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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.60 Ciudad de México jul./dic. 2020  Epub 14-Mar-2022

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2020.60.70960 

Artículos

El “Plano de las Colonias”. De la fisicidad corporal a la sacralización del espacio. La ciudad de Aguascalientes y su expansión al oriente a principios del siglo XX1

The “Plano de las Colonias.” From Physical Corporality to the Sacralisation of Space. The City of Aguascalientes and its Eastern Expansion at the Beginning of the 20th Century

Marco Alejandro Sifuentes Solís* 
http://orcid.org/0000-0002-1110-568X

Alejandro Acosta Collazo** 
http://orcid.org/0000-0002-8655-2038

Jorge Refugio García Díaz*** 
http://orcid.org/0000-0002-1125-2962

* Universidad Autónoma de Aguascalientes. rgbrulio@yahoo.com.mx

** Universidad Autónoma de Aguascalientes. aacosta@correo.uaa.mx

*** Investigador independiente. jorge.r.cuco@gmail.com


Resumen

En este texto se aborda una lectura alternativa a la de la historiografía publicada, basada en el análisis de los aspectos simbólicos de los tejidos urbanos, en particular del “Plano de las Colonias” de la ciudad de Aguascalientes (Samuel Chávez, 1901), bajo el enfoque de la historia cultural y la perspectiva teórico-analítica de la hermenéutica analógica. Basados en fuentes primarias de carácter gráfico y en documentación histórica de la época, se propone un sistema de significados alrededor de un doble discurso del cuerpo en el espacio urbano: el físico-higienista y el simbólico, por el cual en la operación conceptual del plan se efectúa una suerte de sacralización del cuerpo y de corporización de la divinidad, significados que se encuentran “larvados” en la organización sintáctica de los elementos del espacio urbano marcados por el planificador-proyectista.

Palabras clave: historia cultural urbana; hermenéutica analógica; Plano de las Colonias; corporalidad; espacio urbano

Abstract

In this text we propose an alternative reading of the symbolic aspects of urban traces face to face the published historiography, by focusing the “Plano de las Colonias” of the city of Aguascalientes (Samuel Chávez, 1901). Our approach is based on the Cultural History theory and the theoretical-analytical perspective of hermeneutics, particularly the analogical one. Based on first hand graphic sources and historical documents, a system of meanings about the human body in the urban space is proposed. The meaning system is twofold: the physical-hygienist and the symbolic, under whose light it turns out that the plan entails both a kind of sacralization of the body and embodiment of the divine. These meanings remain in “latency state” in the syntactic organization of the elements of the urban space emphasized by the planner.

Keywords: Urban Cultural History; Analogical Hermeneutics; Plano de las Colonias; corporality; urban space

Introducción

Dentro de las tendencias más recientes de la historiografía de la arquitectura y la ciudad a nivel mundial, un tópico destacado es el del cuerpo (el cuerpo urbano; arquitectura y cuerpo; cuerpo, “género” y espacio, etcétera). Este interés no es, sin embargo, completamente original ni enteramente novedoso. Investigaciones sobre esta materia se han sucedido a lo largo de la historia, pero en particular los siglos XVIII y XIX fueron pródigos en estas exploraciones, a través de las “topografías médicas”,2 del higienismo y de sus implicaciones en la salud y felicidad de la población de las ciudades y de sus espacios habitables, con principios teóricos y realizaciones concretas que, unidos al discurso del progreso y la modernidad, influyeron en las ciudades europeas, estadounidenses y latinoamericanas en el periodo intersecular comprendido entre el último cuarto del siglo XIX y el primer cuarto del XX.

Un arquitecto relativamente poco conocido en el ámbito nacional y regional, Samuel Chávez Lavista (1867-1929, Aguascalientes), autor del “Anfiteatro Bolívar” de la Escuela Nacional Preparatoria en el antiguo Colegio de San Ildefonso de la ciudad de México, comenzó a ensayar soluciones en esta dirección. Primero en el “arte” y oficio de la arquitectura, después en el campo urbanístico, para finalmente explorar las posibilidades del cuerpo en movimiento a través de la gimnasia rítmica y la música, lo que le valió para ser considerado por la crítica especializada posterior a su época, uno de los precursores de la danza moderna en México.

En el marco de los estudios sobre los aspectos simbólicos de los tejidos urbanos, este artículo aborda dos aspectos: a) las primeras exploraciones de Samuel Chávez sobre el cuerpo en el espacio (primer nivel), a través de la exposición de lo que en el medio historiográfico de Aguascalientes se conoce como el “Plano de las Colonias”; y b) una interpretación propia posibilitada por las “marcas sintácticas” presentes en el tejido urbano de la época que condujeron a revelar, desde una mirada simbólica de la cartografía disponible, una suerte de sacralización de dicha corporalidad (segundo nivel) que, de una u otra manera, subyace en el ejercicio proyectual de Chávez, en el marco de la concepción, edificación y nuevos modos de habitar el espacio público y el espacio privado de la ciudad de Aguascalientes como problema histórico. La investigación histórica se soporta en la circunstancia de la adquisición de una parte significativa del archivo particular del arquitecto (actualmente en proceso de precatalogación) y, en especial, de uno de los planos originales de aquel instrumento.

En esta entrega se pretende como objetivo, entonces, ofrecer una “lectura” diferente a la que la historiografía ha elaborado al momento acerca del Plano de las Colonias, desde una perspectiva hermenéutica, analizando un plano original firmado en 1901 por Samuel Chávez, recientemente adquirido por el equipo de investigación, y que formó parte del conjunto de los documentos gráficos3 de aquel proyecto urbano cuya denominación genérica fue “Plan para el Desarrollo del Oriente de la Ciudad”, de su autoría, que constituyó la primera intervención urbanística a gran escala de la ciudad de Aguascalientes en el siglo XX, y uno de los proyectos y planes urbanos pioneros de todo México en esa nueva centuria,4 anterior incluso a los ejercicios de planificación del primo segundo de Samuel, el arquitecto Carlos Contreras, con sus Planos Reguladores.

Breve apunte sobre el aparato teórico-metodológico

En este apartado se consideran algunas premisas básicas, sobre las que se habrán de contrastar tanto la interpretación propia como las fuentes primarias que respaldan los hallazgos, a manera de pruebas documentales.

En primera instancia, la premisa del carácter textual de los documentos gráficos, como la cartografía, los planos, los dibujos, etcétera. Como dice Oscar Quezada, etimológicamente “texto” es “tejido”,5 es decir, una trama y una urdimbre de fibras de sentido; análogamente, el “tejido urbano” es una trama y una urdimbre de fibras significativas de relaciones de los sujetos con los espacios en el “texto ciudad”, a las que, por cierto, Mangieri denomina “urbemas”.6 El texto-ciudad se habita, y, al hacerlo, se vive o experimenta (orden pragmático), se concibe y significa (organización semántica) y en el plano profesional se plasma en planos (organización sintáctica). Si esto es así, entonces la ciudad puede ser leída e interpretada como un texto y, por lo tanto, analizada con propiedad tanto por i) la semiótica de la cultura, como por ii) la hermenéutica, se trate o no de un “texto histórico”, se hable de iii) grandes narrativas urbanas o de iv) “microhistorias” cotidianas. En concreto, el cruce de estos cuatro campos definiría una de las posibles dimensiones de la historia cultural urbana.7

Si el texto-ciudad es histórico y plasmado en un documento gráfico, puede analizarse críticamente con el herramental de la hermenéutica analógico-icónica, tal como la ha desarrollado Mauricio Beuchot. En esencia, interpretar un texto es comprenderlo; y comprender es explicar tal como explicar es comprender.8 Tal consideración pone en juego tres operaciones, que este filósofo mexicano denomina grados de sutileza para la penetración en los sentidos del texto, a saber: la intentio auctoris (subtilitas explicandi), la intentio lectoris (subtilitas aplicandi) y la intentio operis (subtilitas implicandi).9 Respectivamente, los significados “asignados” por el autor, los significados “atribuidos” por el lector y los significados “latentes” en la obra desde sus estructuras gramaticales o sintácticas que, en este caso, corresponden a los códigos de representación gráfica que se plasman en los planos.

Esto es, los sentidos del texto comienzan a surgir con las propias intenciones del autor original del texto, con las del lector y con las de la obra en sí misma. Siempre que, apunta Beuchot, se busque un equilibrio y justa proporción (o analogía, según la matemática griega) entre los significados del autor, que tienden a ser unívocos, y los de su lector, que pugnan por la apertura equívoca a la multiplicidad de sentidos.10 Esa justa proporcionalidad es analógica por cuanto persigue desarrollar sentidos “principalmente diversos y secundariamente idénticos”,11 es decir, abrir lo suficientemente el texto a sentidos amplios sin traicionar, sin embargo, el o los sentidos que el autor del texto original quiso expresar. A tal respecto, el tercero de los grados mencionados juega un papel crucial al permitir lecturas que cumplan estas dos condiciones, a partir de la organización sintáctica de sus elementos, caso en el que nuestro equipo de investigación tuvo injerencia. No es casual, al respecto, que Beuchot declare que “hay una especie de lucha entre el autor y el lector en la arena del texto”.12

Tales lecturas pueden desarrollarse en cadenas de significados, siempre que conserven esa proporcionalidad justa, analógica, y siempre que estén articuladas, sin perderlos, a sus referentes básicos (los límites impuestos por el contexto, según Beuchot, que permiten “reintegrar un texto a su contexto”,13 es decir, aquellos que “sujetan” el sentido para evitar que se “desboque” incontroladamente a sentidos subjetivos inverosímiles, no creíbles y no soportados por documentos históricos o por la fuente primaria misma). Recuperar parcialmente la intencionalidad objetiva del autor deja abierta la posibilidad de otras lecturas válidas -sin embargo, también parciales- que ayuden e comprender el texto. La univocidad tiende a las estructuras paradigmáticas de la imagen, la oscilación entre lo unívoco y lo equívoco remite al diagrama y la equivocidad conduce a la metáfora, figuras propias de la iconicidad peirceana (razón por la cual Beuchot llama a su hermenéutica “analógico-icónica”).14

Para los fines de este estudio, los márgenes de maniobra de Samuel Chávez como diseñador-planificador oscilaban entre un texto preexistente, que era la ciudad heredada o el sitio en el que se desarrollaría su propuesta, y el texto que creó con su experticia, materializado en documentos gráficos, los planos, que instaurarían códigos de representación físicos y “objetivos” (el cuerpo en el espacio), que en el equipo de investigación se interpretaron como simbólicos, y “subjetivos” (el espacio sacralizado), idea que la religiosidad del personaje hacía plausible.15 Cabe apuntar, para no confundir al lector, que en el apartado central de este artículo se invoca a autores cuyos trabajos ofrecen respaldos y evidencia indirecta que hace creíble y plausible nuestra interpretación. Así pues, con semejante herramental, más adelante se desglosará nuestra contribución, no sin antes referir lo escrito previamente.

