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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versão impressa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.58 Ciudad de México  2019  Epub 31-Jan-2022

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2019.58.70964 

Artículos

La rebelión de la Ciudadela hiere de muerte al gobierno de Madero: la historia militar por contar de la Decena Trágica*

The rebellion of the Citadel puts in check Madero’s government: the military history to be told about the Ten Tragic Days

Bernardo Ibarrola** 

**Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras. bibarrola@filos.unam.mx


Resumen

La explicación militar generalmente aceptada sobre la Decena Trágica parte del supuesto de la superioridad militar de las fuerzas leales al gobierno y de la decisión de su comandante en jefe de no utilizarlas y así negociar con los amotinados y debilitar al gobierno de Madero. Este artículo propone una explicación distinta: debido a la posesión del mayor arsenal del país por parte de los amotinados, con armas de última generación cuyas características operativas todavía no eran bien comprendidas, ocurrió un estancamiento militar que hacía imposible su derrota rápida y llevó a la búsqueda de una conclusión del conflicto por medio del acuerdo y no de la fuerza; el golpe militar del 18 de febrero que concluyó con el gobierno de Madero fue condición previa para concretar este acuerdo, no su consecuencia.

Palabras clave: Revolución Mexicana; Decena Trágica; historia militar; Francisco I. Madero; Victoriano Huerta

Abstract

The commonly accepted military explanation of the Ten Tragic Days during the Madero’s presidency do assumes a military superiority of the armed forces loyal to the government and a decision of the Commander-in-Chief not to use them in order to negotiate with the mutineers and so debilitate Madero’s government. This article proposes an alternative interpretation: the mutineers’ possession of the largest arsenal of the country -state-of-the-art weapons whose operation was not fully handled by them- did provoke a standstill that rendered the mutineers defeat impossible and occasioned a pursuit for a conclusion of the conflict through agreement instead of armed combat. Thus, the February 18th military coup that overthrew Madero’s government was the condition for the agreement, rather than its consequence.

Keywords: Mexican Revolution; the Ten Tragic Days; Military history; Francisco I. Madero; Victoriano Huerta

Los pronunciamientos militares, maniobras políticas, movilizaciones sociales, hechos de armas y negociaciones diplomáticas que ocurrieron más o menos simultáneamente en la ciudad de México a mediados de febrero de 1913 y que condujeron a la desaparición del gobierno de Francisco I. Madero y su sustitución por otro encabezado por Victoriano Huerta, es decir, la “Decena Trágica”, se ha explicado de muchas maneras: la incapacidad de Madero para mantener los apoyos políticos y sociales que le dieron el triunfo a mediados de 1911 y lo llevaron a la presidencia seis meses después; la irrupción de nuevas fuerzas sociales, una especie de caja de Pandora abierta por la revolución antirreeleccionista del terrateniente y empresario coahuilense; el estupor de la derrotada élite porfirista transformado en odio y ánimo de desquite; el progresivo talante intervencionista de la potencia estadounidense…

A estas explicaciones generales se agregan otras, de carácter personal y hasta psicológico: el descaro de los conspiradores, la bondad, magnanimidad e ingenuidad del mandatario constitucional, el odio irracional del embajador estadounidense, la naturaleza taimada, cruel y abyecta del jefe accidental de armas, de lo que resulta una narración simple y poderosísima: la historia del apóstol que, en manos de sus adversarios y, sobre todo del traidor oportunista, se convierte en mártir: la crónica del cuartelazo anunciado.

Puesto que la explicación del episodio en función de la ingenuidad de Madero y la perfidia de Huerta ha sido generalmente aceptada, ésta se ha extrapolado al ámbito militar. Para reafirmar que el general Victoriano Huerta comenzó a planear la traición desde su inopinado nombramiento como jefe militar de la ciudad de México la mañana del 9 de febrero de 1913, y que el candor del presidente Madero le impidió interpretar correctamente, a lo largo de diez días, las múltiples evidencias de esta traición en ciernes, se parte, como cosa cierta, de un supuesto de carácter militar: en el momento en que su comandante se decidiera a hacerlo, las fuerzas del gobierno podían recuperar la Ciudadela y someter a los rebeldes que se fueron a refugiar ahí tras fracasar en Palacio Nacional.

Este supuesto, sin embargo, nunca se ha examinado seriamente, aunque haya, como se verá más adelante, no pocos indicios para ponerlo en duda. La inexistencia de este elemental trabajo de constatación se debe, según creo, no sólo a la contundencia de las explicaciones de los otros aspectos del episodio, sino, más simplemente, a que la escritura de las historias de la Decena Trágica se ha realizado, en términos generales, sin interrogantes de carácter militar y prescindiendo casi por completo de las fuentes documentales obvias y obligadas para el estudio de los hechos de armas; en resumen, se debe a que todavía no se acomete la empresa de elaborar la historia militar de la Decena Trágica.

¿Cuál era la situación de las fuerzas leales al gobierno y de los rebeldes una vez que estos últimos se apoderaron de la Ciudadela la mañana de aquel domingo de febrero?; ¿de cuántos hombres disponían?; ¿de qué armas y municiones y en qué cantidades?; ¿cuáles eran sus reservas de agua, comida y medicamentos?; ¿qué posibilidades defensivas y ofensivas permitían estos recursos a cada bando?; ¿qué espacios de la ciudad controlaba efectivamente cada uno de éstos?; ¿se estableció un frente?; ¿se generó una tierra de nadie?; ¿los rebeldes podían recibir provisiones?; ¿en qué medida y por qué medios podían comunicarse con otras zonas de la ciudad y con otras ciudades del país?; ¿qué otras amenazas de orden militar tenían que enfrentar las unidades leales al gobierno?; ¿en dónde se encontraban sus fuerzas?; ¿con qué transportes contaban para concentrarlas en la capital del país? Más de un siglo después de ocurridos los hechos, las respuestas que ofrece al respecto la vasta y compleja historiografía sobre la revolución, siguen siendo aproximativas, precarias y, no pocas veces, contradictorias.

De cierto modo, esto es obvio, pues muy pocos de estos textos han sido elaborados con el apoyo de alguna fuente militar y ninguno las ha empleado sistemáticamente. Poco o nada se han utilizado declaraciones y memorias de militares participantes, partes de combate, reportes de existencia, transporte y abastecimiento de víveres y materiales de guerra, estudios tácticos, planes de campaña, listas de tropa… Esto es tan descabellado como si se hubieran escrito los aspectos diplomáticos de la Decena Trágica sin los despachos y los telegramas de la embajada y las legaciones, o su parte parlamentaria sin las leyes, los diarios de debates y las memorias de los legisladores. Aún peor, para explicar los hechos de armas, se ha confiado en las impresiones de diplomáticos, políticos y periodistas, útiles y necesarias sin duda alguna, pero de ninguna manera suficientes. A nadie se le ocurriría, para saber lo ocurrido en la Embajada estadounidense durante aquellos días, recurrir solamente al testimonio de alguien apostado junto a un cañón en el Campo Florido; en cambio, se ha realizado una y otra vez el mismo procedimiento de investigación, pero en sentido contrario, como si se tratara de lo más normal.

Un siglo de guerra falsa

No afirmo que del estudio cuidadoso y sistemático de ciertas fuentes a partir de interrogantes específicas vaya a resultar que en realidad el doble cuartelazo de febrero fracasó, ni que el éxito del segundo de éstos no se haya debido, en términos militares, a las defecciones del jefe militar de la ciudad de México y del responsable de la guardia de Palacio Nacional. Lo que sugiero es que los complejos hechos ocurridos en la ciudad de México durante la Decena Trágica -el término, por cierto, alude a la duración de las operaciones militares, no del proceso político- podrían explicarse mejor, y acaso recurriendo menos a las deducciones maniqueas sobre los actos de sus protagonistas, si se consideraran con mayor rigor sus datos militares. Si la rebelión de la Ciudadela significó una amenaza militar real, entonces las maquinaciones de Huerta y la ingenuidad de Madero resultan menos evidentes y la actitud de otros actores del drama -como el cuerpo diplomático y los legisladores- se debe ubicar en un escenario más complejo: en una ciudad convertida en campo de batalla, literalmente a merced de los cañones.

Pero muy poco tiempo después del episodio, tras la caída del gobierno emanado de la Decena Trágica, se impuso la idea de que el asedio a la Ciudadela fue, desde el principio, una simulación por parte de Victoriano Huerta y su primer movimiento hacia la presidencia de la República. En 1915 Alfredo Aragón explicaba que Huerta hubiera podido “tomar a sangre y fuego el reducto sublevado…” o rendir “al enemigo por hambre y sed…”, pero que no lo hizo “porque no le plugó hacerlo…”. En lugar de ello, concentró todas las fuerzas que pudo en la ciudad de México y corrompió con amenazas y promesas a los mandos militares:

Casi todos los jefes se pusieron de acuerdo, y convinieron en hacer un simulacro y aparentar que el reducto rebelde era inexpugnable. Lleváronlo a cabo, y, ya en connivencia con los seudorrevolucionarios, amedrentaron al pueblo con fuego de ráfaga que llegaba hasta los confines más lejanos de la población e hicieron atroz carnicería en los cuerpos leales (14 de Rurales que fue enviado al ataque previo aviso al enemigo) y en los civiles. Salvo estos crímenes, ¡gastaron la pólvora en salvas…!1

Ese mismo año apareció la autobiografía apócrifa de Huerta, casi con certeza obra de Joaquín Piña.2 En ese texto el periodista formula una implacable acusación al personaje recién derrotado bajo la forma tramposa de unas confesiones en primera persona. Según éstas, tan pronto como la mañana del 9 de febrero, Huerta se pregunta si había llegado ya “el momento oportuno”; y sabe, unas horas después, que “aquello de la Ciudadela [es] cuestión de un momento”. Los sublevados, por su parte, “sabían que podía despedazarlos en un momento”: “Tuve en varias ocasiones que cañonear la Ciudadela, pues se les olvidaba a los que estaban dentro que yo era el alma y que su salvación estaba en mis manos”.3

Esta versión caricaturesca, aparecida al calor del triunfo constitucionalista como una maniobra propagandística en abono de la legitimidad de la victoria recién conquistada, se impuso de inmediato. No importó que dos años antes, muy poco tiempo después de concluida la Decena Trágica, hubieran sido publicados varios folletines que narraban y explicaban el desenlace del episodio precisamente a partir del estancamiento de la situación, provocado por la imposibilidad de cada parte para derrotar a la otra.

