Introducción
El presente artículo centra su atención en el estudio de la organización interna de la Unión de Damas Católicas Mexicanas (UDCM) para analizar la forma en que se apropiaron del espacio público y parroquial en tres momentos: durante la Revolución Mexicana (1910-1916), a partir de la elaboración de la Constitución de 1917, en el inicio de la guerra Cristera (1917-1926) y durante la misma (1926-1929).
La UDCM surgió en el contexto del gobierno maderista como una agrupación social y filantrópica asociada al Partido Católico Nacional (PCN) que representaba, para la Iglesia católica y su militancia, una nueva posibilidad de participación política.1 Ellas -junto con los Caballeros de Colón2 y la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM)-3 fueron una de las organizaciones que años más tarde dirigieron las políticas de defensa social del catolicismo mexicano.
Su historia es la historia de la formación de una militancia católica femenina que comenzó a gestarse en el último tercio del siglo XIX después de que el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, incorporó en septiembre de 1873, las Leyes de Reforma a la Constitución de 18574 materializando la separación entre la Iglesia y el Estado.5 Con ello, la religión quedó reservada para la conciencia individual y la práctica interior. Ante esta nueva realidad, la Iglesia se lanzó a una lucha intransigente contra el laicismo estatal convirtiendo a sus feligreses en militantes dedicados a defender el papel moral y rector de la devoción católica en la vida pública. Esta lucha incorporó a devotas mujeres católicas quienes se dedicaron fomentar el papel tradicional de la mujer, como eje de la vida familiar, cuidadora y protectora del espacio doméstico, ama de casa, esposa y madre, “ángel del hogar”.
Esta militancia católica femenina formó parte de un conjunto de iniciativas impulsadas desde la alta jerarquía eclesiástica para defender sus espacios de participación social, económica y política tradicional.6 Este proceso se hizo acompañar de una serie de esfuerzos por renovar y modificar el papel de las organizaciones piadosas como las cofradías, hermandades y organizaciones dedicadas al auxilio social y promover entre los más devotos de la sociedad un efecto de “concientización laica”,7 que permitió vincular las actividades devocionales con un interés político encaminado a expandir la presencia de la Iglesia en todos los ámbitos posibles.8
Estos esfuerzos tomaron un nuevo impulso durante las primeras tres décadas del siglo XX que atestiguaron cambios radicales en diversos aspectos de la vida social, política y cultural de México,9 sobre todo, después de que Francisco I. Madero, el iniciador de la Revolución Mexicana, ganara las elecciones presidenciales y tomara posesión del cargo el 6 de noviembre de 1911. Así, la organización y el programa de trabajo de la militancia católica femenina se enfocó en defender y reforzar la autoridad y la estructura eclesiástica. Al mismo tiempo, las mujeres se convirtieron en las principales promotoras de prácticas devocionales como el Sagrado Corazón de Jesús10 y el culto a la virgen María,11 que impulsaban valores concebidos femeninos entre los que se encontraban: la sumisión, el espíritu de abnegación, el amor conyugal, la caridad, el sentimentalismo y la maternidad. Al mismo tiempo, se promovía al ámbito doméstico como el principal espacio de desarrollo social de la mujer, donde era la protectora de los valores familiares y la religión católica.12
Ellas trabajaron mano a mano con figuras de la alta jerarquía eclesiástica como el arzobispo de México, José Mora y del Río (1904-1928), quien les proporcionó su lema “Restaurarlo todo en Cristo”13 a fin de identificar a las Damas con una nueva estrategia de la jerarquía eclesiástica, conocida como catolicismo social, que inspirada en la encíclica Rerum novarum14 proponía una serie de medidas defensivas de los valores cristianos y reivindicaba el papel político de la Iglesia. Así, se establecieron nuevas formas de relación entre la Iglesia y la sociedad a partir de la creación de organizaciones de ayuda mutua, cooperativas, sindicatos obreros católicos y partidos políticos reformistas, que condenaban la injusticia social y destacaban el papel de la fe católica, base de cualquier relación social y laboral.
Además, el arzobispo les impuso una organización interna conformada por tres grupos estructurados jerárquicamente. El primero, estuvo formado por los “directores” o representantes eclesiásticos que acudían a las reuniones, señalaban la forma de trabajo y las estrategias a seguir. Entre los principales asesores de las Damas encontramos al jesuita Alfredo Méndez Medina y al que posteriormente sería arzobispo de México Miguel Darío Miranda, principales impulsores del catolicismo social en las primeras décadas del siglo XX, quienes pretendían frenar el avance de las políticas liberales y revolucionarias.
El segundo grupo estaba formado por la “junta central directiva”,15 que contaba con tres instancias: una mesa directiva,16 un comité general consultor y un comité general de acción social.17 Esta junta se componía de mujeres que ocuparon los principales cargos administrativos al interior de la organización. Ellas pertenecían a las clases más conservadoras y mejor acomodadas de la ciudad de México. Por ejemplo, la familia de la presidenta de la organización Elena Lascuráin de Silva, era dueña de una próspera empresa inmobiliaria.18
En el último grupo se encontraban las “socias activas” o “celadoras”, encargadas de realizar el trabajo social en los barrios y colonias de la ciudad. Para este sector, formar parte de las Damas Católicas implicaba el reconocimiento de una posición de estatus moral en sus comunidades; al mismo tiempo, ingresaban a un sistema de protección y apoyo de mujer a mujer, que ofrecía ayuda y asesoría a mujeres solteras, solas, viudas o abandonadas, porque pertenecer a una asociación católica implicaba formar parte de un sistema que pugnaba por proteger a mujeres, niños, enfermos y menesterosos frente a las desavenencias de la modernidad.
Gracias a la actividad constante de las mujeres líderes y las socias “activas”, las Damas Católicas comenzaron a tener presencia en la ciudad de México. Se dedicaron a establecer vínculos de solidaridad al interior de sus barrios y colonias trabajando directamente en los templos locales, donde impulsaron una diversidad de acciones, tales como la enseñanza del catecismo y del oratorio a niños y obreras. Fundaron círculos de estudio; dieron atención en cárceles, hospitales, hospicios y asilos; crearon un costurero para pobres; fomentaron obras de los tabernáculos; imprimieron y difundieron propaganda contra la pornografía, las malas lecturas, las modas indecorosas y diversiones inconvenientes, entre otras.