La historiografía previa

Con el problema que se ha planteado pasa algo curioso pero no infrecuente en la historiografía y en los abordajes científico-técnicos: menciones hay muchas, estudios hay pocos. De un lado están quienes, más abreviada que extensamente, han abordado en sus trabajos el tópico del Plano de las Colonias o han reproducido lo que otros autores trabajaron antes; del otro, los que han estudiado las transformaciones urbanas de las que dicho plano formó parte, sin entrar propiamente en su análisis.16 Una excepción en la historia profesional es la de los autores que el equipo de investigación considera son los dos principales que hasta el presente han acometido el asunto con alguna profundidad, a propósito de ciertas aristas del problema histórico que nos interesa, y cuya importancia radica en el empleo acucioso de fuentes primarias. El primero es Jesús Gómez Serrano, quien desde 1983 y hasta años recientes publicó y ha seguido publicando trabajos en los que uno y el otro, personaje y proyecto, se incrustan en arcos explicativos e interpretativos más amplios, relacionados con la historia de la hacienda del Ojocaliente o la historia de la propiedad urbana o rústica,17 en cuyos terrenos Samuel Chávez, en su calidad de proyectista-planificador y director-gerente de la Compañía Constructora de Habitaciones de Aguascalientes (COCOHA), ideó el plan de desarrollo conocido metonímicamente (el todo por la parte) como “Plano de las Colonias”. Apoyado en numerosas y confiables fuentes primarias sobre la propiedad de las tierras de aquella hacienda, Gómez ha enfatizado preferentemente las motivaciones de carácter mercantil tras las intenciones de diseño y planificación de Chávez, a quien le otorga escasos o nulos propósitos más allá de mezquinos comportamientos especulativos, al grado de atribuirle “exageraciones y despropósitos” en su propuesta,18 gobernada, según este autor, más por afanes mercantiles que por consideraciones estrictamente urbanísticas o de cualquier otra índole, partiendo de que el objeto declarado de la COCOHA era “mercar” con los terrenos que se abrieran a la urbanización en la forma de lotes para casas.19 El duro juicio de Gómez Serrano en parte está justificado por las propias fuentes primarias que consultó, en las que se aprecia a Chávez comprando terrenos y negociando con los propietarios de la tierra a favor de los intereses de la COCOHA, lo que llevó a Gómez a considerar al plano como un “referente inútil”,20 pues efectivamente el proyecto no fue respetado tal como aquél lo concibió.

Por su parte, Gerardo Martínez Delgado ofrece en un apartado, inserto en uno de los capítulos de uno de sus libros, un análisis detallado del Plano de las Colonias afincado tanto en un aparato importante de fuentes de primera mano y en la reconstrucción parcial del plan urbanístico, como en los hallazgos de Gómez, en cuanto a las bases “científicas” y político-ideológicas de la concepción urbanística de la época, y que abonan a las motivaciones simbólicas personales de Chávez. Al partir de la observación de que al Plano de las Colonias “muchos investigadores le han dedicado apartados completos en sus trabajos, lo han “analizado”, descalificado, o le han atribuido méritos y significados, nunca lo han publicado, lo que permite incluso dudar de si al menos lo tuvieron a la vista”,21 Martínez expresamente señala que Chávez se proponía mucho más que simplemente “trazos de calles para las colonias de El Trabajo y de Los Héroes”, y que por el contrario lo que proyectó “fue una especie de Plano Regulador, en el que contemplaba de manera integral la zona oriente de la ciudad, de norte a sur, y proponía la convivencia entre la zona céntrica de la ciudad, bien urbanizada, y los nuevos desarrollos, guiándose por criterios urbanísticos relativamente modernos que el autor había aprendido en la Academia de Bellas Artes...”.22 Para Martínez, el plan de Chávez “aspiraba a ser mucho más que el proyecto para un negocio particular de venta de lotes”; es decir, implícitamente admite motivaciones más profundas (y no sólo “despropósitos”, como Gómez), como las que la autoridad imprimió en la nomenclatura de calles, conformando “un espacio en el que se podía leer la historia oficial, con sus fechas canónicas”23 que, según Moya Gutiérrez, se acompasaba con el modo en que el entonces Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra, convertido en el sumo sacerdote de una nueva “religión cívica”, atribuía a los héroes características de los santos bíblicos, cuyo producto fue “un santoral cívico y una religión de la patria” con función de suplantar gradualmente el santoral religioso.24 Aspecto que fue acertadamente observado por Martínez al revelar el porcentaje abrumador de nombres seculares que se dio a las calles y avenidas del Plano de las Colonias,25 probablemente más a iniciativa del Cabildo que del propio Samuel Chávez (quizá con su complacencia).

A efectos de nuestra posterior interpretación, basta señalar un aspecto revelado por Martínez, quien parece sugerir que el nodo que articulaba las colonias del oriente con la ciudad vieja fue la glorieta que conocemos hoy como de La Purísima, y que el eje que gobernó el proyecto de Samuel Chávez (“de más de un kilómetro y medio”) podría haber sido la actual calle de Ezequiel A. Chávez,26 denominada en el proyecto de nomenclatura de ese entonces como de Cuauhtémoc, y que en 1918 apenas si quedaba insinuada por el camino a San Luis Potosí, prolongándose en la calle del Dante en el fallido o más bien parchado Plano de las Colonias. A este nodo llegaban, o de este nodo salían otras rúas, entre ellas la dicha calle de Cuauhtémoc. El eje destacado por Martínez, con una ligera desviación de 8° desde la glorieta susodicha, remata su visual en el templo de San Antonio, la “bisagra simbólica” que en sentido religioso -y sólo en él- actuaba como nodo articulador entre la ciudad antigua y la ciudad nueva, y que en ese momento estaba en plena construcción. Tal como lo advertimos desde mediados de los años ochenta del siglo pasado, en nuestra lectura fue otro el eje que vertebró todo el conjunto de significados del plan de Chávez, uno de cuyos planos originales (de julio de 1901, firmado por Samuel) nos confirmó en la plausibilidad de nuestra interpretación.

En suma, como habíamos apuntado, Gómez se decantó por una explicación “mercantilista”; y Martínez, por una que sin dejar de considerar aspectos estrictamente urbanísticos, los complementó con una versión “simbolista” relacionada con aquella “religión cívica” promovida por Justo Sierra.

Una “pedagogía” espacial de la corporalidad

La práctica y la teoría de la ciudad moderna, tal como se dieron a partir del último cuarto del siglo XIX, se enraizaron en el discurso higienista y las prédicas de progreso y civilización (occidental, por supuesto). En esta fase fue común y recurrente el empleo de la metáfora médica aplicada a la vida en las ciudades: la urbe se asumía como un cuerpo al que había que mantener sano. Horacio Caride señala que “la idea de semejar a la ciudad con el cuerpo humano es tan antigua como la voluntad de encontrar una metáfora conciente [sic] y consistente para explicar la emergencia de lo urbano”.27 González Escobar apunta que entre 1870 y 1932 “se puede encontrar una multiplicidad de aportes que van desde los presupuestos desarrollados por el movimiento higienista francés o inglés, el urbanismo científico de Cerdá en Barcelona, el pragmatismo técnico de Baumeister en Alemania, los desarrollos del City Planning y del Town Planning norteamericano e inglés, la Garden City y el Garden Suburb de Howard, Unwin y Griffin, hasta el Plan Directeur de París de Henry Prost y el arte urbano de Camilo Sitte”.28

De una u otra manera, había cierta tendencia a la “medicalización del espacio urbano y del cuerpo en relación con los hábitos de higiene”29 y por ende, a la instauración de una “pedagogía de la higiene”, destinada a “entregar una población más comprometida con los intereses de una sociedad que demandaba cuerpos aptos para los incipientes procesos de industrialización”.30 Se operaba un “ascenso de la metáfora del cuerpo como paradigma cultural que, en cuanto resonancia de un discurso médico-político, constituyó una de las ideas rectoras más contundentes” en ciudades como Buenos Aires.31 Para el caso de la ciudad de México, Gerardo Sánchez estudió los esfuerzos de médicos e ingenieros, quienes “impulsaron una serie de proyectos para la ciudad como drenaje, agua potable, arborización, ensanchamiento de calles, embellecimiento, etcétera, con los que pretendieron disminuir las enfermedades y epidemias que azotaban a este espacio”.32

Tras estos planteamientos subyacía, pues, una suerte de discurso sobre el ser del cuerpo en su materialidad; había entonces que procurar su sano desenvolvimiento, lo que implicaba que el espacio físico asegurara condiciones de vida y habitabilidad higiénicas y de ornato para los residentes, eliminando de ese modo los focos de infección presentes (lo que incluía y justificaba además, en el caso de Aguascalientes, la integración de los establecimientos de baños para el aseo corporal, el desalojo de los desagües de las aguas que corrían por una de sus calzadas y la canalización de las aguas pluviales hacia uno de los arroyos cercanos).

