños ingresos. Es decir, muchos de los cursos tienen el potencial para incentivar y generar dinámicas benéficas para las personas. En este sentido hay experiencias loables donde se pone énfasis en vincular los cursos con el desarrollo de iniciativas de emprendimientos sociales con posibilidades de incidir en el desarrollo local.

Muchas experiencias exitosas nos muestran que es necesario revisar los currículos, la forma como se imparten las materias y acompañar a los estudiantes en el desarrollo de sus proyectos. Poco a poco se ha ido reconociendo que la capacitación no es tan sólo técnica, es decir, no se reduce a la simple trasmisión de habilidades técnicas. La capacitación tiene que ver más con procesos formativos que buscan trascender en términos del desarrollo de diferentes competencias, además del acompañamiento por parte de las instituciones para vincular a los jóvenes con instancias de financiamiento, con organizaciones que les ayuden a organizarse legalmente, a comercializar, etc.

Considero además que hoy día la valoración que se tiene de la educación superior es muy alta; en el imaginario social opaca a las otras opciones, a las que se ven pobres en cuanto a las posibilidades que brindan. Muchos estudios muestran que cursar la educación superior repercute en las posibilidades de ingreso al mercado de trabajo, lo que incentiva a que el acceso a este nivel se vea como una aspiración, como la posibilidad de salir adelante. Es un tema cuya discusión tiene larga data: la educación técnica siempre ha sido considerada como de segundo nivel, como consecuencia de que el trabajo manual se ha visto siempre como de menor valía frente al intelectual. Siempre ha habido una opinión muy devaluada de los cursos técnicos, de las actividades manuales y de los oficios. Son pocos los países que valoran este tipo de formación; Suiza es un ejemplo.

En general esta modalidad de capacitación técnica se considera como una segunda oportunidad para los jóvenes. Todo esto remite a pensar en el lento proceso de aprendizaje de las instituciones, a pesar de las muchas posibilidades que tienen para poder incidir en la dinámica educativa de los jóvenes Es preciso que quienes están detrás de la implementación de estos programas tomen conciencia de las múltiples necesidades de los jóvenes que hoy día acuden a las opciones de educación técnica. Al menos en México, si alguien es competente en su oficio, tiene buenas posibilidades de insertarse en el mercado de trabajo y de que le pueda ir mejor que a muchos jóvenes que sí terminan la preparatoria.

Otras posibilidades para potenciar la educación técnica son las becas, las pasantías, los apoyos financieros y la vinculación. Los directivos de los planteles cumplen, al respecto, un importante papel: hay quienes están muy comprometidos y tienen una visión muy clara de cómo potenciar lo que están dando, como por ejemplo la posibilidad de que un taller de herrería se abra a la comunidad y que ésta lo contemple como suyo, de manera que si hay que hacer algún trabajo de herrería para la iglesia se recurra al taller del ICAT. Lo que se debe hacer es buscar que los cursos incidan en términos sociales, en términos de apropiación del programa por parte del plantel, en términos de las posibilidades de uno u otro taller de desarrollar un microemprendimiento. Se debe trabajar por que la capacitación incida en la incorporación productiva de la gente y la re-vincule con el sector educativo, para lograr que se reincorpore por lo menos en educación media superior, porque es el tramo faltante, y es clave.

 

¿Cuáles podrían ser los cambios más urgentes en el ámbito de las políticas educativas que se requieren realizar para transformar la correlación entre pobreza y logros educativos?

En México tenemos una amplia gama de bachilleratos tecnológicos que abarcan distintas especialidades. Considero que habría que abogar por este tipo de iniciativas en el nivel medio superior. Son espacios que se deberían de fortalecer ya que están contribuyendo a que muchos jóvenes canalicen por ahí sus expectativas.

Otra cuestión que es preciso destacar es la importancia de profesionalizar los servicios. Este aspecto representa un gran reto para los centros de capacitación: tratar de brindar una formación para el trabajo cada vez más completa y profesional; que los jóvenes tengan movilidad en sus trayectorias formativas y que estas formaciones no se queden en el nivel de lo básico. Ello permitiría que los/as jóvenes egresen con mayores competencias, que valoren más la formación que están teniendo, que vislumbren más posibilidades.

