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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.27 no.108 Ciudad de México ene. 2005

 

D O C U M E N T O

 

Dos universidades en América
más de cuatro veces centenarias*

 

JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

 

Perú y México son dos naciones hermanas, y muchos son los episodios y las coincidencias que a lo largo de la historia han fortalecido esta relación fraternal. Ambos países comparten no sólo el idioma de Diego de Hojeda y Sor Juana Inés de la Cruz, de Baquijano Carrillo y Fernández de Lizardi, de Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, sino una larga tradición de independencia y soberanía, de luchas sociales y vigor de las culturas que nos acompañan hasta nuestros días.

Desde la época prehispánica, las culturas asentadas en el actual territorio de Perú y las establecidas en lo que ahora es México compartieron una época de grandeza, de trabajo y esplendor. Los incas y los mexicas representan el eslabón más refinado en una larga cadena de civilizaciones que fueron capaces de conformar culturas avanzadas en sus respectivas regiones.

Ambas sociedades, la del altiplano de México y la de la cordillera en Perú, se apoyaron asimismo en métodos de cultivo originales que les permitieron, su integración primero, y posteriormente su florecimiento y expansión. En la laguna donde estaba asentada México Tenochtitlan, se empleó la agricultura de chinampas, islotes fértiles que se asentaban en el agua; en las montañas del Perú se empleó la agricultura de terrazas, que permite el cultivo en terrenos agrestes e impide la erosión ocasionada por la lluvia. Y así como ambas culturas legendarias han sobrevivido en el espíritu de las naciones, chinampas y terrazas han sobrevivido también, como ejemplos de su sabiduría.

Es cierto que todas las naciones de Hispanoamérica están ligadas por su pasado, como lo están por su lengua; sin embargo, es sorprendente la similitud que une de manera particular la memoria de nuestras naciones, y especialmente los rasgos comunes en la historia de la educación superior en ambos países.

En los orígenes de nuestras universidades nacionales, la Mayor de San Marcos de Lima y la de México, existe una palpable cercanía no sólo respecto a sus fechas de fundación –12 de mayo y 21 de septiembre de 1551, respectivamente–, sino en el propósito noble de consolidar las creencias más arraigadas y divulgar los conocimientos más avanzados de la época entre los estudiosos americanos. Así, podemos decir que desde estas universidades se comenzó a estudiar, a construir y a enriquecer el rostro intelectual de ambas naciones.

Durante la época colonial, nuestras universidades avanzaron paralelamente en las enseñanzas que en ellas se impartían. Los alumnos limeños y los de la capital de México estudiaban sus latines por igual, leían a los grandes autores de la época y practicaban duelos de oratoria donde el estudiante que sustentaba una tesis era contradicho por sus condiscípulos, en un debate argumental que ha sobrevivido hasta nuestros días bajo la forma de la crítica, tan esencial al pensamiento universitario.

Durante el siglo XVII, ambas universidades albergaron a grandes pensadores, que influyeron con su imaginación y su sabiduría en la cultura de su tiempo. En Perú destacaron, entre otros, Diego de Hojeda, autor del famoso poema La cristiada; Juan Pérez de Menacho, importante teólogo, historiador y jurisconsulto; Juan Solórzano y Pereyra, sociólogo e investigador de las culturas prehispánicas, autor de La política indiana; y Feliciano de la Vega, juez y abogado de intachable trayectoria.

En México, entre las figuras más prominentes destacaron Carlos de Sigüenza y Góngora, Fray Diego Rodríguez, Bernardo de Balbuena y Sor Juana Inés de la Cruz, científicos y poetas que retrataron, estudiaron y criticaron a la sociedad de su época. En ambos países, ese vehículo fértil que es la imprenta determinó el fortalecimiento de los gremios universitarios.

En el siglo XVIII peruano, don Pedro Peralta Barnuevo fue uno de los más notables de un grupo de eruditos que anunciaban la nueva era ilustrada, y representó el ímpetu de las pujantes generaciones de universitarios que no tenían más fronteras en su hambre de conocimiento que el limitado tiempo de sus vidas.

En las postrimerías del régimen colonial, José Boquijano y Carrillo, uno de los pensadores universitarios más destacados, encabezó a un grupo de intelectuales reformistas que lograron avances notables, como la fundación del periódico Mercurio Peruano.

