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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.32 no.129 Ciudad de México ene. 2010

 

Editorial

 

La docencia, factor clave en el cumplimiento de las metas educativas

 

Los abruptos cambios en las sociedades contemporáneas y el acelerado desarrollo tecnológico contrastan con los problemas aún por resolver, derivados de la distribución disímil de las riquezas materiales y la poca presencia de los beneficios de un conocimiento accesible, pertinente y a favor de todos y cada uno de los miembros de la comunidad global. Acorde con este panorama, surge de manera natural la necesidad de reflexionar sobre el papel a desempeñar por las instituciones escolares del siglo XXI y cómo brindar atención inmediata a los problemas más urgentes de los actuales sistemas educativos. Todo ello se conjuga en un ambiente propicio para repensar la función de los docentes como un ingrediente esencial en las instituciones escolares presentes y futuras.

El estudio de la docencia y el reconocimiento de su complejidad han sido documentadas en múltiples y muy variados trabajos, ya se trate de los orientados por teorías en busca de las relaciones causales entre variables con la pretensión de establecer principios generales; de aquellos otros impulsados por el deseo de conocer las características del pensamiento y las creencias de profesores y estudiantes; o bien los que intentan la deconstrucción de la cultura escolar y con ello avanzar en la comprensión de los fenómenos humanos que ahí tienen lugar. También se han desarrollado pesquisas encaminadas a definir las características de una posible didáctica general o las particularidades de la enseñanza específica de cada una de las disciplinas, por citar algunos de los esfuerzos más sobresalientes sobre las manifestaciones que tienen lugar en la vida cotidiana de los salones de clases.

Sin embargo, todo el conocimiento disponible sobre la interacción entre estudiantes y profesores en las aulas no ha sido suficiente para que los protagonistas interesados en la institución escolar construyan acuerdos sobre las características propias de una enseñanza efectiva, que se reflejen en los aprendizajes significativos de los estudiantes. Esta situación encuentra algunas explicaciones al constatar la existencia ancestral de una formación especializada para los maestros del nivel básico, poco permeable a los retos derivados de los cambios sociales; y una prácticamente inexistente formación profesional para desempeñarse como catedrático en los ámbitos de la educación superior, a pesar de que en este último nivel educativo es cada vez más frecuente el desarrollo de iniciativas institucionales para ofrecer una formación didáctica especializada a sus nuevos miembros, al inicio de la carrera académica prevista por las universidades.

Sigue predominando en la escena escolar el papel ambiguo que socialmente se le atribuye al profesorado, manifiesto en la expresión coloquial en el momento de la formalización de la relación laboral: "contratado para impartir clases"; sin que en este enunciado quede claro si se trata principalmente de cumplir funciones como fuente de información, certificador de los aprendizajes, guía en la aventura del aprendizaje o acompañante experto, o promotor de la autonomía estudiantil. Queda aún como tarea pendiente la necesidad de precisar las funciones ideales de los maestros en los distintos niveles escolares y la clarificación de las propias expectativas de los directivos y de los distintos sectores de la sociedad respecto del papel del profesorado.

La reflexión sobre la docencia y acerca de cuáles deberían ser las funciones a cumplir en los contextos escolares ha llevado a revisar, en todos los sectores involucrados, las condiciones en las que tiene lugar esta actividad clave y definitoria en la formación de los estudiantes en todos los niveles de la educación formal. Tan es así que el contexto de la adopción del enfoque por competencias, en muchos de los países del orbe, ha conducido a replantear la pregunta de cuáles son las competencias docentes apropiadas para el momento actual y futuro de las instituciones escolares. Aunque en muchos de los intentos por definir el papel del profesorado en los procesos de formación destaca un conjunto de competencias que incluye conocimientos, habilidades y actitudes, las perspectivas han optado por precisar aspectos como la formación continua, el dominio y estructura de los saberes, la planificación de los procesos de enseñanza y aprendizaje, su conducción, su evaluación, así como la construcción de ambientes para el aprendizaje autónomo y colaborativo, por mencionar algunos de los más relevantes. Otros esfuerzos se han orientado al señalamiento de aspectos de la planificación y organización del propio trabajo, de la comunicación, las labores en equipo, las relaciones interpersonales satisfactorias y la solución de conflictos, el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, el disfrute de un bienestar personal y el ejercicio de una autoevaluación constante de las propias acciones para garantizar la calidad. En todo caso, se ha dejado de manifiesto que aún no se alcanza el consenso que identifique los aspectos técnicos del quehacer docente y las características personales que puedan hacer satisfactoria y efectiva una labor por todos reconocida discursivamente como importante, pero en los hechos no suficientemente atendida.

