SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.24 número96A modo de silabario: para leer a Michel Foucault índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Perfiles educativos

versão impressa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.24 no.96 Ciudad de México  2002

 

Reseñas

 

De Robinsón a Odiseo: Pedagogía estructurativa

 

Rodolfo L. Bracho Riquelme*

 

José Vasconcelos. México, Constancia, 1952

 

* División de Estudios de Posgrado e Investigación, Facultad de Medicina de la Universidad Juárez del Estado de Durango. rudybracho@terra.com.mx

 

"Sin vocación alguna
pedagógica, sin práctica del
magisterio, publico
este libro, únicamente para explicar
como procedió un filósofo
cuando el destino le llevó
a la tarea de educar a
un pueblo."

José Vasconcelos1

 

Proemio

Para el autor, la civilización llegó al Nuevo Mundo desde el Viejo Continente. En La raza cósmica (1995), y en Ulises criollo (1958), Vasconcelos manifiesta su conciencia y orgullo de nuestra ascendencia española. Pero a América llegaron tanto de Iberia como de otras partes de Europa. La ubicación del México mestizo, católico e hispanohablante, frente a la potencia económica estadounidense, anglosajona, protestante y de habla inglesa, fue otra constante de sus escritos, expresada de manera destacada en la obra Bolivarismo y monroísmo (1934). Su planteamiento educativo no escapó a su hispanofilia y resistencia a lo yanqui.

En el exilio, a diez años de haber fungido como ministro de Instrucción Pública (1920-1924) y una de las varias veces que se alejó del país, Vasconcelos plasmó, en esta obra, el plan educativo que inició en el México revolucionario de su tiempo. Lo escribió en reacción a las innovaciones pedagógicas llevadas a cabo por sus sucesores, desde la educación racionalista hasta la educación socialista. A pesar de lo que se percibe, afanes de revanchismo y una amnesia selectiva, muchos de sus planteamientos continúan vigentes, a más de 75 años de distancia, renovados por las circunstancias contemporáneas.

La suya había sido una propuesta impregnada de su concepción filosófica de América Latina: por un lado heredera de la cultura latina milenaria y por otro resultado de la mezcla "desafortunada" de razas disímiles, que aún no habían logrado su integración, cuando, a su juicio, la Independencia interrumpió este proceso y la expuso a la hegemonía económica e ideológica de los anglosajones (Vasconcelos, 1952, pp. 3 y 4).

Para superar esta subordinación, definió un plan aplicable a cualquier país iberoamericano. Era preciso asentar nuestro desarrollo en las viejas raíces de hispanismo y catolicidad. La liberación espiritual, irresistible, traería posteriormente un aumento en la autonomía económica "porque primero se liberta las conciencias, y más tarde se hace posible romper las cadenas" (idem).

La aplicación en México de innovaciones pedagógicas, fundamentalmente de origen estadounidense, resultaba incomprensible para el autor y era necesario combatirlas.

El título del libro indica ya el propósito de superar el empirismo miope de los últimos tiempos y la posibilidad de reemplazarlo con un sistema que merecerá el nombre de clásico [...] Es esto lo que he querido expresar con el título: De Robinsón a Odiseo.2 Simbolizo en Robinsón el método astuto, improvisador y exclusivamente técnico que caracteriza la era anglosajona del mundo [...] Apenas se explica el día que el tipo Robinsón pudiese ejercer influjo en pueblos cuyo pasado contiene experiencias como las del clásico Odiseo.

Hace dos mil años cargaba ya en sus alforjas nuestro antiguo modelo tres mil años de cultura egipcia. Y sólo una pasajera pesadilla de náufragos explica que en este nuevo mundo, latinizado desde que Cortés empezó a civilizarlo, pudiesen tomarse en serio los ensayos y los atisbos del pobre Robinsón, caído en isla y nacido en isla, sin concepto alguno cabal de la extensión de los continentes y del contenido de las culturas (ibid. pp. 5 y 6).

Antes de opinar qué enseres son necesarios para la travesía cultural en la actualidad, escrutinemos el artilugio que propuso el Ulises criollo para la navegación.