El programa general de las ciudades “modernas y civilizadas” tenía claro que “las grandes aglomeraciones urbanas afectaban no solo [sic] la salud de sus habitantes, sino que también [...] ‘mientras más se agrupan los individuos, más se corrompen’ ”, así física cuanto moralmente, es decir, se producían tanto “enfermedades del cuerpo como del alma”.33 El propio Samuel Chávez vislumbró el problema cuando, en un ocurso, solicitó del Ayuntamiento que fuesen “limpiados los caños de desague comprendidos entre el terraplén del ferrocarril y el arroyo de la Ciudad y que recojen las aguas pluviales de la parte de terrenos comprendidos entre el mismo terraplén y el paseo Arrellano pues de no hacerse asi se tendrá durante el periodo de las lluvias grandes pantanos altamente perjudiciales á la salud”.34

Ello condujo a Chávez a que dirigiera al gobernador Carlos Sagredo otro ocurso para obtener los permisos a fin de realizar un ambicioso plan para el desarrollo de las colonias del oriente citadino, en cuya exposición de motivos señalaba que:

la ciudad de Aguascalientes por la parte oriente de la calle del Olivo, solo cuenta con un número muy reducido de habitaciones, relativamente, pues está formada de solares en su gran mayoría por huertas y por algunos callejones irregulares; que encontrándose en esa localidad los vastos talleres del Ferrocarril Central, que pronto quedarán concluidos y en los cuales habrá que ocupar algunos miles de operarios, estos con sus familias, tendrán que establecerse cerca del lugar de su trabajo, de la fuente que de pronto les conservará la vida, pero que pronto también se las quitará, si van á vivir en barracas improvisadas é insalubres, separados por callejones tortuosos, con falta de luz y de aire suficiente, y en donde forzosamente tendrán que aglomerarse las inmundicias con grande perjuicio para los moradores de esa localidad y para toda la población [...].35

En el plano que al efecto se levantaría, Chávez señaló que “se trazarán con toda claridad y precisión”:

  • I. Grandes avenidas, aproximadamente de Oriente á Poniente, ligadas sin interrupción con las calles del centro de la ciudad.

  • II. Calles transversales y diagonales que permitan así en ellas como en las avenidas, la amplia circulación de personas, vehículos y cabalgaduras, y que á la vez faciliten el saneamiento de toda esa localidad, cuando el Ayuntamiento considere conveniente emprender las obras necesarias.

  • III. Las localidades destinadas, cuando sea conveniente, para escuelas públicas de instrucción primaria, para una Ynspección Sanitaria y de Policía, y para jardines, plazas, plazuelas y mercados.

  • IV. Las líneas que indiquen el trayecto de tuberia de agua potable para el abastecimiento de las fuentes públicas, que también quedarán marcadas en el plano. Tercera. En el referido plano solo se marcará el perímetro de la Estación del Ferrocarril Central y sus dependencias, sin suprimir las avenidas ó calles que en todo ó en parte la limiten actualmente. También se respetará la conexión que con anterioridad tiene el Señor Douglas para abrir una avenida por las calles de San Juan de Dios á la relacionada Estación, cuidando de ligar del modo mas conveniente los nuevos trazos con los que correspondan á esas concesiones [...].36

Luego de un curso azaroso de los acontecimientos, y de varias vicisitudes que incluyeron la modificación de la idea original de Chávez y el usufructo de la operación inmobiliaria por los verdaderos dueños del terreno, quienes eran en ese momento los propietarios de la hacienda del Ojocaliente, por fin se dispuso de un “plan” que debió quedar plasmado en diversas secuencias gráficas (alguno de cuyos planos tuvo que haber servido como “plan maestro” para efectos legales, y que es en rigor a lo que se conoce como “Plano de las Colonias”).

De lo anterior, se puede colegir que dos elementos cruciales organizaron el discurso urbanístico de este plan y sus correspondientes programas de obra: higiene (saneamiento del lugar regulando las fuentes de contaminación) y ornato (cualificación paisajística para el esparcimiento de la elite). Muy pronto se les unirían otras claves del momento: estación ferroviaria, hospitales, hotel, paseo público y negocios inmobiliarios. De hecho, acorde con una tendencia internacional, el plan de Chávez prácticamente inauguró (al lado de la expansión que comenzó a experimentarse al noroeste de la urbe con la instalación de la Gran Fundición Central Mexicana) una nueva y desconocida fase urbanística que detonó, por primera vez en la ciudad, el crecimiento a causa de la creación de nuevos polos exentos al centro fundacional.37

De este modo, siempre partiendo de que las “marcas”, huellas o indicios que el lenguaje gráfico posee -en este caso los planos como unidades de análisis, pero a la vez como fuente primaria- revelan contenidos inmanentes a la materialidad de las cosas, a partir de las cuales pueden construirse significados y connotaciones que las trascienden, en nuestra interpretación se establecieron los siguientes dos niveles, señalados con las letras A) Y B).

A) En este nivel nuestra lectura tuvo como punto de partida la abducción de una hipótesis consistente en esencia en que sería uno el eje rector que habría de fungir como columna vertebral de la solución urbanística, pero que no era ni la Calzada Arellano señalada por Gómez Serrano, ni el eje que remataba en la Glorieta de los Insurgentes, sugerido por Martínez Delgado.

Un plano original llegado a nuestras manos nos dio la razón y nos marcó la pauta para desarrollar todo un sistema de significados a partir de algunos referentes físico-espaciales que por supuesto conocíamos y que estaban además señalados en ese documento gráfico. Dicho plano fue firmado por Samuel Chávez en julio de 1901, elaborado en papel de tela, llevando por título general “AGUASCALIENTES. PLAN PARA EL DESARROLLO DEL ORIENTE DE LA CIUDAD”, y como subtítulo “Dibujo Num. 2. Croquiz [sic] para el trazo de las mojoneras fundamentales”. Como el documento no presenta nomenclatura de avenidas y calles, sino tan sólo claves numéricas, suponemos que se trata de un plano de trabajo preparatorio del trazado de aquéllas in situ, y que fue anterior a la aprobación oficial. Un plano que creemos posterior, resguardado en el Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes, sí contiene todo el “santoral cívico” del que hablamos supra.38

En el plano se aprecia que para el origen de los trazos Samuel Chávez eligió un punto y sólo uno: la cota más elevada del Cerrito de la Cruz, al sureste de la ciudad, en donde debió haber encajado una mojonera de la que no sabemos más nada actualmente.

A partir de ahí, estableció cuatro ejes hacia los terrenos en que desplegaría el desarrollo habitacional (figura 1); uno de esos ejes conectaría este punto de origen de trazo con la cota más elevada del Cerrito de los Baños Grandes, promontorio rocoso a cuyo pie brotaba el manantial termal del Ojocaliente, que era uno de los recursos naturales que dieron origen a la villa de Nuestra Señora de la Ascención de las Aguas Calientes en el siglo XVI, en donde debió quedar incrustada en la roca otra mojonera. El siguiente eje partía del Cerrito de la Cruz y se prolongaba hasta el terreno de los Talleres Generales de Mantenimiento y Reparación de Material Rodante del Ferrocarril Central Mexicano, que es el que nosotros postulamos como el eje que gobernó el diseño. Un tercer eje, partiendo de la citada mojonera de origen, apuntaba en dirección hacia el rumbo del Panteón de La Salud, uno de los primeros que se construyeron algo retirados de la ciudad.39 El cuarto eje, desde el punto de origen, extendía el límite urbanizable por todo el lindero sur de la zona, prácticamente frontero al arroyo El Cedazo.

Fuente: “Año de 1901. Aguascalientes. Plan para el Desarrollo del Oriente de la Ciudad, Samuel Chávez”, Archivo Particular de Samuel Chávez Lavista, en proceso de catalogación. Edición digital: Eduwiges Hernández.

Figura 1 El punto de origen de trazo en el Cerrito de la Cruz y los cuatro ejes rectores, sobrepuestos en el Croquis de Mojoneras Fundamentales. 

Sobre la base de estos cuatro ejes, Samuel Chávez desarrolló toda una estructura vial de grandes avenidas y calles, tomando como eje rector el segundo de los descritos supra, al que denominó, para efectos de identificación y codificación de los trazos topográficos en campo, “Av. 1”, lo que revela el grado de importancia que dio a esta vía. Más tarde sería nombrada Avenida de los Héroes.40 A partir de este eje, el arquitecto configuró una retícula ortogonal desviada 57° al Oeste del Norte. El análisis del plano reveló que la componente perpendicular a la Av. 1 era otra avenida que, sorprendentemente, partía de la mojonera del Cerrito de los Baños y se remataba en los terrenos del Panteón de La Salud, formando entre ambos ejes una cruz que sería la base de la retícula antes referida.41 Sobre este entramado ortogonal, Chávez desplegó algunas avenidas diagonales, al tenor de los “usos y costumbres” de la urbanística de entonces.42 Proyectó así un sistema jerarquizado de avenidas y calles con diferentes secciones o tamaños, a las que codificó sucesivamente con números partiendo de la referida Av. 1, hasta alcanzar un total de 43 vías numeradas y 3 sin numeración.