Otras investigaciones en torno a las Damas Católicas han destacado el papel de la asociación como parte del movimiento del catolicismo social. La intención de dichas investigaciones es señalar cómo las Damas Católicas formaron parte del conjunto de organizaciones cuyo desempeño fue clave para comprender las estrategias diseñadas por la jerarquía eclesiástica para ganar influencia política.19 Sin embargo, poco se ha investigado sobre el impacto que sus acciones tuvieron en el espacio urbano de la ciudad de México, razón por la cual este texto analiza la forma en que la UDCM (1912-1932) promovió su programa de acción social y político sobre las diversas dimensiones del espacio urbano de la ciudad de México: la manzana, la parroquia, los barrios y las colonias.
Para lograr este objetivo, se examinó, entrecruzó y se ubicó en un plano la información obtenida de fuentes como informes proporcionados por la organización en su principal órgano de difusión, la revista La Dama Católica, descripciones ubicadas en las actas del Consejo General y del Consejo de Vocales Delegadas que se encuentran en el Archivo Histórico de la Unión Femenina Católica de México (AHUFCM) ubicado en la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero de la Universidad Iberoamericana, así como documentos proporcionados por la policía de investigación de la Secretaría de Gobernación que se localiza en el fondo de la Secretaría de Gobernación, Sección Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) del Archivo General de la Nación. Gracias a esta documentación logré analizar la forma en que la ciudad permitió a la UDCM construir un entramado social propio, mediante el cual actuaron en distintos campos de manera simultánea, múltiple y articulada que les dio soporte.
El presente artículo también destaca el papel de la parroquia como una institución fundamental en la composición y la adaptación de las Damas Católicas en la estructura urbana. Asimismo, se revisa la importancia de las parroquias, que fueron parte esencial de la trama de la ciudad de México y se destaca su función en la militancia católica femenina, ya que fue un espacio clave en su organización interna y en el fomento de sus redes de cohesión social, mediante un trabajo constante y cotidiano que les permitió poner en marcha una red de seguridad capaz de preservar el ejercicio de la práctica religiosa durante los años de mayor persecución.
El comienzo de la vida parroquial (1912-1917)
Las Damas Católicas se instituyeron en el año de 1912 como parte de las redes seglares que se organizaron en apoyo al PCN que buscaba participar políticamente en el proceso electoral que llevó al poder a Francisco I. Madero. Durante este periodo, la ciudad de México se convirtió en un centro de discusión de corrientes políticas entre diversas organizaciones, que enfrentó a la Iglesia a nuevas posibilidades de participación pública.20 Los católicos organizados en torno a la Iglesia participaron activa, pública y políticamente apropiándose de las calles de la ciudad. La militancia católica construyó un discurso social que se expresó en acciones al interior de las parroquias y en las calles de la ciudad. Las Damas Católicas, se fundaron con fines enfocados a la caridad y la acción social, pero sobre todo, hacia la promoción del catolicismo entre la sociedad, aspecto que implicaba el trabajo constante con sacerdotes, templos y parroquias. Así, poco a poco, la organización se convirtió en un brazo que le permitió a la Iglesia actuar sobre el espacio territorial de la ciudad.
Haciendo uso de “las estrechas ligas que sus dirigentes mantenían con párrocos y establecimientos católicos”,21 pusieron en marcha una serie de lazos de solidaridad fomentados a través de actividades dirigidas en tres direcciones: la recolección de recursos económicos para la “acción social”, la publicación de una revista titulada La Mujer Católica Mexicana, dedicada a promocionar “los trabajos personales de las principales damas”,22 y la realización de actividades devocionales en diversas zonas de la ciudad de México tal y como se explicará a continuación.
En este periodo, la estructura espacial parroquial23 de la ciudad de México acababa de pasar por un proceso de reestructuración gracias a que el arzobispo de México, Próspero María Alarcón y Sánchez de Barquera (1891-1908), decidió en el año de 190224 ampliar el número de parroquias de 13 a 1725 e incorporar cinco vicarías,26 tal y como se puede observar a través de las líneas amarillas del Plano 1. El objetivo fue adec crecimiento urbano y tener mayor control sobre las actividades pastorales27 uar el espacio al para centralizar y normalizar las relaciones de poder entre el clero y sus feligreses.
Esta transformación estableció una mayor responsabilidad al párroco para interactuar con sus congregados y promover el catolicismo social. Diez años después, con ayuda del arzobispo José Mora y del Río (1854-1928), las Damas Católicas trabajaron dentro de los templos para extender las actividades parroquiales hacia el espacio urbano. En el Plano 1 se puede observar el espacio de trabajo de las Damas Católicas en iglesias ubicadas en las Parroquias Santa Vera Cruz, San Sebastián, Sagrario, Santa Cruz y Soledad, San Miguel, San Pablo, Salto del Agua y San Cosme y en las vicarías Campo Florido, San Francisco Tepito y Sagrado Corazón de Jesús. En ellas se establecieron células denominadas “juntas seccionales”. Cada célula se integró con tres socias “celadoras” generales, quienes fungieron con los cargos de presidenta, secretaria y tesorera y se reunían una vez por semana. Se les denominó “celadoras”, porque tenían las obligaciones de vigilar, recolectar donativos y repartir hojas de propaganda en las manzanas de sus colonias y barrios; ellas eran las “abejas obreras” y conformaron las bases sociales de la organización. Una vez al mes, se llevaba a cabo una junta general, en donde se reunían todas las celadoras del distrito a rendir cuentas a las socias líderes, lo que les permitió obtener un diagnóstico preciso de las actividades cotidianas.28
Estas “juntas seccionales” se dedicaron a organizar escuelas para niños pobres, obreros y obreras de la ciudad que se ubicaron dentro de los templos; sobre todo, se fundaron escuelas católicas donde se enseñaba la doctrina religiosa, se daban clases de catecismo, se preparaba para la primera comunión y además se enseñaba a leer y escribir. Este tipo de actividades eran complementarias a las labores desarrolladas fuera de los templos; por ejemplo, durante la dictadura huertista se fundó un asilo y una escuela gratuita “para niñas pobres” atendida por monjas salesianas, ubicada en la calle de Jesús María 5 (número 16 en el Plano 1). Parte de sus labores fueron consolidar y articular la centralización de la acción social católica de los círculos obreros que se fundaron en la última década del Porfiriato, pero que se encontraban atomizados y no habían podido unificar sus intereses, actividades, ni sentido social. Las Damas mantuvieron sus actividades en al menos, tres templos: la iglesia de Santa María la Ribera, la iglesia de Jesús o la iglesia de Nuestra Señora de Loreto.
Esta organización impidió el contacto horizontal entre “juntas seccionales” y demarcaciones, más bien, emuló el modelo de organización de la milicia ciudadana instituida por el ayuntamiento en marzo de 1912, que pretendía designar en cada una de las manzanas de las ocho demarcaciones de la ciudad “a un individuo de honorabilidad reconocida a efecto de que éste elija bajo su responsabilidad el contingente de guardias de esa manzana”.29 Tanto para las Damas, como para la milicia ciudadana, las manzanas funcionaron como la unidad básica de control social, de vigilancia del espacio público, de visibilización, de participación y evaluación de sus actividades.
