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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

Print version ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  n.37 Ciudad de México Jan./Jun. 2009

 

Reseñas bibliográficas

 

Alfredo Ávila y Virginia Guedea (coordinadores), La independencia de México, temas e interpretaciones recientes

 

María Eugenia Vázquez Semadeni*

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2007, 257 p.

 

* Becaria Posdoctoral del Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Nacional Autónoma de México

 

El liberalismo triunfante de la segunda mitad del siglo XIX consolidó una interpretación sobre la independencia novohispana —que en buena medida derivaba de las narraciones de autores contemporáneos a los acontecimientos o actores de los mismos—, la cual, como señala Jesús Hernández, presentaba la emancipación como el momento fundacional de la historia nacional. El movimiento independentista aparecía entonces como una gesta heroica unitaria, derivada del pensamiento dieciochesco, de la lucha contra tres siglos de vejación y dominación española, de la falta de oportunidades para los criollos frente a los peninsulares y de un movimiento social de los grupos populares encabezados por Hidalgo.

En diferentes momentos, aunque todos enmarcados en la segunda mitad del siglo XX, diversos especialistas comenzaron a elaborar trabajos que, de una u otra manera, cuestionaban esa versión tradicional. La independencia de México, temas e interpretaciones recientes es una obra colectiva —resultado de un seminario y un coloquio en los que participaron investigadores, profesores y estudiantes de varias instituciones— que hace un balance sobre las nuevas miradas con que los historiadores se han acercado a ese proceso desde distintas áreas de la disciplina, como la historia del pensamiento político, la historia política, la historia social, la historia militar o la historia fiscal. Incluye también textos que recorren la producción dedicada al análisis de la Iglesia y el clero, la consagrada a estudiar la relación entre el liberalismo gaditano y las emancipaciones americanas, la que se interesa por la insurgencia fuera de las fronteras, así como un apartado dedicado a las interpretaciones generales de las independencias hispanoamericanas.

Pese a recoger ensayos de varios investigadores, el libro es producto de un trabajo discutido y analizado en conjunto (p. 8–9). Los autores no buscan realizar una revisión historiográfica de las áreas que estudian sino marcar las tendencias generales y las nuevas temáticas que definen los acercamientos recientes a la independencia. Gracias a ello es posible distinguir varios puntos de coincidencia en todos los textos, aun cuando éstos son elaborados desde perspectivas que pueden parecer distantes.

El primer cambio fundamental que llevó a la formulación de nuevas interpretaciones y la ampliación de las temáticas fue la reconsideración sobre el pensamiento político que alimentó el proceso de emancipación. La historiografía tradicional, heredada del liberalismo decimonónico, presentaba a la independencia como resultado de las ideas de la Ilustración, y en particular de la filosofía francesa; pero desde hace poco más de cincuenta años ese planteamiento comenzó a ser cuestionado. Alfredo Ávila relata cómo diversos autores, en particular Luis Villoro, recuperaron la filiación teológica, la importancia del saber jurídico y del constitucionalismo histórico en los pensadores novohispanos y próceres de la independencia como Hidalgo y Morelos. Después el estudio del pensamiento político de la emancipación tuvo un receso de aproximadamente dos décadas, y ha sido recuperado en fechas recientes, con trabajos interdisciplinarios y metodologías novedosas —que incorporan propuestas de la nueva historia intelectual y campos de estudios más amplios—. Estos análisis han procurado localizar no sólo las rupturas sino también las continuidades del proceso; han evidenciado que de un "sustrato cultural común" podían surgir posiciones políticas muy distintas (p. 42); y sobre todo, han redimensionado el impacto de las ideas, al mostrarlas como hechos históricos en sí mismos, que por una parte dependen del contexto, las circunstancias y la forma en que son enunciadas, y por otra inciden directamente en los acontecimientos y en la toma de decisiones políticas.

