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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.65 Ciudad de México ene./jun. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2023.65.77776 

Artículos

Incursiones indias en el norte de Tamaulipas durante la primera mitad del siglo XIX. Un primer escrutinio de su comportamiento y características

Indian Incursions into Northern Tamaulipas during the First Half of the Nineteenth Century. A First Scrutiny of their Behavior and Characteristics

Fernando Olvera Charles* 
http://orcid.org/0000-0002-3327-2550

*Universidad Autónoma de Tamaulipas (México) Instituto de Investigaciones Históricas folvera@uat.edu.mx


Resumen

El objetivo del presente artículo es identificar las etapas de las incursiones indias en el norte de Tamaulipas durante el largo periodo de la primera mitad del siglo XIX. Se postula la continuidad y la adaptación de varios factores que convergieron en la época colonial e influyeron en el curso de las irrupciones y el trato de las fuerzas colonizadoras a las tribus nómadas. Su estudio permite tener una visión más completa y profunda del fenómeno y de su papel en la formación de la frontera norte de México. Una conclusión principal es que las autoridades mexicanas y americanas fueron incapaces de desarrollar mecanismos adecuados para incorporar a los nativos al nuevo espacio fronterizo y a las sociedades ahí germinadas. Para éstos resultó difícil dejar su tipo de vida tradicional y adaptarse a las condiciones creadas por la redefinición de la frontera. Las incursiones fueron un claro ejemplo de este accidentado proceso.

Palabras clave: frontera; conflicto; colonización; amerindio; cambio cultural; estereotipo

Abstract

The objective of this article is to identify the stages of Indian incursions-a long-lasting phenomenon-into the north of Tamaulipas during the first half of the nineteenth century. It posits the continuity and adaptation of several factors, which converged in the Colonial era and influenced both the course of the raids and the treatment of the nomads by the colonizing forces. This kind of study allows for a more complete and in-depth view of the phenomenon, and of its influence in the formation of Mexico’s northern border. One of the main conclusions reached is that both Mexican and American authorities proved unable to devise mechanisms able to incorporate the natives into the territory of this new border and the societies which sprung up in it. For the natives, casting away their traditional way of life and adapting to the conditions brought about by the reshaping of the northern border proved to be arduous. The raids from the Natives stand as a clear example of this rough process.

Keywords: border; conflict; colonization; Amerindian; cultural change; stereotype

Introducción

En octubre de 1844 un nutrido grupo de indios lipanes atacó el rancho Los Moros, de la jurisdicción de Guerrero, población ubicada en las riberas del río Bravo, localizado en la parte norte de Tamaulipas. Las autoridades enviaron una tropa militar con un grupo de vecinos armados para auxiliar a los pobladores del asentamiento pecuario. La llegada de los refuerzos no amedrentó a los nativos, duplicando éstos sus golpes. El asedio de los aborígenes se prolongó por varias horas, generando bajas severas en el bando contrario. Las casas del rancho fueron quemadas, por lo que fallecieron los ahí refugiados. Al respecto, el reporte de las potestades de Guerrero contabilizó la pérdida de 70 personas, que incluyó a los moradores y parte de la tropa. El ataque no fue un hecho aislado, ya que formó parte de un fenómeno histórico de mayor alcance: las incursiones indias registradas en el territorio que actualmente corresponde a la frontera norte del país. Gestadas en la época colonial, las irrupciones alcanzaron dimensiones mayores en el siglo XIX, convirtiéndose en una de las cuestiones más preocupantes para las autoridades mexicanas y estadounidenses. Este fenómeno puede ser analizado desde la óptica de la larga duración, ya que abarcó un extenso periodo de tiempo que va desde 1770 hasta la década de 1880. El objetivo de este escrito, que representa un primer escrutinio del tema, es mostrar las etapas del fenómeno, así como enunciar y señalar algunas de sus características. Asimismo, se pretende develar ciertas aristas que convergieron e influyeron en el desarrollo del fenómeno en la época colonial, mismas que presentan cierta continuidad en el siglo decimonono. Se busca explicar el desarrollo de las incursiones indias y la manera en que fueron enfrentadas en la frontera norte de Tamaulipas, los efectos que provocaron y cuál fue su comportamiento durante la independencia de Texas y la guerra contra Estados Unidos en 1847.

Las fuentes, un esbozo

El análisis del fenómeno de las incursiones requiere de la consulta de una variedad de fuentes. En éstas se incluyen testimonios de la época como son documentos oficiales, entre ellos informes militares, testimonios particulares, crónicas y periódicos. A la par de estos escritos, se cuenta con una extensa bibliografía sobre los indígenas del sureste de los Estados Unidos, quienes protagonizaron las incursiones, particularmente apaches lipanes, comanches y tancahues, en su mayoría producida por investigadores estadounidenses.1 Para el caso mexicano, pocas o escasas son las obras que abordan la temática.2 Es importante comentar que parte de esa historiografía norteamericana y mexicana fue consultada por el autor en un estudio previo donde aborda y analiza las principales características culturales de lipanes y comanches.3

De la diversidad de fuentes referidas, los avances de este primer acercamiento se nutren de algunas de ellas. El punto de partida es un fondo documental que recopila documentos sobre la guerra México-Estados Unidos entre 1845 y 1848, cuya sección sobre Tamaulipas abarca los años de 1835 a 1856.4 El archivo contiene información de primera mano sobre las irrupciones registradas en la parte norte del estado. Respecto al estudio del fenómeno en la época colonial, dos fondos proporcionan datos de sumo valor y son retomados en este estudio: el Archivo General de la Nación y Bexar Archives. Otro repositorio consultado fue la Hemeroteca Nacional Digital de México, que resguarda publicaciones y periódicos del siglo XIX donde se consignan noticias acerca de las correrías indias.5 La información que preserva se complementa con la consulta de obras que recopilan estas fuentes y dan pistas sobre las notas publicadas.6 Un último apoyo son los estudios históricos que abordan el tema de las incursiones de manera directa o indirecta, referidos en la citada historiografía que aborda la temática. Cabe señalar que se descarta otro tipo de fuentes, como los documentos consulares o los diarios americanos, pues el objetivo del texto no es abordar la política norteamericana, sino más bien el desenvolvimiento del fenómeno de las incursiones indias en la frontera tamaulipeca.

Respecto a cómo se han conceptualizado las irrupciones, resulta que son abordadas de manera tangencial catalogadas en la mayoría de los casos como simples reacciones al avance hispano y a la política colonizadora del siglo XVIII.7 Una de las posturas más socorridas para definirlas es reducirlas a actos de saqueo, como los hurtos, señalándose que los nativos nómadas se asentaban en sus rancherías temporales para “organizar sus correrías, dedicarse al robo de ganado y asalto a las caravanas”.8 Se agrega que, por medio de las incursiones, apaches, yumas, jocomes o comanches sustraían caballos, ganado mayor y menor, y solían destruir las plantaciones y las poblaciones.9 Tal visión cobra fuerza en la centuria decimonona, pues los nómadas eran vistos con esa etiqueta, no obstante haber cambiado el contexto y los actores sociales que interactuaron con ellos. En trabajos recientes se postula que incursionaban principalmente para sustraer ganado y cautivos.10 Una situación semejante se presenta cuando son abordados hechos como la pérdida de Texas y la guerra contra Estados Unidos, acontecimientos relacionados con el devenir histórico del país. Las incursiones son vistas como parte de la herencia cultural que dejó la presencia española y del paisaje que rodeó tales circunstancias, y del avance de los Estados Unidos al oeste.11

En relación con quienes eran los indígenas nómadas que incursionaban, se abordan brevemente algunas de las características culturales de lipanes y comanches.12 El origen de ambos se remonta a varios siglos antes de la presencia hispana. Los ancestros remotos de los primeros se ubicaron dentro de grupos hablantes del athapascano, salidos de Alaska y Canadá hacia las grandes planicies entre los años 1000 y 1500 d. C.13 Respecto a los segundos, se indica que formaron parte de un pueblo indígena de la familia uto-azteca, que en los arranques del siglo xvi abarcaron del norte de las Grandes Llanuras hasta el sur de la meseta de Columbia, extendiéndose en Norteamérica central.14 Los lipanes fueron una de las parcialidades que conformaron a la nación apache al compartir algunos rasgos en común con el resto de los apaches. Los comanches, por su parte, formaron parte de la nación comanche que se dividió en tres grandes ramas: yamparika, jupe y kotsoteka.15 No obstante que lipanes y comanches fueron agrupados en unidades culturales amplias, no conformaron un ente político único. Divididos en parcialidades, que a su vez se partieron en bandas y rancherías, cada uno de los líderes o jefes mantuvo su autonomía respecto al manejo de la gente bajo su influencia.16 Esto condicionaría en sumo grado el trato y las relaciones que sostuvieron con españoles, mexicanos y estadounidenses.