A partir de la derrota del ejército huertista por las fuerzas constitucionalistas en junio de 1914 las condiciones de la ciudad de México y de las Damas Católicas cambiarían de manera radical. Por un lado, la ciudad quedó secuestrada por los intereses de una u otra facción revolucionaria, que buscó imponerse en la escena política capitalina mutilando el aparato administrativo y las instituciones públicas.30 Las Damas sufrieron en carne propia los efectos de esta crisis. La guerra, la violencia, la inflación y el desabasto afectaron directamente su estructura organizativa. El apoyo que la jerarquía eclesiástica y los miembros del PCN dieron a la presidencia de Victoriano Huerta los convirtió en los principales enemigos de los revolucionarios carrancistas, villistas y zapatistas, lo que inició una campaña de persecución a sacerdotes y militantes católicos. Muchos pasaron a la clandestinidad, los más afortunados abandonaron el país. Esta situación puso a las Damas Católicas en una posición de vulnerabilidad; de acuerdo con sus propios registros el número de socias se redujo de 6 120 a ocho31 y las actividades que se realizaban en al menos 22 templos prácticamente desaparecieron.
Al mismo tiempo, la ciudad vivió una fuerte crisis alimentaria, los precios del maíz, el frijol, el arroz, el trigo y el azúcar aumentaron entre 200% y 900%,32 lo que provocó hambruna, desempleo y violencia. Ante esta crisis, las mujeres que se mantuvieron dentro de la organización trabajaron desde espacios privados, es decir, sus casas y buscaron el apoyo de otros grupos políticos como el Ayuntamiento de la ciudad y los comerciantes a fin de organizar diversas medidas que proveyeran a las familias más necesitadas de semillas y otros alimentos.33 Pese a la crisis, las Damas lograron sostener un ropero y un comedor para personas de bajos recursos ubicados en las colonias Roma y San Rafael.
Entre 1914 y 1916, sus actividades adquirieron tintes de ayuda humanitaria. Ante la falta de alimentos, la fuerte hambruna y las enfermedades que azotaron las calles de la ciudad, las Damas respondieron al estado de emergencia como un “ejército”. Esto les permitió salvaguardar el mayor número de vidas posible. Así, sus acciones fluyeron de la casa de la presidenta de la asociación Elena Lascuráin a centros específicos: como su comedor, cuarteles de los principales líderes revolucionarios como Francisco Villa, Álvaro Obregón y Venustiano Carranza, y templos clave para la alta jerarquía eclesiástica como la iglesia de La Profesa. (Esto se observa en las flechas de color morado en el Plano 1.)
Por otro lado, entre 1912 y 1917, la Junta Central Directiva estableció tres centros de trabajo: la iglesia de La Profesa, en las oficinas de los Caballeros de Colón y en el edificio del Seminario Conciliar.34 En estos espacios se tomaron las decisiones más importantes de la organización, se definió su estructura interna, su funcionamiento y su identidad. Cabe señalar que dos de los tres principales centros de decisión se encontraban circunscritos espacialmente a la parroquia de El Sagrario, donde se ubica la Catedral de México.
Su cercanía con la parroquia El Sagrario simbolizaba un vínculo con el poder eclesiástico. Desde ahí se extendería el área de influencia de las Damas Católicas hacia el oriente, en las parroquias de Santa Cruz, San Sebastián y San Francisco Tepito, donde se ubicaban las colonias más marginales de la ciudad actuaron con los programas de atención a la educación obrera. Hacia el poniente, en la parroquia de la Santa Vera Cruz que atendió los barrios que sufrieron la pauperización urbana a raíz del abandono de las clases altas del centro de la ciudad, se instaló un asilo, se fundó una escuela para obreros y también se sostuvo el Colegio Josefino, contiguo al templo de Santa Brígida. Al sur y sur poniente la acción se llevó a cabo hacia las vicarías de Campo Florido y del Sagrado Corazón de Jesús en particular en el barrio de La Romita donde se instaló también una escuela nocturna. (Véase el Plano 1.)
Las Damas Católicas se adaptaron a las circunstancias y adversidades que se le presentaron, mostrando su enorme capacidad de dialogar con el contexto y responder a las dificultades. Esta habilidad de adaptación fue el elemento que le permitió permanecer activa y visible en la vida pública, lo que posibilitó su organización logística para sobrevivir en los periodos de crisis y restablecerse a partir de 1917, momento en que la organización comenzó a recobrar su número de socias, lo cual se verá en el siguiente apartado.
Más allá de los templos. La profesionalización y las actividades en el espacio urbano (1917-1926)
Con la elaboración de una nueva constitución que estableció artículos como el tercero, donde se instituyó la educación laica y se prohibió la participación de las corporaciones religiosas, o el artículo 130 que imposibilitó la participación política y pública de los ministros de culto al impedir actos públicos de propaganda religiosa o política, la jerarquía eclesial cerró filas y modificó las formas de participación pública de sus organizaciones católicas para convertirlas en militantes de la causa católica con un grado mayor de beligerancia, lo que afectó directamente la vida asociativa y las prácticas cotidianas de las Damas Católicas. Se convirtieron en profesionistas y gestoras de la defensa de los valores católicos a través del trabajo directo, constante y cotidiano con mujeres obreras, trabajadoras empleadas, niños pobres o huérfanos, enfermos y prisioneros. La intención fue crear una telaraña social capaz de sostener al catolicismo, al tiempo que generó lazos de cohesión entre la sociedad de la ciudad de México. Con la intención de extender el papel de la mujer católica como eje de la vida doméstica a campos públicos, donde era indispensable su labor.
Las Damas crearon un programa de acción social que apelaba a la conservación de un modelo de mujer tradicional, hogareña y católica. Generaron un modelo de atención en diversos establecimientos como centros educativos y atención a niños, obreras, sindicatos de trabajadoras católicas y casas de regeneración para prostitutas que salían del Hospital Morelos. De esta forma, extendieron e institucionalizaron sus actividades fuera del espacio parroquial y con ello profesionalizaron y adecuaron su trabajo a las nuevas circunstancias.