Tanto El combate de la Ciudadela narrado por un extranjero del licenciado Emigdio S. Paniagua (pseudónimo de Porfirio Barba Jacob)4 y La Decena Trágica en México,5 como La caída de Madero por la revolución felicista de Carlos Toro6 estaban encaminados a preparar el terreno para la -se suponía- inminente candidatura de Félix Díaz a la presidencia de la república. Estos textos explicaban la defección de Huerta y su arreglo con los rebeldes de la Ciudadela -más allá de los autodeclarados espíritus de sacrificio y sentimientos patrióticos de los firmantes del Pacto de la Embajada- como la única forma de salir del impasse al que las operaciones militares habían conducido a todos, pues ni las tropas del gobierno podían sofocar rápidamente la rebelión, ni las fuerzas encabezadas por los generales Díaz y Mondragón podían derrocar al gobierno de Madero, que seguía despachando en Palacio Nacional. Estas descripciones y explicaciones, que apuntan a un verdadero y cruentísimo enfrentamiento militar, serían relegadas e ignoradas durante más de cien años por su factura abiertamente propagandística y su filiación felicista.

En cambio, la explicación general de la guerra falsa, bosquejada desde la victoria del constitucionalismo, fue utilizada en diversos relatos gracias a su contundencia y ejemplaridad en la rebelión de la Ciudadela como muestra de la deslealtad superlativa de Huerta y de la ingenuidad, también superlativa, de Madero. En 1935, apareció la primera de las varias ediciones y muchísimas reimpresiones del Ulises criollo, la primera parte de la autobiografía de José Vasconcelos; ahí, el autor se autorretrata encarando al secretario de Guerra, Ángel García Peña, durante un almuerzo en el Castillo de Chapultepec:

-¿Por qué los sublevados tienen tan buena puntería y, en cambio, los nuestros nunca le pegan a la Ciudadela?

La versión de que estaban de acuerdo sublevados y atacantes me acababa de ser confirmada en la Secretaría. El ministro de la Guerra, sin embargo, no tenía cara de traidor, sino de bembo. -“¿Por qué no asaltan y acaban en dos horas con ese manojo de ratas? -insistí…-. Es una vergüenza que cuatrocientos hombres tengan en jaque a toda la nación que está en paz y apoya al gobierno…” Sólo entonces contestó el ministro: “Eso no me compete; la responsabilidad de la situación la tiene el general Huerta.7

Dos décadas después, en 1954, Francisco L. Urquizo, en el estilo de la autobiografía apócrifa publicada cuarenta años atrás, volvió a poner en boca de Huerta las palabras de la traición:

-Todavía hay que madurar esto. Con unos días más de combate y… todo estará a punto. Mande usted a esa persona de su absoluta confianza para que vaya a la Ciudadela y diga al general Félix Díaz que estoy dispuesto a tratar con él, pero siempre y cuando sea sobre la base de que reconozca que la situación está en mis manos y él nada puede hacer.

-¿Y si no lo cree él así? -inquiere la voz del jefe del Estado Mayor.

-Si el general Félix Díaz se cree que él es el fuerte -declara el general Huerta con espeluznante determinación-, yo le demostraré que lo tengo cogido y que puedo hacerlo pedazos ¡así!8

Incorporada al canon de los grandes relatos de la Revolución Mexicana, la mayoría de los historiadores optó por reproducir la explicación de la guerra falsa. Un año después de Urquizo, en 1955, Daniel Gutiérrez Santos publicó una Historia militar de México, según la cual Madero selló su suerte y la de su gobierno al mantener al traidor Huerta al mando de las operaciones, “dando una muestra más de su credulidad, falta de visión política y, sobre todo, de su extrema bondad”, pues el jefe de armas, “disponía de tropas, artillería y municiones suficientes para destruir en un momento dado el reducto rebelde”.9

La historia del entonces capitán primero Gutiérrez Santos10 es lo más cercano a una versión oficial del ejército mexicano sobre la revolución. Destinada a los alumnos de la Escuela Superior de Guerra (es decir, a los futuros integrantes del Estado Mayor), no aspira sino a realizar un trabajo de “armonización”: “lo asentado en este libro no es obra mía, mi trabajo sólo consistió en armonizar lo dicho por otros: los viejos revolucionarios que en multitud de libros han ido dejando sentada esta experiencia”.11 Su obra es, pues, un resumen coherente de las memorias escritas de los vencedores, pero no supone un trabajo suplementario de investigación ni crítica: puesto que éstos afirman que, en febrero de 1913, las fuerzas leales al gobierno contaban con los recursos para someter a los rebeldes de la Ciudadela, Gutiérrez Santos simplemente lo da por cierto.

La versión de los vencedores constitucionalistas no sólo se convirtió en libro de texto para los futuros oficiales mexicanos, sino en alguna medida, para todos los estudiantes de bachillerato del país. En 1960 el Fondo de Cultura Económica publicó la Breve historia de la Revolución Mexicana de Jesús Silva Herzog para conmemorar el cincuentenario del estallido revolucionario. Desde entonces, este libro ha conocido dos reediciones, un sinnúmero de reimpresiones y es una de las lecturas de historia preferidas en los bachilleratos mexicanos. Luego de ofrecer un apretado y preciso resumen de los acontecimientos, el autor explica la situación militar de la Decena Trágica:

Los rebeldes de la Ciudadela estaban prácticamente sitiados y pudo con facilidad evitarse que recibieran víveres. En todo el resto del país el ejército federal permaneció fiel al Gobierno durante la decena trágica. Las fuerzas al mando de Huerta eran superiores a las de Díaz desde la llegada del general Ángeles, y todavía era posible mejorar sus efectivos con tropas traídas a la capital de otras poblaciones. La Ciudadela, según opinión de expertos militares, pudo haber sido tomada en unas cuantas horas. Lo que sucedió fue que, desde el primer momento, el general en jefe comenzó a trenzar los hilos de la traición.12

Paralelamente a Gutiérrez Santos y Silva Herzog, las historiografías académicas prepararon sus primeras versiones del suceso. En 1952 Charles Cumberland publicó Mexican Revolution: Genesis Under Madero, y tres años después apareció Francisco I. Madero, Apostle of Mexican Democracy, de Stanley Ross. Estos trabajos han tenido gran influencia en México; en un primer momento el de Ross, que se tradujo en 1959; después el de Cumberland, que ha tenido múltiples reimpresiones desde su aparición en español a mediados de los años setenta.

Ambos historiadores profesionales recrean la Decena Trágica a partir de fuentes diplomáticas, predominantemente estadounidenses, y declaraciones y memorias de testigos: Manuel Márquez Sterling, Edith O’Shaughnessy, Rodolfo Reyes, Manuel Bonilla, Miguel Alessio Robles, etcétera. Según Cumbeland,

Desde el principio, la lucha fue una brutal burla, decadencia de la justicia y la honestidad. Los conspiradores, entre los que pronto se encontraría Huerta, sembraron la muerte y la destrucción por la capital como parte de un plan deliberado para excitar a la turba hasta que exigiera el derrocamiento de Madero para terminar con la carnicería […] El resultado fue la ruina de algunas zonas residenciales y comerciales, la muerte de millares de civiles, la relativa seguridad de las tropas y ningún daño importante a la Ciudadela y demás zonas donde estaban concentradas las fuerzas militares…13

Ross, por su parte, ahonda en el elemento clave de la burla denunciada por Cumberland: la relación de fuerzas. Por un lado, la superioridad de las unidades leales al presidente y, por el otro, la precaria situación de los sublevados: “Aunque habían acumulado provisiones dentro de la Ciudadela, los rebeldes encerrados allí estaban destinados, en apariencia, a perecer con el tiempo o por la fuerza”. Afirma, aunque sin argumentar, ni apoyarse explícitamente en algún autor o documento:

durante la época de Juárez […] el general Sóstenes Rocha la recapturó y sofocó la rebelión en unas pocas horas.

En 1913 la Ciudadela estaba menos acondicionada para resistir un asalto que en 1871. Porfirio Díaz había modificado los formidables muros, agregándoles un número de ventanas, la fortaleza ya no domina la ciudad, que ha crecido hacia el Oeste.14

Y luego repite la impresión que Rodolfo Reyes consignó en sus memorias: “La artillería federal fue mal instalada e ineficazmente empleada”. Y agrega: “Las tropas leales se enviaban para ser aniquiladas por los que se defendían atrincherados y que recibían abastecimientos de afuera, a pesar del “sitio” federal. La farsa sangrienta fue jugada hasta la última carta con una fría indiferencia para las inocentes víctimas”.15

Poco tiempo después, pero del otro lado del mundo, en Moscú, Moisei Alpérovich y Boris Rudenko -basados en un sólido trabajo de investigación que incluía hasta las flamantes obras de sus colegas estadounidenses- daban prácticamente la misma explicación sobre la Decena Trágica.16 Del mismo modo que los veteranos mexicanos y los académicos estadounidenses, los especialistas soviéticos presentan una versión “armonizada” de los hechos militares de la Decena Trágica respecto de la explicación de fondo sobre el derrocamiento de Madero, con la que todos están, en términos generales, de acuerdo, y estos últimos presentan en su versión marxista:

Huerta y los demás oficiales reaccionarios se habían propuesto debilitar a los maderistas; contaban con prolongar las operaciones militares y crear así tal situación en la capital, que la población saludase con júbilo el cese del fuego, aunque esto hubiese sido logrado como consecuencia de un golpe de Estado contrarrevolucionario. Lo que se proponían era demostrar la completa incapacidad del gobierno de Madero para poner orden en el país.17

La inmensa mayoría de las versiones posteriores de la Decena Trágica han replicado este argumento o implícitamente lo han dado por bueno y lo han hecho compatible con el panorama ofrecido por una gran diversidad de fuentes. A principios de la década de 1970, Berta Ulloa publicó un detalladísimo análisis de la diplomacia estadounidense respecto de México durante los años revolucionarios,18 en el que explica con precisión lo que se había argumentado siempre: la intervención del embajador estadounidense a favor de los rebeldes. Aunque Ulloa no se ocupa de las acciones de armas, sugiere pistas sobre los actores militares: desde el 12 de febrero el cuerpo diplomático, encabezado por Wilson, entra en contacto directo con los jefes militares, tanto leales como rebeldes; tres días después el embajador estadounidense, que no ha dejado de amagar con una invasión de las fuerzas de su país e insiste por todos los medios posibles en la renuncia del presidente, declara a sus colegas que “su caída sólo dependía de que Huerta y Díaz llegaran a un acuerdo”.19 No es difícil suponer, con base en esto, que tal acuerdo entre Huerta y Díaz se concretó muy pronto y que, en consecuencia, las operaciones militares fueron una simulación.