Entre los rasgos culturales de ambas “naciones” indias destaca su nomadismo, combinado con periodos de asentamiento fijo. Dos mamíferos influyeron en su forma de vida: el cíbolo o bisonte y el caballo. La cacería del primero fue práctica ancestral de los nativos de las praderas, se convirtió en eje de su devenir y marcaría las relaciones entre ellos. Su reproducción marcó de manera profunda a los cazadores en los patrones de movilidad, ya que su ingesta fue vital.17 Lipanes y comanches ajustaron sus movimientos al desplazamiento periódico del cíbolo, cuyas manadas recorrían cientos de kilómetros anuales, migración pautada por los cambios estacionales. De tal suerte que recorrían gran cantidad de terreno siguiendo su huella.18 El caballo, por su parte, alteró la vida de las antiguas sociedades nómadas que basaban su economía en la caza y la recolección, al modificarles el modo de ejercer el nomadismo y explotar los recursos. En otras palabras, reorganizó sus pautas y trajo cambios o adaptaciones de hábitos tradicionales, relacionados con la cacería, la guerra y el intercambio comercial, extendiéndose el radio de acción.19 Su movilidad dependió también de la búsqueda de pastos y agua, necesarios para el sostenimiento de las rancherías y las grandes manadas de caballos que poseían.20 A pesar de que compartieron algunos rasgos culturales, no se pasa por alto que ambos desarrollaron su propia agenda delineada por metas e intereses particulares. De modo que, la forma en que se relacionaron los lipanes y los comanches con los pobladores y las autoridades de la frontera norte novohispana, y posteriormente mexicana, fue disímil.

La consulta de las fuentes referidas permitió una primera lectura del fenómeno, que sumado al conocimiento que dejó su estudio en el periodo hispano21 posibilita contar con elementos para postular la existencia de etapas diferenciadas entre sí y la continuidad de ciertos aspectos que lo caracterizaron en la primera mitad del siglo XIX; ambas cuestiones se desarrollan y analizan en los siguientes apartados.

Etapas perceptibles de un fenómeno de larga duración

Las incursiones indias fueron una añeja práctica de los nativos nómadas que tiene su origen tiempo antes del arribo de los españoles y constituyeron un elemento esencial de su cultura.22 Hacia mediados del siglo XVIII una expansión sustancial de ranchos novohispanos en el norte de Coahuila, en Nueva Vizcaya y el sureste de Texas23 coincidiría con las incursiones de los apaches. Dicho aumento se relacionó también con el establecimiento de asentamientos hispanos en las riberas del río Bravo, derivado de la fundación de Nuevo Santander en 1748-1749.24 En el caso de la actual frontera norte de Tamaulipas se tiene registro a partir de la década de 1770 prolongándose hasta mediados del siglo XIX. En este estudio se aborda su desarrollo en ese periodo hasta pocos años después de concluida la guerra México-Estados Unidos, lapso en que los indígenas errantes comienzan a resentir los efectos de la definición de los límites fronterizos entre ambos países.

La primera etapa del fenómeno es posible ubicarla en el periodo colonial, entre 1770 y 1810, y afectó a las villas norteñas de Nuevo Santander.25 Un estudio previo reveló que esta etapa se caracterizó por incursiones de cuadrillas o grupos pequeños de aborígenes nómadas, particularmente lipanes y comanches, provenientes del sureste actual de Estados Unidos.26 El blanco de sus ataques fueron las haciendas y ranchos ubicados en la banda norte del río Bravo. La situación se mantuvo así por espacio de varios años hasta que en el mes de abril de 1790 se registró su punto más crítico, reflejado en una incursión en la villa de Laredo.27 Alrededor de 200 nativos, identificados como lipanes, se apostaron en las afueras de la población e iniciaron la ofensiva. Causaron un par de muertes y se llevaron dos costales de pólvora del presidio local, además de numerosas cabezas de ganado y caballos. El asedio continuó hasta el día siguiente; posteriormente, los nativos atacaron varios ranchos de las localidades restantes, situación que se prolongó hasta el mes de junio de ese año.28 Diversos factores provocaron que las incursiones después de esa fecha declinaran y abonaron para que se mantuviera esa tendencia lográndose establecer un acuerdo de paz con los citados lipanes en 1799.29 Dicho pacto fue una solución al problema indígena hasta ese momento. Como consecuencia, los lipanes dejaron de irrumpir y colaboraron con las autoridades novosantanderinas para enfrentar a otros nativos que hostilizaban las villas norteñas, como los comanches. Así, la población nativa que transitaba por las llanuras de la parte norte de la provincia pertenecía a la nación lipana. Es necesario destacar que, de acuerdo con Patricia Osante, la política ensayada por José Escandón, quien fundó Nuevo Santander en 1748, se caracterizó por la guerra “a sangre y fuego”,30 utilizada contra los nativos del territorio renuentes a reducirse a las villas y misiones. No obstante que Escandón ya había dejado el mando para la década de 1780, cuando las incursiones son más frecuentes, algunos gobernadores que le sucedieron retomaron la política de la guerra y rechazaron todo pacto o tregua con los nómadas,31 de modo que las incursiones indias se convirtieron en un mecanismo de resistencia ante el avance hispano.32

En la primera década de 1800 las incursiones experimentaron cierto sosiego, por lo que hubo ataques indígenas aislados y esporádicos. A la par, se registraron varios intentos de negociar una tregua general que fructificaron en sendos acuerdos de paz con diversas “naciones indias”. Durante este tiempo indios comanches, quienes mantenían la paz en Texas, solían bajar hacia el sur para incursionar en las villas norteñas de Nuevo Santander.33 Los lipanes, por su parte, mantenían vigentes los pactos acordados con las autoridades de Texas y Nuevo Santander, por lo que es posible que se mantuvieran al margen de esos ataques incipientes.34

La segunda fase que se enuncia abarcó de 1810 a 1830. Las correrías violentas de los nativos volvieron a cobrar importancia tras el levantamiento insurgente de José B. Gutiérrez de Lara y su sofocamiento en abril de 1813, según el testimonio de Basilio Benavides residente de Laredo.35 Al caso, en agosto de 1814 el general Joaquín de Arredondo informó que indígenas comanches, tahuayanos, tancahues y tahuacanos, y otros más, se habían aliado para atacar las provincias noresteñas: Coahuila, Nuevo Reino de León y Nuevo Santander. Arribaron más de 1 200 según los reportes recibidos de cinco combates con los nativos, quienes, no obstante las elevadas bajas y heridos que padecieron, mantenían latente amenaza sobre las villas del norte.36 No tardó en manifestarse, ya que en las poblaciones ribereñas de Nuevo Santander ese año también se reportaron encuentros violentos, entre las tropas locales y partidas numerosas de indígenas “enemigos”, en Revilla y Laredo, respectivamente.37

En el informe de Arredondo no se mencionó la participación de los lipanes en los hechos anteriores. No obstante, el pacto de paz que, según parece, seguía vigente, algo enrareció las relaciones entre dichos indios y autoridades y pobladores norteños de la Colonia, desatándose el conflicto. Previo a su noticia, se reportaron sendos choques entre lipanes y tropas novosantanderinas.38 Se desconoce el porqué se fracturó la paz que existía con ellos, pero se sabe que, para 1816, apoyados por nativos llamados tancahues, comenzaron a hostilizar las provincias de Coahuila y Nuevo Santander. Un antiguo enclave militar fundado para la protección de Laredo desapareció tras el embate de una partida de lipanes y comanches en 1818.39 Esto era un síntoma de lo que vendría, ya que los ataques se prolongaron hasta 1819, resurgiendo con más fuerza después de 1820. El arribo de colonos angloamericanos, a inicios de ese año, acrecentaría el conflicto en la región por la disputa de tierras con los pobladores norteños.40 Es posible señalar que, a partir de la guerra de Independencia, la paz pactada con los nativos lipanes se fracturó dando pie a esta segunda etapa que se aborda. En este sentido dicha fase, que inicia después de 1810, fue provocada por la conflagración.