De manera paralela, los gobiernos de Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles pretendían convertir el espacio urbano en un espacio social, abierto para el esparcimiento, disfrute, convivencia y uso de todos los sectores de la ciudad. Pese a la crisis económica nacional los primeros gobiernos posrevolucionarios impulsaron una serie de reformas urbanas, caracterizadas por la edificación de monumentos, embellecimiento y remodelación de edificios públicos; por ejemplo, se limpió y amplió la fachada del Palacio Nacional y se modificó la imagen de la plaza mayor.35 Por su parte, las Damas Católicas buscaron formas de participación pública para hacerse visibles en las calles, colonias y barrios de la ciudad de México.
Así, la llegada del Grupo Sonora al poder y su interés por impulsar un Estado laico abonó el terreno para que las Damas Católicas transformaran su organización interna. Dejaron de trabajar manzana por manzana para actuar en torno a 15 “secciones” que operarían de manera simultánea por la ciudad. Dentro de estas secciones destacan: la Sección de Extensión que se dedicó a generar actividades propagandísticas; las secciones Catequísticas, Entronizaciones36 y Estudios Religiosos, se destinaron a promover la fe y la doctrina religiosa; la Sección de Seminario se dirigió a apoyar económicamente a estudiantes del Seminario Conciliar; la de prensa se encargó de publicar los diversos órganos propagandísticos de la Unión como la revista La Dama Católica (1920-1926); la de Escuelas fomentó la libertad de enseñanza religiosa en los colegios privados; la de Trabajo promovió la doctrina católica entre obreras de la capital.37 Por último, se fundó el “Ejército de Defensa de la Mujer”, que se encargó de ofrecer apoyo espiritual a mujeres internadas en el Hospital Morelos.38
Estas secciones además de definir los campos de acción de las Damas convirtieron su vida asociativa en una maquinaria con engranajes precisos, con objetivos y tiempos claros, al tiempo que propició su proceso de profesionalización. El diseño de las políticas de cada sección muestra un cambio en el método de trabajo, es decir las Damas comenzaron a actuar por metas, bocetaron su camino a seguir, organizaron sus actividades en torno a la recaudación económica necesaria para cubrir sus metas y objetivos.
Entre 1920 y 1926 establecieron su primera sede en un edificio que estaba fuera de los templos, más no fuera del espacio de dominio de la parroquia más importante, el Sagrario. El edificio social, como lo llamaron, se convirtió en su centro de operaciones, donde se dirigían las actividades que se desarrollaban en todo el distrito federal. Al sur en la municipalidad de San Ángel, las damas abrieron colegios en un lugar que describían como “eminentemente fabril, donde hay mucho huérfano y madres solteras”.39 Hacia el norte, en Azcapotzalco, que poco a poco se convertía en una zona industrial importante, establecieron una escuela. Al nororiente, en las colonias Peralvillo, Vallejo, Valle Gómez y la Bolsa, zonas que se caracterizaban, de acuerdo con las Damas, por la pobreza y la inmundicia de todos los días, debido a la falta de servicios públicos básicos, como agua, luz, drenaje y pavimento.40 Su labor se dirigió a los sectores más desfavorecidos, hacia el norponiente de la capital, trabajaron en colonias de medianos recursos como Santa María la Ribera, donde establecieron espacios de resguardo para mujeres que anteriormente se dedicaban a la prostitución; también actuaron en la colonia Popotla, que era una zona de muy escasos recursos (véase el Plano 2).
Gran parte de las mujeres que trabajaban en estas comunidades habitaban en esas zonas y desarrollaban sus actividades con el apoyo del párroco más cercano. Considero que eran las antiguas socias celadoras, es decir, pese a la crisis que vivieron durante la Revolución Mexicana, las Damas mantuvieron lazos con sus antiguas socias. Mientras las señoras de la oligarquía conformaron las mesas directivas, se dedicaron a dirigir y organizar las secciones, fueron las antiguas socias celadoras quienes se encargaron de ejecutar las actividades en sus barrios y colonias.
Parte importante de la acción de las Damas Católicas implicó un enfrentamiento directo con las políticas estatales impuestas en la Constitución de 1917. Así, pese a la serie de restricciones señaladas en el artículo tercero, que imponía la educación laica, la sección de escuelas se dedicó a fundar varios colegios católicos. Se fundó el Colegio Italiano (Calle Jesús María 5), el Colegio de San Felipe de Jesús (Academia 13),41 la Escuela Granja de la Colonia Vallejo (Esparta 5006), la Escuela Sor Juana Inés de la Cruz (para los hijos de las mujeres que trabajan en la fábrica de camisas La Britania, ubicada en la calle Degollado 223), el Colegio Gratuito de María Auxiliadora para Niñas, el Colegio Gratuito de San Jacinto y el Asilo para Niños Huérfanos y abandonados de San Jacinto en San Ángel (Plaza San Jacinto 13), la Escuela Católica Reforma (en Calzada Imparcial, en Azcapotzalco), el Centro Libre de Educación Nacional (o Escuela Libre Preparatoria),42 el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús (México 4a. San Joaquín 91, Peralvillo), Escuela Diurna (Casa del Papelero), Colegio Católico (Tlalnepantla)43 (véase el Plano 2).
Como se aprecia en el Plano 2, la acción de las Damas Católicas se desprendía de los centros de decisión y se dirigía al resto de sus centros de acción. Lo interesante es que abarcaron sobre todo barrios marginales y obreros, lo que habla de la capacidad de las Damas de introducir su acción en aquellos espacios donde existía un vacío de autoridad; en lugares donde el gobierno no lograba introducir los servicios públicos. Por ejemplo, la zona de Peralvillo y Vallejo contaba con una población de 11 000 habitantes44 en su mayoría obreros y grupos marginales; la zona no tenía un sistema de tuberías, tal y como lo demuestran artículos publicados en la prensa de la época donde se hacía hincapié en que el Ayuntamiento de la ciudad de México tenía poco interés por establecer el sistema de desagüe.45 Asimismo, existían pocas escuelas en el barrio, inclusive, en 1919 varios vecinos solicitaron a la Dirección General de Educación Pública que la escuela elemental volviera a ser mixta pues era el único centro educativo con el que contaban.46 Por su parte, la sección de escuelas de las Damas Católicas demostró una gran capacidad para detectar a aquellos grupos sociales con necesidades educativas: niños y obreros que vivían en estos barrios de la ciudad. Así, los planteles tuvieron más de una función, es decir, por las mañanas se dedicaban a la educación de la infancia, por las noches enseñaban a obreras y los fines de semana se convertían en pequeños centros comunitarios donde se promovía la sociabilidad, realizaban misas y daban clases de religión y catecismo.
