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Perfiles educativos

versão impressa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.30 no.120 Ciudad de México Jan. 2008

 

Claves

 

Posmodernidad y universidad: ¿una reflexión necesaria?

 

Postmodernity and university: ¿A necesary reflection?

 

Ernâni Lampert*

 

* Doctor en Ciencias de la Educación. Es especialista en métodos y técnicas de enseñanza, así como en administración de sistemas de educación. Actualmente lleva a cabo estudios posdoctorales en la Universidad Pontificia de Salamanca, España. Entre sus obras están: Lampert (org.) (2005), Pós–modernidade e conhecimento, Porto Alegre, Sulina, y Lampert (org.) (2004), Educação, cultura e sociedade: abordagens múltiplas, Porto Alegre, Sulina.
Correo electrónico: erncas@bol.com.br

 

Recepción: 5 de septiembre de 2007
Aprobación: 23 de junio de 2008

 

RESUMEN: El estudio aborda una problemática compleja, actual y polémica, que tiene repercusión directa en la dimensión pedagógica de la universidad y, consecuentemente, afecta la calidad de la enseñanza universitaria. En la primera parte, el autor analiza en profundidad y de acuerdo con diversos autores, el término posmodernidad, que es tan amplio como contradictorio. Caracteriza el megaparadigma posmoderno a partir de estudios literarios y de otras áreas del conocimiento. En la segunda parte analiza la universidad como principal gestora de ciencia, que debido a los cambios ocurridos en las últimas décadas es consciente de que le falta un paradigma que le sirva de ancla, y por ello se siente muy cuestionada, ya que, aun reconociendo que existan excepciones, no logra atender las exigencias de una sociedad cada vez más competitiva. Termina, a título de reflexión, con algunas consideraciones.

Palabras clave: Posmodernidad / Universidad / Megaparadigma / Educación

 

ABSTRACT: This study approaches a complex, up–to–date and polemic set of problems which has a direct reflection on the pedagogical dimensión of the university. Consequently, it affects the quality of the university teaching. Firstly the author analyzes in a deep manner and according to several authors, the word post–modernity which is comprehensive and contradictory. Based on the literature and on different areas of human knowledge he characterizes the post–modern mega paradigm. In the second part, he analyzes the university as the main manager of science and due to the changes which happened in the last decades, this university is without a paradigm which anchors it. As it is very questioned, yet recognizing that there are exceptions, it cannot attend the need of a each time more competitive society. In the end, as an example of reflection, he brings some considerations consequential to the study.

Keywords: Post–modernity / University / Mega paradigm / Education

 

POSMODERNIDAD

Para Featherstone, "hablar de postmodernidad es sugerir un cambio o una ruptura epocal con la modernidad, que conlleva la aparición de una nueva totalidad social con sus propios principios distintos de organización" (2000: 24). Según el parecer de Lyotard (1998), la posmodernidad designa el estado de cultura después de las transformaciones que afectaron las reglas de juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir de finales del siglo XIX. Eagleton (1998), que exploró las primicias, las ambivalencias, las historias, los sujetos, las falacias y las contradicciones del posmodernismo, señala que el término posmodernidad alude a un periodo histórico específico, que cuestiona las nociones clasicas de la verdad, de la razón, de la identidad y de la objetividad, de la idea de progreso o de emancipación universal, de los sistemas únicos, de las grandes narrativas y de los fundamentos definitivos de explicación. García Selgas y Monleón entienden por posmodernidad "una época histórica que se diferencia de la modernidad y la sucede. En ella se incluye tanto una determinada realidad socio–histórica como su exposición en unas específicas condiciones epistemológicas" (1991: 13). Según Jameson (2001: 9), "el modo más seguro de comprender el concepto de lo posmoderno es considerarlo como un intento de pensar históricamente el presente en una época que ha olvidado cómo se piensa históricamente".

La posmodernidad es lo que queda cuando el proceso de modernización ha concluido y la naturaleza se ha ido para siempre. Es un mundo más plenamente humano que el antiguo, pero en él la cultura se ha convertido en una auténtica segunda naturaleza. Lo que le ocurrió a la cultura pudiera ser una de las pistas más importantes para rastrear lo posmoderno. La cultura se ha vuelto un producto por derecho propio.