El examen morfo-sintáctico de este plano de mojoneras confirmó que Samuel Chávez imaginó un concepto, un orden por implantar en una realidad física que existía previamente, pero que apenas había despuntado con la rectificación del trazo del Paseo de la Alameda (Calzada Arellano), proyecto emprendido entre 1896 y 1899 por el ingeniero topógrafo Tomás Medina Ugarte en lo que era un pantanal insalubre. Como se dijo supra, la urbanística de finales del siglo XIX y principios del XX exigía, para estar acordes con la prédica de progreso y modernidad, la creación de nuevas “centralidades” no concentradas en los cascos históricos, sino en ejes que conectaban los centros fundacionales con los suburbios de las ciudades. El modelo de habitabilidad que suponía el nuevo desarrollo de las colonias del oriente de la ciudad de Aguascalientes comprendía tanto la cercanía de las viviendas a la principal fuente de trabajo que desató la iniciativa de Chávez y la COCOHA, es decir, los talleres del Ferrocarril Central, como el aprovechamiento de equipamientos ya existentes y varios nuevos: la preexistencia de los dos establecimientos de baños públicos en el oriente de la ciudad para las abluciones lúdicas y salutíferas del cuerpo (respectivamente, los “placeres” de los Arquitos y las tinas terapéuticas del Ojocaliente), unidos en un eje urbano y aunados a los dos baños para hombres y mujeres construidos entre 1893 y 1894 al inicio del trayecto del paseo de la Alameda,43 a ambos lados de tal eje, a efectos de evitar el aseo al aire libre en las aguas de la acequia (es decir, la regulación moralista de las prácticas de higiene corporal), más los dos hospitales levantados en sus inmediaciones, el del Ferrocarril Central y el Militar (la sanación de los cuerpos enfermos), así como el diseño general de calles, del verdor arbóreo y de las infraestructuras (un colector, el alcantarillado y entubación de acequias) para dotar de un ambiente salubre, a la vez que elegante, a los grupos humanos, además de la estación ferroviaria, de hoteles y restaurantes, escuelas y plazas, revelan en conjunto toda una “pedagogía de lo corporal”44 en el espacio con la que se pretendía inducir a los pobladores a desarrollar modelos de habitabilidad propios del progreso que se pregonaba en el país y dignos de una nación “civilizada”.45

Dicho de otra manera, todo un discurso higienista y de ornato, con su despliegue en el cuerpo urbano; toda una pedagogía que aspiraba a enseñar a los habitantes cómo se vivía en civilidad en una sociedad progresista y moderna (subtilitas aplicandi). Había aquí, de modo más o menos explícito, un discurso inmanente sobre la corporalidad física (subtilitas explicandi). Samuel Chávez lo entendió y a su manera lo plasmó en su plan-proyecto. Nuestro equipo de investigación reconoció en el Plano de las Colonias estas intenciones a partir de las claves gráficas de la cartografía histórica, en particular en el plano de mojoneras (subtilitas implicandi).

B) Pero nuestra interpretación iba más allá. La lectura atenta de la cartografía histórica nos hizo advertir una pista inquietante. Al prolongar el eje de la avenida que en su plano mojonero Samuel Chávez codificó con el número 1, nos percatamos que remataba con una asombrosa precisión, casi milimétrica y sin desviación, con sendos elementos del paisaje urbano que en 1901 prácticamente constituían la frontera entre la ciudad y la campiña por el lado norte de la mancha urbana, a saber: el Estanque de la Cruz y, en la punta de éste, pues tenía forma de pera, con el monumento conocido como la Santa Cruz de Nuestra Señora de los Buenos Aires, que era un pedestal alto coronado por una cruz ancorada, de cantera. La particularidad de este último monumento, ubicado actualmente en la esquina de las calles de Gral. Barragán (antes Calle de Persia) y la actual calle Independencia de México, es que está escorzado respecto al alineamiento de las calles que forman la esquina; esto quiere decir que uno de los ejes del prisma está alineado no con los ejes de las calles de la colonia a la que hoy pertenece (que en 1901 no existía, pues los alrededores del estanque eran tierras llanas, en donde apenas se esbozaba el Barrio del Estanque), sino con el eje de la Av. 1 del plano mojonero y, por ende, con la mojonera que marcaba el origen del trazo de todo el conjunto ideado por Chávez, ubicada como dijimos en la cima del Cerrito de la Cruz. ¿Coincidencia?

Del monumento a la Santa Cruz subsisten versiones de que data del siglo XVI, aunque quizá no como lo vemos en la actualidad (probablemente era una simple ermita o incluso un humilladero o “cruz de término”,46 al estar en uno de los caminos de entrada al asentamiento), el cual estaría ubicado “en el embarcadero del estanque, justo al lado de uno de los ramales del camino real”. Martín Jáuregui, quien sostiene lo anterior, ha señalado recientemente que “nada impide conjeturar y hasta resulta entretenido asumir que estando en el embarcadero, el monumento se habría erigido en homenaje a Nuestra Señora de los Buenos Aires, advocación de la Virgen María originaria de Cagliari, Cerdeña [...], protectora de los navegantes, culto muy difundido entre los marinos mediterráneos de la época”.47

Alfonso Reséndiz también ha difundido la idea de un cuerpo de agua del siglo XVI en su secuencia gráfica hipotética del desarrollo de la villa de Aguascalientes.48 Otras fuentes indican que el estanque estaría fechado en 1786, pero lo anterior supondría, entonces, que en el siglo XVI existiría un depósito natural que después se embalsaría con un bordo, que es el que testimonian las fotografías de finales del siglo XIX.49 Al parecer, el monumento se encontraba al centro de un espacio público, en una plaza. Desafortunadamente, no sabemos de la existencia de planos de aquella época que verifiquen esta noticia, y los de los siglos XIX y principios del XX no llegan al grado de dibujar un detalle tan pequeño en la escala en la que están elaborados, ni siquiera se ve en ellos alguna marca (una cruz por ejemplo) que indicara, mediante esta convención gráfica, la existencia de un culto determinado en el lugar. Una excepción tardía fue el plano de Arnulfo Villaseñor del año 1918, en donde éste sí parece haber dejado constancia gráfica del monumento a la Santa Cruz, incluso hasta de la peculiar orientación que guarda.50 Otra excepción es una aerofoto de extraordinaria resolución del año 1944, en donde sí se aprecia un punto que sin duda corresponde al monumento.51

Los que sí parecen de factura antigua son la cruz y el fuste que coronan el cubo o pedestal de sección cuadrada sobre el que se izan, que muy probablemente sí sea del siglo XVIII. Se trata de una cruz ancorada (es decir, rematada en tres de sus extremos con anclas), lo que abona la hipótesis de Martín Jáuregui, pues el ancla representa a un fondeadero o embarcadero (también simboliza el conflicto de lo sólido y lo líquido, de la tierra y el agua; véase infra).52 Comparando una fotografía reciente con la más antigua de que se dispone,53 probablemente tomada a finales del siglo XIX o principios del XX, se observa que, salvo detalles (como el nicho de la cara opuesta a la de la calle Barragán, de factura más reciente), el monumento prácticamente no ha sufrido cambios o alteraciones importantes; de hecho, la cruz ancorada es la misma.54 Su entorno inmediato es lo que sí se ha modificado, pero la orientación de la cruz se mantiene.

Al valorar las evidencias, creemos que en el siglo de la conquista y colonización existió en el lugar una ermita o bien un humilladero con la cruz ancorada, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Buenos Aires, y que en el XVIII a esta cruz se le levantó el monumento que se conoce, pero se le añadió el culto a la Santa Cruz. ¿Por qué?; no se sabe.55 Tendrá que quedar esta hipótesis a la espera de más evidencias que la soporten.

En el cubo del monumento a la Cruz existe otra cartela de cantera amarilla con la leyenda: “FUE FUNDADA EL AÑO DE 1575” (por el empleo del género femenino en la expresión, se supone que se refiere a la ermita o incluso a la devoción bonaria misma), aunque la placa parece de factura reciente, como lo sugiere otra placa de cantera rosa bajo la anterior, que reza: “EL ENCARGADO DEL CIMBOLO DE LA FE H. RIOS 1944” [sic]. Lo anterior hace pensar que el guardián Hilario Ríos sabía de alguna tradición oral acerca de que en el sitio se celebrara desde mediados del siglo XVI, quizá, alguna procesión o celebración relacionada con la Virgen de los Buenos Aires, si bien tradicionalmente se ha celebrado en este sitio la Fiesta de la Santa Cruz, especialmente por el gremio de los albañiles.56

En efecto, en Aguascalientes la devoción a la Santa Cruz por parte de los albañiles cada 3 de mayo recuerda los cuatro rumbos, que es decir los cuatro “buenos vientos” de Nuestra Señora, y su centro: el monumento; pero también el lignum crucis (aquí la cruz ancorada) y el Gólgota (el Cerrito de la Cruz). Curioso es que todos estos elementos presenten, como entre los chichimeca otomís,57 una “fuerte articulación semántica” cohesionada por el “agua que vuela” (la lluvia), el “agua que brota” (el manantial del Ojocaliente), el “agua que corre” (la acequia de Texas o el acueducto de El Cedazo), y el “agua quieta” (el estanque), que a poco que se repare en ello, nos damos cuenta que representa un ciclo casi completo de la naturaleza. ¿Hubo acaso en la tradición de la Santa Cruz de Nuestra Señora de los Buenos Aires alguna procesión al Cerrito de la Cruz?, ¿significa algo que la cruz ancorada esté colocada dando frente y vista a este promontorio?, ¿es casual el nombre de la calle De la Cruz (antiguamente De los Calvillos), paralela a la acequia de Texas, o tiene alguna relación con dicha procesión, de haber existido?, ¿habrá alguna relación con el culto al Señor de la Salud, que tiene su fiesta el día de la Santa Cruz?

Se pudo localizar una vaga referencia a la festividad de la Santa Cruz en un periódico local del año 1896, cuyo lugar sede fue objeto de consideraciones más bien negativas, pues se decía que:

Mientras las huertas perecen, el Ayuntamiento ha mandado regar las solitarias calles del barrio del tanque donde había de tener lugar la fiesta de la Santa Cruz, que es un paseo de borrachos, pulque y gente non santa. Los vecinos reniegan porque las fuentes no tienen agua sino con dos horas por la noche, y los aguadores han duplicado el precio del agua. El Regidor debe fijar su atención en este asunto y hacer que no falte el líquido á ninguna hora, pues abunda en la fuente termal. Ni en San Luis ni en Zacatecas sucede lo que aquí, donde falta el agua en lo absoluto.58

Si bien no lo demuestra categóricamente, la nota sugiere que para aquel año la festividad del 3 de mayo estaba perfectamente afincada en el sitio, precediendo el monumento, por tanto, al proyecto de Samuel Chávez.

Volviendo a nuestro asunto: como mencionamos, lo notable de la cruz y del monumento es que están escorzados respecto a la calle (antigua de Persia, hoy Gral. Barragán), es decir, están colocados dando cara al eje que une este monumento con el del Cerrito de la Cruz, lo que induce a pensar que desde luego no es algo fortuito, sino que fue buscado deliberadamente; ello alentó a seguir sosteniendo que Samuel Chávez sí pudo estar plenamente consciente de esta relación y quizá por tal circunstancia procuró alinear la Av. 1 con este eje.