Colocar dentro de la tradición hispánica las ideas de los novohispanos que participaron en la independencia favoreció que hechos antes entendidos simplemente como antecedentes del movimiento ahora se consideren parte integral del mismo. Así, prácticamente en todas las áreas de la disciplina se concede mayor importancia a los acontecimientos ocurridos en la metrópoli a partir de 1808, a las reacciones que despertaron en los miembros del Ayuntamiento de México y al movimiento en contra del virrey Iturrigaray. Como menciona Alfredo Ávila, ese momento fue un punto de quiebre, que colocó a los actores políticos y sociales frente a una realidad que seguramente hasta ese momento les era desconocida: el presente y el futuro estaban en sus manos, no en un orden preestablecido. En términos de Reinhart Koselleck, sería el advenimiento del tiempo de la modernidad, en que el futuro se transforma en posibilidad humana.1

El papel que se le ha otorgado a los acontecimientos de 1808 ha implicado también el reconocimiento que la historiografía actual confiere al liberalismo gaditano (al que Jaime Rodríguez entiende como "liberalismo hispánico", pues era común a la península y a América, p. 206) como un elemento central para comprender no sólo el proceso de emancipación sino también la fisonomía que adquirieron algunas instituciones en la primera república federal. Virginia Guedea y Jaime Rodríguez nos recuerdan que obras pioneras, como las de Nettie Lee Benson, mostraron que algunas disposiciones de los diputados reunidos en las Cortes de Cádiz —como el establecimiento de las diputaciones provinciales y el carácter representativo del gobierno, traducido en prácticas electorales— marcaron muchos de los aspectos distintivos de los primeros años de vida independiente de México. Estos trabajos ponderaron la dimensión hispánica de la experiencia gaditana, al destacar la participación de los diputados americanos en las Cortes, tema sobre el que en las últimas décadas han profundizado Joaquín Varela Suanzes, María Teresa Berruezo, Marie–Laure Rieu–Millan y Manuel Chust, junto con Roberto Breña y el propio Rodríguez.

Este reconocimiento coloca a la independencia novohispana dentro de la "revolución del mundo hispánico" —que con tanta agudeza fue estudiada por François–Xavier Guerra, a quien prácticamente todos los autores de este libro hacen referencia—, una de cuyas consecuencias fue la aparición de varias naciones, entre ellas la mexicana y la española. Por una parte tal perspectiva derrumba, o al menos tambalea, uno de los pilares de la interpretación tradicional que desde una postura, cuando menos protonacionalista, consideraba que las naciones americanas ya existían en los últimos años de la Colonia; y por otra, muestra la existencia de una cultura política compartida en los dominios hispanos de ambos hemisferios.

La circunscripción de la independencia novohispana en un contexto atlántico permite a Virginia Guedea, en su recorrido por la historiografía política, distinguir dos tipos de textos que sostienen las interpretaciones recientes. Primero, aquellos cuyos autores incluyen la emancipación dentro de la desintegración de la monarquía española, preocupándose por el paso de las sociedades de Antiguo Régimen a la modernidad y destacando el impacto del liberalismo gaditano en los procesos hispanoamericanos, ya sea por la implantación del régimen representativo, por las modificaciones en las jerarquías territoriales, o por el cuestionamiento al origen y asiento de la soberanía. Segundo, aquellos que analizan las especificidades del caso novohispano, aunque también rescatan su dimensión hispánica; entre ellos la autora incluye sus propios trabajos, en los que estudia las nuevas formas de hacer política que surgieron en los últimos años del régimen colonial, como las conspiraciones, las sociedades secretas, los procesos electorales y los intentos por establecer un gobierno alterno; revisa también textos dedicados a las particularidades locales, a la aparición de nuevas sociabilidades, o a los problemas que implicaban la soberanía y la representación.

En ese mismo sentido, otro planteamiento que se ha sometido a examen es el que presentaba los movimientos surgidos en América después de 1808 como eminentemente independentistas, pues diversos investigadores han mostrado que se trataba más bien de intentos autonomistas. Jaime Rodríguez sostiene que fue hasta que las elites americanas no encontraron respuesta de parte de las autoridades peninsulares a su búsqueda de autonomía e igualdad, que dichos movimientos fueron adquiriendo su tono de separación de la metrópoli (p. 216). Muestra cómo, mientras algunos autores consideran que la verdadera revolución ocurrió en España, no en América, pues fue la respuesta a la invasión napoleónica, para otros, en parte inspirados por la historiografía marxista, fue una revolución burguesa instigada por los criollos. También señala que para algunos investigadores todas las emancipaciones americanas formaron parte de un mismo movimiento, y para otros fueron una serie de levantamientos diferenciados regionalmente, con intenciones plurales.