Definir posmodernidad no es algo fácil, pues no se sabe con exactitud si ese fenómeno, relativamente reciente, representa un nuevo periodo en la civilización; es un cambio paradigmático, un movimiento cultural, o también puede ser considerado como una revalidación crítica de los modos de pensamiento modernos, pues cuestiona las dicotomías rígidas criadas por la modernidad entre realidad objetiva/subjetiva, hecho/imaginación, secular/sagrado, público/privado, científico/vulgar. De acuerdo con Connor (2002), en vez de preguntar qué es la posmodernidad, tendríamos que preguntar dónde, cómo y por qué nace el discurso de la posmodernidad. ¿Qué es lo que está en juego en sus debates? ¿Quién los desarrolló? ¿Cómo lo hizo? Para Terrén (1999), el análisis de lo que viene después de la modernidad es complejo. El discurso de la posmodernidad ofrece una serie de dificultades específicas que obligan a aceptarla como algo fragmentado, contradictorio e incompatible. Según Nebreda, "posmodernidad es un término laxo y ambiguo que ha englobado muchas cosas diferentes" (1993: 7).

El término posmodernidad es ambiguo, pues al pasar por diferentes etapas a lo largo de la historia fue adquiriendo diversos significados. En la actualidad, continúa la polémica cuando se trata de definir su terminología. Podemos asegurar que es en el mundo de la arquitectura donde se encuentra el mayor consenso. Para situar al lector, y apoyándonos en Anderson (2000), que abordó las primicias, la cristalización y los efectos posteriores de la posmodernidad, y de Compagnon (2003), que analizó las paradojas de la modernidad, presentamos algunas ideas indispensables para la comprensión de la evolución histórica de la posmodernidad. El término apareció por primera vez en la década de los treinta en el mundo hispánico. Frederico Onis, amigo de los pensadores Unamuno y Ortega, fue quien lo introdujo para calificar un reflujo conservador dentro del propio modernismo. El término entró en el vocabulario de la crítica hispanófona, pero raramente fue usado por los escritores subsecuentes. En la década de cincuenta surgió en el mundo anglófono, como categoría de época, y no como categoría estética. En los años sesenta se empleó el término en la teoría arquitectónica y en la crítica literaria norteamericana, para representar una nueva situación cultural, la transición de una cultura de certezas a una de incertidumbres.

A partir de los años setenta, la noción de posmoderno ganó una difusión más amplia y se extendió por diferentes países. En 1972, la publicación de la Revista de Literatura y Cultura Posmodernas fue un momento decisivo para que el término se fijase y comenzó a ser utilizado por diferentes actores sociales, pero con connotaciones distintas. En 1979, la obra ¿tí condición posmoderna, del filósofo Jean–Francois Lyotard, abordó la posmodernidad como un cambio general en la condición humana. En 1989, Harbermas, uno de los opositores de la posmodernidad, pronunció en Frankfurt una conferencia con el título de "Modernidad, un proyecto incompleto", en la que hizo una relación drástica del posmodernismo y el neoconservadurismo. Atacó al mismo tiempo el neoconservatismo social y el posmodernismo artístico. Ese trabajo ocupa una posición peculiar en el discurso de la posmodernidad. En 1982, Jameson, el mayor crítico literario marxista de la época, dio una serie de conferencias sobre el posmodernismo, enfatizando el conflicto estético entre el realismo y el modernismo. Este discurso provocó debates subsecuentes. En 1989, Callinicos, en su obra Contra el posmodernismo, hizo un análisis del contexto político. Harvey, en 1990, en la obra Condición de la posmodernidad, ofrece una teoría más completa de sus presupuestos económicos, y en 1996, en la obra Las ilusiones de lo posmoderno, Eagleton abordó el impacto ideológico, que según Martín Serrano (1986) se concentra en tres presupuestos:

• la fascinación por las tecnologías, especialmente las que envuelven el mundo de la comunicación;

• la realidad social y la cultura como fragmentos, rechazando las visiones globalizadoras del mundo y de la historia;

• la creencia en que toda relación social se resuelve en interacciones de carácter comunicativo.