Al año siguiente, en 1972, Michael Meyer publicó el que hasta hoy sigue siendo el único estudio dedicado exclusivamente a Victoriano Huerta. En su minuciosamente realizado retrato político del dictador,20 ofrece algunos matices a las explicaciones militares corrientes sobre la Decena Trágica, pero acaba por repetir la explicación de la guerra falsa, a pesar de que al hacerlo contradiga la lógica de algunas de sus propias explicaciones.

Contrariamente a lo que afirman muchos de sus colegas, para Meyer es evidente que Huerta no participó en la conspiración inicial de Bernardo Reyes y Félix Díaz (aunque estaba al tanto de su existencia) y que decide traicionar al gobierno después, en vista del sentido que adquirieron los acontecimientos. Su narración también reconoce verdaderas operaciones de guerra: concentración de recursos y refuerzos por parte de ambos bandos, violentos combates, caos y muerte en la ciudad pero, al cabo de una semana de enfrentamientos, ninguna ventaja militar para alguno de los bandos. En ese punto, el autor glosa una declaración capital del jefe federal de las operaciones: “A la exhortación de Madero de un mayor uso de fuerza militar, Huerta replicó que aunque la destrucción de la Ciudadela caía en el dominio de lo posible, también iba a causar la devastación de una gran parte de la ciudad” pero en lugar de explorar esta posibilidad, así fuera para desmentirla, repite la versión conocida, acaso porque no contaba con evidencias militares suficientes para sustentar una explicación más original y compleja:

Las operaciones militares que dirigía [Huerta] tenían por propósito prolongar el punto muerto. Si bien las fuerzas federales estaban operando desde una posición ventajosa, sus maniobras ofensivas estaban calculadas para no ir más allá de mantener fuera de balance a los rebeldes y no para infringirles una derrota decisiva…21

Meyer no explica en qué consistía esta supuesta ventaja militar, de qué manera y cuándo se consiguió ni, sobre todo, cómo podía beneficiar a su biografiado no derrotar a los rebeldes de la Ciudadela. Escamotea estas argumentaciones indispensables y pasa al desenlace del drama, es decir, a la aparición del embajador estadounidense: “Sea como fuere, el resultado no iba a decidirse en el campo de batalla, sino que sería producto de un arreglo político resultado de la intervención del cuerpo diplomático extranjero en general y del embajador estadounidense, Henry Lane Wilson, en lo particular”.22

A principios de la década de los ochenta Friedrich Katz, en su célebre Guerra secreta, ignora los matices que Meyer introdujo en la explicación -a pesar de hacer referencia a su trabajo- y vuelve a la versión tradicional. Explica que el comandante militar de la plaza:

Un día después del comienzo de las hostilidades, el 10 de febrero de 1913, reanudó las negociaciones con los rebeldes y se reunió personalmente con Félix Díaz al día siguiente. En estas negociaciones ambas partes llegaron a un acuerdo para derrocar al gobierno de Madero y decidieron que Huerta escenificaría una “guerra falsa” con el fin de eliminar tantas tropas leales a Madero como fuera posible antes de intentar un golpe.23

Este argumento, planteado explícitamente por primera vez por Ross,24 es reproducido tal cual por Katz quien, como hizo Ulloa un decenio antes con documentación estadounidense, lo apuntala con papeles provenientes del Foreing Office británico: un informe de septiembre de 1913, donde se afirma que Huerta transmitió regularmente información a los hombres de la Ciudadela a lo largo de la Decena Trágica. Consecuente con este punto de partida, ofrece una simple explicación de las operaciones en el campo de batalla: “Huerta hizo colocar los cañones de forma que de ninguna manera pudieran bombardear las posiciones de los rebeldes”, pues en realidad, “no estaba combatiendo con el objeto de derrotar al movimiento de Díaz”.25 Para ese momento, las repeticiones y el prestigio de los autores que sostienen esta explicación de los hechos militares ya la habían convertido en la más corriente y durante los años subsecuentes se fue reproduciendo de manera inercial.

En 1985, Luís Garfias ofreció una síntesis de las operaciones militares de la Decena Trágica en la que repite la contradicción (o al menos la falta de concordancia) entre explicaciones y evidencias: aunque reconoce que con la toma de la Ciudadela “los rebeldes capturaron un importante arsenal militar” y señala la inferioridad proporcional de la artillería de las fuerzas leales,26 insiste en la explicación de la guerra falsa y, como Michael Meyer, desatiende las consecuencias lógicas de una posible superioridad militar del bando rebelde, a pesar de que él mismo aporte indicios al respecto: “El día 10 comenzó la actitud tortuosa y falsa del general Huerta al no adoptar las medidas adecuadas para batir a los sublevados”.27 Pero no explica qué medidas tendría que haber adoptado, es decir, de qué manera las fuerzas leales hubieran podido “batir” a los insurrectos con los elementos de los que disponían. Esta omisión, comprensible para un historiador universitario como Meyer, resulta sorprendente en un militar profesional que llegó al generalato.28

También a mediados de los años ochenta, Enrique Krauze reiteró implícitamente esta interpretación en su segunda Biografía del poder, consagrada a Madero, su gobierno y su caída. Más cauto que sus colegas, Krauze sólo insinúa: “los observadores perciben movimientos extraños: Huerta sacrifica hombres, pero se resiste a tomar la Ciudadela; Díaz y Mondragón sacrifican hombres, pero sus obuses no dañan puntos clave de la plaza”.29

Las historias de la revolución aparecidas desde entonces tratan el asunto repitiendo, con ligerísimas variaciones, el mismo tema: así lo hicieron Josefina Mac Gregor en 1985,30 Alan Knight al año siguiente,31 Javier Garciadiego en 2002,32 Ariel Rodríguez Kuri en 201033 y Felipe Ávila y Pedro Salmerón en 2015.34 Aun Antonio Saborit, en el prólogo de la antología sobre la Decena Trágica que publicó en 2013, lo reproduce, a pesar de que incluya en ella muchos textos contemporáneos -los de Barba Jacob y Toro, por ejemplo-, que apuntan en otras direcciones.35

Temporada de zopilotes, publicada por Paco Ignacio Taibo II en 2009, insiste en la guerra falsa, y agrega la cobardía e incompetencia a la falta de voluntad por parte los bandos en disputa: “¿Victoriano Huerta es simultáneamente un inepto que desprecia las vidas de sus hombres y que no quiere que el conflicto desestabilizador de la presidencia de Madero termine?...” Y los rebeldes, que “Cuentan con la mayoría de la guarnición de la Ciudad de México”, “no saben qué hacer con ella fuera de encerrarla entre los muros de la Ciudadela”.36 La versión de Taibo II es acaso el más claro ejemplo de cómo el argumento de la guerra falsa es tributario de la explicación de la Decena Trágica con base en las características morales de sus protagonistas y no en el análisis de los hechos: en el forro del libro se lee, encima del nombre del autor: “En este país hay muchos hijos de la chingada y los peores son los seis generales que dieron el golpe contra Madero”, quien es calificado en el primer párrafo del texto propiamente dicho de “insoportablemente naíf” y “más bueno que el pan”.37

De este modo se ha impuesto la explicación militar cuyas líneas generales se plantearon desde 1915. No porque estuviera bien elaborada ni porque gozara de una gran coherencia, sino porque exacerbaba los roles asignados a Madero y Huerta en este episodio fundacional y confirmaba algunas interpretaciones generales del proceso revolucionario en su conjunto: el carácter iluso y utópico del proyecto maderista; la bajeza moral del intento restaurador huertista, la podredumbre, sumada a la incompetencia, del Ejército Federal; elementos que convertían al movimiento constitucionalista y a la refundación estatal y castrense de Teoloyucan en una consecuencia inevitable. En cierto sentido es obvio que, a lo largo de más de cien años, los historiadores no hayan buscado fuentes militares para explicar la Decena Trágica; no tenían para qué: no era necesario responder a preguntas de índole militar.

Ángeles, el primer indicio

Sin embargo, las preguntas acaban planteándose. Con mayor razón cuando un país cuenta, como México, con una gran cantidad de académicos y centros de investigación sobre su pasado. Entonces, los indicios diseminados por aquí y por allá y la variopinta producción historiográfica mexicana, pueden servir como puntos de partida.

Durante medio siglo las versiones de la guerra falsa, que, como se ha visto, se apoyan más en supuestos sobre sus protagonistas que en evidencias de los hechos o la coherencia de éstos, se han visto forzadas a divagar para explicar la actuación de Felipe Ángeles en la Decena Trágica. Según esta lógica explicativa, Ángeles -profesional, eficiente y, sobre todo, leal- tendría que haber tomado la Ciudadela, pero, puesto que no lo hizo, hay que explicar por qué. Cumberland dice que en cuanto llegó a la ciudad de México, Huerta utilizó sus fuerzas para “defender la ciudad contra un inexistente ataque de Zapata”; Ross, que las baterías a su mando estaban colocadas de forma que su “ángulo de trayectoria no apuntaba contra los muros de la fortaleza”, y que, además, “las metrallas usadas en los cañones no podían penetrar en los muros”; Silva Herzog, que Huerta “sabiendo que sería siempre leal al gobierno, le señaló un puesto secundario desde el cual no podía hacer daño con sus cañones”; Guilpain, que no contaba con los proyectiles indicados y no se atrevió a desobedecer las órdenes de sus superiores; Katz vuelve sobre las municiones inadecuadas y sugiere que no contaba con éstas debido acaso “a un sabotaje del jefe de la artillería, Guillermo Rubio Navarrete, confidente cercano de Huerta” y, sólo como segunda posibilidad, a que prácticamente toda la munición hubiera estado “almacenada en la Ciudadela, ahora controlada por Félix Díaz y sus tropas”.38

Adolfo Gilly, por su parte, publicó a principios de 2013 el primer libro proveniente del mundo académico dedicado exclusivamente a la Decena Trágica.39 Su trabajo también se inscribe en la larga tradición de la guerra falsa (“esa guerra de engañifa en la cual había sido embarcado el Ejército Federal entero”); da por hecho el contacto y acuerdo entre Huerta y los rebeldes de la Ciudadela desde el 11 de febrero, y presenta, coherentes y reorganizados, todos los argumentos expuestos hasta ahora para justificar el desempeño de Felipe Ángeles durante el episodio: desde su nombramiento en un puesto subalterno, hasta sus afanes de obediencia y de “no parecer intrigante”, pasando por lo inapropiado de las municiones puestas a su disposición.

