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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

Print version ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  n.42 Ciudad de México Jul./Dec. 2011

 

Reseñas

 

Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivismos a los postmodernismos

 

Martín Ríos Saloma*

 

Valencia, Universidad de Valencia, 2005, 254 p.

 

* Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas.

 

Porque es historia de libros,
no de miserias cotidianas.

Umberto Eco, El nombre de la rosa

 

"Los hombres no sólo viven, sino que se acuerdan de lo vivido y, con no poca frecuencia, tienen el atrevimiento de pasar de la memoria a la escritura."1 Es con estas palabras con las que Jaume Aurell, medievalista de formación, especialista en historiografía medieval y contemporánea y profesor de teoría de la Historia en la Universidad de Navarra, abre una sugerente monografía destinada a "analizar el discurso histórico del siglo XX, siguiendo el hilo conductor de la escritura de la memoria".2 Convencido de que es posible hacer una verdadera historia intelectual a través de los textos históricos, el autor de Els mercaders Catalans al quatre-cents3 ofrece un trabajo destinado fundamentalmente a los historiadores en formación en el que se desgrana la evolución —no siempre lineal— de la historiografía europea y norteamericana a lo largo del siglo XX.

La reciente visita del profesor Aurell al Instituto de Investigaciones Históricas —donde impartió el ciclo de conferencias "La historiografía medieval: entre historia y literatura" (mayo de 2011)— y la no menos reciente aparición de la obra en portugués 4 e italiano5 me animan a reseñar este trabajo que, aunque ha tenido una amplia difusión en España 6 y América Latina,7 aun es poco conocido en México.

La adscripción del autor a los planteamientos del giro lingüístico —particularmente a los de Gabrielle Spiegel—8 y la historia cultural se hace patente desde la misma introducción, que lleva por subtítulo "La función de la historiografía". En ella, además de asentar claramente el objetivo de su investigación, el autor insiste en la idea de que los textos históricos "reflejan con extraordinaria claridad los contextos intelectuales e ideológicos de la época en que fueron articulados, con independencia de los que proporcionan, del objeto que analizan".9 Tal aserto se ejemplifica con una de las obras de uno de los medievalistas más importantes del siglo XX: el Federico II de Ernest Kantorowicz, texto que, a decir del estudioso catalán, reflejaba la necesidad que existía en la Alemania de Weimar de encontrar "caudillajes firmes". En este sentido, Aurell señala que el historiador se mueve siempre en tres niveles: el de actor cotidiano de su época; el de observador privilegiado de su tiempo y el de escrutador de la producción histórica de sus antecesores, lo que le permite realizar viajes continuos entre el pasado y el presente y tomar posiciones políticas (caso de Bloch) o de dejar testimonio de lo vivido (caso de Vilar). El tercer piso —como lo llama el autor— o nivel de lectura es el que posibilita que el estudio de la historiografía se consolide como una subdisciplina de la ciencia histórica cuyo objetivo principal sería "el análisis de las tendencias intelectuales que generan un modo concreto de concebir la historia, de leer el libro de la memoria, de concebir el presente y de proyectar el futuro en función de la lectura que se realiza del pasado".10