Al hablar sobre posmodernidad y analizar su complejidad, amplitud, ambivalencia, contradicciones, indefiniciones y la falta de consenso, surgen numerosas interrogantes que exigen respuestas: ¿Cuál es el significado real del término?, ¿es un cambio paradigmático?, ¿una revolución?, ¿una renovación?, ¿una ruptura?, ¿una ideología?, ¿una crisis de la modernidad?, ¿una salida de la modernidad?, ¿un periodo de transición?, ¿acabó con los dogmas del progreso y del desarrollo?, ¿el posmoderno es más moderno que el moderno?, ¿es antimoderno o premoderno?, ¿es conservador?, ¿existe la posmodernidad?, ¿tiene legitimidad?, ¿dónde y cómo se sitúa en la historia? En síntesis, ¿por qué se habla, discute y escribe tanto sobre este fenómeno? Para Compagnon (2003), la posmodernidad es el nuevo chicle de los años ochenta, que invadió las Bellas Artes –si aún se puede hablar así–, la literatura, las artes plásticas, tal vez la música pero, antes de todo, la arquitectura y la filosofía, disciplinas cansadas de las vanguardias y de sus aporías, decepcionadas con la tradición de la ruptura cada vez más integrada al fetichismo de la mercadería en la sociedad de consumo.

Desde un punto de vista más amplio, se pueden deducir dos tesis que están relacionadas al surgimiento de la posmodernidad. La primera la considera un movimiento que inició en los años sesenta, con el agotamiento de la modernidad, más específicamente con el movimiento estudiantil, el avance de la tecnología, la nueva visión del consumo y del capital internacional. Según esta concepción, la posmodernidad constituye una fase crítica de la sociedad moderna. En la segunda tesis, la posmodernidad representa una nueva época histórica posterior a la modernidad. Harvey (1998), refiriéndose a la posmodernidad como condición histórica, señala que la crisis de superacumulación iniciada al finalizar los años sesenta, y que llegó a su auge en 1973, generó que la experiencia del tiempo y del espacio se transformara, la confianza entre juicios científicos y morales se resquebrajara, la estética triunfara sobre la ética como foco primario de preocupación intelectual y social, las imágenes dominaran las narrativas, se prefiriera lo efímero y la fragmentación a las verdades eternas y a las políticas unificadas, y que las explicaciones dejaran el ámbito de los fundamentos materiales y político–económicos y pasaran a la consideración de prácticas políticas y culturales autónomas.

Garboggini di Giorgi (1993) percibió el posmodernismo como una sensación y una apuesta. Una sensación de que la modernidad está rota, de que la racionalización de la vida es inaceptable e inhumana; de que la promesa del progreso es una ilusión y de que el universo es peligroso. Una apuesta porque los posmodernos confían en la heterogeneidad y en la diferencia, afirman la fragmentación de experiencias, enfatizan la existencia de micropoderes capilares en el interior de la sociedad y consideran ilusorios el poder del Estado y la dominación de alguna clase social. Para Gomes (1994) el mundo posmoderno es descentralizado, dinámico y pluralista; en él desaparecerán las reglas de la mayoría absoluta, y cada vez más habrá menos lugar para la tiranía de la sociedad de masas. El sistema internacional pasó a ser multipolar, las minorías alcanzaron su derecho de expresión.

Cevasco (2003), refiriéndose a las diez lecciones sobre estudios culturales, señala que, a partir de la década de los sesenta, se sintió otro cambio semántico en el concepto de cultura, infiltrando cambios en la organización social de un mundo conectado por los medios de comunicación de masa, donde profundas transformaciones económicas y políticas acabaron por enflaquecer un proyecto colectivo de cambio social. "Viva la diferencia" y "abajo el universalismo" son las ordenanzas de la época posmoderna. En el nuevo momento, la cultura con mayúscula es sustituida por culturas, en plural. La atención ya no recae sobre la conciliación de todos, ni tampoco sobre la lucha de una cultura en común, sino en las disputas entre las diferentes identidades nacionales, étnicas, sexuales o regionales. La cultura no sólo transciende la política como un bien mayor, sino que representa los términos en que la política se articula. Se echaron por tierra las pretensiones a la neutralidad y a la inocencia de la cultura y se estrechó la noción de lo político, reducida ahora a una práctica cultural y a la defensa del particularismo de diferencias culturales. En relación con esa problemática, Santos (2002) alerta que el dominio global de la ciencia moderna como conocimiento–regulación cambió muchas formas de saber, sobre todo aquellas que eran propias de los pueblos que fueron objeto del colonialismo occidental. Tal destrucción produce silencios que hicieron impronunciables las necesidades y las aspiraciones de los pueblos o grupos sociales, cuyas maneras de saber fueron objeto de destrucción. Bajo la portada de los valores universales autorizados por la razón, se impuso la razón de una "raza", de un sexo y de una clase social. La cuestión es ¿cómo realizar un diálogo multicultural cuando algunas culturas fueron reducidas al silencio, y sus formas de ver y conocer el mundo se hicieron impronunciables? ¿Cómo hacer hablar al silencio sin que repita necesariamente el lenguaje hegemónico que pretende hacerlo hablar?