Por otro lado, la Sección de Trabajo pretendía “defender los intereses morales y materiales de la obrera”.47 Para lograr estos fines fundó un sindicato católico y un centro de educación para mujeres obreras y cursos nocturnos de enseñanza a trabajadores. Las Damas consideraban necesario mantener los problemas obrero-patronales dentro de lo privado. Las socias trabajaron tanto dentro de las instalaciones como en las calles y esperaban en las banquetas el fin de la jornada laboral para promocionar los objetivos y ventajas de su sindicato.48 Esta estrategia les permitió tener una presencia en diversas fábricas de la ciudad distribuidas por distintas zonas. Lograron inscribir a su sindicato a obreras de las fábricas Camisas La Britania, Chocolates Larín, Velas La Moderna, La Pasamanería Francesa y La Esperanza.
Además, instauraron un sindicato de enfermeras dentro del Hospital General, donde acudían a atender las necesidades espirituales de los enfermos. A partir de 1921, decidieron proteger a las enfermeras, organizaban fiestas para ellas, rifaban premios, ofrecían pláticas en torno del trabajo, la moralidad y la religión. Así, fundaron una capilla dentro del hospital, donde promovían los bautizos de los recién nacidos y les repartían ropa que ellas mismas cosían.49
Su rol de género les permitió comprender los problemas cotidianos de las obreras por ejemplo, mantener una casa, abastecer la despensa, alimentar a hijos y esposos, y al mismo tiempo trabajar una jornada laboral de 12 o más horas. Para ello, definieron una estrategia que combinaba prácticas conservadoras y tradicionales con demandas obreras modernas. Utilizaron sus lazos de parentesco y amistad con los directivos de algunas fábricas, como la ya mencionada Britania, para instalar guarderías; de esta forma se trasladó parte de la vida doméstica de las trabajadoras al espacio laboral.
Al no existir una ley federal del trabajo que prohibiera las agrupaciones confesionales de trabajadores, entre 1920 y 1924, las organizaciones obreras católicas participaron pública y libremente. Fue una forma de incorporar en sus filas a mujeres que se beneficiaban de distintas formas. Creaban lazos de sociabilidad, aprendían nuevas habilidades y técnicas laborales, pertenecían a una comunidad que las ayudaba con guarderías, escuelas para sus hijos, juguetes y alimentos, la intención última era cohesionar a la población obrera en torno de la Unión de Damas Católicas, sobre todo, alrededor de la devoción y la fe cristiana.
Por otro lado, las secciones Catequística, de Entronizaciones, Moralidad y Cinematografía, les permitieron utilizar su devoción y su práctica religiosa como guía para la vida, para el bien vivir. Las secciones Catequística y de Entronizaciones se dedicaron exclusivamente al proselitismo, convencimiento y adoctrinamiento religioso. La primera se encargó de difundir el catecismo en escuelas y casas particulares, así como promover y organizar los matrimonios eclesiásticos, bautismos y primeras comuniones. La segunda buscó imponer el reinado de Jesucristo de manera simbólica en el mayor número de hogares, escuelas, fábricas y empresas. Por medio de estos actos devocionales se dio un sentido político al culto privado, pues se identificaba públicamente el espacio doméstico y laboral con la causa de la Iglesia y al mismo tiempo, las Damas se distinguían y posicionaban ante la sociedad como las proveedoras de la fe y la moral católica.
Estas secciones conformaban los “ejércitos-hormiga” de las Damas Católicas pues, llevaban la religión de puerta en puerta y se reafirmaba el papel de la Iglesia como un actor clave en la vida social. Las entronizaciones y la enseñanza del catecismo les permitían incursionar en el espacio doméstico para transmitir la moral y la fe católica en los hogares de la ciudad y así extender sus bases sociales. Además, cada sección y centro local organizaba festivales, kermeses de caridad, fiestas y recepciones en diversos puntos de la ciudad de México, por ejemplo, la Junta Moralizadora de la Colonia Cuauhtémoc rentaba el jardín del restaurante Chapultepec y colocaban puestos donde expedían confeti, sándwiches y ponches; se disfrazaban con “trajes de fantasía” para atender a su enorme concurrencia. La Junta de Damas de Popotla, de la misma forma, rentaba el salón del cine Iris para desarrollar sus festivales de caridad, donde llevaban a escena algunas comedias que interpretaban las mismas “distinguidas señoritas y caballeros de la localidad”.50
Las secciones y centros ocupaban la ciudad de México para promover actividades de moralización con niños, jóvenes y padres de familia, que incluían desde las formas de vestir a fin de evitar que las mujeres y niñas se interesaran en las tendencias de moda, como el cabello corto estilo Bob y el desuso del corsé que, para las Damas Católicas, eran inspiradas “por judíos y francomasones como medios de corrupción y perversión”,51 hasta el tipo de música que debían escuchar a fin de prohibir bailes y danzas, como el fox-trot, que para ellas no tenían “ritmo, ni paso, ni elegancia […] no son más que movimientos inmorales”.52 De esta forma, las Damas de Popotla o de la colonia Cuauhtémoc se desplazaban de sus barrios hacia otras zonas de la ciudad a fin de promover su devoción y los valores sociales tradicionales. A pesar de recorrer grandes distancias, su constancia y tenacidad nos habla de lo importante que era promover su visión moral católica y al mismo tiempo, generar estrategias que les permitieran mantener sus lazos comunitarios, tener presencia pública para mantener su red de apoyo.
Entre la guerra y la clandestinidad
El programa de las Damas, junto con los de otras organizaciones católicas, comenzó a radicalizarse a partir de 1923, cuando las tensiones entre la Iglesia y el Estado se agravaron producto de la expulsión del país del representante del Vaticano en México, monseñor Ernesto Filippi53 y de la publicación de un conjunto de leyes reglamentarias a la Constitución de 1927, en particular, la ley reglamentaria al artículo tercero de la educación y el 123 del trabajo y previsión social.
Como parte del programa de defensa de la Iglesia frente a estas nuevas amenazas, en marzo de 1925, las Damas se unieron a la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa (LNDLR), organismo que se encargaría de coordinar, impulsar y preparar a la militancia católica para actuar contra el gobierno federal y la aplicación de las reglamentaciones a los artículos de la Constitución que mermaban los derechos del clero.
Para estas fechas, las Damas se habían convertido en una organización consolidada a nivel local y nacional. Contaban con una fuerte red de solidaridad al interior de la ciudad de México y ayudaron a la Liga para organizarse territorialmente. Las Damas acudieron a su primera organización territorial por manzanas y por demarcaciones, que les había funcionado muy bien durante la Revolución Mexicana. Conforme a las 10 demarcaciones de la ciudad, se nombraron delegados regionales, jefes locales y agentes de cuadrante, que en su mayoría eran mujeres, probablemente socias de las Damas Católicas. Al mismo tiempo, se encargaron de recolectar dinero para los gastos de la Liga y para todos los sacerdotes que tuvieron que abandonar el culto; asimismo, realizaron labores de propaganda.54 La experiencia previa de las Damas como gestoras de acción social, aunada a sus fuertes vínculos de sociabilidad, les otorgó una estructura comunitaria que permitió recaudar fondos eficientemente.