Sin embargo, Cada quien morirá por su lado, ofrece una verdadera novedad interpretativa al introducir a un nuevo actor principal -Felipe Ángeles- en la narración de la Decena Trágica y, con él, una lógica explicativa complementaria, además de la conspiración para tumbar a Madero por parte de los “dueños del gran dinero”: un conflicto entre militares, en gestación desde la caída de Porfirio Díaz, y agudizada en la campaña contra los zapatistas, en la que sus mandos sucesivos -Huerta y Ángeles, precisamente- habían puesto en evidencia talentos totalmente distintos respecto de la nueva situación generada por el movimiento revolucionario. Para Gilly, la Decena Trágica no es sino la apertura del conflicto entre militares a favor y en contra de la revolución, que:

se saldó el 17 de mayo en la batalla de Paredón y el 23 de junio [de 1914] en la toma de Zacatecas, cuando la División del Norte al mando de Pancho Villa y Felipe Ángeles, y de sus oficiales formados en la vida unos y en la academia otros, destruyó para siempre al Ejército Federal y decidió la caída y la fuga de Victoriano Huerta…40

En realidad, la narración de Gilly en su conjunto puede considerarse como un alegato contra el supuesto de base de la guerra falsa -el acuerdo entre los militares-, a pesar de que la afirme en diferentes pasajes. Basta con aceptar la posibilidad de que los demás compañeros de armas del general Ángeles hayan estado en la misma situación que éste durante la Decena Trágica.

Atisbos de otra historia militar

La idea de la guerra falsa, a pesar de su éxito y difusión, no ha sido la única. Un cuarto de siglo después de la Decena Trágica, Juan Manuel Torrea, mayor de caballería en febrero de 1913 y colaborador a las órdenes del general Villar en la recuperación de Palacio Nacional, publicó un meticuloso estudio sobre la Decena Trágica, basado en fuentes de primera mano predominantemente de origen militar que reunió entre 1915 y 1917. En este trabajo ni siquiera se insinúa la posibilidad de que las operaciones contra los levantados hubieran sido simuladas. Para Torrea los continuos tiroteos “eran de gasto y principalmente al tratarse de fuego de artillería, con objeto de que los rebeldes consumieran el mayor número de municiones para buscar la superioridad de las fuerzas del Gobierno en este capítulo”. Las fuerzas de Díaz y Mondragón, por su lado, los utilizaban para “dañar a la ciudad lo mejor posible, para lograr, como lo hicieron ante la debilidad del Gobierno y del mando militar, la continuada presión de la masa civil y de algunos de los ministros extranjeros acreditados ante el Gobierno de México, como representantes de diversos países”.41

El “trágico desenlace” del episodio se debió en última instancia, según Torrea, a la incompetencia del secretario de Guerra, general Ángel García Peña, que entregó el mando único al general Huerta y no organizó correctamente las fuerzas leales para la protección del gobierno ni para la represión de los levantados. En su estudio, que va reconstruyendo los hechos nivel por nivel, desde las unidades básicas de combate hasta el mando superior, se vislumbra otra historia de la Decena Trágica, en la que los mandos militares no se allegan ayudantes aptos, no nombran jefes de Estado Mayor ni de órdenes, y no pueden, por consiguiente, hacerse ideas precisas de lo que estaba ocurriendo ni realizar los movimientos pertinentes; una historia en la que la organización y la jerarquización de las fuerzas militares explica incluso la posibilidad de traición por parte de Huerta y Blanquet:

La Secretaría de Guerra designó Jefe Militar de Palacio al Jefe del Estado Mayor [general García Hidalgo]; equivocación militar imperdonable, ya que ese mando había sido, y es conveniente que así sea, de total separación de las otras oficinas de guerra, dependiendo exclusivamente del Presidente de la República […] Las tropas de Palacio deben estar a las órdenes directamente de ese Gobernador o Jefe Militar del Edificio.42

Pero este primer -y hasta ahora único- trabajo de historia militar sobre la Decena Trágica ha pasado más bien desapercibido a pesar de que fue reditado al cumplirse cincuenta años de los hechos.43 A partir del 19 de febrero de 1913 Torrea, como la inmensa mayoría de los jefes y oficiales del ejército, siguió obedeciendo las órdenes del gobierno federal, participó en operaciones militares y llegó hasta el grado de general brigadier durante el gobierno de Huerta. Tras la rendición de Teoloyucan, no fue perseguido ni acusado por los vencedores constitucionalistas, pero su carrera militar concluyó definitivamente. Los razonamientos de un exhuertista no solían ser escuchados en el México posrevolucionario, por más que éste hubiera participado directamente en la recuperación de Palacio Nacional el 9 de febrero, ni que aquéllos fueran sugerentes y estuvieran bien expuestos.44

No fue hasta los años sesenta y setenta que aparecieron otros trabajos que tampoco seguían la idea de la guerra falsa y que, como el de Torrea, echaban mano, aunque en menor medida, de partes de guerra y documentos administrativos militares. En 1976 apareció la versión definitiva de la Historia general de la Revolución, de José C. Valadés, que había comenzado a publicarse desde 1963,45 en la que no sólo no sigue la versión de la guerra ficticia, sino que explica el inicio de la Decena Trágica de forma radicalmente distinta:

si el general Huerta cometió un pecado al aceptar la comandancia militar de la Plaza, tal pecado no fue el del dolo y la premeditación engendrados en una pretraición. Consistió en no haber tenido la entereza de advertir al Presidente -y tenía obligación de hacerlo por sus aptitudes de soldado- que la Ciudadela no podía ser tomada con las armas y las fuerzas que el gobierno poseía en esos momentos...

Y sigue:

En efecto, frente a los dos mil soldados y rurales del Gobierno, los dos mil y tantos defensores de la Ciudadela tenían un poder de fuego equivalente a veinte mil soldados […] sus proyectiles le alcanzarían para resistir, con todas las posibilidades de triunfo, un asalto de diez a quince mil hombres durante cuarenta y ocho horas.

[…] Todo, pues, menos la moralidad y la constitucionalidad, se hallaba de parte del general Díaz.46

Los fracasos de los ataques a la Ciudadela son entonces, desde la perspectiva de Valadés, lógicos. Su narración de la Decena Trágica, basada en esta hipótesis sobre la relación de fuerzas militares, explica de forma precisa las acciones y motivaciones de sus principales actores: Huerta, que teme ser destituido “por tercera vez”, asalta la Ciudadela sin la preparación indispensable de una artillería con la que, de cualquier modo, no cuenta; acepta, hasta el 15 de febrero, dialogar con los rebeldes; aprovecha -y en la medida de sus posibilidades propicia- las presiones contra el gobierno ejercidas por los legisladores y el cuerpo diplomático y, antes de que los acontecimientos dejen de ir a su favor, juega la que era en realidad su única carta segura: “era dueño de la libertad y vida del presidente de la república”. Éste, mientras tanto, logra impedir que la rebelión de la Ciudadela se esparza por el resto de la ciudad y del país, ordena la concentración de todas las fuerzas militares posibles en la capital de la república, constata que las amenazas de invasión estadounidense por parte del embajador Wilson son exageradas y, para el 17 de febrero, tiene decidida la sustitución de Huerta por Velasco o Ángeles y la instalación del vicepresidente Pino Suárez en San Luís Potosí; en suma, la continuación de las operaciones en contra de los rebeldes de la Ciudadela, interrumpidas por la traición de Huerta y Blanquet.47

El mismo año de publicación de la Historia general de Valadés, Miguel Ángel Sánchez Lamego -que fue soldado en la Revolución y luego se formó profesionalmente en las flamantes academias castrenses del nuevo régimen- publicó su estudio militar de la etapa maderista48 en el que explica que las operaciones de asedio a la Ciudadela tuvieron tres etapas: ataque masivo, ataque sorpresivo y preparación de operaciones de aproche. En su trabajo, que se limita a asuntos militares, tampoco se puede ver nada que permita suponer que las fuerzas leales y las rebeldes no hayan estado verdaderamente enfrentadas hasta el 18 de febrero cuando, a punto de iniciar las operaciones de aproche, “después de 8 días de lucha, el General Huerta resolvió el problema militar que tenía, aprehendiendo al Presidente y al Vicepresidente de la República […] pactó en seguida con el General Félix Díaz la suspensión de las operaciones”.49

Pero a pesar de la existencia de versiones de la Decena Trágica como un verdadero conflicto militar y que éstas fueron reeditadas en los años sesenta y setenta y repetidas por Sánchez Lamego (el autor que más se ha ocupado de la historia militar de la Revolución),50 no se sometió entonces a examen la explicación de la guerra falsa. A diferencia de Europa y Estados Unidos, en México, el revisionismo historiográfico no abarcó los asuntos militares; en los años sesenta y setenta su joven historia académica daba voluntariamente la espalda a éstos, pues políticamente aborrecía su identificación con posiciones autoritarias y científicamente despreciaba su ingenuidad y simpleza; el aislamiento de los militares y sus asuntos -incluida su historia- del resto de la sociedad era, además, uno de los acuerdos básicos del sistema político posrevolucionario.51 Posteriormente, sólo Josefina Mac Gregor ha cuestionado la lógica del argumento que sirve como piedra de toque del relato de la guerra falsa: el contacto y acuerdo temprano entre Huerta y los rebeldes:

Si todo hubiera estado ya previsto entre los jefes de las dos fuerzas, ¿qué sentido habría tenido discutir y establecer un pacto que, además, sabemos se acordó no sin dificultades? Creemos más bien que Huerta realizó su propio juego, y que fue aprovechando poco a poco las oportunidades que las circunstancias le brindaron para llegar a la presidencia: finalmente, si Félix Díaz ambicionaba la silla presidencial, sin otro mérito que ser el sobrino de su tío, ¿por qué no iba él a tener semejante aspiración si su papel en el ejército, tanto durante el gobierno de Díaz como en el de Madero -sobre todo en este último-, había sido sobresaliente?; inclusive, al morir Reyes, Huerta se situaba entre los militares de mayor rango y prestigio del ejército. Sólo era cuestión de esperar el momento oportuno…52

La historia militar por venir

En los años recientes, los temas de carácter militar han ido apareciendo en el panorama historiográfico mexicano; sus temas, problemas y preguntas han ganado espacios y van adquiriendo derecho de ciudadanía. Paulatinamente, sus fuentes naturales -más a la mano ahora que hace quince o veinte años- se incorporarán al catálogo habitual de recursos de información sobre el pasado de México. Cuando estas nuevas preguntas y estas nuevas fuentes se ocupen cuidadosa y sistemáticamente de la Decena Trágica, es muy probable que aparezca una historia totalmente diferente de ésta. Las que siguen son unas primeras aproximaciones al respecto.