Las dos guerras mundiales, marcos en la historia de la humanidad, rediseñaron el mundo. Algunos países de Occidente y de Oriente empezaron a invertir fuertemente en la industria de punta, como condición indispensable para el desarrollo político, económico, social y cultural, y al mismo tiempo comenzaron a competir entre sí, a ofrecer mejores condiciones de vida para la población, preparándose, lógicamente, para futuros conflictos. Fue en esta época que el progreso científico asumió, por vez primera, formas amenazadoras. El constante perfeccionamiento técnico producía herramientas cada vez más sofisticadas y poderosas de destrucción y, al mismo tiempo, la industria bélica se convertía en un principio permanente de producción industrial, movilizando presupuestos gigantescos y personal especializado. La Guerra Fría exacerbó, aún más, la disputa entre los bloques capitalista y socialista. En el periodo llamado era pos–industrial, se sintió un cambio paradigmático en la ciencia, que hasta el momento era considerada una actividad noble, desinteresada, cuyo objetivo era romper con el mundo sombrío. El impacto tecnológico provocó cambios en la forma de ver cómo el saber era producido, distribuido y legitimado. La ciencia pasó a ser encarada bajo el prisma del valor de uso. Según Rodrigues (2003), en el escenario posmoderno la ciencia se asocia a la visión de tecnología cultural, incorporando en sí el valor de cambio, práctica que somete al capital y al Estado.

La posmodernidad tiene una vinculación con el posindustrialismo y con todo el arsenal de nuevas ideas. La cultura de la sociedad capitalista avanzada pasó por un profundo cambio en relación a la estructura y al pensamiento. El conocimiento se constituye en la principal fuerza de producción. La fuente de todas las fuentes se llama información. La riqueza de una potencia no descansa únicamente en la abundancia de materia prima, sino en la cantidad/calidad de la información técnico–científica. A la ciencia, modo de organizar, almacenar y distribuir información, le corresponde mostrar que sin el saber científico y técnico no se tiene riqueza, y la universidad, institución importante en el cálculo estratégico–políti–co del Estado, asume la investigación tanto financiada como la de relevancia social. La enseñanza y la investigación, funciones históricas de la universidad, que antes buscaban preparar hombres para descubrir la verdad, hoy en día buscan, principalmente, formar individuos competentes para insertarlos en el mercado capitalista.

La historia del pensamiento occidental pasó por diferentes megaparadigmas: el premoderno, el moderno y el posmoderno. La posmodernidad es el tercer gran cambio paradigmático, que predomina a partir de la segunda mitad del siglo XX. Santos Filho (1998) presenta las siguientes características: la presencia o la necesidad de sistemas abiertos; el principio de indeterminación en la ciencia; la incredulidad en las metas narrativas; el foco en el universo; la denuncia de los medios masivos en la representación del mundo; la explosión de la información y el crecimiento concomitante de las tecnologías de la información; el capitalismo global; la humanización del mundo en todas las dimensiones; la integración entre Estado y economía o mercado, y la tendencia a la hegemonía del mercado; el individualismo irónico, cínico, fragmentado y esquizofrénico; la caída del sujeto y la nueva concepción del tiempo y de la historia; la complementariedad entre alta y baja cultura.

De las características presentadas, el rechazo de la visión de una racionalidad global como explicación de todos los fenómenos afectó con más intensidad a la nueva cultura en lo que concierne a la concepción de mundo, la filosofía, la educación, la ciencia, el modo de vivir y encarar la existencia, y el papel de las instituciones sociales. Los sistemas filosóficos que ofrecen algún patrón universal, como las obras de Freud, Hegel, Comte y Marx, tienen alguna regencia, pero sólo en parte. Quedaron sacudidos, también, el eurocentrismo y las formas de colonialismo, internas y externas. El positivismo, como forma hegemónica de generar conocimientos, perdió su monopolio y credibilidad, pues ya no es capaz de explicar la complejidad y la gran gama de fenómenos, y se descubrió que la razón no es omnipotente, que la ciencia no es absoluta, que la verdad es relativa y cuestionable y que cualquier discurso universal que no considera la diversidad entre las culturas, razas, lenguajes, credos religiosos e ideológicos, tiende a ser rechazado. Por un lado, sentimos la necesidad de despertar al dinamismo de la sociedad, de entender los contextos dentro de una visión interdisciplinaria pero, por otro lado, sentimos la falta de un referente unificador para explicar los fenómenos, hecho que generó una incredulidad en todo y en todos, ocasionando un cierto caos. En la nueva forma de entendimiento hay un destronamiento de la ciencia, que tiene implicaciones directas en la práctica de la investigación y en la docencia.