Es quizá esta afirmación la que mayor inquietud puede generar en el historiador porque muchos han sido quienes —desde Halbawchs hasta Hobsbawm, pasando por Nora— han señalado la diferencia entre memoria e historia y existe un consenso general entre los profesionales de que el discurso histórico —historiográfico— no contiene la memoria —ni individual ni colectiva— sino que éste es producto de una operación intelectual que lleva al historiador a seleccionar unos hechos determinados y a construir un relato con unos objetivos específicos.11 En cualquier caso, la aseveración del profesor Aurell remite directamente al viejo problema acerca de la relación entre memoria e historia y muestra que el problema no sólo no está agotado, sino que se mantiene en todo su vigor, máxime cuando diversos colectivos, según lo ha señalado François Hartog —uno de los grandes ausentes en la obra que nos ocupa—, utilizan la memoria y el discurso histórico como instrumentos para alcanzar objetivos políticos.12 En cualquier caso, la definición que ofrece Aurell sobre la historiografía tiene una arista muy positiva por cuanto permite comprender mejor la producción intelectual de un historiador determinado dado que el historiógrafo estaría obligado no sólo a conocer el contexto cultural e intelectual en el que se halla inmerso un historiador, sino también "sus condicionantes geográficos, su ámbito familiar, su formación escolar y académica, sus amistades, sus relaciones profesionales, sus preferencias temáticas".13 En este sentido, la propuesta del medie-valista catalán abre nuevos espacios para la comprensión cabal de una trayectoria intelectual determinada que superaría el mero ejercicio de lo que yo llamaría una "arqueología intelectual" —es decir, el estudio de la conformación del pensamiento de un autor a través de las lecturas que pudo haber hecho y de los problemas que pudo haberse planteado a lo largo de su vida— para proponer una auténtica "biografía intelectual" que tome en cuenta, también, tanto los aspectos personales (vitales) —y aquí sí que se podría hablar de una "arqueología de la memoria"—14 como los aspectos sociológicos que forman parte de la vida (incluyendo la académica): redes de parentesco, filiaciones, padrinazgos —políticos e intelectuales—, pertenencia a una generación, etcétera. Quizá uno de los ejemplos más notables en cuanto a las posibilidades que ofrece esta definición de la labor del historiógrafo sea el trabajo de François Dosse sobre Michel de Certeau que, como se sabe, inicia con el relato de los funerales del sabio jesuita y señalando su afición por una célebre canción popular interpretada por Edith Piaf: Non, je ne regrette rien.15

De la premisa según la cual los textos históricos reflejan el contexto desde el que fueron escritos se deriva el segundo pilar sobre el que se construye el libro de Aurell: la noción de presentismo. Así, cada lectura del pasado llevaría "inserta en sí una lectura del presente desde el que es construido ese discurso histórico"16 y ello es lo que posibilitaría realizar un estudio completo de la producción historiográfica puesto que "cada una de las tendencias historiográficas [del siglo XX] ha reflejado o se ha visto reflejada [...] en los contextos culturales, ideológicos e intelectuales hegemónicos" sin que ello signifique, a decir del autor, que el historiador esté determinado por el contexto puesto que él mismo contribuye a debilitarlo, a consolidarlo y a enriquecerlo y porque contribuye "a generar a su vez un nuevo contexto intelectual" en un proceso dialéctico —Aurell recupera la fórmula de Stone sobre la "arista constante de la innovación"— en el que los jóvenes historiadores que cuestionan el modelo contribuyen a construir uno nuevo que a la postre se convierte en hegemónico.17 Así sucedería con las obras que en su día fueron "una arriesgada apuesta basada en renovadas metodologías" y que conforman el elenco de las obras que deberían ser imprescindible punto de referencia para cualquier historiador: El otoño de la Edad Media de Huizinga; Los reyes taumaturgos de Bloch; El problema de la incredulidad de Febvre; El Mediterráneo de Braudel, La formación de la clase obrera de Thompson; El domingo de Bouvines de Duby; Metahistoria de White; El queso y los gusanos de Ginzburg; El regreso de Martin Guerre de Davis y Los ojos de Rembrandt de Schama.18

La introducción a La escritura de la memoria se cierra con unas notas sobre el nacimiento y la evolución de la historiografía como subdisciplina histórica que tendría en Iggers y Carbonell a sus "padres fundadores"19 y con unas reflexiones a propósito de las posibilidades del conocimiento histórico en las que Aurell asienta que "el historiador es capaz de acceder a un conocimiento objetivo del pasado, siempre que cuente con las fuentes adecuadas" por lo que, en su opinión, el debate no debería centrarse "en una discusión excesivamente teórica en torno a la accesibilidad del conocimiento del pasado", sino, más bien, "en la elección de los datos, en el modo de organizar la información y en la exposición del relato".20