El alejamiento que los trabajos recientes tienen respecto de varias de las premisas de la interpretación tradicional ha permitido redimensionar la participación de ciertos actores en el proceso, lo cual ha enriquecido el análisis. La historiografía oficial suponía que todos los grupos sociales novohispanos se sentían agraviados por el dominio de las autoridades españolas, al menos durante las últimas décadas del régimen colonial, por lo que, cuando tuvieron la oportunidad, indios, castas y criollos se unieron en una gesta común de liberación. Señala Jesús Hernández Jaimes que, desde ese punto de partida, la historiografía marxista incluyó a la insurgencia en la lucha de clases y sostuvo que sus raíces estaban en las condiciones socioeconómicas de los sectores marginales. Obras como las de John Tutino y Brian Hamnet, insertas en discusiones más amplias sobre las rebeliones populares, cuestionaron esas propuestas y concluyeron que el deterioro en los niveles de vida de las clases bajas convergió con el reclamo de mayores oportunidades de los sectores profesionales, lo cual creó un ambiente propicio para el estallido de una rebelión popular. Entonces la pregunta por la participación de los grupos populares en la insurgencia se trasladó al ámbito cultural, donde Hernández destaca el trabajo de Eric Van Young, quien afirma que fueron la defensa de la identidad comunal y la búsqueda de autonomía política los factores que propiciaron la incorporación de algunas comunidades indígenas a la insurgencia.

Comprender que las motivaciones de los sectores indígenas fueron diferentes a las de las elites dirigentes evidencia la pluralidad de intereses y valores que intervinieron en el proceso de independencia, y permite reconocer que la movilización popular desempeñó un papel fundamental en la fisonomía que adquirió la insurgencia.

Otro actor fundamental cuya participación en el proceso de emancipación se ha revalorado es la Iglesia. La imagen, generada en los papeles públicos desde la década posterior a la independencia, de que esa institución había sido el baluarte del absolutismo y del orden colonial también se ha difuminado, como lo muestran Ana Carolina Ibarra y Gerardo Lara Cisneros. Los nuevos caminos que ha seguido el estudio de este tema plantean que desde décadas anteriores al estallido de la guerra se fueron gestando algunas de las causas que condicionaron la participación de los eclesiásticos en la independencia. Textos que combinan el estudio de larga duración de la institución con la coyuntura independentista, que analizan la religiosidad en regiones específicas, así como las diversidades en los distintos sectores de la Iglesia: el clero secular y el regular, las altas jerarquías y los curas párrocos constatan que la institución eclesiástica no fue tan monolítica como se le había considerado, y que en muchos casos procuró "dirigir el cambio" —como señala Brian Connaughton—,2 adaptándose a las nuevas prácticas y los nuevos lenguajes, a fin de evitar que se perdiera el papel de la religión como elemento de orden y cohesión de la sociedad.

Gracias a este tipo de interpretaciones, hoy se percibe una mayor diversidad en las posturas políticas adoptadas por los múltiples actores que participaron en el proceso independentista. Esto ha favorecido que algunos autores elaboren nuevas propuestas de análisis. Es el caso del trabajo de Roberto Breña, quien sostiene que en términos generales la historiografía peninsular sobre el primer liberalismo español y las emancipaciones americanas sigue muy vinculada a la antítesis liberalismo versus absolutismo, la cual, a juicio del autor, ha mostrado su insuficiencia como herramienta de análisis para los procesos de que se ocupa. Propone emplear como alternativa los términos tradición y reforma, a los cuales considera menos cargados de contenidos políticos "extremos" (p. 193), por lo que pueden resultar más adecuados para expresar la complejidad de las actitudes políticas adoptadas durante la experiencia gaditana. Pese a hacer notar que ni todos los liberales se mantenían siempre dentro de los principios que se le adjudican a esa doctrina, ni todos los absolutistas eran tan reaccionarios, la sugerencia de Breña de emplear los términos tradición y reforma no deja de plantear una visión dicotómica de un proceso que él mismo describe como mucho más plural, por lo que quizá fuera más conveniente prescindir de las interpretaciones basadas en polarizaciones y adoptar una terminología más amplia, que diera cuenta de los múltiples matices del periodo. No obstante, se agradecen propuestas de este tipo, que contribuyan a deconstruir los discursos legitimadores elaborados por los involucrados en la contienda, y permitan observar las estrategias políticas que les dieron origen.