Durante este periodo, y tras concluir la guerra y consumarse la independencia en 1821, las autoridades mexicanas y los nómadas entablaron pláticas para negociar una tregua. Ante el cambio que marcó la autonomía del imperio español y el incremento de las hostilidades indígenas, dichas potestades buscaron contrarrestarlas recurriendo a esa antigua estrategia, concretándose varios acuerdos de paz con los nativos que asolaban la frontera noreste. Por ejemplo, el 9 de julio de 1821 el gobierno de México ratificó en Monterrey el tratado de paz general con las naciones del norte representadas por el capitán indígena Grand Caddo.41 En agosto del año venidero tocó el turno a los citados lipanes cuyo jefe “Cuelga de Castro”, el más influyente, firmó la paz con el emperador Agustín de Iturbide en la ciudad de México.42 Al colapsar el primer imperio mexicano, y abdicar Iturbide, el nuevo gobierno continuó con la política de pactar con los nómadas. Así, en julio de 1827 el general Anastasio Bustamante estableció un nuevo acuerdo de paz con los lipanes, en San Antonio, Texas mexicana.43 En aras de los intereses nacionales, las autoridades centrales fomentaron estos pactos, sin tomar en cuenta las necesidades y parecer de los pobladores norteños que padecían las incursiones indias.44

De acuerdo con Cuauhtémoc Velasco, la hostilidad que los nativos comenzaron a mostrar, a partir de la primera década del siglo XIX, se relacionó con la situación inestable que se vivió en esa parte del territorio provocada por la guerra civil, la nula capacidad de las tropas para contenerlos, la falta de suministro de los bienes que se les otorgaban y los comerciantes extranjeros que incitaban a los nativos a hurtar en las villas fronterizas.45 En este sentido, Miguel A. González-Quiroga argumenta que el estado de relaciones conflictivas se debió a que, durante y después de la independencia, México no continuó la política india del Estado español, caracterizada por la combinación de la diplomacia, recompensas y regalos con la represión, cuando fuera necesaria.46 Tal directriz, postula el autor, fomentó “el acomodamiento e intercambio recíproco” contribuyendo a la relativa paz que permeó en el noreste novohispano por largo tiempo. Sostiene que se deterioró durante el decurso de la independencia al suspenderse la entrega de bienes y la defensa de la frontera, específicamente, en Texas y el noreste de México, que González-Quiroga visualiza como el “área de los insurgentes”.47

La tercera etapa del fenómeno que se analiza, que va de 1830 hasta mediados del siglo XIX, se relaciona con el rompimiento de los pactos anteriores. Como plantea Brian DeLay, a principios de 1830 varias razones influyeron para que comanches y otras etnias desconocieran los tratados de paz establecidos en el norte de México desde finales del siglo XVIII. Los ranchos y pueblos mexicanos sufrieron el embate de tales nativos, que cobró la vida de varias personas. Los bienes y animales de los pobladores fueron sustraídos o destruidos.48 Asimismo, el aumento de la población en la Texas mexicana y en los territorios adyacentes al río Bravo orilló a los nómadas a adaptarse y combinar la caza con el incremento de la “actividad predatoria” en las poblaciones norteñas de Tamaulipas.49 En efecto, escaso tiempo duró el citado pacto de 1827, pues los comanches atacaron en 1831 la Bahía del Espíritu Santo, de la Texas mexicana.50 Igualmente se registraron más incursiones en Lampazos, Vallecillo y Sabinas, ubicadas al norte de Nuevo León.51

Los esfuerzos por mantener la paz con las naciones nómadas, pese a los pactos anteriores, no prosperaron pues en las siguientes dos décadas el grado de hostilidad en la frontera tamaulipeca creció. La situación se volvió más crítica no sólo porque los robos y ataques de cuadrillas pequeñas aumentaron, sino también los de contingentes mayores. Además, tales hechos se combinaron con incursiones cruentas al interior de las villas, situación pocas veces experimentada antes. Laredo fue la primera en sufrir la embestida de los nativos en octubre de 1835.52 Los lipanes, por su parte, mantuvieron sus promesas de paz hasta 1837, aunque las quejas sobre ataques achacados a ellos continuaron en Nuevo León y Tamaulipas, cuando solían cruzar el río Bravo y establecerse en su lado sur.53 Pocos años después éstos desconocieron los pactos y atacaron el poblado de Guerrero en marzo de 1839.54 Posteriormente el periódico Centinela informó en abril de 1842 que, el incremento de las incursiones complicaba el tránsito, desde el río Bravo hasta las cercanías de la villa de Burgos.55 Es importante señalar que las incursiones en Tamaulipas, a partir de 1836, se debieron a dos razones: la defensa de Texas, ahora independiente y liderada por Estados Unidos, y la política mexicana que descuidó la frontera, la cual se quejó de debilidad. Su incapacidad para mandar tropas para su resguardo provocaría que fuera porosa y débil. Influiría también la escasa población de esa parte del territorio, situación heredada de la etapa española.

De las correrías registradas hasta 1850, destaca una por sus circunstancias, desarrollo y efectos. De acuerdo con los testimonios, ocurrió en octubre de 1844 y fue ejecutada por lipanes y tancahues en el rancho Los Moros, ubicado en Guerrero, al norte de Tamaulipas. El estudio de este hecho y la consulta de ciertas fuentes permiten postular que ese ataque fue atípico. En la mayor parte de las asoladas registradas en los asentamientos pecuarios, los nativos solían dejar sobrevivientes y rara vez les prendían fuego. Este caso es peculiar porque, según los reportes de las autoridades locales, perdieron la vida 55 personas y 15 resultaron heridas. Los fenecidos, en su mayoría, al refugiarse en la casa principal fueron víctimas del fuego que acabó con la vivienda.56 Dos años después, una nota de El Monitor Republicano daba cuenta de la incursión hecha por una considerable cantidad de indios lipanes y tancahues en las cercanías de Camargo, y de otro tanto que se dirigió hacia la población de Reynosa.57 Como se percibe, el conflicto se acrecentó entre las décadas de 1830 y 1840, transformándose una extensa parte del norte de México “en un vasto teatro de odio, terror y pérdidas asombrosas” para ambas partes por igual: indígenas y mexicanos.58 De modo que el noreste de México y sur de Texas no se pueden entender sin dejar de considerar los poderosos efectos de las incursiones indias, que fueron una “terrorífica parte” de su existencia durante las primeras ocho décadas del siglo XIX.59

Por otra parte, las confrontaciones violentas con los indígenas nómadas, citadas a lo largo de este apartado, de acuerdo con González-Quiroga, representan sólo uno de los aspectos de las complejas relaciones gestadas entre los indios, españoles, novohispanos y mexicanos. Detrás de las incursiones indias operaron extensas redes de comercio, que permitieron a los nómadas colocar los bienes obtenidos. A tales circuitos mercantiles se incorporaron también los angloamericanos.60