Y mientras Vicente Morales Duárez participó como diputado por el Perú en las cortes de Cádiz, donde luchó por las libertades de pensamiento y de imprenta, consiguiendo importantes reformas sociales y políticas para su país, el mexicano Miguel Ramos Arizpe hizo otro tanto para beneficio de la colectividad a la que pertenecía.

Perú y México se liberaron del dominio colonial también el mismo año, 1821. Ahora bien, mientras la Universidad de México, apegada a la antigua tradición escolástica, permaneció prácticamente marginada de los acontecimientos políticos, la de San Marcos desempeñó en ellos un importante papel, pues fueron sus aulas uno de los principales sitios donde se proclamó la independencia. Y si en México la Universidad se perdió entre las luchas intestinas y los embates extranjeros que caracterizaron esos años, en Perú la institución educativa contribuyó decididamente a la construcción de su nueva sociedad, aun en medio de graves acontecimientos militares que, como en México, empobrecieron a la nación y desunieron a su pueblo.

Es cierto que Perú no sufrió las dolorosas intervenciones de potencias extranjeras que hicieron peligrar, en cambio, la soberanía de México. Sin embargo, sufrió la terrible guerra de 1879, la guerra del Pacífico que produjo, como en nuestro país, decepción y abatimiento.

Pero en las comunidades intelectuales de ambas naciones independientes surgieron también grandes figuras, como Mariano Eduardo Rivero -matemático, químico, naturalista e historiador- y Manuel González Prada, en el Perú. En tanto, en México, los encargados de hacer resurgir la cultura nacional fueron figuras como Manuel Orozco y Berra, Ignacio Manuel Altamirano, Gabino Barreda y, a comienzos del siglo pasado, Justo Sierra, a quien se debe, en 1910, la reapertura de la moderna Universidad Nacional de México.

En ambos países se impuso, a fines del siglo XIX y principios del XX, la filosofía positivista, en la cual fueron formadas varias generaciones, Y por igual, intelectuales renovadores asumieron en la primera década del siglo pasado la responsabilidad de encontrar alternativas, de resquebrajar los dogmas del positivismo y difundir las nuevas corrientes filosóficas. En Perú tuvo una trayectoria distinguida Javier Prado, maestro de la juventud, profesor, presidente de instituciones culturales y redactor del proyecto de la Constitución de 1920, al lado de otros destacados sociólogos y juristas.

En México, fue la generación del Ateneo de la Juventud la que criticó la filosofía positivista y abrió una nueva vía para el desarrollo de las ciencias y las humanidades. Así, grandes personalidades como Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos y Antonio Caso modificaron la historia cultural de nuestro país, al introducir en ella la figura de un intelectual más comprometido con su tiempo y con su gente.

El del Ateneo de la Juventud no se trataba, empero, de un esfuerzo aislado. Como en el resto de América Latina, como en el Perú, la gran idea unificadora de José Enrique Rodó nutrió de ideales y esperanzas a varias generaciones de universitarios que vieron retratado en sus hermanos de sangre, de lengua y de cultura, el porvenir por el cual lucharon con denuedo.

Y si en México una generación de estudiantes encabezados por Baltasar Dromundo y Alejandro Gómez Arias logró que el gobierno admitiera por vez primera la autonomía de la Universidad, en Perú una generación brillante, representada por Haya de la Torre, Jorge Guillermo Leguía y Jorge Basadre, entre otros, comenzó en 1919 una larga lucha por lograr que el Estado reconociera la autonomía de la Universidad peruana.

A lo largo del siglo XX, las comunidades universitarias de ambos países han influido en forma decisiva en la construcción de sus sociedades. Por eso ambas universidades son respetadas y queridas, y por eso mismo han necesitado defender de manera permanente su derecho a la crítica y a la libre exposición de las ideas, tanto en sus aulas cuanto en sus investigaciones y publicaciones.

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima y la Universidad Nacional Autónoma de México comparten, pues, un pasado de siglos. Pero el presente y el futuro de nuestras instituciones, como también el porvenir de las sociedades a las que sirven, es también un territorio común y una tarea compartida.