Cuando inició la guerra Cristera en agosto de 1926, todas las actividades litúrgicas ejercidas por la Iglesia y el clero pasaron a la clandestinidad. Las actividades de las Damas Católicas también tomaron una nueva dimensión. Los templos y la mayoría de sus centros ubicados en la ciudad desparecieron. Sin embargo, sus actividades se enfocaron hacia la defensa de la fe en el espacio público. Por ejemplo, durante septiembre y octubre de 1926 y a lo largo de 192755 y 1928,56 la LDLR y las Damas Católicas, promovieron el festejo de la fiesta de Cristo Rey. En la ciudad de México estos festejos incluían una peregrinación hacia la Basílica de Guadalupe.57 Cabe señalar que las peregrinaciones contaron, de acuerdo con Butler, con alrededor de 200 000 participantes; es decir, una quinta parte de la población de la ciudad de México tomó las calles de la ciudad para realizar de manera política, actos litúrgicos. De acuerdo con Butler, las peregrinaciones se convirtieron en rituales de resistencia civil frente al Estado y también permitieron a la militancia católica, en particular las Damas Católicas como organizadoras y activistas lograron realizar actos “cuasisacramentales” similares a los de los párrocos, pues pudieron dar sermones, oficiar comuniones y consagraciones.58
Desde mi punto de vista, las actividades de Damas Católicas entre 1920 y 1924 -como las entronizaciones, los catecismos, las kermeses, entre otras- les permitieron forjar redes de apoyo y solidaridad, lo que les ayudó a convertir a la ciudad de México en una zona de protección durante el conflicto armado. Gracias a estos lazos pudieron recibir refugiados, esconderlos y protegerlos. Las Damas adquirieron la función de cuidar y proteger a los clérigos encarcelados, les llevaban comida, ropa y dinero, incluso en los casos en que tuvieran que abandonar el país.
Tanto las circunstancias generadas por la guerra como el rompimiento entre la alta jerarquía eclesiástica y el grupo de sacerdotes vinculados a la guerra Cristera les otorgaron mayor autonomía para actuar por la ciudad. Así, las Damas pudieron mantener prácticas devocionales como el rezo del rosario y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús e inclusive, acudían a la iglesia de La Profesa a disponer lo necesario para la misa, pese a la clausura de los templos impuesta por el gobierno.59
A diferencia del periodo revolucionario donde las Damas perdieron a sus simpatizantes ante la crisis económica y humanitaria provocada por el impacto de la guerra en la capital del país, durante la guerra Cristera no se menciona una pérdida dramática del número de socias, únicamente se aluden aquellas socias que debían abandonar el país ante la persecución religiosa; sin embargo, este abandono no significó la pérdida del vínculo ni de la cohesión social. Al contrario, se llegó a fundar un centro de Damas Católicas en Los Ángeles, California, mismo que se encargó de rescatar y proteger a los sacerdotes que llegaban a esa ciudad.
El retorno a la parroquia y la pérdida de identidad
Una vez que se firmaron los “Arreglos” en el año de 1929 y se dio por terminada la guerra Cristera, la alta jerarquía eclesiástica impuso una nueva organización bajo el esquema de la Acción Católica, propuesto por Pío XI, como una estrategia que pretendía controlar y vigilar los diversos movimientos católicos por todo el mundo.
La Acción Católica Mexicana (ACM) se definió como “la cooperación organizada y multiforme de los católicos seglares mexicanos en el apostolado de la jerarquía eclesiástica bajo directa dependencia de la misma autoridad, con el fin de cristianizar a la sociedad”.60 Con la pretensión de formar, actuar, difundir y defender los principios cristianos en la vida individual, familiar y social, reordenó a las organizaciones católicas seglares.
La Liga de Defensa de la Libertad Religiosa y la Asociación Católica de la Juventud Mexicana crearon dos nuevas organizaciones masculinas: la Unión de Católicos Mexicanos y la Juventud Católica Mexicana. La UDCM fue dividida en dos: la Unión Femenina Católica Mexicana (UFCM) y la Juventud Católica Femenina. La primera organizaría a las mujeres casadas, viudas y célibes de más de 35 años, mientras que la segunda supliría a las Vanguardias; es decir, se cohesionaría a las mujeres jóvenes y solteras de entre 15 y 34 años. La división de las organizaciones por edad y por género implicaba su sometimiento a la autoridad eclesiástica, misma que tendría que vigilar y modificar los discursos contestatarios de su militancia contra el régimen posrevolucionario.
Las cuatro asociaciones perdieron su autonomía e independencia frente al grupo de la jerarquía eclesiástica dominante que había pactado la paz. Mediante la creación de un Estatuto General de la Acción Católica se les obligó a modificar su estructura interna, acatando una legislación y un programa de trabajo general. Ésta fue la tercera trasformación que vivieron las Damas Católicas; sin embargo, el proceso de transición fue doblemente problemático pues implicó una sujeción muy estricta al Episcopado. Vivieron directamente la derrota y tuvieron que pagar las consecuencias de su apoyo al movimiento cristero, perdiendo la independencia que habían adquirido durante la guerra.
Bajo los estatutos generales de la ACM, las Damas modificaron una vez más el nombre de su organización, está vez sería un cambio definitivo. Recordando a Alfredo Méndez Medina, quien cuatro años antes había sugerido abandonar el nombre de “Damas”, porque insinuaba que la organización únicamente aceptaba a gente acomodada,61 se retomó el nombre sugerido por su antiguo asesor y se convirtieron en Unión Femenina Católica Mexicana (UFCM). Años más tarde, recordaron este cambio como un acto de “sacrificio y obediencia”62 a la jerarquía eclesiástica pues, después de casi veinte años de vida asociativa, perdieron su identidad pública y el nombre que defendieron durante su primer congreso, que les daba reconocimiento, las diferenciaba y las posicionaba públicamente como representantes de la devoción, la piedad y el espíritu de caridad católica entre la sociedad.