Primera: armas

Tendrá que considerarse con todo detenimiento la superioridad en lo que se refiere a materiales de guerra adquirida por los rebeldes al tomar el control de la Ciudadela, que era el único depósito de armas y municiones del Ejército Mexicano, y las posibilidades operativas de ambos bandos en función de las armas que poseían.

Los sublevados contaban con muchos más cañones y sus respectivas municiones que las fuerzas del gobierno. Torrea, con base en documentación del Departamento de Artillería, dice que el 9 de febrero las tropas leales contaban con una sola batería,53 y que los días posteriores se sumaron otras cuatro, una de las cuales era “mixta, con diversos modelos de material”, además de una sección (dos cañones) de montaña y un cañón suelto. Aparte de las municiones con las que regresaron las dos baterías al mando de Ángeles, el gobierno contaba con 60 obuses torpedo. Los alzados de la Ciudadela contaban, por su parte, con dos baterías del Primer Regimiento de Artillería, una del Segundo, una batería de montaña y tenía a su disposición los 40 cañones almacenados en la Ciudadela. Contaban, además, con trece mil proyectiles para artillería de diferentes tipos.54 La posesión de ametralladoras y sus municiones era aún más contrastante: unas cuantas en manos leales, 120 y sus respectivos cartuchos en los almacenes de la Ciudadela.55

La artillería de tiro rápido en México había entrado en acción muy poco tiempo antes, y sus contundentes efectos en el campo de batalla quedaron de manifiesto en la segunda campaña contra la rebelión norteña de Pascual Orozco, en la que los 24 cañones de los que disponía el mando federal, fueron un elemento importante en las victorias de Conejos, Rellano y Bachimba, entre mayo y julio de 1912.56 El uso de ametralladoras el 9 de febrero en la defensa de Palacio Nacional y la rendición de la Ciudadela fue muy importante y está ampliamente documentado;57 poco más de un año después, en abril de 1914, José Azueta habría de demostrar las extraordinarias posibilidades defensivas de este ingenio, cuando, con una sola ametralladora, contuvo por un tiempo el avance de los infantes de marina estadounidenses por el puerto de Veracruz.58

Pero aún más importante que la superioridad numérica del armamento de los rebeldes respecto del de las fuerzas leales, es el efecto de conjunto cuando se enfrentan fuerzas equipadas de fusiles modernos, ametralladoras y cañones de tiro rápido. Estos artefactos eran, de hecho, el punto culminante de una larga sucesión de adaptaciones técnicas experimentadas por las armas de fuego durante el siglo XIX,59 y su introducción dio, a principios del XX, una importancia inédita a la artillería. En África del sur los bóeres pusieron en jaque a las fuerzas británicas durante más de un año debido, entre otras cosas, a que contaban con artillería de una generación más reciente que éstas. En el este de Asia, el ejército del emperador japonés venció al del zar ruso en 1904 gracias, principalmente, a la superioridad de su artillería.60 Las guerras de los Balcanes y la Primera Guerra Mundial, una década después, pusieron en evidencia que del enfrentamiento de ejércitos con armas de infantería y artillería equiparables resultaba la parálisis de los frentes, es decir, la guerra de trincheras.61 Por ello no es descabellado suponer que su repentina utilización en la ciudad de México en febrero de 1913 -en una concentración, además, sin precedentes-62 haya conducido a una situación militar inédita, que tendía a inmovilizar a las fuerzas oponentes en sus posiciones, por razones que, en ese momento, escapaban incluso a los mandos militares.

Segunda: personas

Las diversas versiones sobre la caída del gobierno de Francisco I. Madero ofrecen cifras contradictorias sobre el número de posibles efectivos militares de cada bando. Tras revisar la poca documentación oficial a la que tuvo acceso, Miguel Ángel Sánchez Lamego no pudo sumar más de 400 hombres a la lista de rebeldes ni unos mil doscientos a la de las fuerzas leales al gobierno.63 Cifras muy lejanas a las que ofrece Allan Knight, quien afirma que los rebeldes eran unos mil quinientos.64 Evidentemente hay un problema de fuentes y de crítica de éstas que es necesario enfrentar; aparte de considerar que, además de las fuerzas de línea, irregulares y auxiliares del ejército, hubo una gran cantidad de civiles voluntarios, en ambos bandos, como ponen en evidencia los testimonios escritos y gráficos de aquellos días.65 La participación de la inmensa mayoría de los residentes de la ciudad que no tomaron las armas (o que las tomaron y las dejaron) pero tampoco se limitaron a ser víctimas secundarias de los enfrentamientos, y ocuparon repetidamente las calles, es otro aspecto que debe incorporarse a la investigación del episodio. A este respecto, Ariel Rodríguez Kuri ha llamado la atención sobre “el cúmulo de nuevas visiones, actitudes y comportamientos de la gente menuda” ante el fenómeno revolucionario en la ciudad de México y, específicamente, del impacto específico de los hechos de guerra en su sensibilidad y vida cotidiana.66

Tercera: espacios

A pesar de la gran cantidad de estudios realizados al respecto, la Decena Trágica nunca se ha mostrado o explicado seriamente en un mapa.67 No obstante, este ejercicio es ineludible si se quiere comprender cabalmente lo ocurrido; en abono de este argumento, se presenta aquí una primera aproximación (plano 1): en un mapa contemporáneo y atendiendo sólo dos fuentes primarias se apuntaron las posiciones de las artillerías enfrentadas y de los lugares donde hubo combates, aparte de los conocidos asaltos a la Ciudadela. El análisis y la crítica sistemática de la gran cantidad de las fuentes directas de que se dispone deberá llevar a la elaboración de varios planos, indispensables para el establecimiento de relaciones causales entre los ámbitos militar, político y social, y, en consecuencia, para la comprensión de lo ocurrido.

Algunas cosas pueden apreciarse desde ahora en este primer esbozo: para empezar, que los rebeldes no se refugiaron en la Ciudadela; sino que se hicieron fuertes a partir de ésta, y que, además de rechazar fácilmente los ataques directos en su contra, ejercieron su influencia en un área de más de veinte manzanas, entre la avenida Morelos, las calles Victoria, San Juan de Letrán, Arcos de Belén, la Avenida Chapultepec y Bucareli. Esto hacía extremadamente difícil el establecimiento de un sitio en forma a las posiciones de los rebeldes, que en realidad nunca estuvieron aislados.

La frecuencia y la intensidad de los combates en sus linderos norte (sexta demarcación de Policía) y este (Cuartel de la Gendarmería Montada, San Juan de Letrán), por contraste con los avances rebeldes por el sur y el oeste (retirada de la batería federal del Campo Florido, conquista de posiciones cerca de los talleres de la Indianilla, en la Garita de La Piedad y en los límites de la colonia Roma), permiten suponer una lógica distinta: no la del asedio a la Ciudadela, sino la de un irregular frente establecido para impedir el avance rebelde hacia Palacio Nacional, a donde se llevaron casi todas las armas y municiones con las que contaba el gobierno. Del otro lado, en los linderos suroccidentales de la ciudad, dominados por los rebeldes, estaba la Embajada de los Estados Unidos.

Cuarta: operaciones

La presunción de debilidad del levantamiento de la Ciudadela se ha apoyado en dos comparaciones, una explícita y otra implícita. Aunque nadie lo escribe, es casi inevitable equipararlo con el motín de la guarnición del puerto de Veracruz, encabezado por el propio Félix Díaz en octubre del año anterior y derrotado fácilmente por las fuerzas federales; también con la expedita recuperación de la Ciudadela -episodio que, como se ha visto, sí es evocado por varios historiadores- a manos de Sóstenes Rocha en 1871. No hay, sin embargo, mucho que comparar: el pronunciamiento de Díaz en Veracruz aspiraba a ser el inicio de un golpe militar incruento, pero no fue secundado por los buques de la armada ni por otras unidades militares y tampoco obtuvo respaldo popular, y el general Joaquín Beltrán pudo reunir una fuerza que doblaba en número a la de los efectivos y cañones rebeldes, con la que tomó la plaza que prácticamente no fue defendida. Cuarenta años atrás, los jefes antijuaristas (que tampoco consiguieron con ese acto la adhesión de otras unidades militares) contaban con muy pocos hombres, no fueron capaces de utilizar los cañones a su disposición y prefirieron escapar mientras sus oficiales subalternos contenían momentáneamente el embate de las fuerzas leales.68

Para el siglo XX las fuerzas militares mexicanas conocían bien las características de las operaciones de defensa y asedio a ciudades; en 1863 habían resistido dos meses en Puebla al sitio impuesto por los invasores franceses y, cuatro años después, habían derrotado al imperio de Maximiliano tras el asedio -de una duración semejante- a la ciudad de Querétaro.69 Por eso sabían que estas operaciones solían ser largas y requerir de muchos recursos materiales y humanos. La rebelión de la Ciudadela en 1913 no fue el inicio de un cuartelazo, sino consecuencia de un pronunciamiento derrotado, que obligó a sus protagonistas a combatir y puso a la capital en una situación desconocida, distinta al sitio, el asedio o el sometimiento de una guarnición mal armada:70 dos bandos militares, equipados con las armas más modernas de la época, obligados a combatirse en las calles de una metrópoli que no puede ser evacuada ni fortificada; no era la guerra a la ciudad, sino la guerra en la ciudad, tan temida por los militares.71

