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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.43 Ciudad de México ene./jun. 2012

 

Reseñas

 

María Eugenia Vázquez Semadeni, La formación de una cultura política republicana. El debate público sobre la masonería. México, 1821-1830

 

Erika Pani

 

México/Zamora, Universidad Nacional Autónoma de México/El Colegio de Michoacán, 2010.

  

El Colegio de México

 

A decir de su autora, este libro cuenta una "historia conocida": la de lo que algunos han llamado los "primeros tropiezos" del México independiente. Reseña las discusiones y pugnas políticas que marcaron la erección y caída del imperio de Iturbide, la consolidación de la república federal y su resquebrajamiento con el advenimiento dé la "administración Alamán". El texto, sin embargo, no repite la misma historia: revela, a través del debate en torno a la masonería, la lógica interna de la construcción discursiva del orden republicano en México entre 1821 y 1830. Al analizar estas discusiones de manera minuciosa y atenta a los sucesos que las contextualizan, pone de manifiesto la elaboración y difusión de un nuevo lenguaje político, en un proceso que se muestra menos "desordenado" de lo que sugiere una imagen tradicional de las primeras décadas de vida independiente de la que sigue siendo difícil zafarnos.

Para reconstruir la "cultura política" de estos años, Vázquez Semadeni desmenuza el debate en torno a la masonería que, nos advierte —no sabemos si para disculpar un interés en logias, mandiles, compases y secretos apretones de manos que quizá cree malsano—, no es un tema "marginal". De hecho, su trabajo pone de manifiesto que se trata de un tema central y, sobre todo, de un mirador privilegiado sobre la historia política de la primera década de vida independiente. No en balde los masones de los siglos XVIII y XIX, con sus lemas de razón, libertad e igualdad, conformaban una de las sociabilidades prototípicas de la modernidad, por ser una asociación voluntaria y en principio igualitaria, frente a la naturaleza orgánica y jerárquica del mundo corporativo de Antiguo Régimen. Por otra parte, México en los albores de la independencia sería legatario del discurso antimasónico hispano, en el que estas sociedades encarnaban la amenaza de la "disolución del orden establecido por Dios", cuyo tono se vería exacerbado por la invasión napoleónica a la península. De este lado del Atlántico, este discurso negativo y tremendista se superpuso a una profunda crisis, y lo "masón" sirvió para identificar lo peligroso y amenazante —y, en primer lugar, a la insurgencia—. Esta lectura negativa de lo masónico se prolongó durante el periodo constitucional gaditano, sirviendo de recurso retórico para denostar a diputados y escritores públicos, sin tener que dar razones, lo que no sucedía con otras etiquetas políticas como "liberal" o incluso "servil".

A partir de la independencia, sería la lógica de la política mexicana la que estructuraría el debate sobre la masonería. Con ello la discusión se abriría, permitiendo lecturas distintas y fluctuantes del fenómeno masón, positivas —la masonería como escuela de virtud, como espacio de acción política— y negativas —por esotérica, por secreta, por engendrar y sostener el aspirantismo—. Pero lo que resulta más interesante es que este debate, como bien apunta Vázquez Semadeni, a un tiempo reflejó y moldeó los cambios en la manera en que se pensaba, hablaba y actuaba en política. Al rastrear lo que se decía sobre los masones en los recintos legislativos y en los papeles públicos —la prensa respetable y los folleto samarillistas— durante casi diez años, al explorar tanto los silencios indiferentes como la efervescencia que en ciertos momentos rodeó al tema masón, La formación de una cultura política arroja luz sobre rupturas y continuidades, sobre la aparición y transformación de los actores y discursos dentro de la esfera pública. Con esto contribuye a una mejor comprensión de un periodo denso y complejo, marcado por la polarización de la clase política y una movilización importante de sectores de la población urbana que desembocaron en la fractura del orden institucional, primero con la ascensión a la presidencia de Guerrero, después con la de Anastasio Bustamante.

En este aspecto, es notable la forma en que, a lo largo del periodo, se desdibuja el tema religioso. Éste ocupa quizá el lugar principal durante la crisis de la segunda década del siglo, para convertirse, veinte años después, en un tema entre muchos, que expresa sobre todo una crítica a la Iglesia y a sus hombres, en un proceso intricado en el que, aunque la religión seguía siendo central, los escritores públicos van encerrando a la política en este mundo. Muy sugerente también es la descripción de la forma en que en estos años se construyen identidades políticas enfrentadas —aristócratas y oligarcas contra amigos del pueblo; centralistas contra federalistas; gachupines contra americanos— obra exitosa de los antiguos iturbidistas, que antecede a la rivalidad masónica. Dentro de la misma línea, el texto registra la forma en que, ante el temor y rechazo que provocaron dentro de la clase política el plan de la Acordada, el motín del Parían y otras manifestaciones populares, la imagen de los yorkinos como paladines del pueblo y promotores de su participación vigorosa y directa en la cosa pública se volvió menos eficiente políticamente, tanto en el plano discursno como en el práctico, dada la puesta en marcha de una serie de dispositivos para restringir tanto el acceso al sufragio como las libertades de imprenta y asociación.