En el reglamento de 1920 se estableció que las socias líderes se escogerían mediante una votación. En el nuevo reglamento de 1929 la presidenta de la UFCM debía ser nombrada directamente por el arzobispo de México, hecho que limitaba el poder de decisión y reducía el carácter democrático que daba sentido a su organización. También se restringieron sus actividades locales; como norma general, cada templo establecería un “grupo parroquial” por cada una de las cuatro organizaciones fundantes de la ACM. Estos “grupos” debían presentar un informe y donar parte de sus ingresos a los comités diocesanos. De esta forma cualquier desarrollo de la Acción Católica en edificios laicos o abiertos al público debía quedar bajo la supervisión del sacerdote local y entregar cuentas a la parroquia.
La Unión Femenina Católica de México no sería la excepción. Trabajaría “parroquialmente”, lo que significaba que los sacerdotes locales tendrían que decidir qué acciones se llevarían a cabo entre su feligresía. Los nuevos “grupos parroquiales” correspondían a las actividades que las Damas realizaban en los templos de los distintos barrios y colonias de la ciudad de México, que les permitió cultivar vínculos de cohesión social y actuar como una “red de apoyo” durante los momentos de mayor persecución religiosa.
Estos grupos fueron concebidos por la UFCM como “el verdadero obrero de toda la organización”,63 al encargarse de forjar vida comunitaria en los barrios y colonias circunscritas a cada parroquia. Organizaban actividades como kermeses, recaudaban fondos, fomentaban la devoción y promovían las prácticas religiosas, éstas eran sus actividades cotidianas entre niños, mujeres y hombres, que vivían alrededor de los templos y se realizaban en distintos espacios, ya fueran domicilios particulares, locales alquilados, entre otros. Este tipo de actividades eran constantes y cotidianas y habían quedado de lado para dar prioridad a acciones políticas. Por tanto, el interés de crear “grupos parroquiales” era hacer visible su importancia. Sin embargo, la organización “parroquial” era jerárquica y vertical y eliminó el contacto horizontal entre socias y templos, esto provocó que la mayoría de las actividades se volvieran acciones locales.64
Las socias se quejaban de la falta de preparación y comprensión, así como de la apatía de algunas afiliadas o bien, su oposición a la disciplina y falta de conocimiento de los estatutos de la ACM. Por ello, la única sección que se impuso fue la de “propaganda e instrucción de la práctica religiosa y devocional”, que abonaba al fortalecimiento de la doctrina católica y la influencia de la Iglesia entre la sociedad. Así, las Damas reafirmaron su carácter como una organización dedicada a fomentar la doctrina y los valores católicos en los distintos barrios y colonias.
Cada “grupo parroquial” tenía que registrarse como parte de la UFCM, mediante un documento denominado “acta parroquial”; se informaba al Comité Central los nombres de sus afiliadas y las actividades que se llevaban a cabo. Todas iban firmadas por el sacerdote local, quien decidía los trabajos cotidianos.
Las primeras actas que se recibieron fueron de los centros locales de las Damas más antiguos, como el de San Cosme, donde vivía la presidenta de la Unión, Elena Lascuráin. Este templo presentó su “acta” el día 15 de febrero de 1930, a mes y medio de la fundación de la ACM.65 Asimismo, la iglesia del Inmaculado Corazón de María, ubicada en la colonia Guerrero, muy cerca de la fábrica La Britania, que había sido un centro muy activo entre 1920 y 1926, presentó su adhesión en noviembre de 1929.66
En espacios más autónomos y beligerantes la transformación requirió del apoyo del padre Darío Miranda, quien fungió como asesor. Por ejemplo, Miranda tuvo que dar tres conferencias ante las Damas de Coyoacán para explicarles el objetivo y el funcionamiento de la nueva organización femenina. Es importante señalar que Coyoacán destacó durante la persecución religiosa por apoyar a los sacerdotes encarcelados con comida, ropa y dinero.67
Otras iglesias que fundaron sus comités entre 1930 y 1940 fueron: la del Sagrado Corazón de Jesús, de Santa Trinidad y Nuestra Señora del Refugio en la colonia Peralvillo, de San Miguel Arcángel, de Cristo Rey en la colonia Portales, de Santa Catarina Mártir, del Inmaculado Corazón de María, del Espíritu Santo, de San Jacinto ubicada en San Ángel y el santuario de María Inmaculada68 (véase el Plano 3).
Hacia 1932, la UFCM de la ciudad de México contaba con un total de 400 socias, distribuidas en 30 grupos parroquiales, que trabajaban en torno de las entronizaciones, catecismos, seminario, cruzadas eucarísticas, ropero para pobres, enseñanza, bibliotecas, piedad, extensión, unión de madres, unión de obreras y sirvientas, escuelas, auxilios, propaganda, socorro perpetuo, apologética, prorregeneración, niños desamparados y hospitales, entre otras.69 Las socias mantuvieron el interés de la organización por impulsar la educación religiosa entre niños, jóvenes y adultos, en particular entre mujeres trabajadoras. Asimismo, se interesaron en realizar actividades que desde su punto de vista formaban parte de las labores femeninas, por ejemplo, vestir a los niños pobres y atender a los enfermos, entre otras.
Tal y como se observa en el Plano 3, en la década de 1930, la ciudad de México continuaba en constante crecimiento poblacional y urbano. Se comenzaron a perder los linderos que separaban a la ciudad con las municipalidades más cercanas, aspecto que comenzó a afectar la administración de los servicios públicos, y con ello, la vida urbana. A fin de evitar la superposición de autoridades locales se fundó el Departamento del Distrito Federal (DDF) en 1928, para centralizar los recursos y el gobierno en manos del presidente de la República, reducir los costos de la administración, unificar la infraestructura urbana, mejorar y garantizar la planificación y la regulación del desarrollo urbano.70
La fundación del DDF trajo como consecuencia la transformación de las municipalidades en delegaciones, acción que limitó el poder político de las administraciones locales, pues no podrían manejar sus propios recursos ni elegir a su personal judicial. La única figura con autoridad administrativa, hacendaria y política de la capital del país quedaría en manos de la figura del jefe del DDF, que actuó como representante del ejecutivo federal.
Este proceso provocó un cambio en la división territorial. Las antiguas municipalidades de México, Tacuba, Tacubaya y Mixcoac formarían el Departamento Central. Mientras que Guadalupe Hidalgo, Azcapotzalco, Iztacalco, General Anaya, Coyoacán, San Ángel, la Magdalena Contreras, Cuajimalpa, Tlalpan, Iztapalapa, Xochimilco, Milpa Alta y Tláhuac conformarían las delegaciones.71 Dos años después, en junio de 1931, se decidió suprimir el Departamento Central y establecer una nueva zona político-administrativa, que se volvió a denominar “Ciudad de México”, y que se convirtió en la capital del país. Esta nueva zona anexaría a su territorio las delegaciones de Guadalupe Hidalgo y General Anaya72 (véase el Plano 3).
