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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

Print version ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  n.41 Ciudad de México Jan./Jun. 2011

 

Reseñas bibliográficas

 

María de Lourdes Herrera Feria, Estudios sociales sobre la infancia en México

 

Cristina V. Masferrer León*

 

México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2007.

 

* Escuela Nacional de Antropología e Historia, Instituto Nacional de Antropología e Historia

 

Estudiar a la infancia siempre es un reto. No por la escasez de fuentes, como a veces se argumenta, sino porque los investigadores sociales debemos saber adecuar los métodos, las técnicas y los marcos teóricos o conceptuales para estudiar de una manera más apropiada a la niñez. El libro coordinado por María del Lourdes Herrera nos demuestra —una vez más— que lo que falta no son documentos, sino historiadores, sociólogos, antropólogos, abogados, psicólogos, entre otros estudiosos, interesados por un sector de la población siempre numeroso, y muchas veces olvidado. Esta obra pone a la vista la diversidad de aspectos relacionados con la niñez, la heterogeneidad de su vida cotidiana, la relevancia de su participación en los contextos en los que habitan, así como la manera en que la realidad social del periodo matiza sus vidas. Además de permitirnos echar una mirada a los niños de distintos espacios, nos deja conocer la vastedad de fuentes y de recursos de los cuales los investigadores sociales disponemos para aproximarnos a los niños y las niñas de México y del mundo.

El texto es un balance justo entre lo regional y lo nacional, entre lo histórico y lo contemporáneo; presenta información sobre los niños en México durante el siglo XIX, XX y los albores del XXI. Dividido en cuatro partes, nos introduce al tema mostrándonos dos caras de la misma moneda: el trabajo infantil y los derechos de la infancia, a partir de una mirada panorámica, como lo anuncia el título de la primera parte del libro. El primer texto presenta notas sobre el trabajo de los niños en México; ofrece un recorrido rápido sobre el tema, que da pie a la segunda colaboración, sobre los decretos y las leyes que han pretendido proteger a la niñez. No se mencionan únicamente los Derechos del Niño, sino que se analiza el tema desde una perspectiva histórica que permite comprender leyes protectoras anteriores, a la vez que las analiza en el marco político, social y económico del país. Además, muestra impactantes índices actuales sobre las condiciones de vida de los niños, señalando que sus derechos muchas veces no se respetan. Nos presenta esta cruda realidad únicamente para demostrar que estudiar los derechos no es sólo un tema que concierna a lo jurídico, sino que debe ser un primer paso para después crear las condiciones económicas, sociales y culturales que aseguren su efectiva protección. Rivera y Tirado anuncian que "mientras esto no suceda, los derechos de la infancia seguirán siendo un tema prioritario para los organismos internacionales, nacionales y de las organizaciones defensoras de los derechos de la infancia pero una realidad inalcanzable [las cursivas son mías]" (p. 61). Estas palabras obligan a estudiar y promover los derechos de los niños, recordando que el contexto político, social, económico y cultural del espacio en que crecen, determinan el respeto —y también la violación— de estas legislaciones.

La segunda, tercera y cuarta parte del libro se organizaron con un criterio espacial reuniendo a los capítulos sobre "El occidente mexicano" en la segunda parte; sobre la ciudad de México en la tercera sección, titulada "El entorno metropolitano", y sobre "La infancia poblana" en la última. En cada una de estas secciones, se encuentra información sobre diferentes temáticas relacionadas con la niñez, de las cuales la última es la más vasta.

La niñez de Sinaloa y de Jalisco se abordan en la segunda parte del libro. Al respecto de la infancia en Sinaloa se trabaja un tema crudo pero importante: la violencia sexual a finales del siglo XIX e inicios del XX. Por argucias legales, los menores afectados por estos crímenes no siempre fueron protegidos por la ley y pocas veces se logró imponer la justicia contra los perpetradores. Las autoridades colaboraban en disimular los delitos sexuales a partir de una catalogación tramposa, por corrupción, o dejando al descubierto que los niños habían nacido fuera del matrimonio, argumento con el cual se limitaba la posibilidad de exigir justicia; por si fuera poco, los adultos que no demostraran con documentos suficientes ser los tutores de los niños, no podían denunciar, y con ello toda petición de justicia quedaba olvidada. De esta manera, Vidales Quintero demuestra cómo los aspectos sociales, culturales y políticos afectaban la normatividad y la práctica jurídica relacionada con los abusos sexuales de niñas en Sinaloa, a pesar del espíritu liberal del periodo.