 

El hecho educativo visto por Vasconcelos

La nueva escuela anglosajona aceptaba el concepto de que el niño es una tabla rasa, como lo planteó Rousseau. Tomando al niño como eje de la escuela, la tesis de Dewey3 era la instrucción como objeto de necesidad, se enseña al niño lo que es útil para él como niño. La aplicación de las ideas de Dewey que se trasladaron a México estaban destinadas a hijos de obreros norteamericanos con la intención de adaptar al niño al ambiente maquinizado y, en palabras de Vasconcelos, obtener "millones de ejemplares humanos aptos para el aprovechamiento de ciertos aspectos del medio externo, ciegos para lo desinteresado, fieles al rebaño y sin otra finalidad que el record, lo mismo en el trabajo, que en la diversión y el goce." Esta escuela pragmática era una educación para la vida (Vasconcelos, 1952, pp. 7-23).

La pretensión de esta escuela es que el alumno aprenda a descubrir, que ensaye cada una de las experiencias típicas de cada ciencia, un sin fin de experimentos. En ella, el maestro asume un papel más pasivo, se orienta más al registro y anotaciones de lo observado, para remitir sus informes de interminables experimentos que debe realizar el alumno.

De acuerdo con Vasconcelos, la pedagogía de Dewey era incompatible con nuestra idiosincrasia, producto de nuestra herencia latina, llegada vía España, y la Iglesia con su matiz aristotélico y tomista.

Si los anglosajones estaban convencidos de la nueva escuela, ¿porqué las clases gobernantes de estos países educaban a sus hijos en el sistema Oxford,4 sustituyendo el oficio con el deporte, en vez de instruirlos en la escuela Dewey?

El niño no es el eje de la escuela, lo que le resultaba absurdo, el eje no podía ser otro que la conciencia del maestro (Vasconcelos, 1952, p. 48). En la época vasconcelista el maestro mexicano carecía de la autoridad científica que otorgaba una carrera regular, se le tenía socialmente en poca estima porque su condición económica era modesta; relegarlo a un papel pasivo, como lo planteaba la nueva escuela, sería el tiro de gracia al restarle autoridad moral (ibid. p. 36). No aceptaba este papel del maestro donde, a su juicio, "se pierde el contacto humano directo maestro y alumno, acaso lo más fecundo de la relación de la enseñanza." El niño normal aguarda que el maestro le comunique saber, algo que olvidan los que aconsejan al alumno que busque por su cuenta (pp. 29 y 30).

La instrucción nada más por necesidad convertiría a la escuela en reducción, casi una caricatura de la vida. La escuela basada en la herencia latina, continuadora de las culturas helénica y egipcia, pretende un proceso de expansión, adiestramiento y realización de la conciencia. La realidad debía enriquecerse del alma educada, libre, que inconforme con aspectos importantes de la realidad, debía buscar reformarla. "Acaso la lección más importante de la escuela consista en enseñar a conocer un mundo que escapa a la necesidad y se desenvuelva según las reglas de la moral o del arte." (ibid. pp. 20 y 21).

La escuela pragmática no era escuela cabal y apenas llegaba a útil, sus discípulos irían "por el mundo sin concepto de totalidad, ensayistas de pequeños problemas, operarios de mente y manos, inválidos de la conducta, porque la conducta sólo se mueve ágil y consciente cuando se sabe guiada, por encima de la voluntad propia, por el criterio que organiza los valores, conforme a categorías dentro de lo universal y con el propósito de alcanzar lo sobrehumano" (ibid. p. 47).

Vasconcelos reconocía que la escuela ordinaria, libresca, es deficiente, pero una escuela que reemplaza el libro con lo útil condena a la mayoría a no conocer jamás el mundo de las ideas. La vida obliga a la mayoría a usar las manos, pero el uso de los libros únicamente la escuela puede darlo (ibid. p. 34).