A lo largo de nueve capítulos, Jaume Aurell realiza un exhaustivo recorrido por las principales escuelas, obras y autores que inicia a finales del siglo XIX con el "agotamiento de los positivismos e historicismos" y culmina con "el giro cultural". De esta suerte, vemos sucederse ante nuestros ojos una serie de cuadros que buscan ser una propuesta de clasificación general de las tendencias historiográficas del siglo XX: "La hora de la disciplina histórica: los Anna-les" (cap. II, p. 51-66); "La dictadura del paradigma de la posguerra" (cap. III, p. 67-86); "La transición de los setenta: de las economías a las mentalidades" (cap. IV, p. 87-112) —donde dedica un apartado específico a la escuela de Bielefeld—; "El postmodernismo y la prioridad del lenguaje" (cap. V, p. 113-130); "El giro narrativo" (cap. VI, p. 131-148); "La conmoción de los ochenta" (cap. VII, p. 149-158); "Las nuevas historias" (cap. VIII, p. 159-176) —en donde se incluye un epígrafe consagrado a la historiografía religiosa y eclesiástica, una de las grandes olvidadas en los manuales sobre historiografía— y "El giro cultural" (cap. IX, p. 176-191).

Una de las virtudes más significativas del libro consiste, a mi modo de ver, en que el autor no presenta este desarrollo como una evolución lineal, sino, antes bien, como un complejo proceso en el que conviven, se entremezclan o corren de forma paralela escuelas, obras y autores. Ello genera en ocasiones en el lector la sensación de una repetición innecesaria de algunos datos, pero muestra también la complejidad de los procesos y las dificultades a las que se enfrenta el historiador de la historiografía al querer presentar la obra de forma coherente.

El libro se cierra con un "Epílogo" (p. 199-202) que apela al "recurso a las terceras vías" frente a la crisis de la ciencia histórica vivida en la década de 1980 generada por lo que el autor llama "los efectos relativizantes de la narrativización de la historia y la desorientación respecto a su función entre las ciencias sociales". En este sentido, el año 1989 adquiere para el profesor catalán una significación particular por cuanto representa la confluencia entre la tradición y la innovación en la historiografía occidental. Así, la primera corriente estaría representada por la caída del bloque comunista —fin del paradigma del materialismo histórico—, los debates en torno a la celebración del bicentenario de la Revolución francesa —abandono definitivo de las tradiciones historiográficas nacionales— y la aparición del artículo de Fukoyama sobre el fin de la historia que representaría una relectura del modelo hegeliano. La segunda, a su vez, sería ejemplificada por la consolidación de la nueva historia cultural merced a la publicación del libro The new cultural history de Lyn Hunt y la enunciación de unos planteamientos que superaban las limitaciones del giro lingüístico, por el desarrollo de los debates entre Lawrence Stone y Gabrielle Spiegel en diversos números de Past and Present en los que fueron analizados y neutralizados "los postulados más radicales de la filosofía del lenguaje" para centrar la atención en la relación entre el texto y su contexto y, por último, por la aparición del artículo "programático" de Roger Chartier "Le monde comme representation" (1989) en el que el historiador francés llamaba la atención sobre la necesidad de estudiar las expresiones simbólicas de una sociedad para acceder a una cultura determinada.21

Al cabo de veinte años de propuestas y debates tanto en la historiografía anglosajona como en la francesa y la alemana, es posible constatar, según Aurell, los siguientes consensos entre los historiadores: 1) el reconocimiento por parte de la historia de su estrecha vinculación con las ciencias sociales22 y el desarrollo de un diálogo interdisciplinar con las mismas;23 2) el abandono definitivo del paradigma socioeconómico,24 y, en consecuencia, 3) la consolidación de la historia sociocultural que combina los enfoques antropológicos y sociológicos;25 4) un "acuerdo generalizado al respecto de la primacía de la narración en el discurso histórico";26 5) la superación, en consecuencia, de la "supuesta incompatibilidad entre narración y rigor, entre relato y objetividad";27 6) la convicción, por parte del gremio, de la necesidad de trascender los círculos estrictamente académicos y llegar a un público cada vez más amplio mediante un discurso menos hermético; 7) la recuperación de viejos temas y géneros históricos, particularmente la historia política y la biografía;28 8) el debilitamiento de las escuelas historiográficas "nacionales" frente al "empuje de la globalización y la desinstituciona-lización",29 y, por último, 9) la existencia de un diálogo renovado entre historia y filosofía que permite constatar que "las diferencias epistémicas entre disciplina histórica, la historia de la filosofía y la historia de la ciencia se reducen drásticamente".30

