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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.28 no.111 Ciudad de México ene. 2006

 

Reseñas

 

Los agentes de la investigación educativa en México. Capitales y habitus*

Alicia Colina y Raúl Osorio

México, CESU–UNAM, 2004

 

Por Norma Georgina Gutiérrez Serrano**

 

* Presentación realizada en el marco del VIII Congreso Nacional de Investigación Educativa en Hermosillo, Sonora, 29 de octubre de 2005.

**Investigadora del Centro Regional de Investigaciones Interdisciplinarias.
Correspondencia: gala@servidor.unam.mx

 

El análisis de la conformación y dinámica del campo de la investigación educativa (IE) en México tiene un interés central en este trabajo, que adquiere concreción en las preguntas generales sobre quiénes son y dónde están actualmente los investigadores en educación. Más allá de una descripción, los autores de esta obra avanzan hacia una caracterización de los investigadores en educación en dos importantes dimensiones: la primera se refiere a la conformación del campo (¿cómo se asocian los investigadores?, ¿cómo cumplen con las reglas del juego del campo de la IE?, ¿cómo se incorporan a este campo y adquieren los capitales de poder para obtener reconocimiento de sus pares?).

En una segunda dimensión, la obra se propone interpretar y comprender la manera en que los investigadores, como individuos, sienten y piensan su práctica profesional. Es la atención a este tipo de preocupaciones lo que lleva a entusiasmar en la lectura de este libro a los interesados en el tema. No sólo porque hay poca literatura dedicada a los investigadores en educación y porque de ésta, la mayor parte no rebasa la descripción, sino también, como se muestra en el desarrollo de este trabajo, porque un estudio de este tipo da cuenta de la estructura y dinámica del campo de la IE.

El debate es materia de atención desde las primeras páginas del trabajo que nos ocupa, es más, constituye un punto de arranque. ¿Cuántos somos? Es una pregunta con presencia insistente en nuestro campo y ligada a ella. Otra pregunta frecuente es ¿quiénes somos? Están los datos de fuentes oficiales que reporta Martin iano Arredondo en 1984, en los que para 1979 se consideraron 762 investigadores. En 1994 un inventario de la Secretaría de Educación Pública (SEP) menciona 900 investigadores.

Pero también se hace referencia a la polémica indirecta entre Eduardo Weiss y Rollin Kent, que en una vertiente más estricta consideran: "De ninguna manera somos una comunidad de [...] 200 investigadores" afirma Kent, mientras que para Weiss, "somos cada vez más y mejores" y reconoce alrededor de 300 investigadores en el campo. Sin duda se trata de diferencias derivadas de distintas perspectivas y lugares desde donde interpretamos el campo de la IE.

En este panorama, Colina y Osorio establecen dos criterios centrales para identificar a 336 investigadores como población de estudio. Un primer criterio fue la membresía en órganos como el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE) o la Red de Investigación en Educación Superior. Un segundo criterio consideró la participación activa en el campo relacionada con publicaciones, comités editoriales, congresos y gestión.

De esta población de estudio, los autores sistematizan datos de fuentes de información electrónica que les permiten una descripción por género, ubicación territorial, ubicación institucional, pertenencia a asociaciones y antigüedad en el campo de investigación. De la población de referencia, seleccionaron 15 informantes clave de quienes recabaron información cualitativa mediante entrevistas.

Los datos sistematizados y los relatos de quince investigadores fueron fundamentalmente interpretados a la luz la teoría de los campos de Pierre Bourdieu. Desde esta perspectiva teórica, parece que los autores logran enlazar la descripción de los investigadores en IE con la incorporación del conocimiento de la red de relaciones objetivas entre los agentes (investigadores) y sus instituciones, es decir, la teoría de los campos aplicada al campo de la IE, que constituye el título y tema del segundo capítulo de esta obra.

En la propuesta metodológica resaltan los indicadores de capital que están definidos por un contenido pertinente al campo de la IE. Así tenemos que el capital social se traduce en los indicadores de género, ubicación geográfica, ubicación institucional, antigüedad, entre otros; capital cultural institucionalizado como el último grado de estudios de los investigadores; capital objetivado como el número de publicaciones reportadas en la base de datos del Índice de Revistas sobre Educación Superior e Investigación Educativa (IRESIE); capital simbólico, como el nivel de pertenencia al SNI, las distinciones científicas y la participación en comités editoriales de las revistas Mexicana de Investigación Educativa, de Educación Superior, Perfiles Educativos y Latinoamericana de Estudios Educativos.