Otro asunto que se aborda son los aspectos ligados al desarrollo de las incursiones indias. Su análisis durante la segunda mitad del siglo XVIII develó que algunos convergieron en ese fenómeno e influyeron en su desenvolvimiento.61 Uno de ellos está relacionado con la imagen y la conceptualización que los indígenas nómadas inspiraron en los españoles y novohispanos. Al paso de los años y a medida que el avance hispano se extendió hacia los territorios septentrionales, el contacto con los errantes, particularmente apaches, se volvió más frecuente. Para el último tercio del siglo XVIII, más de un siglo después de que se registraron los primeros acercamientos, los conocimientos sobre ellos y el territorio que ocupaban aumentó. Uno de los efectos fue la elaboración de la efigie de un nativo “bárbaro y belicoso”. El trato diario y las noticias relacionadas con los apaches, en su mayoría funestas, provocaron que se acentuara su conceptualización de enemigo irreconciliable de los españoles y se construyera esa figura. Una característica de estos nativos que alimentaría esa imagen fue su propensión a dejar los cuerpos de sus víctimas llenos de flechas o, en casos más extremos, escalpados. Se tiene noticia de que desde los primeros ataques que se registraron en la provincia de Texas, en la década de 1720, nativos identificados como apaches aplicaron ese castigo a dos pobladores.62.

Ese retrato fue nutrido también por el fervor y el tesón con que los nómadas practicaron la guerra. Parte importante de su cultura, esta actividad fue uno de los principales aspectos que rigió su vida.63 Otro semblante que alentó dicha imagen fue su rechazo a ser dominados por los hispanos. Los apaches mostraron una tenaz resistencia al empuje colonizador y a los intentos que se hicieron para reducirlos a las misiones que se fundaron en la provincia de Texas. Resulta importante destacar que la política española, que regulaba el trato con los indígenas, partía de dos visiones: el sedentario y el nómada, observándose diferencias al momento de tratarlos a uno y otro. Con los errabundos se alternó la guerra con la diplomacia, como medida para hacerlos renunciar a su antigua forma de vida. De este modo su radicación en pueblos y misiones, e incorporación a la órbita de las provincias internas del virreinato, sería menos complicada. En contraste, la política del Estado mexicano sería disímil con el nómada en el siglo XIX.

Derivada de lo anterior, la visión de los nativos que incursionaban en las provincias norteñas del virreinato, especialmente apaches y comanches, fue la de “bárbaros” e irreductibles. Se aplicó más a los primeros, ya que al paso del tiempo se matizó en los comanches, pues fueron considerados entre las tribus indias más “civilizadas”.64 La imagen que se asoció a los apaches impregnó el horizonte de los pobladores norteños que experimentaron sus arribos, ya que la mayor parte de los robos y muertes padecidos se les atribuyeron, sin que se averiguara exhaustivamente quién había sido el autor o autores.65 Ese ideario provocó que en los testimonios coloniales se les acusara de “crueles y bárbaros”, sentenciándose que había pocas esperanzas de que pudieran ser integrados a la vida en “buena policía”. Se agregó también el discurso de que sus incursiones tenían como finalidad destruir las poblaciones y acabar con los españoles; esa arenga se hizo presente durante su arribo a Nuevo Santander de 1770 en adelante.66

Otro aspecto fue el incentivo de la guerra. Cuauhtémoc Velasco afirma que la guerra una vez que se desata sigue su propia lógica, estableciéndose un sistema de reproducción que es nutrido por varios factores. Éstos actúan como un muro que contiene o rechaza aquellas medidas que las partes en conflicto ensayan para acordar la tregua o el cese de las hostilidades.67 En el caso de la beligerancia con los nativos nómadas iniciarla, y posteriormente mantenerla, sus motivaciones fueron más allá de solamente querer incorporarlos a las misiones y poblaciones hispanas, obligándolos a renunciar a su antigua forma de vida. Alrededor del sometimiento de los nómadas y la “pacificación” de los territorios fronterizos coloniales se tejieron diversos intereses, cuyo beneficio alentó a sus detentores a pugnar por la continuidad del conflicto entre los indios y los no indios. La promulgación de normas y reglamentos para regular el trato que se daría a los aborígenes “gentiles” e insumisos despertó cuestionamientos, críticas y rechazo de los grupos beneficiados con su combate. No obstante, tales compendios actuaron también como incentivo de la guerra no solamente por autorizarla contra todos aquellos nativos renuentes a darse de paz, sino también porque otorgaban beneficios a los participantes novohispanos, como el llamado “botín de guerra”. Éste consistió en repartir entre todos ellos los bienes de valor que había en las aldeas indias que eran atacadas.68 Tal medida alentó la participación de la población de las zonas que sufrían las incursiones generándose el rumor de ataques infundados para justificar las campañas en contra de rancherías indígenas, algunas de las cuales mantenían relaciones no conflictivas con los colonos.69

Los indios nómadas: un “enemigo” perdurable

Develados los aspectos anteriores que convergieron en el desarrollo de las incursiones, vale la pena cuestionarse ¿qué cambios experimentaron en la época independiente?; ¿desaparecieron o se adaptaron a las nuevas circunstancias del siglo XIX?, y ¿cómo influyeron en el trato que los nativos nómadas recibieron al concluir la guerra de 1847? Se piensa generalmente que ciertos hechos coyunturales o el fin de un siglo y la transición a otro marcan un antes y un después en el devenir de las sociedades. Tal premisa no siempre se cumple, pues los cambios son apenas perceptibles. En otros casos las situaciones que caracterizaron a un fenómeno histórico tienden a adaptarse a las nuevas circunstancias, reinterpretándose en un contexto diferente. Las irrupciones indias presentan esta peculiaridad. El estudio de su comportamiento durante la primera mitad del siglo XIX permite postular que, algunas de sus aristas, siguieron presentes. Se adaptaron a lo que las nuevas jurisdicciones políticas demandaron y al contexto que marcaría las relaciones de los indios nómadas con los dos países emergentes: México y Estados Unidos. Ejemplo de ello fue la imagen negativa que se asoció a los indígenas nómadas.

A semejanza de lo acontecido en el siglo XVIII, esa visión denigrante se arraigó en la mayor parte de los pobladores fronterizos, por lo que poco había cambiado. Es probable que se acentuara con más fuerza. Por ejemplo, el juez primero de paz de Los Aldamas, Nuevo León, Valentín García, declaró en marzo de 1842 que: “el mal que debe causar esta partida de gandules que se complacen de ver correr la sangre de tanto infeliz desdichado”.70 Los ataques y sus efectos, como el sucedido en el rancho Los Moros en 1844, ya referido, es posible que hicieran ver a los nativos como bárbaros y sanguinarios, fomentando así esa imagen negativa. En otro testimonio, Cristóbal Ramírez, vecino de la población de Mier, en enero de 1845 informó del ataque sufrido por las hijas de Albino Sandoval, hecho por los indios. Llama la atención que los definiera como: “Esos caribes enemigos de la humanidad”.71 No fue un caso aislado ya que en el pensamiento de los pobladores norteños se forjó la idea de que los citados aborígenes eran aficionados a la guerra y al derramamiento de sangre, argumentándose que solían satisfacer su “apetito voraz”. Este ideario fue reproducido por la prensa de aquellos años comparándose a los indígenas nómadas, denominados bárbaros salvajes con aquellos extranjeros que llegaban al norte para apropiarse de tierras -nombrados bárbaros ilustrados-. Tal acción, refería una nota periodística de 1852, expulsaba a los citados nativos al interior del país y provocaba que cayeran “sobre nuestras poblaciones, desbastan cuanto encuentran y cometen los mayores crímenes sin perdonar la vida de mujeres y niños”.72 Aquellas tribus que invadieron a la antigua Roma dominándola en su decadencia, para su autor, resultaban ser menos sangrientas que las etnias nómadas, que asolaban los estados del norte y algunos del interior, como Jalisco y San Luis Potosí.73 De la nota se desprende la siguiente conceptualización: “La ferocidad del indio salvaje nada respeta, todo lo destruye, aun lo más sagrado e inofensivo. Su sed de venganza es insaciable: se llena con las cabelleras del hombre, la mujer y el niño y en los cráneos humanos apura la hirviente sangre de sus víctimas”.74 Aunque este estudio abarca hasta la segunda mitad del siglo XIX, una nota del Washington Post, publicada por el Diario Oficial de México en enero de 1880, muestra cómo los efectos de las incursiones de los nómadas también fueron reproducidos en la prensa americana, calificándolos de “salvajes”. Ahí se leen las “Atrocidades de los apaches. De cómo asesinan a nuestros vecinos mexicanos -personas inofensivas asaltadas por los ‘Diablos Colorados’ de una reservación de los Estados Unidos”.75

Esa imagen negativa, sumada al temor que se experimentaba por la presencia de los nómadas, influyó en el pensamiento de los pobladores norteños al momento de valorar las propuestas de treguas y ayuda que los nativos ofrecieron. No obstante que se registraron algunas situaciones donde ambos colaboraron, el recelo y la desconfianza siguieron presentes en la zona fronteriza. En febrero de 1835 el Ayuntamiento de Ciudad Guerrero informó que algunos vecinos, en aras de defender la “cuestión” que el departamento tenía con el gobierno central, solicitaron el apoyo de los lipanes. Para pensar que esta alianza fuera posible, el Ayuntamiento consideró necesario desconocer a tales nativos, pues si se cristalizaba causaría más daños que perjuicios. Preferían ser fusilados por el mencionado jefe o por el gobernador que “recurrir a tan vil cooperación”.76 Pudiera pensarse que todo lo anterior fuera suficiente para incentivar la guerra contra los nómadas y, por efecto, sus incursiones en las poblaciones norteñas de Tamaulipas. Sin embargo, como se verá en las líneas siguientes, fue necesario que se combinara con otros factores, locales y externos, para crear una mezcla de situaciones que frenaron todo intento de “pacificar” la frontera y “facilitar” la continuidad de las hostilidades. De igual manera, provocaron que algunas aristas que caracterizaron al fenómeno de las correrías indias, como el incentivo de la guerra y el choque de los nómadas contra un enemigo externo poderoso, siguieran reproduciéndose.

Incentivo de la guerra

En los inicios del siglo XIX los variados intereses económicos, políticos y sociales, externos y locales, condicionaron el desarrollo de la guerra con los errabundos. Aquella estrategia de premiar la cooperación de los pobladores, según parece, perduró. Otorgar los bienes confiscados de los nativos a los participantes de las campañas militares siguió siendo un importante estímulo. Las autoridades mexicanas publicaron bandos donde se invitaba a los vecinos a prestar servicios militares voluntariamente a cambio de recibir la mitad del botín capturado, como sucedió en Reynosa en febrero de 1840.77 Las potestades locales recibieron instrucciones del gobierno estatal, para que organizaran una campaña contra los nativos, denominados bárbaros. Si lo hacían armados y a caballo, recibirían la mitad del botín obtenido.78 En otro caso, de abril de 1842, el comandante de las villas del norte, Antonio Canales, informó de la salida de una escuadra en seguimiento de la huella de unos nativos. Los alcanzaron y, tras enfrentarlos, los despojaron de sus hatos de caballos, pieles de cíbolos, además de 12 fusiles y carcajes de flechas con sus arcos.79 Era algo frecuente. En una lista emitida en marzo de 1850 se da cuenta de los efectos que se recogieron a los indios en el paraje de El Saucito: seis carcajes de flechas, veintiséis mulas, veintisiete caballos, veintitrés fustes, dieciséis frazadas, veinte frenos y seis cueros de cíbolo.80 La medida corrió el riesgo de ser perjudicial para las autoridades, pues se convirtió en un fuerte aliciente que hacía olvidar a la población sus deberes defensivos, y un elemento que prolongaría la guerra. En mayo de 1842 el prefecto del distrito del norte de Tamaulipas notificó que los vecinos que salían a enfrentar a los “bárbaros” dejaban de combatirlos para dedicarse a sustraer el botín de guerra. Se quejó de que esto alargaba la beligerancia y provocaba la muerte de numerosas personas.81 No obstante lo riesgoso de esta medida, dicho incentivo se complementó con otros beneficios que lo volvieron más atractivo. Participar significaría para los voluntarios no ser incorporados al ejército y quedar libres de contribuciones.82El gobierno mexicano careció de la capacidad para brindar “una adecuada protección militar”, al tiempo que instituyó “demandas para obtención de dinero y voluntarios militares”.83

Algunas situaciones externas afectaban aquellos territorios fronterizos e incidían en la continuidad de las incursiones indias y el estado de guerra, como los conflictos de las diversas facciones que aspiraban al control político del estado durante la crisis política-militar que experimentó el país en 1832 por el alzamiento del general Santa Anna.84 Al movimiento se sumó el gobernador Vital Fernández. Los efectos se extendieron a la Texas mexicana, pues los colonos angloamericanos atacaron las guarniciones y aduanas establecidas por el comandante de los Estados de Oriente, Mier y Terán. El golpe encabezado por Santa Anna triunfó, por lo que asumió la presidencia, estableciéndose así el régimen centralista en 1836, que sustituyó la República federal.85 Así, iniciaron las pugnas de los grupos simpatizantes con estas corrientes lo que, sumado a la independencia de Texas en 1836, nutriría el incremento de la inestabilidad política. Los pronunciamientos en la capital del país y otras partes del territorio harían eco en la frontera tamaulipeca, generando un clima de tensión por un largo periodo de tiempo.86 Como plantea Omar Valerio-Jiménez, la independencia de México introdujo mutaciones en la identidad política de los pobladores norteños que, antaño, se volvieron sujetos españoles y, luego, pasaron a ser ciudadanos mexicanos conservando frágiles lealtades nacionalistas. Sostiene que los intentos de promocionar el nacionalismo, por parte del gobierno mexicano, se frustraron por los “sentimientos regionalistas y su escasa habilidad para proteger la frontera noreste de las incursiones indias”.87

La situación que se vivía con los nómadas, según parece, fue aprovechada por las facciones en pugna. Es posible que, en algunos casos, alentaran y apoyaran las incursiones indias buscando provocar la desestabilización del régimen imperante. En 1839 Jesús Cárdenas, jefe político del norte del estado de Tamaulipas, se quejó de ser acusado por el gobierno de mandar a los comanches a destruir las poblaciones.88 No obstante, refutó la acusación señalando que fue el régimen y sus agentes quienes armaron a los nómadas autorizándolos a robar y asesinar “en la Costa”.89 Agregó que los nativos se aliaron con el teniente Menchaca, para apresar al general Lemus y sus soldados. Acusó a algunos vecinos de Río Grande de pagar a los naturales para que sustrajeran los caballos del coronel Antonio Zapata.90 Sin descartar que algunas acusaciones como éstas quizás eran producto de esa contienda y carecieran de veracidad, se debe tomar en cuenta que los nómadas fueron uno más de los actores partícipes en esos acontecimientos aliándose con uno y otro grupo o los combatieron buscando mejorar su situación y obtener beneficios.

En el otro extremo, las autoridades enfrascadas en sus pugnas políticas es probable que descuidaran el asunto de las incursiones concentrando tropas y recursos para subsanar sus diferencias y abonar a su causa. Una queja semejante externó Cárdenas. Denunció lo que llamó “conducta criminal del gobierno”, que, según su decir, se abstenía de emplear todas sus fuerzas para combatir a los “bárbaros”, con el “objeto de perseguir y matar federalistas”.91 Esto no fue privativo de los mexicanos, siendo probable que personas de origen angloamericano recurrieran también al apoyo de los nómadas para abonar al clima de inestabilidad imperante y generar desconfianza de las autoridades locales ante el ímpetu expansionista estadounidense. Después de un ataque indígena, en 1844 se confiscó un medallón o retrato de plata del presidente de los Estados Unidos, que portaba un indio de “nación” desconocida.92

Entre dos frentes: mexicanos y americanos

Otro de los aspectos que perduró de las incursiones fue que los nativos tuvieron que hacer frente a un enemigo externo poderoso. Desde los años veinte y treinta del siglo XIX México y Estados Unidos reemplazaron el poder colonial europeo en la competencia por el control de las tierras fronterizas.93 Antaño, los españoles se constituyeron en el contrario a vencer, no obstante las rencillas internas de los nómadas. Los cambios políticos y la redefinición del territorio fronterizo, derivados del proceso de independencia, eliminaron a ese antípoda. México emergió con serios problemas económicos, que limitaron el envío de recursos y efectivos para resguardar aquellos territorios septentrionales amenazados por la creciente expansión de los Estados Unidos. Es posible que en los años que van de 1821 hasta 1846, los nativos disfrutaran de un clima favorable para realizar sus actividades cotidianas. La falta de tropas mexicanas en esa zona les permitió cierta libertad, no sólo para satisfacer sus necesidades alimenticias, sino también para continuar sus correrías y acceder a toda clase de bienes, principalmente caballos. El inicio de la guerra contra Estados Unidos en 1847 y su desenlace cambiarían drásticamente el escenario. México fue incapaz de hacer frente a la ascendente y poderosa nación estadounidense, que se anexó las provincias de Nuevo México y California. Con la incorporación de Texas, años antes, el territorio fronterizo entraría en una etapa de redefinición, pues los límites entre ambos países, ubicados en el río de las Nueces, se trasladaron varios kilómetros hacia el sur, tomándose el río Bravo como punto limítrofe.

La firma del tratado Guadalupe-Hidalgo, que puso fin al conflicto y legitimó la anexión de los territorios referidos, delineó los lineamientos a seguir con los nativos nómadas. En el acuerdo su voz no fue tomada en cuenta en las negociaciones, lo que marcó su exclusión como grupo social del escenario en redefinición. En adelante no tendrían cabida en una u otra nación, siendo destinados, en la mayor parte de los casos, a las reservaciones o el exterminio. En el documento se especificó que los territorios que serían anexados eran ocupados por “tribus salvajes”, por lo que sería responsabilidad exclusiva del gobierno norteamericano contener las incursiones por medio de la fuerza cuando fuera necesario. Si no pudiese prevenirlas, se comprometía a castigar y escarmentar a los nativos.94 Como argumenta Marcela Terrazas, los mexicanos obtuvieron una “única, aunque considerable, ventaja” con la cláusula 11, que incluía el apoyo de los estadounidenses para obstaculizar y controlar las incursiones indias.95 No obstante, al concluir la guerra, las dificultades políticas existentes en ambos países desviaron la atención de las autoridades, por lo que disminuyeron el envío de recursos recíprocos; como efecto de lo anterior, “disminuyó la eficacia en la contención de las hostilidades de los nómadas contra las poblaciones en torno al Bravo”.96

Irremediablemente estos cambios provocaron que, después de 1848, los nómadas tuvieran la necesidad de confrontarse nuevamente con otro enemigo mucho más fuerte que el anterior, ya que dicho pacto significó la unión de dos fuerzas contrarias. Así, quedaron entre dos frentes adversos: Estados Unidos y México, países que los enfrentaron según sus propios recursos e intereses. Resulta importante aclarar que el más fuerte y poderoso fue el primero. México, en contraste, experimentaba un proceso de reconstrucción y reordenamiento desde el derrocamiento de Iturbide y luchas internas por el poder político y el manejo del país. Reflejo de esa debilidad fue la independencia de Texas. No se descarta que el lado mexicano fuera el que más resintió las incursiones indias después del tratado y que, en la mayor parte de los casos, el ahora territorio estadounidense sirviera a los nativos para escapar de las autoridades mexicanas.97 La fijación de los nuevos límites fronterizos en 1848, apunta Sánchez Moreno, provocaría “una mayor impunidad” de los ataques indios.98 Para el caso de la parte norte de Tamaulipas, después de ese año las incursiones disminuyeron, entre otras causas, por el aumento de la población en Texas y su incorporación a Estados Unidos,99 y el apuntalamiento de la nueva frontera. Los escasos ataques que se registraron, en su mayoría, fueron por retirada de los indios. El borde fronterizo del lado norteamericano se fortaleció después de la citada guerra, derivado de la fundación de fuertes a lo largo del río Bravo. Un efecto fue la migración de los nómadas a otros espacios y que incursionaran más al oeste, como Coahuila y Nuevo León.

Señala Terrazas que “desde que el Artículo XI se incorporó en el Tratado de Paz” surgió una oposición a éste, aunque las mociones en contra de los senadores del vecino país fueron derrotadas. Otra postura, de un funcionario del gobierno estadounidense, veía la posibilidad de cumplir con lo estipulado en dicho artículo.100 La autora percibe cierto esfuerzo de Washington para ejecutar la cláusula en los años inmediatos al tratado, reflejados en la movilización de una importante cantidad de tropas militares hacia la zona limítrofe, las órdenes giradas para proteger el territorio de ambos países de las depredaciones indias y el aumento de recursos para gastos castrenses. Aunque la cláusula fue derogada tiempo después,101 es posible observar casos en los que las autoridades regionales de ambos países se coordinaron para combatir a los nativos que no sólo tenían su asiento en los territorios fronterizos en disputa, sino que también ahí se movilizaban para cazar, principalmente bisonte, y recolectar. Los que fueron sometidos se enviaron a las reservaciones y los que se resistieron quedaron condenados a desaparecer. Para el caso de los que hostilizaban la zona del río Bravo, a la menor oportunidad la citada sentencia se aplicó con todo rigor. Los testimonios siguientes lo ilustran.

En marzo de 1849 el juez primero de Reynosa, Guadalupe Villarreal, notificó la sustracción de caballos que ejecutaron los indios “bárbaros” en la antigua Reynosa y puntos cercanos. Solicitó al alcalde de Camargo que transcribiera la nota al comandante militar del condado de la Estrella, de Texas norteamericana, para que cumpliera con lo estipulado en el citado tratado.102 La respuesta no se hizo esperar. Varios días después llegó la notificación de que en San Antonio se preparaba un contingente de 500 jinetes al mando del brigadier Harney para dar cumplimiento a lo acordado, relacionado con la persecución y batida de los indígenas que hostilizaban la banda norte del río Bravo.103

Una nota publicada en el periódico El Republicano revela de manera clara la triste situación que enfrentaban los nativos nómadas, particularmente los lipanes, y patentiza cómo los cambios políticos experimentados y la redefinición de las fronteras entre ambos países los habían dejado entre dos frentes: mexicanos y norteamericanos. En febrero de 1856 el gobierno de Nuevo León dirigió un escrito al comandante de la frontera de Coahuila; pretendía impedir las hostilidades atribuidas a los citados nativos.104 Se quejó de que los robos y muertes achacados a los lipanes eran demasiados para que los disimulara. Veía como falsa la paz que pregonaban requiriéndole que no se fiara ya que, a su parecer, la quebrantaban casi diariamente, poniendo en entredicho la amistad de la nación con el país vecino; temía que esta situación ocasionara conflictos de trascendencia por dicho proceder. Pese a los esfuerzos, argumentaban, respondían con evasivas y subterfugios, y ofrecían enmendarse en lo sucesivo con las mismas promesas y protestas, por lo que la experiencia hacía desconfiar de ellos.105 Exigían resolver la situación de una vez haciendo comparecer a los capitanes lipanes, para que entregaran todo lo sustraído en Ciénegas, y recientemente en Candela, y que también respondieran por los muertos y heridos en el ataque hecho el 18 de enero en las inmediaciones de San Ignacio, de Texas norteamericana. El escrito concluía con una orden tajante: “que la queja o reclamación más insignificante por daños en esta banda del río Bravo o en la opuesta será señal de exterminio sin distinción de ninguna clase”.106 Tan pronto recibiera la queja, el jefe militar debía poner en ejecución esa orden y movilizar a las tropas permanentes y auxiliarse de la frontera para lograr dicho objetivo.107 No obstante, ambos ejércitos no podían traspasar los límites fronterizos, situación que cambió en 1882 cuando México y Estados Unidos firmaron un acuerdo que permitía el paso recíproco de las tropas para enfrentar a los nativos que irrumpían.108 Como se percibe, la idea de extinción afloró en El Republicano. Un pensamiento que impregnó el horizonte de la mayoría de las personas no indias que trataron con los indígenas nómadas en la época colonial y poscolonial.

Conclusiones

A lo largo del escrito se percibe que, a pesar del cambio de siglo y la independencia de lo que fue la Nueva España y el surgimiento de la nación mexicana, ciertos aspectos, que conciernen a las relaciones con los indígenas nómadas, permanecieron inmutables o, al menos, variaron poco. El contexto que marcaron estos semblantes y la subsecuente guerra con los Estados Unidos, lejos de disiparlos o atenuarlos, los intensificaron, como fue el caso de la concepción del nativo aquí abordada. La herencia hispana, que definió al nómada como bárbaro y cruel, actuó como una gran losa que influyó en el momento que los mexicanos los visualizaron y trataron, y la manera en que las irrupciones fueron percibidas. Esto generó un clima de desconfianza hacia los nómadas, que permeó la frontera y el cual se agudizó con la inestabilidad política que provocó la independencia de Texas y la guerra con Estados Unidos, pues se llegó a pensar que las incursiones eran azuzadas por el vecino país.

Es evidente que el fenómeno de las incursiones indias, que se registró en el norte de Tamaulipas en la segunda mitad del siglo XIX, es una herencia del pasado colonial de ambos países: México y Estados Unidos. La presencia española acentuaría las irrupciones de los nómadas, pues los poblados hispanos se convirtieron en blancos principales de los ataques, como fue el caso de las villas norteñas del río Bravo. No quedó ahí, la política de colonización norteamericana también las detonó, ya que orilló a los nómadas a incursionar más allá de ese río. Como queda patentizado, este fenómeno histórico observó un largo derrotero. Aunque se postula su existencia como un todo, es posible percibir en su interior etapas diferenciadas entre sí, que, para la zona de estudio, marcan su inicio y desarrollo. El artículo devela como a una etapa inicial, registrada durante la ocupación hispana, le precedió un periodo de somnolencia en el cual las incursiones se realizaron de manera intermitente. En ese tiempo las poblaciones norteñas experimentaron algo de quietud. Queda de manifiesto que, lejos de debilitarse, las irrupciones adquirieron un fuerte aliento que las catapultó con gran fuerza después de 1830, registrándose una mayor cantidad de ataques, daños y muertes a lo largo de la frontera norte del país. Esta última etapa fue la más larga, pues abarcó hasta finales del siglo XIX. Resultó ser la más significativa porque el fenómeno adquirió madurez y llegó a su fin. Para el caso de la parte norte tamaulipeca, esta fase abarcaría hasta mediados de la centuria decimonónica.

Resulta claro también que los acontecimientos políticos referidos, impactaron fuertemente en las sociedades nómadas, cuyo periplo anterior fue complicado debido a la expansión colonial. Destinados a “pacificarse” y renunciar a su antigua forma de vida, o enfrentar su exterminio, por no encajar en el sistema hispano, los nativos desarrollaron variadas estrategias para enfrentar a un enemigo poderoso y poder subsistir. Es revelador cómo tal panorama tiende a repetirse en el siguiente lustro, pues al momento de cesar la guerra con Estados Unidos y firmarse el tratado, los nómadas fueron de los menos favorecidos. Su estado de aflicción lejos de mejorar se complicó, pues sus espacios de movilidad se restringieron aún más debido a la fijación de fronteras jurisdiccionales entre ambos países, y los efectos de la expansión estadounidense al oeste. Secuela negativa de dicho tratado fue que quedaran excluidos de esa franja y que, en adelante, fueran catalogados como intrusos y castigada su osadía de deambular por una y otra frontera: anglosajona y mexicana. Las autoridades de ambos países unieron sus esfuerzos para erradicarlos y conjuntaron sus tropas para combatirlos hasta fenecer. La persecución y el aniquilamiento, o su reducción en reservaciones, fueron parte del destino inevitable que los nativos errantes, lipanes y comanches, enfrentaron. Al igual que en el pasado colonial, las autoridades mexicanas y americanas fueron incapaces de desarrollar mecanismos adecuados que permitieran su incorporación en el nuevo espacio fronterizo o en las sociedades ahí germinadas. Para los nativos resultó muy complicado renunciar a su antigua forma de vida y adaptarse a las nuevas condiciones que la redefinición de la frontera norte les demandó. Un claro ejemplo de esto fueron sus incursiones.

Fuentes

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2Isidro Vizcaya Canales, Incursiones de indios al noreste en el México independiente 1821-1885 (Monterrey: Archivo General del Estado de Nuevo León, 1995), Octavio Herrera Pérez, Tamaulipas a través de sus regiones y municipios, 9 v. (México: Agencia Promotora de Publicaciones; Ciudad Victoria: Gobierno del Estado Libre y Soberano de Tamaulipas, 2014); Cuauhtémoc Velasco Ávila, La frontera étnica en el noreste mexicano. Los comanches entre 1800 y 1841 (México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social; México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2012); Martha Rodríguez, La guerra entre bárbaros y civilizados. El exterminio del nómada en Coahuila, 1840-1880 (México: Centro de Estudios Sociales y Humanísticos, 1998).

3Se analiza el sentido y el porqué de sus incursiones en el noreste colonial, particularmente Nuevo Santander, durante la segunda mitad del siglo XVIII. Fernando Olvera Charles, “Las incursiones lipanes y comanches en Nuevo Santander, 1750-1800” (tesis doctoral, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017).

4Catálogo de fuentes documentales, hemerográficas y bibliográficas de la guerra entre México y Estados Unidos, 1845-1848, coord. de Martha Rodríguez García (México: Centro de Estudios Sociales y Humanísticos; Brownsville, Texas: National Park Service, Palo Alto Battlefield National Historical Site, 2002), “Sección Tamaulipas 1835-1856”, elaborada por Octavio Herrera, Juan Díaz Rodríguez y Pilar Sánchez.

5Hemeroteca Nacional Digital de México. Disponible para su consulta en: http://www.hndm.unam.mx/index.php/es/

6Antonio Escobar Ohmstede y Teresa Rojas Rabiela, coord., La presencia del indígena en la prensa capitalina del siglo XIX. Catálogo de noticias I y II (México: Instituto Nacional Indigenista; México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 1992).

8Elías Gutiérrez García, “Poblar y defender el septentrión: las funciones de los presidios en la provincia de Coahuila o Nueva Extremadura, 1729-1808” (tesis de maestría, Universidad Autónoma del Estado de México, 2014), http://hdl.handle.net/20.500.11799/49490

10Ignacio Almada Bay y Norma De León Figueroa, “Las gratificaciones por cabelleras. Una táctica del gobierno del estado de Sonora en el combate a los apaches, 1830-1880”, Intersticios Sociales, n. 11 (marzo-agosto 2016): 1-29, http://www.intersticiossociales.com/index.php/is/article/view/2; Javier Sánchez Moreno, “El interrogatorio de los cautivos”, Letras Históricas, n. 4 (enero-junio 2011): 46, 50, http://www.letrashistoricas.cucsh.udg.mx/index.php/LH/article/view/2070

11Marcela Terrazas y Basante, “Efectos del nuevo lindero. Indios, mexicanos y norteamericanos ante la frontera establecida al término de la guerra entre México y Estados Unidos”, Norteamérica, n. 1 (enero-junio 2016), p. 75-96, https://doi.org/10.20999/nam.2016.a003

12Para mayores referencias, véase Olvera Charles, “Las incursiones lipanes”, 59-95.