Una vez identificados los referentes físicos que el plan de Chávez integró o creó, se observó que los más importantes quedaban relacionados por medio de la cruz que se formaba por la Av. 1 y la avenida que partía del Cerrito de los Baños y remataba prácticamente en terrenos del Panteón de La Salud, a la que Chávez asignó el número 4. Todos estos elementos presentaban algo en común: de una u otra manera, todos aludían a algún aspecto del cuerpo y quedaban ligados a cruces, que a su vez se asociaban en distinto grado con fuentes acuosas. En un caso, los veneros termales y medicinales del establecimiento de baños del Ojocaliente, utilizados como tales desde los primeros años del siglo XIX (aunque la existencia del manantial es milenaria), en donde el cuerpo enfermo recibía los efluvios salutíferos que restauraban su salud. En otro, en el polo opuesto, los restos mortales en proceso de descomposición que recibían sepultura en el Panteón de La Salud (el “lugar de dormición”), en donde los cuerpos gozaban del descanso eterno. Enseguida, perpendicularmente a este eje, la cruz que coronaba el Cerrito de la Cruz como signo de la dolorosa flagelación del cuerpo de Jesús crucificado en el “monte de su calvario”, a cuyos pies yacía confinado el cuerpo de agua de la presa El Cedazo. Y en su extremo contrario, otra cruz, la del Monumento a la Santa Cruz de Nuestra Señora de los Buenos Aires, con un significado similar al anterior, pues también aludía al cuerpo sometido del Salvador, a la orilla del cuerpo de agua del Estanque de la Cruz. La cruz, así como el parcelario cuadriculado del desarrollo urbanístico, eran formas lógicas geométricas de gran sencillez, con “un poder de evocación casi místico” que conducía a “deificar el cuerpo y corporeizar al dios”,59 y qué signo más propio de esa encarnación divina del cuerpo físico que la cruz latina, o crux immisa,60 forma de una “simpleza estructural” tal, que “ha sido patrimonio de casi todas las culturas del mundo antiguo”.61

Samuel Chávez no fue explícito con respecto a la prolongación del eje de la Av. 1 hasta el Monumento a la Santa Cruz en el embarcadero del Estanque de la Cruz. En un “croquis de planificación” fechado en 1925, del que sobrevive una copia en el Acervo Alejandro Topete del Valle de la Biblioteca Pública Central Centenario-Bicentenario de la ciudad de Aguascalientes, Chávez interrumpió ese eje justo al interceptar el lindero del terreno de los Talleres del Ferrocarril Central, lo que parece contradecir nuestra suposición, aunque no hemos encontrado ningún documento escrito, tal como una memoria de proyecto, en el que la confirme o la refute.62

En este punto, a pocos metros de distancia, se tenía ya prevista la construcción de otro elemento que remitía al cuerpo enfermo en proceso de sanación, y que era el Hospital de los Ferrocarriles. El contrato para su creación se firmó en el gobierno de Rafael Arellano Ruiz Esparza, que terminó su gestión en 1899. Los primeros servicios médicos al personal de ferrocarriles habían comenzado desde el mismo año del paso del primer tren por Aguascalientes en 1884, en la sede provisional de la calle del Ojocaliente (hoy Juan de Montoro) esquina con calle de la Sorpresa (hoy Hidalgo), para luego trasladarse a sus flamantes instalaciones de la Calzada Arellano, en donde en 1903 el ingeniero Lewis Kingman proyectó un edificio “con los aparatos médicos más avanzados de la época”.63

Sin embargo, aquella omisión de Chávez no invalida nuestra interpretación; un historiador sensible al trabajo de campo y a los vestigios como fuente primaria, se trate de elementos físicos del paisaje urbano o su representación gráfica en planos -y no sólo documentos escritos depositados en archivos- no puede desconocer el valor de los silencios, de las ausencias que sólo se hacen presentes cuando a aquéllos se les inquiere con una razonable dosis de imaginación, incluso hasta cuando el protagonista calla;64 en cualquier caso, el tópico del cuerpo místico no era del todo extraño en el ambiente intelectual de la época. Al respecto, Luis Anaya, quien ha publicado un trabajo sobre Ezequiel A. Chávez, señala que la de “los rectificadores” de la historia (así llamados por Anaya), a la que pertenecieron tanto Samuel como Ezequiel, fue una generación:

que vivió un ambiente especial [...]. Católicos, ninguno -quizá por el importante lugar íntimo que le asignaban a la religión- estuvo dispuesto a renunciar a su religiosidad ni a dejar de sostener algún tipo de resabio cientista y metafísico para su modo de concebir la vida, lo que sería relevante para su formación intelectual.65

Pronto esta generación se vio sacudida por “una creciente cauda de religiones, filosofías y conocimientos recién importados del viejo continente y de Norteamérica”, entre ellas el nombrado “sistema medio”, asociado con cierto espiritualismo trascendentalista o bien con los filósofos “de la “ciencia sintética” o de la providencialidad humana”, por cuyas discusiones Ezequiel Chávez, según Anaya, “se sintió peculiarmente atraído”,66 y no se duda que su hermano Samuel se sumara a esta corriente, pues, como dice Anaya, “es plausible suponer que los sentimientos místicos hayan sido cosa antigua entre los Chávez”.67

Reconsideremos los cuatro referentes anteriormente señalados y el vínculo que los une, es decir, los dos ejes en cruz que gobernaron el diseño del viario. Si a tales referentes se les ve como un condensado de significados, vale decir como un “atado” de signos con sentidos “desplegables”, se cae en cuenta que el manantial que surtía los baños de Ojocaliente representaba el “agua que brota”, agua sanadora que devolvía la salud del cuerpo; y era un agua que brotaba a las faldas de una “tierra elevada”, esto es, el macizo rocoso del Cerrito de los Baños, en cuya cima suponemos que se ubicaba una cruz, peñón que estudió con cierto detenimiento el doctor Jesús Díaz de León en su topografía (o geografía) médica de 1892, en la que estableció que dichas fuentes termales “se encuentran al pié de un montículo de pórfido”, y que cuando en un valle abierto existía alguna colina porfídica “casi siempre tiene á su pié una vertiente termal”.68

Por su lado, el Cerrito de la Cruz, macizo elevado de mayor volumen, representaba una tierra santificada por la sola existencia del signo cristológico del cuerpo de Jesús crucificado, mortificado simbólicamente en el “monte de su calvario”, en el “Gólgota” local, pero asociado también con el cuerpo de “agua quieta” de la presa de El Cedazo,69 embalse para el abastecimiento del vital líquido a la población y de las huertas a través del “agua que corre” del acueducto del mismo nombre.70

Otro lugar de cruces, el Panteón de La Salud,71 representaba simbólicamente un lugar de tierra sagrada (un “camposanto”), en donde los cuerpos descansaban en su morada final en fosas soterradas y en gavetas; por cierto, en las cercanías del “agua que corre” del acueducto de El Cedazo. En las primeras décadas del siglo XIX la legislación sobre cementerios en la ciudad de Puebla establecía expresamente que “El cementerio o cementerios de cada población deben situarse a conveniente distancia de ellas, en lugares ventilados, y opuestos a los vientos dominantes, cuyo terreno no sea pantanoso, ni estén inmediatos a las fuentes o cañerías de las aguas, con la que ha de evitarse el más remoto riesgo de filtración o comunicación”.72 Es probable que en el caso de Aguascalientes el despliegue exterior de la cañería de barro de la calle Acueducto obedeciera no sólo a las pendientes necesarias para el “viaje” del agua, sino también al requisito de evitar su trayecto subterráneo y con ello salvaguardar al preciado líquido de posibles filtraciones ocasionadas por la descomposición de los cuerpos.

Y cerrando aquel “cuadrado” en el que se inscribía la cruz urbana que rige el diseño, estaban el Monumento a la Santa Cruz de Nuestra Señora de los Buenos Aires y el Estanque de la Cruz, que simbólicamente representaban tanto el cuerpo mortificado del Salvador y su sincretización con la Fiesta de la Santa Cruz, como el lugar por el que los viajeros y caminantes llegaban o salían de la villa-ciudad, acogidos a la protección de la virgen Bonaria.

La salud del cuerpo vía la ablución con el agua termal-medicinal de los baños significaba VIDA; el descanso eterno de los cuerpos en el cementerio representaba la MUERTE; el agua vital del Estanque de la Cruz para el regadío de las huertas y hortalizas que alimentaban a la población representaba también la VIDA, pero el signo de la cruz de lo que fue su embarcadero, al mismo tiempo, significaba la MUERTE redimida; el cuerpo mortificado con el signo cristiano de la cruz en el Cerrito isónomo significaba MUERTE, aunque ésta representara la caducidad del cuerpo carnal y la eternidad del resurrecto y, por relación de contigüidad, el cuerpo de agua embalsada para el abasto de la población.

Es decir, se producían préstamos, trasposiciones y enroques de sentidos a partir de los “atados” originales de sus referentes físicos, inmanentes, que se desplegaban como significados derivados, subordinados al significado de partida. Las disposiciones sintácticas de significados latentes en el plano, pero develados por el equipo de investigación, recuerdan mucho el cuadrado de los opuestos silogístico, en donde se establecían relaciones contrarias, subcontrarias, contradictorias, alternas y subalternas entre los términos de las proposiciones, según como tales relaciones fueron desarrolladas por Aristóteles en Analíticos primeros y continuadas en la tradición aristotélico-tomista de argumentar y construir proposiciones.73 De este modo, los términos de la cruz urbana producían relaciones contradictorias entre la vida y la no vida, que es la muerte, pero que en un caso prometía vida eterna y en el otro muerte terrena; los términos del cuadrado producían, a su vez, relaciones contrarias entre el “agua que brotaba” al pie de “tierra elevada” y el “agua quieta” en “tierra llana”; subcontrarias entre la “tierra elevada” sobre el “agua quieta” y la “tierra excavada” por el rumbo del “agua que corre”; asimismo, relaciones subalternas entre el “agua quieta” en “tierra llana” y la “tierra excavada” por donde el “agua que corre”, y entre el “agua que brota” al pie de “tierra elevada” y la “tierra elevada” sobre el “agua quieta” (figura 2, véanse en el plano las siglas de las expresiones entre comillas).

