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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.58 Ciudad de México  2019  Epub 31-Ene-2022

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2019.58.71138 

Reseñas

Peter Guardino, La marcha fúnebre. Una historia de la guerra entre México y Estados Unidos

Marcela Terrazas y Basante* 

*Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Históricas. terrazas_marcela@yahoo.com.mx

Guardino, Peter. La marcha fúnebre. Una historia de la guerra entre México y Estados Unidos. Zamudio Vega, Mauricio. México: Grano de Sal/Universidad Nacional Autónoma de México, 2018.


Escrito originalmente en inglés con el título: The Death March. A History of the Mexican-American War y publicado por Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, en 2017, el libro La marcha fúnebre. Una historia de la guerra entre México y Estados Unidos es una fascinante historia social y cultural del enfrentamiento bélico entre los dos países. La obra está articulada en torno de tres hilos conductores: género, raza y religión; alrededor de estos elementos las sociedades de ambas naciones organizaron y pensaron sus vidas. En sus páginas, el autor ilustra experiencias y actitudes de mexicanos y americanos comunes; compara las dos sociedades y ejerce una crítica poco frecuente a la sociedad estadounidense, poniendo fin a ciertos mitos y clichés. Es un trabajo provocador, especialmente para la historiografía mexicana que, a partir de este texto, quedará obligada a revisar temas que no ha abordado hasta ahora y deberá hacer nuevas preguntas acerca de los hombres y mujeres “de a pie” que participaron en la conflagración. La historia que nos ofrece este volumen es una historia “desde abajo”, de individuos comunes; de su vida cotidiana, sus deseos, sus angustias, su machismo, sus fobias, sus escapes, sus miedos, su exclusión. Es un relato de seres humanos; con frecuencia, intimista.

Inscrito en la “nueva historia militar”, se centra en quiénes eran los soldados y los civiles y en cómo las sociedades moldean las guerras y el efecto de éstas sobre aquéllas. Se ocupa de los “grandes eventos” de la contienda, y de los hechos “menores”; revisa la actuación de militares, hombres de la leva y voluntarios, tanto en las batallas como en los campos donde permanecían en espera de entrar en acción. Brinda una visión cotidiana y humana de marchas, campañas y batallas haciendo énfasis en los actores más sencillos.

Las tesis centrales del autor sostienen que fue la desigualdad de armamento (en particular de la artillería) y, principalmente, la asimetría económica la que decidió la guerra. Tal desigualdad -nos dicen- se reflejó en armas, bastimentos, alimentos, ropa, calzado; esa situación se agravó conforme la guerra se prolongaba. Aseveran también -contra lo sostenido por otros autores- que el nacionalismo mexicano fue abrumador y, si bien los conflictos políticos internos obstaculizaron los esfuerzos bélicos, todos los grupos se oponían a Estados Unidos. Según Guardino, el nacionalismo mexicano se entretejía con otras formas de identidad y era un sentimiento muy fuerte compartido por toda la población. Sobre esta idea, de la cual disentimos, volveremos más adelante.

Otra de las premisas planteadas asegura que los norteamericanos no estaban tan unidos como hemos creído; que no todos apoyaban la campaña contra México y, por tal razón, el presidente James K. Polk, entusiasta promotor de la contienda, se vio obligado a explotar los conflictos políticos internos a fin de detonar la guerra. Esa división en la sociedad estadounidense explica por qué el entusiasmo inicial por la guerra se erosionó rápidamente y por qué Estados Unidos no se anexó un territorio aun mayor de México. Las graves discordias en el seno de la sociedad estadounidense, empero, tuvieron escaso impacto en el desenlace de la contienda. Aun divididos, los norteamericanos derrotaron a México. ¿Cómo explicarlo? Guardino plantea que la mirada social y cultural de la guerra permite explicar sus resultados y comparar a las dos naciones. Advierte sobre la inclinación de los estadounidenses a autoidealizarse y formarse una visión exageradamente negativa de México. En contraposición, destaca la proclividad de los mexicanos a exaltar a Estados Unidos y a hacer énfasis en sus propios males sociales. Frente a estas tendencias, el autor encuentra que norteamericanos y mexicanos compartían muchos más rasgos de los admitidos.