El problema real era la prolongación de la profunda divergencia iniciada con la Reforma: "la escuela nueva es el protestantismo llevado a la pedagogía." Equipara esta pedagogía a la interpretación del pastor, que se desentiende de la patrística y, si le place, reforma la teología. "El primer deber del pedagogo es establecer el contacto del alumno con los grandes espíritus de todos los tiempos, el trato de las medianías lo obtiene el alumno del ambiente social en que habita, sin que haga falta para ello la escuela" (ibid. pp. 37 y 38). Logrado el contacto con la sabiduría milenaria no hace falta que los alumnos continúen desorientados en su búsqueda, habrán dado pasos para seguir ahora el consejo del filósofo hindú, que exclamaba: "busca en ti mismo', más bien que 'busca por ti mismo'" (ibid., p. 30).

Ante la pregunta, ¿qué es lo primero que debe leer el niño?, con vehemencia el autor responde, los clásicos, "las cumbres del espíritu humano a través de los tiempos [...] [que] darán al alumno lo que a menudo la escuela le niega: la sensación de la vida en su conjunto, el drama o la gloria de un destino en proceso." Ante quien afirma: "¡No los comprenderán!", la respuesta del Ulises criollo es "algo de genio hay en cada niño, y sólo cuando crecemos nos vamos haciendo tontos". Recuerda Vasconcelos que durante su gestión como secretario de Educación repartió la Iliada y la Odisea, afirmando que se hicieron populares rápidamente. Nada le parecía más urgente que "acercar a la juventud desde la infancia a los grandes modelos de todos los tiempos. No hay mejor cura para la mediocridad de la época. Todo el ambiente de una escuela puede transformarse y ascender con una prudente dosis de buena lectura sólida de clásicos: Homero, Platón, Dante; los universales y para nuestro uso: Cervantes, Calderón, Lope de Vega y Galdós" (ibid., pp. 83-85).

En cuanto al plan general de enseñanza, Vasconcelos sugirió, a partir de su interpretación filosófica, dividir los contenidos en científico objetivos, éticos y estéticos. A cada grupo de conocimientos el maestro adoptaría los procedimientos acordes con la naturaleza de la ciencia a enseñar, "A cada ciencia habrá que respetarle su método propio, más bien que inventar metodologías" (ibid., pp. 50-53).

Para el conocimiento objetivo, el método debe ser pragmático, empírico para la investigación, tal como lo requieren las ciencias aplicadas. A la vez el alumno, guiado, debe examinar lo que la práctica le indicaba a la luz de la teoría que la aclara.

En lo ético, la persuasión y el ejemplo son los métodos pedagógicos para examinar los valores de conciencia y ante problemas de la responsabilidad, "Para juzgar la conducta experimentamos con nuestra personalidad y cotejamos sus reflejos más íntimos con la manera de ser de nuestros semejantes, juzgando conforme a valores y no según la ley que observamos en los objetos" (idem).

La estética no tiene más pedagogía que su goce, "La regla del aprendizaje aquí no es activa-reflexiva como en lo físico, no es normativa-persuasiva como en lo ético, sino contagiosa y revelatriz. El arte no convence ni invita al aprovechamiento; no persuade ni inquieta en el sentido de la responsabilidad, simplemente fascina y engendra dicha" (idem).

Sintetiza el autor respecto a los elementos del hecho educativo (educando, educador, contenido y fin) de manera simple

El alma del alumno está ocupada por lo suyo y surge entonces la tarea de conciliar, combinar y nutrir uno de otro los dos movimientos: el de la sabiduría, que la escuela transmite desde el exterior, y el mundo subjetivo del alumno, que en algunos casos rechaza la aportación eterna, en otros la asimila y se acrecienta en ella. Se produce en ese mismo instante un resultado curioso y de la mayor importancia, porque al ilustrar, la sabiduría crece con la accesión de la nueva conciencia [...] [que] entra al mundo de la ciencia con derechos de ciudadanía plena, como uno que, llegado el momento se convertirá en reconstructor y factor acaso reformador de la sustancia espiritual (ibid., pp. 54 y 55).