Jorge Alberto Trujillo expone la vida de los niños delincuentes de la Penitenciaría de Jalisco durante el Porfiriato. Nos habla sobre los delitos, las instituciones de encierro, las ideas de la época al respecto de ellos, su vida cotidiana, sus enfermedades, entre otros aspectos que nos permiten acercarnos a los niños y las niñas que fueron considerados un peligro moral para la época. A pesar de los intentos por proteger a estos niños, lograr rehabilitarlos y mantenerlos separados de otros internos, hubo maltrato, hacinamiento, escasez de alimentos y vestimenta, condiciones insalubres que originaron enfermedad y muerte, además de una estigmatización imborrable para los niños y las niñas reclusos que sobrevivieran.

También respecto de Jalisco, Óscar Reyes expone cómo los niños se apropiaron de los espacios de la ciudad de Guadalajara a principios del siglo XX. Nos muestra la heterogeneidad de una urbe compartida por los niños de la clase acomodada; los menores de clase media o de medio pelo; los niños beneficiados por la caridad; los chamacos de pelambre, es decir, los de barrios pobres, y los nenes de terciopelo, esto es, los pequeños de las nuevas colonias Francesa, Americana y Moderna. Estos niños no sólo incorporaban el modo de ser tapatío, sino que además iban construyendo desde su posición y desde la apropiación de su espacio, una nueva forma de serlo.

Este trabajo sobre la ciudad de Guadalajara se enlaza con la infancia del entorno metropolitano que se presenta en la tercera parte de la obra, la cual empieza con un análisis sobre la presencia infantil en la prensa mexicana de finales del siglo XIX, si bien regresamos un poco en términos temporales, cambiamos de fuente y avanzamos en cuanto a documentos de la época destinada especialmente a los niños. Se trata, pues, de publicaciones periódicas dedicadas a un público infantil que implicaba educarlos e integrarlos a la ideología de la época, mediante lo cual se observan las relaciones entre los niños y los adultos, que pretendían formarlos. Así, al tiempo que se muestran los propósitos de la época, es decir, lo que pretendían ser, se reflejan las condiciones reales de los niños: la realidad de piedra.

Utilizando un método bastante distinto, Antonio Padilla conoce la vida familiar y los juegos, a partir de las memorias de varios adultos que evocan sus experiencias infantiles. Trabajando la información recopilada mediante entrevistas, el autor la presenta de acuerdo con distintas temáticas, mostrando así la complejidad de la vida de los niños. A lo largo de la infancia hay momentos de dicha y de sufrimiento que no permiten catalogarla de manera rígida, sino que obligan, incluso, a reconsiderar el análisis de las fuentes que utilizamos para acercarnos a la niñez de otras épocas. Haber elegido la familia y los juegos permite un balance entre el contexto de referencia más inmediato de los niños y los mundos construidos entre pares.

Un tanto distinto es el capítulo escrito por Lilia Isabel López, quien nos muestra la manera en que la dieta infantil de principios del siglo XX se vio afectada por las ideas modernas de la época. Médicos e higienistas preocupados por la vida y la salud de los niños lograron iniciar un cambio fundamental en la cotidianidad de la infancia que permanecería hasta nuestros días... ¿quién no recuerda a un adulto cercano motivándolo a tomar leche de vaca durante los primeros años de vida? Hemos escuchado discusiones de mujeres sobre los beneficios de la leche materna, mientras que la conveniencia de la leche de vaca no se discute, casi se considera una verdad absoluta. Pues bien, en esa época había campañas para promover que las madres amamantaran a sus hijos con su propia leche, pero además, durante la década de los veinte se promovió la alimentación mixta que se refería a combinar la leche materna con leche de vaca. Esta combinación era compleja, pues debía usarse cierto número de gotas por cada tanto de leche materna. Un poco más adelante se introdujo una variedad de formas de leche de vaca: en polvo, condensada, evaporada y fresca. La aceptación de esta leche no sería sencilla, pues se presentaron casos de indigestión, intolerancia, infecciones y muerte, ocasionando que la leche se esterilizara, se hirviera y, finalmente, se pasteurizara.

