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Perfiles educativos

versão impressa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.27 no.109-110 Ciudad de México Jan. 2005

 

Reseñas

 

Del gesto a la palabra: la etología de la comunicación en los seres vivos

Boris Cyrulnik

Barcelona, Gedisa, 2004

 

Por Juan Leyva Cruz*

 

*Doctorante en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Editor en el CESU–UNAM.
Email:leyvac@servidor.unam.mx

 

La identidad humana

Si una de las empresas básicas del conocimiento, tal como se la planteó Edgar Morin hace muy poco (2001), es caracterizar de nueva cuenta, con los saberes actuales, la particularidad del ser humano, su lugar específico en el reino de la naturaleza –puesto que ello implica toda una redefinición de las tareas, las direcciones y los métodos de la vida humana en el universo–, no puede menos que pensarse que una de sus asignaturas era, y es, reformular ahora las relaciones con el reino animal y por qué, siéndolo, somos diferentes del resto de la fauna. La etología humana ("estudio de las costumbres, caracteres y conductas de un organismo en su medio habitual" [Cyrulnik 2004, p. 126]) es el campo donde esa reformulación se está desarrollando de manera sistemática (de ahí que Morin y Cyrulnik hayan sostenido un diálogo sobre la naturaleza humana [2005]).

Hay libros que provocan no sólo interés y entusiasmo sino incluso una especie de alegría, un gusto singular que se queda en nosotros por mucho tiempo. Así me ocurrió con Sentir lo que sucede (2002), de Antonio Damasio, que explica la relación entre el cerebro y las emociones en la acción psicomotriz y representacional, y me ha vuelto a ocurrir ahora con esta obra de Cyrulnik, que para explicar la adquisición del lenguaje hace confluir toda una gama de intuiciones y conceptualizaciones provenientes del psicoanálisis, la lingüística, la biología, la psiquiatría, la neurología, la etnología y la filosofía, en cuyos desarrollos existen lagunas, hiatos o zonas oscuras y presupuestos escasamente demostrados en torno a este rasgo crucial de nuestra identidad, y que ahora ha retomado la etología humana, disciplina de la cual Cyrulnik es cofundador.

Del gesto a la palabra (La naissance du sens) responde –así sea parcialmente–, a una de las preguntas que Damasio se había hecho en Sentir lo que sucede: ¿cómo se da la organización de la percepción, y luego de las reacciones sensoriomotrices a que aquélla da lugar, en un código semiótico (inicialmente imágenes, después lenguaje)? Según Damasio, lo que sabemos acerca de esto es muy poco (la filosofía, en especial después de Kant, se ha ocupado mucho del tema, si bien con un instrumental precario). A las investigaciones de Piaget y su escuela en el campo de las ideas, y a las de Damasio en el de las emociones, podemos sumar ahora la obra de Cyrulnik, de la que Del gesto a la palabra constituye un resumen en cuanto a lo que ha aprendido este autor de cómo el niño adquiere, desde el vientre materno, un instrumental que alcanza uno de sus puntos culminantes hacia los dos años de vida, cuando ingresa definitivamente en el mundo de la palabra.

 

La clave del ingreso al lenguaje

La cuestión clave es el señalamiento de un objeto por parte del bebé, pero es importante saber con claridad cómo se da ese señalamiento.

Intervienen el dedo (no la mano en general, aunque sí al principio), el gesto (después la palabra), el objeto y un tercero o figura de apego más los afectos y emociones. Para que un bebé tenga interés en y descubra el valor de distinguir e indicar es preciso que haya a quién señalarle el objeto; es decir, la indicación no es sólo una solicitud del objeto, sino de afecto y afinidad con respecto a quien se lo señala (previamente el objeto estará "marcado" por una relación entre éste y los padres o figuras de apego captada por el niño): "cuando efectúa el gesto de señalar, mira a la madre, padre o adulto que se encuentre con él en la habitación. Digamos que se dirije hacia lo que denominamos, en nuestro lenguaje, 'su figura de apego'. Es entonces, en ese momento preciso, cuando ensaya la articulación, todavía errónea, de una palabra. He propuesto una palabra para designar esta palabra–todavía–fallida o, si se prefiere, este intento–fallido–depalabra: la denomino 'protopalabra'. Se percibe como una emisión sonora del tipo 'bo–bo'" (Cyrulnik 2004, pp. 53–54).