 

La política educativa vasconcelista

Toca al Estado encargarse de la educación, y este servicio debe hacerse extensivo a todos los habitantes. La propuesta vasconcelista5 para estructurar el Ministerio de Educación es de tres departamentos: Dirección de Escuelas, Dirección de Bellas Artes y Dirección de Bibliotecas. Lo indispensable es la existencia de un organismo ejecutivo capaz de coordinar el esfuerzo educacional de un país (Vasconcelos, 1952, pp. 101-103). Toca a este organismo señalar las orientaciones generales, técnicas y políticas de la enseñanza. Le corresponde asimismo asegurar la cohesión de lo enseñado en las distintas facultades y escuelas (ibid., pp. 104-106).

Para Vasconcelos, las aristocracias del pasado (teocracia, milicia, plutocracia, etc.) son anacrónicas. El concepto de aristocracia se transforma a partir de la fecha en que la escuela primaria remueve la masa y le infunde cultura. Una aristocracia en el Estado democrático no es una casta, sino una aptitud, una capacidad y disposición para el servicio a la comunidad. La educación y el gobierno democrático se funden por necesidad, transformando las aristocracias de privilegio en aristocracias de servicio (ibid., pp. 107-113).

Un problema particular de nuestra evolución política, con repercusión importante sobre la educación, a juicio de Vasconcelos, era el laicismo. El laicismo estadounidense es un compromiso en la disputa de las sectas, no la negación del problema religioso. Por su parte, el laicismo mexicano, nacido de una guerra civil, fomentada por la injerencia extranjera, ha ido evolucionado desde la neutralidad fingida de los orígenes, hasta el protestantismo contemporáneo, "Y los que no caen en el culto extranjero, enemistados con la influencia religiosa familiar, se quedan en su mayoría sin otra religión que la del éxito." El problema del Estado como educador es de por sí demasiado arduo para complicarlo con la estrechez y las pasiones del partidismo filosófico o político. Antes que neutro, el Estado pedagógico ha de ser tolerante (ibid., pp. 113-120).

Movido por el afán de otorgar a la escuela el ideal que el laicismo le negó, Vasconcelos esbozó un plan patriótico, asentándole en la lengua y en la sangre. Cómo mexicanos, argentinos o chilenos, "¿qué esperanza podemos tener de superar nuestra condición actual de provincia inconfesa del yanqui?". Devueltos, en cambio, a la tradición española, que hizo un continente homogéneo desde el río Bravo hasta el Plata, las proporciones crecen y el futuro se enraíza en una vieja civilización organizada (idem).

Libros, comida y jabón eran la trinidad vasconcelista. Con el plan pedagógico propuesto, ante la realidad empobrecida, los comedores escolares y las tareas de higiene eran complementos imperativos (ibid., pp. 60–67).

En cuanto al edificio de la escuela, debía, desde el estilo, ser por sí representante de un significado de cultura. En el periodo vasconcelista se hicieron escuelas "estilo colonial mexicano", renovado por entonces (ibid., pp. 87-94). No podría subsistir la escuela moderna sin el auxilio de una adecuada biblioteca, disponible en otro horario para la comunidad. Como base de enseñanza general y célula de difusión de la cultura, no se concibe una comunidad sin biblioteca pública (ibid., pp. 81-86). Si un pueblo no tiene que leer, más vale dejarlo ignorante (Vasconcelos, 1951).

Para la alfabetización de adultos, la educación rural y la indígena, siguiendo la tradición hispana eclesial de los misioneros, Vasconcelos instrumentó, con gran éxito durante su gestión como secretario, a las misiones culturales. Maestros, artistas, literatos, se alistaron en las filas de los misioneros de la cultura difundida por el Estado. Viáticos y un sueldo del doble que la asignación ordinaria de un maestro urbano, fueron la modesta recompensa. Donde no había escuela, su tarea era construirlas, con las aportaciones voluntarias de materiales o de trabajo de los pueblos. Incluso el misionero improvisaba maestros, luego de levantar la casa escolar, adiestraban a un joven del pueblo que fungiría como monitor en la escuela, percibiendo una pequeña remuneración como ayudante. Con el misionero iba, por lo común, la biblioteca ambulante. Para ilustrar a los indígenas y, en general, a los campesinos de las obligaciones de la vida social, el misionero celebraba charlas, les leía en la plaza local algún diario reciente, a veces contaban cuentos o leían en común algún libro. Como de paso, y al examinar las artes manuales del indígena, el misionero estaba obligado a fomentar la decoración autóctona espontánea contra los peligros del bastardeo. En general, el misionero representa en el Estado contemporáneo un instrumento de conquista moral y de asimilación de castas, muy favorable para el propósito nacional de la unidad (Vasconcelos, 1952, pp. 125-133).