Ante lo novedoso de esta situación, los asaltos iniciales masivos y por sorpresa (las dos primeras etapas que menciona Sánchez Lamego que, por otro lado, recuerdan los procedimientos de Rocha en 1871) pueden entenderse como aproximaciones y tanteos. La decisión del último día de operaciones de sofocar sistemáticamente la rebelión por “aproche” -avanzando a cubierto de los fuegos defensivos horadando los muros, de casa en casa- parece razonable. Además de ser uno de los procedimientos más antiguos para la guerra urbana,72 el aproche había dado uno de los pocos éxitos, aunque efímero, a las fuerzas leales: la conquista de la Cárcel de Belén el 11 de febrero.73 La recuperación de este edificio por parte de los rebeldes al día siguiente ilustra lo que una concentración suficiente de impactos de proyectiles adecuados hace a un edificio con muros de más de un metro de espesor: justamente de lo que se quejaron de carecer Rubio Navarrete y Ángeles.74

Desde que comenzaron los combates se hizo evidente que los nuevos ingenios militares ponían, como nunca antes, a los habitantes de la ciudad a la merced de quienes los poseyeran. Esta insospechada consecuencia de la modernización material del ejército mexicano no pudo haber pasado desapercibida por sus mandos. Todos los testimonios de la Decena Trágica dan cuenta del efecto de los bombardeos sobre las casas, los edificios y la población civil; pero puesto que se sabe muy poco de los movimientos y encuentros militares que ocurrieron, no hay elementos para deducir en qué casos los bombardeos de la artillería se utilizaron en contra del enemigo (es decir, para abrir caminos y proteger el avance de la infantería propia y desmontar las baterías adversarias) y en cuáles tenían el objetivo de causar daño al conjunto de la ciudad y su población.

En todo caso, el fuego de la artillería y las ametralladoras sufrido por los civiles tuvo consecuencias más inmediatas para la resolución del conflicto que el que padecieron las unidades militares. Sin el estricto dispositivo disciplinario para contener las reacciones normales de pánico entre los soldados,75 la población civil fue dominada por éste; como apunta Rodríguez Kuri, la clave de la Decena Trágica no fue la traición o el oportunismo, sino el terror, cuya intensificación y prolongación “abriría las puertas para una solución radical al problema ‘Madero’ ”.76 Según consta en documentos administrativos militares, los rebeldes dispararon durante la rebelión no menos de once mil granadas: más de mil disparos de cañón por día,77 practicados desde el corazón de una capital, sugieren mucho más que propaganda, más aún que táctica; sugieren una estrategia, con el fin de ganar la guerra: tomar la ciudad misma como rehén gigante, como razón primera para negociar -con quien sea- desde una posición de fuerza.

Quinta y última: explicaciones

Si una historia militar en forma sobre la Decena Trágica revelara, como creo, que ésta no sólo significó una amenaza verdadera para el gobierno de Madero, sino que llevó a los bandos enfrentados militarmente a un punto muerto en el que ninguno podía vencer rápidamente al otro, entonces será necesario replantear y reinterpretar mucho de lo ocurrido durante aquéllos días: Madero y su gobierno en un predicamento político-militar prácticamente irresoluble: por un lado, la necesidad de preparar una operación que podría alargarse mucho y para la que harían falta una buena organización y muchos recursos; por el otro, el condicionamiento de los apoyos políticos (indispensables para hacerse de éstos y lograr aquélla) al sometimiento inmediato de los levantados; los militares leales intentando comprender una situación militar inédita; Huerta, incapaz de derrotar rápidamente a los rebeldes, paulatinamente más dispuesto a negociar con ellos y a obtener beneficios personales al hacerlo; Díaz y Mondragón, amenazando a toda la ciudad, pero incapaces de romper el asedio en el que se hallan, utilizando a legisladores mexicanos y diplomáticos extranjeros como agentes oficiosos para negociar la caída del gobierno…

En 1995 Santiago Portilla publicó el primer trabajo extenso de historia militar generado en el ámbito académico mexicano, en el que demostró que -contrariamente a lo repetido una y otra vez hasta entonces- la rebelión maderista había llevado al borde del colapso al Ejército Federal a mediados de 1911 y que las negociaciones que pusieron fin al gobierno porfirista fueron consecuencia directa de esta nueva relación de fuerzas.78 Del mismo modo, un estudio minucioso de la rebelión de la Ciudadela de 1913 pondrá en evidencia que el fracaso del golpe militar del 9 de febrero condujo a un motín o insurrección,79 en que las dos facciones del Ejército se enfrentaron realmente, pero cayeron en un punto muerto, y que la prolongación de éste condujo a sus actores a salir de él a través de la negociación y no de la fuerza. El golpe militar del 18 de febrero que concluyó con el gobierno de Madero fue condición previa para concretar este acuerdo, no su consecuencia.

Fuentes

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*Trabajo preparado durante una estancia sabática en el Institut des Hautes Études de l’Amérique Latine (Université Paris 3, Sorbonne Nouvelle), realizado con el apoyo económico de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la UNAM.

1 Alfredo Aragón, El desarme del Ejército Federal por la Revolución de 1913. Le désarmement de l’armée fédérale par la Révolution de 1913, Paris, Imprimerie de Wellhoff et Roche, 1915, p. 12 y 14.

2 Memorias de Victoriano Huerta, México, Senado de la República, Comisión de Biblioteca y Asuntos Editoriales, 2004. Sobre el verdadero autor, véase la argumentación de Josefina Mac Gregor en la introducción.

3 Memorias de Victoriano Huerta, p. 52, 53 y 56.

4 Emigdio Paniagua, El combate de la Ciudadela narrado por un extranjero, México, Tip. Aristocrática, 1913. El colombiano Miguel Ángel Osorio Benítez, mejor conocido por su pseudónimo literario (Porfirio Barba Jacob), escribió esta crónica, que luego publicó con dos nombres distintos: Ricardo Arenales y Lic. Emigdio S. Paniagua.

6 Carlos Toro, La caída de Madero por la revolución felicista, México, F. García y Alva, 1913.

7 José Vasconcelos, Ulises criollo, edición crítica de Claude Fell, Nanterre, ALLCA XX, 2000, p. 512.

8 Francisco L. Urquizo, Obras escogidas, presentación de Alejandro Katz, México, Fondo de Cultura Económica, 1987. El fragmento citado es parte de ¡Viva Madero!, publicado originalmente en 1954.

9 Daniel Gutiérrez Santos, Historia militar de México, 1876-1914, México, Ateneo, 1955, p. 138-139.

10Daniel Gutiérrez Santos llegó al generalato y fue jefe de la Policía de la ciudad de México en la década de 1970. Tuvo una actuación destacada en la Guerra Sucia, las operaciones de contrainsurgencia de la época. Véase Laura Castellanos, México armado 1943-1981, epílogo y cronología de Alejandro Jiménez Martín del Campo, México, Era, 2007, p. 270.

11 Gutiérrez Santos, Historia militar de México…, p. 8.

12 Jesús Silva Herzog, Breve historia de la Revolución Mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1960, v. 1, p. 293.

13 Charles C. Cumberland, Madero y la Revolución Mexicana, México, Siglo XXI, 1977. La primera versión apareció en inglés en 1952.

14 Stanley R. Ross, Francisco I. Madero. Apóstol de la democracia mexicana, México, Grijalbo, 1959, p. 272. La primera versión apareció en inglés en 1955.

15Ross, Francisco I. Madero…, p. 272.

16“Las tropas gubernamentales hubieran podido sofocar la sublevación con bastante rapidez, ya que disponían de fuerzas en número varias veces mayor que las de los rebeldes, de artillería suficiente para demoler las fortificaciones de la Ciudadela, y de municiones en cantidad. Pero Huerta, partícipe él mismo de la conjura contrarevolucionaria, no lo deseaba así y esperaba solamente el momento oportuno para rematar al régimen de Madero. Se conformó, pues, con lanzar algunos disparos de artillería contra las posiciones de los rebeldes (digamos entre paréntesis que intencionalmente los proyectiles no daban en el blanco) y dirigir ataques de caballería contra la Ciudadela, valiéndose para ello de los elementos más fieles a Madero, a los que de hecho mandaba a una muerte segura”. Moisei Samuilovich Alperovich y Boris Timofeevich Rudenko, La Revolución Mexicana de 1910-1917 y la política de los Estados Unidos, México, Ediciones de Cultura Popular, 1960, p. 132. La primera versión apareció en ruso en 1958.

17 Alperovich y Rudenko, La Revolución…, p. 132.

18 Berta Ulloa, La revolución intervenida. Relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos (1910-1940), México, El Colegio de México, 1971.

19 Ulloa, La Revolución…, p. 51.

20 Michael Meyer, Huerta, un retrato político, México, Domés, 1981, p. 61. La primera versión apareció en inglés en 1972.

21 Meyer, Huerta…, p. 57, 61.

22 Meyer, Huerta…, p. 57.

23 Friedrich Katz, La guerra secreta en México, México, Era, 1982, t. 1, p. 121.

24Para esta afirmación en particular, la única fuente que consigna Ross es Manuel Bonilla, El régimen maderista, México, Talleres Linotipográficos de El Universal, 1922.

25Katz, La guerra…, p. 121.

26Afirma que los rebeldes “sacaron la mejor parte pues contaban con dieciséis piezas de artillería y un mayor número de granadas, mientras que los gobiernistas poseían tan sólo once piezas y una reducida cantidad de granadas rompedoras, que por cierto eran las apropiadas para destruir los gruesos muros de los edificios de La Ciudadela”. Luis Garfias, “Aspectos militares de la Decena Trágica”, en Javier Garciadiego (coord. académico), Así fue la Revolución Mexicana, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicanas, 1985, v. 3, p. 443-455.

27 Garfias, “Aspectos militares…”, p. 451.

28Sobre la trayectoria del general Garfias: Bernardo Ibarrola, “Luís Garfias, militar historiador” [presentación], Luis Garfias, Historia militar de la Revolución Mexicana, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 2005.