La cuidadosa reconstrucción que Vázquez Semadeni hace de un proceso mediante el cual antiguos monarquistas devinieron en los más entusiastas promotores de una democracia radical —incluso cuando, como sucedió en 1828, la "voluntad del pueblo" contravenía las disposiciones legales— nos muestra el carácter coyuntural y estratégico de las identidades políticas decimonónicas, ahí donde —todavía a pesar de lo que se ha complejizado nuestra imagen del México decimonónico— quisiéramos ver estabilidad y coherencia. El mostrar como la consolidación de la rivalidad masónica fue el producto, y no la causa de la polarización política, representa una contribución importante a la forma en que entendemos la construcción del gobierno representativo y de la política competitiva a la que iba inevitablemente aparejado. Este libro, interesante, cuidadosamente investigado y bien escrito, enriquece y aclara nuestra visión de los orígenes y primeros desarrollos de la política moderna en México.

El texto se centra en la cultura política —que la autora define, siguiendo, entre otros, los trabajos de Keith Michael Baker, como "el conjunto de discursos y prácticas simbólicas mediante los cuales los individuos y los grupos articulan su relación con el poder, elaboran sus demandas políticas y las ponen en juego" (p. 14). Ésta representa el elemento constitutivo medular de las vivencias de la polis. Como se ha apuntado ya, la autora realiza un análisis muy fino del utillaje mental y del arsenal discursivo a que recurren los políticos del México independiente, apoyándose en las propuestas metodológicas de la historia de los lenguajes, mismas que refuerza por lo aterrizado y bien contextualizado que está su estudio. Revela así las resistencias, virajes y fracturas dentro de la opinión publicada, desentrañando momentos de inflexión que nos hablan de cambios importantes en la forma en que se conciben la legitimidad política, la utilidad pública y la comunidad ciudadana y sus derechos.

De esta manera, la masonería dejó de aparecer, en los papeles públicos de principios de los 1820, como "intrínsecamente buena o mala"; su clasificación dependería, a partir de entonces, de las "tendencias y finalidades" de sus miembros (p. 104). Posteriormente, el problema de las "asambleas ocultas" dejó de ser su naturaleza antirreligiosa, para condenarse el hecho de que usurparan la soberanía nacional con el fin de gobernar a la nación en contra de la Constitución y las leyes (p. 134). Durante la campaña electoral de 1828, la soberanía volvió a ocupar un lugar central, aunque con un sentido y repercusiones distintos: a través de los ayuntamientos se insistió en que la legitimidad de la designación presidencial dependía no de su legalidad, sino de que respondiera a la voluntad de los comitentes (p. 171). De manera similar pero en sentido contrario, en la estela de la perturbadora "política popular" el lema exaltado de "la voz de los pueblos" fue progresivamente "sustituido por otros que al menos en apariencia eran más fáciles de controlar", como la "opinión pública" y "la voz de la nación" (p. 179).

Este libro es así un ejemplar particularmente bien logrado de la nutrida serie de trabajos que, desde hace algunos años, se han avocado a estudiar la cultura política en Hispanoamérica durante el siglo XIX. La calidad de esta investigación pone de manifiesto la riqueza y las posibilidades de este tipo de análisis. Pero precisamente porque está tan bien lograda, las incertidumbres que de ella se desprenden nos obligan a reflexionar sobre las limitaciones de la "cultura política" como categoría analítica, ahí donde la hemos abrazado con tanto entusiasmo. La formación... deja, en mi opinión, dos problemas sin resolver, que de ninguna manera son exclusivos de este trabajo. Primero, el que la naturaleza de la relación entre debate público y cultura política parezca bastante oscura. Queda claro que aquél es la fuente privilegiada para acceder a ésta. Bien apunta la autora que "lo que se dice de las cosas incide profundamente en lo que las cosas son y en cómo llegan a ser" (p. 225). Pero, ¿cómo "interactúan" debate y cultura? ¿qué es, a fin de cuentas, lo que los distingue? Al hablar de cultura política, ¿estamos simplemente poniéndole una etiqueta más sofisticada —pero también más pretenciosa y menos transparente— a las discusiones que dan forma a la esfera pública y al libreto de la política?