Fuentes: “Año de 1901. Aguascalientes. Plan para el Desarrollo del Oriente de la Ciudad, Samuel Chávez”, Archivo Particular de Samuel Chávez Lavista, en proceso de catalogación; Jesús Yhmoff Cabrera, Los impresos mexicanos del siglo XVI en la Biblioteca Nacional de México (México: UNAM, 1990), 48. Digitalización de la Biblioteca Nacional de México. Edición digital: Eduwiges Hernández.

Figura 2 La “sacralización del espacio urbano y la corporización de la divinidad”, en el Croquis de Mojoneras Fundamentales; sobrepuesto: el Cuadrado de los Opuestos. 

Evidentemente, el “agua que brota al pie de tierra elevada” refiere al manantial del Ojocaliente que, como apuntó el doctor Díaz de León, había surgido al pie del pequeño promontorio conocido como el Cerrito de los Baños Grandes (o “Baños de Arriba”, por su cota de elevación). La “tierra elevada sobre el agua quieta” refiere el macizo rocoso del Cerrito de la Cruz, a cuya falda se extendía el vaso de la presa El Cedazo. La “tierra excavada por el rumbo del agua que corre” refiere el cementerio del Panteón de La Salud, que como se dijo fue dispuesto muy cercano a la ruta del acueducto que venía de la presa de El Cedazo y que en forma de cañería exterior de barro pasaba por el Barrio de la Salud, precisamente por la calle Acueducto (véase supra, nota al pie). El “agua quieta en tierra llana” refiere el vaso del Estanque de la Cruz, que se construyó sobre una depresión del terreno en tierra plana y franca, en cuyo embarcadero se levantó el monumento a la virgen del Buen Aire (Bonaria).

La del Ojocaliente representaba un “agua salutífera” para la recuperación del equilibrio corporal. La de la presa de El Cedazo y la del Estanque de la Cruz representaban un “agua nutricia” para saciar el hambre y la sed de los cuerpos a través del regadío de las huertas y el abasto de líquido para consumo humano. La del Cerrito de la Cruz y la del Monumento a la Santa Cruz representaban una “tierra martiricia”, de exaltación del cuerpo del Nazareno crucificado. La del Panteón de La Salud representaba una “tierra putricia”, de descomposición de los cuerpos. En suma, como habíamos previamente señalado, la relación de conflicto o, en su caso, armonía entre lo sólido y lo líquido, entre la tierra y el agua.

Conclusión

La lectura del plano arrojó pues dos “valencias”: en una, Samuel Chávez dejó implicado un discurso inmanente sobre la corporalidad física a través de los urbemas higienistas que preservaban la salud corporal o la resguardaban de su descomposición, ya fuese el agua para sanar y asear, el agua para consumir, el agua para regar, la tierra para sepultar o para venerar. Pero también dejó implicado un discurso trascendente sobre la corporalidad mística (la salud espiritual) a través de los significados que sacralizaban el espacio urbano y corporizaban la divinidad, esto es, las cruces devocionales, la cruz urbana immisa. Aunque este “resabio cientista y metafísico” lo había advertido Luis Anaya en Ezequiel A. Chávez,74 el equipo de investigación lo ha i) “paradigmáticamente” aplicado al caso de su hermano Samuel y el Plano de las Colonias, con sus referentes físicos cuasi-unívocos, cuyo modelo-imagen de habitabilidad pocas dudas deja de su uso social; ii) se implicó “diagramáticamente” con los esquemas de los cuadrados silogísticos que recuperan parcialmente algo de las intenciones originales y algo de lo sostenido por el equipo de investigación; iii) y se ha explicado (interpretado) “metafóricamente” con las “licencias equívocas” que se han construido, para comprender las profundas motivaciones religiosas y simbólicas que movían a nuestro personaje.

Que -hasta el momento- no haya evidencia documental escrita75 de que Samuel hubiese construido todo este sistema de significados que se ha develado con nuestra interpretación, no la invalida en modo alguno; simplemente, está implícita en las claves gráficas de lectura del plano original de mojoneras, que se sepa nadie había revelado, y la religiosidad del personaje la vuelve plausible. Estudios recientes que se han estado realizando acerca de otras facetas de la vida profesional de Samuel Chávez,76 y de las cuales sí dejó evidencia escrita, fortalecen nuestros argumentos y los ubican en una línea interpretativa muy cercana a lo establecido por Sennett.77

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1Este texto es un subproducto de una investigación institucional concluida en diciembre de 2017 y registrada con la clave PIA 15-2 en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, en la que participamos los autores y Eduwiges Hernández como auxiliar de investigación.

2Género de literatura científica muy ligado al movimiento higienista e impulsado por médicos, después por ingenieros y más tarde por arquitectos urbanistas. Para un panorama de las topografías médicas, véase Juan Casco Solís, “Las topografías médicas. Revisión y cronología”, Asclepio, v. 53, n. 1 (2001): 213-244.

3Los planos, en palabras del gran urbanista del Plan de Chicago, Daniel Burnham, “son la síntesis gráfica de todos los estudios sociales y económicos requeridos para la elaboración de un plan”. Gerardo Sánchez Ruiz, “Grandes proyectos de la planeación moderna de ciudades y de regiones. De las teorías a las prácticas”, Quivera, v. 9, n. 2 (2007): 32.

4Sobre procesos y proyectos pretéritos de intervención urbana en México e Hispanomérica a finales del siglo XIX, y primeros años del XX, existen estudios tanto históricos como técnico-científicos; pueden consultarse con utilidad, para el caso de la temática relacionada con la estrecha conexión entre los preceptos salubristas (higiene), estéticos (ornato), urbanísticos (suburbios, ensanches y sistemas circulatorios y recreativos: avenidas, bulevares, parques, paseos, alamedas) e infraestructurales (ferrocarriles, electricidad, canales, acequias, fuentes), es decir, para la liga entre urbanismo, cuerpo e higiene en el pasado, entre otros, Luis Fernando González Escobar, “La ‘fisiología de la ciudad’, médicos, e ingenieros en el Medellín de hace un siglo”, Iatreia, v. 19, n. 1 (2006): 77-94; Luis Fernando González Escobar, “Del higienismo al taylorismo. De los modelos a la realidad urbanística de Medellín, Colombia 1870-1932”, Revista Bitácora Urbano Territorial, v. 11, n. 1 (2007): 149-159; William Botero Ruíz y Rosana Trujillo Vélez, “La higienización del clima y del cuerpo en Medellín a principios del siglo XX”, Investigación y Educación en Enfermería, v. 22, n. 2 (septiembre 2004): 12-27; Eduardo Kingman Garcés, La ciudad y los otros. Quito, 1860-1940, higienismo, ornato y policía (Quito: FLACSO, 2006); Jaime Bassa y Nicolás Fuster, “La medicalización del espacio popular en Santiago de Chile (siglos XIX y XX)”, Revista Austral de Ciencias Sociales, n. 24 (2013): 5-26; Luis Álvarez Aránguis, “Origen de los espacios públicos en Valparaíso, el discurso higienista y las condiciones ambientales en el siglo XIX”, Revista de Urbanismo, n. 4 (julio 2001): 1-22; Gabriel Losano, “La Plata, de la ciudad apreciada a la ciudad ignorada”, Geograficando, v. 2, n. 2 (2006): 201-223; Horacio Caride Bartrons, “Cuerpo y ciudad. Una metáfora orgánica para Buenos Aires a fines del siglo XIX”, Anales del Instituto de Arte Americano, v. 41, n. 1 (2011): 37-52; Guillermo Tella, “Abriendo aquel damero, propuestas para una ciudad”, en Buenos Aires. Albores de una ciudad moderna (Buenos Aires: Nobuko, 2009), 135-189; Teresa Navas Ferrer, “La construcción simbólica de una capital. Planeamiento, imagen turística y desarrollo urbano en Barcelona a principios del siglo XX”, Scripta Nova, v. 18, n. 493 (noviembre 2014): 1-18; Olivia López Sánchez, “Cuerpo y salud en los ciudadanos del Distrito Federal en la segunda mitad del siglo XIX”, Revista Electrónica de Psicología Iztacala, v. 12, n. 2 (2009): 1-17; Eugenia Acosta, Colonia Juárez, desarrollo urbano y composición social, 1882-1930 (México: Instituto Politécnico Nacional, 2007); Gerardo Sánchez Ruiz, “Epidemias, obras de saneamiento y precursores del urbanismo. La ciudad de México rumbo al primer centenario”, Secuencia, n. 78 (septiembre-diciembre 2010): 121-147; Federico Fernández Christlieb, “La influencia francesa en el urbanismo de la ciudad de México, 1775-1910”, en México-Francia. Memoria de una sensibilidad común siglos XIX-XX, dir. Javier Pérez Siller, t. I (México: Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos/El Colegio de San Luis/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 1998), 227-265; Adriana Collado, “Modelos urbanísticos y modernización en ciudades de provincia. Paseos y bulevares de fines del siglo XIX en Argentina y México”, en Lecturas del espacio habitable en México, Brasil y Argentina, comps. Adriana Collado y Guadalupe Salazar González (Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2010), 233-263; Eynar Rivera Valencia, “El desarrollo de la arquitectura histórico-monumental en la ciudad de México, 1877-1910” (tesis doctoral, Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Iztapalapa, 2012); Eulalia Ribera Carbó, “Casas, habitación y espacio urbano en México. De la colonia al liberalismo decimonónico”, Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales, v. 7, n. 146 (agosto 2003); Ramona Isabel Pérez Bertruy, “La construcción de espacios públicos ‘modernos’ en el Porfiriato: el caso de los parques y jardines públicos de la ciudad de México” (ponencia, “Congreso Internacional de la Asociación de Estudios Latinoamericanos”. Asociación de Estudios Latinoamericanos, 2003); Luis Edgardo Coronado Guel, La Alameda potosina ante la llegada del ferrocarril. Espacio, poder e institucionalización de la ciudadanía moderna en San Luis Potosí, 1878-1890 (México: Editorial Ponciano Arriaga del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, 2009).