El planteamiento de preguntas distintas permitió la inclusión de más actores al proceso. Así, la contrainsurgencia y la labor de los realistas —su pensamiento político, las medidas fiscales que dictaron o las estrategias militares que desarrollaron— se han incorporado como parte constitutiva del movimiento, que cada vez aparece menos unitario. Los defensores del orden tradicional también participaron en la contienda, y no sólo como el enemigo a vencer, sino como parte de una dinámica que, en su conjunto, modificó la estructura social, política, económica, cultural e internacional del mundo atlántico.

Otros actores que han sido reevaluados son los que realizaron labores en pro de la independencia fuera de las fronteras. En el ensayo elaborado por Johanna von Grafenstein puede constatarse que la historiografía sobre el tema ha destacado la labor de los agentes enviados por la dirigencia insurgente a Estados Unidos a fin de obtener apoyo para su causa, así como la política desarrollada por el vecino del norte, que aparece, por decir lo menos, ambigua e interesada, condicionada por las rivalidades comerciales y políticas. También ha despertado el interés de los historiadores la "insurgencia externa", que Guadalupe Jiménez Codinach y Teresa Franco definieron como la comunidad de individuos que desarrollaron iniciativas fuera del territorio novohispano para apoyar a los rebeldes, o para obtener beneficios personales. En el texto de Von Grafenstein se observan los numerosos intereses externos, las redes, las expediciones y las conspiraciones que se tejían entre individuos de diversas latitudes; que, si bien no tuvieron una incidencia mayor en el desarrollo del proceso de emancipación, sí revelan la existencia de un mundo atlántico convulsionado por las revoluciones americanas.

Como señala Virginia Guedea, el proceso de independencia fue fundamentalmente político, pues tuvo como "eje principal la lucha por el poder" (p. 41). La consecuente priorización de las cuestiones políticas, del análisis de las ideas y de la lucha social había dejado de lado otros aspectos del proceso que han sido recuperados en las temáticas actuales. Así, en últimas fechas los problemas económicos, sobre todo los referentes al ámbito fiscal, han atraído la atención de los especialistas. Luis Jáuregui comenta que, de manera sugerentemente coincidente con el derrumbamiento del modelo del "desarrollo estabilizador", en el decenio de los setenta del siglo XX la historia económica irrumpió en la historiografía mexicana (p. 171), primero preocupándose por conocer el esquema fiscal borbónico y, una vez que se tuvieron más nociones sobre él, empezaron a aparecer los estudios sobre los aspectos fiscales de la guerra de Independencia. Los temas principales que se han abordado desde entonces son el deterioro de las instituciones fiscales, las medidas adoptadas tanto por las autoridades realistas como por los insurgentes para financiar el costo de la guerra, así como las políticas de las autoridades virreinales frente a algunos impuestos específicos, como el tributo y las contribuciones directas.

La incorporación de nuevos temas ha permitido también observar que algunos aspectos del proceso emancipador que podrían parecer agotados, en realidad no han sido muy estudiados. Es el caso de la historia militar, pues si bien la narración histórica tradicional, sobre todo la externa al ámbito académico, suele ser una sucesión de batallas, planes, levantamientos y enfrentamientos, los estudios sobre las estrategias bélicas de insurgentes y realistas, sobre la composición de los ejércitos, e incluso sobre las propias vicisitudes de la guerra, son escasos. Posiblemente por esa razón, Christon Archer no realiza un balance de las nuevas perspectivas y temáticas en la historia militar sino un ensayo en el que, con base en sus propios trabajos, ofrece una interpretación sobre los aspectos militares del proceso de emancipación. Destaca los métodos empleados por algunos grupos insurgentes que carecían de las armas, los conocimientos y la tecnología, pero desarrollaron interesantes estrategias de resistencia. Hace notar el impacto socioeconómico de la incorporación de la población rural a las fuerzas armadas. Muestra las carencias y los problemas que enfrentaron los realistas entre 1815 y 1820, y sostiene que —por la corrupción, la falta de moral y de disciplina entre las tropas, la crisis económica y la expansión del bandolerismo— no tuvieron las condiciones adecuadas para hacer frente a las guerrillas. Además, que las amnistías provocaron que numerosos rebeldes se integraran al ejército real, por lo que cuando Iturbide promulgó el Plan de Iguala muchos de ellos estuvieron dispuestos a unírsele.