La infancia de Puebla se aborda en la cuarta parte del libro, la sección más extensa, como se anunciaba con anterioridad. Los capítulos, organizados de manera temporal dentro de esta sección, muestran a los niños de un colegio de infantes, de un hospicio de pobres, de instituciones de asistencia pública, pero también exponen la vida de niños de elite, de menores durante la época revolucionaria, los retratos de niños, los infantes en el Círculo Infantil de la BUAP y las realidades de identidad y prejuicio de la niñez chipileña.

El Colegio de Infantes de Santo Domingo, en Puebla, tiene sus inicios desde la época colonial, y bien hace Jorge Luis Morales en recordarlo y explicarlo brevemente. Su capítulo se centra, sin embargo, en la década de 1870, mostrando las actividades que realizaban los niños, la cantidad de menores que había en la institución, los motivos de su ingreso y su egreso, y las condiciones generales en el colegio. A la vez que se observa una cierta preocupación por estos niños, se denota también la dificultad para mantenerlos en condiciones óptimas. Similar resulta el capítulo de Sánchez Pozos, quien expone la manera en que se buscaba integrar a los niños pobres a la sociedad decimonónica de provecho, para que no deambularan por las calles o vivieran en ocio, sino que se dedicaran a actividades consideradas útiles. Por ello, no sólo se enseñaba a leer y escribir a los niños, sino también se les instruía en algún oficio. El Estado de ese momento vio en la educación, la capacitación y el resguardo físico una solución para la vida de estos niños, aunque advierte Christian Sánchez que "la educación, por sí misma, no podía ni puede resolver los problemas estructurales de una sociedad que prohíja la existencia de seres sin apellido, sin patrimonio, sin futuro" (p. 265). Coincido con el autor en la complejidad del problema, si bien elogio los intentos por dotar a estos niños sin apellido, sin patrimonio y sin futuro de herramientas que les permitan romper las barreras que la sociedad les impone con ahínco y después los condena sin piedad.

Herrera Feria también presenta a los niños abandonados asilados, esta vez en instituciones de asistencia pública en Puebla. Este tema ha sido estudiado para la época colonial, pero pocas veces ha sido objeto de investigación para periodos posteriores. La autora analiza la manera en que se percibía a los niños de estas instituciones, los registros de infantes en los orfanatorios, las causas de mortalidad y las enfermedades por las cuales eran tratados en el Hospital de Caridad, entre otros aspectos. A partir de estos datos es posible comprender mejor las condiciones en las que vivieron los niños abandonados y pobres, en la segunda mitad del siglo XIX, en Puebla.

El texto de Miguel Ángel Cuenya también nos muestra facetas poco favorables de la niñez, pues trata sobre la mortalidad infantil en Puebla, durante los años de la Revolución. Si bien no se trató de un espacio de lucha militar, las condiciones sociales y económicas se vieron afectadas por las circunstancias políticas del proceso revolucionario. Así, analiza la salubridad urbana, las edades de los niños que murieron y las principales causas de defunción. Además, muestra al lector la manera en que se presenta la fuente, lo cual resulta de utilidad para quienes se introducen al tema por primera vez.