5 Óscar Quezada Macchiavello, Semiótica generativa. Bases teóricas (Lima: Universidad de Lima, 1995), 13.

6Un “urbema” adquiere concreción, por ejemplo, en un barrio, una plaza, una avenida, una esquina, un monumento. Los urbemas son auténticas unidades del discurso. Véase Rocco Mangieri, “Lector in urbis. Espacio urbano y estrategias narrativas”, Intersemioticas. Blog de Rocco Mangieri, 3 de julio de 2009, http://roccomangieri.blogspot.mx/2009/07/lector-in-urbis.html.

7Una buena introducción a este campo puede encontrarse en Arturo Almandoz, “Notas sobre historia cultural urbana. Una perspectiva latinoamericana”, Perspectivas Urbanas, n. 1 (2002): 29-39.

8 Mauricio Beuchot, “La hermenéutica analógico-icónica y la investigación en ciencias humanas”, Revista de la Universidad de México, n. 560-561 (1997): 8.

9 Mauricio Beuchot, Perfiles esenciales de la hermenéutica, hermenéutica analógica (México: Editado por José Luis Gómez Martínez, 2000), 2-3.

10 Beuchot, “La hermenéutica...”, 9.

11 Beuchot, Perfiles..., 2-3.

12 Beuchot, “La hermenéutica...”, 8.

13 Beuchot, “La hermenéutica...”, 8.

14 Beuchot, “La hermenéutica...”, 9.

15Ruta que poco más o menos es la que impulsó a Sennett a distinguir entre un “significado físico” y un “significado metafórico”, que en el arco de la civilización occidental corre entre el dolor, la resistencia a él y la promesa de placer, siguiendo la creencia judeocristiana del “conocimiento espiritual que se obtiene a través del cuerpo”. Véase Richard Sennett, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental (España: Alianza Editorial, 1997), 30.

16De entre los primeros, véanse, por ejemplo, Vicente Esparza Jiménez, “Lugares y usos de la memoria. Los nombres de las calles de la ciudad de Aguascalientes, 1855-1962, y Catálogo de la Nomenclatura de las Calles de la Ciudad de Aguascalientes, 1855-1975” (investigación inédita, Centro INAH Aguascalientes, 2012/2013), 76-79; Francisco Javier Delgado Aguilar, “Instituciones, demanda y espacios públicos. Orígenes y desarrollo del proceso de electrificación en la ciudad de Aguascalientes 1890-1940” (ponencia, “III Simposio Internacional de historia de la electrificación”. Ciudad de México, 17-20 de marzo de 2015), 3; Luciano Ramírez, “Una nueva calle para el moderno Aguascalientes”, Investigación y Ciencia, v. 10, n. 27 (julio-diciembre 2002): 40; Olivia Flores Carrillo y Fernando Padilla Lozano, “Fragmentación urbana en Aguascalientes”, Investigación y Ciencia, v. 8, n. 22 (enero-junio 2000): 33 y 38-39; J. Jesús López, “Arquitectura de Aguascalientes. La primera mitad del siglo XX” (tesis doctoral, Universidad de Colima, 2005), 132, 134 y 137-138; Alejandro Acosta Collazo y Jorge Refugio García Díaz, “Los Baños Grandes de Ojocaliente durante la primera mitad del siglo XIX. Historia, agua y arquitectura”, Letras Históricas, n. 11 (otoño 2014-invierno 2015): 124; Ricardo Esquer, “Historia y transformaciones sociales en la Alameda”, El Sol del Centro, 1990, suplemento cultural El Unicornio. Entre los segundos, Netzahualcóyotl López Flores, “Bases socio-espaciales en el crecimiento de la ciudad de Aguascalientes, procesos de apropiación y segmentación del espacio urbano” (tesis doctoral, Universidad de Valladolid, 2013), 287 y 289; Humberto Durán y M. Alejandro Sifuentes, “Ensayo sobre el origen y evolución de la ciudad de Aguascalientes” (investigación inédita, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 1987); Rodrigo Franco Muñoz, “Modelos urbanos y proceso de transformación territorial en la ciudad de Aguascalientes, de la ocupación periférica a la liquidación del centro tradicional”, Ciudades, v. 1, n. 14 (2011): 243.

17Dos textos, el más temprano y el más reciente, en los que Jesús Gómez Serrano ha tratado el tema son Ojocaliente, una hacienda devorada por la urbe (Aguascalientes: Centro de Investigaciones Regionales de Aguascalientes/LI Legislatura del Estado de Aguascalientes/Consejo Regional de Bellas Artes, 1983); y Eslabones de la historia regional de Aguascalientes (México: Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2013), 340-356, particularmente 342.

18 Gómez Serrano, Ojocaliente..., 55.

19 Gómez Serrano, Ojocaliente..., 29.

20 Gómez Serrano, Eslabones..., 34.

21 Gerardo Martínez Delgado, Cambio y proyecto urbano. Aguascalientes, 1880-1914 (México: Universidad Autónoma de Aguascalientes/Presidencia Municipal de Aguascalientes/Pontificia Universidad Javeriana, 2009).

22 Martínez Delgado, Cambio..., 209.

23 Martínez Delgado, Cambio..., 213.

24Véase Arnaldo Moya Gutiérrez, Arquitectura, historia y poder bajo el régimen de Porfirio Díaz. Ciudad de México, 1876-1911 (México: Consejo Naconal para la Cultura y las Artes, 2012), 20, particularmente el pie de página.

25 Martínez Delgado, Cambio..., 90.

26 Martínez Delgado, Cambio..., 214.

27 Caride Bartrons, “Cuerpo...”, 39.

28 González Escobar, “Del higienismo...”, 149.

29 Botero Ruíz y Trujillo Vélez, “La higienización...”, 12.

30 Bassa y Fuster, “La medicalización...”, 21.

31 Caride Bartrons, “Cuerpo...”, 38.

32 Sánchez Ruiz, “Epidemias...”, 121.

33 Alfonso Valenzuela Aguilera, “El bosque en la ciudad. La invención del urbanismo moderno en la Ciudad de México (1870-1930)”, Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM, n. 29 (junio 2015). Las cursivas son nuestras.

34 Archivo General Municipal de Aguascalientes, Fondo Histórico, caja 29, exp. 285, 1903. Las cursivas son nuestras y se respeta la ortografía del documento original.

35 El Republicano, Aguascalientes, 12 de agosto de 1900. Las cursivas son nuestras.

36 El Republicano, Aguascalientes, 12 de agosto de 1900. Las cursivas son nuestras y se respeta la ortografía del documento original.

37En el primer tercio del siglo XIX existió una fábrica de paños denominada El Obraje, el mayor establecimiento industrial de esa época en la recién declarada ciudad de Aguascalientes (1824), hacia el sur, pero su influjo no llegó a expandir la mancha urbana a un grado que compitiera con el casco histórico. Véase Francisco Javier Delgado Aguilar, “Los artesanos de la villa de Aguascalientes en el Padrón de 1792”, Horizonte Histórico, v. 4, n. 7 (enero-junio 2013), 13.

38 Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes, Fondo Mapoteca, n. 65. La evidencia in situ y planos subsecuentes (1908, 1918, 1924, 1925, 1948) demuestran que el plan no se desarrolló completamente como lo concibió Samuel Chávez, a pesar de lo cual en algunos se aprecia que se preservó la orientación del trazo original, con su malla cuadriculada de avenidas y calles a la que se superponía otro sistema de vías diagonales, conservándose asimismo los nodos y ejes de diseño principales.

39Creado a finales del siglo XVIII ya no como “camposanto” en el atrio de una iglesia o contiguo a ésta, sino como “cementerio extramuros”, a raíz de una de las varias epidemias que asolaron a la población. Véase Alfonso J. Reséndiz García, “La matlazáhuatl y el origen del panteón del señor de La Salud”, El Sol del Centro, 1990, suplemento cultural El Unicornio (nota: este extenso artículo se publicó en los números 314, 315, 318, 319, 320 y 323 de dicho suplemento). Véase también Evangelina Terán Fuentes, Aguascalientes. Sus barrios desde la tradición oral (México: Municipio de Aguascalientes, 2006).

40 Martínez Delgado, Cambio..., 211; Esparza Jiménez, “Lugares...”, 89.

41Recientemente Franco Muñoz ha sugerido que a partir del templo del barrio de La Salud “se asumiría una cuadrícula que se prolongaría hacia el oriente de la ciudad...”, pero no alude a cruz alguna. Véase Rodrigo Franco Muñoz, Modelos urbanos y proceso de transformación territorial en la ciudad de Aguascalientes, de la ocupación periférica a la liquidación del centro tradicional (México: Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2016), 101.

42Véase, por ejemplo, Tella, “Abriendo...”, 135-189.

43El 31 de mayo de 1893 se aprobó, en sesión de cabildo, la solicitud que al efecto había hecho la Junta Especial de Beneficencia, promotora y responsable de la obra. Véase Archivo General Municipal de Aguascalientes, Fondo Histórico, caja 20, exp. 194, 1893. Poco tiempo después, el ejecutivo del estado ponía a disposición del Ayuntamiento, para su vigilancia, “las albercas ó baños públicos” referidos, que para mayo de 1894 ya estaban concluidos, y cuyo uso debía ser “permanentemente gratuito para el pueblo menesteroso”. Casualmente, el ente promotor de dichos baños, que era Rafael Arellano Ruiz Esparza, fungía a la sazón como presidente de dicho organismo. Véase Archivo General Municipal de Aguascalientes, Fondo Histórico, caja 30, exp. 204, 1894.