La conexión con la etapa prenatal nos la da en esta cita la figura de apego. A menudo, es la madre, o un equivalente afectivo, la que brinda los elementos de apego, uno de los cuales es el olor (aunque el sabor y el sonido también están presentes), captado junto al gusto ya desde la absorción del líquido amniótico (Cyrulnik 2003, p. 51). Una vez en la vida aérea, el bebé ejecuta la maniobra de amamantamiento en estrecha colaboración con la madre y la mirada mutua entre ella y el bebé, cuya primera aproximación al seno ha sido filmada y estudiada con detenimiento. Este detalle de la mirada, inadvertido hasta hace muy poco, ha permitido comprobar, en cámara lenta, la importancia de la relación triangular entre el seno, su olor y sabor, la búsqueda del niño y el rostro de la madre; relación que cobrará una nueva dimensión en la operación de señalar que caracteriza la entrada del bebé en el mundo de los signos. Cuando la madre se empieza a distanciar del niño, muy pronto, el bebé aprende a diferenciar entre ella y otras personas especialmente por el olor, lo que ha sido comprobado gracias a experimentos con objetos de apego (un pañuelo, un oso de peluche, un juguete), cuyo rasgo fundamental es que están impregnados del aroma de la madre. En todo esto puede haber sustitutos: el biberón, el padre, el olor de éste u otra figura encargada de la crianza temprana. El pequeño ser tendrá, entonces y después, la necesaria flexibilidad.

 

El habla y la vida prenatal

Mediante la ecografía u observación por ondas ultrasónicas, se ha podido apreciar algunos detalles más del instrumental que el feto empieza a desarrollar y que le será útil para alimentarse y luego adentrarse en el lenguaje. Se ha visto, por ejemplo, qué tipo de reacciones manifiesta cuando la madre habla (el niño registra esencialmente las ondas bajas, o sea, graves, pues las altas son filtradas por el cuerpo materno), y cómo, en determinadas situaciones, el niño se excita y mueve la boca e incluso llega a colocar un dedo en ella, si bien no todos reaccionan de modo similar: el rango de respuestas es amplio, pues ya desde ahí se manifiesta el carácter individual (Cyrulnik 2003, p. 52). La relación entre estímulo sonoro, movimiento labial y acto de chuparse el dedo conforma una de las primeras conexiones entre figura de apego, alimentación, placer y movimiento labial, y es importante guardar en la memoria el hecho de que el bebé, una vez fuera del vientre, viene equipado con esa relación, y que es capaz (en un momento dado cuya estructura Cyrulnik describe en varios de sus libros), de trasladarla, de la figura, al objeto de apego. Éste es un principio de traslación de significados fundamental para la adquisición del lenguaje y para el desarrollo estable e independiente, como pudo verse en el caso de un niño psicótico que dejó de serlo en parte gracias a un video en el que fue posible observar que era capaz de mirar, así fuera de reojo, a la madre, mientras señalaba un juguete de su interés que deliberadamente había sido puesto fuera de su alcance (los autistas, los abandonados y los encefalópatas nunca señalan con el dedo). La mirada a la madre parece haber sido clave para inducir la entrada del niño en el mundo de la comunicación (Cyrulnik 2004, p. 57).

 

La representación incipiente y el vínculo afectivo

Ésta es pues, en términos generales, la estructura de todo proceso comunicativo y representacional, y por eso, "el acceso abierto al lenguaje no sólo precisa requisitos neurológicos y etológicos, sino también afectivos. El sistema conductual que 'sustenta' el habla y propicia su aparición supone la presencia alrededor del niño de otro ser a quien pueda hablar, para quien pueda hablar. Es preciso que el habla propia responda al habla de otro" (Cyrulnik 2004, p. 56). Si bien se representa, ante todo, con el cuerpo, que alcanza más del 60 por ciento de influencia en el mensaje (Cyrulnik 2005, p. 96). El proceso en sí se relaciona con una estructura madurada en el niño que consiste en dejar de "empeñarse en alcanzar el objeto para apropiárselo de forma inmediata; debe adquirir la representación elaborada que, por designación, remite a cualquier cosa que se encuentre alejada en el espacio y pueda obtener por intermediación de la madre" (Cyrulnik 2004, p. 53).

Naturalmente, esto ocurre de manera óptima en el caso de niños bien atendidos donde el deseo y el afecto se conjugan para obtener o significar. Sin embargo, cualquier alteración del proceso retrasa y dificulta la adquisición de los elementos para la vida; de ahí, por ejemplo, la anorexia, a menudo causada por la ausencia temprana y recurrente de figuras de apego que carguen de afecto y socialecen el acto de comer, lo que no significa que –salvo los casos más graves y extremos o que no encuentran un otro de apoyo para desencadenar la "cura"–, un bebé mal atendido no adquiera, tarde o temprano, el instrumental necesario para vivir e incluso en muy buenas o excelentes condiciones, aunque sin borrar las heridas que llevaron a las adquisiciones tardías o problemáticas. Esa flexibilidad del ser humano es la resiliencia, o sea, la capacidad para resistir el sufrimiento y encontrar las vías para establecer una vida no sólo normal sino feliz (Cyrulnik 2002, 2003).