En oposición a los casos referidos por Herrera y Cuenya, el capítulo de Torres Bautista nos habla de los niños Maurer, hijos de un inmigrante de Alsacia que formaron parte de la elite porfirista, y aunque sus vidas fueron particulares, permiten observar la diversidad que debe considerarse al estudiar la niñez. De esta misma manera, Juan Manuel Blanco analiza el retrato fotográfico infantil entre 1930 y 1950, comparándolo con las pinturas del mismo estilo. Revisa elementos importantes de estas obras, como son el fondo, el atrezzo, el vestuario, la pose y la expresividad, además de considerar el contexto social e histórico en que se producen. Permite, también, estudiar las fotografías de Puebla a la luz de libros sobre otros contextos, como por ejemplo la famosa obra (ya clásica) de Philippe Ariès, las investigaciones de Peter Burke, así como los trabajos de Alberto del Castillo y de Rebeca Monroy, entre otros.

Dando un giro interesante a los capítulos presentados hasta el momento, se exponen las investigaciones más contemporáneas, sobre el Círculo Infantil de la BUAP y sobre los niños de Chipilo. El capítulo escrito por Lourdes Herrera, Mariana Marín y Roberto Pérez permite analizar las guarderías infantiles a partir de las ciencias sociales, analizando no sólo el modelo educativo que se promovía durante la segunda mitad del siglo XX, sino comprendiendo también el contexto social, económico y político de la época en donde se pretendía dar prestaciones a las mujeres —que siempre habían trabajado— pero que ahora buscaban espacios donde sus hijos pudiesen estar mientras ellas laboraban. Si bien en el artículo no se profundiza en este punto, es interesante —y también tan obvio que parece natural— que estos espacios se consideraran una prestación a las mujeres trabajadoras, y no a los padres (es decir padre y madre) que laboraran en la Universidad. Refleja el machismo de la época, el hecho de que ni siquiera en un espacio académico y moderno como la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla se eligiera un discurso más equitativo entre los hombres y las mujeres con hijos.

Los autores muestran las dificultades que pasó la guardería; los modelos educativos que regían la institución; los servicios que se prestaban, e incluso los problemas que hubo entre cuidadores, niños y padres, si bien sorprende que se presenten los nombres de quienes denunciaron o fueron denunciados por estos conflictos. Finalmente reconocen tres etapas institucionales: la primera, determinada por los esfuerzos de su consolidación; la segunda, caracterizada por su crecimiento y desarrollo, y la tercera, marcada por la crisis que la Universidad sufre a finales del siglo. Este capítulo resulta de sumo interés no sólo para historiadores, sino también para sociólogos, antropólogos, psicólogos, educadores y para quienes laboran en guarderías.

Finalmente, el último capítulo trata un tema sumamente interesante y proporciona información de gran utilidad para quienes desean acercarse a la compleja construcción social de la identidad de los niños, así como de prejuicios étnicos, raciales o grupales, si bien la manera y el estilo en que se presenta la información no resulta, siempre, la más apropiada. El caso analizado por Montes Sosa y Martini Mioni representa un aporte a los estudios sobre la construcción de la otredad, la complejidad de la identidad nacional (que muchas veces se expresa con un simplismo que sorprende) y la convivencia entre grupos sociales. Se manifiesta la posibilidad de una convivencia positiva, a pesar de las dificultades, y los autores bien hacen en recomendar que se respeten las diferencias y se aprovechen las similitudes para generar "un clima de comprensión, entendimiento y respeto hacia sus orígenes y su historia" (p. 416).

El libro coordinado por Herrera Feria resulta de lectura obligada para quienes estudian la historia de México, sobre todo quienes se especializan en los siglos XIX y XX. Pero también los científicos sociales que estudian a la niñez, la educación, la identidad, la enfermedad, la muerte, los derechos y las legislaciones, así como las instituciones de reclusión y de asistencia encontrarán en las páginas de esta obra a la población que había sido relegada de otros estudios: los niños y las niñas que siempre han estado presentes, que siempre han participado y que siempre se han relacionado con los adultos, a pesar de que algunos se obstinen en pensar que se trata de un tema banal. Convirtamos nuestro quehacer social e histórico en un espacio abierto a la niñez, diferenciándonos de los sistemas sociales, políticos y económicos que los aísla, los abandona, los violenta y después los condena.

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