La posmodernidad, que no tornó obsoleta la modernidad, que cuestiona la teoría cartesiana y que perdió su ancla en las metas narrativas, considera que hay muchas formas de interpretar la realidad, y que la duda es condición indispensable para la reflexión.

Este movimiento cultural representa una apertura hacia nuevas posibilidades y, consciente de los límites de la modernidad, busca transformar lo moderno, en vez de rechazarlo totalmente. Según Rocco,

los posmodernos defienden la necesidad de modelos de análisis que reconozcan la complejidad de lo que es la causa múltiple arraigada en condiciones históricamente determinadas de condiciones o lugares locales o particulares (1991: 273).

Para Kumar (1997), el mundo posmoderno es un mundo de presente eterno, sin origen, pasado o futuro; un mundo en el que es imposible encontrar un centro o cualquier punto o perspectiva desde el cual sea posible mirarlo firmemente y considerarlo como un todo; un mundo en el que todo lo que se presenta es temporal, mutable o tiene el carácter de formas locales de conocimiento y experiencia. Aquí no hay estructuras profundas, ninguna causa secreta o final, todo es (o no es) lo que parece en la superficie. Es dar un fin a la modernidad y a todo lo que ella prometió y propuso. Siguiendo la línea de pensamiento, Marina señala que

las certezas viejas han desaparecido y no hemos alumbrado todavía certezas nuevas. La sociedad se ha hecho compleja y contradictoria, vivimos entre paradojas que resultan difíciles de manejar (2000: 24).

Por otra parte, para Calvo Prados

el posmodernismo no tiene certezas absolutas, nada le sorprende y sus opiniones son susceptibles de rápidas modificaciones. A ello han contribuido los medios de comunicación de masas y su posibilidad de difundir las más diversas concepciones de mundo. El individuo de nuestra contemporaneidad se encuentra sometido a una avalancha de informaciones y estímulos carentes de cualquier coherencia y opta por vagar de unas ideas a otras, abandonando la idea de existencia de una sola forma de humanidad verdadera. Todo lo llena la incredulidad (2000: 42).

Según Gonzáles Radío (1994), en la posmodernidad es posible vivir sin ideales. La vida no tiene presente ni imperativo categórico. Hay un declive sistemático del imperio de la razón y todo está permitido o, en otras palabras, nada está prohibido. Es el tiempo del nihilismo, de la presencia del individuo fragmentado, donde no se trata de hacer, sino de estar; pero, además, se pasa de la tolerancia a la indiferencia y es el momento del retorno a los mitos y creencias. En definitiva, es el tiempo del "débil" y del "light".

El prefijo pos es ambiguo en el campo social. A partir de lo expuesto, en el que quedan evidentes la complejidad y la diversidad de pensamiento de los estudiosos, se sitúa la posmodernidad como una fase cultural del capitalismo en sus prácticas más avanzadas, en las que la nueva tecnología de la información y comunicación ocupa una posición dominante en la infraestructura económica; en el que los medios de comunicación de masas ejercen un papel importante, y el proceso de consumo cultural es la propia esencia del funcionamiento del capitalismo. Se observa que hay cambios en los conceptos de ciencia y de verdad; una tendencia para la indeterminación; una amenaza a los valores de la cultura humanista; un reforzado aumento en el grado de fragmentación, pluralismo, eclecticismo e individualismo. Esto ocurre, principalmente, en virtud de los cambios ocurridos en el trabajo y en la tecnología. Se percibe que las instituciones están debilitadas; los partidos políticos de masas ceden lugar a los nuevos movimientos sociales basados en el sexo, en la raza, en la etnia, en el medio ambiente, y hay la preocupación por las políticas de diferencia. Además la concentración de la población en grandes ciudades se opone a un movimiento de dispersión. Según Cordero del Castilla,

la posmodernidad, que es una reacción ante los excesos de la modernidad y el uso prepotente de la cazón, está haciendo surgir una vuelta al campo, con el retorno al medio rural de población joven y emprendedora, con la valoración de pertenencia a un territorio y a una cultura, y con la integración de las personas en pequeñas comunidades (2001: 61).