Puede argüirse con razón que el texto mismo refleja que la "cultura política" es más que discurso, que rebasa las demandas que articulan los actores frente al poder, pues, como demuestra el análisis de Vázquez Semadeni, estos reclamos tienen un peso distinto y múltiples consecuencias, como sucede con las imágenes públicas que difunden los yorkinos en contra de los escoceses, que redundan en su éxito electoral y dominio político. Pero si entendemos el cómo, el porqué no queda tan claro. Sucede algo similar con su estudio de la cerrazón de 1830, cuando manifestar públicamente un "rechazo a lo popular" se vuelve "posible" en política (p. 202) —y habría que ver si no también eficiente e incluso necesario—. La autora sugiere que este endurecimiento se debe en parte a la "composición social" del grupo que llega al poder con el Plan de Xalapa y que va a constituir el núcleo duro de la "administración Alamán". Se trata de una propuesta sugerente, pero que no resulta convincente al ser difícil discernir la distancia social que separaba a hombres como Lorenzo de Zavala, Luis Quintanar y José María Alpuche de Anastasio Bustamante, Melchor Múzquiz y José Antonio Fació. La falta de claridad en cuanto a las razones y mecanismos que estructuran el itinerario de una construcción cultural es quizá el aspecto más problemático de este tipo de estudios.

Si, como puede verse en este libro, la cultura política es más que la suma de los discursos, es porque se trata de las "presuposiciones que sub-yacen o guían a la política", de los lineamientos que constituyen las reglas y trazan el terreno del juego político.1 El análisis de Vázquez Semadeni pone estos supuestos al descubierto, muestra los momentos en que aparecen, se desdibujan o se transforman, pero al final no tenemos una comprensión cabal de por qué. De ahí, quizá, que la imagen que construye de su investigación resulte un tanto surrealista, cuando dice relatar la historia de "la forma en que se fueron entretejiendo los hilos que cimentaron el primer orden republicano en México" (p. 19). Termina explicando un fenómeno crucial como la aparente incapacidad, dentro de la clase política decimoné nica, de reconocer la legitimidad del contrincante postulando "la existencia de una cultura política que no favorecía la formación de partidos" (p. 219) —¿léase "latina", unanimista, católica, monolítica?—. En cierta medida, cae con esto en un tipo de explicación "culturalista" que rechaza explícitamente y que, en tantos aspectos, este libro desmantela con tino.

Alan Knight considera que la "cultura política" es una pobre herramienta analítica porque funciona mal como "concepto organizador" y porque pasar de su descripción a asumir que ésta encarna una explicación resulta "largo, riesgoso y rara vez justificado".2 Creo que la condena de lo que el doctor Knight no trabaja debe tomarse con un grano de sal, pero siempre en serio. Quienes nos interesamos por la cultura política tenemos que decidir —y asumir las consecuencias que esto conlleva para nuestra investigación— si ésta es un campo de observación o un factor de explicación.3 Si lo segundo, tenemos que intentar desentrañar su lógica interna, sus mecanismos de constitución. De resultar éstos imponderables, los análisis de la cultura política se reducirán a afirmar que los actores políticos actúan de cierta forma porque así son. La cultura política explicará todo, con lo cual no explicará nada. La formación de una cultura política republicana demuestra que la cultura política es un objeto de estudio complejo, colorido y fértil. Marca derroteros fascinantes, pero por los que, para avanzar, habrá que problematizar y profundizar.

 

Notas

1 Véase, aunque no se refiera a la cultura política, Charles A. Hale, "La reconstrucción del proceso político del siglo XIX: un caso para la historia de las ideas" [1973], en Charles A. Hale, El pensamiento político en México y Latinoamérica. Escritos breves, México, El Colegio de México, 2010, p. 337-366;         [ Links ] David J. Elkins y Richard E. B. Simeon, "A cause in search of its effect, or what does political culture explain?", Comparative Politics, 11:2,1979, p. 127-145.         [ Links ]

2 Alan Knight, "Is political culture good to think?", en Nils Jacobsen y Cristóbal Aljovín (eds.), Political culture in the Ancles, 1750-1950, Durham, Duke University Press, 2005, p. 25-57.         [ Links ]

3 Véanse "Presentación" y José Alfredo Rangel Silva, "Las voces del pueblo. La cultura política desde los ayuntamientos", en Diana Birrichaga, Antonio Escobar y María del Carmen Salinas (coords.), Poder y gobierno local en México. 1808-1857, Zinacantepec, El Colegio Mexiquense/EI Colegio de Michoacán/Universidad Autónoma del Estado de México, 2011, p. 10-13; P-123–49.         [ Links ]

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