 

Reflexiones personales: convergencias y discensos

Como Ulises en su accidentada odisea, alejado tantas veces del derrotero, Vasconcelos, en su obra, divaga, muchas veces sin concretar. En lo expuesto, hemos entresacado las ideas más importantes de su propuesta, que enseguida examinamos.

Iniciado en la lectura, que el niño lea mucho y que lea bueno: obras útiles, lectura sólida, los clásicos, que le brindarán: acceso al mundo de las ideas, los grandes modelos de todos los tiempos, las reglas de la moral y del arte, valores conforme a categorías que atiendan lo universal. Le darán una base intelectual que le permitirá continuar, en su momento y según su talento, en su bregar por el mundo de la civilización y de su proceso personal de expansión.

De manera ecléctica, es deseable que el alumno aprenda y practique las metodologías propias de las ciencias, sin olvidar la ética y la estética; que al navegar en el mundo del saber su brújula sean los libros y su sextante, el maestro.

Se requiere un maestro profesionalizado, de conducta ejemplar, que acompañe al alumno en el viaje, que comparta el reto, no como simple observador ni transmisor de dogmas. Es preciso un profesional remunerado, porque, "El maestro bien pagado es un fundamento de la sociedad [...] explotado es el mejor fermento de la desesperación pública y el caos" (ibid., pp. 171-173).

El mar a surcar, porque hay varios mares, es la sabiduría milenaria latina, llegada vía España, en cuyo fondo se levantan cimas: la cultura helénica y la tradición judeocristiana; agregaríamos, con la venia del autor, las culturas mesoamericanas. Comprendiendo quién se es, se puede decidir quién se quiere ser, si no, se corre el riesgo de nunca zarpar, tratando de descubrirse a sí mismo.

Habrá quien diga que los tiempos, como la marea, han cambiado. No tenemos el 76% de analfabetismo como en los años veinte (Matute, 1981, pp. 166–182), cierto, pero si nos atenemos a los resultados de la Evaluación Internacional de Estudiantes de la OCDE, donde obtuvimos el penúltimo lugar entre los 32 países participantes, mostrando un nivel de comprensión de lectura bajo, donde el 44% de los alumnos mexicanos apenas pudieron captar la idea principal del texto y muchos (Latapí, 2001, pp. 63 y 64), ni eso, podemos coincidir con Vasconcelos: "nos hace falta leer y leer buenas obras". Lamentablemente, se han apoderado de nuestro pueblo las historietas de vaqueros y las novelas cursis.

Lengua, raza y religión son los pilares del nacionalismo vasconcelista, un nacionalismo ampliado que se extiende desde México hasta la Patagonia. Tenemos una herencia común frente a la hegemonía del Norte.

Se ha acusado a Vasconcelos de ser apologista del catolicismo. Fue, más bien, conocedor de nuestra historia, comprendió que este Nuevo Mundo fue sometido por las armas y conquistado por una fe, lo que se manifiesta en nuestra idiosincrasia, prácticas populares, manifestaciones artísticas, danzas, etc. ¿Y la Reforma? También comprende el autor este de aspecto de la historia y propone un laicismo auténtico, no uno beligerante que niega nuestro pasado y esencia. La educación laica no es estrechez, pasión filosófica o partidista, ni siquiera debe ser neutro, es tolerante y no miente. Requerimos una historia que diga quiénes educaron este continente; una literatura que contenga trozos del libro más leído de todos los tiempos, una filosofía que nos explique nuestras raíces escolásticas: cristianas, arábigas y judaicas; una ética que al menos comente la moral cristiana; en síntesis, la verdad de lo que somos. ¿Para seguir siendo iguales? Para algunos sí, para otros, con el fin de transformarse, pero partiendo de un saber, no de lo que se ignora o de una falacia.