44Se ha decidido conservar la denominación “pedagogía” por su mayor familiaridad léxica, aunque la expresión correcta debería ser “andragogía”, que se refiere a los procesos de enseñanza-aprendizaje de los adultos, según neologismo de la UNESCO. Véase Alejandra Torres Landa López, El tercer maestro para el siglo XXI. Infraestructura educativa para el aprendizaje ubicuo (México: Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2016), 137. Verónica Zárate ha trabajado también el concepto similar de “pedagogía cívica” para referirse a la construcción de un discurso sobre el espacio público, particularmente centrado en monumentos cívicos. Véase Verónica Zárate Toscano, “El papel de la escultura conmemorativa en el proceso de construcción nacional y su reflejo en la ciudad de México en el siglo XIX”, Historia Mexicana, v. LIII, n. 2 (octubre-diciembre 2003): 417-446. Moya Gutiérrez también alude expresamente a una pedagogía tras la difusión, entre la población, de “la transformación urbana de la ciudad de México mediante una arquitectura emblemática que conjugaba el surgimiento de una historia y de una arquitectura nacionales”. Véase Moya Gutiérrez, Arquitectura..., 53 y 55.

45No obstante estas buenas intenciones, para 1915 seguía padeciéndose esta costumbre, como lo consigna en julio de ese año un informe del inspector de salubridad, Jesús Mora Lastra, en el que reporta que el agua proveniente del acueducto del Ojocaliente llegaba sucia a los baños públicos gratuitos (motivo por el cual en esa fecha dichos baños se encontraban clausurados), cosa que sólo se podría evitar impidiendo “que en la acequia descubierta se bañen las personas y se lave ropa”. Véase Archivo General Municipal de Aguascalientes, Fondo Histórico, caja 7, exp. 866, 1915.

46Una cruz de término o humilladero “es un tipo de hito o mojón colocado antiguamente a la entrada de las ciudades o villas, como muestra de piedad por parte del pueblo y para su fomento entre los viajantes”; subrayados en el original. Véase https://es.wikipedia.org/wiki/Cruz_de_termino.

47 Jesús Eduardo Martín Jáuregui, “La Santa Cruz de los Buenos Aires”, El Heraldo de Aguascalientes, 4 de mayo de 2016.

48Confróntese con Alfonso J. Reséndiz García, “Las casas-huerta en Aguascalientes. Origen, desarrollo y decadencia”, Disertaciones, v. III, n. 3 (1992): 7-34.

49Madrid Alanís aduce que “es muy probable que este estanque, por las condiciones topográficas del lugar, haya sido acondicionado en un charco o jagüey ya existente”. Véase Adolfo Madrid Alanís, Manantiales, vida y desarrollo. Evolución de los sistemas de agua potable y alcantarillado de la ciudad de Aguascalientes. Siglos XVI-XXI (Aguascalientes: edición de autor, 2005), 40.

51 Fundación ICA, “Ciudad de Aguascalientes”, 1944, vuelo 195 A, 10.

52Véase Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, El diccionario de los símbolos (Barcelona: Herder, 1986).

53 Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes, Fondo Fototeca, Lugares y calles, n. 33.

54Aunque Martín Jáuregui consigna que los “auto-nombrados” guardianes del monumento, lo son también de los “restos astillados de la cruz original”. Véase Martín Jáuregui, “La Santa...”.

55Martín Jáuregui asegura que durante muchos años al monumento se le conoció como de “la Santa Cruz de los Buenos Aires”, pero no especifica desde cuándo. Véase Martín Jáuregui, “La Santa...”.

56Confróntese con Alejandro Vázquez Estrada, “Rituales en torno al cerro, el agua y la cruz, entre los chichimeca otomís del semidesierto queretano”, Estudios Sociales, n. 2 (enero 2008): 85-86 y 92.

57 Vázquez Estrada, “Rituales...”, 82-87.

58 El Fandango, Aguascalientes, 10 de mayo de 1896.

59 José Manuel García Roig, Heinrich Tessenow, pensamiento utópico, germanidad, arquitectura (Salamanca: Universidad de Valladolid, 2002), 34-35.

60Entre las culturas del Oriente Medio, como los persas y los fenicios, o en los griegos y luego los romanos, existían cuatro tipos de cruces con fines punitivos: la cruz simplex, que en sentido estricto no era una cruz sino un palo vertical; la crux commissa, en forma de “T”; la crux immisa, que era propiamente la latina; y la crux decussata, o de San Andrés. Confróntese con Pablo Henríquez Martínez, “Cuatro diferentes cruces”, Escudriñando las Escrituras. Blog de Pablo Henríquez Martínez, 17 de diciembre de 2011, http://pablohenriquezmartinez.blogspot.mx/2011/12/cuatro-tipos-de-cruces.html.

61 Sonia Iglesias y Cabrera, 3 de mayo, Día de la Santa Cruz, Serie Fiestas y Tradiciones, folleto 3 (México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1998), 7.

62Aunque en su proyecto no se prolonga aquel eje hasta el Monumento a la Santa Cruz, dado que pasaría por la Colonia Buenavista, que se levantaba también por entonces en terrenos propiedad de Juan Douglas, el solo hecho de haberlo alineado con sendos monumentos crucíferos es extremadamente significativo.

63Hugo Villalobos citado por Xavier A. López y de la Peña, Historia de la medicina en Aguascalientes (México: Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2018), 562.

64Por mucho que no se encontrara, hasta el momento, ningún documento escrito que avale directamente nuestra interpretación, es tan abrumadora la contundencia de ese otro tipo de fuente primaria que es el texto ciudad y sus referentes físico-espaciales (en lo que respecta al eje que conecta el Cerrito de la Cruz y el Monumento a la Santa Cruz del Estanque homónimo, milimétricamente alineado con la avenida marcada por Chávez con el número 1), que negarla sería tanto como desestimar una prueba indiciaria crucial y restarle valor a la capacidad de delación de textos como la arquitectura o el espacio urbano.

65 Luis Anaya Merchant, Ezequiel A. Chávez. Una aproximación biográfica a la historiografía de la rectificación (México: Gobierno del Estado de Aguascalientes/Instituto Cultural de Aguascalientes, 2002), 66. Las cursivas son nuestras.

66 Anaya Merchant, Ezequiel..., 66-67 y 69.

67 Anaya Merchant, Ezequiel..., 32.

68 Jesús Díaz de León Díaz, con la colaboración de Manuel Gómez Portugal, “Apuntes para el estudio de la higiene de Aguascalientes”, Boletín del Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes, n. 1-2 (2006): 80-81. Se respetó la redacción original.

69Véase Jesús Gómez Serrano, “El abasto de agua en la villa de Aguascalientes. El acueducto del Cedazo, 1731-1891”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, n. 59 (enero-junio 2014): 13-52, particularmente 33-34 y 36, en donde se establece cómo la presa, que data de 1792, aprovechó el caudal de un manantial (agua que brota), cuyas aguas fueron canalizadas mediante un acueducto mandado construir por Matías de la Mota durante su gestión como Alcalde Mayor de la villa de Aguascalientes durante 1731-1732.

70Jesús Gómez aduce que lo que pasaba por la calle Acueducto del barrio de La Salud era más bien una “cañería de barro” exterior, que se desprendía justamente del acueducto del Cedazo, lo que no obstante no invalida nuestra interpretación. Gómez Serrano, “El abasto...”, 49.

71No es casualidad que la fiesta patronal del Señor de La Salud, en el barrio homónimo, sea precisamente el 3 de mayo, día de la Santa Cruz.

72Véase Miguel Ángel Cuenya, “Del panteón al cementerio, un largo camino hacia la secularización de los entierros en una ciudad decimonónica. El caso de la ciudad de Puebla”, Cuadernos de Trabajo, n. 42 (septiembre 2012): 33. Las cursivas son nuestras.

73Confróntese con Mauricio Beuchot, Historia de la filosofía griega y medieval (México: Torres Asociados, 2001), 75.

74 Anaya Merchant, Ezequiel..., 66-67 y 69.

75Lo que hay es un testimonio por escrito de Ezequiel A. Chávez, que conocimos con posterioridad, en el que de modo no concluyente, pero sí significativo, se respalda la justeza de nuestra interpretación. Cfr. Ezequiel A. Chávez, Obras IV: Hacia el futuro. Reflexionando. Senderos de antaño derroteros de ogaño, coord. por Rosa Campos de la Rosa y recopilado por Ma. del Carmen Rovira (México: El Colegio Nacional, 2009), 258-264.

76Se refiere a nuestra investigación “El cuerpo en movimiento y el ritmo vital. Arquitectura, danza y música en Samuel Chávez (1912-1927)”, en vías de conclusión.

77Para quien “los arquitectos y urbanistas contemporáneos de alguna manera habían sido incapaces de establecer una conexión activa entre el cuerpo humano y sus creaciones”. Véase Sennett, Carne..., 18.

Recibido: 29 de Septiembre de 2019; Aprobado: 22 de Junio de 2020

Sobre los autores

Marco Alejandro Sifuentes Solís. Doctor en Arquitectura, profesor-investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, recientemente jubilado. En el Cuerpo Académico de Estudios Arquitectónicos Urbanos, Nivel Consolidado, al que pertenecía, desarrollaba la Línea de Investigaciones Históricas en Arquitectura y Urbanismo. Su más reciente publicación es Marco A. Sifuentes-Solís y Gabriela González-Lefft, “Towards an interpretative model of Mexcaltitan in the insular universe. First approximation.” ECORFAN-Journal Spain, v. 7, n. 12 (junio 2020): 28-43.

Alejandro Acosta Collazo. Doctor en Arquitectura, profesor-investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, coinvestigador. Miembro del Cuerpo Académico de Estudios Arquitectónico Urbanos, Nivel Consolidado, Línea de Investigaciones Históricas en Arquitectura y Urbanismo. Su más reciente publicación es Alejandro Acosta Collazo, Thermal springs and social distributions of ground water, en WIT Transactions on Ecology and the Enviroment, v. 239 (2019): 95-106.

Jorge Refugio García Díaz. Licenciado en Historia, coinvestigador. Docente de educación media superior. Su más reciente publicación, en coautoría, es Alejandro Acosta Collazo y Jorge Refugio García Díaz, Los Baños Grandes de Ojocaliente durante la primera mitad del siglo XIX. Historia, agua y arquitectura, en Letras Históricas, n. 11 (otoño 2014-invierno 2015): 123-146.

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