La obra de Aurell termina con dos anexos muy sugerentes. El primero de ellos, intitulado "Historiadores y tendencias del siglo veinte" (p. 213-216), es en realidad una primera propuesta taxonómica en la que se inscriben los nombres de aquellos historiadores que el autor considera como los principales representantes de una determinada escuela, época o corriente con sus respectivas fechas de nacimiento y muerte, lo que permite al lector hacerse una buena idea con una sola ojeada de lo que encontrará en el cuerpo del texto. En esta lista se contemplan historiadores franceses,31 británicos, españoles, alemanes y norteamericanos, con las omisiones notables, desde mi perspectiva, de M. Halbwachs,32 J. Delumeau, R. Koselleck, P. Nora,33 F. Dosse y F. Hartog, así como de historiadores latinoamericanos, ausencia esta última sobre la que volveré más adelante. El segundo de los apéndices es una "Selección de obras históricas del siglo XX" (p. 217-219) en donde el historiador catalán ha incluido las que para él son las obras más representativas de la centuria pasada y que por sí misma representa un catálogo de lo que todo historiador —consolidado o en formación— debería poseer dentro de su bagaje intelectual por más que, como toda selección, sea parcial y subjetiva. Sin lugar a dudas, ambos apéndices son muy útiles porque representan una primera propuesta de clasificación —con la que se puede estar de acuerdo o no— y están llamados a iniciar un debate entre los especialistas con el fin de definir lo mejor posible la evolución de la historiografía a lo largo de los últimos ciento veinte años. Huelga decir que el aspirante a historiador encontrará en estas tablas un auténtico tesoro que lo guiará en su formación.

Me gustaría cerrar estas líneas con una ponderación positiva y una crítica que es, en realidad una autocrítica. Visto en su conjunto, el libro de Jaume Aurell es un recorrido por la historiografía del siglo XX que ofrece de manera sintética, sencilla y bien escrita un panorama general de la evolución de la disciplina histórica desde la óptica ibérica en el marco cronológico que comprende (1870-2000) y que resulta una herramienta utilísima para los cursos generales de historiografía contemporánea a nivel licenciatura. Si bien es cierto que el especialista puede echar de menos una profundización en algunos temas o debates, se entiende que el objetivo del autor no era analizar pormenorizadamente los mismos, sino ofrecer una visión de conjunto que se suma a las ya existentes,34 pero enriquecida con un panorama de la producción realizada en el mundo anglosajón que convierten al texto de Aurell en un auténtico diálogo trasatlántico que huye del francocentrismo.

La crítica consiste en que en todo el libro no hay una sola mención a historiadores y corrientes latinoamericanas, por lo que el texto adquiere un marcado tono eurocentrista y norteamericano que, una vez más, parecería circunscribir Occidente a algunos cuantos países —Francia, Alemania, Gran Bretaña, España, Italia y los Estados Unidos, ignorando la rica producción realizada en estas latitudes. Así, a nombres como el de Edmundo O'Gorman —uno de los máximos representantes del historicismo—35 o Daniel Cosío Villegas —coordinador de una ingente historia moderna de México en la que la economía tiene un papel fundamental—,36 habría que añadir los de Luis González, creador de una "microhistoria» a la mexicana con su Pueblo en vilo;37 el del brasileño Ciro Cardoso, con sus estudios sobre la historia económica y su continuado interés por la historiografía y la teoría de la historia,38 o, en el ámbito del medie-valismo, al propio José Luis Romero.39 Evidentemente un trabajo monográfico como el del profesor Aurell no puede pretender abarcarlo todo —máxime cuando los criterios editoriales en cuanto a las dimensiones de las obras acaban imponiéndose a los criterios científicos—, pero me parece que sólo incluyendo a la historiografía latinoamericana este diálogo trasatlántico podría estar completo.