La arquitectura revisa la tendencia a construir rascacielos de apartamentos y oficinas y el énfasis recae en proyectos de pequeña escala. Todos estos cambios, que tienen diferentes significados y manifestaciones en los diversos campos del saber humano y en las personas también, invaden las artes, la literatura, las humanidades, la administración, la economía, las matemáticas, la filosofía, las ciencias sociales, la teología, las ciencias exactas y la educación.

Aguilla Soto (2005) señala que en las sociedades posmodernas, desde el punto de vista económico, cada vez es mayor la producción de bienes intangibles que circulan a través de sistemas virtuales, interconectados en la red mundial. En el ámbito político, aumenta el número de organizaciones supranacionales. Socialmente, el panorama es heterogéneo, fragmentado con múltiples estilos y formas de vida, y las desigualdades sociales son cada día más drásticas. Desde el punto de vista cultural, hay una aceleración vertiginosa de la producción cultural, social y económica. La posmodernidad representa un giro social a gran escala, un proceso de cambio y evolución que se desarrolla a través de nuevos estilos de vida, en los que el ocio comienza a reivindicar un papel protagonista. El ocio se incorpora a nuestra vida cotidiana, a nuestro estilo de vida. El ocio es un derecho del hombre.

Por lo tanto, con más intensidad, a partir de los años setenta, la noción de posmodernidad entra en el escenario. Aunque no haya un consenso con relación a ese fenómeno, los estudiosos señalan algunas características sobresalientes: la pérdida de expectativas con relación a un futuro provisor, la rápida expansión del consumo y de la comunicación de masas, el conocimiento como mercancía, la incredulidad en las metas narrativas, la valorización de la cultura, etc. A partir de los años noventa, con el derrocamiento histórico global de la izquierda, del desarrollo tecnológico de los medios masivos, del triunfo de la tecnología genética, de la globalización liberal, de la desreglamentación de la economía, de la hinchazón de las actividades financieras y de la bolsa, el rótulo posmodernidad gana aliento. Hoy en día se habla de hipercapitalismo, hiperclase, hiperpotencia, hiperterrorismo, hiperindividualismo, hipermercado, hipertexto. La educación, para atender a una modernidad elevada a la potencia superlativa, busca retomar la legitimidad, a través de un discurso de calidad y excelencia. Diferentes mecanismos de acompañamiento y de control son utilizados para que las universidades encuentren salidas para atender a una demanda que tiene miedo de la desvalorización del diploma y de no encontrar lugar en el universo laboral.

 

POSMODERNIDAD Y UNIVERSIDAD

La universidad, principal gestora de la ciencia, necesita estudiar, reflexionar sobre esa nueva cultura; lograr salidas viables y confiables para el desencantamiento y admitir la pluralidad ideológica sin cerrar la puerta a ninguna modalidad de entendimiento del mundo. Con relación a esa problemática, Lampert (2001) señala que la universidad, dentro de la nueva visión del mundo, necesita estar abierta a las innovaciones y contradicciones que la tríada ciencia/tecnología/industria desarrolla. La universidad no puede ser una torre de marfil, obsoleta, que continúe vuelta solamente hacia el pasado. Además de la reproducción de conocimiento, su incumbencia principal es generar ciencia y tecnología, al mismo tiempo que tendrá la tarea de concebir y trabajar la complejidad de los fenómenos y la pluralidad ideológica. La universidad no debe enfocar la unilateralidad, sino considerar la bipolaridad como forma de analizar el desarrollo que, de un lado, trae beneficios, comodidad y bienestar a pocos, y, por otro, destierra a la naturaleza, la mayor riqueza de la humanidad, y produce la atomización de los individuos, que pierden su identidad, tornándose objetos manipulados y dominados por la máquina.