Ciertamente nos preocupa la situación que guarda la educación superior en América Latina. Tal vez ocurra que, apremiados por los asuntos urgentes de sus respectivas naciones, el Estado se haya visto rebasado por otros temas también importantes, pero como decía Antonio Caso, “todos los problemas de una nación pueden resumirse en uno solo: la educación”.

Así, las diversas crisis económicas, políticas y sociales que hemos padecido los países de la región, reflejadas en tantos casos por la falta de políticas claras en materia de educación superior, de ciencia y tecnología, han imposibilitado que tengamos un avance más consolidado. Comparto plenamente las ideas expresadas por el rector Manuel Burga en diversos foros de la Red de Macrouniversidades de América Latina y el Caribe: “la búsqueda de alternativas avanzadas para resolver los grandes problemas de nuestras naciones se ha visto limitada, por los limitados recursos de los que disponen las universidades públicas en nuestros países”.

Es pues, necesario, reconocer que Latinoamérica está rezagada en estas materias en relación al resto del mundo: señaladamente Norteamérica, Europa y Asia, que empuja cada vez más fuerte. El dilema es claro: ¿estamos o no dispuestos a atender con mayor decisión las necesidades y las esperanzas de millones de jóvenes, quienes buscan por medio del conocimiento superior la oportunidad de alcanzar una vida mejor, más digna, más productiva? ¿Somos o no capaces de afrontar el desafío y en nuestra estrechez económica –que no de anhelos– encontrar la fórmula que nos permita hacer de la Universidad la palanca de nuestro progreso?

En estos temas, como en otros, en el mapa del futuro latinoamericano, la Universidad Mayor de San Marcos de Lima y la Universidad Nacional Autónoma de México se encuentran unidas, tanto como lo está su pasado. Y si la globalización permite percibir con mayor claridad las grandes afinidades que existen entre nuestras instituciones, la solidaridad nos impulsa a acercarnos aún más, en la búsqueda recíproca de un futuro menos desigual. El reto es complejo, no hay soluciones unívocas, hay que aceptar primero la realidad y no detenernos ante la adversidad. Hemos de trabajar con una mejor coordinación y con más eficiencia; con espíritu abierto y con la confianza de que en los jóvenes está nuestra mejor opción.

Hay en el horizonte, empero, elementos que nos permiten ver el futuro con cauteloso optimismo, que siempre es mejor que el mero escepticismo.

Tenemos una joven Red de Macrouniversidades de América Latina y el Caribe que coordina desde México Axel Didriksson y que ya cuenta con varios programas operativos, entre los que destaca el de movilidad estudiantil; la Unión de Universidades de América Latina está en pleno proceso de renovación; hemos dado pasos firmes para integrar y proteger el patrimonio cultural que tenemos a resguardo; hay un nuevo concepto de iberoamericanismo en la educación superior que nos acerca más a Europa, y nuestros posgrados y núcleos de investigación de alta calidad empiezan a funcionar de forma más cohesionada. Para consolidar todo ello, hay todavía mucho trabajo por hacer, como diría César Vallejo.

Al recibir el reconocimiento que hoy me otorga la gran institución donde fueron formados intelectuales de la talla de José María Arguedas, Alfredo Bryce Echenique, José Santos Chocano, el propio Vallejo y Mario Vargas Llosa, lo hago con agradecimiento a nombre de la institución de la que yo vengo, porque sé que ayudará a profundizar en la afinidad que existe entre los universitarios del Perú y los de México. Lo recibo también con esperanza, pues veo que sigue vigente el lema de la Universidad de México: Por mi raza, es decir por la raza nuestra, latinoamericana y admirable, habla ahora y hablará siempre el espíritu, el espíritu que nos guía, y que no es otro que el del esfuerzo común por contribuir al progreso de nuestros países.

Así como abiertas encuentro hoy las puertas de esta noble institución más de cuatro veces centenaria, así encontrarán ustedes, universitarios peruanos, latinoamericanos todos, los de hoy y los de mañana, las puertas de la Universidad mexicana que naciera en el mismo año que la suya, para hacer realidad entre todos la utopía que nos cohesiona y anima. Perú y México, México y Perú, unidos para siempre en los valores del espíritu universitario.

 

 

* Palabras del rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, al recibir el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, el 12 de mayo de 2005.

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