Pero hablábamos también de una autocrítica. Y ésta está dada porque si los historiadores latinoamericanos en general y los mexicanos en particular no "aparecemos" en el panorama historiográfico occidental ello no puede atribuirse únicamente al posible desconocimiento, por parte del autor de un trabajo de síntesis, de la producción iberoamericana. Tal situación puede explicarse —con mucha mayor probabilidad— debido a que no hemos sabido insertarnos en los debates internacionales con el rigor teórico y metodológico necesario para el caso y porque no hemos sabido —o no hemos querido— darle una proyección internacional a nuestro trabajo, limitándonos a dar cauce a nuestras aportaciones a través de nuestras propias revistas y nuestras propias editoriales universitarias que, como se sabe y por múltiples causas, tienen muy poca proyección exterior. En este sentido, la ausencia en el libro que hoy reseñamos de los grandes historiadores mexicanos debe animarnos a romper con esa inercia y a participar en los grandes foros de la discusión histórica e historiográfica en revistas como: Annales, Revue Historique, History and Memory, Past and Present, Rethinking History, The Journal of Theory and Practice, The American Historical Review o la Rivista di Storia della Storiografia Moderna, amén de aquellas de nuestra propia especialidad. También sería deseable buscar la traducción de nuestras obras más importantes a otras lenguas e incentivar la coedición con editoriales universitarias y comerciales tanto de Europa como de Norteamérica y Latinoamérica con el fin de evitar el aislamiento.

Escribir historia siempre será una tarea fascinante y gratificante. Dirigir la mirada hacia el pasado para ver cómo lo han hecho muchos otros antes que nosotros no puede serlo menos. El libro de Jaume Aurell, riguroso y complejo, pero de una enorme claridad expositiva y un equilibro poco frecuente al abordar cada una de las escuelas nacionales y corrientes historiográficas, es una buena forma de reencontrarnos con los "viejos amigos" y de conocer nuevos; de volver a las obras clásicas y descubrir las recientes —o no tanto, pero poco conocidas—; de revisar los problemas de antaño —algunos de ellos aún vigentes— y de hacer frente a los nuevos; de reflexionar, una vez más, sobre nuestro quehacer cotidiano y sobre las complejas relaciones existentes entre la memoria, la historia y el discurso historiográfico y de constatar, en fin, con enorme gozo, que la historia de la historiografía es, en realidad, una historia de libros, de las ideas y del pensamiento.

 

Notas

1 Jaume Aurell, La escritura de la memoria. De los positivismos a los posmodernismos, Valencia, Universidad de Valencia, 2005, 254 p., p. 13.         [ Links ]

2 Idem.

3 Jaume Aurell, Els mercaders Catalans al Quatre-Cents. Mutació de valors i procés de aristo-cratització a Barcelona (1370-1470), Lleida, Pagès, 1996, 428 p.         [ Links ]

4 Jaume Aurell, A escrita da História. Dos positivismos aos pós-modernismos, São Paulo, Instituto Brasileiro de Filosofia e Ciência "Raimundo Lúlio" (Ramon Llull), 2010, 247 p.         [ Links ]

5 Jaume Aurell, La scrittura della storia. Dai positivismi ai postmodernismi, trad. de Luca Perone, Roma, Aracne, 2011, 292 p.         [ Links ]

6 Véase la reseña crítica de Miquel Marín, Revista de Historiografia, n. 2, II, 1-2005, p. 187194, quien considera el trabajo del autor catalán como un "ensayo interpretativo" (p. 187) y señala algunas deficiencias estructurales de la obra, particularmente el hecho de que el autor utilice el término "memoria" en el título cuando en realidad el trabajo se centra en el estudio de la escritura de la historia (p. 188). Esta contradicción parece que se subsanó tanto en la edición brasileña como en la italiana.

7 Véase la reseña de la profesora argentina Liliana M. Brezzo, http://www.cehsegreti.com.ar/archivos/FILE_00000181_1305140605.pdf.