El libro busca mirar a México y a Estados Unidos como eran en el momento de la guerra. Con este propósito, examina diversos aspectos de ambos. Así, expone que la economía norteamericana era más pujante y su sistema político, más estable. Contrasta, como antes lo hizo Josefina Vázquez, las diferencias de los contextos internacionales que rodearon a las independencias: propicio para las Trece Colonias, adverso para la Nueva España, y hace ver que las cuatro décadas que mediaron entre una y otra fueron años en que los estadounidenses fortalecieron los nexos internos, lo cual favoreció su nacionalismo. Como muchas obras generales y especializadas de historia estadounidense, el volumen destaca la tradición heredada del gobierno representativo y el pluralismo religioso, que tanto coadyuvó a la pluralidad política estadounidense, rasgos ausentes en el caso de México. La práctica angloamericana de excluir a los racialmente distintos (indios y negros) que ayudó a la homogeneidad del gobierno es confrontada con la experiencia de México, poblado por descendientes de españoles, indios, negros y mestizos, donde los políticos se comprometieron a construir un gobierno para todas las razas. En este punto, la visión de Guardino resulta un tanto idealizada, pues el discurso no fue (ni es hoy) concordante con la práctica del desprecio racial hacia las diversas etnias indias y de afrodescendientes mexicanos.

Más similitudes entre estadounidenses y mexicanos que las reconocidas

La idea -planteada previamente por Alan Knight- de que las diferencias entre las historias de los dos países son menores que las admitidas,1 es reforzada con el examen de casos concretos. El autor afirma que con sólo revisar figuras como la de Andrew Jackson y James Polk, resulta insostenible mantener que los políticos estadounidenses fueron ejemplo de cabalidad y rectitud, mientras sus homólogos mexicanos se distinguían por su falta de escrúpulos y corrupción. Destaca que los norteamericanos no eran tan estables políticamente como quieren pensar, ni como a los mexicanos les gusta imaginarlos; y que los estadounidenses eran menos tolerantes a las opiniones políticas opositoras de lo que se asume.

El autor enfatiza el que las democracias estadounidense y mexicana estaban limitadas por elecciones indirectas. Reconoce que aun cuando los norteamericanos no experimentaron tantos golpes de Estado, pronunciamientos y motines como sus vecinos del sur, estaban lejos de desconocer la violencia política. Ésta se expresaba individual o colectivamente (1 200 revueltas tuvieron lugar entre 1828 y 1861). Las fuentes de la violencia en ambos países eran las tensiones raciales, el clima ideológico y la incapacidad de los sistemas políticos y las instituciones para resolver los conflictos en forma pacífica. Al respecto, el autor compara el vigilantismo norteamericano,2 la violencia contra afrodescendientes, esclavos o libres, blancos abolicionistas e indios con las expresiones de violencia política en México.

Muestra a personajes y líderes políticos estadounidenses, igual que caudillos latinoamericanos, dispuestos a ignorar la ley. Otras características comunes a las dos naciones es que ambas eran jóvenes repúblicas, conducidas por élites políticas prestas a formar Estados nacionales que enfrentaron las contradicciones entre los ideales de igualitarismo y libertad y la realidad social organizada por jerarquías de clase, género y raza.

Los resortes de la guerra

Como otros autores, al analizar los resortes del enfrentamiento armado, Guardino habla del expansionismo norteamericano; pero, va más allá de los argumentos comúnmente aducidos y encuentra sus contrasentidos: la autoconfianza, por una parte y la ansiedad por la otra. Señala: “Los estadounidenses querían añadir más territorios a la república por una variedad de razones: para muchos, el impulso por expandirse era una expresión de su confianza en la superioridad de su civilización, su cultura y su modo de gobierno”, y agrega “sin embargo, el deseo de expandir el territorio estadounidense también fue alimentado, paradójicamente, por por las ansiedades de los propios habitantes, algunos de los cuales veían la expansión como una manera de proteger su país, al menos lo que los expansionistas creían que éste representaba”.3