Poco a poco, la UFCM fue adaptando su programa general a cada una de las colonias, barrios y necesidades locales; cada grupo adquirió formas distintas, sin perder de vista los servicios centrales “el perfeccionamiento cristiano, la instrucción religiosa, la elevación moral y el perfeccionamiento cultural y social”.73 Por primera vez, la organización dio cuenta de todos los sitios urbanos donde mantenía algún tipo de representación. Gracias a estos registros se logra observar una presencia bien estructurada de la organización en la ciudad.
Conforme la ciudad expandió sus límites y se crearon nuevas colonias, la Unión Femenina Católica Mexicana también amplió sus espacios de acción, la organización promovió la construcción de nuevas parroquias, que permitieron ampliar sus ámbitos de acción y sus actividades, con lo que establecieron fuertes lazos de cohesión social entre los vecinos que fungieron como apoyo para la Iglesia.
Ante el desborde de los límites de la ciudad, el trabajo parroquial permitió a la UFCM actuar de manera acotada sobre su espacio más inmediato: el trabajo en los barrios y las colonias a las que se circunscribía cada templo. Hacia el oeste y noroeste de la ciudad, como Azcapotzalco, Tacubaya, Peralvillo y Valle Gómez, se asentaron los enclaves industriales más importantes, en esta misma zona las socias mantuvieron su presencia, pues llevaban varios años trabajando ahí y contaban con el reconocimiento de la comunidad. Asimismo, continuaron actuando en el barrio de la Merced y la colonia Guerrero.
Hacia el sur se desarrolló el sector habitacional. Se crearon fraccionamientos hacia la Doctores, Portales, General Anaya, Coyoacán, Iztapalapa, San Ángel y Tlalpan. Las Damas expandieron sus actividades hacia estas zonas habitadas por personas de medianos recursos;74 en estos espacios pudieron consolidar sus actividades en torno de la catequesis, las entronizaciones y la propaganda religiosa.
De esta forma, su programa se ajustó a las nuevas condiciones impuestas por los Arreglos de 1929. La UFCM se planteó nuevas dinámicas y formas de trabajo que marcaron sus actividades en los años venideros, sin perder de vista tres elementos centrales de su programa social: la instrucción religiosa, la acción educativa y la moralización de la población. Así, durante más de veinte años las Damas Católicas lograron acumular una serie de experiencias que les permitió posicionarse espacialmente en torno de los templos locales para construir redes y lazos de sociabilidad entre vecinos. Esta experiencia fue retomada por la UFCM, que se dedicaría a fomentar un discurso homogéneo, claro, preciso y aprobado por la alta jerarquía eclesiástica, de la devoción religiosa, de la importancia de la religión en la educación primaria y del papel de la moral católica como guía para la sociedad mexicana.
Conclusiones
A lo largo de su historia las Damas Católicas demostraron una enorme capacidad de adaptación y movilidad, mismas que les permitieron sobrevivir, recomponerse y reestructurarse en varios momentos. Las socias cambiaron su forma de actuar y fueron afinando su trabajo. Frente a la imposición de una serie de medidas anticlericales que daban sentido al estado posrevolucionario sus actividades comenzaron a adquirir tonalidades cada vez más políticas y beligerantes. A la par su acción se fue profesionalizando, desarrollaron una identidad propia y un programa social que profesaba un lenguaje y un marco ideológico basado en exaltar el papel de la mujer. Crearon un programa que les abrió las puertas de la vida pública y desde ahí promovieron el papel tradicional de la mujer como madre y esposa dedicada al hogar, protectora y cuidadora de la familia, de los valores morales y religiosos. Este discurso les permitió encontrar un campo de acción al interior de la militancia católica exclusivo para ellas, desde ahí lograron abrirse nuevos caminos, desenvolverse en nuevos escenarios, actuar políticamente y convertirse en figuras públicas.
En 1920 dejaron de ser una organización dedicada a satisfacer las demandas regionales para convertirse en una confederación con la fuerza suficiente de actuar a nivel nacional, promover un discurso y una acción social capaz de hacer frente al anticlericalismo estatal. Esto les permitió crear centros educativos para niños y obreras que se convertirían en espacios laicos de recreación del catolicismo, es decir, lograron llevar su acción más allá de la estructura parroquial y actuar de manera autónoma, siempre bajo las premisas morales de la Iglesia.
La labor de las Damas no puede menospreciarse; al contrario, con aquellas actividades que nacieron de un interés caritativo y filantrópico, con el paso de los años su organización demostró una enorme capacidad de adaptación a los aconteceres políticos y sociales que fueron mermando el papel de la Iglesia en la vida pública y privada de los habitantes de la ciudad de México. Sus acciones se fueron convirtiendo en una serie de actos de resistencia política, que marcaron la participación pública de las mujeres católicas. Lograron dialogar con su contexto, trasformar sus actividades y superar eficazmente las dificultades a las que se enfrentaron durante las guerras, persecuciones religiosas y crisis políticas que les tocó vivir. Esta cualidad les permitió restablecerse en más de una ocasión, reorganizarse y recobrar su número de socias, así como ajustar su programa de trabajo a los nuevos tiempos y priorizar aquellas actividades que les parecían esenciales para la vida social de la nación, como fue el catecismo, que siempre estuvo presente y que conforme nos acercamos a la década de los años treinta se convirtió en el centro de su organización.
La ciudad de México fue su laboratorio, su centro de operaciones y su zona de resguardo. En este espacio, las Damas desarrollaron su programa en zonas clave como el centro y los barrios marginales del noreste de la capital; sin embargo, su acción permeó por toda la ciudad, lo cual les permitió crear lazos de sociabilidad y solidaridad entre católicos. Las Damas actuaron en una ciudad en movimiento y constante transformación. Sobre la capital convergían distintas formas de poder y diversas formas de gobierno; ésta se transformó en un espacio de pugna constante, entre la Iglesia y el Estado. Las Damas Católicas se convirtieron en una nueva forma de participación ciudadana cuya fuerza política se encaminó a generar notoriedad pública de las devociones y prácticas religiosas. Sus acciones en el espacio urbano fueron un acto de beligerancia y resistencia frente a las políticas anticlericales del Estado posrevolucionario.
Entre 1912 y 1930, mantuvieron activa la participación comunitaria, así como la administración de servicios públicos dirigidos a los pobres y menesterosos, creando espacios educativos, dirigidos al fomento del catecismo y de la fe. Queda pendiente para futuras investigaciones analizar cómo este modelo se fue trasformando a partir de 1930, cuáles fueron sus nuevas características, cómo se mantuvo y en qué momento cesó, o si, por el contrario, continua vigente la UFCM.