Es tiempo de que busquemos, como nación auténticamente democrática, instaurar un laicismo neutro y tolerante, que reinserte el elemento religioso, amputado de nuestra educación, pero no para hacer proselitismo, sino como elemento cultural esencial.

Habrá quien objete que algunos elementos del proyecto vasconcelista continúan vigentes y, a pesar de ello, observamos los resultados desalentadores mencionados. Diríamos que aun cuando el viento ha dejado de soplar, la barca continúa lenta y pesadamente por inercia; por tanto, habrá que remar para imprimir nuevo impulso, habrá que recuperar la mística perdida.

Algunos dirán que un mundo conformado por un mosaico de nacionalidades tiende a la globalización y hace del nacionalismo vasconcelista algo fuera de época. Evidentemente, el nacionalismo decimonónico, elemento cohesivo que justificó a los pueblos a disputar el poder en mano de monarcas absolutistas, no tiene ya razón de ser, estos reyes han sido derrotados (Zaid, 2001). El nacionalismo basado en la riqueza cultural heredada, la búsqueda de un crecimiento económico social, la innovación tecnológica, la movilidad ocupacional, la alfabetización generalizada y un sistema educativo protegido por el Estado es una realidad vigente (Paz y Krauze, 1991, pp. 5-9). Hay que cambiar la orientación de las velas, modificar el itinerario, no el destino. Como nación en búsqueda de este bienestar, debemos buscar integrarnos a un mundo globalizado, hecho observado en la Unión Europea, no ser asimilados por una hegemonía económica, contra lo que Vasconcelos propuso luchar.

Octavio Paz en El laberinto de la soledad (Paz, 1959), como Vasconcelos y otros estudiosos de lo mexicano, también encontró en estos tres elementos: lengua, raza y religión, nuestra esencia. Constituyen, de hecho, un nacionalismo que se reconoce como parte de una herencia más amplia, iberoamericana. Entre el mundo anglosajón y el latinoamericano, México debe educarse para ser puente, aprovechar su ubicación geográfica estratégica, fomentar el nacionalismo que define y orienta, no un chovinismo cultural.

Mucho tiene de vigente la pedagogía estructurativa. Lo importante es subrayar, reto mando las palabras de Vasconcelos, que ante el robinsonismo, el empirismo, la filosofía de la ruta, es "menester complementarla con la teoría de los fines, la metafísica del bienaventurado desinterés y la conquista de lo absoluto" (Vasconcelos, 1952, p. 6). "No somos Robinsones en el seno de la cultura, sino herederos de conocimientos inmensurables" (ibid., p. 38).

 

Referencias

Álvarez, J.R. (dir.) (1993), Enciclopedia de México, Tauton, Mass.         [ Links ]

Latapí Sarre, Pablo (2001), "El examen de la OCDE", en: Proceso, núm. 1310, 9 de diciembre.         [ Links ]

Lauwerys J.A., R.L. Swink, R.F. Lawson (1993), "Education in the 20th Century", en: McHenry R (edit.), The New Encyclopaedia Britannica (15a. ed.), Chicago, Encyclopaedia Britannica, vol. 18, p. 55.         [ Links ]

Matute, Álvaro (1981), "La política educativa de José Vasconcelos", en: Fernando Solana, R. Cardiel y R. Bolaños, Historia de la educación pública en México, México, FCE/SEP.         [ Links ]

Paz, Octavio y E. Krause (1991), Las pasiones de los pueblos, México, Fundación Cultural Televisa.         [ Links ]

Paz, Octavio (1959), El laberinto de la soledad (2a ed.), México, Fondo de Cultura Económica.         [ Links ]

Sánchez Cereso, S. (dir.) (1990), Diccionario de las ciencias de la educación, México, Santillana.         [ Links ]

Sills D.L. (dir.) (1979), Enciclopedia internacional de ciencias sociales, Madrid, Aguilar.         [ Links ]