El autor vincula el expansionismo con el desprecio racial hacia indios y mexicanos y con asuntos de género (la masculinidad marcial, el cómo debían comportarse hombres y mujeres), entretejiendo estos aspectos con el expansionismo y con la manera en que éste se justificaba. La cuestión racial es un tema importante en el volumen. Guardino subraya la contradicción implícita en que Estados Unidos viviera la era del hombre común y del voto “universal” con los desastrosos efectos que el periodo tuvo para negros e indios. Hace ver cómo un hombre rico solía mirar a uno pobre o a alguien de otra raza como deshonesto o promiscuo y relata la forma en que ser “mexicano” dejó de ser una nacionalidad para convertirse en una raza, inferior, con lo que se justificaba el dominio y el despojo. Así se explica por qué los soldados estadounidenses llegaron a México viendo como inferiores a sus vecinos. Sus reportes a los superiores y las cartas a familiares y amigos alimentaron aún más el racismo hacia los mexicanos.

El tercer eje propuesto para comprender cómo entendió el estadounidense la guerra es la religión. El autor subraya que los estadounidenses asociaban el protestantismo con la libertad y el catolicismo con la falta de libertad y democracia; era retrógrado. Revisa el contexto norteamericano y asocia el repudio a los católicos con el rechazo a los inmigrantes católicos -alemanes e irlandeses- llegados a Estados Unidos en la década de 1840. Así, el anticatolicismo fue otro vector poderoso en el enfrentamiento armado, fue un móvil más del repudio a los mexicanos y se sumó fácilmente al racismo. Por su parte, la religión -las diversas denominaciones religiosas reformadas- sirvió a los norteamericanos para construir la identidad nacional y justificar la guerra. A estadounidenses y mexicanos les fue útil para acreditar la violencia.

Fuerzas norteamericanas y mexicanas. Regulares y voluntarios

El análisis y la comparación entre ambos ejércitos resultan esclarecedores y novedosos. Guardino revisa el origen socioeconómico de los integrantes del ejército regular norteamericano; la mayoría, pobres, inmigrantes recién llegados y por tanto despreciados en una época de nativismo. Examina la forma en la cual los integrantes de las fuerzas regulares eran sometidos a castigos corporales humillantes. Delinea el origen social de la jerarquizada estructura del ejército y muestra cómo las diferencias de clase entre oficiales y soldados enfatizaba las diferencias jerárquicas. Encuentra que el “inexplicable” comportamiento brutal de los voluntarios era el resultado del racismo y el expansionismo propios de la cultura jacksoniana “que impulsó a Estados Unidos a esa guerra”.4 Teniendo hoy los EU un presidente que gusta de identificarse con Andrew Jackson, habrá qué preguntarse por el presente.

El volumen se ocupa con similar cuidado del ejército mexicano, revisa el origen social de sus integrantes, así como las dificultades gubernamentales para aprovisionarlo, equiparlo y hacerlo llegar a la frontera norte. Analiza los efectos del reclutamiento en las economías locales y en la supervivencia de las familias. Estudia la conscripción forzada y su relación con las transgresiones de los valores familiares y cómo estas prácticas servían para reforzar las normas de género. Explica que el reclutamiento en las familias daba lugar a la deserción o a que los hombres huyeran a otras entidades donde la cuota de sangre fuese menor. Asegura que algo similar sucedía en el enlistamiento voluntario en el ejército regular norteamericano. Describe también al “ejército de mujeres” que acompañaba a los soldados mexicanos; las tareas que desempeñaba, la opinión que los norteamericanos tenían de él y las condiciones que empujaban a las soldaderas a seguir a sus hombres. Hace énfasis en la tensión que se vivía en el ejército regular, derivada del hambre, de las ropas inadecuadas asignadas y de no recibir su paga de forma puntual. La deserción estaba ligada al hambre, que no sólo sufrían los soldados, sino también sus familias.