***

Fuera de algunos errores mínimos de redacción y edición, pocas críticas se le pueden hacer a este esfuerzo colectivo. Se extrañan apartados sobre la historia cultural, historia institucional y uno o varios dedicados a la historia regional, que dieran mayor cuenta de estudios recientes, más enfocados a las particularidades locales, que han resaltado las notables diversidades que presentó el proceso de independencia en las distintas zonas del territorio novohispano. Además, dependiendo de la forma en que están estructurados, unos ensayos resultan más fácilmente inteligibles que otros, están más completos, presentan balances más claros o líneas de análisis más acabadas.

Por otra parte, si una de las interpretaciones recientes sobre la independencia —de la que prácticamente todos los autores de este libro dan cuenta y al parecer coinciden con ella— plantea que las emancipaciones americanas formaron parte del proceso de desintegración de la monarquía hispana, lo cual implica que antes de dicho proceso las entidades nacionales como México no existían, resulta problemático que el título de la obra remita a la "independencia de México". Estas cuestiones de terminología también derivan de la historiografía liberal tradicional, por lo que sería conveniente comenzar a cuestionarlas, y un trabajo de revisión como éste habría sido el espacio ideal para hacerlo.

Por lo demás, el libro nos deja un balance claro de los temas e interpretaciones actuales sobre la independencia. Se extrae de la lectura que ciertos trabajos, como los de Luis Villoro, Brian Hamnet y John Tutino, fueron un punto de quiebre que ocasionó un viraje en la forma de comprender la emancipación. Y que algunas obras son fundamentales para aprehender el proceso en toda su dimensión, como las de Nettie Lee Benson, Tulio Halperin, Virginia Guedea y desde luego François–Xavier Guerra.

Se aprecia que la escritura de la historia se está alejando de la misión de consolidar la épica nacionalista, para intentar acercarse a las fuentes con menos certezas y más preguntas. Los autores dejan abiertas numerosas vetas de investigación, dan cuenta de múltiples acervos documentales aún poco explorados, proponen perspectivas y sugieren el retorno a los viejos temas desde nuevos caminos, que sean sobre todo interdisciplinarios, pues el diálogo con otras áreas de las ciencias sociales y las humanidades, como la ciencia política, la lingüística, la antropología, la literatura, la sociología, ya ha mostrado ser fructífero.

No debe quedar la impresión de que el cambio de paradigmas en los estudios recientes sobre la independencia implique que las interpretaciones tradicionales han sido superadas del todo ni que hacerlo sea necesario. Sin duda, hay quienes siguen considerando válidos algunos de sus postulados, y esto, lejos de ser un problema o motivo de crítica, es una ventaja, pues mientras existan temas de discusión, debates y perspectivas distintas el tema no estará agotado, se seguirá profundizando en el conocimiento de un momento clave de transición en la historia del país, y se acudirá al pasado para reflexionar sobre el presente.

Un texto como éste es clara muestra de lo valioso que resulta para enriquecer el saber histórico que los especialistas discutan entre sí en sus propios términos, que revisen y cuestionen planteamientos, que concuerden o disientan, que se encuentren y dialoguen, que transiten por caminos antes inexplorados y regresen sobre los que ya han recorrido otros colegas para encontrar nuevas veredas. Coincido con Jesús Hernández en que también es necesario que los resultados de esos esfuerzos trasciendan los límites del ámbito académico, por lo que la próxima conmemoración del bicentenario resulta un momento idóneo para realizar labor de divulgación que ponga estos temas e interpretaciones recientes sobre la independencia al alcance del gran público.

 

Notas

1 Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.        [ Links ]

2 Brian Connaughton, "Prédicas de doctores", en Dimensiones de la identidad patriótica: religión, política y regiones en México, siglo XIX, México, Universidad Autónoma Metropolitana/Miguel Ángel Porrúa, 2001, p. 52.        [ Links ]

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