29Enrique Krauze, Francisco I. Madero: místico de la libertad, investigación iconográfica de Aurelio de los Reyes, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 96. La versión de este autor ha gozado de una difusión incomparable. En 1994 Televisa estrenó la telenovela de 140 capítulos El vuelo del águila, original de Enrique Krauze y Fausto Zerón Medina, en que se reproduce con gran detalle el episodio. Un año antes, la Editorial Clío había publicado Madero vivo: a ochenta años de su sacrificio; al final de esa década, la misma compañía produjo Místico de la libertad, documental basado en la biografía de Madero, que se transmite frecuentemente en la televisión abierta mexicana. Véanse Enrique Alonso (present.), El vuelo del águila [videocasete], México, Televisa, 1994; Fausto Zerón Medina, Madero vivo: a ochenta años de su sacrificio, México, Clío, 1993; Alberto García (realización), Francisco I. Madero, místico de la libertad [videocasete], México, Clío, 1999.

30“El asedio a La Ciudadela se caracterizó por la ineficacia y la ineptitud […] Mientras que la artillería rebelde era certera en sus tiros, la leal no tomaba la fortaleza enemiga porque ‘no se contaba con el equipo adecuado’ ”. Josefina Mac Gregor, “La Decena Trágica y el cuartelazo”, en Javier Garciadiego (coord.), Así fue la Revolución Mexicana, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicanas, 1985, v. 3, p. 435-442.

31“La Ciudadela —que ya no era la fortaleza que había sido— pudo haber sido bloqueada o reducida por la artillería […] tras bambalinas las fuerzas luchaban por una solución no militar […] el comandante de artillería que atacaba la Ciudadela, se esforzó por evitar los muros más vulnerables del antiguo edificio.” Alan Knight, La Revolución Mexicana: del Porfiriato al nuevo régimen constitucional, México, Grijalbo, 1996, v. 1, p. 541. La primera versión apareció en inglés en 1986.

32“[…] se realizaron falsos —por erráticos— ataques a la Ciudadela buscando que el daño fuera hecho a los edificios contiguos, pero no al ocupado por los insurrectos, lo que permitió entrar en connivencia con éstos, al tiempo que se creaba un clima de angustia y zozobra del que se culparía a Madero, tildándosele de incapaz…” Javier Garciadiego, “La presidencia de Madero: el fracaso de un gobierno liberal”, en Gran historia de México ilustrada, México, Planeta DeAgostini/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Instituto Nacional de Antropología e Historia, t. IV, 2002, p. 318.

33“Huerta entendió pronto […] que estaba mejor posicionado política y militarmente que el único infidente notable vivo, Félix Díaz, a la sazón refugiado en la Ciudadela.” Alejandro Rodríguez Kuri, Historia del desasosiego. La revolución en la ciudad de México, 1911-1922, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2010, p. 91.

34“[…] con su aplastante superioridad numérica y de armamento, el ejército hubiera podido acabar con la rebelión, pero Huerta muy pronto vio que podía sacar provecho personal de la situación, estableció contacto con los golpistas y, deliberadamente, prolongó el enfrentamiento.” Felipe Arturo Ávila Espinosa y Pedro Salmerón Sanginés, Historia breve de la Revolución Mexicana, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México/Siglo XXI Editores, 2015, p. 117.

35“Tampoco estaban exentos los habitantes de la ciudad, al cabo de diez días de provocar incertidumbre, miedo y angustia por medio del tiroteo en algunas calles, así como un cañoneo deliberada y lamentablemente errático.” Antonio Saborit (ed. y pról.), Febrero de Caín y de metralla. La Decena Trágica. Una antología, México, Cal y Arena, 2013, p. II.

36 Paco Ignacio Taibo II, Temporada de zopilotes, México, Planeta, 2009, p. 76 y 61. Ese mismo año fue realizada una serie documental protagonizada por el autor basada en su trabajo y difundida por televisión de paga a inicios de 2010: Matías Gueilburt (dir.), Temporada de zopilotes [video dvd], México, Ánima Films/History Channel Latinoamérica, 2010.

37 Taibo II, Temporada…, primera de forro y p. 11.

38Cumberland, Madero…, p. 270; Ross, Francisco I. Madero…, p. 280-281; Silva Herzog, Breve historia…, v. 1, p. 288; Odile Guilpain Peuliard, Felipe Ángeles y los destinos de la Revolución Mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 61-65; Fredrich Katz, “Felipe Ángeles y la Decena Trágica”, en Adolfo Gilly (comp.), Felipe Ángeles en la revolución, México, Era/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2008, p. 34.

39 Adolfo Gilly, Cada quien morirá por su lado. Una historia militar de la Decena Trágica, México, Era, 2013.

40 Gilly, Cada quien…, p. 137, 105, 52 y 183. Información tomada de la página 95 y siguientes.

41 Juan Manuel Torrea, La Decena Trágica: apuntes para la historia del ejército mexicano: la asonada militar de 1913, México, Joloco, 1939, p. 94, p. 146-147.

42 Torrea, La Decena Trágica: apuntes…, p. 229.

43 Juan Manuel Torrea, La Decena Trágica, México, Academia Nacional de Historia y Geografía, 1963.

44Sobre este personaje y la recepción de su obra, Bernardo Ibarrola, Juan Manuel Torrea: biógrafo de banderas. Una aproximación a la historiografía militar mexicana, Ciudad Victoria, Gobierno de Tamaulipas, Comisión Organizadora para la Conmemoración en Tamaulipas del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana, 2010.

45 José C. Valadés, Historia general de la Revolución Mexicana, México, Editores Mexicanos Unidos, 1976. Editado por primera vez en 10 volúmenes entre 1963 y 1967.

46 Valadés, Historia general…, v. 1, p. 563.

47 Valadés, Historia general…, v. 1, p. 546-596.

48 Miguel Ángel Sánchez Lamego, Historia militar de la Revolución Mexicana en la época maderista, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1976.

49 Sánchez Lamego, Historia militar…, v. 3, p. 190.

50Antes de los tres volúmenes de la maderista, Sánchez Lamego había publicado la historia militar de la revolución constitucionalista en cinco volúmenes (1956-1960); después, la de la zapatista bajo el régimen huertista (1979) y de la época de la Convención (1983).

51Un panorama de los ámbitos actuales de la historia militar puede verse en Hubert Heyriès (dir.), Histoire militaire, études de défense et politique de sécurité. Des années 1960 à nos jours: bilan historiographique et perspectives épistémologiques, Paris, Institut de Stratégie et des Conflits/Commission Française d’Histoire Militaire/Económica, 2012. Sobre la historiografía militar mexicana: Bernardo Ibarrola, “Cien años de historiografía militar mexicana”, en Felipe Ávila Espinosa (coord.), Historia de los ejércitos mexicanos, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2013. Una explicación general del Estado contemporáneo mexicano y sus militares en Luis Medina Peña, Hacia el nuevo Estado. México, 1920-1993, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.

52 Josefina Mac Gregor, México y España: del Porfiriato a la Revolución, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1992, p. 145.

53La batería es la unidad de tiro de la artillería. Está compuesta por un corto número de bocas de fuego, sus materiales anejos y el personal que las sirve bajo el mando de un mismo jefe. Tras la introducción de los cañones de tiro rápido a principios de siglo XX, el número de cañones por batería, que hasta entonces había fluctuado, se fijó en cuatro. Edmond Buat, L’artillerie de campagne. Son histoire. Son évolution. Son état actuel, Paris, Librairie Félix Alcan, 1911, p. 212 y 104-111.

54Los proyectiles para la artillería de principios de siglo XX eran de dos tipos: los “rompedores” o torpedos, con una carga simple de explosivo que detonaba con el impacto y los obuses con balas que detonaban después del disparo gracias a una espoleta de tiempo y esparcían éstas, además del propio proyectil fragmentado en esquirlas de formas y tamaños irregulares. Los obuses de balas servían contra objetivos animados; los obuses torpedos, contra objetivos materiales. Buat, L’artillerie…, 1911, p. 198-210.

55 Torrea, La Decena Trágica: apuntes…, p. 144-145.

56 Sánchez Lamego, Historia militar…, v. 3. p. 70-81.

57“De improviso, los dos oficiales que están a cargo de las dos únicas ametralladoras que hay en la azotea de la Ciudadela y de las que tanto depende la defensa de ese puesto, cambian la posición de sus armas y convierten en apetitivo de ellas no a los atacantes felixistas sublevados sino a los propios defensores de la Ciudadela sobre los que disparan […] Casi todos los hombres que estaban parapetados tras de los pretiles del cornisamento de la Ciudadela quedan muertos.” Urquizo, Obras escogidas…, p. 308-309.

58 Isidro Fabela, Historia diplomática de la Revolución Mexicana, México, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, 1985, v. 1, p. 342.

59Las más notables, para todas las armas de fuego, fueron cañones de acero fundido y aleaciones sucesivamente más resistentes, ánimas rayadas, y carga por la parte posterior (o retrocarga); fulminantes por fricción, explosivos coloidales (pólvora sin humo), municiones completas (carga, explosivo y fulminante) en casquillos metálicos con proyectiles de forma cilíndrico-cónica. Para fusiles, mosquetones y carabinas, mecanismos de descarga y carga simultánea y cargadores de varias municiones (conocidas como “de repetición”). Para la artillería, obuses explosivos con sistemas deflagradores de tiempo o por percusión. La ametralladora, por su parte, es un fusil de repetición capaz, a partir del primer tiro, de repetir automáticamente la secuencia de carga, disparo y descarga. Los cañones de tiro rápido de la artillería estaban dotados de un sistema hidromecánico que absorbía la energía de retroceso generada por el tiro de la munición y hacía que el cañón volviera a su posición original después de cada disparo, con lo que ya no era necesario volver a colocar y apuntar la pieza luego de cada tiro; gracias a lo cual el tiempo entre éstos se reducía al necesario para la maniobra manual de expulsión del casquillo usado y la carga de la nueva munición, es decir unos pocos segundos. Un panorama general de estos desarrollos: Branko Bogdanovic, Le grand siècle des armes à feu, Paris, La Bibliothèque des Arts, 1986; y Daniel Reichel, “Un siècle d’artillerie moderne”, en Erich Egg, Canons. Histoire ilustrée de l’artillerie, Lausanne, Edita, 1971, p. 153-200. Explicaciones técnicas en profundidad: Jules Challeat, L’artillerie de terre en France pendant un siècle. Histoire technique, 1816-1919, Paris, Imprimerie Nationale, 1935.