Para la exploración del habitus, otra categoría central de la teoría de los campos, se analizan las entrevistas en profundidad con base en los indicadores de actuación, como tiempo que se dedica a la investigación; recursos, como formas de obtención de financiamiento; interacción, como comunicación con colegas y sentimiento de integración; capacidades, como cualidades y habilidades reconocidas, y también violencia, como vivencias de dificultades, entre otros indicadores.

Con base en el análisis de estos indicadores de capital y del habitus, se organiza el desarrollo del libro en otros cuatro capítulos en los que se van entremezclando interesantes cuadros de datos, citas de obras sobre el tema y extractos de entrevistas. Desde aquí podemos ubicar personas, momentos, producciones e instituciones. Lo mismo observamos vida, obra y trayectoria que identificamos campos de poder y formas de violencia en el campo. Contamos pues con una rica caracterización y con un comprometido corpus analítico de la IE en México. Ésta es una obra que provoca la reflexión, la sorpresa y la revisión de los supuestos que sostenemos quienes hemos abordado el tema.

El trabajo escudriña y nos señala las reglas del juego que están inmersas en los procesos de institucionalización, nos muestra cómo la configuración relacional del campo se impone a sus miembros.

Así se establece que quienes producen capital objetivado en publicaciones dentro del campo son quienes detentan mayor capital social y cultural, y son capaces de reproducir el capital simbólico que los fortalece.

Los investigadores en esta situación no constituyen más que 39% de los 336 considerados. También se dice que estos agentes son los que se encuentran ubicados en instituciones de investigación con claras reglas del juego.

Sin embargo, retomando la idea de Bourdieu de límite de un campo, en la que se reconoce a los agentes o instituciones que pertenecen a él, en la medida en que sufren y producen efectos en el campo, me parece oportuno un señalamiento.

Tal vez en el año 2001 las comunidades o grupos especializados en investigación educativa que ahora conocemos no tenían una presencia tan notoria, pero en la actualidad, el mismo COMIE identifica dentro de su página electrónica a 24 de ellas.

Se trata de comunidades que ya tienen cierta permanencia y que afectan en muchas formas al campo, incluso con publicaciones que pueden considerarse como capital objetivado.

Tales comunidades no están sujetas a una estructura institucional ni a reglas institucionales de juego, generan sus propias dinámicas, son cambiantes y menos rígidas que las organizaciones académicas, integran agentes con distinto capital social, cultural, objetivado y simbólico e indudablemente afectan y se ven afectadas por el campo. Por ello me atrevo a expresar una inquietud referida a la suficiencia de un marco analítico estructuralista.

Me pregunto: ¿será suficiente seguir enfocando la IE en México como un campo estructurado? ¿No habrá otros elementos que estén influyendo o determinando la dinámica de la IE, cuya explicación no se posibilite mediante un enfoque estructuralista? ¿El principio de la dinámica del campo de la IE radica en la configuración particular de la estructura? Son parte de las reflexiones que me provoca la lectura de su libro, reflexiones que también van de la mano de la satisfacción por los acuerdos.

Tenemos acuerdos en concebir a la IE en México como un campo, en denominar y analizar a los miembros del campo como agentes de la IE, en valorar el papel de los líderes fundadores de las instituciones dedicadas a la IE, en reconocer la influencia de las instituciones en la estructura y dinámica del campo. Por todo esto y más me siento una interlocutora de los autores de la obra que reseño.

Considero que restan por hacer otros trabajos en esta línea de indagación. Tales trabajos seguramente se convertirán en capital objetivado y generarán capital simbólico no solo de quienes los publiquen, sino sobre quienes se escriba. Así, por ejemplo, muchos de los miembros del campo empezaremos a tomar en cuenta el publicar en revistas que se encuentren indexadas en el IRESIE por ejemplo, o pondremos más atención en atender invitaciones de comités editoriales de las cinco revistas que se consideraron en el estudio que dio lugar al libro Agentes de la IE en México.

Se trata de una obra que nos muestra, de manera clara, una perspectiva compleja que supone mucho compromiso analítico y casi exige una toma de posición dentro del campo de estudio. Los autores se comprometen con una postura; sus análisis enjuician y valoran de manera fundamentada, por lo que es de reconocerles la entereza, pero además, cabe señalar que de esta forma la emisión de juicios y valores rebasan las opiniones arbitrarias tan frecuentemente escuchadas en nuestro campo, cuya naturaleza invita a cualquier lego a opinar con autoridad y sin ningún fundamento.

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