Guardino encuentra analogías sugerentes entre los ejércitos americano y mexicano: ambos estaban compuestos por hombres rechazados y despreciados por la sociedad; su enrolamiento no había sido producto del patriotismo, más bien lo fue de las dificultades económicas, en el caso de los norteamericanos; los mexicanos, por su parte, habían sido llevados a filas de manera forzada. El autor desmenuza finamente no sólo los diferentes tipos de fuerzas regulares, o de voluntarios que intervinieron en la contienda. Traza sus dinámicas; la forma en que se enlistaron, los motivos que los llevaron a enrolarse: la gloria, el pillaje, la juerga, el alcohol, el juego, la emoción de lo desconocido; la paga, el patriotismo, así como la manera en que vivieron la experiencia cotidiana durante la guerra: cómo se organizaban para cocinar, sus riñas, las ansiedades que los embargaban al dejar a sus novias, a sus familias, a sus amigos, su tierra. Todo ello, hurgando en papeles familiares y, sobre todo en los numerosos diarios que escribieron, a diferencia de los integrantes de las fuerzas mexicanas muchos de ellos, analfabetos. Así explica por qué la guerra se fue haciendo más y más impopular.

Guerra y nacionalismo

Guardino refuta la interpretación de que los mexicanos carecían de conciencia nacional; lo que sucedía, afirma, es que creían que su deber hacia la patria no tenía que anteponerse a sus obligaciones hacia la mujer, los hijos, los padres o hermanos menores; éstas eran prioritarias. Este es un punto que merece ser debatido con detenimiento, no sólo porque son muchos los autores que coinciden con la idea -por algo será- de que, parafraseando a un contemporáneo de la guerra, “no había nacionalismo porque no había nación” sino por los innumerables ejemplos que prueban el débil sentimiento nacional observable en muchas latitudes del país. Rememórense las acciones del general Mariano Paredes y Arrillaga, quien coqueteó con el proyecto del ministro español Bermúdez de Castro para establecer una monarquía en México y, luego, desobedeció las órdenes de llevar las fuerzas mexicanas al norte a enfrentar a los estadounidenses; regresó desde San Luis Potosí y depuso al presidente José Joaquín Herrera. Recuérdense las declaraciones de neutralidad de entidades como Yucatán y Tabasco, y la ulterior solicitud de aquélla de anexarse a Estados Unidos; el singular celo con el que algunos gobernadores entendieron la soberanía de su entidad por encima de la defensa de la nación. O el caso del gobernador de Zacatecas, Manuel González Cosío, quien manifestó que si la ubicación de su estado hubiese sido limítrofe con el país del norte, ya habría proclamado la independencia de su entidad y hasta la unión a Estados Unidos.5 Pruebas contundentes de que el nacionalismo era incipiente y limitado son los intentos separatistas de algunas entidades después de la guerra misma, los planes para establecer un “protectorado” estadounidense en México6 o la participación de connacionales en empresas filibusteras. Por otra parte, la respuesta de las entidades mexicanas ante la guerra fue desigual, como desiguales fueron las experiencias de los estados durante la contienda. Si bien algunos enfrentaron al enemigo con determinación, otros vieron en la guerra una oportunidad para satisfacer intereses particulares y otros decidieron mantenerse neutrales.7

Para acotar esta discusión, deberá esclarecerse el sentido del vocablo nacionalismo o emplear el término acuñado por Luis González: matriotismo. Difícilmente se puede negar que hubo muestras de amor por el terruño, por la patria chica, en medio de la conflagración. Guardino estima que la entrada de México a la guerra puede ser vista como el compromiso de todas las facciones para oponerse al enemigo; como la prueba de que, a pesar de su pobreza e inestabilidad política, México estaba en la senda correcta para convertirse en un Estado nacional en el que la lealtad a la nación era la identidad política primordial. También en este punto, hay que ponderar, pues si las distintas facciones acordaron ir a la guerra, las disputas en medio de la contienda no pararon y el término de la conflagración y del tratado de paz profundizó las divisiones políticas en la escena mexicana.

El autor cuestiona las explicaciones más comunes sobre las causas del resultado de la guerra que destacan las diferencias políticas entre los dos países. Sostiene que la identidad nacional mexicana se mostró más fuerte de lo que creían los estadounidenses. Retrata una guardia nacional entusiasmada por participar en la contienda, donde los voluntarios para enlistarse eran numerosos y la deserción obedecía a las condiciones miserables en que combatían y en las que habían quedado sus familias. Los argumentos, si bien seductores, deben ser analizados con ponderación, pues son muchos los hechos que indican la necesidad de matizarlos.