Asimismo, es necesario vincular al sector público y al sector educativo. Se requiere profesionalizar la capacitación para el trabajo en los bachilleratos tecnológicos e incorporar lo educativo en los programas de formación para el trabajo. Me refiero a que la capacitación también debe incidir en la formación de habilidades educativas básicas y a la necesidad de reencauzar a los estudiantes de especialidades técnicas a la culminación de sus estudios de educación básica. Esto es muy importante ya que los/as jóvenes que asisten a estos programas proceden de familias de bajos recursos y por ello lamentablemente provienen de recorridos educativos marginales; de esta manera, llegan a los centros de formación para el trabajo con un déficit alto en el manejo de competencias básicas. Este es un aspecto que ha sido constatado innumerables veces en las investigaciones sobre esta modalidad y que sin embargo las instituciones han dedicado poca o nula atención a tratar de darle respuesta. Por ejemplo, podría implementarse un curso propedéutico a partir de reconocer que los jóvenes que asisten llegan con grandes déficits. Esta cuestión de complementar la parte educativa con la formación para el trabajo es prioritaria.

Para concluir quisiera centrarme en las siguientes tres consideraciones:

1. Es lamentable que muchos de estos programas, a pesar del tiempo que llevan operando, de la urgencia que se presenta ante la crisis económica y de la importancia de vincular a la gente con opciones productivas, permanezcan en una situación tan marginal. Llama la atención que sigan teniendo tan poca importancia de frente a la formación para el trabajo que se vincula con el mercado laboral formal. Mucho tiene que ver también, y se ha cuestionado en la literatura, la idea de que la tasa de retorno económico no es tan alta en los programas de formación para el trabajo en sectores de pobreza, como sí lo es en programas de capacitación vinculados con la industria. Si bien esto resulta cierto, es importante mencionar que la formación para el trabajo en el sector social tiene grandes posibilidades de detonar dinámicas sociales que se ubiquen, aunque incipientemente, en el desarrollo local.

2. Si hay algo importante en los programas de formación para el trabajo es su posibilidad de incidir en el desarrollo local, y es justamente lo que se subestima. Estos programas sirven, ayudan a la gente, la motivan, les hacen sentir realizados, logran que tengan sus primeros ingresos económicos y que consigan complementos económicos a su ingreso. Hay casos en los que el currículum oculto sorprende, donde cursos verdaderamente marginales resultan empoderando a la gente. Por ejemplo, casos de mujeres que cursan la especialidad de estética a pesar de la resistencia de los esposos, y que al finalizar el curso abren su negocio y acaban aportando económicamente a la casa, con lo cual empoderan su voz y su presencia en la pareja. Asimismo, estos programas contribuyen a voltear la mirada al mercado local, que es una gran necesidad que hay en México: ver el mercado nacional como un gran potencial y, consecuentemente, incidir en el desarrollo de este espacio frente el problema de las importaciones.

3. Considero que la formación de los educadores o formadores para el trabajo es un asunto de primordial importancia en el tema de la calidad de la formación para el trabajo. Es claro que cuando hay un buen educador la formación trasciende. La calidad en la oferta en este nivel no sólo repercute en el aumento de los ingresos de la gente, sino también permite contar con un currículo más rico y que facilita la vinculación interinstitucional.

4. Finalmente, una clave en todo esto es la noción de integralidad tanto en lo productivo como en lo educativo: en lo productivo tomando en cuenta la actividad económica en sus diferentes etapas: desde la organización, producción, comercialización y financiamiento, sin dejar de lado la importancia de la vinculación con los diferentes sectores. En lo educativo, tomando en cuenta la in-tegralidad curricular. No se trata sólo de atender la capacitación técnica, sino de que se reconozcan las deficiencias formativas y las problemáticas sociales de los jóvenes que asisten a los centros de capacitación para que se les otorgue una formación más comprehensiva. A su vez, no basta que las instituciones se limiten a impartir un simple curso; en este sentido, los centros de capacitación deben revolucionarse y devenir centros de formación que promuevan actividades culturales, de motivación y de asesoría psicosocial a los jóvenes. Capacitación es distinto que formación, y para formar es indispensable reconocer a la población con la que se está trabajando y sus requerimientos no sólo en términos de competencias técnicas, sino también de aquéllas que les permitan resolver problemáticas sociales relevantes.

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