La universidad, que durante doscientos años, aproximadamente, se amparó en el megaparadigma moderno, carece actualmente de un paradigma anclado, capaz de dar sustento a las funciones básicas de enseñanza, investigación y extensión cultural. Siguiendo la misma línea de reflexión, Goergen (1997) dice que la universidad transita del Estado para el mercado, de la razón para la heteronomia, sin que esa travesía sea acompañada por una reflexión que profundice sus consecuencias. ¿Qué vendrá después? Esa es la pregunta que los académicos deben buscar responder y, tal vez, la respuesta motive propuestas alternativas o resistencias. La universidad necesita hoy de nuevos fundamentos filosóficos, como ocurrió en el momento de su creación como universidad moderna. Fue el contexto de las transformaciones que habían ocurrido, elaborado por el pensamiento de Kant, Fichte, Schleiermacher, Humboldt, Comte, Taine, Descartes y otros, que dio una nueva orientación a la universidad medieval, conectándola a las dos fuerzas directoras emergentes, la razón y el Estado. Hoy se vive nuevamente una época de profundas transformaciones en las que precisamente aquellos fundamentos modernos están siendo cuestionados y la universidad debe resistir a una reflexión más radical y abierta sobre sí misma. En una palabra, es necesario que lancemos la pregunta sobre el perfil que deberá tener la nueva academia del próximo siglo, que nacerá de las transformaciones en curso.

En esta nueva cosmovisión, la universidad se obliga a repensar sus convicciones. A través de una visión crítica, tendrá que estudiar nuevos modos de pensar, de leer el mundo, generar conocimientos y conducir el proceso de enseñanza/aprendizaje. En la dirección, Dupont y Ossandon (1998) señalan que la universidad parece ocultar la complejidad del sujeto que aprende, la complejidad de la sociedad y los paradigmas múltiplos y complementares. Por falta de una verdadera modificación en las prácticas pedagógicas y de una tentativa de aproximación sistémica de los problemas, la universidad corre el riesgo de cristalizarse y de cristalizar. La praxis de producción del conocimiento tendrá que estar abierta a las nuevas alternativas, hasta ahora refutadas, para justificar y explicar fenómenos, aunque de forma temporal. De acuerdo con Santos Filho (1998), los desafíos culturales, teóricos, metodológicos y éticos presentados por la posmodernidad esperan de la universidad una respuesta arrojada y urgente.

La universidad, inscrita en este contexto, está pasando por profundas crisis y desvaloración, como las demás instituciones sociales. Aun habiendo avanzado en muchas áreas, no logra atender a las expectativas y necesidades de una demanda cada vez más exigente, competitiva, individualista y consumista. Los alumnos, procedentes de diferentes clases, con peculiaridades específicas, donde la heterogeneidad predomina, buscan un diploma, que ya está bastante desvalorizado, como condición para competir en el mercado laboral. La distancia entre el discurso universidad–realidad desmotiva a los jóvenes, quienes son obligados a aprender contenidos poco significativos para la vida.

Frente al escenario actual surgen muchas preguntas que, al menos por ahora, carecen de respuestas plausibles. ¿Qué podrá hacer la universidad para retomar su estatus?, ¿qué alternativas administrativas y pedagógicas la universidad, que atravesó siglos y se adaptó a los diferentes megaparadigmas, debe adoptar en los tiempos posmodernos?, ¿de qué manera podrá revisar y buscar solucionar cuestiones cruciales como la violencia, el individualismo, el inmediatismo, el consumismo y la competitividad?, ¿cómo logrará atender al individuo diferente sin perder su referencial unificador?, ¿cómo abordará críticamente la ciencia y la tecnología, si frecuentemente carece de recursos humanos, materiales y financieros? ¿Cómo podrán los docentes atender a esta nueva realidad?, ¿cómo podrá atender la universidad a los excluidos económica, social, tecnológica y culturalmente?, ¿cómo puede atender a la sociedad globalizada, cada vez más centrada en el conocimiento y la universalidad?