Vasconcelos, José (1995), La raza cósmica, México, Espasa Calpe Mexicana.         [ Links ]

---------- (1958), Ulises criollo, México, Jus.         [ Links ]

---------- (1952), De Robinsón a Odiseo: Pedagogía estructurativa, México, Constancia.         [ Links ]

---------- (1951), El desastre, México, Botas.         [ Links ]

---------- (1934), Bolivarismo y monroísmo, Santiago de Chile, Ercilla.         [ Links ]

Zaid, Gabriel (2001), "Nosotros", en: Letras Libres, núm. 34, octubre.         [ Links ]

 

Notas

1. José Vasconcelos (nació en 1881 en Oaxaca, Oax. y murió en 1959, en la ciudad de México): educador, político, ensayista y filósofo. Fungió como rector de la Universidad Nacional, luego fue jefe del Departamento Universitario y de Bellas Artes y, después, secretario Educación Pública. Organizó el ministerio en tres departamentos: Escolar, de Bellas Artes y Bibliotecas. Mejoró la Biblioteca Nacional y creó varias bibliotecas populares. Editó una serie de clásicos de la literatura universal, la revista El Maestro y el semanario La Antorcha. Impulsó la escuela y las misiones rurales. Promovió la pintura mural. Por diferencias con el régimen, se alejó del país. Volvió en 1928 y, al año siguiente, lanzó su candidatura a la Presidencia de la república con el apoyo de toda una generación de estudiantes. Derrotado en las elecciones, volvió a exiliarse. Regresó a México en 1940 y dirigió la Biblioteca Nacional. (Álvarez J.R., vol.14, pp. 7958-7959; McHenry, 1993, vol. 12, p. 276).

2. Escrito en el destierro, se publicó en España en 1935. Conozco sólo un tiraje de 3000 ejemplares editado en México (Constancia, 1952). Por la circunstancia mencionada, aun cuando se encuentra en sus Obras completas, no tuvo en nuestro continente la difusión de otros trabajos de Vasconcelos. Agradezco a mi mentor, el doctor Reynado Cervantes, quien me presentó con la obra de Vasconcelos y me obsequió un ejemplar de Vasconcelos, 1952 (p. 267).

3. Dewey, John (1859-1952) es considerado generalmente como el filósofo más importante en toda la historia de Estados Unidos. Cultivó la psicología pedagógica, propendiendo a comprender en toda su extensión las ciencias filosóficas. A su juicio, él mismo había sido más influido en su forma de pensar por sus contactos personales y experiencias prácticas, especialmente en el campo de la educación, que por la lectura. Para Dewey, el objeto principal de la educación consistía en imbuir en los estudiantes actitudes y hábitos que más favorecen el desarrollo de su capacidad para resolver problemas. (Sills D.L., 1979, vol. 3, pp. 653-656; Lauwerys J.A., 1993. vol. 18, p. 55.

4. Desde la Edad Media, Oxford ha sostenido una elevada reputación por la erudición e instrucción en los clásicos, la teología y las ciencias políticas. La educación clásica se centra fundamentalmente en el estudio de las lenguas y los autores grecolatinos a los que se atribuye un valor máximo para la formación de los escolares. Hoy, aunque ha perdido su papel central en los sistemas educativos, se mantiene como una sección importante a partir de la enseñanza secundaria en algunos países, constituyendo significativamente una opción de prestigio y un buen dato para predecir el éxito de los alumnos en la educación superior (McHenry R., 1993. vol. 9, p. 30; Sánchez, 1990, vol.1, p. 484.

5. Anteriormente, la educación básica en México estaba a cargo de los municipios. La falta de solvencia de estas entidades y la ausencia de una acción coordinada en toda la república fueron los fundamentos de la ley de Vasconcelos en materia de educación. Mediante reformas constitucionales aprobadas en julio de 1921, se crea la Secretaría de Educación, que orientaría en el ámbito federal, coordinando los diferentes niveles de gobierno, las tareas educativas. (véase Matute, 1981, pp. 166-182).

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons