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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.spe1 Ciudad de México nov. 2021  Epub 22-Mar-2022

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2021.1e.77721 

Artículos

El imperio contraataca Incursiones del ejército realista español en la Lima independiente, 1821-1824

The Empire Strikes Back Spanish Royalist Army Raids to Independent Lima, 1821-1824

Patricio A. Alvarado Luna1 
http://orcid.org/0000-0001-7064-3392

1Universität zu Köln (Alemania) patricio.alvaradol@pucp.pe


Resumen

Este trabajo busca explicar las incursiones militares del ejército realista en Lima entre 1821 y 1824 con el objetivo de contribuir a la reflexión sobre la importancia de esta ciudad para los realistas tras su partida a los Andes del sur en 1821. Sobre la base de fuentes de archivo y periódicos se analizan los debates en torno a la importancia de Lima para el control político del Perú. Se explican las circunstancias y los efectos sociales, económicos y políticos de cada una de esas incursiones militares. Y, finalmente, se examinan las dificultades del gobierno independiente para mantener segura la ciudad en relación con las estrategias de Simón Bolívar desde su llegada al Perú en 1823 hasta la rendición de los españoles en los castillos del Callao en 1826.

Palabras claves: independencia; ejército realista español; Lima; virreinato del Perú

Abstract

This work aims to explain the Spanish Royalist Army raids into Lima between 1821 and 1824. Its purpose is to contribute to the reflection on the importance of this city for the royalists after their departure to the southern Andes in 1821. Based on archive documents and newspapers, the importance of Lima for the political control of Peru is analyzed. Secondly, the circumstances and the social, economic, and political effects of each of these military incursions are explained. Finally, the difficulties of the independent government in keeping the city safe are examined in relation to the strategies implemented by Simón Bolívar since his arrival in Peru in 1823 until the Spaniards surrender in the castles of Callao in 1826.

Keywords: independence; Spanish Royalist Army; Lima; Viceroyalty of Peru

Introducción: ¿era Lima fundamental para el virreinato del Perú en 1821?

Durante las celebraciones del centenario y sesquicentenario de la Independencia del Perú se contribuyó a la publicación, con las características del contexto político y social de cada conmemoración, de estudios sobre la participación de las diferentes provincias y sectores en el proceso independentista. Sin embargo, tal como sostiene Fisher, es posible que de manera inconsciente “el proceso hasta cierto punto comprendió la revalorización del carácter definitivo, o no, de 1821 para la independencia” y de esta manera, se afianzó la idea que la independencia y el nacimiento del Perú como una república se logró en Lima el 28 de julio del ese año.1

Además de ser la capital del virreinato del Perú desde su fundación en 1535, Lima, la Ciudad de los Reyes, jugó por más de 270 años un rol importante en la vida política y social del virreinato. Pese a lo que se puede pensar, la idea de un centralismo limeño durante el periodo virreinal no existió como tal. Si bien las decisiones políticas se tomaban desde el palacio virreinal, y las principales instituciones tenían su sede en la ciudad, además del cierto poder que ejercía el Tribunal del Consulado de Lima sobre las decisiones económicas y políticas, los principales centros económicos del virreinato se encontraban en las regiones sur como Huancavelica, Cuzco y Potosí, las cuales formaban una importante ruta comercial que unía el Bajo y Alto Perú.2

En las primeras décadas del siglo XIX, y especialmente tras la crisis de la monarquía española de 1808, desde el palacio virreinal en Lima, el virrey Abascal (1806-1816) se encargó de coordinar las medidas militares y logísticas para controlar los movimientos autonomistas que se formaron en Quito (1809), La Paz (1809) y Chile (1810).3 Así, por ejemplo, entre otras medidas frente a la junta quiteña dispuso el bloqueo comercial de la región y la movilización de tropas a la frontera norte del virreinato y mantuvo estrecho contacto con los gobernadores de Cuenca, Guayaquil y Popayán.4 Frente a la junta paceña, por su parte, Abascal priorizó el envió de armas, tropas y recursos, pues consideraba que la macrorregión era importante para el bienestar del virreinato. Para esto se realizaron dos incursiones militares al mando del general José Manuel de Goyeneche (1809-1813) y Joaquín de la Pezuela (1813-1816) las cuales estuvieron marcadas de marchas y contramarchas entre el ejército realista y el bonaerense proveniente del Río de la Plata.5 Una situación similar sucedió en el caso de la Capitanía General de Chile, región importante para el intercambio comercial entre su trigo y el azúcar peruano a través del puerto del Callao. A fin de protegerlo, Abascal designó al general Mariano Osorio para emprender la campaña contra la denominada Patria Vieja, la cual tuvo éxito en 1814.6

Los movimientos autonomistas no afectaron de manera seria al virreinato peruano. Sin embargo, no hay que dejar de lado la importancia de las rebeliones llevadas a cabo en Tacna (1811 y 1813), Huánuco (1812) y Cuzco (1814-1815). Para 1816, el ejército realista del Perú fue capaz de vencer, tal como sostiene Ricketts, con apoyo proveniente de la península y formado en su mayoría por americanos, a las fuerzas insurgentes en América del Sur.7 Sin embargo, la situación del virreinato del Perú cambió drásticamente durante el gobierno del virrey Pezuela (1816-1821).

Producto del cruce de los Andes, por parte del Ejército Libertador encabezado por José de San Martín, y la posterior campaña y consolidación de independencia de Chile, en abril de 1818, el virrey Pezuela emprendió una serie de medidas de defensa para la costa virreinal y para Lima. Siguiendo una visión común de los militares formados a mediados del siglo XVIII, Pezuela consideraba fundamental la defensa de la capital para el control político de un país.8 Para alcanzar su objetivo, a lo largo de 1818 y 1819, el virrey sostuvo diversas reuniones con el subinspector general, el subinspector de artillería e ingenieros y el comandante de marina a fin de tratar las mejores medidas que se debían adoptar, así como discutir las nuevas noticias provenientes de Chile. No obstante, la situación se comenzó a complicar con el bloqueo del Callao por parte del almirante Thomas Cochrane y los rumores de una posible expedición a las costas virreinales.9 Véase el cuadro 1.

Cuadro 1 Fuerzas militares realistas en Lima, 1819 

Nombre de la fuerza Cantidad de tropas Cantidad de oficiales
1.er Batallón don Carlos 843 37
2.do Batallón don Carlos 507 14
3.er Batallón don Carlos 712 22
Burgos con Negros 576 17
Arequipa con Negros 444 16
Cantabrina 267 15
Número 4 de milicias 482 20
Concordia 1 500 56
Artillería 500 28
Caballería 350 20
Dragones 354 24
Guardia del virrey 150 12
Total 6 685 281

Fuente: CDIP, t. VIII, V. 2, 23-34

Entre las diversas medidas que adoptó el virrey podemos destacar la entrega de armamento al subinspector de artillería y del puerto del Callao; el reclutamiento de aquellos “habitantes útiles por su estado y aptitudes físicas” para la defensa de la ciudad “con las armas que estuviesen y las que se han distribuido al efecto”.10 Para este fin, se dispuso que los alcaldes de cuartel fuesen los encargados de su cumplimiento “a fin de ocurrir al sosiego de la población y mantener en seguridad las casas de abasto, habitadas en su mayor parte por gente forajida”, a la vez que se destinó al Cuerpo de la Concordia a guarnecer los diversos puestos de la plaza con las compañías de inválidos.11

Pese a la situación de incertidumbre, el comercio interno del virreinato peruano continuó durante los primeros días de 1820 gracias al levantamiento del bloqueo del Callao a inicios de octubre del año anterior.12 Por otro lado, Pezuela dispuso el traslado de varios batallones desde Oruro (por la vía de Puno, Cuzco y Huamanga) para la defensa de Lima pues consideraba que de su seguridad “dependía todo el Virreynato [y] era preciso tomar esta medida á que daba lugar el Ejército del Perú”.13 De esta manera, la defensa de la capital virreinal se convirtió en un tema primordial para el virrey, por lo que el envío de tropas y recursos fue continuo. Sin embargo, y lamentablemente para Pezuela, la falta de medios económicos para el pago de las tropas se tradujo en frecuentes motines y deserciones. Por otro lado, es importante destacar que en estos años, pese a poseer nombres de viejas unidades peninsulares, el grueso del ejército realista era americano y, según el propio virrey, carecía de la experiencia necesaria.14

El arribo de la Expedición Libertadora a las costas del Perú en septiembre de 1820 coincidió con las noticias provenientes de España sobre el retorno del liberalismo gaditano, la jura de la constitución de 1812 y las instrucciones del rey para entablar negociaciones con los independentistas. Siguiendo estas instrucciones, el virrey envió a sus emisarios para reunirse con los de San Martín; sin embargo, como era de esperarse, éstas no tuvieron éxito. Por un lado, el gobierno virreinal solicitaba la jura de la constitución gaditana, mientras que los segundos buscaban el reconocimiento por parte de España de la independencia del Río de la Plata y Chile, así como la futura independencia del Perú.15

Para fines de 1820 la situación del gobierno virreinal de Lima se volvió más crítica. El 6 de diciembre el Glorioso Batallón Numancia desertó del ejército realista y se unió a las huestes de San Martín en Huaura. Asimismo, producto de la presencia de las fuerzas independentistas y las comunicaciones entabladas entre San Martín y el intendente de Trujillo, José Bernardo Tagle, marqués de Torre Tagle, esta región al norte del virreinato declaró su independencia a fines de diciembre de 1820.16 Estos acontecimientos hicieron que los generales realistas insistieran en la necesidad de abandonar Lima y replegarse a la sierra central y sur del virreinato.

Pese a esto, tal fue la oposición del virrey Pezuela frente al plan de retirarse de Lima y dirigirse al interior del virreinato que llegó a argumentar que si esto se llevaba a cabo se perdería la riqueza de la capital y el ejército independentista “hallaría muchos brazos con que hacerse formidable y luego que sería ya imposible recuperar la capital”. De esta manera consideraba que todo se perdería si abandonaba Lima “que es la que da entorno a las Provincias; que la parte corta del Exército que nos siga se dispersa quando llegue cerca de sus hogares en Cuzco, Puno y Santa Cruz”.17 Esta idea no fue compartida por el resto de los militares españoles que formaban parte del alto mando militar del virreinato. Éstos, quienes en su mayoría habían arribado al Perú a partir de 1816, habían participado de la defensa de la península en las guerras napoleónicas y, de esta manera, poseían una visión diferente sobre las tácticas de defensa y repliegue.18

Tales fueron las discrepancias entre el virrey y sus generales sobre el futuro de Lima y del virreinato que finalmente, el 29 de enero de 1821 desde el campamento militar de Aznapuquio, estos últimos se pronunciaron en contra de la autoridad del virrey en el primer golpe de Estado militar en el Perú. Según el parte enviado, así como en su posterior defensa de los hechos, los generales realistas argumentaron que esta decisión la tomaron por los siguientes motivos: el fracaso de la reconquista de Chile en 1818; la pérdida de la fragata Esmeralda; los éxitos de la expedición independentista del Mariscal de Campo don Juan Antonio Álvarez de Arenales en la sierra central del virreinato y la deserción del Batallón Numancia, estos últimos acontecimientos en 1820. Igualmente, se opusieron al constante envío de refuerzos militares y logísticos desde diversas partes del virreinato hacia Lima, y consideraron la existencia de una supuesta malversación de caudales y favoritismo hacia algunos funcionarios civiles y militares.19

En su defensa, Pezuela accedió a las demandas de su renuncia pues consideraba que “cualquier tentativa de resistencia por mi parte suscitaría una guerra civil que seguramente pondría el país a discreción de las armas invasoras de Chile y Buenos Aires”; sin embargo, no aceptó los cargos que se le imputaban.20 Los generales realistas nombraron a José de la Serna en reemplazo de Pezuela, quien asumió el mando del virreinato el mismo 29 de enero. Sin embargo, tal como muestra Marks, el proceso de ratificación de La Serna recién arribó en 1822 y sólo hasta diciembre de 1823 fue adjudicado en propiedad.21 Con La Serna se daba inicio al último gobierno virreinal en el Perú y, junto con el resto de militares realistas, los nuevos planes para la defensa del virreinato, especialmente el abandono de la capital y el repliegue militar a la sierra.

Dedicaremos las siguientes páginas para mostrar los efectos de la retirada del ejército realista de Lima y de las posteriores reincursiones que llevaron a cabo entre 1821 y 1824, así como su permanencia en los castillos del Callao hasta su capitulación en enero de 1826. De esta manera, nos cuestionaremos qué tan fundamental fue dicha ciudad para el mantenimiento del virreinato. En este sentido veremos de qué manera el gobierno virreinal pudo mantenerse en la sierra sur y cómo los problemas políticos del nuevo gobierno independiente permitieron que los realistas realizaran diversas incursiones y saqueos a Lima por casi un quinquenio.

El abandono realista de Lima y las primeras incursiones realistas

Tras la destitución del virrey Pezuela en enero de 1821 varios ciudadanos limeños comenzaron a prestar su apoyo a la causa independentista. Sin embargo, este apoyo no se debió a un espíritu patriótico -como la historiografía más nacionalista ha propuesto-, sino más bien a las constantes confiscaciones por parte de ambos ejércitos, la presencia de los independentistas en las afueras de Lima, la incertidumbre sobre el futuro, la escasez de alimentos e incluso una epidemia que azotó la ciudad. Un ejemplo del primer punto se encuentra en el secuestro de bienes (entre casas y negocios) especialmente a aquellos americanos y españoles quienes -meses más adelante- se refugiaron en el Callao.22 En el caso de la escasez de alimentos y las epidemias, según Sánchez, éstas tuvieron su origen desde la interrupción comercial con Chile desde 1817 y, a lo largo de una década, primó la carestía y el hambre. Entre los meses de septiembre y enero, un clima inusualmente frío en la primavera seguido de un verano caluroso provocó la propagación de una epidemia cuyos estragos se comenzaron a sentir a inicios de 1818. A esto hay que sumarle la falta de pan y un mal clima a lo largo de 1819, lo que generó una “avalancha de enfermos” en la ciudad.23

Entre marzo y abril las huestes realistas se movilizaron sobre el departamento de Tarma con una división de 1 000 hombres al mando del coronel Valdés. Por esta razón, San Martín decidió enviar a Álvarez de Arenales con los Batallones de Numancia, n. 7 y Cazadores del Ejército con los Escuadrones de Granaderos a caballo y seis piezas de Montaña para, junto con el coronel don Agustín Gamarra, abrir la campaña “con mejores probabilidades del suceso” sobre las tropas realistas que se encontraban cerca de las provincias de Tarma, Huancavelica y Huamanga y, de esta manera, poder obrar San Martín directamente sobre Lima.24 Este obrar, sin embargo, no era uno militar, sino más bien de propaganda de adhesión a la causa independentista.

En este contexto se llevaron a cabo las nuevas negociaciones de paz, esta vez en la casa hacienda Punchauca, a las afueras de Lima, las cuales dieron inicio el 4 de mayo de 1821. A diferencia de las conferencias entabladas previamente con los representantes del virrey Pezuela, en esta ocasión estas se dieron entre el virrey La Serna y el general San Martín en persona. En esta reunión tomó cuerpo la idea de traer al Perú un príncipe europeo para ser la cabeza de la monarquía constitucional que tanto buscaba San Martín.25 Por otro lado, se acordó la división territorial del Perú, donde se le asignó la región al norte del río Huaura a los independentistas con las intendencias de Tarma y Trujillo; y la región sur a los realistas, con las intendencias de Huamanga, Huancavelica, Arequipa y Cuzco.26 La elección del río Huaura responde al espacio donde San Martín había ubicado su cuartel general a las afueras de Lima a fin de no presentarse frente a su población como un invasor. Por otro lado, en la intendencia de Tarma (donde se encontraban las provincias de Conchucos, Huamalíes y Huánuco) ya se habían mostrado a favor de la causa sanmartiniana.

Días más tarde, el 17 de mayo, se introdujeron algunas modificaciones en las cuales San Martín solicitó que tanto el Real Felipe como las demás fortificaciones del Callao fueran entregadas en depósito, ganando así la primacía sobre el mar a cambio de la reubicación de los ejércitos propuesta por los diputados de La Serna. De esta manera, la nueva reestructuración quedaría en el río Chancay, por el norte, y las subdelegaciones de Jauja y Huarochirí, entre otras, bajo el control realista. Esta fragmentación del Perú, tal como sostiene O’Phelan, desestructuró la unidad física y geográfica del territorio al punto en que el Perú tuvo dos capitales en un mismo momento: Lima, la capital independentista, y el Cuzco, como nueva capital virreinal.27

Durante este tiempo se llevó a cabo un armisticio entre los dos ejércitos, el cual fue propuesto incluso para prorrogarse. La Serna ratificó esta solicitud e instruyó el abastecimiento de Lima con entre 15 000 y 20 000 fanegas de trigo para el consumo de la población. Esta decisión respondió a la inestable situación que se vivía en la ciudad, situación que llegó a producir fricciones entre el virrey, el Cabildo y las principales familias de la ciudad.28 San Martín, por otro lado, aprovechó el armisticio para enviar a Álvarez de Arenales con los batallones 1 y 7 de los Andes y los Granaderos, en su conjunto unos 2 500 efectivos, nuevamente a la sierra central a fin de prestar apoyo a las guerrillas.29

Pese al armisticio, el virrey La Serna no confiaba -y con justa razón tras el conocimiento de los movimientos de Arenales- en las intenciones de San Martín. Para detener a Arenales, el virrey dispuso que el general Canterac se dirigiese hacia Huancavelica con la mitad de la infantería y caballería que existía en Lima. Esto, sumado a la falta de alimentos, las epidemias entre las fuerzas del ejército realista y la poca higiene en la población, llevó a que el virrey La Serna comunicara sus intenciones de abandonar la ciudad y conminó a aquellos que prefirieran retirarse de Lima junto con él; el resto del ejército podía hacerlo o encontrar resguardo en las fortalezas del Callao. Ya en la fortaleza del Real Felipe, desde el 30 de junio, se habían trasladado 900 soldados enfermos a fin de poder recuperarse y luego defender la fortaleza.30 Para esto último, se designó al general José de la Mar, natural de Cuenca, al frente de una guarnición de 2 000 hombres.

Finalmente, el 5 de julio 1821 el virrey La Serna abandonó la ciudad de Lima en dirección a Huancayo, en la sierra central del Perú y dio órdenes a la provincia de Jauja, “bien defendida” se convirtiera en la nueva capital virreinal.31 Desde Huancayo, el virrey reorganizó su organigrama: Valdés marchó rumbo a Arequipa como jefe del Estado Mayor del Alto Perú; García Camba y Rodil fueron nombrados como segundos ayudantes generales, mientras que González Villalobos tomó el cargo de subinspector general. Por otro lado, el virrey tomó una serie de medidas para la modernización del ejército, como la formación de nuevas unidades militares.32

San Martín hizo su ingreso a Lima el 12 de julio, contando con el apoyo de varios ciudadanos mediante dinero y en especies para abrigo del ejército.33 Tras la proclamación de la independencia en Lima tres días más tarde, San Martín dispuso nuevas medidas políticas para el territorio independiente. Dentro de estas se encontró la orden de iniciar un bombardeo contra las fortalezas del Callao. A la par que esto sucedía, se recibieron noticias sobre los movimientos del ejército realista desde Jauja en dirección a Lima. A fin de detenerlos, se dispuso que el general Gregorio de las Heras les hiciera frente. Si bien no logró vencerlos en su totalidad, sí ocasionó que éstos se dispersasen y, de esta manera, pudo evitar la provisión de recursos, armamentos y refuerzos para los que se encontraban en los alrededores de Lima.34

A lo largo de agosto y septiembre los ataques sobre el Callao continuaron. El 10 de septiembre se logró vislumbrar a la División Canterac, compuesta por 2 500 miembros de la infantería y 900 de caballería, y cuyo objetivo era auxiliar al puerto. Como ya era su costumbre, San Martín no optó por atacarlos frontalmente por lo que Canterac, para no sacrificar a sus tropas, vio como única alternativa proveer los pocos víveres con los que contaba a los defensores del Callao y retornar a Jauja, dejando la artillería con La Mar.35 Esta decisión de volver a la sierra central sin entablar un combate contra los independentistas generó zozobra y deserciones. De esta manera, el 19 de septiembre, sin más recursos para sostenerse por más tiempo, la guarnición del Callao capituló. Dos días más tarde, la plaza del Callao fue ocupada por las armas independentistas y el general La Mar pasó a formar parte de este ejército.36 El paso de La Mar puede explicarse por la situación que se vivía en Lima, la imposibilidad de seguir sosteniendo militarmente el Callao y las noticias del avance de las huestes de Bolívar en el norte. Incluso, existe la posibilidad que este cambio de fidelidad se haya debido no por un tema patriótico, sino de sobrevivencia personal y posibilidades futuras en la carrera militar dentro de las nuevas repúblicas. Esto último se puede explicar siguiendo el argumento de Sánchez, quien ha demostrado que en el norte del Perú las élites criollas lograron ocupar altos puestos en el escalafón militar, ya sea dentro de las fuerzas regulares como en las milicias. Esta situación se contrasta con el sur, donde la mayor presencia de españoles en el ejército realista dificultaba este ascenso.37 Esta situación y la posibilidad de ascenso militar podría explicar también el paso a las fuerzas independentistas de personajes como el general cuzqueño Agustín Gamarra o el general paceño Andrés de Santa Cruz.38

Una nueva oportunidad perdida para las armas del rey se dio cuando el almirante Cochrane se adueñó de los fondos del ejército independentista para pagar el sueldo de la marina, generando tensiones entre los altos mandos del ejército. Al no disponer de una escuadra, el virrey no pudo aprovecharse de la situación ni de las nuevas deserciones en el Ejército de San Martín.39

En los primeros meses de 1822, desde el Cuzco, el virrey La Serna se mantuvo en contacto con los habitantes de Lima y del resto del virreinato denunciando el mal manejo del gobierno independentista de San Martín y el fracaso, a sus ojos, del Protectorado. En comunicaciones con Lima, enfatizó que la ciudad “ha sufrido y sufre por haberse dejado alucinar con promesas efímeras e insignificantes de los invasores” a lo que les aconsejaba a sus habitantes “no dar oídos a los sediciosos agentes de los enemigos que no buscan sino su interés particular a la costa de vuestras personas y bienes”.40 Esta proclama difiere de la de Canterac, quien el 5 de febrero, desde Huancayo, emitió un bando amenazador a los habitantes de Lima advirtiéndoles que, si favorecían “los designios de los revolucionarios” tendrían “a la vista el castigo que acaban de sufrir los habitadores de Huayhay, Chacapala y otros, cuyos pueblos por su obcecación han sido entregados a las llamas”.41 De esta manera se puede ver que no existió una política clara ni uniforme sobre cómo actuar frente a Lima, pues las autoridades virreinales se dirigían a sus habitantes tanto de forma amenazante como persuasiva. Por otro lado, se dedicó a reorganizar el ejército y a hacer frente a las sublevaciones que se produjeron en Potosí y Cangallo, las cuales logró reprimir sin mayores complicaciones.

Revés independentista y victorias realistas, 1822-1823

La retirada de San Martín del Perú en septiembre de 1822 puso fin también al gobierno protectoral. Un triunvirato presidido por el ya conocido general La Mar emprendió una compleja campaña contra el ejército realista, en la cual debían participar las guerrillas altoperuanas y las fuerzas de Arenales y Alvarado. Este último se dirigiría contra los realistas del sur en dirección al puerto de Intermedios, en el departamento de Moquegua. El ejército, conformado por 4 300 peruanos, 2 200 colombianos, 2 000 argentinos y 1 800 chilenos se dividió en varias secciones. La primera división, a las órdenes de Alvarado, contaba con 4 500 hombres, la cual zarpó en la primera quincena de octubre rumbo a Arica. Sin embargo, el no movilizarse hacia el interior de la sierra sur les dio tiempo a los realistas para reorganizarse y enviar a Valdés y a Canterac.42

Esta expedición terminó con una victoria realista y con el ascenso de Valdés y Canterac al grado de mariscales de campo.43 En Lima, por su parte, esta noticia generó inestabilidad, el fin del gobierno presidido por La Mar y el nombramiento de José de la Riva Agüero como el primer presidente del Perú. Una vez en el poder, Riva-Agüero inició los preparativos para una nueva campaña contra los puertos de Intermedios al mando de los exrealistas, los generales Andrés de Santa Cruz y Agustín Gamarra, éste como jefe del Estado Mayor.44

Para la Segunda Campaña de Intermedios también se solicitó el apoyo del general Antonio José de Sucre, mano derecha de Bolívar, quien llegó al Perú el 11 de mayo de 1823. La Lima que encontró Sucre fue muy diferente a la que encontró San Martín en 1821. El apoyo a la causa independentista, por parte de la población, había decaído notablemente.45 Según expone O’Phelan, la inicial apertura limeña en favor de la independencia, especialmente a aquellos pertenecientes a la elite, se pudo deber a lo atractivo que les parecía el plan monárquico de San Martín para el Perú; sin embargo, las políticas del tucumano Bernardo de Monteagudo terminaron por desencantarlos y generar anticuerpos entre los criollos y extranjeros residentes en la ciudad. A esto se le debe sumar el constante temor de que los realistas pudieran tomar posesión de Lima en cualquier momento, además de las medidas “de acorralamiento” a las que fue sometida la elite limeña, que les llevaba a buscar constante resguardo en el Callao.46

Frente a esta situación caótica por la que atravesaba Lima producto del mando de Riva Agüero como presidente, del marqués de Torre Tagle como gobernador de la plaza del Callao y del mismo Sucre al mando de las tropas, lo cual hacía difícil llegar a un acuerdo concreto, los realistas volvieron a acercarse a la capital.47

El fracaso de la Primera Campaña a los puertos de Intermedios provocó la evacuación de Lima frente a la posibilidad de que los realistas tomaran posesión de ella nuevamente. El 18 de junio, finalmente, este temor se hizo realidad cuando, al mando de Canterac, los realistas hicieron su ingreso a Lima sin disparar un solo tiro. Esto produjo que el gobierno peruano se refugiara en los fuertes del Callao. La tensión llegó a su punto más álgido cuando Riva Agüero, aún presidente, desde el Callao intentó disolver el Congreso por hallarse en una abierta disputa con él. Sin embargo, el Congreso actuó primero y terminó por deponer del cargo a Riva Agüero, quien se vio obligado a establecerse en Trujillo.48 En esta ocasión, temerosos de las posibles represalias, parte de los miembros del Congreso peruano se pasaron al bando realista.

En este contexto se emprendió la Segunda Campaña de Intermedios, la cual dio inicio con la captura del puerto de Arica el 7 de junio de 1823 y cuatro días más tarde, el general Santa Cruz llegó a dicho puerto para emprender el rumbo en dirección a Iquique. Los avances del ejército independentista en los siguientes meses tuvieron éxito, al punto que el 8 de agosto Santa Cruz ingresó a La Paz, mientras Gamarra hacía lo propio un día más tarde en Oruro.49 Esta situación llevó al virrey La Serna a movilizar a su ejército al mando de Valdés, quien en ese entonces se encontraba cerca de Lima, y llamar a Canterac, quien abandonó dicha ciudad el 16 de julio.

Tras este acontecimiento, desde el ministerio de Hacienda se dispuso “a la mayor brevedad” se introdujeran víveres para los ciudadanos. De igual forma, la remisión de algunas bestias mulares y caballos.50 Por otro lado, con la retirada realista, muchos de los limeños que habían abandonado la ciudad volvieron y entraron en las casas de los que se quedaron “a provocarlos y amenazarlos de muerte por suponerlos adictos a los enemigos”. A fin de poner término a esta situación, se dispuso que se castigara “por la respectiva autoridad, pero nunca debe permitirse que ninguna porción pequeña o grande del pueblo, ni persona alguna, sea qual fuese su carácter o rango, se tome semejante licencia”, pues por muy grande que sea “su amor y entusiasmo para la Patria […] no se debía permitir tales odios”.51 Esta información y los excesos cometidos por los realistas en Lima se pueden confirmar en una carta escrita por Canterac a Rodil, en la cual se mostró temeroso a que estas noticias se conociesen en Europa y esto generara cierta adhesión a la causa independentista.52

Tras la llegada de Valdés se produjo la batalla de Zepita, el 25 de agosto, donde Santa Cruz pudo vencerlo, pero, inexplicablemente, no aprovechó la situación para evitar la retirada realista. Debido a que Santa Cruz optó por unirse con Gamarra en La Paz, las armas independentistas no lograron una victoria definitiva, pues el virrey La Serna logró unir sus fuerzas con el general Olañeta y, de esta manera, se produjo el enfrentamiento en Sicasica y Ayo Ayo. Santa Cruz, a la espera de los refuerzos prometidos desde Lima, se retiró, perdiendo una gran cantidad de hombres y armamento y dándole una nueva victoria a las armas del rey.53

Bolívar y el fin del predominio realista en el Perú

El Perú que encontró Bolívar al momento de llegar experimentaba una grave crisis económica y política. Su presencia en el territorio despertó la suspicacia de los miembros de la elite limeña, así como también de Riva Agüero, ubicado en Trujillo, y de Torre Tagle, en Lima.54 Es importante destacar que tanto Riva Agüero como Torre Tagle estaban ligados a España, por lo que Bolívar tuvo problemas con ambos. El primero, por cuenta propia, buscó entablar negociaciones con los españoles a fin de llegar a una tregua y, de esta manera, oponerse a Torre Tagle y a la presencia de Sucre y Bolívar. Bolívar, a fin de controlar la situación, preparó una campaña militar en su contra; no obstante, antes de iniciarse el combate, las tropas de Riva Agüero, encabezadas por el general Antonio Gutiérrez de la Fuente, se sublevaron.

En el caso de Torre Tagle, la situación fue algo diferente, pues fue el mismo Bolívar quien le solicitó que entablara un armisticio con los realistas y de esta manera poner fin a las hostilidades y “obligar a los peruanos a reconciliarse con España”. Tal requerimiento, sostiene O’Phelan, pudo haber desorientado a Torre Tagle, ya desencantado por la situación que se vivía en Lima, y podría explicar por qué, poco tiempo después, terminó pasándose a las líneas realistas.55 Es este desencanto que explica por qué en las negociaciones -mediante misivas- con el virrey La Serna, Torre Tagle se comprometió a expulsar a los efectivos militares colombianos y argentinos si éstos se oponían a firmar el armisticio. Bolívar, como era natural, no estuvo de acuerdo con tales propuestas y acusó a Torre Tagle de traidor.

De esta manera se puede ver cómo en los últimos meses de 1823 todo parecía estar a favor de la causa realista en el Perú. Desde el Cuzco, el virrey La Serna controlaba el sur del Perú y el Alto Perú con una fuerza militar de 18 000 hombres divididos de la siguiente manera: 4 000 en la división de Olañeta; 3 000 en Puno y Arequipa, cuyas fuerzas componían el Ejército del Sur; 8 000 en el Norte; 1 000 en el Cuzco y los otros 2 000 en otras guarniciones. Las montoneras, por otro lado, también fueron fundamentales en el sur de Lima.56 Tal como sostiene Albi de la Cuesta, pese a tener la ventaja de que el grueso de estas fuerzas se encontrase en su “hábitat natural” y los años de guerra de sus principales jefes militares, al ejército realista le resultaba difícil el cubrir las bajas de los veteranos americanos y españoles.57

Pese a esta situación, a inicios de 1824 el general Pedro Antonio de Olañeta, quien cubría con su división las provincias altoperuanas de La Paz, Cochabamba y Oruro, se sublevó a la autoridad del virrey La Serna. Esta medida, a ojos del coronel Valdés, se llevó a cabo “bajo el falso y ridículo pretexto de proteger el frente de Salta, que ni estaba a su cuidado ni dejaban de sobrarle seguridad y tropas, por no haber ninguna de los enemigos en aquella dirección y estar en suspensión de hostilidades”.58

Se ha entendido que este accionar por parte de Olañeta como una reacción absolutista frente al supuesto liberalismo de La Serna y sus generales más cercanos. No obstante, pese a que pudieron existir diferencias ideológicas, tal como había acontecido en años anteriores entre el virrey Pezuela y La Serna, las mayores diferencias giraron en torno a las estrategias militares que se debían aplicar contra los independentistas, además de una falta de reconocimiento a Olañeta por sus años de servicio y la discusión sobre “la verdadera fidelidad” a Fernando VII y a la religión.59 La sublevación de Olañeta obligó al ejército realista a dividirse. Por un lado, La Serna consideró que esto representaba una amenaza mayor que la que podían presentar Bolívar y su ejército, en ese momento debilitado moralmente y ubicado en las costas del virreinato, por lo que centró su atención contra el jefe realista en el Alto Perú.

Este hecho no pudo darse en peor momento para las armas del rey, pues el 4 de febrero de 1824, descontentos por la falta de recursos y pagos, los batallones del Río de la Plata y Chile que guarnecían las fortalezas del Callao se sublevaron y pidieron el auxilio del general realista José de Canterac, siendo el encargado de tal pronunciamiento el sargento argentino Moyano, venido con la Expedición Libertadora desde Chile.60 El 10 de febrero nuevamente la bandera española ondeó en las fortalezas del Callao, donde actuó en defensa el regimiento De la Lealtad, compuesto por los amotinados. Para inicios de marzo, la División Moret ingresó a la plaza del Callao. Fue en ese momento, como ya hemos hecho mención previamente, cuando Torre Tagle en su calidad de presidente, así como su vicepresidente, el ministro de Guerra y otros 337 mandos militares se pasaron al bando realista.

Tal como lo había prometido, y tras enviar refuerzos, Canterac ingresó a Lima junto a su segundo, el mariscal de campo don Juan Antonio Monet al frente de sus tropas. Por otro lado, el avance realista sobre Lima y la falta de pagos hicieron que el 16 de marzo los escuadrones Lanceros de la Guardia y Lanceros del Perú apresaran a sus jefes y se pasaran al ejército del rey.61 Este accionar pudo llevarse a cabo debido a que Bolívar y gran parte de su ejército se encontraban en Trujillo sofocando la revolución de José de la Riva Agüero. Si bien el Libertador tuvo éxito en esta empresa y logró aumentar el número de efectivos de su ejército, Lima volvió a perderse a manos de las fuerzas del rey.

Los realistas ocuparon la ciudad de Lima y las fortalezas del Callao, donde se dejó un aproximado de 1 500 hombres a las órdenes del Brigadier Ramón Rodil, quien fue nombrado como gobernador de la Plaza. El 19 de marzo, Rodil examinó las circunstancias militares y políticas del Callao conforme las cuales, según la información que pudo recoger, existían 3 200 hombres “de robusto servicio”, 700 de ellos artilleros, 2 000 de infantería, 200 de caballería y 300 zapadores “con dieciocho meses de víveres para contar con el alimento de un año por la corrupción y deterioro continuo que padecen y 500 000 pesos en Tesorería para acudir a la guarnición con media paga”.62 No obstante, según sostiene Valdés, si bien la ocupación del Callao fue útil para quitarle al gobierno independentista su base de operaciones “cuyo provecho no pudimos sacar nosotros de su posesión por no tener el dominio del mar, no dejó de ser perjudicial por haber disminuido la fuerza móvil, dejándola reducida en aquel frente a solo 6 500 hombres”.63

La facilidad de volver a ocupar Lima se entiende por las misivas que mantuvo Canterac con diversos personajes de Lima desde fines de enero. Según se expuso en la Gaceta de Gobierno de Trujillo, en comunicaciones entre Canterac y “un sujeto en Lima”, donde el primero se refiere al segundo como “muy estimado amigo”, se ve cómo el general realista solicita información sobre el estado de las fuerzas independentistas, así como sus movimientos. Por otro lado, sostiene que era indispensable batir a Bolívar y negarle al Libertador los Granaderos y Húsares que podría solicitar.64 La creencia de que ese sujeto se encontraba muy vinculado a Torre Tagle puede ser confirmada con la proclama de este último a los peruanos, impresa en marzo, en la cual los instaba a “unirse para salvar al Perú de la tiranía con que le amenaza Bolívar”.65

La pobreza de Lima, sostuvo Rodil, “instaba por el restablecimiento de la Casa de la Moneda arruinada”, por lo que la administración pública necesitaba “organización y empleados en el ramo de justicia que la restituyesen a su estado anterior, sacándola del trastorno en que la habían puesto las vicisitudes”.66

Pero no todo fue bueno para las armas del rey. Según se informó, a inicios de abril en el Callao se hallaban más de 400 hombres del ejército enfermos “y apenas les han quedado otros tantos entre Lima y el Callao, por haber sacado ya la mayor parte de la división que ha venido y hacen una leva muy rigurosa de 400 cívicos para dar la guarnición a las fortalezas”.67

Esto explicaría por qué, en este contexto, en junio se entablaron negociaciones para el canje de prisioneros, el cual debía llevarse a cabo entre oficiales y respetando las solicitudes planteadas. De esta manera, por el capitán chileno don Blas Mardones se debía de entregar al capitán realista don Manuel Michel “y por su fallecimiento y otra causa, el capitán don Antonio Onorati”; por el teniente graduado de capitán don José Ignacio Plaza, el teniente graduado de capitán don Damián Calleyro “y en su defecto el teniente graduado de capitán don Martín Saldías”; y por el subteniente don Juan Feliz Vargas, el subteniente don Eugenio Moreno “y en su defecto el subteniente don León Artes”.68 El nombre de otros oficiales chilenos, también prisioneros en el Callao, se puede ver en el cuadro 2.

Cuadro 2 Relación de los oficiales prisioneros que deben ser canjeados 

Clase Nombres Batallón Clase Nombres Batallón
Capitán D. Cacimiro Acuña Maypú Teniente D. Salvador Llovera Expedición de Cantabria
Subteniente D. Manuel Romero D. Martín Saldías
Capitán D. Baltazar Ferrer Expedición de Cantabria D. Juan Urzainque
D. Antonio Onorati D. Ignacio Quereyzeta
D. Antonio Martiná D. Nicolás Ponce de León
D. José Espejo D. Antolín Elíspuro
Subteniente D. León Ares Expedición de Cantabria D. Juan Carrasco
D. Pedro Álvarez D. Santiago Aguirre
D. Manuel Gutiérrez Cadete D. Pedro Domet Expedición de Cantabria
D. Francisco Quiroga D. Mateo Ozuma
D. Manuel Moreno D. Francisco Obiedo
Capitán D. Antonio Martínez D. Bentura Soler
Subteniente D. Pedro Ycarte Valdivia y Cabeza de Toro Subteniente D. Mauricio Martínez Valdivia y Cabeza de Toro
D. José Cabrera D. José Torrijos
D. Celestino Jaques D. Francisco Maldonado
D. Pedro García D. Agustín Ybarra

Fuente: CDIP, t. VIII, v. 2, 458-459

A diferencia de lo que había acontecido para fines de 1823, desde el primer tercio de 1824 los realistas se encontraban desmoralizados. El Ejército del Norte había perdido parte de sus efectivos, mientras que el del sur se encontraba agotado por las marchas y contramarchas realizadas en contra de Olañeta en el Alto Perú.69 Esta situación favoreció a Bolívar para emprender la campaña sobre la sierra. La victoria en la batalla de Junín el 6 de agosto de 1824 le permitió al Ejército Libertador avanzar sobre la sierra sur sin mayores percances, pues la caballería realista fue “destrozada y perseguida hasta las mismas filas de su infantería, que durante el combate estuvo en inacción y después se puso en completa fuga”.70 Asimismo, se informó que la caballería realista quedó reducida a un tercio de su fuerza.

De haberse contado con los 4 000 hombres del general Olañeta, anota Valdés, el ejército realista pudo haber protegido las guarniciones del interior del país, mientras la otra parte del ejército se dirigía al norte para hacerle frente a Bolívar. No obstante, esta falta de refuerzos evitó que la división del Ejército del Norte operase contra Bolívar “porque no tenía fuerzas suficientes; no tenía fuerzas suficientes, porque del Sur no se le pudieron enviar; no se le pudieron enviar, porque la insurrección de Olañeta las tenía todas empleadas; y las tenía empleadas, porque de lo contrario en pocos meses habría aumentado su ejército, no menos enemigo que el de Bolívar.”71

Otro factor importante a tomar en cuenta fueron las desavenencias dentro del ejército del rey, especialmente entre el virrey La Serna y el general Canterac. Según se muestra en una carta presentada en la Gaceta de Gobierno, la derrota realista en Junín terminó su “esperanza de repartirse entre ellos los ricos despojos del Perú” y esta contienda entre los jefes españoles “acabarán de expeler para siempre a los odiados tiranos”.72

Pese a lo que se puede pensar, tras la batalla de Junín la situación en la sierra central no fue estable para los independentistas. Por ejemplo, a fines de noviembre el prefecto de Huancavelica comunicó el amotinamiento de un pueblo “acaudillado por un oficial español prisionero que se dejó escapar” quienes, tras tomar las armas “han preso y fusilado según se dice a varios oficiales”.73 El virrey La Serna optó por hacerle frente a los independentistas en Ayacucho, a medio camino entre el departamento de Junín y el del Cuzco, dejando de lado la campaña emprendida contra Olañeta y el Alto Perú. Sin embargo, pese a los esfuerzos, en los campos de la Quinua, el 9 de diciembre, el Ejército Libertador, al mando del mariscal Antonio José de Sucre venció al ejército realista comandando por el mismo virrey La Serna. La rendición y posterior capitulación puso fin al dominio realista en el Perú.74

El último bastión: la resistencia realista en el Callao

Las noticias de la victoria del ejército independentista en Ayacucho se dieron a conocer en Lima a los pocos días anunciando que, con este hecho, “se ha completado el día que amaneció en Junín; al empezar este año, los españoles amenazaban reconquistar la América con su ejército, que ya no ecsiste”. Asimismo, se enfatizó que el Ejército Libertador “ha resuelto el problema y ha levantado el último monumento que faltaba a su gloria; la gratitud escribirá en él los nombres de los vencedores de Guamanguilla, y del ilustre jenio que ha dirigido la guerra”.75

Dentro de los puntos acordados en la capitulación de Ayacucho, se estipuló el libre retorno de los miembros del ejército español a Europa; la posibilidad de ser admitido en el Perú “en su propio empleo si lo quisiere”; el respeto de las propiedades de los individuos españoles que se hallaren fuera del territorio; la posibilidad de que miembros del ejército puedan separarse de él; la posibilidad de que los jefes y oficiales prisioneros en la batalla quedarían en libertad y la posibilidad de que éstos pudieran conservar sus uniformes y espadas. Concretamente, sobre el futuro del Callao, se acordó que esta plaza debería ser entregada al Ejército Libertador “y su guarnición será conprendida [sic] en los artículos de este tratado”.76 Este último punto fue concedido, pero con la adición de que sería entregada dentro de los siguientes 20 días. Según sostiene Rodil, él tenía “más obligación que otros para darme por convencido de la catástrofe de Ayacucho; pero no la podía medir en su tamaño verdadero. La capitulación misma inspiraba dudas, variaciones posibles, y muchas alteraciones de hombres, cuerpos y provincias del virreynato, que se opusiesen a Bolívar y le disminuyesen los progresos que buscase cautelosamente apoyado en ella”.77

En el Alto Perú, Olañeta recibió las noticias de Ayacucho de la mano del propio Sucre y, tras una serie de misivas, ambos ejércitos emprendieron una “guerra hasta la muerte por los intereses del rey en América”. Pese a su convicción, sostiene Roca, el mayor error de Olañeta fue hacerle frente al recientemente victorioso Ejército Libertador y continuar la guerra pese a los esfuerzos de los representantes independentistas por firmar la paz.78 Esta acción terminó con la ocupación del Alto Perú y los posteriores arreglos y debates para decidir el futuro político de la región.

De vuelta a Lima, a fines de diciembre se dieron a conocer los arreglos de los Cuerpos del Ejército Real del Norte en razón de los socorros de dinero y armamento franqueados por el Rodil correspondiente a ese año. Según la documentación, se invirtió un total de 82 981 pesos, 1 real, 19 maravedíes en los sueldos y socorros en general; 19 738 pesos en fusiles con bayonetas y tercerolas; 648 pesos en fusiles sin bayonetas; 13 184 pesos en cañones de fusil; 20 033 pesos 5 reales en piezas sueltas de fusil; 7 020 pesos en monturas completas; 12 873 pesos en sables y armas blancas; 6 787 pesos, 1 real en armamento de caballería e infantería; 54 183 pesos, 5 reales, 25 maravedíes en “diversos géneros”; 3 209 pesos, 2 reales en herraduras completas; 3 105 pesos, 4 reales en cartuchos de fusil con bala y 14 500 pesos en pólvora de cañón. Todos estos gastos sumaban un total de 238 263 pesos, 3 reales, 10 maravedíes. Todos estos gastos correspondieron a los siguientes Cuerpos: Ejército en común; Húsares de Fernando VII; Lanceros del Rey; Granaderos de San Carlos; Dragones del Perú; Dragones de la Unión; Cazadores del Rey; Batallón Imperial Alejandro; Batallón de Burgos; Batallón de Cantabria; Compañías de Lucanas y Abancay; Voluntarios de Chancay y las Guerrillas del Norte.79

A inicios de 1825 el gobierno de Bolívar puso en marcha diversos decretos. En enero Bolívar dispuso el secuestro de propiedades de todos aquellos que se encontraban dentro de los castillos “que quedaban sujetas a la ley del decreto de guerra”.80 En otro decreto supremo se ordenó que se borrara de la lista militar a los jefes y oficiales del ejército realista o a aquellos que le habían ayudado de alguna manera. La lista estuvo compuesta de un total de 313 efectivos, dentro de los cuales podemos destacar la presencia del ya muy conocido expresidente peruano don José Bernardo Tagle, don Ignacio Solís, don José Riofrío, don José Antonio de la Banda y don Pedro de la Puente y Querejazu, algunos miembros también de familias acomodadas.81 Este decreto se vincula con la relación de oficiales y empleados de los diferentes ramos del ejército que, en la difícil situación que vivía Lima, se pasaron al ejército realista hasta junio de 1824. Esta lista presentó un total de 235 efectivos que “abandonaron las banderas de la Patria” y llama la atención que los que más desertaron fueron los miembros de la Guardia Cívica, seguidos por los Cívicos Peruanos, Cívicos Patricios, Cívicos Morenos, Cívicos Pardos de caballería y Cívicos mulatos.82

La situación en el Callao se volvía insostenible para los realistas que ahí se encontraban. El clima “destruía la salud e inutilizaba los víveres” que aún se mantenían almacenados, mientras que las enfermedades comenzaban a cobrarse cada vez más vidas.83 A esto se le sumaban las constantes quejas de Rodil sobre la desmoralización de los soldados, quienes incluso llegaron a desertar y unirse a los independentistas. Del mismo modo, no comprendía los motivos del general Canterac por los que “se dejó conducir de la falsa idea de que la conservación de la plaza del Callao dependía únicamente de la existencia o de los triunfos de su ejército”.84 Hacia mediados de 1825, Rodil anotó los constantes ataques de mar y tierra que sufría el Callao: “13 720 balas, infinidad de tiros de metralla y 76 bombas me han disparado con menos efecto del que pudieron hacerme”, mientras los trabajos por construir las trincheras continuaban lentamente. Un mes más tarde, ya daba aviso de las enfermedades epidémicas y de las “16 596 balas y 300 bombas” que tenían que soportar provenientes de los buques y baterías independentistas por mar y tierra sin poder entender en su totalidad cómo podía mantenerse el asedio.85

La respuesta se encuentra en Bolívar. Para él era sumamente necesario que todos los departamentos del Perú y de la naciente república de Bolivia apoyaran en la manutención de las fuerzas que asediaban el Callao. Ejemplo de esto último se encuentra en los requerimientos para Copacabana o La Paz. De esta manera se les indicó que debido a los gastos que ocasionaban el sitio del Callao y la Escuadra “parecía conveniente al Consejo del Gobierno imponer una contribución extraordinaria a los extranjeros”; sin embargo, desde Copacabana se creyó posible cubrir dichos gastos por cuenta del Consejo del Gobierno, por lo que consideraron que “no es de su aprobación el que se imponga la contribución indicada”.86 En otro decreto, se comunicó la necesidad de que “a los menores que hayándose en las fortalezas del Callao se restituyan al seno de la República, se les entregue los bienes secuestrados a sus padres […] siempre que éstos permanecieran en ella el tiempo necesario a juicio del gobierno”.87

Las medidas adoptadas por el gobierno de Bolívar en el Perú generaron que muchos civiles, militares y hasta oficiales de confianza de Rodil, como el capitán graduado de teniente Sebastián Riera, que apoyaban la causa realista desertaran y se cambiaran de bando. Tal fue este impacto para Rodil que incluso planeó hacer estallar algunas minas que se encontraban en los alrededores de los castillos; sin embargo, este plan no tuvo éxito pues los oficiales desertores las inutilizaron.88 Incluso el 18 de enero el cónsul británico Charles M. Ricketts comunicó al ministro de Hacienda peruano sobre la “próxima entrega de las fortalezas del Callao”, buscando así que los comerciantes británicos que contaban con propiedades “al tiempo de su sitio por mar y tierra” puedan averiguar la aún existencia de éstas y obtener del general Rodil “justificativos regulares de los efectos que pueden haber sido apropiados para el uso de las tropas por él”.89 Finalmente, y sin poder sostener más la situación, el 22 de enero de 1826 se produjo la capitulación del Callao. Al día siguiente, el general Rivadeneira hizo su ingreso y tomó el mando de la plaza y demás dependencias. Según él mismo, la plaza y el pueblo “presentaban el temor, el espanto y más grandes montes de suciedad fétida y asquerosa. La atmósfera respiraba un continuo mal olor de cadáveres insepultos unos y mal enterrados otros”. Esta situación, continuó, fomentaba la epidemia “que condujo al sepelio a más de cinco mil personas” y generaba un escenario “de desolación, de miseria, confusión y llanto”.90 Esta visión es similar a la presentada por el mismo Rodil, quien anotó que

no existía animal viviente para medicinas: los perros, gatos y ratones habían desaparecido como manjares apetitosos; las aves de mar y tierra más despreciables, lobos marinos, mariscos y todo ser animado, menos los racionales, fueron alimento de la lealtad y valor del Callao; la pesa ha sido precaria y en lo general mui retirada y mui afuera del tiro del cañón, principalmente durante los últimos meses del año anterior […] Por desgracia las últimas estaciones del año 25 fueron tan impropias, frías o cambiadas, que constituyeron la costa inhabitada de peces.91

Al momento de rendirse, sólo quedaban 870 hombres de los 2 133 que eran en diciembre de 1824. A lo largo de poco más de un año, de estos 2 133 dieron de baja a 785 “muertos de bala y en combates”, 1 312 muertos por enfermedades y 38 desertores. Aquellos 870 que quedaron, por su parte, se dividieron entre 444 veteranos, “combalecientes, tocados de escorbuto y sanos”, 28 enfermos en el hospital, 48 músicos, pitos y tambores menores de edad (un total de 520), así como 217 obreros, milicianos y fagineros “combalecientes, tocados de escorbuto y sanos, 123 enfermos en el hospital y en sus casas y 10 tambores de edad (un total de 350).”92

Dentro de los 31 ítems que se discutieron, podemos destacar la amnistía “a cada uno de los individuos de cualquiera clase, secso o condición que fueren” ya fueran estos militares, eclesiásticos o civiles respecto a “su conducta pasada hasta la rendición de la plaza”; la posibilidad para los jefes, oficiales y empleados de poder retirarse a la península, así como a los individuos de tropa “y gente de mar” que hayan arribado con los cuerpos expedicionarios desde España, a la vez que se prohibió la condición de rehenes en ambas partes. El gobernador, jefes y oficiales estuvieron permitidos de conservar su uniforme, retirar su ropa, dinero, libros, y demás utensilios previa revisión de un jefe del ejército sitiador. Al pueblo, por su parte, no se le exigiría mayores contribuciones que las sujetas a la república, mientras que los esclavos “que sirven provisionalmente en los cuerpos” volverían con sus dueños.93

A fin de celebrar el triunfo, se tomaron nueve banderas “castellanas” y un gallardete las cuales servirían como “un eterno monumento que acredite a la posteridad la intrepidez y constancia del ejército sitiador y de las eminentes virtudes de su digno jeneral que abatio en esos muros el orgullo español”.94 Por otro lado, tras el nuevo éxito de las armas independentistas, se enfatizó y agradeció al ejército sitiador por “el heroico valor sobre los opresores del Perú”, por lo que se decretó la entrega a cada miembro del ejército sitiador de una medalla conmemorativa; mientras que a los familiares de aquellos que hubiesen fallecido en acción se les concedería las mismas gracias que los fallecidos en Ayacucho.95

Siguiendo lo estipulado en el segundo artículo de la capitulación del Callao, el 3 de marzo marcharon a Europa en la fragata Estrella del Norte, la cual fue contratada por el estado en 25 000 pesos, los siguientes jefes, oficiales y miembros de tropa del ejército realista. En total fueron 92 efectivos, de los cuales había un coronel, 6 tenientes coroneles, 7 capitanes, 9 tenientes, 15 subtenientes y 52 miembros de tropa.

Reflexiones finales

El ejército realista surgió como producto de las circunstancias y necesidades en América. Durante las guerras de independencia, su eficacia se puso a prueba en innumerables ocasiones, logrando frenar el avance independentista por casi diez años en la región. No obstante, para 1820 y tras años de combates, el componente europeo de este ejército se encontraba diezmado, el grueso de la tropa era de origen americano, las rencillas entre los oficiales peninsulares y americanos comenzaban a hacerse más frecuentes y, tras el alzamiento liberal en Cabezas de San Juan a inicios del mismo año, se perdió toda posibilidad de refuerzo proveniente de España.

Dentro del virreinato peruano, Lima jugó un rol importante en los primeros años del proceso de independencia. Desde ella, tanto el virrey Abascal como Pezuela llevaron a cabo sus planes contrarrevolucionarios, algunos con éxito y otros no. Sin embargo, frente a los constantes ataques llevados a cabo por la Escuadra chilena y los rumores sobre la Expedición Libertadores entre 1819 y 1820, la importancia de Lima para mantener el virreinato comenzó a ser cuestionada. De esta manera, mientras el virrey Pezuela argumentaba que de perderse la capital se perdería todo el virreinato, los jefes militares realistas, especialmente La Serna, priorizaban la necesidad de retirarse hacia el interior a fin de continuar desde ahí la defensa de la causa del rey.

El plan de La Serna, nuevo virrey tras la destitución de Pezuela, y sus allegados resultó efectivo. Tras abandonar Lima en julio de 1821 concentró sus fuerzas en el centro y sur del virreinato, eligiendo a la ciudad del Cuzco como nueva capital virreinal. El éxito realista en las batallas de Ica, Torata, Moquegua y Zepita llevadas a cabo entre 1822 y 1823, así como las acciones en el Alto Perú, las dos incursiones sobre Lima y la toma de los castillos del Callao son una muestra de la debilidad y dificultad organizativa del nuevo gobierno independiente en el Perú, tanto del Protectorado de San Martín como de la presidencia de Riva Agüero, el Congreso Constituyente y de Torre Tagle. Sin embargo, fue con el arribo de Sucre y posteriormente de Bolívar, quienes emprendieron la campaña sobre la sierra, que el ejército realista tuvo que concentrar sus esfuerzos en detenerlos. De esta manera, la última incursión sobre Lima tuvo que retirarse a prestar apoyo al virrey y el Callao quedó abandonado a su suerte.

Muchos de los que se refugiaron en las fortalezas del Callao y apoyaron a los realistas en sus reiterados ingresos a Lima, como fue el caso de Torre Tagle, lo hicieron por un desencanto ante la causa independentista. Ya fuera por las medidas adoptadas por el ministro sanmartiniano Monteagudo frente a los peninsulares y criollos, consideradas como radicales, o al temor que podían infligir la figura de Bolívar y la influencia de la Gran Colombia, lo cierto es que este accionar demuestra que, por lo menos dentro de los sectores más acomodados de Lima y de la costa norte, no existió un deseo unánime por un cambio político que afectara sus intereses personales.

Tras la victoria independentista al mando de Sucre en Ayacucho y la posterior capitulación del virrey La Serna cualquier posibilidad para Rodil de recibir algún apoyo económico o refuerzo militar para defender los castillos del Callao quedó totalmente descartada. A lo largo de un año, Rodil logró resistir los ataques, bloqueos e incluso enfermedades y hambruna. No obstante, estas dos últimas llegaron a ser tan fuertes -incluso se llegó a alimentar a la gente con ratas, lo que obviamente contribuyó a la propagación de enfermedades- que, a fines de enero de 1826, finalmente, la última resistencia realista dentro del continente americano se rindió.

Lima, nuevamente segura en manos de los independentistas, volvió a ejercer su poder político sobre las demás ciudades. Sus habitantes no volverían a permitir que se les despojara de tales privilegios y, pese a no ser el centro del poder económico, buscó mantener su estatus frente a las demás provincias oponiéndose a cualquier intento de arrebatárselo.

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1 John Fisher, El Perú borbónico, 1750-1824 (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000), 184-185. Si bien el texto de Fisher tiene más de veinte años, sigue vigente el argumento que sostiene que “lo medios de comunicación modernos (sobre todo la televisión) logran proyectar una imagen distorsionada del presente y el pasado peruano, y específicamente, durante los preparativos de las celebraciones anuales de las fiestas patrias, de cómo (y cuándo) fue que el país logró su independencia de España”, Fisher, El Perú borbónico…, 186.

2Ramiro Flores analiza el rol desempeñado por el Tribunal del Consulado limeño entre fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. Según el autor, la historia de esta institución estuvo estrechamente ligada al destino del gobierno virreinal del Perú, relación que fue alimentada “por las expectativas del gremio mercantil que soñaba con la posibilidad de reconstruir —aunque de forma limitada— el monopolio comercial limeño”. Por otro lado, menciona que “la destrucción subsecuente del Estado borbónico representó un duro golpe para los comerciantes limeños, cuyas aspiraciones de poder y dominio comercial acabaron para siempre”. Véase Ramiro Flores, “El Tribunal del Consulado de Lima frente a la crisis del estado borbónico y la quiebra del sistema mercantil, 1796-1821”, en La independencia del Perú. De los Borbones a Bolívar, comp. de Scarlett O’Phelan (Lima: Instituto Riva-Agüero, 2001), 137-172.

4Alvarado, Virreyes en armas…, 108-118.

5O’Phelan, La independencia en los Andes…, 148. Asimismo, véase Alvarado, Virreyes en armas…, 119-143.

6Alvarado, “Los virreyes Abascal y Pezuela frente…”, 252-256; y, del mismo autor, Virreyes en armas…, 52-69, 144-158. Estas medidas fueron conseguidas por Abascal gracias a las tropas americanas dentro del ejército realista, pues la llegada de las peninsulares no tendría lugar hasta 1814, con el batallón Talavera, el cual fue empleado en la reconquista de Chile. Sin embargo, es importante destacar que los altos mandos militares del ejército, especialmente luego de 1813, pasaron de ser americanos a españoles. Véase Julio Albi de la Cuesta, Banderas olvidadas. El Ejército español en las guerras de Emancipación de América (Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2019), 259. Véase también el capítulo vi de Mónica Ricketts, Who Should Rule? Men of Arms, the Republic of Letters, and the Fall of the Spanish Army (Nueva York: Oxford University Press, 2017).

8En De la Guerra, Von Clausewitz expone que durante las guerras napoleónicas se llevó a cabo una retirada voluntaria hacia el interior de los países que iban siendo invadidos por el ejército francés como una forma de resistencia mediana, lo que obligaba al enemigo a perecer más bien por sus propios esfuerzos que a causa de las armas del defensor”. Véase Carl von Clausewitz, De la Guerra (Barcelona: Ediciones Obelisco, 2015), 598.

9 Colección Documental de la Independencia del Perú (en adelante CDIP), t. VI, v. 1, 201. Los rumores sobre el arribo de la expedición aseguraban que ésta se realizaría a fines de marzo o principios de abril de 1819 y que su destino serían las costas del departamento de Arequipa. Véase Joaquín de la Pezuela, Memoria de gobierno, ed. de Vicente Rodríguez Casado y Guillermo Lomann Villena (Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1947), 414.

10CDIP, t. VI, v. 1, 259.

11CDIP, t. VI, v. 1, 261.

12Flores, “El Tribunal del Consulado de Lima frente a la crisis…”, 163-172; Thomas Cochrane, Memorias de Lord Cochrane (Madrid: Editorial América, 1910), 33-34.

13Joaquín de la Pezuela, Memoria de…, 649-650.

17CDIP, t. VI, v. 3, 262.

19 Conde de Torata, Documentos para la historia de la guerra separatista del Perú, v. II (Madrid: Imprenta de la Vda. de M. Minuesa de los Ríos, 1895), 5-6; y, del mismo autor, Causas que motivaron…, 18-60. Para un análisis de los argumentos esgrimidos por los generales realistas, véase el artículo Puente Brunke, “‘Todo fue atolondramiento, todo confusión’. Los militares realistas…”, 187-206.

22 Archivo General de la Nación del Perú (en adelante AGNP), RPJ, Juzgado Privativo de Secuestros, leg. 463, doc. 10; AGNP, RPJ, Juzgado Privativo de Secuestros, leg. 466, doc. 84. La presencia independentista a las afueras de Lima y las continuas incursiones en la sierra central, por otro lado, generaron temor en la población limeña. Sobre el tema, véase Cristina Mazzeo, “El miedo a la revolución de independencia del Perú, 1818-1824”, en El miedo en el Perú, siglos XVI al XX, ed. de Claudia Rosas Lauro (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial/Sidea, 2005), 167-184.

24CDIP, t. VI, v. 2, 292-293.

25Para más información sobre el tema, véase José Agustín de la Puente Candamo, San Martín y el Perú. Planteamiento doctrinario (Lima: Lumen, 1948); Scarlett O’Phelan, San Martín y su paso por el Perú. (Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2010); y Martínez Riaza, “‘Para reintegrar la Nación’. El Perú en la política…”, 660-661.

28Martínez Riaza, Moreno Cebrián, “La conciliación imposible. Las negociaciones entre españoles y americanos…”, 132.

29Albi de la Cuesta, Banderas olvidadas…, 301.

30 Andrés García Camba, Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú, 1809-1825, v. I (Madrid: Sociedad Tipográfica de Hortelano y Compañía, 1846), 401. Pese a los esfuerzos, anota Anna, de 900 hombres que se encontraban recuperándose en el Real Felipe, 520 fallecieron a causa de la hambruna y la plaga que azotó la guarnición. Anna, La caída…, 233-234.

31CDIP, t. XXII, v. 3, 73. Según sostiene Albi de la Cuesta, la elección de Jauja por parte de La Serna fue porque la ciudad, en ese momento, era considerada como el “principal bastión realista” en el Perú. Julio Albi de la Cuesta, El último virrey (Madrid: Ollero y Ramos, 2009), 484. La retirada de Lima por parte de los realistas y la toma de la ciudad por parte de los independentistas fue aparentemente una acción pacífica; sin embargo, tal como anota Sánchez, la situación de enfermedades, hambruna y muerte no pueden ser consideradas como situaciones pacíficas. Susy Sánchez, “Clima, hambre y enfermedad en Lima…”, 247.

32 Dionisio de Haro, “Entre la reforma y la tradición, el proyecto económico del virrey La Serna en el Perú, 1821-1824”, en España en Perú, 1796-1824. Ensayos sobre los últimos gobiernos virreinales, ed. de Víctor Peralta Ruiz y Dionisio de Haro (Madrid: Marcial Pons, 2019), 161-162. Según sostiene Albi de la Cuesta, La Serna contaba con el Ejército de Lima, los batallones Victoria, Castro, II del Primer Regimiento y Granaderos, y los escuadrones de Granaderos de la Guardia, Lanceros del Rey, Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión. En el caso del Alto Perú, se contaba con las unidades de vanguardia, los batallones Gerona, Centro, Partidarios y Cazadores, así como el de Milicias y los escuadrones Dragones Americanos y Cazadores de Caballo. Albi de la Cuesta, Banderas olvidadas…, 299.

33 AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 4, doc. 5; AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 20, doc. 19.

34CDIP, t. VI, v. 2, 307-308.

35Albi de la Cuesta, Banderas olvidadas…, 304.

36García Camba, Memorias…, v. I, 421-431.

38Tanto Agustín Gamarra como Andrés de Santa Cruz habían pertenecido al ejército realista hasta su pase al ejército independentista. El primero hizo su paso el 24 de enero de 1821 mientras que el segundo lo hizo el 8 del mismo mes. Ambos, años más tarde, se convirtieron en presidentes del Perú y Bolivia, respectivamente, y se enfrentaron entre ellos durante la guerra de Chile contra la Confederación Perú-boliviana (1826-1839).

39A la par que esto sucedía en Lima, en noviembre de 1821, la Audiencia desde del Cuzco remitió al virrey La Serna un oficio invitándolo a trasladarse a la ciudad y, de esta manera, que dicha ciudad se convirtiera en la nueva capital virreinal. Dentro de los argumentos presentados en la invitación se destacaban la ubicación estratégica de la ciudad mediante la posibilidad de comunicarse con Arequipa y el Alto Perú, además de contar con una audiencia, a diferencia de Huancayo. CDIP, t. XXII, v. 3, 60; Scarlett O’Phelan, “Más realistas que el rey. Las élites del sur andino frente a la Independencia del Perú”, en Las revoluciones americanas y la formación de los estados nacionales, ed. de Jaime Rosenblitt (Santiago: Biblioteca Nacional de Chile/Centro de Investigaciones Barros Arana, 2013), 197.

40CDIP, t. XXII, v. 3, 78.

41CDIP, t. XXII, v. 3, 143.

42A Valdés se le envió con los batallones Gerona y Centro, el Escuadrón de Arequipa, tres de cazadores montados y el 3o. de Dragones de la Unión. Canterac, por su parte, se dirigió con los batallones de Cantabria, Partidiarios, I de Burgos, I del Infante, los escuadrones 1o. y 2o. de la Unión y los 1o. y 3o. de Granaderos a Caballo. Albi de la Cuesta, Banderas olvidadas…, 321, 326. Para inicios de 1823, el virrey La Serna solicitó al comercio cuzqueño un préstamo por 20 000 pesos, así como otros 25 000 pesos al arequipeño, 150 000 pesos al paceño y al potosino y chuquisaqueño unos 30 000 pesos. Sin embargo, pese a estas solicitudes, en el Cuzco solo se logró recaudar 13 373 pesos, lo que representaba 66.86% de lo solicitado a la ciudad, y algo similar sucedió con el resto de ciudades, las cuales no llegaban a cubrir la totalidad de lo solicitado. CDIP, t. XXIII, v. 3, 30-31y 35.

43García Camba, Memorias…, v. II, 70.

44Elizabet Hernández aborda el accionar de Riva-Agüero en una biografía política desde una perspectiva político-regional. Véase José de la Riva-Agüero y Sánchez Boquete, 1783-1858, primer presidente del Perú (Lima: Instituto Riva-Agüero/Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2019)

49“Gaceta del Gobierno”, t. V, n. 6, Lima, 10 de agosto de 1823, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. I, 235.

50AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 91, doc. 43; AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 91, doc. 44.

51AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 69, doc. 4.

53“Gaceta del Gobierno”, t. V, n. 33, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. I, 348-350; “Gaceta del Gobierno”, t. V, n. 8, Trujillo, 25 de agosto de 1823, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. I, 457-458; Gaceta Extraordinaria del Gobierno, Trujillo, 28 de septiembre de 1823, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. I, 479-480.

54O’Phelan, Simón Bolívar…, 72.

55O’Phelan, “Sucre en el Perú: entre Riva Agüero…”, 395-396.

56Conde de Torata, Causas que motivaron…, 88; AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 100, doc. 37.

57Albi de la Cuesta, Banderas olvidadas…, 334.

58Conde de Torata, Causas que motivaron…, 61-62.

61Albi de la Cuesta, Banderas olvidadas, 334-335.

63Conde de Torata, Causas que motivaron…, 89; Archivo General de Indias (en adelante AGI), Estado, leg. 75, n. 31.

64Gaceta del Gobierno”, t. VI, n. 3, Trujillo, 13 de marzo de 1824, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 40-41.

65AGI, Estado, leg. 75, n. 33.

66Rodil, Memoria…, 13.

67“Gaceta Extraordinaria del Gobierno”, t. VI, n. 16. Trujillo, 18 de abril de 1824, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 73.

68CDIP, t. VI, v. 2, 458.

69Conde de Torata, Causas que motivaron…, 93.

70“Gaceta del Gobierno”, t. VI, n. 42, Trujillo, 25 de septiembre de 1824, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 195-198.

71Conde de Torata, Causas que motivaron…, 91.

72“Gaceta del Gobierno”, t. VI, n. 42, Trujillo, 25 de septiembre de 1824, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 207-208. Según sostiene Castro, los eventos de Junín no fueron tomados con importancia por Rodil. Esto pudo ser de forma deliberada para no afectar la moral de aquellos que se encontraban con él en el Callao. Jorge Luis Castro, “Los Castillos del Callao antes de la paz de Ayacucho, el brigadier José Ramón Rodil y el juicio de la historia”, Revista del Archivo General de la Nación, v. 29 (2014): 268-269.

73AGNP, Santa María, leg. 9, doc. 609.

74Tal como muestra Julio Luqui, tras la batalla de Ayacucho fueron disueltos los siguientes regimientos veteranos americanos, creados incluso entre el siglo XVI y XIX: Guardia del Virrey, 2o. Batallón Arequipa, 1o. Regimiento de Infantería, Batallón del Centro o el Imperial Alejandro, mientras que otros fueron disueltos tras la campaña de Sucre sobre el Alto Perú. Julio Luqui, Por el rey, la fe y la patria. El ejército realista del Perú en la independencia sudamericana, 1810-1825 (Madrid: Colección Adalid, 2006), 394-395.

75“Aviso al público. Gran victoria. Triunfo decisivo”, Lima, 18 de diciembre de 1824, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 241.

76 Archivo Histórico del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (AHMNAAHP). Capitulación de Ayacucho, Ayacucho, 9 de diciembre de 1824.

77Rodil, Memoria…, 27.

79AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 112, doc.96.

81“Gaceta del Gobierno”, t. VII, n. 35, Lima, 21 de abril de 1825, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 437-438.

82“Suplemento de la Gaceta del Gobierno”, t. VII, n. 10, Lima, 30 de enero de 1825, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 321-324.

83“Gaceta del Gobierno”, t. VII, n. 1, Lima, 1 de enero de 1825, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. II, 263.

84Rodil, Memoria…, 21.

85Rodil, Memoria…, 69 y 100.

86AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 117, doc. 42.

87AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 126, doc. 17. Por otro lado, considerando que “la defensa y seguridad interior de la República” estaban consignadas por su constitución política en la milicia cívica, el gobierno bolivariano decretó su organización “en todas las provincias según su población y circunstancias”, debido a que las tropas de línea no podían cubrir la guarnición de Lima por hallarse ocupadas en el sitio del Callao. Según el decreto, esta milicia cívica debía componerse por “todo hombre libre y naturalizado, ó avecinado a la ley en el territorio del Perú, desde la edad de quince a cincuenta años” exonerándose a aquellos que se encontrasen impedidos por enfermedades previa remisión de los documentos que así lo probasen. Igualmente, se permitía a aquellos que estuviesen “ocultos” a presentarse en menos de quince días a sus jefes inmediatos sin castigo alguno; sin embargo, pasado este tiempo, de no haberse “enrolado, presentado o careciesen de un boleto de excepción” serían destinados al ejército o marina. Por otro lado, aquellos que ocultasen a algún individuo de su alistamiento, quedarían sujetos “a la pena que prescribe en estos casos la ordenanza del ejército”. “Gaceta del Gobierno”, t. VIII, n. 32, Lima, 20 de octubre de 1815, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. III, 137.

88Rodil, Memoria…, 116-117, 121.

89AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 140, doc. 105.

90AGNP, Ministerio de Hacienda, OL, leg. 144, doc. 827.

91Rodil, Memoria…, 123.

92Rodil, Memoria…, 296-297.

93 AMNAAHP, Capitulación del Callao, Lima, 22 de enero de 1826. La respuesta al cónsul británico le llegó a los pocos días, una vez que Rodil se rindió. Según se indica en la documentación presentada por el general realista, las deudas contraídas por la resistencia realista “con los individuos de cualquier nación que sean, debe satisfacerlas con los fondos que existan en su poder, o en los de S.M.C., si lo han sido para su servicio, por de ninguna manera con los créditos pertenecientes al Estado del Perú, pues conforme al derecho de todas las naciones en el momento que cesa la ocupación por el enemigo, vuelven las cosas a su dueño, con todos los intereses que le son inherentes”. Ministerio de Hacienda, OL, leg. 140, doc. 8.

94“Gaceta del Gobierno”, t. IX, n. 9. “Salazar al general en jefe del Ejército de la Costa”, Lima, 24 de enero de 1826, en Gaceta de Gobierno del Perú, t. III, 265-266.

95“Gaceta del Gobierno”, t. IX, n. 8. “Proclama del general en jefe del Ejército de la Costa a las tropas sitiadras”, Lima, 23 de enero de 1826; “Gaceta del Gobierno”, t. IX, n. 12. “Decreto del Consejo de Gobierno”, Lima, 1 de febrero de 1826. Ambas en Gaceta de Gobierno del Perú, t. III, 262 y 277-278. Esta medalla llevaría la inscripción Toma del Callao en 1826 y sería llevada en el pecho, pendiente de una cinta bicolor blanca y escarlata.

Recibido: 17 de Abril de 2021; Aprobado: 20 de Mayo de 2021

Sobre el autor. Patricio A. Alvarado Luna es licenciado y magíster en Historia por la Pontificia Universidad Católica del Perú y candidato a doctor en Historia Iberoamericana por la Universidad de Colonia, Alemania. Se ha especializado en la historia política, social y de la guerra durante el proceso de independencia hispanoamericana, la formación de los estados y la Confederación Perú-boliviana. Entre sus últimas publicaciones se encuentran “Virreyes, generales y funcionarios: el Alto Perú y la contrarrevolución virreinal peruana, 1809-1825”, en Territorialidad y poder regional de las intendencias en las independencias de México y Perú, comp. de Scarlett O’Phelan Godoy y Ana Carolina Ibarra, Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2019; “Reorganizando las nuevas fronteras republicanas: Perú y Bolivia, 1826-1836”, Revista Ciencia y Cultura, v. 24, n. 44 (2020); Virreyes en armas. Abascal, Pezuela y La Serna: la lucha contrarrevolucionaria desde el virreinato del Perú, 1808-1826, Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú/Instituto Riva-Agüero, 2020, y “La amenaza fantasma: el virrey Pezuela frente a la Expedición Libertadora, 1818-1820”, Revista del Instituto Riva-Agüero, v. 6, n. 1 (2021).

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