20Velasco Ávila, La frontera étnica, 58-59.

23Para evitar confusiones respecto a lo que a Texas se refiere, después del periodo colonial se usará Texas mexicana, independiente o norteamericana, según sea el caso.

25Laredo, Camargo, Reynosa, Revilla y Mier.

27 Olvera Charles, “Las incursiones lipanes”, 180-181. Hämäläinen plantea que, hacia 1780, los comanches iniciaron sus ataques en Texas, cuya escasa resistencia de las tropas del presidio de San Antonio permitió que avanzaran más al este y hacia el sur, llegando hasta Laredo. Hämäläinen, El imperio de los comanches, 147.

29Fue signado por el capitán lipán Chiquito y Manuel de Escandón, gobernador de Nuevo Santander, en 1799, citado en Olvera Charles, “Las incursiones lipanes”, 238-239.

33 Bexar Archives, General Manuscrits, caja 2S76, rollo 31, 1 f. Bexar Archives 1808 se registró una cruenta incursión en las villas norteñas durante la cual los “indios enemigos” se llevaron a varios pobladores. Omar S. Valerio-Jiménez, River of Hope: Forging Identity and Nation in the Rio Grande Borderlands (Durham: University of Duke Press, 2013), 44.

36Informe publicado en la Gaceta del Gobierno Mexicano, t. VI, n. 685, sábado 21 de enero de 1815, Hemeroteca Nacional Digital de México (en adelante HNDM).

37Informe publicado en la Gaceta, HNDM.

38En el mes de marzo la Compañía Volante de Laredo confrontó a una partida de 60 lipanes en el paraje llamado la Retamita, Gaceta del Gobierno Mexicano, t. V, n. 603, sábado 23 de julio de 1814, HNDM.

43 Vizcaya Canales, Incursiones de indios, 29-30. Luis Medina Peña, Los bárbaros del norte: Guardia Nacional y política en Nuevo León, siglo XIX(México: Fondo de Cultura Económica, 2014), 66-67.

44En 1821 el ayuntamiento de El Refugio rechazó la idea del gobierno de negociar la paz, argumentando que ésta solamente se lograría por las armas y no por medios suaves, Valerio-Jiménez, River of Hope, 44.

46Miguel Ángel González-Quiroga, War and Peace on the Rio Grande Frontier, 1830-1880(Norman: University of Oklahoma Press, 2020), 15.

48Brian l DeLay, War of a Thousand Deserts: Indian Raids and the U.S.-Mexican War(New Haven: University of Yale Press, 2008), XV.

52“El cabildo de Laredo al Ayuntamiento de Ciudad Guerrero, Laredo, 21 de octubre de 1835”, Fondo Documental “Joaquín Meade”, Colección: Guerra México-Estados Unidos, Sección: Laredo, caja 1, exp. 5, f. 2-2v (en adelante FDJM, CGMEU).

54“Rafael Uribe a los alcaldes de Mier y Agualeguas, Ciudad Guerrero, 22 de marzo de 1839”, FDJM, CGMEU.

56“El alcalde de Ciudad Guerrero al subprefecto de Mier, Ciudad Guerrero, 8 de octubre de 1844”, FDJM, CGMEU, Sección: Guerrero, caja 3, exp. 16, 8 f.

57 El Monitor Republicano, México, n. 429, martes 5 de mayo de 1846, HNDM.

62“Domingo Cabello a Matías de Gálvez, San Antonio de Béjar, 30 de septiembre de 1784”, Archivo General de la Nación, Provincias Internas, v. 64, exp. 1, f. 91-94.

63Cuauhtémoc Velasco Ávila, Pacificar o negociar. Los acuerdos de paz con apaches y comanches en las Provincias Internas de Nueva España, 1784-1792(México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2015), 160-166.

68Reglamento de presidios de 1772, citado en María del Carmen Velázquez, Tres estudios sobre las Provincias Internas de la Nueva España (México: El Colegio de México, 1979).

70“Valentín García al juez de paz de Mier, Los ‘Aldamas’, 9 de marzo de 1842”, FDJM, CGMEU, Sección: Mier, caja 6, exp. 16, 2 f.

71“Cristóbal Ramírez al comandante del primer escuadrón de Camargo, Matías Ramírez, Mier, 19 de enero de 1845”, FDJM, CGMEU, Sección: Mier, caja 6, exp. 14, 2 f.

77“Marcos Gómez al juez de paz de Camargo, Reynosa, 1 de febrero de 1840”, FDJM, CGMEU, Sección: Reynosa, caja 8, exp. 24, 2 f.

78La otra parte se emplearía en subsanar los gastos que erogasen los departamentos de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila, para equipar y alimentar a la tropa. “Marcos Gómez al juez de paz”, FDJM, CGMEU, Sección: Reynosa, caja 8, exp. 24, 2 f.

79“Antonio Canales al alcalde de Camargo, Francisco Medina, Reynosa, 24 de abril de 1842”, FDJM, CGMEU, Sección: Reynosa, caja 8, exp. 43, 2 f.

80Cristóbal Ramírez, “Lista nominal del botín de lo que se les quitó a los indios en la guerra habida […], El Saucito, 11 de marzo de 1850”, FDJM, CGMEU, Sección: Reynosa, caja 8, exp. 45, 2 f.

81“Juan José Chapa Guerra al ayuntamiento de Camargo, Reynosa, 10 de mayo de 1842”, FDJM, CGMEU, Sección: Reynosa, caja 8, exp. 48, 3 f.

82Su nombre era Juan José Chapa Guerra. FDJM, CGMEU, Sección: Reynosa, caja 8, exp. 48, 3 f.

86José Antonio Fernández, “El ciudadano José Antonio Fernández Izaguirre, gobernador interino del Estado Libre y Soberano de Tamaulipas, a los ciudadanos del mismo, Ciudad Victoria, 15 de marzo de 1839”, FDJM, CGMEU, Sección: Guerrero, caja 3, exp. 7, f. 1f.

88“El ciudadano Jesús Cárdenas, jefe político del norte del estado de Tamaulipas, Ciudad Guerrero, 30 de noviembre de 1839”, FDJM, CGMEU, Sección: Guerrero, caja 3, exp. 8, 2 f.

102“Guadalupe Villarreal al alcalde de Camargo, Reynosa, 2 de mayo de 1849”, FDJM, CGMEU, Sección: Reynosa, caja 10, exp. 37, 1 f. Es importante aclarar que en este documento así está escrito el nombre de esa jurisdicción, aunque no corresponde al correcto, que en inglés es “Starr County”, seguramente fue traducido de forma incorrecta.

103“Leonardo Manso al alcalde de Camargo, San Fernando, 31 de marzo de 1851”, FDJM, CGMEU, Sección: Camargo, caja 2, exp. 1, 1 f.

Recibido: 02 de Junio de 2021; Aprobado: 22 de Junio de 2022

Fernando Olvera Charles es doctor en Historia por la unam. Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas y catedrático de la Unidad Académica Multidisciplinaria de Ciencias, Educación y Humanidades, dependientes de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, México. Sus líneas de investigación son colonización, resistencia indígena e incursiones indias, siglos XVIII-XIX. Entre sus trabajos recientes destacan “Reformas borbónicas e indígenas insumisos en Nuevo Santander. Desavenencias entre los intereses virreinales y locales en la ‘pacificación’ del noreste novohispano, 1748-1775”, en Sociedades em movimentos nos impérios ibéricos durante as reformas das últimas décadas do século XVIII (San Salvador de Jujuy, Argentina: Universidad Nacional de Jujuy, 2020); y “Sobrevivir o fenecer en el noreste novohispano”. Estrategias de los indígenas ante la colonización y su incidencia en el comportamiento de la resistencia nativa en Nuevo Santander, 1780-1796 (México: El Colegio de San Luis; Ciudad Victoria: Universidad Autónoma de Tamaulipas, 2019).

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