Es muy difícil sustentar que las competencias docentes puedan ser las mismas para la diversidad de instituciones que abarca el espectro de la educación: desde el nivel elemental al posgrado, de la formación técnica a la de investigación, de la que prepara para la docencia a la que forma para la inserción profesional en un campo laboral especializado. La discusión, el análisis, y en última instancia la toma de postura de cuáles son las competencias docentes pertinentes tendrá que resolverse por los agentes de cada uno de los ámbitos señalados, considerando las características particulares y el momento histórico de cada organización.

El rol que ha jugado la evaluación del desempeño docente, práctica muy extendida en el contexto actual, puede ser una herramienta que ponga en el primer plano de importancia a la docencia, siempre y cuando no continúe predominando la investigación como el indicador principal de una enseñanza de calidad. El supuesto comúnmente aceptado es que quien hace investigación aumenta la calidad de su enseñanza, y aunque esto puede ocurrir, desafortunadamente no se presenta de manera automática. La investigación, al igual que la docencia, son actividades muy distintas que requieren una formación especializada y condiciones apropiadas para desarrollarse, y si bien pueden coincidir en una misma persona, también ocurre con cierta frecuencia que un excelente investigador puede resultar un pésimo docente, o viceversa. Se hace necesario reorientar las acciones de evaluación hacia la definición de las funciones ideales del profesor, el monitoreo de su mejora continua, el diseño de acciones institucionales de acompañamiento solidario, así como la recuperación de la percepción de su dignidad y reconocimiento social.

A todas luces se impone la revisión de la institución completa y de todos sus agentes para identificar las posibles acciones que cada uno de ellos, y en conjunto, pueden desplegar para ubicar a la docencia como una actividad profesional y que, como tal, requiere de una formación especializada y de condiciones propicias para desplegar todo su potencial a favor de la formación de profesionales y ciudadanos en el más amplio sentido del concepto. La participación de los estudiantes ha estado especialmente ausente en la identificación de los elementos de la enseñanza que contribuyen al aprendizaje exitoso y significativo, ya sea porque se les solicite directamente a través de distintas estrategias, o porque se desarrolle una sensibilidad institucional que traduzca algunos indicadores clásicos, como la deserción, la reprobación u otros, en medidas preventivas desde el ángulo de la acción eficaz del profesorado. Así mismo, también ha hecho falta que los directivos pongan mayor énfasis y garanticen las condiciones para hacer realidad el compromiso que adquieren los docentes al aceptar mantenerse al día en el conocimiento disciplinario propio, así como en el esfuerzo sostenido para la adquisición de las estrategias más efectivas para su enseñanza adecuada en el nivel escolar correspondiente. Es necesario abrir el panorama de la visión del profesorado para que se sienta parte de un proyecto colectivo al que cada uno de los miembros aporta con su actividad, sobre todo cuando se adopta la perspectiva de una formación integral en un contexto global que requiere de ciudadanos formados en el cumplimiento de las más altas exigencias y el desarrollo de un compromiso social.

La docencia es una actividad central en cada una de las instituciones escolares, ya se trate de las del nivel básico, medio o superior; es clave en la formación de profesionales de las distintas ramas del saber y en la preparación de los futuros creadores del conocimiento; es determinante en la vida de muchas personas que definen su actividad profesional o gusto por una disciplina a partir de la convivencia estimulante con un maestro en particular. Por todo ello, vale la pena dedicarle el esfuerzo individual e institucional que sea necesario para garantizar que cumpla a plenitud con sus funciones, aunque éstas nunca estén tan claramente definidas o tengan que adaptarse a un contexto que evoluciona constantemente.

Por fortuna contamos con la investigación educativa; esta disciplina tiene mucho camino por recorrer para aportar a la comprensión de esta compleja e importante actividad, y al señalamiento de cómo desentrañar sus misterios. Su desarrollo es indispensable para orientar la formación inicial y permanente de los actuales y futuros docentes de cada uno de los sectores de la educación formal. Las circunstancias así lo exigen.

 

Mario Rueda Beltrán

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