60Que estaba conformada por, además de una cuarentena de bocas de fuego de generaciones tecnológicas anteriores, 4 cañones Creusot de 115 milímetros, 4 Krupp de 120 milímetros y, sobre todo, 28 cañones de 75 milímetros de tiro rápido. Bernard Crochet y Gerard Piouffre, La guerre russo-japonaise, Antony, ETAI, 2010. Sobre la guerra de los boers: Martin Marix Evans, Encyclopedia of the Boer War. 1899-1902, Oxford, ABC-Clio, 2000, p. 7-10.

61 Quincy Wright, “Inventions and War”, en Alex J. Bellamy (ed.), War. Critical Concepts in Political Science, New York, Routledge, 2009, v. II, p. 170. No se salió de este punto muerto hasta que aparecieron en el campo de batalla dos nuevas máquinas de guerra: los aeroplanos y los carros blindados autopropulsados y que éstas pudieron, además, coordinarse a través de la “telegrafía sin hilos”, es decir, de la radio. Charles Townshend, “The Shape of Modern War”, en The Oxford Illustrated History of Modern War, Oxford, Oxford University Press, 1997, p. 12. Sobre la radio: Pierre Albert et André Tudesq, Histoire de la radio-télévision, Paris, Presses Universitaires de France, 1991, p. 9-10.

62El perímetro de la Ciudadela es de poco más de 670 metros. Si se hubieran dispuesto dentro de sus límites sólo las cuatro baterías de las unidades que se rebelaron, habría quedado una boca de fuego cada 42 metros. En septiembre de 1915, en plena guerra de trincheras, había en el frente de Champagne, un cañón de 75 milímetros cada 32 metros… La concentración de ametralladoras en un frente tan reducido también recuerda la situación en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Gilles Bodinier, “Armes à feu portatives”, en André Corvisier (dir.), Dictionnaire d’art et d’histoire militaires, Paris, Presses Universitaires de France, 1988, p. 48-56; y Gilles Bodinier, “Artillerie”, en André Corvisier (dir.), Dictionnaire d’art et d’histoire militaires, Paris, Presses Universitaires de France, 1988, p. 70-80.

63 Sánchez Lamego, Historia militar…, p. 183-192.

64 Knight, La Revolución Mexicana…, p. 541.

65“Del pueblo, que en grandes masas se había reunido en los alrededores de la inexpugnable posición, iban saliendo, unos tras otros, hombres jóvenes de todas las clases sociales —especialmente obreros, mecánicos y de distinguidas familias, y penetraban en el cuartel del brigadier Díaz con el objeto de pedir un rifle—. A nadie se le negaba; eso sí, a todos se les advertía que, en caso de querer volver a la calle, dejasen antes el arma que se hubiera dado.” Paniagua, El combate de la Ciudadela…, p. 34. Las fotografías que muestran civiles armados son muy abundantes. Gustavo Casasola, Historia gráfica de la Revolución Mexicana, México, Trillas, 1973, v. 2. Una aproximación a los acervos fotográficos como fuentes de información de la época: Rosa Casanova (inv. y coord.), Francisco I. Madero: entre imagen pública y acción política, 1901-1913, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2012.

66 Rodríguez Kuri, Historia…, p. 18 y siguientes.

67Sólo hay, hasta donde sé, una fuente cartográfica contemporánea: el croquis levantado para la embajada estadounidense que se citará más adelante: “Map of Mexico City cut from an unidentified periodical and marked by J. E. Long to show the significant sites of the Decena Trágica, including the lines of battle fire and the location of the Díaz and Federal batteries; the map is signed by Long” [febrero de 1913]. Impresión fotomecánica. 30.24 × 46.6 cms. GRI SC. ID/Accession: gri_mexico_98_r_30_1s. Permalink: http://hdl.handle.net/10020/98_r_30_1s.

68Sobre la rebelión de Díaz en Veracruz: Sánchez Lamego, Historia militar…, v. 3, p. 167-182. Sobre la rebelión de la Ciudadela en 1871: Alejandro García, Ataque y asalto de la Ciudadela de esta capital en la noche del 1o. de octubre de 1871. Parte detallado que el C. Alejandro García, general de División y en jefe de las fuerzas del Supremo Gobierno, dirige al ciudadano ministro de Guerra, México, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de José María Sandoval, 1871.

69Sobre estas operaciones: Bernardo Ibarrola, “Las fuerzas militares y la fundación del Estado liberal mexicano, 1848-1877”, en Josefina Mac Gregor (coord.), Miradas sobre la nación liberal: 1848-1948. Proyectos, debates y desafíos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, t. 3.

70Poco después del episodio mexicano que aquí se trata, estalló la segunda guerra de los Balcanes. El ejército griego tomó prisionero al contingente de sus antiguos aliados búlgaros que permanecía acuartelado en Salónica y que carecía de artillería. El 30 de junio de 1913 inició el ataque: “Todas las medidas necesarias […] habían sido tomadas para evitar, cuanto fuera posible, que la tranquilidad de la ciudad fuera rota por la resistencia de los búlgaros. Así, se habían colocado, desde hacía varios días, alrededor de los campamentos búlgaros, fuertes destacamentos militares, de tal manera que la salida de éstos y la fuga de un solo soldado fuera imposible./La policía había prohibido al mismo tiempo y antes de que comenzara la acción toda circulación de coches y público, y había ordenado que todos los almacenes ubicados en la zona de peligro fueran cerrados […] Desde las siete de la mañana, el ataque comenzó, más o menos simultáneamente sobre los grupos enemigos […] Ametralladoras y cañones fueron puestos en acción”. Veinticuatro horas después la resistencia había concluido; el combate, que costó 30 hombres a los atacantes y ochenta a los defensores, se saldó con la rendición de los 1 300 soldados búlgaros. Véase Bernard Boucabeille, La guerre interbalkanique. Événements militaires et politiques survenus dans la péninsule des Balkans jusqu’en octobre 1913, Paris, Librairie Chapelot, 1914, p. 27-28, traducción propia.

71“Difícil de conducir, la batalla urbana no es más ventajosa para alguno de los ejércitos en lucha. El resultado del combate en la ciudad jamás está garantizado y una ciudad destruida carece de interés para el vencedor. En todas las épocas, el rechazo al combate urbano impregna los reglamentos. Entre los siglos XVI y XIX la ciencia militar se preocupa antes que nada de la defensa de las ciudades y de su conquista. Por contraste, la reticencia universal y veinte veces centenaria respecto de la ‘guerra de calles y de casas’ permanece íntegra. Desde los esfuerzos de los antiguos griegos para limitar los efectos de la guerra hasta las convenciones internacionales de La Haya al final del siglo XIX, que apuntaban a prohibir los daños infligidos a las ciudades, cada época ha intentado impedir lo peor, la guerra en la ciudad, que no la guerra a las ciudades.” Jean Luis Dufour, La guerre, la ville et le soldat, Paris, Odile Jacob, 2002, p. 43, traducción propia.

72Entre las recomendaciones dadas para la defensa de las ciudades sitiadas por el primer manual de táctica del mundo occidental en el siglo IV a. C. estaba la perforación de los muros de las casas para que los guerreros pudieran desplazarse y agruparse sin pasar por la calle. Énée le Tacticien, Poliorcétique, redacción de Alphonse Dain, traducción y notas de Anne-Marie Bon, Paris, Les Belles Lettres, 1967, p. 4.

73“Perforando las casas de la manzana situada entre el Parque de Ingenieros y la cárcel, fuimos acercándonos a dicho penal para atacarla y asaltarla […] salió mi compañía, armado ya el marrazo, y con la mayor rapidez avanzamos sobre la puerta de la cárcel en los momentos que la 1a. Compañía abría vivísimo fuego sobre ventanas, azotea y puerta de la cárcel. Nosotros, la 2a. Compañía, al grito de ‘Viva el Supremo Gobierno’ entramos por la puerta, rindiéndose los ‘ratones’ que no habían escapado hacia la Ciudadela…” Carta de Francisco de P. Puga a Guillermo Rubio Navarrete, 30 de agosto de 1948, CEHM-CARSO, MFGRN, 2, 65, 1-2, [f. 2].

74“El daño que podrá hacerse al edificio de la Ciudadela será de poca importancia, por las razones siguientes: 1o. La artillería tiene en Almacenes y Depósitos, granadas de balas (Scherapnel) y granadas torpedos, y ambas clases de municiones son insuficientes para producir el daño necesario en la posición, pues no hay sino sesenta torpedos, con los cuales no se puede perjudicar el edificio…” Parte de Guillermo Rubio Navarrete a Victoriano Huerta, general en jefe, 17 de febrero de 1913, CEHM-CARSO, MFGRN, 1. 23, 1-2, [f. 1-2].

75Una explicación general al respecto: Fernand Gambiez, “Étude historique des phénomènes de panique”, Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine, v. 20, n. 1, 1973, p. 153-166.

76 Rodríguez Kuri, Historia…, p. 90.

77A finales del siglo XIX Jean de Bloch estableció en su famosa predicción sobre el futuro de la guerra la relación entre bajas humanas y tiros de artillería: 10 330 víctimas por 1450 tiros de cañón. Aunque el cálculo (190 balas y esquirlas por cañonazo que provocan poco más de 7 bajas) se hace en un campo de batalla abierto, da una idea de su poder mortífero. Jean de Bloch, Évolution de la guerre et de la paix. i. Le mécanisme de la guerre de campagne et son fonctionnement. Extrait de l’ouvrage en 6 volumes ayant 43 pour titre: La guerre. Aux point de vue technique, économique et politique, Paris, Imprimerie Paul Dupont, 1899, p. 9.

78 Santiago Portilla, Una sociedad en armas, dibujos cartográficos de Ignacio Márquez Hernández, presentación de Friedrich Katz, México, El Colegio de México, 1995.

79Miguel Alonso Baquer ofrece una tipología de los conflictos político-militares en la que el motín, que suele ser derrotado, se caracteriza por la desobediencia violenta de una unidad armada; mientras que la insurrección, que suele resultar victoriosa, por la voluntad de imponerse en el poder por medio de las armas. Miguel Alonso Baquer, El modelo español de pronunciamiento, Madrid, Rialp, 1983, p. 9-35.

Recibido: 30 de Septiembre de 2019; Aprobado: 30 de Enero de 2020

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