Es por ello que niños desatendidos o abandonados tienen enormes dificultades para señalar, pero incluso para mantener una relación triangular entre sí, el objeto y una figura de apego (ausente), lo que implica que el niño no "socializa" el objeto, sino que lo considera un puro instrumento; esto se manifiesta, por ejemplo, cuando un niño toma un vaso de agua, si tiene sed, bebe, y en vez de colocarlo en la mesa o devolverlo a su madre o tercero presente, lo deja caer. Es decir, el vaso carece de valor afectivo y, por tanto, social. No es más que la vía para acceder al agua (Cyrulnik 2004, p. 64). El niño no ha tenido acceso al placer que se experimenta en los juegos de traslación de significados, y es interesante constatar que, salvo chimpancés humanizados, ningún animal es capaz de señalar con el dedo, y que en el reino animal no humano la designación de un objeto deseado a menudo compromete a todo el cuerpo.

La importancia de los otros en la adquisición del habla ha sido estudiada por Cyrulnik también por medio de cintas magnetofónicas que han recogido la expresión de niños en guarderías y cuyos grititos analizó gráficamente. Los gritos de los niños solos eran "cuadrados", mientras que los de niños en cuyo rededor había adultos hablando mostraron, desde el cuarto día, una forma melódica, "y, al responderse unos a otros, componen una especie de sinfonía de las cunas" (p. 58). Es decir, la modulación articulatoria, los giros acentuales, van siendo aprendidos desde antes de que el niño pueda pronunciar palabra: el ritmo es un camino de adiestramiento para la construcción posterior de palabras y frases.

Dato significativo en este contexto es el hecho de que el bebé se habitúa a una relación entre ondas graves y estado de reposo, ya que, desde el vientre, esa tonalidad queda asociada al estado interior en el mundo acuático materno (recordemos que las altas frecuencias no llegan hasta su oído). No sorprenderá, entonces, que en la guardería, Cyrulnik haya descubierto que "las voces, en un medio estable, se enriquecen en frecuencias bajas. Pero si entra alguien, si se presenta una enfermera para hacer la cama, en el grito siguiente las frecuencias altas serán más numerosas" (2004, p. 59).

 

El papel del olfato en la adquisición del lenguaje

Volvamos ahora al tema del olfato. Oler le permite al niño percibir a su figura de apego con independencia de la voluntad de la figura (que puede no hablar o no estar cerca para ser degustada, pero no frenar los efluvios), y también le da la capacidad de percibir ese mismo olor en algo que no es la propia figura, sino un objeto impregnado con su aroma. La eficacia de esta traslación es tan grande que un objeto cualquiera impregnado con el olor materno puede no sólo tranquilizar bebés, sino aun niños más grandes cuando, por ejemplo, padecen de angustia en la escuela (Cyrulnik 2004, p. 74). Y su importancia es todavía mayor: "El niño que duerme con regularidad, tranquilizado por su objeto de apego, estructura su sueño de modo más precoz y armónico que el que 'tiene dificultades para dormir' o el niño al que se prescriben somníferos. Todo ello repercute no sólo en el desarrollo de las facultades intelectuales, sobre todo de la memoria, sino también en el crecimiento, por medio de la hormona del crecimiento" (p. 80).

La clave de que sea el olfato el sentido decisivo en estas operaciones del bebé radica en su efecto sobre el sistema nervioso: "Los nervios olfativos que perciben la molécula e informan sobre ella a nuestro cerebro siguen un camino especial. No se detienen en la 'estación de selección de informaciones' que constituye el núcleo del tálamo, que canaliza estas informaciones hacia una zona especializada del córtex para formar una representación de las mismas [como cuando, al ver algo, inmediatamente le damos la etiqueta de un objeto determinado]. Por el contrario, esta información olfativa pasa directamente de la nariz a los circuitos de la memoria, sin ninguna representación neocortical./ Es decir, nuestro cerebro está organizado de tal manera que la percepción de un olor suscita en él una impresión difusa, que toma forma mediante un recuerdo. Los bebés cultivan ya la familiaridad olfativa, que constituye una forma de memoria a corto plazo" (2004, p. 78). El olfato, así, es idóneo para la traslación de sentidos de un objeto a otro.

 

Más allá de innato vs. adquirido

Lo hasta aquí reseñado ofrece al lector una cala en la etología y en el foco principal del libro, pero puede decirse que casi no hay página que no contenga un dato nuevo o una reinterpretación crucial; por ejemplo, las observaciones del autor en torno a cómo plantearnos ahora la cuestión del yo y el sujeto, considerando que ha estado marcada por las dicotomías entre innato y adquirido (aceptadas aún por Agnes Heller a principios de los noventas [1992]), que Cyrulnik considera obsoletas en la medida en que no hay ninguna posibilidad de manifestación de lo uno sin lo otro (dedica al tema varias páginas [89–93, 115–126]), como lo demuestran los avances de la etología cuando se ve que incluso la más mínima característica genética puede no manifestarse si no se inserta debidamente en la vida del bebé desde que está constituido en feto y ya fuera del vientre.