Un poderoso argumento del trabajo afirma que fue la falta de recursos lo que impidió al Estado mexicano poner en acción una defensa eficaz y que esa carencia de recursos, la falta de alimentos y la condición de sus armas pesó decisivamente en la experiencia de soldados y civiles que intervinieron en la guerra. Los argumentos, si bien sugerentes, no responden a las interrogantes: ¿no hubo entonces responsabilidad alguna de la elite política y los mandos castrenses de México en su entrada en la guerra y en el tamaño de la derrota?, ¿desconocían la condición del erario y la situación del ejército representó una novedad?

Guardino presenta un panorama conmovedor de la cantidad de donantes, ricos y pobres, dispuestos a entregar sus caudales o sus mínimos recursos para sostener la guerra.8 Tal vez el caso de San Luis Potosí sea ejemplar, pero en las entidades del norte, hubo proyectos separatistas y apoyo a los norteamericanos que ocuparon, incluidos muchos arrieros. Por otra parte, el acudir a los “préstamos forzosos” -que no eran una novedad- da idea de la cuantía de recursos que se necesitaba y de que la generosidad no era suficiente para financiar la contienda. Es difícil hacer una generalización cuando muchos de los ejemplos se centran en San Luis Potosí. La argumentación de que la élite política de México hizo propaganda a favor de la guerra “Ensalzando los sacrificios y hazañas de las generaciones pasadas [en la guerra de Independencia]” no se sostiene. La misma guerra de Independencia se vivió (o no) de manera muy distinta en las diversas regiones de México.

La idea de que muchos mexicanos participaron en la contienda contra los estadounidenses está profusamente ilustrada, pero esto no explica los movimientos separatistas; los proyectos de anexión; la actitud de diversos gobiernos estatales de no colaborar en la defensa, si la guerra no afectaba sus entidades; el plan de algunos estados para desconocer al gobierno central; las acciones de colaboracionistas; el que las luchas intestinas captaran la participación de mexicanos en distintas regiones por encima de la guerra de intervención misma. Al menos, no lleva a pensar que el nacionalismo prevalecía.

Sigo creyendo, como Guardino, que tanto México como Estados Unidos eran países en formación9 y que las razones para tomar parte en la guerra fueron muy diversas. La retórica nacionalista nos da una visión engañosa sobre esas razones. Considero que el asunto central no es poner a competir a los nacionalismos, sino comprender el trágico significado de la guerra.

Referencias

Knight, Alan. “Presentación”, en Marcela Terrazas y Basante (coord.), Las relaciones México Estados Unidos, 1756-2010, 2 v., México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Centro de Investigaciones sobre América del Norte, 2014, v. I, p. 13. [ Links ]

Terrazas y Basante ,Marcela. “La disputa por México. Gran Bretaña ante los proyectos para establecer un protectorado norteamericano al sur del Bravo”, Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, nueva época, n. 48, septiembre-diciembre de 2000, p. 105-120. [ Links ]

Vega, Mercedes de. “Puros y moderados: un obstáculo para la defensa nacional. Zacatecas: 1846-1848”, en Josefina Vázquez (coord.), México al tiempo de su guerra con Estados Unidos (1846-1848), México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 616-617. [ Links ]

1 Alan Knight, “Presentación”, en Marcela Terrazas y Basante (coord.), Las relaciones México Estados Unidos, 1756-2010, 2 v., México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, Centro de Investigaciones sobre América del Norte, 2014, v. I, p. 13.

2El vigilantismo es la práctica de algunos ciudadanos estadounidenses, ajena a las instituciones de seguridad, de vigilar el cumplimiento de la ley y hacer justicia por su propia mano.

3Guardino, La marcha fúnebre…, p. 30-31.

4Ibidem, p. 133.

5Citado por Mercedes de Vega, “Puros y moderados: un obstáculo para la defensa nacional. Zacatecas: 1846-1848”, en Josefina Vázquez (coord.), México al tiempo de su guerra con Estados Unidos (1846-1848), México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 616-617.

6Véase Marcela Terrazas y Basante, “La disputa por México. Gran Bretaña ante los proyectos para establecer un protectorado norteamericano al sur del Bravo”, Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, nueva época, n. 48, septiembre-diciembre de 2000, p. 105-120.

7Terrazas, Las relaciones…, p. 226.

8Guardino, La marcha fúnebre…, p. 203.

9Guardino, La marcha fúnebre…, p. 424.

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