8 En especial Gabrielle Spiegel, The past as text. The theory and practice of Medieval historiography, Baltimore/Londres, The Johns Hopkins University Press, 1997, 297 p.         [ Links ]

9 Jaume Aurell, La escritura..., op. cit.,p. 13.

10 Ibidem, p. 15.

11 Halbwachs lo decía ya en 1950 con estas palabras: "L'histoire, sans doute, est le recueil des faits qui ont occupé la plus grande place dans la mémoire des hommes. Mais lu dans les livres, enseignés et appris dans les écoles, les événements passés sont choisis, rapprochés et classés, suivant des nécessités ou de règles qui ne s'imposaient pas aux cercles d'hommes qui en ont gardé longtemps le dépôt vivant. C'est qu'en générale l'histoire ne commence qu'au point oú finit la tradition, ou moment oú s'éteint ou se décompose la mémoire social [...]. Aussi le besoin d'écrire l'histoire d'une période, d'une société, et même d'une personne ne s'éveille-t-il que lorsqu'elles sont déjà trop éloignées dans le passé pour qu'on ait chance de trouver longtemps encore autour de soi beaucoup de témoins qui en conservent quelque souvenir". Maurice Halbwachs, La mémoire collective, edición crítica y prefacio de Gérard Namer, París, Albin Michel, 1997, 295 p. (Bibliothèque de l'Évolution de l'Humanité) p. 130 (París, Presses Universitaires de France, 1950).

12 François Hartog, "Le présent de l'historien", Le Débat. Histoire, politique, société, n. 158, 2010/1, p. 18-31.         [ Links ]

13 Aurell, La escritura..., op. cit., p. 15. En las Jornadas Académicas del Instituto de Investigaciones Históricas celebradas en junio de 2011 las postdoctorantes Gabriela Díaz y Camille Foulard pusieron de relieve en sus respectivas ponencias el papel desempeñado por diversas congregaciones religiosas en el ámbito educativo durante el Porfiriato, congregaciones que han mantenido su magisterio a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI y en las que se han formado —en sus distintos grados— no pocos profesores e investigadores de la UNAM. Sería interesante, siguiendo la propuesta de Aurell, realizar un estudio intelectual y sociológico con el fin de calibrar la influencia de dichas congregaciones en la formación —intelectual, disciplinaria, metodológica, etcétera— de los académicos mexicanos.

14 Este concepto, aún por trabajar y definir, lo he formulado a partir de la sugerente lectura de Christine Bergé, L'odyssée de la mémoire, París, La Découverte, 2010, 270 p.         [ Links ], en donde la autora se pregunta, desde el ámbito de la psicología y el psicoanálisis, sobre las formas en las que hemos aprendido a recordar y la manera en que los recuerdos sobre los acontecimientos vividos a lo largo de nuestra trayectoria se van sedimentando en nuestra memoria. Para la autora, la memoria no sería algo que existe por sí mismo, sino una construcción, cuyos modelos se elaboran a lo largo del tiempo y, por lo tanto, la memoria posee su propia historicidad. Una "arqueología de la memoria" permitiría analizar los procesos de sedimentación y, sobre todo, las formas en que las capas de los recuerdos se han ido acomodando a lo largo de toda una vida para conformar el "yo" con el fin de detectar y determinar, como sucede en el ámbito arqueológico propiamente dicho, la estratigrafía de los recuerdos del historiador, con sus corrimientos, sus fracturas, sus sedimentaciones, etcétera.

15 François Dosse, Michel de Certeau. El caminante herido, pról. de Alfonso Mendiola, trad. de Claudia Mascarua, México, Universidad Iberoamericana, 2003, 635 p. (París, La Découverte, 2002), p. 17.         [ Links ]

16 Aurell, La escritura..., op. cit, p. 16. Michel de Certeau definía este presente como "un lugar de producción". Michel de Certeau, La escritura de la historia, 2a. ed., trad. de Jorge López, México, Universidad Iberoamericana, 1993, 334 p., p. 69.

17 Ibidem, p. 17

18 Idem.

19 Habría que mencionar sin lugar a dudas entre estos padres fundadores a Roger Collingwood, The idea of history, Londres, Oxford University Press, 1946,         [ Links ] y al propio Arnaldo Momigliano, cuyos trabajos sobre la historiografía comenzaron a publicarse en 1955.