Para finalizar, tengamos en cuenta solamente que los nuevos instrumentos de observación de que ha dispuesto la etología han dependido mucho del avance tecnológico. Sin el video y su extensión masiva, por ejemplo, muchísimas observaciones no se habrían logrado, hasta el punto de que Cyrulnik lo considera el "acelerador de partículas" de su especialidad. Si recordamos que para el año 2004 había en el mundo ciento veinte millones de niños abandonados, y pensamos en lo que ello implica respecto al deterioro de la calidad de vida y del tejido social; y si añadimos a ello que los niños van a la escuela por razones relacionales o afectivas, más que por aprender (Cyrulnik 2003, p. 85) los recursos desarrollados por la etología cobran una dimensión enorme, aunque, desde luego, también son fundamentales para la población en general (Cyrulnik ha escrito incluso varios libros sobre animales). Dado que sus métodos han despertado las suspicacias y desaprobaciones de más de uno, el autor afirma en la última página del libro: "La observación directa [con apoyo en el video] ha abierto el campo de estudio de las interacciones precoces entre un bebé y su entorno, ha transformado el desarrollo de los bebés prematuros, ha hecho observables las manifestaciones tardías provocadas por carencias precoces, ha permitido sincronizar los ritmos biológicos de los niños con los ritmos escolares en numerosos países, ha descrito la semiología de los hombres sin habla (los afásicos, los autistas y los niños salvajes), ha permitido comprender la estructura del tiempo en los ancianos, observar cómo la aparición del habla inventó un nuevo mundo, evaluar el efecto de algunos medicamentos, comprender los movimientos multitudinarios y responder a la inquietante cuestión de por qué nos rascamos la oreja" (2004, p. 154).

Declaraciones avaladas por sus logros en trabajo con niños que han padecido la violencia y la ruptura de todo vínculo en lugares como Bosnia, Camboya, Brasil y la actual Rusia; y por su tarea clínica individual en la consulta psiquiátrica y psicoanalítica, y, en equipo, como neurólogo en el Hospital de Toulon.

 

La resiliencia

El interés de Cyrulnik por el conocimiento de la mente, las emociones y los procesos de recuperación ante el sufrimiento proviene de una pregunta que tuvo que hacerse tiempo después de escapar, siendo niño, de un campo de concentración en la Francia ocupada (nació en Burdeos en 1937): ¿de dónde me viene a mí esta fuerza o capacidad para la vida, este entusiasmo? (toda su familia había desaparecido víctima de la violencia persecutoria y la guerra). Y a la búsqueda de respuestas se debe su investigación sobre la resiliencia, lo que lo ha llevado a una diversidad de análisis en los que ha estudiado a los seres humanos sin separarlos del mundo de los animales, observando semejanzas y diferencias. Por eso es que ha podido escribir este libro sobre la adquisición del lenguaje que no deja de recordarnos a un clásico de la etología publicado por primera vez en 1966 y que se sigue reeditando tanto en Francia como en Estados Unidos, El gesto y la palabra (1971), de A. Leroi–Gourhan.

Si la obra de éste es una ambiciosa reconstrucción del paso de las estructuras más elementales de la vida hasta la complejidad de lo humano, la de Cyrulnik es una operación que recuerda las de la epistemología genética en torno al conocimiento: se centra en procesos que tienen lugar no ya a lo largo de la historia de la especie, sino en su observación particular en cada uno de los individuos que experimentan en su ciclo vital los momentos y relaciones cruciales que nos convierten en humanos.

 

REFERENCIAS

CYRULNIK, Boris (2002), Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida, Barcelona, Gedisa.

—     (2003), El murmullo de los fantasmas: volver a la vida después de un trauma, Barcelona, Gedisa.

—     (2005), El amor que nos cura, Barcelona, Gedisa.

—     y Edgar Morin (2005), Diálogos sobre le naturaleza humana, Barcelona, Paidós.

DAMASIO, Antonio (2002), Sentir lo que sucede: cuerpo y emoción en la fábrica de la consciencia, Santiago de Chile, Andrés Bello.

HELLER, Agnes (1992), "Death of subject?", en Georges Levin (ed.), Constructions of the self, New Jersey, Rutgers University.

MORIN, Edgar (2001), La méthode 5, L'humanité de l'humanité: L'identité humaine, París, Seuil.

LEROI–GOURHAN, André (1971), El gesto y la palabra, Caracas, Universidad Central de Venezuela.

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