De acuerdo con Mora (2006), el cambio de contexto (sociedad global, sociedad del conocimiento y de la universalidad) exige la realización de reformas en el sistema educativo superior para responder a los nuevos desafíos. Los cambios deben ser de dos tipos: intrínsecos (modelo pedagógico) y extrínsecos (modelo organizativo de las instituciones). La idea de cambio intrínseco puede sintetizarse en la necesidad de cambiar el paradigma educativo, partiendo de un modelo basado casi exclusivamente en el conocimiento, a otro basado en la formación integral de los individuos. Es necesario que los sistemas de educación superior dediquen especial atención al desarrollo de habilidades metodológicas como "saber leer, saber hablar y escribir", "saber pensar y saber continuar aprendiendo", "aprender a relacionarse y entender el mundo laboral" y también "desarrollar los conocimientos de carácter práctico que faciliten la aplicación de los conocimientos teóricos". El cambio extrínseco se refiere al modelo de organización de las instituciones de educación superior. Debe estar orientado hacia el aumento de flexibilidad del sistema, en un sentido temporal (facilitando la formación a lo largo de toda la vida) y operativo (facilitando el paso del sistema educativo al mercado laboral y entre programas dentro del sistema educativo). Esencialmente, el cambio se reduce a abrir las puertas a la sociedad y escuchar lo que ella necesita de las universidades. Esto exige una actitud de servicio social por parte de las instituciones y, sobretodo, de cada uno de sus miembros, especialmente de los docentes que serán los agentes de los cambios.

 

CONSIDERACIONES FINALES

Para mantener la universidad viva, con una finalidad social, cultural, científica, humana y política, es indispensable enfrentar y superar los grandes desafíos que la posmodernidad impone a la sociedad. La universidad necesita conciliar la cultura de los jóvenes con sus objetivos primordiales, que son la transmisión del patrimonio cultural y la formación integral, de otra manera producirá una generación de personas sin capacidad crítica, alienados consumistas desenfrenados, que reaccionan más por influencia de los medios de comunicación que por su propia conciencia y razón. No se puede olvidar que la universidad no es el único espacio de difusión cultural, y con algunas excepciones, está atrasada en relación a los más sofisticados aportes tecnológicos producidos por el capitalismo avanzado, que busca de todas las formas su hegemonía. Los recursos tecnológicos de última generación logran activar la atención e incluso formar la mentalidad de los jóvenes, cosa que la universidad, salvo excepciones, difícilmente consigue.

En la posmodernidad, para recuperar valores fundamentales y calidad, la educación tendrá que fundamentarse en el diálogo, en la problematización y en la interdisciplinariedad, buscando preparar al hombre para convivir armónicamente con sus semejantes, con la naturaleza y con todo el cosmos. La educación necesita preparar el sujeto para renunciar al egoísmo latente, vivir para el amor y la paz, promover la justicia, aprender a desear, contemplar lo bello, discernir lo cierto del error, ir más allá de las apariencias, tornarse más humano. Desde el punto de vista cognitivo, el alumno debe aprender a observar, esquematizar los elementos de un problema, sintetizar, generalizar, deducir, decidir, juzgar, evaluar, informarse, comunicarse y tener una curiosidad intelectual/cultural y, a través de la lectura, emprender una aventura capaz de multiplicar sus perspectivas, abrir sus oídos, apurar su olfato, educar su gusto, sensibilizar su tacto y formar un carácter libre pues, según Nietzsche (1979), el lector lee con todo el cuerpo.

La posmodernidad exige una educación armónica que garantice el bienestar del individuo y de la sociedad. En fin, un sujeto que se desacomode, establezca un equilibrio entre el cuerpo y el alma, entre el placer y la sabiduría, aprenda a trabajar las pérdidas y las incertidumbres. Un sujeto capaz de reconciliarse consigo mismo, aceptar sus propios límites, perdonar sus propios errores, ser tolerante consigo mismo. Un ser que sepa hacer al otro mejor y más contento. Un sujeto capaz de aprender a encontrar tiempo para su familia, el ocio, el cuerpo, el placer, el consumo, el descanso, el amor, los otros, para la lectura, la creación, la meditación, la oración y la soledad. Un sujeto capaz de ser humilde, de silenciar, de encontrar sentido en las cosas, de estudiar y de realizar un viaje interior de autodescubrimiento, de autodeterminación y de autorrealización.

La educación, deber del Estado, tendrá que enseñar en la posmodernidad al ciudadano a vivir en una aldea planetaria; a transformarse en un ciudadano del mundo; a aceptar la mundialización de la cultura, sin perder y renunciar a sus raíces culturales. Por lo tanto, en la posmodernidad, la educación debe ser un acto de coraje, de osadía y un eterno desafío. Debemos asumir con humildad los errores históricos y tener la predisposición de superarlos para que podamos contribuir a la construcción de un mundo mejor.

 

REFERENCIAS

AGUILLA Soto, C. (2005), Ocio, jóvenes y postmodemidad, Almería, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Almería.        [ Links ]

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