20 Ibidem, p. 20.

21 Ibidem, p. 200-203.

22 Ibidem, p. 204.

23 Idem.

24 Idem.

25 Ibidem, p. 207.

26 Ibidem, p. 205.

27 Idem.

28 Ibidem, p. 204.

29 Ibidem, p. 209.

30 Ibidem, p. 212.

31 Aurell incluye a Maurice Agulhon (1926) entre los representantes de la historia de la religiosidad. Me pregunto si a raíz de la publicación de Marianne au combat. L'imagerie et la symbolique républicaines de 1789 à 1880, París, Flammarion, 1979, 254 p., y Marianne au pouvoir. L'imagerie et la symbolique républicaines de 1880 à 1914, París, Flammarion, 1989, 449 p., y otrostrabajos sobre iconografía política no podría incluírsele en el grupo de "las terceras vías" y en el cual podría incluirse también a R. Koselleck como fundador de la historia conceptual.

32 Esta ausencia podría explicarse dado que, en sentido estricto, Halbwachs no es historiador.

33 Esta es una omisión inexcusable en un libro que lleva como título La escritura de la memoria y que remite por sí mismo a los Lieux de mémoire, 7 v., París, Gallimard, 1984-1992. En este sentido, creo que sería plausible situar a Nora también en el grupo de las "terceras vías". Esta ausencia en el cuadro clasificatorio no debe conducirnos a error, pues todos estos autores, salvo Halbwachs y Hartog, se citan a lo largo del texto.

34 Pienso —excluyendo La historia en migajas de F. Dosse por su "lejana" fecha de edición en francés (1987)— en los textos de Philippe Carrard, Poetics of the new history. French historical discourse from Braudel to Chartier, Baltimore/Londres, The Johns Hopkins University Press,1992, 256 p.; del propio Georg Iggers, Historiography in the twentieth century. From scientific objectivity to the postmodern challenge, Hanover/Londres, University Press of New England, 1997, 182 p., y en los de Enrique Ruiz-Domenez, Rostros de la historia. Veintiún historiadores para el siglo XXI, Barcelona, Península, 2000, 378 p.; Véronique Sales (coord.), Les historiens, París, Armand Colin, 2003, 349 p.; Elena Hernández, Tendencias historiográficas actuales. Escribir historia hoy, Madrid, Akal, 2004, 574 p., y recientemente Philippe Poirrier, L'histoire cul-turelle: un tournant mondial dans lhistoriographie?, Dijon, Editions Universitaires de Dijon, 2008, 198 p. Un balance centrado exclusivamente en la producción historiográfica francesa de los últimos quince años sería el trabajo colectivo coordinado por Jean-Franc Sirinelli, Pascal Cauchy y Claude Gauvard (coords.), Les historiens français à Vozuvre, 1995-2010, París, Presses Universitaires de France, 2010, 332 p.

35 Edmundo O'Gorman, Crisis y porvenir de la ciencia histórica, México, Imprenta Universitaria, 1947, 349 p.; Edmundo O'Gorman, La invención de América. Investigaciones acerca de la estructura histórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, 193 p. (Tierra Firme) (1958).

36 Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México, 8 v., México, Hermes, 1955.

37 Luis González, Pueblo en vilo, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, 349 p. (Lecturas Mexicanas, 59).

38 Ciro Cardoso y Héctor Pérez, Los métodos de la historia. Introducción a los problemas, métodos y técnicas de la historia demográfica, económica y social, San José, Universidad de Costa Rica, 1975, 399 p.; Ciro Cardoso y Héctor Pérez, Historia económica y cuantificación, México, Secretaría de Educación Pública, 1976, 184 p.; Ciro Cardoso y Héctor Pérez, Perspectivas de la historiografía contemporánea, México, Secretaría de Educación Pública, 1976, 182 p. (SepSetentas, 280).

39 José Luis Romero, La revolución burguesa en el mundo feudal, Buenos Aires, Sudamericana, 1967, 553 p., y José Luis Romero, La Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica, 1949, 214 p.

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